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Una de las tantas dificultades que encontré y que hoy sigo encontrando, fue la tendencia
de los estudiantes a hablar todos a la vez. Por momentos parecía que lo único que les
importaba era hablar sin intención de comunicar ni de oír a otros. Me pareció compleja
la situación porque esa manera de comportarse iba en contra de mi idea de cómo estar
en una clase. Además recordaba que en Chile los estudiantes pedían la palabra o
esperaban su turno de participación y tendía inconscientemente a comparar los
comportamientos de unos y otros. Hubo momentos en que no podía hacer la relación
entre las ideas que se trabajaban y las cuestiones que los jóvenes parloteaban. Daba la
impresión que nadie escuchaba a nadie y algunos querían decir algo. Debí recordarles
uno de los acuerdos hechos, dejar hablar, no interrumpir y escuchar. No podía dejar un
comportamiento como este sin control. Dependíamos de la capacidad consciente de
escuchar y de la empatía para la construcción de las narrativas de nuestro proceso.
Respecto del hecho, nadie confirmó ni desmintió al Guille en ese momento. Era
evidente que los demás entendían que para poder trabajar y relacionarnos, era
fundamental saber escucharnos, sobre todo porque de eso dependía el logro de los
objetivos académicos y de investigación. Unas semanas más tarde, Anna se encargó de
hacer callar al Guille que había comenzado otra vez con su perorata sin prestar atención
a nadie, ni enterarse de que se hablaba realmente. Esa vez hubo unos cuantos que
aplaudieron a Anna cuando le dijo, tienes vocación y madera para ser político o para el
programa de Buenafuente pero lo hagas aquí. Después de una risa Guille contestó “me
lo pensaré…me lo pensaré”.
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Expresión del lenguaje informal que hace referencia a tener buenas relaciones humanas a un estado de
comodidad en las interacciones.
conectarme para comprobar que estaba integrado y no anexado al grupo. Eso me hacía
sentir como otra persona, desdoblado en un acto performativo hasta cierto punto
incomodo pero necesario. Miranda y Balardini (2000:5) afirman que ante estos jóvenes
debemos hacer “una lectura complementaria nos llevaría a considerar a estos jóvenes
como individuos muy realistas e idealistas a un mismo tiempo. Realistas, por la
descripción nada ingenua que nos hacen del escenario en que se desenvuelven”.
Los modos de hablar, actuar y sentir diferencian a los grupos. (Macassi, 2002). Para
poder conectar con ellos en ese contexto, debí apropiarme de los modismos y del
sentido de muchas palabras nuevas de las que desconocía su significado. El lenguaje en
muchos casos era muy codificado y no les incomodaba que yo no lo entendiera. Me
parecía que yo debía hacer el camino de aproximación hacia esa otra cultura que se me
aparecía. Algo así como mostrarme que estaba en otro territorio y que allí se funcionaba
con otras reglas.
Opté por preguntar todo porque del modo de hablar y de lo que se decía entendía muy
poco. Claro está que traía a cuestas una cultura diferente, eso agudizaba las diferencias y
ponía de relieve eso de que un extranjero no conoce sino lo que se le quiera mostrar. En
el aula me hablaban castellano por deferencia aun habiendo acordado que se hablaría en
cualquiera de los dos idiomas. Quería que el lenguaje no fuera una barrera para nadie y
yo estaba interesado en aprender el catalán. Esto parecía agradarles a la mayoría, pero
cuando se iniciaba una conversación que discurría en catalán y yo intervenía, en forma
instantánea cambiaban a castellano. Sentía que era un gesto cordial y educado por
incluirme, quizás imaginaban que no podría enterarme acabadamente de todo aquello
que hablaban.
Había frases hechas que empleaba diariamente para la interacción, como saludar, pedir
cosas, pequeñas explicaciones y cuando me equivocaba en la pronunciación o en el
sentido, alguien amablemente me corregía. Nunca nadie se quejó por no entender lo que
les decía, ni por las expresiones propias de mi historia docente, ni por la
conceptualización técnica que empleaba para comunicar. El conflicto de lenguaje no se
produjo, aunque pensaba que hablar como chileno podría ser una razón para no hacerme
entender correctamente. Aunque no lo quisiera, había palabras y expresiones de mi país
que se me escapaban y me pedían de inmediato que se las explicara. Más de una buena
risotada se produjo cuando debí contarles la historia de algunas palabras. Había
intención por aprehender tanto lo hablado como lo escrito, documentos, textos,
presentaciones. Luego serían las herramientas para organizar los modos de hablar y
nuestras particulares maneras de escribir la historia de un año en sus múltiples relatos.
Hablamos desde nuestras historias, en las palabras y en los dichos había correlatos
polifónicos. Todos y cada uno de los que allí estábamos, contábamos y quisiéramos o
no cada gesto y cada palabra contada decía algo de nuestros contextos y de las cargas
afectivas, políticas y culturales que esos contextos suponían. Kriss hablaba poco, pero
sus silencios comunicaban mucho más sobre su mundo y su modo de verlo. En algún
momento de las conversaciones que tuvimos, señaló:
El muro de prohibiciones levantado por los padres en torno a su hija única, sus
percepciones de la juventud son a su vez el relato polifónico de sus propias historias.
Sus imaginarios amparados en estas miradas y en los escapes a través de la música y
algunos programas de televisión, dieron sentido a la manera en que contó y seguramente
relata el mundo de los demás. Hace algunos días le escribí un correo y tras insistir
pidiéndole que me contara algo acerca de su proceso en la Escola Llotja, me respondió
que no sabía que escribir y que estaba muy ocupada con la “escuela”. No insistí, su
silencio dijo lo suficiente para enterarme de cuáles eran sus prioridades. Todos los
relatos son narrados en algún momento desde una perspectiva particular y son las
personas las que determinan que es adecuado contar y que no lo es. Al contar,
sostenemos y construimos nuestras relaciones, por lo que la memoria de cada sujeto se
modifica respecto de esas relaciones (Vásquez, 2001).