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A los 74 años de edad, Patricia Ariza sigue creando teatro, haciendo poesía y defendiendo
los derechos humanos. / Cristian Garavito - El Espectador
Pocas personas examinan lo que está pasando en la cultura. Los pueblos originarios
supieron y saben que estamos conectados entre todos y todas y con la naturaleza. Fue el
acceso a la modernidad el que fue separando paulatinamente la cultura de la de tierra,
convirtiéndola en recurso inagotable y puesta, sin contemplaciones, al servicio del confort y
del consumo. (Le recomendamos: Murió Santiago García, el decano del teatro en
Colombia).
Esta noción transformó el lenguaje y lo que el capitalismo llamó “modernidad” era tan sólo
un eufemismo del neoliberalismo, que no es otra cosa, que un desarrollo del sistema
capitalista que todo lo que toca lo convierte en mercancía. Así entonces, la civilización
occidental nos llevó mediante decenas, cientos de guerras, al lugar donde nos encontramos.
A expropiar y explotar la tierra, a horadarla, a sacarle todo lo que la sostiene, los metales,
las piedras, el oro y el petróleo. Y, a asociar con la “naturaleza” todo lo que el capital, en
su delirio neocolonialista y premoderno, considera “recurso”. Las mujeres, asociadas con la
tierra, la maternidad y el cuidado fueron condenadas a la exclusión y la violencia; las
culturas indígenas y afro descendientes, asociadas a lo “primitivo”, fueron condenadas al
desprecio y al abandono. Y, los países del llamado tercer mundo vistos como subalternos,
como recursos inagotables…
Una vez coronada esta noción en la cultura, surge la llamada Postmodernidad como el gran
“descubrimiento” como el estado de ánimo de la cultura frente a la sociedad de consumo.
Surge como el fin de las utopías sociales, para que quedara sólo una, el consumo, el
confort, el aislamiento globalizado y la apropiación de los Estados. Por eso se venden las
empresas de luz, de agua y se privatiza el trasporte público. Por eso se ejerce un poder
despiadado y cruel sobre pueblos enteros y sobre los cuerpos de las mujeres y de los
trabajadores. Un poder disfrazado de bienestar por medio de la publicidad que es la
envoltura seductora de la crueldad.
Todo es susceptible de la compra venta y los seres dejaron de llamarse humanos para
denominarse emprendedores. Es impresionante escuchar la gente que todavía se hace
ilusiones con el emprendimiento, que como dice Boaventura Do Santos es el glamour del
neoliberalismo.
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Una primera respuesta nace de la ciencia. La física cuántica nos enseñó que el universo está
irremediablemente interconectado y que somos todos, todas y todo, estrellas y planetas,
tierra y aire, un gran espacio de información. "El aleteo de una mariposa en Brasil puede
desatar un tornado en Texas".
El Espectador en video:
Paro Nacional en Colombia: el arte y la cultura como
forma de protesta
Volume 90%
Y la Neurociencia acaba de descubrir (en 1990 por el científico Giacomo Rizzolatti) las
Neuronas Espejo. Son unas neuronas que todo lo copian y lo guardan, por eso se llaman
Espejo. Todo lo que vemos que hacen los otros y otras lo copiamos como si lo
estuviéramos haciendo nosotros. Por eso el escalofrío cuando vemos un trapecista, cuando
vemos un asesinato, así sea en la televisión. Somos nosotros los que lo estamos viviendo.
Es, según los científicos, una especie de altísima evolución de la especie humana que tiene
que ver con la mímesis y que sirve como experiencia para enfrentar el futuro. Ya, desde
Aristóteles los artistas sabíamos lo que representa la mímesis para el teatro.
En fin, de lo que se trata es de que en la era científica, lo más avanzado del conocimiento
es la convicción de que somos el otro y la otra, de que nada está suelto en el universo. Y de
que por lo tanto, si sobrevivimos a esta pandemia cruel, este capitalismo salvaje, esta
posmodernidad insoportable tendrá que cambiar! Tenemos que hacerla cambiar a como dé
lugar. Tenemos que recuperar las utopías que nos regresen al origen primordial de lo
humano. Que nos ayuden a valorar la relación primordial y sabia de los pueblos indígenas y
afrodescendientes con la naturaleza y el cuerpo. Y, a la vez, conectarnos con lo más
avanzado de la ciencia de la Neurociencia y de la física cuántica.
Y, tenemos que recuperar el valor del arte como experiencia libertaria, sacarla de su valor
mercantil y regresarla al lugar de la libertad humana, al espacio de la sensibilidad y de la
indagación de mundos posibles.