Está en la página 1de 9

mindfulness

El primer hábito que ha marcado un antes y un después en mi vida ha


sido la meditación mindfulness.
Hace 8 años, en junio de 2012, salí de España y me puse rumbo a
Guatemala. Lo dejé todo atrás dispuesto a empezar de cero.
¿Sabes por qué lo hice?
Porque yo estaba convencido de que la raíz de todos mis problemas
estaba en mis circunstancias, así que, si cambiaba de entorno, mis
circunstancias cambiarían y ya está, a vivir feliz para siempre, como en
los cuentos.
Y qué mejor forma entorno que un paraíso tropical como el Lago de
Atitlán, uno de los rincones más bellos del planeta.
Pero cuando llegué aquí, nada cambió. Estuve unos días maravillado,
pero pronto mis pensamientos volvieron a lo mismo de siempre.
Había logrado cumplir mi sueño, pero mi mente seguía siendo la
misma.
Una mente secuestrada por la negatividad, siempre enganchada en la
preocupación, la duda, el miedo y el resentimiento.
Yo caminaba por los cerros más bellos que mis ojos hubieran visto, con
mi perro y mi mejor amigo a mi lado, la vida perfecta… pero por dentro
me sentía igual porque mi mente era puro veneno. Siempre pensando en
todo lo que me generaba insatisfacción, siempre quejándose y siempre
temerosa.
Aún me acuerdo muy bien del momento exacto en el que, por fin,
reconocí que el problema no estaba afuera, en mis circunstancias o en mi
entorno, sino adentro.
Y ahí, bien adentro, es donde yo tenía que mirar si quería ponerle fin a
tanta ansiedad y desesperación.
Por eso empecé a meditar.
Y muy pronto fui notando cómo mi mente ya no se quedaba tan
enganchada en los problemas. Me seguían pasando las mismas cosas,
pero yo ya no las vivía de la misma forma. Ya no me desesperaba, sino
que podía dirigir a mi mente hacia la solución, hacia la posibilidad, hacia
la luz.
Procesaba la vida de otra forma, como si hubiera instalado un nuevo
software mental.
Y bueno, en cierta forma eso es exactamente lo que la meditación
mindfulness hace. Regula tu sistema nervioso, potencia tus capacidades
psicobiológicas y desarrolla todas esas virtudes que te convierten en una
persona orientada al crecimiento.
Te cuento brevemente.
Tu sistema nervioso está biológicamente diseñado para ayudarte a
enfrentar todas esas amenazas que ponen en riesgo tu supervivencia.
Cada vez que detecta una señal de peligro, activa el modo de lucha o
huida, el famoso estrés, para que tengas más garantías de supervivencia.
El estrés te tensa, te pone alerta y envía sangre a las extremidades
instantáneamente, así que es muy útil si quieres salvar el pellejo en
determinadas situaciones. 
El problema es que tu cerebro no sabe diferenciar entre las cosas que te
suceden y las cosas que piensas. Para tu cerebro todo es información.
Si tú piensas en cosas negativas y dramáticas, o en cosas que te
preocupan, para tu cerebro no hay duda: cree que estás enfrentando una
amenaza peligrosa y rápidamente activa una respuesta de lucha o huida
que libera hormonas del estrés masivamente y crea un estado de
contracción psicobiológica.
Y esto es lo que te está sucediendo constantemente en tu día a día. Y lo
que me sucedía a mí. Exactamente esto.
Si la mayoría de tus pensamientos están en aquel pasado doloroso que
tanto te atormenta o en ese futuro terrible que tanto miedo te da, estás
todo el tiempo entregándole información negativa a tu cerebro,
ordenándole que active los mecanismos biológicos del estrés.
Tu miedo y negatividad están enviándole tantas señales de amenaza a tu
cerebro que estás perpetuamente en protección biológica. Siempre con
estrés. 
Tu mente le está diciendo a tu cuerpo que la vida es una continua
amenaza, así que tu biología te mantiene siempre estresado para que
puedas enfrentar esa vida tan peligrosa.
Y si siempre estás en protección, no puedes estar en crecimiento.  
Da igual que en tu entorno no pase nada peligroso. En tu cabeza sí está
sucediendo, y eso es real para tu cerebro. 
La meditación mindfulness entrena a tu cerebro para salir de ese
laberinto de negatividad, y lo hace de la forma más eficaz que hay: te
permite recuperar la capacidad más importante que tienes como ser
humano, una forma de energía mental que domina a todas las demás: tu
atención.
Cuando tu mente se queda enredada en todos esos pensamientos tóxicos,
la tormenta mental, tú puedes salir de ese laberinto porque puedes cortar
la cadena de pensamientos usando tu atención. 
¿Cómo?
Mueves tu foco de atención a otros aspectos de tu realidad que no son
tan negativos y dramáticos, sales de esa auto absorción neurótica de
inmediato, y tu cerebro recibe instantáneamente nueva información que
le indica que ya no debe protegerse de nada, así que desactiva el estrés.
Instantáneamente.
Y si a esto le unimos que poco a poco te vas volviendo más consciente
de tus patrones perniciosos, tus desviaciones y neurosis, y tus conductas
deshonestas, y de cómo ir disolviendo toda esa ignorancia para ir
dejando paso a la claridad, pues ahora ya puedes ver por qué me pongo
tan insistente con animar a todo el mundo a practicar la meditación
mindfulness.
Eso sí, tienes que meditar todos los días, está claro, porque hacerlo
esporádicamente no te va a servir de mucho. Tiene que ser un hábito tan
sólido como cepillarte los dientes.
Gratitud
El segundo hábito que cambió mi vida es la gratitud.
La gratitud tiene multitud de beneficios científicamente demostrados:
mejora la salud física y mental, fortalece los sentimientos de conexión,
propósito y satisfacción en las relaciones personales y sociales, mayor
alegría, optimismo, entusiasmo, determinación y energía, mayor
autoconciencia, incremento de la capacidad de observación,
concentración y atención, mayor autoestima…
La lista es enorme.
Pero yo no buscaba nada de eso en la gratitud. Lo que yo buscaba era
meter a mi cerebro en un estado de recepción.
Porque eso es exactamente lo que la gratitud hace.
Tu cerebro sabe que el agradecimiento es algo que sientes cuando hay
una recompensa de por medio. Recibes algo que tú consideras valioso, y
al recibirlo, ¿qué haces? Das gracias.
Así que siempre que aparece la palabra gracias en tu vida, ya sea
pensada o hablada, para tu cerebro es una señal clara de que has recibido
algo preciado para ti, así que entra en un estado de recepción y apertura.
Yo quería ver qué pasaría si lograba poner a mi cerebro en un estado de
recepción a diario, cada día. Quería ver cómo me sentiría, pero también
tenía curiosidad por ver si eso propiciaría que más cosas buenas llegaran
a mi vida, como si esa recepción fuera una llamada a recibir más cosas
valiosas.
Así que incorporé el hábito del diario de gratitud. Cada día, justo
después de levantarme, mientras el café se va preparando, escribo una
página en mi libreta.
Me lleva solamente dos o tres minutos.
Me centro en un aspecto de mi vida, y escribo la página entera
agradeciendo por eso. Yo prefiero obligar a mi cerebro a profundizar en
ese aspecto que hacer grandes listas superficiales con muchas cosas, pero
en realidad cualquier forma de agradecimiento vale. Yo lo hago así
porque me gusta, no porque sea la única forma.
Y los resultados que he notado son espectaculares. 
Al recordarme cada día que mi vida está rodeada de bondad, mi mente
ha dejado de centrarse solamente en lo negativo. Cada día estímulo a mi
cerebro con agradecimiento y él está más orientado a lo constructivo que
hay en mi vida en lugar de lo indeseable o insatisfactorio.
Mi reactividad impulsiva ha descendido a niveles que yo, sinceramente,
no creía posibles. 
Hay más sosiego en mi vida, discernimiento, claridad y entendimiento a
la hora de enfrentar los problemas, preocupaciones y conflictos de mi
vida cotidiana.
Y sí, más cosas buenas están llegando. No sé si esto está directamente
relacionado con la gratitud porque no tenemos literatura clínica que lo
avale y no puedo afirmar que todo eso sea el resultado de mi hábito de
agradecer, pero personalmente yo creo que sí. Tú puedes creer lo que
quieras, por supuesto.
En todo caso, te recomiendo que incorpores el hábito de la gratitud de
inmediato. Lleva unos minutos al día y los resultados son
extraordinarios. 
Resiliencia
Y el tercer hábito es la resiliencia, que yo ejercito a través de las
afirmaciones positivas, en un momento te digo cómo. 
La resiliencia es la capacidad sobreponernos a períodos de dolor
emocional y situaciones adversas con coraje y entereza, sin sucumbir y
derrumbarnos.
Yo en mi adolescencia y mi juventud temprana fui una persona muy
frágil y cobarde, y siempre me pregunté: «¿Por qué hay personas que
muestran tanta fortaleza a pesar de estar viviendo situaciones terribles,
mucho más desfavorables que las mías?»
Y siempre había tenido esa pregunta rondándome.
Al estudiar la resiliencia, descubrí que esa capacidad no es algo que unos
tienen y otros no. Es un como un músculo. Si la usamos, se fortalece. Si
no la usamos, se atrofia. Por eso digo que la resiliencia es un hábito.
Y la mejor forma de fortalecer ese músculo de la resiliencia es usar tu
lenguaje, ya sea las cosas que dices al comunicarte con otros o la historia
que te cuentas a ti mismo en tu cháchara interior.
La resiliencia, tal y como yo la entiendo, es dejar de desear que todo sea
fácil y conveniente en la vida, dejar de desear que alguien te rescate
porque claro, pobrecito tú que estás desvalido. Es dejar de esquivar la
dificultad.
Cuando te alejas de los desafíos, solo refuerzas la idea de que tú no
tienes todo lo necesario para lidiar con lo que la vida te va dando, y esa
visión tan pobre de ti mismo es el verdadero problema, no las
situaciones.
La vida tiene momentos dolorosos, inesperados e inciertos. Siempre los
ha tenido y siempre los tendrá. Cuando aceptamos esta verdad y, a partir
de ahí, adoptamos una disposición interior en la que sabemos que,
cuando lleguen, nosotros vamos a saber transitarlos sin sucumbir
emocionalmente, la resiliencia se emerge y se desarrolla.
La debilidad no es una virtud. No requiere ningún esfuerzo ser alguien
débil, frágil y autocomplaciente. Si eres una persona vaga, que se queja
amargamente todo el tiempo, que constantemente se lamenta porque las
cosas no son como tú quieres y que fácilmente te dejas dominar por
emociones como la ira, la rabia o la lástima por sí mismo, eso solo te
daña a ti y a los que te rodean.
Así era yo.
Yo me sentía una víctima desamparada, sin capacidad, sin recursos, sin
fortaleza. Un copito de nieve que se derretía cuando las condiciones no
eran ideales. Si el camino si volvía escarpado y espinoso, yo huía con el
rabo entre las piernas.
Hay gente que dice que mostrar debilidad es un signo de fortaleza. En
absoluto. Esa es la excusa que nos ponemos para no hacer lo que
sabemos que tenemos que hacer. Como sentimos que no tenemos la
fuerza y el coraje para enfrentar lo que tanto nos asusta, vamos
fácilmente a la justificación.
Nos desesperamos, nos derrumbamos cuando la vida aprieta, y todavía
nos atrevemos a disfrazar eso de virtud.
La debilidad no es nunca una virtud. La debilidad te estanca. Es apatía,
inacción y victimismo, mientras que la vulnerabilidad te lleva a dar los
pasos necesarios para enfrentar ese gran problema que tanto te aflige y
buscar activamente una solución.
Yo me vanagloriaba de mi propia debilidad, y la debilidad no es nunca
algo de lo que presumir.
¿Cómo desarrollé mi resiliencia?
Cambiando mi lenguaje.
Dejé de decir cosas que solo me debilitan, y empecé a decir cosas que
me fortalecen.
Por ejemplo, en lugar de decir “no puedo”, dices “¿Qué más puedo hacer
para mejorar?”
En lugar de “me rindo”, dices “probaré algo nuevo”.
En lugar de «es muy difícil, qué complicado», dices “Esto me llevará
más tiempo del que yo pensaba, pero no voy a tirar la toalla solo porque
sea difícil. Yo puedo con las cosas fáciles y con las difíciles”.
En lugar de “Nunca lo lograré”, dices “seguiré aprendiendo,
desarrollando nuevas habilidades, y tarde o temprano lo lograré”
Ahora bien, cómo logras que tu mente se vaya moviendo hacia ese
discurso más expansivo y resiliente. Porque claro, eso no pasa
mágicamente solo porque tengas la mejor de las intenciones. Por mucho
que tú quieras volverte resiliente, la mente tira hacia donde ella está más
acostumbrada, hacia la negatividad, la queja y la duda.
Bueno pues aquí es donde entran las afirmaciones positivas.
Repetir en voz alta frases que contienen información edificante hace que
tu cerebro reciba esa información y vaya cambiando para adaptarse a eso
que, para él, es una experiencia tan real como cualquier cosa.
Por eso cuando dices en voz alta frases como “soy una persona
resiliente, yo tengo en mí todo lo necesario para enfrentar cualquier
situación que la vida me presenta”, eso es real para tu cerebro. Es
información. Y si repites y repites esto a diario, tu cerebro integra esa
información y tu mentalidad cambia. Te reprogramas.
Disciplina
Tienes que comprometerte firmemente contigo. Convertirte en la
persona que sabes que puedes llegar a ser exige compromiso y mucha
disciplina. 
No motivación. Disciplina.
Yo creo firmemente que la felicidad no es el resultado de grandes golpes
de suerte, sino de pequeños esfuerzos diarios.
Hay mucha gente que dice, «cuando me sienta motivada o motivado, lo
haré».
No funciona así.
La motivación es un sentimiento. Y los sentimientos vienen y van. Hoy
están aquí, mañana ya no están. Si solamente haces las cosas cuando te
sientes motivado, quiere decir que dependes de ese sentimiento de
motivación.
Pero la mayoría de las veces no vas a sentir que tienes ganas de hacerlo.
No vas a sentir ninguna motivación.
Si solamente estás dispuesto a actuar cuando sientes que tienes ganas,
pues vas a actuar muy pocas veces, porque ya hemos visto que tu cerebro
se encarga de que no tengas ganas.
No es esperar a estar motivados para actuar. Es crear la motivación
desde dentro.
Y esto lo logras actuando. Poniéndote manos a la obra. La motivación
surge después de empujarte a la acción. Ahí pones en movimiento esa
energía.
Hazlo cuando te apetece y hazlo cuando no te apetece. Te sientas como
te sientas, hazlo.
Claro que tu cerebro siempre va a querer tomar el camino sencillito y
conveniente, el que no consume energía, pero tú haces lo que dijiste qué
harías, aunque sea difícil. No te arrugas.
Eso es la disciplina. Es una intervención consciente en la que tú decides
hacerlo a pesar de los impedimentos, a pesar de que hay una parte de ti
que se resiste, y a pesar de que hay una parte de ti que quiere que todo
sea fácil y dulce.
No esperes a que sea todo perfecto para hacer lo que sabes que es
correcto. Hazlo independientemente de las circunstancias o de cómo te
sientas.
Te va a costar al principio. Mucho.
Y depende de ti enfrentar ese desafío con coraje. 
Ve paso a paso. Día a día. Acción consistente. Cuando estás triste y
cuando estás alegre. Cuando te apetece y cuando no te apetece. Cuando
llueve y cuando hace sol. Pase lo que pase, te mantienes ahí.
Así vas a construir una mentalidad disciplinada que no necesita que todo
sea de ensueño ahí fuera o que todos tus sentimientos sean puro azúcar
aquí dentro. Haces lo que sabes que añade valor a tu vida siempre.
Depende de ti, y tú puedes hacerlo.
Porque hay en ti mucho más de lo que ves, pero esa grandeza no va a
aparecer mágicamente una mañana cualquiera, así porque sí. Tu
grandeza se va a revelar cuando hagas lo que tanto te resistes a hacer e
incorpores esos hábitos de crecimiento, esas pequeñas acciones que
crean cambios masivos en tu vida.
Si incorporas estos hábitos, tu vida va a mejorar. Seguro. Y eso es lo que
quieres, por eso estás aquí, porque quieres mejorar tu vida.
Ya sabes el camino. Ahora toca hacerlo.

También podría gustarte