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Primera edición: Lima, septiembre, 2020

2020, Memorias Intactas


Autores varios

Conjunto de crónicas reunidas como parte del trabajo final del curso
Taller de Periodismo Informativo, impartido por la docente Lilly
Huamanchumo en la Escuela Profesional de Comunicación Social.

Universidad Nacional Mayor de San Marcos


Facultad de Letras y Ciencias Humanas

Coordinación: Edwin Quevedo

Maquetación y estilo: Leslie Arestegui

Diseño de portada y contraportada: Sebastián Lozano

Correcciones: Manuel Valdivia y Nabi Velásquez


MEMORIAS INTACTAS
(autores varios)
ÍNDICE

Quiero y no quiero estar bien


Brisa Tello 1

Espejismos mentales
Kimy Ramírez 8

En compañía de su ausencia
Daniela Vásquez 17

Ante la espera del tiempo, el amor


Leslie Arestegui 24

Nadie lo vio
Brigitte Avellaneda 31

Hasta la muerte de mi padre


Angie Valenzuela 42

¿Qué pasa cuando muere el esposo?


Juan Hurtado 50

Íntimos secretos
Steven Ángeles 59
Otro ciclo más
Diego Rengifo 67

Sonrisas de color azul


Ariana Viguria 77

Ver a otros escribir (trabajar en una editorial independiente)


Judith Tarrillo 84

Pandemia, cuarentena y un par de locos enamorados


Sebastián Lozano 92

Conociendo lo desconocido
David Celestino 105

Lecciones: Charlie 42
Manuel Valdivia 112

El paraíso está en la tierra


Orlando Lloclle 127

La china se murió, el Covid la mató


Rosa Quinteros 133

No aceptamos al cura del barrio


Iván Ucharima 141

El caso de Ruth Thalía Sayas


Raquel Meza 146
De enamorada a acusada…
Edwin Quevedo 155

El caso Calígula
José Córdova 165

El asesinato en Cumbres: las víctimas colaterales de una obsesión


Jimena Celis 173

Dile a mi mamá que no llore


Nabi Velásquez 183

El último silencio
Alexandra Zambrano 191

Por tu culpa, por tu culpa, por tu gran culpa


Natalia Gutiérrez 197

Resistencia amazónica
Sara Jiménez 203

Eres una más


Bryan Grovas 209

Pichanaqui y los años del terror


Silvana Quiñónez 219
QUIERO Y NO QUIERO ESTAR BIEN

Eran de esos días cálidos, cuando no sabes si tener frío o calor, pero que
de igual manera llevas tu suéter contigo. Son de esos días que aparentan
ser calmados, sin ningún ajetreo de por medio más que lavar los servicios.
Mis padres regresaban de una cita médica y en ese momento empezó todo.

No dejaba de llorar. Mi madre no dejaba de llorar. Mi padre mantenía esa


expresión vacía en sus ojos, como si tratara de encontrar la pieza faltante
en su rompecabezas.

Papá no dejaba de decir que el médico le había indicado que tenía que
tomar la pastilla ahora, mamá decía todo lo contrario.

En internet había buscado que la manzanilla es buena para la ansiedad, e


intentamos ponerlo a prueba; sin embargo, producto de esa ansiedad, papá
se puso agresivo y comenzó a arrojar todas las cosas.

- ¡Llama al doctor! Brisa, llama al doctor.

Yo no sabía qué hacer.

Pero ¿cómo es que empezó todo esto? ¿cómo es que la ansiedad y la


depresión se relacionan? Muchas preguntas, pocas respuestas.

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A pesar de que desde pequeña compartí la casa con mis tíos, ellos nunca
han influenciado en mí, ni yo en ellos. Para mí, mi familia solo estaba
conformada por mis padres y mi hermano.

Y es que estando pequeña no lograba a entender por qué siempre mis tíos
solían entrar a discusiones con mis padres. Producto de esas discusiones,
muchas veces mi papá solía estar enojado, por ende, nos gritaba sin razón.
En mi inocencia, solo pensaba en jugar, reír y abrazar a mis padres.

Con el paso del tiempo, y para evitar esas dichosas discusiones, pasamos
de vivir en el segundo piso a un cuarto del primer piso.

Estaba en la adolescencia, unos 13 años para ser exactos, y por supuesto


que dicha decisión me molestó; pero nadie me iba a tomar en cuenta,
además, gracias a ello, encontré a una gata que adopté y que aún sigue
viviendo con nosotros.

Incluso después de esa “separación”, mi tía (quien estaba al cuidado de


mis abuelos), solía buscarnos a toda costa para iniciar cualquier discusión,
como aquella que hizo aludiendo que mi gata ensuciaba su jardín.

Creo que el punto de quiebre para que esto llegara a suceder, fue el que
esa señora (a quien tengo que llamar tía) denunció a mi padre por
supuestos maltratos hacía mi abuelita. ¿Se imaginan el daño que puede
llegar a ocasionar en una persona el ser acusado de maltratar
psicológicamente a su propia madre? Supongo que no. Incluso para mí, es
difícil imaginarlo.

2
Felizmente, dicha demanda no procedió a más, pero mi padre ya no era el
mismo. Era como si a un niño pequeño le mencionaran que Papa Noel no
existe. Ese mismo brillo de alegría e ilusión se habían ido de sus ojos.

Pero mi padre, haciendo alusión a su nombre bíblico -Moisés-, continúo


ayudándola cuando ella se sentía mal. Él era quien la llevaba al hospital, él
era quien le compraba las pastillas, él era quien le preparaba la comida.
Nunca entenderé porque él continuaba dándole su apoyo.

Es en el año 2015 donde todos los sentimientos salen a flote. Mi abuelo,


por ese entonces, se encontraba mal, necesitaba muchos cuidados
producto de su edad; para ello, mi papá siempre iba a su cuidado.

Mi tía tenía la costumbre de tocar de manera exagerada la “pared” que nos


separaba de su sala para que pudiéramos saber que necesitaba ayuda. Un
día sonó más fuerte de lo normal, y yo asumí que era ella quien había hecho
ese bullicio. Ya comienzan a molestar, pensé.

Para mi sorpresa, no fue así. Ella comenzó a gritar: ¡Moisés, papá se ha caído!,
y yo me sentí culpable. Comencé a llorar. Tal vez si no hubiera renegado
y le hubiera avisado a mi padre más rápido, esto no estaría pasando.
Inmediatamente llamaron a la ambulancia y se llevaron a mi abuelo en una
camilla; esa sería la última vez que lo vería.

No pasó más de una semana, cuando el 1 de diciembre del 2015, mi tío


llamó para darnos la noticia de que mi abuelo había fallecido. Mi padre fue
quien recibió la llamada y no soltó ni una sola lágrima ante la noticia.

3
Inmediatamente comenzó a realizar el papeleo para el sepelio y el
velatorio, y en ambas oportunidades se le vio con una expresión neutra.

Aproximadamente tres semanas después que salí con mis padres a dar un
paseo para despejar la mente, es cuando comencé a notar
comportamientos extraños en mi padre. Me decía que todos lo observaban
y sentía que hablaban de él. Al paso de unos días, mientras veía un
programa de televisión, él vino enojado hacia mí y me dijo que apagara eso
porque el protagonista le estaba hablando cosas que él no quería escuchar.
Comenzó a descuidar su apariencia y a perder el apetito que antes solía
tener.

- Oye Brisa, apágame esa tele.


- ¿Pero por qué, pa? Es Pataclaun, da risa.
- Ese Carlín me está hablando tonterías.

Mi madre comentó este problema entre sus compañeras de la iglesia a la


que asistía, una de ellas le recomendó que lo mejor fuese que pasará por
una revisión en el psicólogo.

La palabra “psicólogo” era una que nunca se había pronunciado en mi


familia, dado que lo vinculábamos con la idea de estar locos.

Siguiendo estos consejos, mis padres fueron a la posta más cercana, pero
aparentemente todo era en vano. El sistema de salud mental en nuestro
país es deplorable. Después de varias insistencias, finalmente fueron

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atendidos por la psicóloga del local, quien le hizo un análisis básico para
tratar de encontrar el problema.

Tras varias semanas en incertidumbre, con mi papá que cada vez se ponía
peor, mi mamá obtuvo los resultados; y aunque ella intentara ocultarlo
para que yo no me preocupe por las cosas que pasaban, pude leer el
documento: “Depresión leve con tendencias suicidas. Recomendación:
contactar con un psiquiatra”.

Y es así como llegamos al inicio de esta narración. Después de la primera


cita con el psiquiatra, mi padre entró a una etapa de ansiedad por las
pastillas que le habían recetado; el doctor Cachay nos dijo que esto era
normal y que lo mejor era otorgarle lo que nos pedía.

Al inicio, creí que todo esto era mentira, mi padre aún no podía dormir
por las noches y en las mañanas se ponía violento, mientras que yo tan
solo observaba la escena desde una esquina, llorando y abrazando a mi
mascota.

En las sesiones posteriores, mi padre comenzó a expresar sus


sentimientos, comenzó a llorar por todo lo sucedido; era como si todo el
peso que llevaba, lo había soltado por fin y se sentía libre.

Aún no lo podíamos dejar solo en casa, pero veía como mejoraba poco a
poco. Las sesiones iban avanzando y la dosis iba reduciendo. Todavía se
afligía por las pequeñas cosas que pasaban, pero ahora intentaba decirlo y
no guardárselo.

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La llegada de mi sobrina al mundo fue como una esperanza más, ya que, a
pesar de que mi padre aún se encontraba en buen estado, le gustaba ir a
ver a la pequeña y sostenerla en sus brazos.

Como familia, empezamos a valorarnos más, y aunque parecía difícil,


tratamos de dejar de lado los problemas de los demás, para solo
concentrarnos en nuestro bienestar.

A inicios de este 2020, otra vez todo se tornó oscuro. Por una parte, en
las noches, a mí se me cerraba el pecho y no podía respirar; y por la otra,
mi abuela padecía un tipo de cáncer terminal. Todo ello iba en suma a la
preocupación de mi padre, y lo que menos quería era que desencadenara
otra vez en depresión.

Un tiempo después de curarme, un 9 de marzo, mi abuela falleció. Al igual


que la vez anterior, mi padre se mostró sereno y dispuesto a hacer el
papeleo necesario, solo que esta vez, en el velorio de su madre, no puedo
evitar su tristeza. Las lágrimas invadieron su rostro y mi madre estuvo ahí
para consolarlo.

Las citas con el psiquiatra pasaron de ser tres días por semana, a una vez
cada tres meses; al igual que la medicación, que se redujo notablemente.

Durante el día mi padre mantiene su mente ocupada y por las noches ya


puede dormir tranquilo, pero la ansiedad sigue presente en él en cada
pequeño problema que escapa de sus manos.

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Brisa Tello

No deseo que nadie sienta en carne propia lo que es vivir con un familiar cercano con
ansiedad. A la vez, mediante este escrito, quisiera que todos los malos recuerdos se
vayan de mí para pasar a vivir lo que es el presente y nada más que eso.

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ESPEJISMOS MENTALES

- Kimy, ¿tú qué talla eres?


- Eme
- ¿Eme? Yo soy XS y a veces S.
- Ah…
- Hay que hacer dieta, amiga.

A los doce años media un metro con cincuenta y seis centímetros y pesaba
más de sesenta kilos. A los doce años noté, por primera vez, que mi físico
no era igual al del resto. ¿Pesaba de más? Tal vez había detalles que había
pasado por alto. ¿Había un estándar que no había notado antes? Mientras
esas preguntas iban surgiendo en mi mente, comentarios y preguntas
empezaron a despertar algo en mí.
Siempre había sentido que mi familia tenía altas expectativas sobre todo
lo que refería a mí. Mis calificaciones, mis talentos, mis destrezas e,
inevitablemente, mi aspecto físico. Un tema que no solía ser punto de
discusiones o análisis – al menos no con frecuencia- fue, progresivamente,
convirtiéndose en un tema de conversación recurrente. Una constante en
las cenas diarias y en los almuerzos dominicales. Se transformó en un
chirrido de tiza que no quería escuchar pero que no podía evitar. “¿Hay
que hacer ejercicio, ah” “¿Treinta y dos en el pantalón? Mejor pruébate

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una más por sea caso” “Creo que eso me queda mejor a mí, hijita”. Ante
cada frase, esbozaba una media sonrisa
Empezó siendo minúsculo, escuchaba comentario, sonreía e intentaba
seguir la corriente. No había pasado por mi mente que podía ser una burla
hasta ese momento. ¿Por qué hablaban de mi físico y no del de resto?
Preguntas de ese estilo empezaron a rondar por mi mente.
Los meses pasaron y las frases sobre mi físico se aglutinaron poco a poco
en un espacio de mi mente. Este patrón de recibir comentarios, como
mínimo, un par de veces al día empezaba a asentarse en mi mente sin que
me diera cuenta. Invisibles pero fuertes, ya no eran solo ideas, sentía que
podían desbordarse de mí y, por las noches, unas lágrimas caían en silencio
de mis ojos antes de dormir. Mi personalidad jamás había sido
confrontativa, guardaba lo que sentía para mí y al resto, siempre mostraba
una sonrisa. La excepción no sería esta, definitivamente.
Las palabras se tornaron en pequeños susurros en mis oídos que
escuchaba día tras día. Si me comparaban: más fuerte; si cambiaban de
tema: más leve. Los meses pasaron y llegó diciembre. Llegó el fin del
primer año de secundaria y ocupé el primer puesto de mi promoción.
Fotos, sonrisas. “Felicitaciones, Kimy” “Gracias”. Fotos con mi mamá,
orgullosa. Yo feliz porque lo estaba. Llegada a casa. “Kimy sacó el primer
puesto”. Abrazos, más felicitaciones. “Este verano te ponemos en vóley
para que bajes de peso y te veas más bonita” “Sí mamita, que ya no te va
a quedar el pantalón”. Media sonrisa. “Eres muy bonita, pero tienes que
bajar de peso”. Cena en familia. “Me voy a dormir” “Descansa”. Si alguien

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prestaba atención, se podía sentir un llanto contenido debajo de las
cobijas. Un llanto hasta quedarme dormida.
Para ese momento, una idea se había instaurado en mi mente: para verte
bien debes ser delgada. Así que, llegué a una determinación: Si mi físico
era un problema, debía cambiarlo. Eso me ayudaría a sentirme mejor.
Tomé entonces una decisión: dejaría comida en mi plato en los almuerzos.
Una reducción de la porción de lo que comía implicaba que bajaría de peso
por lógica, así que empecé a hacerlo.
Los primeros días fue sutil. Mínimo. Tan minúsculo, que ni yo misma me
daba cuenta. Un par de semanas después se volvió notorio. Mi abuela, me
increpó en uno de los almuerzos familiares. Mi mamá le dijo que no
exagere, que estaba bien que dejara comida, porque estaba muy subida de
peso. Nadie la contradijo. Debía estar bien entonces. Si a mi mamá le
parecía bien, no debía ser algo malo. Para ese entonces empecé a llevar un
taller de vóley. La combinación de deporte y reducir mi porción de comida
resultaron en la pérdida de unos pocos kilos que noté y mi familia, como
era de esperarse, aplaudió.
Un día de ese verano de 2012, mi madrina fue a visitarme y llevarme un
regalo. Era un polo que, a primera vista, se veía un poco chico pero que
me probé y sonreí al darme cuenta de que me quedaba. Algo en mi interior
se movió. Al llegar a mi casa por la noche, mi madre me pidió que se lo
enseñe y soltó un “no creo que te quede, seguro será para mí”. Su espíritu
sarcástico fue mi mejor aliento para probarme ante ella. Me probé, pues,
el polo para que viera que me quedaba. Ella llamó a mi abuelita y ambas

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celebraron. “Bajas un poquito más y ya te queda perfecto”. Media sonrisa.
Fui al baño luego de unos minutos y lloré. Me lavé la cara y nada había
pasado.
En un espacio de mi casa había un espejo en la lavandería, rectangular y
grande. Yo pasaba delante de él constantemente para observar cómo me
veía. Primero una vez al día, luego dos, después tres. Luego más. Me
miraba y trataba de identificar qué estaba mal allí, cuanto debía de perder
en los brazos, en el estómago, en todo el cuerpo. Una suerte de rutina que
empecé a repetir día tras día.
Uno día como cualquiera de ese verano, se me presentó una sensación
extraña. Culpa. Me había excedido en comer. Pensé en soluciones. Mi
corazón empezó a palpitar rápido por miedo. El sonido se extendió a mi
cabeza. Recordé que, días atrás, en un foro online había encontrado que
podía vomitar si eso pasaba. La sensación iba in crescendo. Me dirigí al
baño. Lo hice. Sentí alivio. Me cepillé los dientes y lavé la cara. Ese fue el
inicio de un ciclo que se repetiría cada vez que me sentía muy llena por
haber comido demasiado, hasta volverse una costumbre semanal. Cuando
menos lo noté, había vuelto al colegio. Los dos kilos menos del inicio ya
eran unos cinco. La baja de peso era evidente. Lo evidente, como es
sabido, se comenta: “¿Qué hiciste?” “Qué buena dieta, Kimy”. En casa,
incluso, mi mamá me empezaba a preguntar si comía bien y procuraba
verme mientras lo hacía. Cada vez, yo negaba cualquier otra posibilidad.
Durante el transcurso de las semanas mi peso iba bajando cada vez más.

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Más de un profesor, en ese lapso de tiempo, se acercó a mí para
preguntarme si todo estaba bien.
- Kimy, puedes quedarte un momento en el recreo?
- Sí miss, claro
- Kimy, ¿está todo bien?
- ¿Sí miss, por qué lo dice?
- Conforme está pasando el tiempo te veo cada vez más delgada
- (Sonrisa) Sí, es que he bajado de peso
- Sí, pero es mucho y no ha pasado tanto tiempo. Te veo muy
delgada
- No miss, no se preocupe, no es nada malo
- Puedes contarme si necesitas algo, ¿sí?
- Claro miss, gracias.

Había bajado de peso y lo sabía, pero tenía instaurada en mi mente la idea


de que no era suficiente aún y que era seguro que antes haya estado
realmente obesa, por lo que se notaba el cambio. No me sentía delgada a
pesar de lo que me decían. Estaban exagerando claramente. ¿Quién más
que yo misma para saber cómo me veía en realidad?
Mi rutina para bajar de peso incluía, para ese momento, un nuevo
ingrediente: esconder comida en papeles y luego botarlos. En el desayuno,
si tenía un pan con jamonada y leche, tomaba la leche, mordía un pedazo
del pan, lo masticaba y lo escupía en un papel el cual guardaba en un
bolsillo de mi casaca. Luego lo botaba en el tacho de basura. Nadie podía

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hurgar entre la basura y descubrir lo que estaba haciendo. Además, me
sentía llena. No podía comer si estaba llena, era lógico dejar la comida.
Una tarde, en medio de una conversación con mi mamá, sobre si todo
estaba bien, sentí la necesidad repentina de ir al baño y devolver mi último
almuerzo.
- Hija, tú sabes lo que son los trastornos alimenticios. ¿No piensas
que puedes estar teniendo uno ahora? Estas dejando muy seguido
la comida
- No mamá claro que no, yo no tengo nada. Mi pulso se aceleró.
Ansiedad. “tienes que ir al baño ahora”- me gritaba mi
subconsciente
- Tienes que decirme si pasa algo para poder ayudarte. Yo no me
voy a molestar contigo
- No mamá, en serio, no pasa nada. Quiero ir al baño, espera
- Kimy...

Corrí al baño. No podía cerrar las ventanas o sería sospechoso. El sonido


salió fuerte. Luego de limpiarme y cepillarme los dientes salí y ella me miró
a un par de metros de la puerta. Sus ojos estaban vidriosos. Las lágrimas
parecían no poder esperar para salir.
- ¿Por qué has vomitado?
- ¿Qué? No mamá claro que no, mi estómago esta raro desde hace
unos días
- Hija no me mientas, por favor. Dime la verdad. ¿Qué te pasa?

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Decidí no mentir, pero tampoco ser sincera. Le conté sobre una situación
que me ocurría para salir del paso:
- Desde hace unas semanas tengo una sensación extraña. Como un
ácido que sube por mi garganta y esto hace que quiera vomitar.
No te dije nada antes porque no quería preocuparte.

Mi mamá no se creyó la historia por completo así que me llevó a un doctor


de confianza. Era el doctor Cortés, un hombre de estatura promedio, ni
muy alto, ni muy bajo, de ojos achinados y cabello cenizo. Me conocía
desde que era pequeña y me tenía bastante estima. Él no fue inmune a mi
apariencia y, como todos, lanzó algunos comentarios al respecto, que
fueron interrumpidos por las preocupaciones de mi mamá y la historia que
yo le había contado pero que no terminaba de creer. Prudente como
siempre, el doctor dio su opinión:
- Lo que tiene son reflujos, ese regreso del fluido gástrico debe ser
por algún daño interno. Debe haber un problema con su
estómago. Llévala a esta dirección, en esta clínica le podrán hacer
una endoscopia y ver el interior. Según lo que te digan, procede.

Así pues, esa misma semana, un sábado, fuimos a la clínica. El técnico


encargado de hacer el examen me aplico una anestesia dentro de la boca e
introdujo un aparato con el cual podría ver qué era lo que tenía.
Repentinamente, una sensación de no poder respirar y querer desmayarme
me inundó. Escuché algunas palabras entrecortadas: “esófago” “solo si

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hay vómito” “diagnostico psicológico” “lo más pronto posible”. Desperté
y vi a mi mamá llorando. Me miró. Me abrazó muy fuerte. Lloré con ella.
Saliendo de la clínica nos dirigimos a un lugar para desayunar. Nadie decía
nada. Ella me animó a hablar. Asé pues, le conté todo. Cómo escondía la
comida, como me escondía para vomitar, mis rutinas de mirarme en el
espejo, como me media el diámetro del cuerpo. Le conté que lloraba
muchas noches y que pensaba que lo que estaba haciendo podía
controlarlo. El resultado que arrojaba esofagitis como producto de mis
constantes vómitos y un análisis de sangre posterior, indicaron todo lo
contrario.
- Vamos a salir de esto juntas, ¿sí? Yo te voy a apoyar en todo y voy
a estar aquí para ti. Perdóname hija, nunca quise hacerte sentir
mal. Jamás pensé que podía hacerte daño. Lo siento, Kimita.

Me sentí culpable. Por el daño que me hacía a mí misma y que no sabía


cómo detener y por lo que esto causaba en la gente que más me quería.
Tras contarle a mi madre lo que me sucedía me llevó a la psicóloga. Los
resultados de los exámenes señalaron que tenía Anorexia y Bulimia. Era
más que evidente que no podía controlarlo, lo que tenía era más fuerte que
yo, y sentí que no podría solucionarlo de ninguna forma. Pero mi mamá
estaba conmigo. Sus palabras me calmaron y pude empezar una nueva
etapa de mi vida. Pude, finalmente, sentir que podía estar bien
nuevamente.
- Todo va a estar bien. Vas a volver a estar bien- me dijo mi madre
mientras me abrazaba aquella tarde - Estoy aquí para ti.

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Kimy Ramírez

A través de esta crónica busco reflejar un poco de lo que fue mi experiencia durante la
primera parte de un proceso trastornos alimenticios. La negación, el temor y la
normalización de actos y hechos que viví hasta concluir con la identificación de lo que
estaba sucediendo y aceptar la ayuda que se me brindaba para poder iniciar así un
nuevo capítulo.

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EN COMPAÑÍA DE SU AUSENCIA

Aquella mañana, Ítala había salido de su casa. El peso de la noche anterior


se refugiaba en un oscuro par de ojeras pronunciadas: no pudo tener un
sueño tranquilo después de lo que había visto, tampoco luego de
permanecer horas en el hospital intentando desafiar a la muerte. Sus ojos
caídos observaron a la morgue con detenimiento. Tenía que entrar sola.

Por azares que nada obedecen a la norma, el cuñado de Ítala, Samuel, logró
entrar y la acompañó hasta el pasillo, marcado por rastros de sangre y
cadáveres desconocidos. Allí, miles de historias inconexas se unían por las
almas sin aliento. Ambos observaron el cuerpo de la adolescente de 17
años. Estaba completamente desnudo, con cicatrices del pasado y cortes
del presente, visible en un establecimiento sin privacidad. Allí, el cuerpo
sin vida era un ejemplar más para el personal que trabajaba diariamente.
No obstante, para Ítala se trataba del cuerpo de su única hija, el remanente
de la familia que alguna vez formó.

- Esas imágenes... nunca las voy a poder olvidar, confesó con un


tono triste.

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Ver varios cuerpos desconocidos manchados de sangre no fue una
experiencia sencilla, mucho menos tocar el de su hija lleno de cortes. Son
recuerdos que latirán en sus mañanas. Imágenes que nunca podrá olvidar.

La presencia de Samuel reconfortó a la mujer de 38 años. Además del


aspecto emocional que implicaba atravesar los pasillos con cadáveres,
aquel familiar le brindó ayuda importante para cambiar el cuerpo de la
adolescente.

La última vez

Luego de encontrar a su hija con una cuerda en el cuello, Ítala decidió ir


al hospital más cercano para poder reanimarla. Se intentó hacer una
Reanimación Cardiopulmonar (RCP). El señor vestido de blanco puso la
palma de la mano derecha sobre el dorso de la izquierda y presionó el
abdomen de la joven. Un ciclo. Ni un movimiento. Dos ciclos. Ni una
respuesta. Tres ciclos. Ni un halo de esperanza. Las manos entrelazadas
no habían logrado impulsar ni un latido en el corazón de Rosa.

“No se pudo”, comenta Leslie, prima de Rosa.

En medio del dolor, Ítala comprendió que no podría estar con ella otra
vez. La joven sufría de depresión desde hace dos años y, debido a algunos
cortes que se había hecho en la muñeca, había estado en el hospital
anteriormente. Esta vez no se trataba de cortes: esta vez era el aire y no la

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sangre lo que le faltaba. Ítala sabía eso. Lo había comprendido: esa sería la
última vez que su hija estaría en un hospital.

- También quiero irme de este mundo para ver a mi hija y estar con
ella- decía afligida, con sumo pesar. Las paredes de su casa acogían
a más de 10 personas - todos ellos, familiares -, pero sabía que la
casa no sería la misma sin ella: parte de la familia que ella había
formado, se había ido.

Con tristezas compartidas, los que estaban en el hospital trataban de


animarla. Ese día, su hermana Mary le dio un cálido abrazo, uno
significativo, con un apretón que encerraba pesar y consuelo. “Debes
seguir adelante”. Le dijo. Luisa, la hermana menor de las tres, también la
reconfortó. Le dijo que continuara, que encuentre un motivo para su vida.
Las tres hermanas habían estado juntas en los momentos difíciles y tanto
Luisa como Mary sabían que otra pérdida en la familia sería dolorosa.

De visitas a plantas

Durante los días siguientes, los familiares más cercanos decidieron


acompañarla. Ítala trabajaba como ama de casa, pero la señora que la
contrataba, al enterarse de la situación, le aconsejó acudir a un psicólogo
y le dijo que podía dejar de trabajar durante ese mes. Mary y Luisa, sus
hermanas, la visitaban con sus respectivas familias. Llegaban a su casa con

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las mascarillas que la coyuntura exigía, la saludaban con una sonrisa que
no se dejaba ver y la consolaban con unos ojos muy expresivos: el único
elemento del rostro que les permitía transmitir emociones.

Para llenar el silencio que la tristeza producía, conversaban sobre algunos


temas entre ellos, temas de familia, de la economía, del contexto, de
Rosa…

Y este último tema era muy frecuente. Porque Ítala introducía ese tema,
porque ella quería escuchar su nombre, porque lo mencionaba
constantemente para llenar su ausencia. A veces, para acompañarla, sus
familiares acomodaban algunas velas frente a las fotos de la adolescente;
en otras, Ítala cocinaba y todos se sentaban a la mesa para conversar y
tener una cena que hacía recordar a aquellas navidades familiares. Solo que
no era navidad, porque era mayo y no diciembre; y tampoco se celebraba,
porque el año no había dado motivos para hacerlo. Comían juntos con
los alimentos que les había enviado una familiar de Cajamarca, la madre
de Samuel.

En las noches, algunos familiares se turnaban para dormir con Ítala. Sus
sobrinas y hermanas la acompañaban los primeros días luego del incidente.
Ítala no quería dormir: no le gustaba esa experiencia. Dormir significaba
despertar: soñar con Rosa para abrir los ojos y darse cuenta de que ella ya
no existía.

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En una ocasión, Ítala compró un sofá cama para la habitación de Rosa.
Ella le había pedido ese mueble por algunos meses, pero la respuesta era
negativa debido al precio.

- Pero, ¿por qué lo compro? Si ella ya no está aquí- se lamentaba,


mientras miraba el mueble en el centro de la sala.

Durante el primer mes, Ítala decoró su casa en torno a Rosa. Llenó las
paredes de su casa con muchas fotografías de ella. Había fotos de cuando
ella era bebé, cuando era niña y adolescente. La casa era un espacio de
momentos congelados en el tiempo, con cuadros de recuerdos en las
paredes. Cada uno contando una historia, cada uno mostrando un pasado.
El pasado es lo que más evocan los delgados labios de Ítala. En las
conversaciones, solía y aún suele incluir el nombre de su hija. También
tenía un humor fluctuante. En varias ocasiones se enojaba con algunos de
sus vecinos.

- A mi tía no le gustaba que tomen- comenta Leslie- decía que por


eso Rosa murió - completó. Un matiz melancólico envolvía su
respuesta.

Luego de un tiempo, el cuarto de Rosa fue decorado. Tenía mucho de ella.


Ítala lo pintó de color celeste y le colocó los cuadros que Rosa hacía. A la
adolescente le encantaba pintar plantas y árboles, por lo que el cuarto
estaba lleno de cuadros con las pinturas que ella hacía. Pero no solo

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floreció en Ítala un deseo de redecorar el cuarto de su hija, sino también
por hacer aquellas cosas que a su hija le gustaba hacer.

- Mi tía cree que el don que tenía Rosa ha pasado ahora a ella-
comenta Leslie- últimamente está con las manualidades. Está
haciendo manualidades de cemento.

En un inicio eran portavelas. Eran esas las que utilizaba para rezar a su
hija. Utilizaba el cemento con sus manos, sin guantes y los moldeaba con
forma de portales. Luego fueron macetas. Su hija amaba las plantas.
Incluso tiene las manos quemadas por no usar guantes.

Soledad a destiempo

Ya han pasado tres meses exactos después de la muerte de Rosa. Ítala se


siente un poco mejor. En definitiva, no ha podido superar el recuerdo de
su hija. No es sencillo olvidar imágenes fuertes. Pero su familia intenta, en
la medida de los posible, ayudarla. En estos últimos días se enoja con
facilidad. Sus hermanas intentan comprenderla, pero no se puede sentir el
mismo dolor de otra persona. Continúa haciendo manualidades y creando
figuras curvilíneas que se asemejan a las plantas. Por ahora no quiere que
sus hermanas la visiten. Está con Rosa: mil fotos de ella la acompañan.

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Daniela Vásquez

Porque la muerte del decisor es la faceta más conocida del suicidio. Para aquellos que
desconocen del sufrimiento que permanece: aquí hay una muestra del solitario y triste
efecto de aquellos que rodean a quien alguna vez vivió.

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ANTE LA ESPERA DEL TIEMPO, EL AMOR

Se fue bien a la pilcha: el sombrero más elegante, el traje bien planchado y


los zapatos bien lustrados. Azul acero, corbata larga. Con una ternura que
nunca antes había visto, levantaban sus delgadísimas piernas que apenas
llenaban los agujeros del pantalón. Lacónico, dormido. Lo sentaron en su
cama y le pusieron la camisa, luego el saco, luego el sombrero. Yo
contemplaba la escena desde la puerta, absorta, escéptica, y miraba cómo
se aferraban a su cuerpo inerte, pálido y blanco (el flaco Spinetta tenía
razón), a la vez que acariciaban sus huesudas manos. Frío. Llanto.
Incredulidad. Lo levantaron de la cama y lo bajaron; ya no pesaba mucho,
así que eso facilitó su último paseo por las escaleras. Yo me le acerqué en
la tarde y pude ver su rostro cetrino, los ojos hundidos, sus brazos
cruzados sobre el vientre y su boca semiabierta: expresión de cansancio y
reposo eterno. Me resultaba difícil contemplar toda la escena sin llorar y
preguntarme ¿por qué? Ahora sé que nunca se me va a olvidar la imagen
de su siempre magro cuerpo, que otrora había soportado los golpes más
fuertes de la vida, descansando perenne en la comodidad de esa cama
blanquísima, suave y brillante.

Aquel viernes había amanecido con los restos de una tímida llovizna y con
el rocío fresco sobre las plantas; gris, húmedo. Invierno limeño, pues, que

24
mata todo con su frío helador y electrizante. La neblina reposaba aún
sobre las casitas del cerro y lo teñía todo de un blanco grisáceo; luego,
alrededor de las doce del día, un tímido sol asomaba como queriendo darle
un poco de color a ese cielo gris. Más tarde, en la madrugada, llamaron a
la puerta de mi cuarto: Papá no respira, dijeron. Abrí súbitamente los ojos
mientras escuchaba los pasos alejarse de quien había dicho eso. ¿Cómo? Me
quedé en la cama cinco minutos más; evidentemente, (creía que) era un
sueño. Estaba esperando a que mi madre regresara para decirme que todo
estaba bien, pero al ver que no volvía, me tuve que levantar. Todos ya
estaban despiertos y yo me acercaba lentamente, caminando bajo la
oscuridad de esa (nunca antes llamada con más razón) fría madrugada.

Mi madre había abandonado totalmente su racionalidad desde el momento


en que llamaron a la puerta de mi cuarto. Repetía constantemente, con los
ojos fijos en la nada, que su papito estaba descansado y que cuando
amanezca lo vamos a llevar al hospital. Sí, él está durmiendo, él está bien-
le dijimos mi hermana y yo (que tampoco creíamos lo que estábamos
viviendo), porque no aceptaba otra respuesta. Pero ya era demasiado tarde;
esta vez sus ojos se habían cerrado durante la madrugada fría del
penúltimo sábado del mes de julio. Para siempre.

***

Convivir con la angustia y la incertidumbre era cosa de todos los días. Por
un lado, estaba la información que llegaba diariamente -como si se tratase
de misiles-, que advertía y atiborraba a todos del peligro mortal que
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significaba la llegada del nuevo coronavirus; por el otro, las trasnochadas
que hacíamos todos. De pronto, la casa se cargó de pesadillas, de
esperanzas, de frustraciones, y todo ese ajetreo provocaba una tensión que
se respiraba durante el día siguiente. Era como si alguien hubiera sabido
algo y todos supieran que ese alguien lo sabe, pero nadie se atrevió a decir
algo, nunca.

El ocaso de su vida empezó al mismo tiempo de la declaración de la


pandemia y posterior estado de emergencia; así, este hecho definió un
antes y un después, no solo en su vida, sino también en las nuestras.
Repentinamente dejó de frecuentar el club, las tiendas de repuestos (las
malvinitas), el puesto de periódicos de la esquina y el mercado al que iba
de tiempo en tiempo para comprar sus frutitas. Nadie pudo advertirlo,
pero el coronavirus había llegado dispuesto a arrebatarle los últimos rayos
del sol y dejarlo sumido en una profunda oscuridad de la que nunca se
pudo librar. Incluso cuando todavía podía caminar y la preocupación solo
era darle de comer, veía cómo su vida se iba apagando con el discurrir del
tiempo, mientras mi madre y mis tías se desvivían en esfuerzos por
brindarle calidad a su vida; y lo lograron, pues sus fuerzas ya lo habían
abandonado y no daban atisbos de querer regresar. Sin embargo, un día
pareció abandonar el marasmo en el que estaba y, casi mágicamente,
empezó a mostrar indicios de querer comer un poco más y de hablar con
fluidez, aunque ya sin mucha coherencia. Era algo simple como lo que
hacemos todos: seguir viviendo.

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Las tareas propias de la casa, intercaladas con las de la universidad (virtual),
empezaron a estresarme y todo ello se tradujo en una ansiedad por no
saber si habrá un mañana en el que todo pueda volver a la normalidad. El
trabajo escaseaba y conseguir dinero para las compras de la semana se
tornaba cada vez más difícil; y de conseguirlo, casi siempre terminaba en
alguna discusión para determinar qué se compraría y qué no. Pero en ese
decurso de las cosas, nunca me sentí sola. A pesar de que este año se tornó
amargo, insulso y agobiante, las circunstancias me acercaron a personas
maravillosas. Durante esos primeros meses del año (marzo-junio), me
sentí feliz de contar con personas ajenas a mi familia con quienes podía
recrear un locus amoenus, porque esta ridícula pandemia -al menos- sirvió
para reforzar las relaciones con mis amigos enormemente. Entonces,
todos los sábados por la tarde empecé a tener una reunión semanal para
jugar calabozos y dragones, para reír y para conversar (todo virtualmente),
de las tareas que nos faltaban hacer, de las que no queríamos hacer y de
las que disfrutábamos hacer, aunque todo el mundo (mi mundo) estuviera
cayéndose a pedazos.

Y entonces, cuando a veces todo parecía inextricable, hallaba el alivio que


necesitaba cuando llamaba a mi indefectible y sempiterno amigo, y le
contaba lo que sucedía; él me supo escuchar con cariño, paciencia y amor
siempre. Y luego para ya no pensar más en eso mejor hay que hablar de
otras cosas, y así pasábamos interminables horas con el celular al oído e
intercambiando mensajes de texto, acompañándonos en la distancia,
porque bien lo pensó Ortega y Gasset un día: este amor, que no significa

27
unión física, ni siquiera proximidad, se refiere a nuestro amigo que vive
lejos y del que no sabemos nada. Es una unión en la que estamos con él
en una convivencia simbólica, donde nuestra alma parece dilatarse
fabulosamente, parece salvar las distancias y, esté donde esté, nos sentimos
en una esencial reunión con él. Todo eso se lo dije cuando –con lágrimas
en los ojos, las manos temblando y con el corazón y el alma destrozados–
le escribí: por favor, no te alejes de mí. Nunca, estaremos juntos siempre,
te lo prometo, me respondió; y aquel mensaje fue lo único que pudo
mantenerme con algo de vida en ese momento. Él y yo (mi mejor amigo
y yo), hemos estado juntos desde aquel lejano septiembre del 2018,
esperando todo este tiempo para poder sentirnos de nuevo, porque ahora
más que nunca hay ganas de volver, de amar y de no ausentarse. Porque seguimos
soportando la pesadumbre de vivir confinados un mismo tiempo que se
hace infinito, sintiéndonos a miles de millas de distancia, pero a la vez tan
cerca como si durmiésemos en habitaciones contiguas o viviésemos en la
misma casa y así, el tiempo se hace corto.

***

Recién a las seis de la mañana pude entender todo: era mi abuelo.


Recuerdo con mucho amor que le apasionaba fabricar repisas y mesas;
reparar focos, timbres y duchas; contar chistes y también anécdotas,
porque una vez que empezaba a hablar podía pasar horas de horas
narrando su vida como si fuera una novela, dejando lo mejor siempre para
el próximo capítulo, aunque esta vez ya no hubo tiempo de un último. Su

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vida ahora nos sirve de ejemplo, pues en cada acción que hizo siempre
estuvo presente el amor. Hasta el final, hasta su último respiro. No
recuerdo ninguna vez en que nos haya hablado con desdén o enojo; su
trato fue de hijita, hijito, papito, mamachita y siempre estaba dispuesto
para cualquier cosa que él se sintiera capaz de hacer. Era el primero en
despertarse y apuntarse en la comisión de ir a recoger a algún tío o tía de
la agencia cuando venían de viaje; el primero en ofrecerse a sacar una cita
en el hospital para quien quiera que lo necesitara; el primero dispuesto a
llevar documentos a algún ministerio en caso de que alguien quisiera
postular a un puesto de trabajo. Le gustaba ser el primero en todo, tanto
así que también fue el primero de mi familia en irse, cuando era de quien
menos lo veíamos venir. Se veía más fuerte que nosotros, aun a sus 83
años, porque nadie nunca le vio usar un bastón, ni siquiera lentes.

Ahora esta casa -llena de grietas y filtraciones de humedad-, con las


paredes desgastadas y áreas que todavía faltan construir, siente su ausencia.
Durante las últimas décadas, Él se encargó de llenar esas fisuras con amor.
Puertas, interruptores, mesas. Son objetos que se encargan de recordarnos
su afabilidad y que fueron fabricados con amor porque Él era amor y había
amor en todo lo que hacía y decía. Su amor es lo que permanece. Lo que
nos quedó. Lo que nos dejó. Por eso siempre nos hará tanta falta, no
porque ya no haya quien fabrique repisas, sino porque no hemos
aprendido lo suficiente cómo es amar, así como él lo hacía.

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Leslie Arestegui

A mi Papá José, por habernos heredado su infinito amor. Y a Jacob, por ser quien
estuvo conmigo en todo momento cuando eso sucedió. Eres la persona más divertida y
tierna que conozco, gracias por aceptarme en tu vida y permanecer aun después de tantas
idas y vueltas.

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NADIE LO VIO

Era una mañana de junio, había acabado el receso y subí las escaleras al
segundo piso donde se encontraba el salón, cuando entré escuché que un
grupo de compañeras murmuraban inquietas. Una de ellas se acercó a mí
y me preguntó: ¿Has visto mi lapicero? Es un pilot color rosa. Solo le di una
mirada confundida y negué con la cabeza. El perder un lapicero no era
algo del otro mundo, el verdadero problema era que no solo se había
perdido un lapicero. Yo no encuentro mi borrador. Tampoco encuentro mi lapicero.
Yo dejé el mío aquí. El pequeño grupo de antes empezó a quejarse y parecía
que a todas les había pasado lo mismo. Mientras el barullo continuaba me
percaté de un curioso patrón entre las cosas desaparecidas, todas
pertenecían a chicas y eran artículos llamativos: resaltadores pastel, lápices
con diseños, borradores con olor. El ladrón parecía tener gustos definidos.

Cuando la profesora entró, la rodearon para explicarle y haciendo oídos


sordos, dijo: Luego de la clase veremos “eso”. Y así, por una hora se sintió la
mirada acusadora de las afectadas hacía cualquier sospechosa (porque
claro, ninguna pensaba que un chico escondía esa clase de raras fijaciones)
hasta que la profesora decidió ir al baño y resultó que “eso” también era
su asunto.
¿Quién cogió mi jabón líquido del armario?, su voz denotaba tanto enojo que se
le olvidó hablar con propiedad. Todos nos miramos, nadie respondió. El

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jabón líquido de la profesora tenía aroma a cereza, parecía caro y muy
pocas veces lo prestaba, permanecía en el armario junto al escritorio de
maestros. El silencio se mantuvo unos minutos más y llegamos a un
consenso mental, esto no podía ser una coincidencia. Pero… ¿jabón
líquido?

Muy bien, quiero que todos abran sus mochilas, voy a hacer una inspección, se volvió
a enderezar y empezó por los asientos junto a la pared derecha, tardaría
un poco en llegar a mí (tercer asiento junto a la pared izquierda, siempre
seguro, los profesores no solían notar a los alumnos de media fila). ¿Por
qué no abres tu mochila?, una vocecita aterciopelada se escuchó delante mío,
levanté la cabeza pensando que se dirigía a mí, pero la chica que habló
tenía su mirada puesta en otra persona quien no tardó en responder con
prepotencia: La miss está allá, cuando llegue a mi sitio la abriré. Las que hablaban
eran Gabriela (Gabby, para los amigos) y Victoria (ella no tenía tantos
amigos), ambas se sentaban en el primer y segundo asiento
respectivamente.

Ellas eran conocidas en el aula de tercer año de secundaria como las “cero
compatibles”. Una era sociable y agradable, mientras que la otra era
solitaria y fría. Una sonreía; la otra hacía muecas. Una tenía los ojos claros
castaño-caramelo, dulces y risueños; la otra los tenía oscuros y opacos,
honestos pero crueles.

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Ah, bueno, yo te sugiero que la revises, el tono dulce característico de Gabby
cambió. Rodó los ojos y volvió a mirar al frente, dejando a Victoria y a mí
completamente mudas. Parece que no fui la única que sintió el desdén en
esa frase y su actitud extraña, bueno… Después de ese incómodo
intercambio de palabras, Victoria procedió a hacer lo pedido. Cuando jaló
la cremallera del primer bolsillo, su rostro palideció quedando helada por
varios segundos. Quise preguntar qué sucedía, pero la respuesta llegó a mí
al instante.

Aquí están, su voz salió como un pequeño murmullo al principio.


¡Todas las cosas están aquí! Pero luego levantó la voz de tal manera que la
profesora y todo el salón voltearon a verla. Al no recibir reacción, Victoria
puso todas las cosas sobre la mesa y de su maleta salieron lapiceros de
colores, resaltadores pastel, borradores con olor y un frasco de jabón
líquido con aroma a cerezas. Vengan a recoger sus cosas, se había puesto de
pie y su voz sonaba tranquila. Pero yo, que estaba atrás, pude notar que
sus piernas temblaban, que sus manos se volvían puños sobre su carpeta
y que sus ojos se enrojecían. Un cambio de actitud brusco tomando en
cuenta su conversación anterior. Quería mantenerse fuerte y yo no iba a
delatarla, por lo que me quedé callada.

Todas las compañeras buscaban sus pertenencias entre el pequeño cúmulo


de cosas, la profesora también se acercó y le habló: ¿Cómo encontró las cosas?,
la miss estaba perpleja y no la culpo, Victoria era el antónimo de todo lo

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problemático y si no fuera por el llamado de asistencia nadie notaría que
estaba ahí (seguro se asustó porque nunca pensó oírla levantando la voz).
Estaban en mi mochila. La respuesta de Victoria no le fue satisfactoria e
insistió: ¿Simplemente aparecieron allí?, la maestra la observó detenidamente,
como si hacerlo le asegurara que diría la verdad, pero solo logró que los
ojos oscuros de Victoria se afilaran: Estoy segura de que no, pero en todo caso yo
no fui quien las puso allí, yo tengo lápices y borrador y si quisiera los resaltadores o el
jabón compraría unos, le volvió a responder con palabras lógicas, fastidiada
por las insinuaciones de la profesora.

Bueno… Entonces ¿Quién puso las cosas en la mochila de su compañera?, interrogó


la profesora recorriendo cada espacio del aula con su mirada, carraspeó un
par de veces al ver que obviamente nadie respondió. ¿Realmente cree que
alguien lo confesaría así sin más? Si nadie fue, entonces nadie saldrá. Mierda,
realmente cree que alguien lo confesará. Llamaré al coordinador y a la psicóloga,
todos se quedarán hasta que aparezca el culpable. No se quedará así. Pero realmente
se quedó así y todos salimos sin mayor discusión, porque nadie confesó.
Nadie lo vio.

Qué loco lo que pasó hoy, ¿no?, dijo mi amiga Sandra mientras nos dirigimos a
la salida para esperar a nuestra movilidad. Aunque no me creí eso de que no
íbamos a salir. La verdad yo creí que demoraría un poco más… El mostacho se veía
molesto y la psicoloca por poco y nos manda a todos a terapia, dije intentando

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bromear. Teníamos por costumbre ponerles apodos a todas las
autoridades del colegio, rebeldía adolescente quizá.

Como joden, no es como si supiéramos quién fue, piensan que lo estamos escondiendo…
¿Crees que alguien le tenga cólera a Victoria?, la pregunta de Sandra era difícil
de responder, Victoria era descuidada y franca al hablar, pero era parte de
su humor, nunca la vi pelearse realmente con nadie ¿Provocó con palabras
a quién no debía? ¿Ofendió a alguien sin querer?

No sé, eso era todo lo que podía responder (sobre alguien que no conocía
muy bien). Y entonces llegó a mi memoria la extraña actitud de Gabby
justo antes de que encontrara los objetos.

El armario siempre está con llave y solo la pueden solicitar los delegados y tenemos como
cinco, uno de ellos debió ser. A pesar de que el punto de Sandra fue discutido
cuando llegaron las autoridades estudiantiles, no se pudo probar nada.

¿Crees que fue... Gabby?, solté eso sin pensarlo mucho, ella era la delegada de
aseo, ella una de los que tenían acceso a la llave. No era una idea
descabellada. ¿Por qué Gabby? O sea, no me cae, pero eso es porque sonríe mucho.
Mi amiga tenía la fuerte convicción de que “Las personas que actuaban
como muy buenas, no eran buenas en lo absoluto”.
No sé. No sabía si explicar lo que vi o no, tal vez me estaba equivocando y
solo veía cosas, como toda una paranoica.

35
***
Pasaron tres meses sin incidentes y ahora estábamos en clase de Educación
física. ¡Muy bien, chicos! ¡A cambiarse! Nuestra escuela reemplaza las clases
comunes de gimnasia por clases de natación, esta era una de las razones
por la que mis padres me pusieron en esta escuela.

¡Hace mucho frío!, dijo Sandra pegada a mí por el brusco cambio de


temperatura, no importaba si la piscina estuviera temperada, una vez sales
de ella todo el aire frío del ambiente te golpea como si fuera invierno (¿Lo
era?).

Vi a Victoria temblar a la orilla con los pies aún dentro del agua, con una
toalla sobre sus hombros, siempre era la última en salir, no le gustaba
cambiarse con todas las demás. A veces ella misma se aislaba. Durante
estos meses la psicóloga tiene charlas con ella de vez en cuando, para
comprobar que todo siguiera en orden (no le gustaban esas reuniones y se
levantaba de su sitio a regañadientes, había un acuerdo tácito de no
comentar cada que esto sucedía).

¡Ah, olvidé mi toalla! No parecía ser el día de Sandra. ¿Quieres que te la traiga?,
me ofrecí. Sí, porfa y gracias de paso. Solo reí ante su respuesta y me dirigí al
baño, dentro se encuentra la banqueta donde dejamos nuestras
pertenencias, para evitar que las cosas se mojen en el piso húmedo.

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¿Brigitte, eso es tuyo? Diana, una de nuestras compañeras, me interceptó en
la puerta, detrás vi a un grupo que aún se encontraba cambiándose.
Cuando le pregunté a qué se refería, me señaló un uniforme tirado en el
piso. Blusa, falda, medias y hasta la cinta yacían en las losetas azules,
totalmente empapados.

No, mi uniforme está en mi mochila, contesté. Por temor revisé, mi uniforme


estaba adentro, suspiré de alivio. ¿De quién podrá ser?

Diana me comentó que todas las que estaban en el baño confirmaron que
no era suyo. Solo faltaban dos personas, Sandra y Victoria, que aún no
entraban. Le entregué su toalla a Sandra y llamé a Victoria para que
verificaran. Es el mío. Victoria observaba su uniforme con detenimiento y
asombro, continuaba con su toalla y el bañador puesto, gotas de agua caían
sobre su ropa resbalando por su pelo mojado.

Volvía a pasarle algo extraño, todas la miramos calladas hasta que Diana
se atrevió a decir Seguro se debe haber caído. La fría mirada que le dirigió
Victoria al escuchar eso estaba mezclada con incredulidad No, estaba en mi
mochila, cerrada. Y curiosamente esa mochila está en la banqueta sin ningún rastro de
humedad. Su tono sarcástico solo remarcaba lo que me parecía obvio,
alguien tuvo que haberlo sacado. Genial, Ahora, ¿qué? ¿Tomaré la siguiente
clase en ropa de baño? La risa desganada que soltó Victoria intentaba desviar
la atención de sus ojos enrojecidos, otra vez.

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Tuvieron que llamar a sus padres, para que le trajeran un cambio de ropa
y no volvió a la siguiente clase. Observé de lejos como su madre se veía
inmensamente preocupada, la psicóloga hablaba con ella y Victoria, ya con
ropa de calle, miraba a la nada sin responder ninguna pregunta.

Se notaba su incomodidad por cómo la observaban. Para una persona


acostumbrada a caminar en las sombras, le suponía una tortura exponerse
al sol.

Esta vez se pasó, si es Gabriela la que hace esto, está loca. No podía estar más de
acuerdo con lo que dijo Sandra, busqué con la mirada a la susodicha y la
encontré hablando con Diana, tan sonriente como siempre. Nuevamente,
no había testigos ni pruebas, solo sospechas.

***
Llegó diciembre, era el último día de escuela y estábamos decorando el
salón para recibir a los padres que vendrían a la clausura. Preparamos un
periódico mural gigantesco para poner los nombres de todos en el salón,
no estaba entre las encargadas de eso, solo ayudaba moviendo mesas.

¿Qué cosas son las que más te gustan, Brigitte?, me preguntó Gabby mientras me
miraba cálidamente y preparaba un papel en blanco para las respuestas, al
ver mi rostro interrogante continuó Es que estaba pensando en poner junto a

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nuestros nombres, dibujos o stickers que nos identifiquen a cada uno. Sería un bonito
recuerdo.

Explicado eso le respondí y la ví acercarse a otro compañero a preguntar


lo mismo. Cuando te habla tan pacientemente no puedes evitar sonreír.
Aún si los incidentes se detuvieron por segunda vez no estaba segura de
qué pensar. Por momentos sentía que mis sospechas estaban seguras y por
otros que me estaba equivocando.

La psicóloga y el coordinador, nos dijeron, unas semanas después del


incidente de la piscina, que ya sabían quién era el culpable de todo y que
ya se le había dado su debida advertencia. ¿Advertencia? Pensaba que lo
expulsarían o al menos una suspensión, pero no. Advertencia.

***
Cuando llegó el atardecer y subíamos las escaleras al segundo piso por
última vez, presenciamos lo que sería el último acto del extraño
ladrón/saboteador sin rostro.
El nombre de Victoria escrito en tinta negra con notas musicales alrededor
había sido reemplazado y en su lugar colocaron un papel cuadriculado
arrancado de un cuaderno con su nombre escrito con lápiz en letras
capitales. Recordé las palabras de Gabby “Cosas que nos identifiquen”. En esta
ocasión, no hubo mucha reacción de Victoria. No dijo absolutamente

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nada y se dispuso a alistar sus cosas para irse. Se veía cansada y sin ánimos
de reclamar.

Yo tengo por costumbre quedarme hasta que todo el mundo se vaya, ver
por última vez el espacio y pararme al frente a decirle babosadas a las sillas
vacías. Este era mi bonito recuerdo. Victoria me sorprendió por detrás
cuando ya creía estar sola: ¿Aún no te vas? Ante su sorpresiva aparición traté
de buscar una excusa. No, solo estaba… buscando algo. Gran excusa.
Ah, yo venía a hacer algo, no me hagas caso. Dejó su mochila en una de las
carpetas vacías y se acercó al periódico mural, de repente agarró uno de
los carteles y lo rompió. Al suelo caían los pedazos de un nombre escrito
en tinta rosa con flores de colores alrededor. El cartel con el nombre de
Gabriela.

No reclamé, no pregunté, pero al ver que no hacía nada, ella decidió


hablar: Iba con ella a la primaria y sé lo que es capaz de hacer. No sabía si
entrometerme, pero solo tendría una oportunidad (dudo que continúe en
esta escuela, todo aquí era extrañamente problemático) así que cedí a mi
curiosidad y pregunté: ¿Por qué? Digo, ¿Qué hiciste para que ella te haga esas
cosas? Ella me observó a los ojos un momento, miró al suelo, a los pedazos
del cartel y me respondió -No lo sé, creo que solo fui una mala amiga- Sus manos
recogían los trozos de papel y su mirada se tornó nostálgica. Aunque
tampoco aseguro que fue ella, esto fue solo un impulso, una locura de fin de año.

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Luego de eso decidí cambiar de tema, armamos aviones de papel con
material del salón (técnicamente era nuestro no nos lo podían reprochar)
y hablamos todo lo que pudimos haber hablado en el año. Terminé
pensando “Oye, creo que... pudimos haber sido buenas amigas”. Si alguien
pregunta, no estuvimos aquí, dijo mientras lanzaba su avión de papel amarillo
a la pizarra. Yo sostuve entre mis manos un avión rojo magullado, lo
golpeé un par de veces contra mi palma y le respondí: Descuida, nadie lo vio.

Brigitte Avellaneda

Este es el suceso más extraño que he vivido como estudiante de secundaria, es tan “de
película” que muchas personas no me creen cuando se los cuento. Pero estos ojos y el
avión de papel rojo que aún guardo en mi cajón, están ahí para decirme: Sí, yo lo vi.

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HASTA LA MUERTE DE MI PADRE

“Uno, dos, tres, cuatro, cinco… otra vez” fue lo único que repetía mientras las
lágrimas reflejaban el dolor en su alma. Quince insuflaciones por minuto,
cada insuflación no debía pasar los cinco segundos. Se sorprendió por lo
bien que recordaba aquella información. Durante el último año escolar no
había prestado atención a las clases, pero recordaba perfectamente las
indicaciones necesarias para prestar primeros auxilios.

Protección, eso sentía cuando estaban juntos. A pesar de que la mayor


parte de su vida transcurrió en el trabajo. Sin embargo, siempre hubo
protección, amor y apoyo. Todo lo que se debe brindar a una hija durante
su crecimiento. Incluso, cuando su familia no estuvo de acuerdo con su
decisión de formar parte de la liga de vóley, él fue quien apoyó su mayor
sueño, fue el único.

Era fácil reconocerlo a la distancia. Un metro setenta, trigueño, cabello


oscuro y sonriente. No se parecía a ella, tampoco a sus hermanos. Hasta
que nació el menor, eran dos gotas de agua. Desde que recordaba, él
trabajaba de sol a sol en empresas relacionadas con fundición. Después de
que la primera empresa quebró, él se vio obligado a conseguir trabajo en
otro lugar, también dedicado a fundiciones, con un salario mucho menor
al mínimo y sin las condiciones básicas de protección para los trabajadores.

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Sin embargo, él siempre decía que mientras sirva para llevar pan a la mesa,
el trabajo, estaba bien.

En realidad, el segundo trabajo no fue en una empresa, sino en lotes que


funcionaban de manera clandestina. Pequeñas áreas donde fabricaban
piezas metálicas como tapas para buzones y alcantarillado. Trabajaban sin
máquinas, usualmente realizaban excavaciones en el suelo para fundir los
metales y posteriormente realizar modelados. Los trabajadores no tenían
vestuario laboral para repeler salpicaduras o evitar quemaduras, trabajaban
con ropa de casa como short y bividí debido a las altas temperaturas. No
tenían protectores faciales y oculares, como cascos y lentes. Tampoco
tenían tapabocas, pese a estar expuestos a contaminantes y polvo de los
metales. Mucho menos contaban con guantes, calzado de seguridad o
protección auditiva. El pago era semanal y proporcional a la cantidad de
pedidos que realizaban las ferreterías, pero servía para comprar alimentos.

Él despertaba muy temprano. Todas las mañanas después de tomar


desayuno, solía preparar té con limón en su botella favorita de vidrio, una
muy curiosa con corcho en lugar de tapa, y tras revisar qué panes eran los
más grandes, untaba mantequilla y los metía en una bolsa. Cuando eran
tiempos difíciles, pan con soledad directo a la bolsa. “Estás agarrado por
tanto pan” –solía decirle Mercedes cuando encontraba a su papá
preparando su merienda. Él solo sonreía y se despedía, sería un largo día
de trabajo.

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Cuando preguntabas en las esquinas, lo conocían como “el siempre
trabajador” y “amiguero Narcizo”. Sin falta esperaba cada sábado para
reunirse con los directivos del campeonato que se realizaba a las 10 a.m. y
por las noches, sin falta lo esperaban un par de cervezas junto a sus amigos
de la cuadra. Para ella no fue sorpresa verlo llegar los domingos por la
tarde pasado de copas. Tampoco fue sorpresa cuando lo escuchó toser la
primera vez; los inviernos en Independencia eran largos, frescos, secos y
ventosos. Sin embargo, no imaginó que ese sonido sería algo natural en
casa durante los próximos años. También se volvió familiar ver, contar y
clasificar los caramelos de colores para los malestares.

“¿Para qué son las amarillas?” –solía preguntar a su hermana, intentando


recordar. “¿No eran pa’ la fiebre? Escríbelo en la bolsa” –respondía ella,
mientras agrupaba las de color rojo. Esas fueron las conversaciones
habituales que solían tener cuando regresaban del hospital, cuando la
situación parecía mejorar. El único medicamento que no olvidaba era la
famosa Quemiciclina, escrito en su memoria pese a las actividades del
hogar como cocinar, limpiar la casa y cuidar al menor de sus hermanos.
Como era difícil que sus hermanos recuerden qué medicina debían
comprar, ella empezó a llamarlo “pastillón”, milagroso para las infecciones
estomacales.

A veces se preguntaba cuánto tiempo había tardado en notar que aquel


delicioso té con limón acompañado de panes nunca fue preparado con la
intención de ser merienda, sino como fuente de energía para todo el día.

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También se preguntaba cuánto tiempo había tardado en notar que las
apariencias engañaban. Él no estaba flaco, pero estar en su peso ideal no
fue sinónimo de estar sano. “¿A dónde iba el poco dinero que ganaba?”
se preguntaba. Claro que sabía la respuesta, a las reuniones sabatinas.

Un mes en el hospital, alta hospitalaria, volver a casa, hacerse el valiente y


trabajar pese al dolor, un ciclo sin fin. Los dueños de la empresa poco
interesados en su salud, solo preguntaban si era una enfermedad
contagiosa. Cuando él explicaba que no era contagiosa, ellos respondían
que él podía trabajar si aún era eficiente. Los encuentros de fin de semana
con sus amigos no pararon. Los malestares tampoco, posteriormente se
volvieron permanentes y cuando parecía mejorar, enfermaba de nuevo.
Esa rutina duró casi dos años.

Durante ese tiempo, las charlas sobre la situación económica que


atravesaban como familia se hicieron más frecuentes, madre y hermanos
mayores salían de casa en busca de trabajo. Cada semana había un
interrogatorio semanal. “¿Con qué dinero has estado tomando? ¿Acaso tomas
gratis, Narcizo? ¿Ah?” –preguntaba antes su madre. Cuando la situación
empeoró las preguntas iban dirigidas a sus hermanos: “¿Acaso no piensan
trabajar? ¿John? ¿Saúl? ¡La plata que su hermana y yo traemos, no alcanza!”.

Al día siguiente cuando sus hermanos buscaban pasta dental, jabón o papel
higiénico, no encontraban. No porque se hubiesen agotado, aunque solo
era cuestión de tiempo, sino porque su madre cansada de la situación había
escondido lo necesario para el aseo. Un ultimátum para que busquen

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trabajo y ayuden con los gastos en casa. Aun con problemas familiares, su
padre fue el único que nunca le reprochó, incluso cuando supo que a los
diecisiete años estaba embarazada.

Transcurrieron un par de meses y llegó diciembre, pero las cosas no


cambiaron. Los problemas y los caramelos brindados por el seguro fueron
el banquete durante la cena de Navidad y Año Nuevo. Lo único que
cambió fue el diagnóstico. La primera vez, los doctores, no encontraron
razones para el malestar que presentaba. Tiempo después el diagnóstico
fue tuberculosis. Luego, cambió a bronconeumonía. Durante la última
etapa de embarazo de Mercedes, los doctores comunicaron que se trataba
de cáncer de pulmón. Cuando tuvo en brazos a su bebé, el diagnóstico fue
edema pulmonar.

La tarde en que todo sucedió transcurría como un día normal. Ella estaba
a cargo de las actividades de la casa y de cuidar a su papá. Cuando
escuchaba su famoso silbido, caminaba hacia el cuarto y lo ayudaba a
trasladarse desde la cama hasta el baño. La falta de fuerzas se había
intensificado durante las últimas semanas, por lo que solía dejarlo dentro
del baño y volvía cuando escuchaba otro silbido. Mientras le brindaba
minutos de privacidad en el baño, pasaba por la sala para verificar que
Helen, su hija de seis meses, y Brayan, su hermano de cuatro años, se
encuentren bien. Posteriormente se dirigía a la cocina para seguir
preparando el almuerzo. Cuando los minutos pasaron, el silencioso baño
solo podía significar algo malo y el miedo inundó sus pensamientos.

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No importó el peligro que implicaba dejar la cocina de kerosene prendida
con niños en casa, corrió en dirección al baño y tocó la puerta, pero no
obtuvo respuesta. Para bien o para mal, como solían quejarse a menudo,
la puerta no tenía seguro. Entró al baño y la imagen de su padre fue difícil
de procesar, lo encontró sentado con la cabeza agachada y el cuerpo
apoyado en la pared. Todo sucedía en cámara lenta. El cuerpo casi frío y
el espacio exacto para el retrete jugaban en su contra. No había
condiciones para recostarlo en el piso y presionar su pecho. En su
desesperación comenzó a darle respiración boca a boca, no supo si de
manera correcta o incorrecta, pero funcionó. Rápidamente buscó frazadas,
para envolver el delgado cuerpo de su papá cuando sintió que lentamente
volvía a respirar.

Vivían en Los Quechuas, así que era imposible conseguir taxis. Los taxis
solo pasaban por la Avenida Túpac Amaru y llegar hasta ahí tomaba
aproximadamente media hora caminando o nueve minutos en cocorocos.
Los cocorocos eran colectivos antiguos cuyo paradero inicial era La Pista y el
último, Los Quechuas. Cuando llegaron a la avenida subieron en el primer
taxi que encontraron, sin importar cuánto dinero costaba llegar al hospital.
Dentro del carro, hacía lo posible para dejar de llorar y buscaba darle calor.
Se preguntaba si esas frazadas eran suficiente para mantenerlo caliente o
si debió envolverlo con unas más gruesas. De rato en rato, apretaba su
mano, solo para asegurarse que aún estaba ahí, que aún podía protegerlo,
tal y como él hizo con ella durante los últimos dieciocho años.

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Fueron tres largos meses sin escuchar sus silbidos y sin que la busque,
porque él siempre la buscaba. Fueron tres largos meses esperando con el
corazón en la mano a que regrese a casa como en ocasiones anteriores,
pero el tiempo solo pasó y las bolsitas de té seguían en su sitio. “¿Ya
terminaste?” –escuchó que preguntó su hermana desde la entrada de la casa.
“¿Cuánto tiempo podré vivir con este vacío en el pecho?” -se preguntó
internamente, al mismo tiempo.

“Sí, ya vamos” –respondió, mientras cargaba a Helen y tomaba de la mano


a Brayan para subir al bus. Era noviembre, ropa negra y ojos hinchados.
Dentro del bus, recordó la última vez que lo vio en el hospital, sin poder
creer que aquel hombre era su padre. Solo quedaba hueso y pellejo de
quien solía bromear acerca de su buena sazón en la comida, de quien
apoyaba su desenvolvimiento en los deportes y de quien la dejaba salir a
fiestas junto a sus hermanos mayores. “¿Cuándo fue la última vez que lo
escuchó silbar?” se preguntó de nuevo. En el patio de la casa, donde solía
jugar de niña, aún escuchaba sus silbidos avisando que estaba llegando a
casa.

Fue difícil ver llorando a su hermana mayor cada vez que llegaba del
hospital durante el último mes. En ocasiones porque discutía con los
doctores por la falta de interés en encontrar cuál era el mal que lo mantenía
enfermo. “Desde que ingresó, le cambian el nombre, no sabemos qué tiene” –
escuchaba entre lágrimas mientras hacía dormir a Helen. En tres
ocasiones, cuando las muestras de líquido cefalorraquídeo se extraviaron

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y los doctores no encontraron explicación para lo sucedido, llegó furiosa.
Pero ninguno de esos días se comparó a cuando la vio llegar
completamente destrozada el día que todo terminó. También fue difícil
ver a Brayan sin comprender la situación. “¿Por qué papá ya no viene?” y “¿Pero
vendrá después?” Eran las preguntas que solía repetir antes de dormir,
esperando a que lo carguen solo como papá sabía hacerlo.

El bus pasó por un rompemuelle y volvió a la realidad donde todos vestían


de negro. “China, te ves pálida ¿estás bien?” –Preguntó una de sus primas.
Durante el día había escuchado toda clase de preguntas, pero no podía
responder, preguntándose si alguna vez volvería a estar bien. Todo lo que
pensaba era en cómo habían cambiado las cosas desde que lo escuchó
toser por primera vez. Asintió brevemente y respondió: “Bien. Bien hasta la
muerte de mi padre”.

Angie Valenzuela

Vivimos en total incertidumbre sin saber cuándo veremos por última vez a ese ser
especial que tanto amamos. Una madre, un padre, un hermano, un familiar o un amigo.
Por ese motivo, decidí revivir los recuerdos de mi madre junto a mi abuelo hasta el día
de su muerte.

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¿QUÉ PASA CUANDO MUERE EL ESPOSO?

Son las 5:00 de la madrugada del jueves 9 de septiembre del 2004, todavía
el cielo está oscuro y la casa de la av. San Juan, en Tarma, se mantiene
serena. Rosa León se levanta de la cama por tercera vez, pero en esta
ocasión se dirige presurosa hacia la radio que reposa sobre su esquinero
viejo. Sintoniza la emisora de siempre, Radio Sudamericana 102.5 FM; sin
embargo, el sonido de estática e interferencia le anunciaba, para su
sorpresa, que aún no había comenzado la programación habitual. El dial
se movía de derecha a izquierda buscando alguna señal que rompiera el
silencio de la habitación. Y lo consiguió. Radio Tarma 99.3 FM anunciaba
con un flash informativo, en palabras de Rosa, lo siguiente: “¡Flash!, los
periodistas de Radio Sudamericana han sufrido un grave accidente. El
vehículo que los transportaba ha chocado y dejó seis heridos, y al fallecido
Wilder Juan “Tato” Hurtado Caballero.

“Tato”, como lo llamaban todos, cumpliendo su labor periodística partió


de Tarma a Huancayo para cubrir el encuentro de fútbol entre el Sport 2
de Mayo de Tarma y el equipo huancaíno de turno. El 2 de Mayo ganó el
encuentro. Como buenos hinchas, la celebración por el triunfo del equipo
tarmeño debía darse entre cervezas y cigarros. Los 6 periodistas
empinaron el codo hasta, aproximadamente, las 10:00 de la noche del 8 de

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septiembre del 2004. En otro punto de las afueras del estadio, el chofer
del vehículo que los regresaría a Tarma, tarmeño también él, celebraría con
varios vasos de cerveza hasta casi la misma hora que el grupo de
periodistas. Una vez juntos los siete, con copas encima y con todo listo
para partir, tomaron el auto y arrancaron, sin saber que el trayecto
terminaría con un fuerte choque en el km. 36 de la carretera Central como
consecuencia del exceso de velocidad y la irresponsabilidad de manejar en
estado de ebriedad. El accidente ocurrió alrededor de la 1:00 de la
madrugada, aproximadamente, del 9 de septiembre del 2004. El vehículo
no pudo girar en una curva cerrada y, como la velocidad era muy alta,
chocó directamente contra un camión que se transportaba en dirección
opuesta. Pasaron varios minutos antes de la llegada del cuerpo médico,
estos transportaron a los periodistas al hospital de Tarma Felix Mayorca
Soto, al cual “Tato” llegó muerto. Con su fallecimiento, Rosa León, su
esposa, quedaba viuda a los 30 años y sus hijos Juan y Merly Hurtado
León, quedábamos huérfanos a los 4 y 1 años de edad, respectivamente.

Rosa, mi madre, no podía creer lo que escuchaba en la radio: su esposo


había fallecido. Se repitió muchas veces con la voz entrecortada “No. No
puede ser cierto. ´Tato` no puede estar muerto”. Sus lágrimas no cayeron,
solo hubo un fuerte golpe en el pecho y un nudo que se iba atando en su
garganta que impedía que un grito de dolor inundara la habitación. Quien
sí gritó fue el pequeño Juan: “No, mi papá no está muerto”, Rosa cuenta
que dije eso, realmente no lo recuerdo, pero si ella lo dice, yo le creo.

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Eran casi las 6:00 de la mañana, Rosa no se había movido ni un centímetro;
entre nerviosa y sorprendida seguía negándose el fallecimiento de su
esposo con quien llevaba más de cinco años de convivencia. Solo atinaba
a mirar a sus hijos y a pensar en quién se inventaría una noticia como esa,
mientras que las primeras luces mañaneras se filtraban por las cortinas
delgadas e iluminaban lentamente la habitación y dejaba ver la ropa sucia
que había dejado “Tato” la mañana antes de irse. “Por un momento pensé
en salir corriendo de la casa”, cuenta Rosa; sin embargo, Juan, que
pataleaba bajo las frazadas y, Merly que aún dormía en la cuna, se lo
impedían. Unos largos minutos pasaron hasta que un desesperado timbre
comenzaba a sonar, eran los amigos y colegas de “Tato” quienes con su
presencia terminaron de confirmar el deceso. Las condolencias
comenzaron a caer al mismo tiempo que las lágrimas. Frases como “Debes
ser fuerte” o “Ahora él está con diosito” tenían la intención de dar
consuelo, pero solo consiguieron reafirmar la fúnebre noticia. Rosa no
había llorado, pero la racha duró un poco menos de dos horas. Con la
madre llorando, los hijos despiertos y los amigos con ganas de ayudar, pero
sin saber qué hacer, dieron las 7:00 de la mañana: había que salir de ahí,
pero ¿a dónde ir?

Ela y Oswaldo Huamán eran unos viejos amigos de la familia Hurtado


León, su hija, Rosario Huamán o, simplemente, “Charo”, conoció a Rosa
desde muchos años antes de que esta se comprometiera con “Tato”. Fue
la familia Huamán quien acogió a una desesperada Rosa León y a sus hijos
en su casa, alrededor de las 8:00 de la mañana. “Me esperaron con los

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brazos abiertos y lágrimas en los ojos”, comenta Rosa. La noticia había
sido devastadora para todos los parientes, amigos y conocidos de la
familia. Madre e hijos permanecieron en la casa de los Huamán hasta,
aproximadamente, las 11:30 de la mañana: el cuerpo de su esposo se
encontraba en Tarma y tenía que verlo, tocarlo; como quién quiere
confirmar un acontecimiento con sus propios ojos. “Charo” tenía una
amiga enfermera que trabajaba en el hospital tarmeño, quizá, con un poco
de suerte, ella se encuentre en turno y deje pasar a Rosa para que se dé el
encuentro de la pareja que ya tenía 12 horas retrasado. Cogieron la primera
moto que vieron, los niños se quedaron al cuidado de Ela, y partieron
rumbo al hospital Mayorca Soto, “Mi corazón sonaba más fuerte que el
motor de la moto”, cuenta Rosa.

Luego de casi treinta minutos llegaron al hospital; la cantidad de personas,


entre amigos, familiares y prensa, era enorme. Los agentes de seguridad
quedaron minimizados ante las preguntas, quejas y el llanto, pero aún así,
nadie conseguía ingresar al nosocomio. Cansadas de ver tantas nucas y
espaldas, Rosa y Charo comenzaron a avanzar entre el tumulto, se abrieron
camino y llegaron hacia donde estaban los guardias; el mensaje fue claro
“¡Soy la esposa de Juan Hurtado Caballero, quiero verlo!”, alzó la voz
Rosa, la respuesta fue dura “¡Nadie puede ingresar!”, otro agente acotó
“Ya tiene familia adentro, espere afuera”. A pesar de las insistencias, la
respuesta fue siempre la misma: “¡Nadie puede ingresar!”. Un grupo de
reporteros, al escuchar que la esposa del fallecido estaba presente, se
acercaron a Rosa y comenzaron a hacerle preguntas, ella continuaba

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consternada ante la negativa de ingreso, la frase “Ya tiene familia adentro”
rebotaba en su cabeza y tapaba sus oídos. Sintió el rechazo y la exclusión,
de esa manera, por primera vez en su vida. Minutos después, escoltada por
Charo, salió del gentío.

“¿Y yo qué soy?, ¿acaso no soy su familia?”, repetía Rosa mientras lloraba
sentada a unos metros de los periodistas. Charo no pudo contactarse con
su amiga enfermera hasta cerca de las 2:00 de la tarde, ella se encontraba
trabajando cumpliendo su rutina diaria. Salió del hospital por una puerta
alterna que solo el personal utilizaba, no conocía a Rosa, pero quiso
ayudarla a encontrarse con su esposo. Caminaron durante un par de
minutos hacia la parte posterior del hospital: una zona en construcción
mal tapada que, si trepabas por unos andamios, dejaba visualizar la morgue
del centro de salud. Sin pensarlo dos veces, Rosa comenzó a trepar por las
escaleras de madera y en un parpadeo ya estaba arriba; no le angustiaba
caerse, más angustia le provocaba no ver a “Tato”. A través de los
ventanales sucios sus ojos observaron algunos cuerpos echados sobre
baldosas blancas, ninguno de ellos se parecía al de su esposo, excepto uno
semidesnudo que tenía la cabeza aplastada y la parte superior del cuerpo
lleno de sangre mal limpiada. El cuerpo era como una mancha roja en un
lienzo blanco. Era “Tato”. “Mi cuerpo comenzó a temblar, ya no lloré,
pero quería gritar”, cuenta Rosa. “Charo” y la enfermera hicieron que baje
del andamio, y las lágrimas cayeron otra vez.

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Cerca de las 3:00 de la tarde, ya un poco más en calma y con menos gente
en el frontis, Rosa pudo entrar al hospital y estar al lado del cuerpo, su
apariencia había cambiado: tenía el lado derecho del cabeza cosido, estaba
limpio, peinado con una raya al medio como siempre solía hacerlo, bien
vestido con un terno negro, su color favorito, y los ojos cerrados. Todo
estaba casi bien, solo el color de su piel trigueña no era el mismo,
demasiado pálido para él, demasiado frío. La escena se tornó desgarradora,
un llanto incesante rompió la solemnidad de la sala. Rosa le reclamaba a
su esposo, esperando alguna respuesta, al menos una palabra: “¿Por qué
me dejaste?, ¿por qué me mentiste? Dijiste que no me dejarías”, pero nada,
no hubo respuesta. Jaime Chirinos, colega de “Tato” y amigo de la familia,
tuvo que retirar a Rosa del lugar, “me pusieron el alcohol en la nariz y me
sacaron de ahí”, recuerda Rosa. “Charo”, quien esperaba afuera del
hospital con un taxi, la llevó de vuelta a casa de los Huamán para que
pueda calmarse y ver a sus hijos.

Son las 6:00 de la tarde del 9 de septiembre del 2004, Wilder Juan “Tato”
Hurtado Caballero ha fallecido, su esposa, Rosa León Martínez y sus hijos,
regresan a su casa de la av. San Juan para pasar la noche más fría y triste
de todas. Los niños son inconscientes de lo que sucede, el pequeño Juan
Hurtado parece saber lo que pasa; sin embargo, “se le olvida jugando”,
como dice Rosa. Al llegar a su hogar, varias vecinas, enteradas de lo
sucedido, esperaban por ellos en el patio general de la quinta. Rosa no
pudo dormir esa noche, las pesadillas y la angustia lo impedían, por suerte,

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varias vecinas hicieron vigilia con ella mientras chacchaban coca y bebían
tragos calientes.

El velatorio del fallecido sucedió el 10 de septiembre del 2004, a las 10:00


de la mañana, en el local del “Sport 2 de Mayo de Tarma”, el último equipo
porque el que “Tato” hinchó en vida. En el lugar había mucha gente
conocida: periodistas, políticos tarmeños, amigos íntimos y familiares
directos. Nelly Caballero, madre de “Tato”, Mabel e Ivette Hurtado, sus
hermanas, fueron las principales organizadoras de todos los trámites
requeridos, desde el hospital hasta el velatorio. Todos los asistentes
compartían el dolor, era un grupo unido e indistinto, todos habrían
cruzado palabras esa mañana con alguien, al menos una vez; todos menos
Rosa, quién había llegado al lugar alrededor de las 10:40 de la mañana, tras
una larga noche de consuelo y ansiedad.

Rosa cruzó las puertas del local con un paso lento y nervioso, su ropa
negra al igual que su cabello, no eran símbolos de luto solamente, era el
color favorito del difunto. No saludó a nadie y nadie la saludó, caminó
directo hacia los arreglos florales y dejó un modesto ramo de rosas rojas,
sus flores favoritas. Cruzó miradas con Percy y Humberto Guadalupe,
periodistas amigos que habían almorzado en la casa de la av. San Juan
semanas antes, pero, esta vez, ni se saludaron. Cruzó miradas con Nelly,
Mabel e Ivette, suegra y cuñadas, pero no hubo palabras. Rosa sintió el
rechazo de todos los asistentes y de aquellas personas que hace días pensó
que eran familia. “Cuando murió ´Tato`, también morí yo”, reflexiona

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Rosa. Esta vez no lloró: se mantuvo fuerte y firme; recordó el consejo que
su esposo le dejó en vida: “Nunca te dejes humillar por nadie”. Rosa
caminó firme hacia el ataúd donde yacía su esposo, vio y tocó por última
vez a “Tato”. Las lágrimas no cayeron y el despido de la pareja se
consumó. Sin embargo, algo cambió en la actitud de Rosa ese día. Eran
las 2:00 de la tarde, aproximadamente.

Luego del velorio, el ataúd salió del local donde descansaba, alrededor de
las 5:00 PM. El entierro de “Tato”, reafirmó su personalidad amiguera y
amable: “había un mar de gente” o “todo Tarma fue al entierro”, fueron
frases que resumieron la mirada de Rosa. Ella acompañó al cajón alejada
unos 10 metros, con Merly cargada en el brazo izquierdo y Juan tomado
con el brazo derecho. Su suegra y sus cuñadas caminaban al lado del cajón,
nunca vieron a Rosa, nunca preguntaron por ella. Ellas eran, en el hospital,
las protagonistas de la frase “Ya tiene familia adentro. Espere afuera”.
Rosa León no entró al Cementerio de Tarma, no vió cómo pusieron la
placa blanca tallada con el nombre “Wilder Juan ´Tato` Hurtado
Caballero, no vio cómo Ivette Hurtado casi se desmaya mientras ponían
el yeso para pegar la placa, no vio la gran cantidad de flores que dejaron al
pie de la tumba, no vio cómo la gente se iba cuando ya todo estaba listo;
ella prefirió quedarse en la puerta del cementerio, persignarse, decir “dame
fuerza ́Tato`, cuida a tus hijos”, dar media vuelta y enfrentar al mundo
con sus dos hijos en brazos.

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Juan Hurtado

Esta crónica fue escrita por la necesidad de contar esta historia. La ausencia de un
padre en el hogar no es un caso particular, lo que sí es único es el camino que debe seguir
la familia después de ese acontecimiento.

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ÍNTIMOS SECRETOS

La curiosidad reveló al gato

Keyla es una señorita de veintidós años de edad, la conocí dentro de la


universidad en el 2018. No pasaba desapercibida ya que tenía una piel de
tez blanca que se apreciaba desde lejos, un abdomen muy plano que
mostraba cuando se la veía con tops hasta el ombligo, combinándolo con
pantalones anchos que probablemente usaba para ocultar sus delgadas
piernas, y en la mayoría de ocasiones llegaba con unas gafas de sol negras
que ocultaban su mirada. Sin duda, una chica muy atractiva para
cualquiera. Siempre llevaba consigo una cartera o una mochila, ambas
abultadas con diversas cosas.

Casi nunca se la veía sola, siempre estaba acompañada de su enamorado


Julio. Siempre se les veía bien vestidos, a pesar de vivir en un AA. HH en
las faldas de un cerro en Collique - Comas. Tenían 5 años de relación,
dormían en el mismo techo e iban juntos a la universidad. Lo curioso es
que ella no era alumna de la institución. Aunque en parte sí porque algunos
días se la veía dentro de las aulas de Idiomas San Marcos, estudiaba inglés.
Nunca fui tan cercana a ella, al menos no hasta la última semana en que la
vi. La cuarta de octubre del mismo año para ser exactos.

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Esa semana caminaba sola por las aceras de la universidad o sentada con
su grupo de amigos con los que se reunía para beber licor en “Tubos”,
parque al costado de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas, como
siempre lo había hecho. El fin de semana, junto a un grupo de amigos, nos
invitó a reunirnos y accedimos, hicimos un círculo entre todos. Éramos
una buena cantidad de personas, cada hora se llenaba más y más el centro
habiendo puras botellas y vasos, hasta que después de tantas charlas, risas
e historias, poco a poco el grupo se iba dispersando, llegando a quedar
más botellas vacías que personas. Al final, quedamos 4 personas,
incluyendo Keyla.

Siendo aproximadamente las 17:00 h, luego de combinar diferentes tragos


con algunos recuerdos, se observa que tras el oscuro reflejo del lente que
llevaba ella nacían lágrimas. Y lo confirmamos cuando resbalaba por sus
mejillas, cada vez caían más. Luego de las risas durante toda la tarde, el
ocaso trajo consigo tristeza y rabia. Y sin preguntar, comenzó a confesar
cada cosa que le sucedió.

“Chicos, lo siento si me ven así, pero quiero que entiendan que no me


siento bien” –dijo mientras calmaba sus sollozos. Luego nos comenzó a
explicar el motivo: después de que su novio le fue infiel con una de sus
amigas, Keyla, llena de rabia, confesó ante la policía que su expareja era
dealer en su barrio conocido como “El Botas”, en honor al gato que criaban
juntos. Es decir, microcomercializaba sustancias ilegales durante mucho
tiempo, enseñando pruebas que delataban su crimen. Pruebas que nos

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enseñó a nosotros dejándonos sorprendidos sin saber qué decir. Él dejó
de ir a la universidad por unos meses, fugándose a la selva.

Luego de ese desahogo, me pidió prestado el celular para que pueda entrar
a su cuenta de Messenger y avisarle a alguien que la recogiera. Se hizo de
noche y cada uno tomó su rumbo. Ella estaba tan ebria que olvidó cerrar
sesión en mi móvil. Esa misma noche, me dieron curiosidad las
notificaciones que no dejaban de hacer vibrar al celular, no pude ignorarlo,
y el interés hizo que leyera sus conversaciones.

Resulta que ella también estaba metida en la vida bohemia desde hacia
mucho. Incluso ayudaba a su exnovio a realizar las entregas de alijos. Al
igual que su ex novio, decidió continuar sola con el mismo negocio
durante esas semanas. Tuve toda su información durante muchos días. Y
ahora todo tenía sentido, desde su figura corporal, producto de la mala
alimentación que llevaba a causa del consumo de drogas duras como la
cocaína que la dejaba sin apetito; hasta la forma en la que vestía, prendas
de marcas caras que no suelen verse con frecuencia.

Uno de los últimos días que pude revisar sus mensajes, leí un chat que era
distinto al resto. Volvió a hablar con El Botas, comentándole que una
noche antes salió a beber con unos dizque amigos. En esa ronda hubo más
que solo bebidas alcohólicas. Lo último que recuerda de ese momento es
que sentía que no podía realizar ningún movimiento, como si fuera a entrar
a un estado de inconsciencia. Habían echado las conocidas “pepas”, que
no son más que pastillas antidepresivas, al trago combinado.

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Al despertar se sentía muy confundida, no sabía dónde había dormido ni
el momento en que se durmió. A su costado se encontraba uno de sus
acompañantes, un tal Alex, el cual habría abusado de ella.

Julio no le creyó. La tildó de una cualquiera por aceptar ir a beber con


otras personas. La insultó de maneras que prefiero no repetir. Ella solo
podía lamentarse y echarse la culpa por lo sucedido. Luego de eso, no se
la volvió a ver más por la universidad. A los días se percató que alguien
espiaba sus mensajes y decidió cambiar de contraseña.

Lo último que supe de ella fue por fotos en sus redes sociales. Viajó a
Europa para quedarse con unas primas en Suecia. El viaje ya estaba
planeado, razón por la que estudiaba inglés.

Quien tiene malas intenciones, te pone buena cara

“Él quedó en llevarme a mi casa, me sentía muy mareada como para ir


sola. Salimos de la verbena, y en el camino dice que me dejará en un hotel,
cerca de la Colonial. Entramos. Estábamos solos. Sentí un pequeño
escalofrío. Me sentía tan cansada que solo quería dormir. De un momento
a otro, con fuerza, me agarra de los brazos y me empuja hacia la cama.
Intenta besarme. No sé de dónde saco fuerzas y logro empujarlo. Mi
primera reacción fue encerrarme en el baño. Tenía miedo, le supliqué que
me dejara ir. Dijo que lo sentía, que le disculpe, que no volvería a ocurrir.

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Así pasaron alrededor de 25 minutos, lo único que quería era irme. Abrí la
puerta…” –me contaba Yazmin aguantando su tristeza detrás del teléfono.

Todo ocurrió la última verbena realizada dentro de la UNMSM. Habíamos


quedado en reunirnos toda la base 18 de Comunicación Social para
celebrar juntos el último día como en los años anteriores. Mientras se
ocultaba el sol, aparecían grandes colas de personas en todas las puertas
de la universidad para dar inicio al jolgorio.

Yazmin llegó esa noche con un vestido overol jean, llevando por dentro
una blusa negra que marcaba un prudente escote. Su cabello ondeado con
un agradable aroma llamaba incluso más la atención. Toda la indumentaria
que llevaba la hacía resaltar del resto de chicas. Una cara de ángel con un
cuerpo que hacía voltear a más de uno.

Aquel día no solo estuvimos reunidos los compañeros de la universidad,


sino que cada uno trajo compañía. Puedo asegurar que conforme pasaban
las horas, más gente desconocida se reunía al grupo y los compañeros se
iban dispersando de a pocas. En la ronda todos estuvimos bebiendo
alcohol, y como siempre pasa en grupos grandes, cada uno se reunía con
un grupito más pequeño. Disfrutamos aquel momento bailando las
canciones que tocaban las orquestas en vivo. El cansancio se apreciaba en
los rostros de todos, no solo por los efectos del alcohol sino por los pasos
de bailes que nos metimos. Al final todos nos dispersamos. Nunca pensé
que algo malo pasaría luego del momento ameno que disfrutamos juntos.
Esa fiesta cerró el ciclo para nosotros. Y no supe más de los compañeros

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y amigos reunidos. Solamente de algunos con los que frecuentemente
hablaba por redes sociales.

A los días, Yazmin, por un mensaje en WhatsApp me pide que la llame


con urgencia. Lo hice, al instante. Comenzó por preguntar cómo estaba y
cómo me iba con la persona con la que salía. Seguimos conversando,
divagando de muchas cosas. Cada vez profundizamos más y más, hasta
que llegamos a hablar de intimidades. En ningún momento pasó por mi
mente que me contaría una situación grave.

Primero hizo que recuerde esa noche y las personas que estaban reunidas
con nosotros. Junto a ella, estaba un chico alto, de 1.80 m. Se conocieron
esa misma noche. Le dijo que pertenecía a la Fuerza Aérea del Perú.
Charlaron sobre ellos mientras tomaban junto al grupo. La invitó a bailar
para entrar en confianza. Y así fue el resto de la noche.

Acabó la fiesta. Y ella se sentía muy cansada, aparte de estar mareada. No


podía pedir que la recogieran ya que su celular se encontraba apagado
luego de utilizarlo todo el día y noche.

“Él quedó en llevarme a mi casa, me sentía muy mareada como para ir


sola. Salimos de la verbena, y en el camino dice que me dejará en un hotel,
cerca de la Colonial. Entramos. Estábamos solos. Sentí un pequeño
escalofrío. Me sentía tan cansada que solo quería dormir. De un momento
a otro, con fuerza, me agarra de los brazos y me empuja hacia la cama.
Intenta besarme. No sé de dónde saco fuerzas y logro empujarlo. Mi

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primera reacción fue encerrarme en el baño. Tenía miedo, le supliqué que
me dejara ir. Dijo que lo sentía, que le disculpe, que no volvería a ocurrir.
Así pasaron alrededor de 25 minutos, lo único que quería era irme. Abrí la
puerta, y lo primero que hizo fue disculparse. Le dije que quería irme y él
me respondió que era muy tarde para eso, que no estaba en las condiciones
para irme sola. Se paró delante de la puerta para evitar que salga. Y me
propuso que durmiera en la cama, recalcó que dormiría en el piso y que
esperaría al amanecer para irse. Le creí, y, a los minutos, el mismo
cansancio hizo que me echara boca abajo en el colchón. No pasó mucho
tiempo y mi cuerpo ya se estaba tranquilizando. No sé cuánto tiempo pasó
hasta que sentí que este “pata” se sentó encima de mí e hizo que me
despertara inesperadamente. Cuando quise pararme ya no podía hacerlo,
se me habían ido las fuerzas. Alzó mi falda, bajó mi trusa y comenzó a
abusar de mí. ¡Me violó! Le supliqué que por favor pare, ya que me dolía
demasiado. Él dijo que me calle, asegurando que es algo que yo también
quería cuando no era así. Ya no podía hacer nada, solamente me quedaba
llorar y esperar a que todo acabara. Fue la primera vez que me sentí sucia.”
–resumió lo indescriptible, Yazmin, con una voz de impotencia al otro
lado del teléfono.

Luego de revelarme ese íntimo secreto, no hizo más que echarse la culpa.
“Es mi culpa por haber confiado en un desconocido”, no paraba de
echarse la culpa pese que le había explicado que esa situación estaba fuera
de sus manos.

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Ella lloraba mientras me decía todo eso. “No quiero contárselo a nadie
más, ni a mi madre” –me dijo, puesto que no quería que la viera débil ni
que piense cosas malas de ella. Lo primero que hice fue explicarle que su
mamá siempre va a estar apoyándola, al igual que sus amigos,
incluyéndome. Luego le dije que es necesario realizar una denuncia para
que no se quede así el tema. Prefirió no realizarla ya que el chico tiene
contactos en la policía, y no había las suficientes pruebas para incriminarlo.
Ella, en ese momento, tenía su enamorado. No sabía si contarle o no, ya
que no sabía cómo reaccionaría. Al final, sí le llegó a contar, puesto que el
día que abusaron de Yaz, el violador le contagió del VPH, y eso era algo
que no podía ocultarlo, aunque quisiera.

Pasaron meses desde lo sucedido, ese día Yazmin cambió su destino, su


estilo de vida. Ahora se la ve apoyando los movimientos feministas que
surgen en redes sociales e incluso dentro de la universidad, como
denuncias públicas relacionadas a hechos que le sucedieron u otros hechos
que afecten a las mujeres. También sigue haciendo lo que más le gusta:
leer y escribir poesía. Y quién sabe tal vez, algún día, sea la futura Simone
de Beauvoir.

Steven Ángeles

1 de cada 3 mujeres es víctima de acoso o violencia sexual en el mundo. Muchas de ellas


callan y siguen con sus vidas. Otras, lamentablemente, no tienen ni esa oportunidad.

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OTRO CICLO MÁS

Quincena de diciembre de 2014, me encuentro en casa de mi abuela, mi


tío llama al teléfono. Es una persona de cuarenta años, carrera culminada,
trabajo estable y extensa experiencia laboral, me mandó a buscarlo en su
oficina en la tarde, quiere hablar conmigo. La relación que tengo con él es
una de las más cercanas en comparación con otros familiares, debido a
que mi padre trabaja todo el día y mi madre falleció años atrás, paso gran
parte del día en casa de mi abuela materna.

Lo busco en su oficina y es directo conmigo, quiere hablar sobre los planes


para mi futuro, qué rumbo busco tomar, por trabajar o estudiar y
ciertamente no lo había pensado demasiado. Durante una hora charlamos
sobre lo que me agrada y disgusta, las oportunidades y problemas que
podría tener y cuál es la mejor opción que puedo tomar, es duro con sus
palabras, me pone los pies sobre la tierra incluso antes de que siquiera
piense en volar. “No tendrás un futuro o siquiera un aval sin algún tipo de
estudio” “los amigos de la secundaria quedaron ahí, ellos no estarán para
ti, olvídate de ellos, tienes que avanzar por cuenta propia, porque ellos
también lo harán, se ocuparán tanto en sus cosas que no tendrán tiempo
para ti, debes hacer lo mismo e invertir tu tiempo” me dijo. La decisión
que tomo es la de seguir estudiando, prepararme para una carrera

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universitaria aún por ver, pero con noción a la que irá dirigida: al ámbito
de las comunicaciones por mi facilidad de expresión y gustos afines como
equipos multimedia.

Hicimos un trato, el cual consiste en apoyarlo en su trabajo de lunes a


viernes por las mañanas mientras me preparo por las tardes en alguna
academia, entre enero y marzo de 2015 estudio un ciclo verano en la
academia Pitágoras de Comas.

El primer día es un factor importante, la primera clase es de trigonometría,


un curso que solo vi una vez en la secundaria y que conozco en lo más
mínimo. El profesor que ingresa al aula se presenta con zapatos y pantalón
de vestir, camisa, lentes, regla de madera y una mirada que silencia a todo
el salón, en verdad impone respeto. Lo primero que hace además de
saludar y presentarse, es poner las reglas de clase: “Buenas tardes alumnos,
mi nombre es Alberto Herrera y seré su maestro del curso de
trigonometría, tengo entendido que no muchos suelen dominar este curso,
por ello lo diré ahora mismo ¡No quiero que nadie se ría de nadie! Todos
tienen derecho a aprender sin ser criticado" mientras lo dice con una voz
rasposa y seria, para luego cambiar el semblante a uno más calmado y
amigable y proceder a enseñarnos el curso. Me genera confianza y apego
debido a su tolerancia para entender el nivel de sus estudiantes, al final del
curso termino muy entusiasmado de lo que podría aprender de un
profesor que te motiva a mejorar. Siempre que lo veo lo saludo y entablo
una conversación fugaz, pero significativa.

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A mediados de febrero, para entrar en confianza me inscribo al simulacro
de admisión de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Con
investigaciones previas sobre su prestigio, me llama la atención la malla
curricular de Comunicación Social y todas las facilidades de esta
Universidad al ser pública, para alguien con bajos recursos y ganas de
estudiar es de gran beneficio. Al término del simulacro logro el objetivo
de experimentar de primera mano la sensación de un examen competitivo.
La experiencia es grata, al salir de la prueba me encuentro tranquilo, el
examen tenía preguntas interesantes, de carácter general, pero también
analíticos, soy consciente que solo fui a entrar en confianza y el resultado
es el esperado.

Culmina el verano y mi preparación sigue vigente, decido inscribirme al


ciclo anual en la misma academia hasta marzo de 2016, durante ese
periodo el trabajo y las clases se hacen complicados, mi tío sabe que debo
descansar y seguir estudiando, pero el trabajo sigue en aumento, lo cual es
positivo por los ingresos, pero complicado a mi rendimiento y solo queda
descansar poco y estudiar mucho.

En el mes de julio ya conozco a muchos tutores y maestros de la academia,


tengo un avance significativo en diversos cursos, especialmente en letras,
seguido de números y en ciencias con algunas deficiencias, además puedo
solicitar permisos para llegar tarde o salir temprano. En uno de esos días
recibo una llamada de un maestro del grupo de teatro al cual pertenecí
entre 2012 y 2014, su llamada es insistente, quiere comunicarse conmigo

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inmediatamente. Contesto el teléfono y me dice “Diego, al fin contestas,
¿pasado mañana estarás libre?, una señorita te busca porque quiere verte
actuar”, el profesor me explica que están haciendo audiciones para una
película, esas últimas palabras me hicieron saltar la vista y mi interés. Es
así como aprovecho los permisos para pedir uno, salir temprano de la
academia y dirigirme hacia la Piscina municipal de Carabayllo, lugar donde
labora. Llego a tiempo para la cita y me encuentro con mi profesor, junto
a él se encuentra una señorita de cabello corto, contextura delgada y
chaleco negro, se presenta y me comenta que vio videos en internet sobre
mí, actuando en obras y en reportajes que hice durante la secundaria y subí
a YouTube como parte de mis tareas, le agrada el manejo de palabras para
alguien de mi edad y tiene interés en hacerme una audición para una
película. Empiezo a interpretar el guion que me enviaron por correo, trata
sobre un chico de la sierra acompañado de un amigo, están en un lago y
conversan sobre chicas, el uso del diálogo coloquial y malas palabras es
recurrente, se torna difícil interpretarlo.

Terminada la audición, anota lo observado en una hoja y pasa a despedirse,


antes de retirarse le pregunto, ¿qué tipo de película será, cómo lo harán?,
y me comenta que tienen pensado grabar en Ancash, que si salgo elegido
me llevarán con todos los gastos pagos y una remuneración, que la película
será interesante, quizá logre grandes galardones, a lo último que atino a
preguntar fue por el nombre, por si alguna vez sale en los cines y la quiera
buscar, a lo que sonríe y dice “claro, cuando salga búscala como Retablo”.

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De regreso al ámbito académico, la audición y volver a actuar reafirma mis
ganas de seguir la carrera de comunicación, a pesar de no salir elegido,
tengo en mente en otro momento participar en alguna producción
audiovisual como actor o detrás de cámara, eso me motiva a seguir
preparándome para ingresar y estudiar.

Enero de 2016, cerca de terminar el ciclo anual en Pitágoras, decido dar


un paso al costado, me siento saturado y no avanzo lo suficiente, el
conjunto de temas que se abordaron en 9 meses era diverso, me despedido
del profesor Alberto mientras me desea las mejores bendiciones en mi
preparación, en verdad lo extrañaré.

Continúo con mi preparación de manera personal en casa, día y noche


durante dos meses junto a los resúmenes elaborados de diferentes temas
repaso y estudio para recordarlos. Con el simulacro exitoso de febrero y
contando los días, me encuentro a puertas del examen de admisión como
tal.

13 de marzo de 2016, día del examen de admisión, estoy emocionado,


considero la posibilidad de no ingresar como pensamiento de autodefensa
ante una posible decepción, pero también la de sacar una buena
calificación para poner a prueba mis habilidades.

9 de la mañana en la oficina de mi tío, encendemos la computadora y


entramos a la página, lentamente me dirijo a la ventana de los resultados y
a un clic antes de llegar a mi apellido me pongo a pensar brevemente en

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aquella anhelada posibilidad, cierro los ojos un momento y respiro antes
de darle el último clic y ver mi apellido. Está en blanco, al lado de mi
nombre no figuran las dos palabras conocidas por todos, esbozo una
sonrisa y veo el puntaje. Para ser la primera vez obtuve 1200 puntos
aproximadamente, eso me motiva a seguir mejorando y no detenerme en
mi preparación.

Decido seguir por mi cuenta, en casa, desde marzo hasta septiembre, de la


misma forma como lo hice desde enero hasta marzo, tengo un cuarto solo
para mí, que es lo suficientemente amplio para practicar, aunque el
invierno y primavera son complicados, además están construyendo en la
propia casa, la bulla es aún mayor, sin embargo, eso no es adversidad para
seguir adelante. Mi madre siempre decía que algo no se disfruta si no se
sufre, le damos valor a algo cuando más nos cuesta así como mayor
aprecio, algo que tuve presente con más realce desde que partió, ya que el
dolor, la pena y la tristeza han sido el empuje a flote cuando las cosas no
van bien, pensando que cuando pase el momento podré volver a respirar
tranquilo y que solo me encuentro en una etapa que superaré.

Agosto de 2016, luego de más de cuatro meses de inactividad social con


familia y amigos, desarrollo una rutina de estudio continua, dedicándole
todo el tiempo a convivir con libros y diferentes apuntes, mi tío se acerca
a platicar conmigo y se ofrece a pagarme un ciclo repaso en consideración
a mi perseverancia, acepto la oferta para ponerme a prueba y cambiar la

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rutina, de esta manera, entre agosto y setiembre me inscribo a la academia
Pamer de Comas.

Largas horas de clase, tareas domiciliarias y competencia constante entre


salones y filiales me agotan por completo, mi rendimiento académico
puesto a prueba es deficiente ante una metodología de la cual no había
experimentado antes. El examen de admisión de setiembre termina por
desmotivarme moralmente al disminuir considerablemente mi puntaje por
debajo de los 1000 puntos, estoy agotado.

Continúo trabajando con mi tío, de setiembre a diciembre, dedicándole


más tiempo al trabajo, pero sin dejar de repasar los temas, aunque en
menor medida, un breve descanso luego de una caída es necesario.

Enero de 2017, retomo el seguir preparándome, aún en casa debido a la


mala experiencia en Pamer, el simulacro de febrero y admisión de marzo
me dan indicios de los puntos flojos a mejorar, capté en gran medida
cursos de letras, desplazando casi por completo los números, olvidé las
fórmulas y cómo aplicarlas. Durante este periodo considero retornar a la
academia Pitágoras para reforzar temas con el profesor Alberto, pero en
el proceso me informan que falleció por cáncer y que aun así no dejó de
enseñar hasta sus últimos días. Quedé sorprendido ante la noticia, él me
enseñó enteramente el curso que menos sabía, tuvo una gran vocación por
la educación y siguió haciéndolo hasta dar el último aliento, la única razón
para volver a Pitágoras se había marchado, dejando una semilla de
motivación en quien le confió seguir preparándose a pesar de todo.
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Me inscribo en otra academia a fin de probar algo diferente, Aduni Los
Olivos entre marzo y julio en semestral y de agosto a setiembre en repaso,
esto resulta mejor de lo esperado, logro nivelar matemáticas y ciencias con
letras. Suerte la mía al modificarse el examen, añadir inglés y modificar el
estilo de preguntas es un arma de doble filo que debo aprovechar a mi
favor, el simulacro me dio los indicios de la estructura para el examen de
setiembre, pero no logro el objetivo, los máximos puntajes se redujeron,
estuve a poco de lograrlo, me quedé por tres preguntas. A estas alturas
estoy por cumplir 3 años en un limbo entre la secundaria y un incierto
futuro universitario, tengo dudas y temores, enfocarme en ingresar es la
única salida que tengo planteada, mi tío me aconseja que tome una
decisión final, que quizá por más esfuerzo que le ponga, tal vez la
Universidad no es para mí. Ante estas palabras concientizo
profundamente todos los avances obtenidos y decido optar por intentarlo
una última vez, me inscribo en un ciclo intensivo entre setiembre y
diciembre en la misma academia. Con pocos ahorros para el último
examen de admisión, de enero a marzo, me dan pase libre para la biblioteca
y salas de estudio, debido a ser alumno antiguo, ya que no puedo pagar un
ciclo repaso, con lo que termino de afianzar mis conocimientos hasta el
límite de mi capacidad de manera solitaria.

18 de marzo de 2018, madrugada de ese mismo día, no duermo lo


suficiente y el temor a fracasar me hace romper en lágrimas, para recuperar
la poca confianza que aún tengo, reúno todos los simulacros y exámenes
de admisión que di en estos 3 años, reviso las preguntas una por una y

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resuelvo las que no pude en su momento, un poco más calmado, duermo
unas horas y parto temprano a la Universidad.

Al momento de dar el examen estoy relajado, me desahogué la noche


anterior y estoy dando el máximo esfuerzo por lograr el objetivo, aprendí
a discriminar entre dos alternativas, así como también técnicas de
concentración por medio de la respiración para evitar salir del paso.
Finalizado el examen me siento satisfecho, soy consciente de que dediqué
el máximo esfuerzo y puedo retirarme con la cabeza en alto.

No quiero agobiarme con los resultados, un amigo vende polladas y lo


ayudo a repartirlas durante toda la tarde, en la noche en medio del parque
me desea la mejor de las suertes y nos despedimos. Agotado del largo
trayecto del día, me recibe mi hermano, algo se trae entre manos, paso al
patio, están mi padre y mi hermana, tienen un cartel extenso con dos
palabras que esperé durante mucho tiempo: “Alcanzó vacante”, solo
observo admirado y emocionado, me comentan que estoy en los primeros
puestos, escucharlo me genera orgullo, estoy disfrutando lo que tanto me
costó, mi tío se acerca y esboza una sonrisa, me felicita. La emoción sale a
flote con más fervor, finalmente el ciclo sin fin terminó, observo el cielo
entre lágrimas recordando las palabras de mi madre y la motivación de mi
maestro, agradeciéndoles enteramente su apoyo.

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Diego Rengifo

Escribo esta crónica con el fin de contar el extenso trayecto que me tomó para ingresar
a la Universidad e intentar a inspirar a alguien más a seguir adelante a pesar de los
inconvenientes que puedan suceder en el proceso, que nunca es tarde para cumplir el
objetivo propuesto.

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SONRISAS DE COLOR AZUL

Una sonrisa representa mi día a día. Mi cotidianidad diaria es dura, tengo


un trabajo y estudio; todos los días es lo mismo: ir a la universidad por la
mañana, ir al trabajo en la tarde, atender, vender, sonreír. Eso es esencial:
nunca quitar la sonrisa del rostro. En la noche después del trabajo sonreír
a mis compañeros mientras gastamos nuestro dinero de las propinas del
día en algún aperitivo, sonreír al momento de llegar a casa y al cerrar la
puerta de mi habitación quitar por fin la careta. “¿De qué te quejas?”, es
verdad, ¿por qué debería quejarme? Tengo un trabajo, una casa donde me
esperan mis padres, me permito estudiar una carrera, puedo asistir a un
centro de idiomas y tengo amigos, sinceros y de relleno. Entonces ¿de qué
me quejo?, a pesar de todo eso, a pesar de todos esos supuestos motivos
para mi día a día, no siento querer continuar con ese tipo de vida.

Entonces ¿cambio de rutina? Claro, esa parece ser la respuesta obvia, por
supuesto, y cambio de rutina. Dejo el trabajo y me concentro en el centro
de idiomas, pero por situaciones de la vida, me veo obligada, nos vemos
obligados a no salir.

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Para llenar mis horas en casa, participo en algunos proyectos y empiezo a
estudiar un idioma más, uno que llevo mucho tiempo esperando estudiar,
son cosas de mi interés, pero aún así me siento vacía.

Todas las mañanas, los rayos del sol suelen entrar por la pequeña ventana
de mi habitación, me dan en el rostro a manera de buenos días, pero yo
simplemente no quiero levantarme, no tengo sueño, simplemente no
tengo ganas de hacer nada.

Me obligo a sentarme en el escritorio, tengo unas hojas entre los dedos,


las letras y las palabras no conectan, lo intento, pero no puedo leer, me es
muy difícil concentrarme en eso. Me levanto, dejo el libro en el estante
“mañana si leo al menos 10 páginas” suelo decir todas las veces que
intento leer y todas esas veces termino recostada en mi cama.

A pesar de tener la sensación de estar sola, eso no es verdad, al menos


físicamente. Hay cuatro personas más en esta pequeña casa, los susurros
de algunos y los gritos de otros hacen notar su presencia; aunque yo no
los puedo ver, eso no evita que me moleste esa mínima evidencia de su
presencia, realmente me molesta demasiado, así que suelo ponerme la
almohada encima de la cabeza tratando de aislarme.

El teléfono suele sonar y sonar, suena y suena, como si fuera su única


función, no tengo los ánimos para contestar, simplemente dejo que siga
sonando y sonando, no me levanto de la cama, no toco el teléfono, ni la
computadora, ni la tableta, ni un libro, solo tengo la cabeza escondida en

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la almohada, mientras pasan las horas una tras otra, hasta que simplemente
me levanto porque tengo hambre. El levantarme es toda una odisea
porque tengo una sensación.

Es una sensación muy rara: una pesadez en mis piernas que evitan que me
pueda levantar cuando hay mil cosas que hacer, cuando no hay
absolutamente nada. Las piernas siguen igual sin querer levantarse, si
colaboran, si dan algún paso, esto es con mucho esfuerzo, no duelen, no
arden, no molestan, simplemente ya no quieren andar.

Le comento a mi madre que la pesadez en mi cuerpo no es un simple


cansancio, que algo más en mi interior me quiere decir. Mi madre le da
tanta importancia a mis palabras que articula “solo es flojera” mientras
mueve sus manos rápidamente con un cuchillo, picando una lechuga.

Tengo un sentimiento que nadie entiende, yo no lo entiendo, siento que


estoy perdida, pero ¿cuál es la razón? Siento que vivo sin sentido, sin
motivos, sin esperanzas. Me siento frágil, no físicamente, sino
emocionalmente. No hay salida, mas mis recuerdos se activan.

"Debes ser una mujer fuerte". Esa es la frase que me ha acompañado a lo


largo de mi vida. Mi madre es la tercera de siete hermanos, desde muy
pequeña tuvo que hacerse cargo de sus hermanos y cuando tenía mi edad
tuvo que dejar su casa y llegar a la capital “para buscar un futuro mejor”;
todo lo que pasó la volvió una mujer fuerte. Ella no esperaba menos de su

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hija, sus expectativas conmigo cada vez eran más altas y esto solo me hacía
sentir cada vez más inútil.

Es por ello que es incrédula ante alguna debilidad mía, como si se dijera a
sí misma: “a mi hija jamás le pasaría eso”.

Ya hace un tiempo, un cuadro de depresión estaba acabando conmigo,


estaba haciendo pedazos mis metas y denigrando mi personalidad. Pasé
por lo que podríamos llamar en término simples, una demostración física
de mi estado mental ¿qué trato de decir?, mis piernas dejaron de
responderme, temblaban como si fueran un vaso de agua muy agitado;
poder estar en pie era toda una proeza. La pregunta ¿golpe en la columna?
rondaba por mi casa, unos días antes había tenido una leve caída.

Por supuesto, los doctores indicaron que pasara por todo tipo de
exámenes para encontrar el problema. Con el pasar de los días la movilidad
regresó, tan repentinamente como se fue; pero el miedo de encontrar algo
terrible en mi cuerpo crecía en mí. Las palabras del doctor fueron
“fisiológicamente, estas bien– el rostro de mi madre era de desconcierto –
sería bueno que se te derive a un centro de salud mental” esas palabras
retumbaron en mi cabeza. Siempre supe que mi estado mental no estaba
completamente sano, pero el punto de inmovilizarme era un extremo que
no pensé alcanzar.

Mi madre, muy escéptica, cedió a llevarme por presión del doctor. Las
primeras citas con el psicólogo me llevaron con el psiquiatra. Él dio su

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veredicto después de algunas sesiones - depresión - una palabra que lejos
de desconcertar a mi madre, hizo que se le formará una sonrisa en el
rostro. Ella descartó esa idea bajo su típico lema “está exagerando” ni
mencionar que me prohibió determinadamente que tomará las medicinas
para tratarme.

“Lo que tienes solo es falta de voluntad, solo necesitas ganas, así que ponte
a hacer limpieza para ver si así te dan ganas”, dijo. En ese momento me di
cuenta que mi madre, debido a sus expectativas conmigo, no podía ver
que yo era una persona frágil y débil como los demás, que a pesar de su
crianza para que fuera una mujer fuerte, yo no era lo que ella quería.

Decidí hacerlo sola. Después de siete meses de tratamiento, algunas citas


al doctor, y unas cuantas recaídas, pude escuchar al doctor decir “esta es
tu última tableta, ya no necesitas comprar más". Aun así, me mantuvo en
observación por algún tiempo.

¿Suena como un simple relato?, para mí no lo fue, el tratamiento fue muy


duro, las medicinas que curaban mi mente maltrataban mi cuerpo;
antecedentes de problemas hepáticos hicieron que cada pastilla sea muy
dolorosa, las salas de emergencias e inyecciones se volvieron frecuentes
para detener el dolor. Hubo días de recaídas en las que en el baño; mis
lágrimas caían, sin ser notadas por nadie; sin emitir sonido alguno de mi
boca, gritaba; y una sonrisa con hoyuelos era la más falsa de todas. Poco a
poco, las enfermeras del departamento gastroenterología y de psiquiatría

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me veían menos, mis ánimos mejoraban y mis sonrisas eran cada vez más
sinceras.

Cuando de vez en cuando comento a alguien que pasa lo mismo que pasé,
me dicen “no puedo creer que hayas sufrido depresión, siempre estás
contenta, transmites alegría todo el tiempo”, a lo que respondo: “no
siempre es lo que parece, además ahora ya no la padezco”; al parecer mi
última premisa ya quedó atrás.

Ahora solo siento miedo, en el pasado no tuve el apoyo de nadie, pero


tenía la mentalidad de querer salir de las sombras. Tengo mucho miedo de
volver a la oscuridad pues las condiciones siguen siendo las mismas: estoy
completamente sola.

Me siento en una lucha interna, aún recuerdo la frase del doctor: “estar
deprimido, no es estar triste, es estar enfermo”. Todo este tiempo he
tenido miedo de volver a estar enferma, solo decía “estás triste” o “ve a
dormir, mañana sí o sí te levantas con mejor ánimo”, pero debo
reconocerlo. Solo deseo gritar ¡no estoy bien!, ¡no quiero sonreír!, ¡no
quiero ir a trabajar!, ¡no tengo sentido en mi vida!, ¡no sé qué es lo que
quiero!, ¡no soy perfecta!, ¡quiero llorar!, ¡déjenme sola!

Entre pesadillas me levanto en la madrugada o simplemente dejo de


dormir por las noches, es verdad, estoy enferma, sí, sufro depresión y no
debo negarlo, debo afrontarlo, como la mujer fuerte que debo ser.

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Mientras miro un cielo donde no hay estrellas, donde el sol brilla a millones
de kilómetros, sin ningún rayo de luz en mi rostro, me siento decidida: no
se puede seguir así. Si quiero una luz tengo que generarla yo. Encuentro
una caja olvidada, prendo mi lámpara. En mis manos tengo una pequeña
pastilla de color azul.

Ariana Viguria
La depresión está estigmatizada, y es por ello que escribo: porque a pesar de que hay
días que la enfermedad me imposibilita muchas cosas, hay otros en los que pongo toda
mi voluntad para superarlo sola. Esta es una lucha que muchos llevamos en soledad,
pero que se puede ganar.

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VER A OTROS ESCRIBIR
(TRABAJAR EN UNA EDITORIAL
INDEPENDIENTE)

Enciendo mi celular al despertar y veo la gran cantidad de notificaciones


en Facebook. La noche anterior solo había visto uno o dos comentarios,
ahora son decenas. Todos en la misma publicación: un collage de tres
retratos, tamaño portada, con un texto de color rojo brillante que recorre
las tres imágenes y dice FINALIZADO. Se trata de un anuncio que indica
el término de las convocatorias para las tres nuevas antologías de Editorial
Autómata, la cual tiene como slogan: “¡Tu historia cuenta!”. El proceso
para llamar a los autores había sido igual al de todos los años, las
condiciones eran exactamente las mismas, pero esta vez las redes sociales
eran el principal canal de comunicación e invertir en su publicidad era algo
necesario. Así que la convocatoria alcanzó a más de mil personas y un
promedio de trescientas se mostraron interesadas en participar. Al final,
un poco más de la mitad habían enviado sus textos para probar suerte y
finalmente, quienes conformarían las tres antologías serían solo unas
cuarenta personas.

Lo que muchos no habían entendido era que no se trataba de un sorteo


con un premio, no era un concurso para publicar gratis. Era una

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convocatoria para llamar a nuevas voces literarias e invitarlas a colaborar
con la editorial, tanto cultural como financieramente. A los seleccionados
se les había enviado una carta felicitándolos y explicándoles que para
seguir con el proceso debían aportar con la compra de una cantidad de los
libros que se iban a imprimir, lo que significaba un aporte de trescientos o
cuatrocientos soles. A más de uno esa “estafa” no le agradó. Y los
comentarios de odio no tardaron en aparecer en aquella publicación que
cerraba todo el evento.

Mi labor como community manager en la página de Facebook es controlar


esas opiniones y desmentir las difamaciones. Al primer comentario le
expliqué gentilmente que esa era la forma de trabajar de la editorial. En
estos tiempos donde la literatura no tiene mucha cabida, es necesaria la
colaboración entre autores y editores para que un libro vea la luz. Que, si
bien esas condiciones no se habían mencionado al principio, la intención
no era engañar a nadie, solo trabajar y publicar en conjunto. Por supuesto,
la editorial asumiría la mitad de los gastos y la otra mitad sería repartida
entre todos los participantes. Algunos apoyaron la noción y lo vieron
como una inversión, otros se lamentaron de no poder continuar por la
falta de recursos, pero más de uno se sintió completamente ofendido y
nos llamó “editorial de mierda”. Bueno, las groserías existen. Pero solo
bastó un comentario, uno solo, para que decidiera borrar la publicación y
asunto arreglado, después de tales palabras mis ganas de dar explicaciones
se esfumaron por completo:

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- “Entonces, ¿para qué me hicieron escribir si iban a hacer esta
payasada? De haberlo sabido no habría escrito nada”.

Retrocedí tres años en el tiempo. Para una novata de dieciocho años con
su primer trabajo de verdad (planilla, impuestos, etc.), escribir era todo un
mundo y sabía perfectamente que alcanzar reconocimiento por hacerlo era
demasiado difícil. El mercado editorial, aquí en Perú, es uno de los más
exigentes, de los más limitados. Nadie compra, nadie lee. Pero,
empedernida en mi sueño, invertí mi primer sueldo en un taller de escritura
creativa y amé cada una de las cuatro sesiones a lo largo del mes que
duraron las clases. En mi mente quise que ese fuera el primer paso a
nuevas oportunidades. El profesor era un hombre de edad, cabello blanco,
frondosa barba y un humor y un nombre bastante peculiar, Eduardo
Pucho Verdura. Cuando el curso acabó, él informó que nos avisaría de las
novedades. Pasó un mes para que recibiera un correo de su parte,
invitándome a enviar cualquier texto de mi autoría para publicarlo junto a
otros autores en un libro pequeño. Pequeñísimo, de hecho. Lo
presentamos a modo de recital en un café que amablemente nos cedió un
espacio para reunirnos quienes habíamos participado. Cada uno leyó lo
suyo y recibimos felicitaciones entre todos. Un ejemplar costaba cinco
soles. Lo compré para mostrarles a mi familia la gran hazaña de mi
persona. Recuerdo haberles dicho, emocionada, que mi nombre estaba en
un libro y que ya podía morir en paz. Sin saber que luego de tres meses un
nuevo correo llegaría a mi bandeja de entrada invitándome a la
convocatoria “Tiempos modernos”. Tardé casi dos semanas en armar un

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texto decente para enviarlo. Cuando me avisaron que había pasado a la
siguiente etapa, mi corazón era un cúmulo de emociones rebosantes, no
sabía a quién decírselo, cómo contarlo; pero grande fue mi decepción
cuando más abajo me pedían una colaboración de doscientos soles para
seguir con el proyecto. Ya no estaba trabajando, mis ahorros no llegaban
ni a la mitad, y aunque sí lo hiciesen, no podía gastar todo en una sola
ocasión, sería muy imprudente. Así que no dije nada y asistí con
normalidad a mi universidad al día siguiente. Cuando iba de regreso a casa,
el viento sopló innecesariamente fuerte y fue cuando vi, allí a unos cuantos
metros de mí en el piso, diez soles abandonados.

Cuando los tomé me reí de la situación porque con ellos no completaba la


cantidad necesaria, pero me recordó algo importante: el dinero es una
herramienta, es tan banal, tan circunstancial. Esa podía ser mi oportunidad
y la estaba dejando pasar como si tuviera muchas más esperando por mí.

Esa noche, un tanto avergonzada, les pedí a mis padres que me ayudaran
a completar los doscientos soles. Con algunos ajustes, aceptaron,
dándome los ánimos que necesitaba.

Un mes más tarde, estaba presentando esa misma antología, producto de


aquella convocatoria, en la Feria Internacional del Libro del 2018. En la
foto final todos los autores salimos sonriendo, felices, orgullosos de
publicar algo nuestro y mostrarlo al pequeño mundo que estuviese
dispuesto a leernos. Ese mismo año también me presenté en la Feria de
Ricardo Palma con la misma modalidad, de igual manera, en el 2019, dos

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veces en la Casa de la Literatura Peruana y una tercera más antes de que la
pandemia empiece.

Pero cabe decir, que la única vez donde pagué fue en la primera
presentación. Luego de ella, ya no tenía dinero para seguir publicando. A
la segunda convocatoria antes de considerar enviar algo, le escribí a
Eduardo, a quien aún llamaba “profesor”, agradeciéndole la
consideración, pero que a falta de recursos debía abstenerme de participar.
Entonces recibí la respuesta: “Que el dinero no impida mostrar tu talento,
Judith, envíanos tu texto. Un abrazo”. Comencé a escribir emocionada por
la gran oportunidad, no sabía muy bien a qué se refería, pero lo hice y esa
fue mi segunda presentación en la escena literaria. Las siguientes tres
presentaciones en la Casa de la Literatura también me recibieron sin pagar,
sin embargo, a modo de agradecimiento ofrecía mi ayuda para recibir a los
autores en la puerta del evento, guiarlos, responder preguntas de los
invitados y apoyar a Corina, esposa de Eduardo, tras bambalinas, mientras
las presentaciones se llevaban a cabo. Era todo un laberinto asistir a tantas
personas durante la hora y media que duraban los recitales. Corina y yo
terminábamos exhaustas, pero aliviadas y felices de que todo había
marchado bien, mientras que Eduardo se tomaba una foto final con todos
los autores. En las antologías donde yo no participaba me quedaba detrás
de la cámara observando a todos posar mientras el fotógrafo hacía la
cuenta regresiva. Todos, con sus libros en mano, con la misma sonrisa que
yo había mostrado en mi primera presentación. Todos felices, amantes de
la literatura, felicitándose entre sí, cada uno en medio de su momento de

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gloria, desobedeciendo al estigma de que la literatura se está muriendo. Yo
me enamoré de eso. De esos ojos soñadores y esas sonrisas deslumbrantes.
Y me atrevo a decir que el profesor también, quien al final descubrí que es
el director de la editorial y que, a quienes no podían aportar
económicamente, los apoyaba y permitía publicar, asumiendo él mismo
los gastos que hacían falta cubrir. Entendí que ni Autómata ni el profesor
tenían la finalidad de lucrar con todo ello. Era un arduo trabajo producto
de un sueño con más de treinta años de vigencia, tiempo en el que
Eduardo decidió por fin levantar su propia editorial como segunda opción
a los autores que encontraban puertas cerradas en el mercado literario.
Porque sí, todo es comercial, todo debe generar ganancias o ahí muere.
Así que decidí quedarme con ellos, ofreciendo nuevamente mi ayuda y
pidiendo algún trabajo dentro de la editorial que pudiese desempeñar sin
arruinar nada.

La cuarentena llegó e internet era la única ventana para interactuar con el


mundo exterior. Ahí me llamaron y me dejaron a cargo del marketing
digital, que sin mucha experiencia comencé a desempeñar
cuidadosamente, porque sería cruelmente irónico echar a perder a la
editorial que tantas puertas me abrió y me mostró un mundo del cual yo
era indiferente: el gran esfuerzo de darle lugar a las nuevas voces literarias.

Vuelvo al presente y leo “no hubiese escrito nada”. Ese no es un escritor


de corazón. Escribir por dinero es lo más estúpido que puede haber. Es
solo la literatura. Es la literatura la que provoca escribir, su mera existencia,

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su elegante fonética … Su capacidad de penetrar en el alma con la
efectividad de un cuchillazo en la ingle, de conmover hasta las lágrimas
con solo la imaginación, se escribe porque la necesidad de hacerlo te posee
… Por supuesto, quien no puede entender eso, pensará que está siendo
estafado, creerá que deben pagarle como si fuese el gran poeta del siglo.
Yo busqué el nombre de esa persona en Google y no apareció ni por
casualidad. El ego causa ceguera, claro está.

El resto de autores que sí pudo publicar con la editorial, muchos de ellos


recibiendo el apoyo necesario, se están preparando para ver sus textos
publicados en las antologías que se presentarán en la Feria Internacional
del Libro de este año, en su edición virtual. Reconozco esa emoción que
expresan en sus redes sociales y la comparto, el evento no será igual al de
los años anteriores, pero el orgullo sí, la alegría sí, el reconocimiento
también.

Luego de mucha burocracia y cientos de correos con medio mundo, la


Cámara Peruana del Libro aceptó a Editorial Autómata para que sea parte
de la FIL 2020. El trabajo online se ha duplicado, pero al menos esos
comentarios de odio serán silenciados por un tiempo. No saben la alegría
que se siente al ver a los autores recibir sus libros y ver esos rostros
iluminados cuando observan sus nombres impresos en papel bond avena,
verlos retirándose a sus casas abrazando el sueño de escribir. Aún faltan
unos pocos días para saber cómo esas presentaciones virtuales se llevarán
a cabo. Para cuando esta crónica se lea, seguro ya todo habrá terminado,

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pero todavía muchos otros planes esperan concretarse. Al final de todo,
podrán juzgar si la editorial hizo un buen trabajo o si realmente era de
mierda, pero en todos esos libros que ha publicado, los cuales suman,
contra todo pronóstico, más de treinta, se ha demostrado algo: cada
historia cuenta.

Judith Tarrillo

Cuando el director de la editorial solicitó mi ayuda para ser CM, pronto me di cuenta
del titánico esfuerzo que es impulsar un rubro que agoniza, que ese trabajo se comparte
con los autores que aman escribir y que tal hazaña debe ser reconocida, incluso por los
que han olvidado la literatura.

91
PANDEMIA, CUARENTENA Y UN PAR DE LOCOS
ENAMORADOS

La noche del domingo 15 de marzo, como cada noche, fui a mi trabajo


part-time de mozo en una pollería cercana a mi casa. Para ese momento, ya
se había presentado el primer caso de Coronavirus en el país 9 días antes,
por lo que el temor al contagio entre mis compañeros y yo era creciente.
Los domingos tocaba cerrar un poco más temprano porque no había
mucha clientela desde las 10:30 de la noche, así que podíamos comenzar
a limpiar desde antes.

Ese día me tocó trabajar en el segundo piso, lo que me fastidiaba bastante


porque la cocina, el bar y el horno estaban en el primer piso, así que tenía
que estar bajando y subiendo las escaleras por cada servicio. La zona del
segundo piso que me tocó ese día ya estaba vacía antes de las 9 pm así que
solo me quedé viendo noticias mientras conversaba con mi compañera.
Es entonces cuando vi que el presidente, Martín Vizcarra, estaba dando
un mensaje y me pareció extraño que lo haga de manera tan urgente a esa
hora.

Días atrás, entre mis compañeros, corría el rumor de que pronto se


decretaría el cierre de todos los lugares públicos en donde se concentre

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gran cantidad de gente, pero una parte de mí seguía pensando que esto no
pasaría a mayores, que en un par de semanas estaría nuevamente
trabajando. Qué iluso, ¿no?

Tal parece que los administradores de la empresa para la que trabajaba sí


pudieron anticipar lo que se venía, pues comenzaron a rematar todos los
insumos de cocina para los trabajadores y cualquier curioso que pasase por
ahí. Como ya no había ni un cliente en el segundo piso, simplemente me
quedé ahí conversando con un par de compañeros hasta casi las 10:30 de
la noche, cuando otro compañero llegó y nos dijo que bajemos porque
estaban rematando todo.

El local tiene dos escaleras: una delantera y otra trasera. Por ambas pueden
transitar tanto clientes como trabajadores, pero la trasera da para la cocina,
la caja y el horno, además que estaba más cerca al lugar en donde me había
sentado a conversar. Cuando bajé, vi una larga cola de trabajadores - en el
tercer piso estaba el call-center de la pollería, así que ahí había muchos
trabajadores que yo no conocía - esperando su turno en la caja para llevar
a casa alguno de los insumos que nos estaban ofreciendo.

La pollería en donde trabajaba es una de las cadenas más grandes de


pollerías del país - probablemente sea la más grande - por lo que no era un
empleo para nada informal, el administrador del local era muy meticuloso
y siempre quería que estemos haciendo algo, por lo menos conmigo, era
muy exigente y no dejaba de decirme que haga esto o lo otro. Esto hacía
que dentro de mi horario de trabajo me sintiera bastante estresado. Sin
93
embargo, cuando bajé y vi tal desorden, tanta bulla me sentí muy extraño
pues todos habían abandonado sus puestos de trabajo. En el local, antes
tan pulcro y ordenado, ahora reinaba el descontrol. Era como el último
día de colegio en quinto de media cuando ya nada te interesa, sabes que
puedes hacer casi lo quieras.

Ese día me dejaron salir media hora antes de mi horario habitual de salida,
así que al momento de salir, me despedí de mis amigos y con una chica
que se hizo mi amiga muy rápido, nos abrazamos al despedirnos, como si
muy dentro de nosotros supiéramos todo lo que se venía.

El día siguiente, el 16 de marzo, cumplía 4 meses con mi enamorada,


Ariana Vila, pero habíamos quedado en que ella iría a mi casa el martes.
En ese tiempo, yo no me despertaba después del mediodía como ahora,
sino que me levantaba para desayunar con mi mamá y después me quedaba
despierto en mi cama.

Aún no entendía muy bien qué era lo que estaba pasando así que me quedé
viendo los noticieros esperando que den mayor explicación. Cuando
entendí un poco más lo que había decretado el Estado, le escribí a mi
enamorada.

–Si no nos vemos hoy, no nos vamos a poder ver mañana

Entonces ella me dijo que le diría a su mamá y que tomaría un taxi para ir
a mi casa, además que me dejaría un par de mascarillas porque la pareja de

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su mamá había logrado comprar varias. Cuando llegó, pasamos la tarde
juntos, vimos una película, almorzamos y ella se tuvo que ir al anochecer.
No sabíamos que pasarían tantos días en los que no nos veríamos después
de eso.

Los primeros días de cuarentena fueron llevaderos, se aplazó el inicio del


ciclo académico en la universidad así que estaba completamente libre. El
segundo día de cuarentena comencé a entrenar y era, aparte de cuando me
levantaba para ir al baño y para comer, el único momento del día en que
salía de mi cama o hacía algo diferente a estar todo el día con el celular -
cuando desayunaba solo me ponía a ver videos en YouTube mientras
comía -

La primera semana fue tranquila, no tenía nada que hacer más que ver
vídeos, películas y jugar con mi celular, así pasé los primeros días. La
comunicación con mi enamorada era todo el día por WhatsApp o haciendo
videollamadas. Durante esos días en que todos en mi círculo social
buscaban qué hacer con su exceso de tiempo libre surgió el juego para
móviles Ludo - yo odié con toda mi fuerza ese juego porque no hacías más
que tocar la imagen del dado y decidir qué ficha mover, sin mencionar que
solo ganabas si el algoritmo del juego estaba a tu favor - La noche del 22
de marzo, antes de empezar a jugar Ludo con mi hermano, mi mejor
amigo y mi enamorada, hice videollamada con ella, en la que estuvimos
conversando de varias cosas que se nos ocurrieron en ese momento, hasta
que sucedió.

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Yo estaba en mi casa con mi hermano al costado, él estaba participando
de la conversación y yo no tenía audífonos, así que ella sabía que él la
estaba escuchando. Ella dijo algo que me fastidió mucho porque me
pareció una referencia a algo personal que solo sabíamos los dos y después
de eso le empecé a hablar cortante. En ese momento no manejé bien las
cosas. Siempre habíamos dicho que si algo nos molestase del otro lo
conversaríamos. Pero me ganó la inmadurez, la apatía y simplemente dejé
de ser el novio amoroso que suelo ser y me mostré distante.

Yo solo esperaba que ella dijera “lo siento” y para mí no había pasado
nada, pero no sucedió. Yo le dije que algo que ella me había dicho durante
la videollamada me había fastidiado, pero que – no pasa nada, tonta – así
que ella no le tomó importancia. Pero yo seguía esperando que se disculpe.

Para ella no había pasado nada, yo le había dicho que no pasaba nada, pero
yo seguía fastidiado y todavía no podía volver a ser el mismo de siempre.
Con la molestia encima, conversé con una amiga contándole todo lo que
había pasado y lo que pensaba. Ella era mi ex compañera de trabajo en el
call-center donde trabajé el año anterior y en esa época siempre estábamos
juntos, por lo que le tengo bastante cariño. Luego de contarle todo lo que
pasó, y de que ella me hizo darme cuenta que yo había actuado mal al no
ser claro con mi enamorada y decirle directamente lo que me fastidiaba,
nos pusimos a jugar Stop!, una especie tuttifruti para celular para el que
tenía cierta habilidad. Surgió una conversación que me pareció graciosa así
que decidí compartirla en mi estado - ¿tiene nombre esa tendencia juvenil

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de tomarle screenshot a un chat y colgarlo en tus redes sociales? ¿o tiene al
menos una base psicológica?

Al ver esta conversación mi enamorada se molestó conmigo, pues mi


amiga me escribía en un tono cariñoso, pero ella también optó por no
decirme nada. Pasado un rato después de haberlo subido a mi estado de
WhatsApp, eliminé las publicaciones precisamente por eso. No tenía
miedo que Ariana se pudiese molestar conmigo por celos - sabía que ella
estaba segura de nuestra relación y que no la pondría en peligro - sino que
creí que cualquier malintencionado que vea el estado podría malinterpretar
las cosas y pensar que no respeto mi relación o a mi enamorada. Sin
embargo, no conté con el contexto.

Para ese momento, yo era el distante, para ella no pasaba nada, por lo que
tenía el sin sabor de mi trato. Con esa incógnita en la cabeza, ella no supo
qué pensar y se fastidió mucho por la conversación.

Yo no advertí que algo le fastidiaba a ella pues ahora era yo quien pensaba
que si algo nos molestaba del otro, lo expresaríamos. Sin darnos cuenta
ambos estábamos molestos con el otro y no sabíamos que el otro también
estaba molesto, solo notábamos que el chat había perdido esa dulzura que
casi provocaría diabetes a cualquier extraño.
Ninguno de los dos es de los que dan el primer paso para resolver las
cosas, pero ambos somos conscientes de que nuestra relación es algo
especial, por lo que decidí dar el primer paso. Días atrás, Ariana me había
dedicado una canción llamada Better Together, una canción muy linda que
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habla de la unidad de pareja, así que decidí aprenderla en guitarra para
enviarle un audio cantándosela. Luego de varios intentos para coordinar
mi voz con el rasgueo - me tomó casi dos horas poder grabar los dos
primeros compases y el coro sin equivocarme, se lo mandé.

Ella me respondió una frase del coro y un corazón. Para nada lo que
esperaba después de mi esfuerzo. Con la desilusión de su fría respuesta, le
respondí – vale –. Ella demoró unas horas en responderme. Cuando no se
siente bien o está molesta, decide apartarse de las redes para distraerse.
Cuando me respondió, ya al anochecer, me dijo que sí quería hablar. Así
que comenzamos.

Luego de dejar en claro que aún nos queríamos y teníamos ganas de seguir
con la relación - me pareció exagerado mencionar siquiera la opción de
cortar porque para mí había sido una pelea de nada - ella propuso una
dinámica muy linda para expresar lo que sentíamos.

–Dime qué es lo que más te gusta de mí y por qué estás molesto – dijo ella
tomando la iniciativa en nuestra reconciliación.

–Me encanta la manera en que me tratas y te preocupas por mí. Me haces


sentir muy especial. Me fastidió lo que te dije, pero más que no hayas dicho
"lo siento" o "perdona" si lo hubieras dicho, para mí no pasaba nada– dije,
tratando de dejar muy en claro que para mí todo se solucionaba pidiendo
disculpas.

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–Me gusta mucho tu forma de ser, tienes un corazón muy lindo y noble,
amo cómo te expresas y la forma en la que me haces sentir. Estaba molesta
por tu actitud de esa noche y me terminó de joder por completo lo que
publicaste– dijo ella al tiempo que terminaba con esta tonta pelea.

Eso fue básicamente nuestra primera discusión: pequeñas cosas que no


fuimos capaces de conversar y desencadenaron dos días de tensión entre
nosotros.

Luego de solucionar todo con Ariana, estuve peleado con mi familia


alrededor de tres días - vivo con mi mamá y mi hermano - y ella fue mi
sustento para afrontar esos días prácticamente sin hablar con nadie.

Las siguientes semanas de cuarentena fueron igual de difíciles para nuestra


relación. Esta vez no era por discusiones ni peleas, ahora sentíamos la
ansiedad de no ver a nuestra pareja en más de un mes y eso dolía mucho,
quizá por la incertidumbre de no saber cuándo volveríamos a estar juntos
más que por el mismo hecho de no vernos. Pasamos abril tranquilos,
ambos moríamos por vernos pero sabíamos que era difícil, mucho más
porque éramos conscientes y queríamos cuidar a nuestras familias.

Luego, volvió a suceder.

El 4 de mayo cumplí 20 años, pero días antes, desde fines de abril. Las
cosas no venían muy bien con Ariana, no eran peleas como la primera en

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la que pasamos dos días enteros así, pero sí sentía por momentos un
malestar. Pero ese 4 de mayo fue muy especial.

Ese día me desperté temprano para desayunar con mi papá porque


después él tenía que irse ya que es profesor y tenía que dar clases virtuales
en el colegio donde trabaja. Cuando se fue regresé a mi cama a dormir y
dormía plácidamente hasta que desperté porque un cuerpo se abalanzó
sobre mí perturbando mi sueño. Cuando desperté, demoré dos segundos
en darme cuenta qué sucedía.

–¿Quién eres? –pregunté todavía adormilado y sin saber qué pasaba –


¡Eres la fresita más linda del mundo! –exclamé emocionado cuando me di
cuenta que era mi enamorada quien estaba conmigo. Con la abrupta pero
hermosa interrupción de mi sueño, me levanté, me lavé la cara y me
cambié el pijama que llevaba puesto para pasar el día con Ariana. Mis
cumpleaños nunca han sido la gran cosa, a excepción del 2016 en que la
pasé muy bien con mis amigos de colegio. Pero, debido al contexto, este
onomástico fue superlativo. Ese día perdí toda la ansiedad acumulada por
ver a mi amada, después de casi dos meses sin vernos, tenerla conmigo
otra vez representó un gran alivio para ambos. Comimos juntos, vimos
una película y pasé el día abrazado a ella como un bebé que no quiere soltar
a su mamá. Fue el mejor día por mucho de toda la cuarentena. Aparte de
estar a punto de estallar de felicidad por ver a mi enamorada, mi mamá me
compró una torta muy bonita de El Hombre Araña - mi superhéroe
favorito desde niño- que me hizo sentir como un niño a pesar de llegar a

100
la segunda década de mi vida. Sin embargo, llegó la hora de despedirse.
Acompañé a Ariana hasta la avenida para que tome taxi y para alargar el
tiempo que nos quedaba juntos ese día.

Ella llegó a su casa, y estuvimos bien casi una semana, pero hacia el 10 de
mayo comenzamos a tener pequeñas discusiones por dramas - quiero
definir drama como una exageración adrede de una cosa que ha hecho el
otro con el fin de bromear - que uno hacía y el otro tomaba demasiado en
serio.

Y lo volví a hacer.

Publiqué nuevamente una conversación con la misma amiga, lo cual


molestó a mi enamorada. Esta vez ni se me pasó por la cabeza que eso
podría pasar y ella tampoco fue completamente clara conmigo. Me dijo
que estaba fastidiada, pero no por qué. Y odio que se molesten conmigo
sin razón aparente. Así que me molesté porque ella estaba molesta.

Supongo que eso fue un error de mi parte. Tuve cero empatía con mi
pareja y fui completamente egoísta sobre lo que ella sentía. Nunca fui
capaz de ponerme en sus zapatos para tratar de conversarlo. Dejamos
pasar eso sin solucionarlo bien y arrastramos el enojo durante esos días.
Hasta que en la última semana de mayo me molestó mucho algo que ella
hizo y - por fortuna - se lo dije directamente.

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Como tenía mucho tiempo libre, volví a descargar un juego con el que
hasta el día en que escribo esto sigo viciado: Call of duty mobile. Con mi
hermano, mi mejor amigo y mi amigo Fabrizzio comenzamos a jugar en
las noches el modo de juego Battle Royal, que consiste en que hay cien
personas formando equipos de cuatro en un mapa grande y cada equipo
debe “matar” a los otros equipos para poder quedar vivos hasta el final y
ganar la partida. Ariana se descargó el juego para poder jugar conmigo, y
una noche que estábamos jugando mi hermano, mi mejor amigo, ella y yo,
ella se molestó y se salió.

Cuando dejamos de jugar, le escribí por Whatsapp

–Oye, por qué te saliste así. No la jodas, por favor– refiriéndome a que no
vuelva a generar una pelea entre nosotros. Pero yo ya estaba molesto, así
que no había mucho que hacer. No hablamos mucho esa madrugada, pero
por la mañana ella me dijo que no quería pelear por tonterías. Pero yo
seguía molesto.

–Si no querías jugar con nosotros, lo decías y ya. Por ti sacamos a


Fabrizzio– la verdad es que no tenía muchas ganas de arreglar las cosas así
que mis respuestas a lo que ella me decía eran cortantes y frías. Cuando
ella me pidió que la trate bonito como siempre, hice una especie de
chantaje pidiéndole que me diga por qué estuvo molesta la semana
anterior.

102
Cuando me lo dijo y me explicó que no quiso decírmelo porque ella sabía
que era una tontería, yo le dije que quería saber qué era exactamente. Ella
me respondió:

–¿De qué sirve que te diga eso?– con la carita triste que se forma al poner
“:” y “(” al final de su oración.

–Para no hacerlo más ¿no te das cuenta que no quiero joderte? Que quiero
que estés bien conmigo. Sé lo que es tener inseguridades y quiero que no
tengas ni una. Porque yo me muero por ti. De verdad me muero por ti. Y
no la quiero joder contigo.

–Es que no es que te diga algo para que no lo hagas porque no tiene nada
de malo. Amor, así como tú te mueres por mí, yo también por ti. Eso es
lo que me repito y me demuestras a diario. Créeme que solo fue algo tonto
porque estaba toda emocional, pero me di cuenta que no lo vale porque
me amas y yo a ti. Y si pasara cualquier cosa, sé que no, al final ambos
perdemos

Entonces pude entenderlo. Yo siempre consideré que tuve mucha suerte


por haber conocido a Ariana Vila y que ella sea mi enamorada, pero ella
también se sentía afortunada de tenerme como enamorado. Después de
eso, hicimos una especie de juego en el que el que se molestaba primero
perdía. Hasta ahora no tenemos ganador porque no hemos peleado
nuevamente desde ese día.

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La cuarentena nos ha servido para encontrarnos un poco más como
pareja, tener costumbres juntos, aprender juntos y hacer planes a futuro
juntos. Establecimos los jueves de películas, los findes de videollamada
para avanzar un curso virtual de diseño y cuando se acabe la cuarentena,
pasar toda la vida juntos.

Sebastián Lozano

Durante la cuarentena, mi novia fue mi contacto con el exterior, la única persona con
la que conversé todos los días y el principal motivo por el que me mantuve cuerdo esos
días tan locos. Quise dedicarle esta crónica, porque cada día ella me dedica más de lo
que merezco.

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CONOCIENDO LO DESCONOCIDO

Despertar y tener buenos pensamientos, no hay nada mejor para iniciar el


día, a no ser que el mensaje de una persona especial esté esperando a ser
leído en tu celular, podrán pensar que ilusionarse con algo tan trivial es
sólo ingenuidad de mi parte, pero la verdad es que muchos pasamos por
esto.

Iba camino a casa, finalizada la clase de historia, era hora del almuerzo y
me apresuré por llegar a tiempo para satisfacer mi apetito, de repente sentí
una vibración en mi bolsillo –genial, seguro un mensaje del grupo de
historia- dije en mis pensamientos.

Después de comer, revisé mi celular y para mi sorpresa era un mensaje por


Facebook que decía –Hola, ¿cómo estás?-, claramente no conteste el
mensaje porque la cuenta de esa persona no tenía información personal y
mucho menos una foto de perfil verdadera, su foto era la de un personaje
de anime, su identidad era todo un misterio.

Al concluir mis labores académicas, la curiosidad me invadía, quería saber


a quién le pertenecía esa cuenta, consulté con todos mis compañeros de
clase y ninguno supo absolver mi duda: y si le contesto, ¿qué es lo peor
que podría pasar?, pensé; entonces procedí a preguntarle directamente
sobre su identidad.

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Entablar conversaciones con personas que veía casi toda la semana era
caer en una rutina, la rutina agobia el espíritu de libertad que todos
tenemos; por mucho tiempo no sucedía nada interesante en Facebook y
recibir un mensaje como ese no era algo que suceda muy a menudo,
mucho menos de alguien que sea fan de un anime poco conocido que me
encantaba.

Al caer la noche, seguía esperando ansiosamente un mensaje que aclare


todo, pero no fue así. Me fui a dormir pensando en todo lo que me ocurrió
durante el día, me agrada pensar en las distintas posibilidades que pueden
llegar a suceder mañana; de repente, mi celular vibró, una sensación de
nerviosismo se apoderó de mí, vi el celular y la batería se había bajado, -
como es posible que esto me esté sucediendo- pensé.

A la mañana siguiente, mi celular estaba apagado porque no tenía nada de


batería, lo puse a cargar mientras desayunaba; todo estaba en completo
silencio, mi madre había salido a trabajar temprano como cada mañana,
vivir en Chosica y trabajar en San Isidro no debe ser nada fácil.

Las manijas del reloj seguían en constante movimiento, el tiempo no


espera, ya se me hacía tarde; estaba listo para ir a clases, pero por alguna
extraña razón decidí no llevar mi celular, simplemente cerré la puerta y
comencé mi caminata diaria a la escuela.

A medio camino, cuando estaba por el parque de mi zona, me topé con


mi amigo Wilder.

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-Hola David, ya te percataste de la publicación de Facebook donde te
etiquetaron- dijo con tono asombrado.

-No, ¿qué es lo que dice?

-No te preocupes, no es nada malo.

Entonces me mostró la publicación, no sabía que esperar, me sorprendí al


ver de que trataba.

La persona que me había escrito antes, había compartido una foto que yo
no había publicado en ninguna red social, además de ello, me había
etiquetado; hasta ahora no logro entender el porqué alguien hace eso.

-¿Cómo consiguió esa foto?- esa pregunta rondaba en mi cabeza durante


todas mis clases, -debo aclarar lo que está sucediendo- surgía como la
respuesta a todas las preguntas que me planteaba.

Al salir de la escuela, fui apresuradamente a mi casa, sólo pensaba en


revisar mi celular. El momento había llegado, cada vez que me encontraba
frente a una situación de incertidumbre, la ansiedad me invadía; había tres
mensajes nuevos, uno de ellos era de “Gali”, ese era su alias en Facebook,
palabra que me explicó en persona días después.

-Hola, soy estudiante y voy a tu misma escuela, quería decirte que me


disculpes por compartir esa foto sin tu permiso, ya la borré- decía el
mensaje, revisé y efectivamente la publicación ya no estaba; “Gali”

107
estudiaba en mi escuela, probablemente sea alguien que conozco, pero
como consiguió la foto, entonces lo recordé.

La semana pasada había olvidado mi celular en una carpeta a la hora de


salida, a la mañana siguiente mi tutora me entregó el celular, esa era la
única manera en que pudo conseguir la foto; todo empezaba a aclararse,
ahora no me cabía la menor duda de que no sólo era alguien que estudiaba
en mi escuela, sino también era de mi salón porque la mayoría de ellos
sabía el patrón para desbloquear mi celular.

-No te preocupes, sólo quiero saber por qué lo hiciste- contesté de manera
breve. Pasaron pocos minutos y mi celular comenzó a vibrar, la respuesta
a mi mensaje también fue breve, -quiero hablar contigo, personalmente-
sentí que su inseguridad había sido superada, es increíble como pude llegar
a sentirme tan emocionado por el sólo hecho de que alguien quisiera
llamar mi atención.

Sin ninguna duda acepté el encuentro, acordamos la fecha y el lugar, luego


me puse a pensar y me dije –y si es alguien que me está mintiendo-, ver
tantas tragedias en los noticieros a raíz de personas mal intencionadas que
se hacen pasar por jóvenes para captar a sus víctimas, no me ayudaban a
tranquilizarme; la mentira es algo con lo que no puedo lidiar.

-¿Cómo sé que no me estás mintiendo?

-¿Por qué lo haría?, sólo quiero aclararlo todo-, por alguna extraña razón
esas palabras me tranquilizaban, sentía su sinceridad.

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El acuerdo entre ambos de encontrarnos el sábado por la tarde fue mutuo,
faltaban dos días, pero ya sentía la emoción del día sábado, emoción que
se aumentó durante los dos días faltantes.

Nos la pasábamos conversando de nuestros gustos, era como si el destino


hubiese tramado todo esto para que dos personas con tanto en común se
conocieran, me sentía como en una película, pero no sabía si esta tendría
un final feliz o no.

Y llegó el momento de seguir con la trama, llegó el sábado; estaba muy


nervioso, decidí ir temprano y observar desde un lugar cercano a nuestro
punto de encuentro, quedamos en encontrarnos a las cinco en una loza
deportiva, cerca de ese lugar había un parque donde muchas personas se
divertían, el ruido de la gente me hacía sentir más tranquilo.

Para llegar a la loza era necesario pasar por el parque, sabiendo eso me
senté en una de las bancas del parque a esperar, esperaba ver a alguien
conocido porque recuerdo el rostro de todos mis compañeros, tengo una
buena memoria fotográfica, además tenía la certeza de ver a alguien de mi
salón.

Ya eran las cinco y media, sólo me enfoqué en observar el sendero que


conduce a la loza deportiva, aún no veía a alguien que conociese, todo
pintaba para mal. Me preguntaba si vendría o no cuando decidí ir a la loza.

Dos equipos de fútbol estaban en pleno partido, había poca audiencia en


las gradas, en eso me llegó un mensaje que decía –te estoy viendo-, en

109
seguida me puse a mirar los alrededores, trataba de descubrir donde estaba,
pero no alcancé a reconocer a nadie.

Decidí regresar a mi casa, cuando me vuelve a llegar otro mensaje, -te estoy
esperando en la pileta del parque-, tenía dudas sobre si ignorar el mensaje
o no; finalmente fui para aclararlo todo.

Estuve esperando unos minutos, de pronto veo que alguien se acerca y


efectivamente era una persona a la que conocía muy bien, a pesar de haber
convivido cuatro años en el mismo salón, recién fue en ese último año
donde nos hicimos más cercanos, no esperaba que estuviera detrás de esa
cuenta.

Nos quedamos conversando largo y tendido, me explico que “Gali” era el


nombre de su mascota y que sólo usaba ese Facebook para no llamar la
atención de los demás, después de todo no era tan sociable, también me
comentó que le costaba mucho exponer sus sentimientos y la única
manera de hacerlo era a su manera.

Pude entender de que trataba todo, sin la pseudoseguridad que te dan las
redes sociales no hubiésemos llevado nuestra amistad al siguiente nivel,
ambos no hubiésemos tenido el valor de entablar una conversación cara a
cara sobre lo que realmente sentíamos.

Después de todo, había afinidad entre ambos, a partir de ese momento


comenzamos a escribirnos con frecuencia a través de nuestras verdaderas
cuentas, la cuenta de “Gali” fue borrada; cada sábado a las diez de la

110
noche, no podía faltar una amena conversación en mi agenda,
conversación que se extendía hasta que el cansancio me gane, estuvimos
así por un buen tiempo hasta que decidí eliminar mi cuenta de Facebook,
pero bueno esa es otra historia.

“Gali” significó mucho para mí, cada vez que vuelvo a recordar ese pasaje
de mi vida, me doy cuenta de lo mucho que he madurado como persona;
tener a alguien que te guíe y te comprenda en una etapa temprana de tu
juventud te hace querer ser la mejor versión de ti. Actualmente, guardo
esta anécdota como un bonito recuerdo de alguien a quien todavía aprecio.

David Celestino

Esta anécdota es especial para mí, no suelo confiar fácilmente en alguien, pero siempre
hay una primera vez para todo, quise mostrar que no todo lo desconocido es malo.

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LECCIONES: CHARLIE 42

El Primer Día: Bienvenidos

5 de agosto de 1984. 0000 horas. Lima, Perú. Un joven de la calle se


encuentra en la comisaría “Sol de Oro” junto a más personas. Detenidos
por estar en una fiesta en el “Hollywood”. Esperando, pensando. Algo
apurado, pero no tanto, aún tiene tiempo.

Ya eran las 0200 horas cuando aparece un joven oficial que, renegando,
quizá por el sueño, comienza a ordenar: “Ya carajo, ¡fórmense!, todos los que
tienen documentos a este lado y los que no tienen a este lado”. Dos filas se formaron
rápidamente entre aquellos seres en falta que iban pasando revisión por el
personaje de verde. El joven, ni lento, ni tonto y sin documentos, cogió el
último lugar de la fila “documentados” junto a su amigo “el chino” para
probar su suerte.

Salió su amigo. Le tocaba a él.

—Ya!, ¡tus documentos! —cansado y aburrido dijo el oficial.

—Alférez lo que pasa es que yo, hoy día, tengo que presentarme —dijo el
joven, apenado y apurado, mientras sacaba un recorte de un viejo
periódico que guardaba en su billetera.

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El joven mentía. La verdad es que aún no era tiempo de que sirviera
obligatoriamente a su país. Pero algo más allá del patriotismo lo movía. El
hambre. El frío. El miedo. El oficial siguió increpando hasta que escuchó
una explicación. Falsa, pero explicación al fin y al cabo. “Alférez es que, era
mi despedida y fui con mi hermano…”. Y antes de dejarlo continuar, lo calló y
los dejó ir.

A las 0330 horas tomaron un micro hasta 2 de Mayo. A correr de nuevo


por toda la Alfonso Ugarte, Guzmán Blanco, Salaverry y —“¡Alto ahí!, a
dónde mierda van?, alto”— dijo un militar para frenar a aquellas sombras
juveniles que corrían. “No, es que estamos yendo a la Marina, tenemos que
presentarnos” —replicaron los jóvenes para poder justificarse. Los militares
los dejaron ir tras confirmar que no eran terroristas, ya que en esa época
todo el mundo era sospechoso.

A las 0430 horas entró a lo que en ese entonces era el Ministerio de Marina.
Emocionado por no encontrar cola afuera, pero rápidamente impactado
por la cantidad de gente que ya había adentro. Alfa y Bravo ya estaban
formadas. 150 para cada una. Seguía Charlie que se estaba formando y le
dio una denominación a este joven. Charlie 42.

Charlie 42 era delgado, muy delgado. Nazqueño de nacimiento. Tenía 18


años en el 84’ y no buscaba nada más que tener un lugar donde dormir y
poder comer. Es por eso que se unió a La Marina.

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El tiempo transcurrió hasta las 0900 horas. Entre hacerlos parar y estar en
cuclillas. “Lo hacían por joder” —dice hoy Charlie 42, ya no tan joven. Hasta
que aparecieron otros oficiales y comenzó “el trabajo psicológico”.

“¡¿Quiénes no quieren estar aquí?, ¿quién es maricón?, ¿a quién lo han violado?, ¿algún
huevón con tatuaje?, ¿un maricón con arete?!...”

Pregunta hecha, persona que botaban, insultos van pero no vienen. Solo
se escuchaban las ofensas de los oficiales y los llantos de los
desmoralizados. Padres pagando para que sus hijos no vayan a la isla. 500,
1000, 1500 soles. Todo sea para que te firmen y sellen como “INAPTO”.
Así, quedaron solo los que querían entrar. O los que no podían pagar.

1300 horas. Exámenes de salud a todas las compañías en el mismo


Ministerio. Luego todos al Hospital Naval para hacer los mismos
exámenes. Sí, los mismos. A las 1800 horas todas las compañías fueron
hacia la Plaza Grau en la última parada en tierra que tendrían durante 3
meses. Un tumulto entre familiares, curiosos y vendedores ambulantes
rodearon los carros para despedirse, chismear y comprar “el rancho frío”
que les dieron a los flamantes reclutas. A Charlie 42 no lo despidió nadie,
pero logró vender su rancho a 3 soles. “Algo era algo”.

Luego de esperar llegaron las lanchas al muelle de la Plaza. Ese era el fin
de la vida civil de Charlie 42. La compañía Charlie subió en una lancha
para 150 personas y zarpó rumbo a la isla San Lorenzo, donde se
encontraba la Escuela Naval de la Isla San Lorenzo (o como ellos le

114
llamaban, ENSO). En medio del viaje, o del mar, mejor dicho, se detuvo.
El oficial a cargo preguntó: “¿Quiénes no saben nadar?”. La compañía se
separó y Charlie 42 sí sabía nadar. Una tabla en la proa y cerca de 60
personas que no sabían nadar marchando encima de ella mientras los
primeros se caían al mar fue suficiente para la primera lección de la vida
militar:

Primera lección: “Todo marinero debe saber nadar, ¡carajo! Ya no están con su
mamita, su papito. ¡Ahora todos pertenecen a la Marina de Guerra del Perú!” —
repetía el oficial mientras Charlie 42 y sus compañeros rescataban al resto
que se ahogaba.

Vida de Recluta: Trabajo en Equipo

0500 horas. Despertarse, correr y hacer ejercicio. 0700 horas. A las duchas
y a desayunar. 0800 horas. Ejercicios nuevamente. 1000 horas. A clases.
1300 horas. Almuerzo. 1400 horas. Más ejercicios. 1700 horas. A estudiar
de nuevo. 2000 horas. Cena. 2100 horas. A dormir. 0500 horas. Repetir.

Durante tres meses fue la rutina casi inamovible de Charlie 42. Sin
embargo, la vida militar no es tan rígida como algunos creen.

Había pasado 1 mes y medio desde que llegaron a la isla. Comenzaba la


mañana y era hora de desayunar. Charlie 42 pasaba en formación con su
gamela para recibir su comida cuando una mano, que iba saliendo, tomó

115
y desapareció rápidamente en su boca el huevo sancochado que siempre
daban en el desayuno. Esa mano era “Titi”. Moreno, alto, fornido, “un
huevonazo” —dice Charlie 42 mientras hace un ademán de grandeza.
Caracterizado por abusar de los demás e incluso extorsionar dentro de la
“cuadra”, que era la habitación de la compañía.

En la fila nadie puede parar así que, aguantándose la rabia, Charlie 42


comió lo más rápido que pudo y volvió a la cuadra antes de que acabara la
hora del desayuno. Cogió una barra de fierro que usaban como trapeador
y esperó detrás de la puerta. Charlie 42 era de Barrios Altos y sabía que si
no te respetaban por las buenas, lo harían por las malas. Apenas se abrió
la puerta y confirmó esa pelada morena de Titi sonó el primer impacto del
fierro contra la espalda ahora roja y rota del otro Charlie. Tras el primer
golpe se armó una coreografía mal hecha entre huir por las camas, esquivar
los golpes, gritar, amenazar, seguir corriendo, seguir amenazando, hasta
que se escuchó el estruendo de una persona saltando por la ventana del
segundo piso, donde estaba la cuadra Charlie.

Para su mala suerte, un OM (oficial de mar) estaba pasando como


transeúnte cuando vio la escena desesperante de los jóvenes reclutas y los
detuvo para finalmente darles a los dos un “pitiudo”. El primero, pero no
último, de los “pitiudos” de Charlie 42.

Un “pitiudo” en términos sencillos es un castigo físico, normalmente de


24 horas y por medio de ejercicios físicos virtualmente imposibles. Pero
claro, ellos deben hacerlos posibles o se ganan otro.
116
Sin embargo, en ese momento, los oficiales querían darles una lección más
allá de los ejercicios. “Así que les gusta pelear?, ya. ¡Dales unos guantes a estos
huevones y todos a la explanada!” —dijo el OM mientras Charlie 42 pensaba
cómo ganarle a Titi.

Las reglas eran simples. No hay límite de tiempo, si el oponente está en el


suelo ya no se le pega y el que se rinde, pierde. Pues no pasó mucho hasta
que Titi tumbó a Charlie 42 y siguió golpeándolo en el suelo. 1, 2. Mientras
Charlie 42 solo podía defenderse con la poca visión que un ojo hinchado
le permitía. 1, 2. Charlie 42 aún pensando en cómo ganar. 1, 2. Hasta que
se abalanzó sobre el cuello de Titi y sabiendo que no podría ganar, al
menos no iba a perder. 1, 2. Y Charlie 42 estaba prendido de la oreja de
su oponente, claro que no con los guantes. Mientras Titi gritaba de dolor,
Charlie 42 no soltaba su oreja y el resto de los mirones fueron a separarlos
hasta que lo lograron. ¿El resultado? Charlie 42, abollado y Titi sin un
pedazo de oreja. Les dije que no era con los guantes.

Ambos pasaron unas horas en enfermería, pero, ¿no eran 24 horas? Pues
ahí recién comenzaba el “pitiudo”. Marcha de pato, subir y bajar el “Monte
Calvario”, soportar la arena ardiente de la mañana con ampollas en el
pecho, comer en el suelo y soportar una noche en la playa hasta el
amanecer del día siguiente en una caja de calamina que te calentaba como
un horno y terminaba en una nueva visita a la enfermería.

117
Nueva lección: “Carajo, aquí todos son un equipo y no pueden estar peleándose como
huevones. Aprendan o si no, ¡lárguense!” —dijo el cabo a cargo de la cuadra
Charlie mientras hacía ranear a toda la compañía.

BAP Ríos: Habilidad y Valor

Tras estar 3 meses en ENSO era el momento de que los reclutas salieran.
Si bien es cierto tenían que cumplir 1 año de servicio militar obligatorio,
ya no eran reclutas sino, grumetes. Y podían ser “destacados” a diferentes
dependencias. Charlie 42 fue destacado al “BAP Ríos” (BAP: Buque de la
Armada Peruana) por recomendaciones del alférez Palomino, responsable
de la isla San Lorenzo en los meses de recluta de Charlie 42 y un amigo de
anécdotas.

Ahí se encontró con sus antiguos amigos “cachete” y “metralleta”. Que


también fueron destacados al buque. “Cachete era de la Charlie. Le decíamos
así por cachetón nada más, a veces le decíamos Quico; y Metralleta era de la Bravo.
Tartamudo, supongo que ahora entiendes el apodo” —dice hoy Charlie 42
mientras se ríe, pero sus ojos se humedecen.

Subieron la “escala” del buque remolcador de altamar y los recibió un


oficial que fue a llamar a otro. El nuevo oficial les preguntó sus nombres
y a partir de ese momento Charlie 42 pasó a llamarse grumete Valdivia, o
simplemente Valdivia. Inmediatamente después el oficial les preguntó:

118
“¡¿Y yo cómo me llamo?!”. El desconcierto entre las miradas de los nuevos
grumetes dio pase a la orden del oficial. “Ah no saben cómo me llamo. Ya!, pa’
ranas 1, 2!” y los nuevos comenzaron a saltar en plena cubierta y a la vista
de toda la tripulación. “¿Y ahora cómo me llamo? —siguió el oficial mientras
los grumetes seguían raneando. “Yo soy el capitán de corbeta Jorge Castro, ¡y soy
su comandante! Y así van a estar hasta que se acuerden mi nombre. 20 más!”

A los grumetes los dejaron como rancheros. Su misión era servir a la


tripulación y que no quede nada en la olla. Esto un domingo cuando solo
se quedaba la guardia de 14 personas, cuando la comida normalmente se
preparaba para 63, que son la tripulación. Durante esos 7 días los grumetes
se dieron la gran vida hasta que tuvieron que salir a navegar.

Para los que no saben exactamente la función de un remolcador de


altamar, es sencillo, es una grúa en el mar. Un barco se queda varado y el
remolcador debe ir a recogerlo y llevarlo a un “dique” (que es un taller
para reparar barcos). En la época del 84’ solo se trabajaba con el dique
seco del Callao y el dique flotante de Chimbote. Así que la labor del “BAP
Guardián Ríos” (nombre completo) era enganchar estos barcos sin rumbo
y llevarlos a salvo “a tierra”.

El comandante Castro no era un comandante “común”. Remolcaba


buques “dados de baja” (inservibles y vacíos) para los ejercicios de
catamarán de la escuadra de La Marina. Pero lo que motivaba a la
tripulación era la remuneración. Por la misma labor había un sueldo. Pero
donde se ganaba más era en la venta de los materiales de buques que eran
119
usados para los ejercicios: cobre, “fierro”, estaño, etc. y que la tripulación
recogía y vendía por peso en las famosas “cachinas”. “Aquí adentro es tu
habilidad, si no te haces una a ti te la hacen”.

Otra particularidad del comandante se daba al momento del


“remolcamiento”. Si bien es cierto era capitán de corbeta, comandante del
BAP Ríos y un marino experimentado. Siempre quiso ser pirata. El
remolcar comienza al momento de cruzar los barcos, proa con proa de
manera paralela. Un barco a la deriva es muy impredecible, y más en la
noche cuando la marea está alta. Lo que se tiene que hacer es saltar de un
barco a otro en un momento exacto y amarrar ambos con una soga del
grosor de un brazo, de ambos lados. Sin embargo, ese “momento exacto”
es tan efímero que, 1 segundo más o menos, puedes caerte (o quedarte)
en medio de los barcos.

Es por ello que quienes saltan de un barco a otro deben ser rápidos, hábiles
y sobre todo, temerarios. Porque se debe tener mucho valor o valorar muy
poco la vida para correr semejante riesgo. Pues Valdivia, Cachete y
Metralleta eran los 3 encargados de arriesgar su vida para remolcar esos
barcos. Pero ellos debían esperar, no solo el “momento exacto”, sino
también las órdenes de su comandante. Quien con su barba enorme, voz
aguardentosa y camisa destapada gritaba la señal que conocía toda la
tripulación. “Al abordaje mis valientes!” Cachete, Metralleta y Valdivia tenían
que saltar hacia lo que podría ser el último salto. Fortuna, Dios o
inteligencia. Algo los salvó todas las veces que remolcaban.

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Nueva lección: “Para disfrutar de La Marina debes tener dos cosas: Habilidad y
Valor. Sin una de esas dos, por las huevas estás” —dijo el comandante Castro
en una mesa durante la cena de un domingo con los tres.

F.O.E.S: Humano

Además del tridente de grumetes remolcadores había una tripulación


completa de mecánicos, almaceneros, cocineros, vigías, que hacían que el
buque navegara a todas sus labores.

Dentro de ellos se encontraba “el chato Spiru”. Era bajo pero agarrado y
estaba obsesionado con el entrenamiento. Cada mañana salía a correr y el
trío lo veía. Hasta que un día comenzaron a hablar y Spiru les comentó su
sueño de ser parte de las F.O.E.S (Fuerza de Operaciones Especiales y
Demolición Submarina del Perú). Uno de los cursos más difíciles, si no es
el más difícil, de todas las FF. AA. del Perú.

Valdivia, o “Milkito” como le llamaban sus amigos (ya que era más orejas
que cabeza cuando lo raparon al entrar), se interesó por ese sueño. Lo hizo
suyo. A partir de ese momento salió a entrenar con Spiru y sus amigos
cada mañana. Cachete y Metralleta no tenían el mismo objetivo. No les
interesaban las F.O.E.S y se sentían bien donde estaban.

—¿Y tú por qué? si querías ser F.O.E.S

121
—Porque era lo mejor, lo más alto. Cualquiera en La Marina lo sabe. Un
FOES es imponente, es respeto, es autoridad. Si tú estás caminando en
una vereda y ves que viene un FOES tú debes cambiarte de vereda. Doble
rancho, aprender a sobrevivir, ser respetado. Yo había comenzado como
recluta pero podía ser más —dice hoy Charlie 42 mientras sus ojos se
emocionan y destellan aquella juventud que lo quería todo.

Spiru y Milkito siguieron entrenando cerca de 1 mes. Milkito venía de los


Barrios Altos, de la Escuela ENSO, del BAP Ríos, y una prueba más no
le asustaba. Sin embargo, Spiru había postulado 5 veces e iba por la sexta.
Nunca pasó, por problemas de salud y lesiones. Pero esta vez sería
diferente.

Se presentaron junto a más de 3 mil personas. Policía Republicana, PIP,


Ejército, Academias premilitares, Marina, FAP. Todas las instituciones
habían ido al primer examen para el curso F.O.E.S.

Una explanada enorme repleta de gente comenzaba a quedar vacía tras


una hora de hacer ranas. “Primero caían las premilitares, Pedro Paulet, Los
Rangers, esas mierditas. Luego los de la Republicana. La PIP no llegó ni a la media
hora. FAP intentó durar. Y al final solo quedamos 300” —el Charlie 42 recuerda
mientras se ríe y su cara remarca la piel arrugada de una mueca burlesca.

El curso de F.O.E.S tiene diferentes exámenes. Durante la semana, los


instructores tienen la misión de presionar, maltratar, exigir, joder, ofender,
y hacer todo lo que sea necesario para que voluntariamente, te vayas.

122
“Tocas tu campana y te vas. Muchos no aguantan, pero más que todo es psicológico,
nunca te golpean, solo es ejercicio. Todos te dicen que eres basura, que no vales nada,
que estás por las puras, mientras te esfuerzas con todo lo que tienes”.

Al final, el curso quedó con 12 personas. De ellas se separaron dos grupos


de 6. En el grupo de Milkito estaba Spiru, el cabo Jumpo, Lagartón,
Cangrejo y Avionero. “Siempre se formaban con dos chatos (Milkito y Spiru), dos
agarrados (Jumpo y Lagartón) y dos altos (Cangrejo y Avionero). Para las estrategias
en todos los terrenos y para visión”.

Era el año 85’ cuando el Charlie 42 pasó a ser FOES y lo que preocupaba
a todo militar era el terrorismo en la Sierra. Todos sabían que ser destacado
a la Sierra era el riesgo más grande en aquella época y muchos de los que
iban no volvían. O volvían en bolsas.

A pesar de ser FOES novicios, el grupo de Valdivia fue destacado hacia


Ayacucho. Región más golpeada por el terrorismo de los años 80’s. Sin
embargo, su labor no era combatir con terroristas y matar a todos los que
pudiese. Sino, era un trabajo de reconocimiento y recojo de información.

—Los terroristas no eran como lo pintan hoy. No eran personas


sanguinarias que mataban a todos por los lugares que pasaban. Eran
cholitos, pobladores, sin técnicas de guerra ni nada. Pero claro, estaban
resentidos con los mismos militares, en su mayoría infantes y los de la PIP.
Porque… ¿cómo reaccionarías si vieras que un militar violaba a tu
hermana de 13, 14 años? Que golpeaba a tus amigos. Al final también

123
tuvimos la culpa —mientras mira al techo se humedecen los ojos de aquel
ex FOES.

A parte del grupo de Valdivia, fueron otros dos grupos, dos instructores
FOES y 200 infantes de Marina. Al volver, llegaron los 3 grupos y los dos
instructores. Ningún infante volvió.

Al volver a la base el ambiente era neutral. “Uno se acostumbra a ver morir


gente, a escuchar esas trompetas y ver banderas para las familias. Nunca es un
problema.”.

Sin embargo, ese día era diferente. Un oficial llamó a Valdivia y le pidió
“un favor”. Tenía que ir a Barrios Altos, a la casa de la familia Ramírez.
Un tal Alejandro Ramírez había fallecido y querían que Valdivia entregue
una conmemoración a su familia y una citación para que fueran a
reconocer a su familiar.

Hasta ese momento Charlie 42 había aprendido muchas cosas. A


obedecer, a ser hábil, a buscarse la vida como pudiese, a defenderse, a
hacerse respetar, a no despreciar la comida, a disfrutar lo que tenía y
siempre querer más. Se sentía fuerte, valiente, invencible. Hasta que llegó
a la puerta.

Una vieja quinta de Barrios Altos, despintada o quizá nunca pintada. Abría
la puerta una señora mientras el bullicio de la calle parecía callarse. Algo
mayor. 45 o 50 años. Trigueña. Él nunca la había visto, pero Alejandro

124
había estudiado con Valdivia en el colegio Daniel Alcides Carrión de
Barrios Altos durante la secundaria. “Fuimos los únicos que nos graduamos. Solo
2 terminamos la secundaria en el 82’. Era sano, no como el resto de mis amigos. Apenas
y lo conocía. Estuvo en La Marina y tampoco lo conocí”.

La señora lo recibió y le preguntó. Él se presentó y entregó un sobre que


nunca supo qué decía. Ella se extrañó, pero siguió preguntando. “¿Y cómo
está Alejandro?”

—En ese momento lo entendí. Todo lo que había aprendido. Cada


lección. Cada ejercicio. Cada entrenamiento. Cada puteada. Todo me llevó
a ese momento. Me sentía listo. Hasta que me di cuenta de lo que estaba
haciendo.

Sacó la bandera y al mismo tiempo la figura de aquella mujer se desvaneció


frente a él. Al siguiente instante la familia entera estaba llorando,
abrazándose, lamentándose. El Charlie 42 estaba ahí. En medio de esa
gente desconocida. Sin saber qué hacer o qué decir. No podía llorar. No
le enseñaron eso. Pero lloró.

Última lección: “No hay ejercicio que te enseñe más que esos momentos. Nadie te
enseña a llorar. Nadie te enseña a ser humano.” —dice Milkito, Charlie 42,
grumete Valdivia y FOES Valdivia mientras llora y su voz se corta.
Termina.

125
Manuel Valdivia

Quise darle otra mirada a la imagen que tiene la sociedad de la vida militar, además
de contar parte de la vida de mi padre para que, de esta manera, otras personas con
padres militares o exmilitares entiendan el porqué son como son. Y yo poder entender a
mi padre.

126
EL PARAÍSO ESTÁ EN LA TIERRA

La mañana del 15 de noviembre de 2019, Lima amaneció con las nubes


grises que apenas dejaba pasar un poco la cálida luz del sol. Algo tan
característico de esta capital. Me dirigí hacia el punto de encuentro. Esa
misma mañana, camino a la estación, todo mi entorno se hizo más visible.
Individuos de un lado para otro, algunos corriendo y otros a paso
acelerado. Buses llenos de personas, griteríos, un ligero bochorno por
causa de la tensión del día irritaba a las personas. Entendí una vez más lo
caótica de mi realidad.

Escapar. Esa era mi consigna. Quería buscar paz y me dirigía hacia ella sin
saber lo que vendría. Abordé el bus. Las ventanas parecían pantallas que
reflejaban diversos paisajes. Campos desérticos y campos frondosos de
cultivos. Así sentía que poco a poco me alejaba del caos. Sin caer en
cuenta, cerré los ojos. Perdí la noción del tiempo, pero sentía mi
respiración un poco más agitada. Allí entendí que ya me había alejado
bastante de Lima. Estaba en busca de esas experiencias en la vida que se
anclan en nuestras memorias. Cada vez que traemos a nuestra mente un
recuerdo, él viene cargado de nostalgia y emoción. No solamente porque
las vivimos, sino porque anhelamos revivirlas una vez más.

127
Puno me recibió diferente. Con un abrazo frío, pero acogedor. El viento
soplaba; sin embargo, la gente del lugar me transmitía su calma. Ya podía
sentir con más claridad las dificultades para respirar. Una cena ligera fue
mi compañía esa noche del 15 de noviembre. Una sopa consistente y
caliente para sobrellevar el frío y para dar sensibilidad a mis extremidades,
pues el clima me provocaba algo de dolor en el cuerpo. No había
amanecido, pero ya el cielo estaba iluminado, eran apenas las 5am del 16
de noviembre. Nuevamente Puno me dio un abrazo más frío que el de
ayer, sin embargo, esta vez con un cielo majestuoso. Nubes que parecían
algodones, blanquísimos como la nieve y un cielo celeste, tan claro como
el mar caribeño. Era como una premonición de lo que se venía.

Gente de un lado para otro, turistas explorando, vendedores por todos


lados ofreciendo las experiencias más increíbles en la naturaleza. Daban
paso a un imponente azul marino, intenso, brillante y calmo. Era el Lago
Titicaca. Parecía no tener fin. Veía el comienzo, más no el final. Un sol
abrasivo comenzaba a salir y las lanchas empezaban a dispararse y dar
inicio a los recorridos por las diferentes islas que posee el lago. Allí
tomamos una. En solo un momento se ocuparon los asientos, tal parecía
que no era el único ansioso por llegar a la Isla Taquile. Un viento aturdidor
y helado me acompañaba, se volvió mi compañero de viaje. Sentía mis
músculos endurecerse, tenía una ligera dificultad para respirar y un leve
dolor de cabeza. Creo que no había sentido tanto frío en mi vida, pero mis
deseos de llegar eran más fuertes.

128
“Duerman” gritó el conductor. Quería que descansásemos porque
después necesitaríamos todas las energías posibles para la caminata. Poco
a poco las imágenes se distorsionaban. Lentamente, con el silencio
absoluto de los pasajeros cerré mis ojos. Necesitaba ese descanso.
Comencé a percibir mi entorno. Solo veía un azul alrededor. Un silencio
increíble. Una paz absoluta. Si eso encontré aquí en el inicio de mi viaje,
ya empezaba a imaginar el final. A lo lejos se veía un pequeño bloque de
piedra que mientras los minutos pasaban, ella crecía. Se notaba a lo lejos
su majestuosidad. Tan alta y soberbia. Conforme se aproximaba la lancha,
se sentía un viento intenso, como si me diera la bienvenida con un fuerte
abrazo.

“Aquí comienza la aventura más complicada” indicó el guía. Sus palabras


tenían algo de verdad luego que vi un letrero: cima de la Isla Taquile, 4km.,
decía. Sentí una energía recorrer mi cuerpo. Ya antes había caminado esa
distancia en Lima, sin embargo, este era un espacio diferente, un terreno
distinto. Algo que desconocía. Era la emoción de estar tan cerca al lugar
soñado, pero a la vez tenso de solo pensar que se venía una caminata por
demás extensa. Me eché a andar. “Sigan el sendero, atrás de mí” vociferó
el guía. Parecía que los visitantes se habían intimidado ante la
majestuosidad del paisaje. Un camino extenso que parecía no tener fin.
Plano, cubierto de lodo y tierra.

Recorrer aquí fue bastante calmado, respiré un aire puro, sentía que el aire
frío de las montañas oxigenaba mis pulmones, como dándome fuerzas

129
para seguir. Y un ruido imponente. Era el río que me acompañaba. Me
indicaba el trayecto. Nos cruzábamos. El bajaba y yo subía. Yo seguía su
rastro. Frondosos árboles se aparecían frente a mí, con un ligero viento,
que me hizo sentir la tranquilidad del lugar. Cada paso era importante. No
sentía ni calor ni frío, pero sí un viento bastante agradable que me
refrescaba. Todo estaba tan bien. Hasta que en mi andar llegué a un
segundo letrero: cima de la Isla Taquile, 4 km. Sentí que había caminado
más, pero no. Solo fue 1 km. Y allí comenzaría mi tragedia.

La superficie mudó. Ya no era más plano. No había más lodo. Ahora me


encontraba en un terreno más hostil. Piedras en el sendero. Un camino
más estrecho y a cada paso sentía que me elevaba. Me demoraba al
respirar. El aire era más frío y denso. Sentía mi mochila más pesada. Mi
andar se redujo a algunos pasos, pues el cuerpo me pedía un descanso.
Sentía que las piedras bloqueaban mi camino, sin embargo, las usé como
apoyo. Cada 20 pasos, me sentaba en una de ellas. Miraba hacia abajo, y
sí. Ya había empezado a elevarme. Ya podía percibir el camino montañoso
en el que me encontraba. Me faltaba el aire. Mi pecho ligeramente se
cerraba a cada paso que daba.

Mi ropa era más pesada. Mi mochila se volvió más pesada todavía. Respirar
se volvió una tarea difícil y parecía que no lo estaba haciendo bien. Sentí
que el viento ya no me ayudaba con su aliento y que el lago ya no me
animaba con su voz calma, como un susurro, pues nos habíamos separado.
Lo dejé atrás cuando empecé a subir. Mis pies querían parar y yo quería

130
seguir. Imaginaba la vista panorámica en mi mente. Tantas veces la vi en
fotos que contaba los minutos para apreciarla. Ya estaba a más de 3900
msnm.

“You can. It 's wonderful! Keep walking” me dijo una turista canadiense.
Cruzamos nuestros caminos. Yo aún subía y ella descendía. Sus palabras
alimentaron mi entusiasmo. Me hizo recordar la consigna. Me eché
nuevamente a andar. Alcancé a ver otro letrero: cima de la isla, 2 km. Sin
embargo, ya no quería seguir. Me faltaba el aire. Me dolía un poco la
cabeza. Ya no tenía más agua. Estaba solo. Algunos compañeros habían
desertado en el camino y otros continuaban, pero a paso lento. Empecé a
cuestionarme: ¿Vale la pena tanto esfuerzo? ¿Llegaré a la cima?

Seguí. Ya estoy aquí. Estoy más cerca del final que del comienzo. Ya
habían pasado dos horas de caminata intensa, de dolores, mareos y de
cuestionamientos. El camino se puso aún peor. Un zigzag lleno de piedras
y vegetación. Un terreno aún más estrecho y empinado. Conseguía ver la
cima más cerca. Ya podía imaginar el momento. Pero cada imaginación se
disipaba por el intenso dolor de cabeza y la dificultad para respirar. Mis
paradas eran más frecuentes. Descansaba algunos minutos en las piedras.
Ellas se volvieron mis mejores amigas. Me apoyaban y me daban confort.

A lo lejos veía algo brillando. Era una iglesia. Con un imponente brillo
desde el campanario. Rodeada por una pequeña ciudadela de piedras y a
sus pies el lago con sus aguas calmas. Nada se podía ver a los lejos. Era
solo la continuidad del lago. Allí recuperé fuerzas. Fui hacia ella. Aumenté
131
el ritmo de mis pasos. Y mi corazón también se aceleró. Mi cabeza iba a
explotar de tanta presión y mi nariz no conseguía respirar bien. Ya mis
pies no respondían, pero allí estaba, paso a paso.

Empecé a usar mis manos para avanzar aún más. Ya la podía ver. Un
panorama majestuoso. Estaba en una montaña imponente, rodeado de
una variedad de colores azules que ya no conseguía diferenciar. No sé si
fue por el cansancio o porque de verdad la naturaleza misma me impactó.
Yo me congelé. Sentí que nadie me acompañaba. Me detuve en el tiempo
para apreciar los colores tan naturales del lugar. Respiré profundamente.
Estaba allí frente a mí. Lo tenía tan cerca: un mirador en el que girabas y
solo veías el lago a tu alrededor. Un viento fuerte me reforzaba los
pulmones con un aire tan puro. Era mejor de lo que esperaba. Las fotos
que había visto solo mostraban una parte de su belleza. Mis ojos se
quedaron viendo fijamente el panorama. Y fue allí que sentí que lo había
logrado y que sí valió la pena. Encontré el paraíso en la tierra.

Orlando Lloclle

Escribí esta crónica porque siento que la rutina nos absorbe, nos controla, nos resta un
poco de nuestras vidas y sin percibirlo. Parece que la monotonía nos tiene presos y el
sedentarismo causa que vivamos congelados en el tiempo. Desligarse de todo pensamiento
es difícil, pero vale la pena intentarlo.

132
LA CHINA SE MURIÓ, EL COVID LA MATÓ

El sol se alejaba y el frío se asomaba, las horas pasaban y mi hora de


entrada se dilataba. Caminando hacia el paradero como cada mañana,
había algo diferente, esta vez había más gente que carros. Esta vez el veinte
veinte vestía al transporte público con una menor capacidad de usuarios,
y la informalidad se aprovechaba con la ayuda de la COVID-19.

Como cada lunes tocaba trabajar, 2 horas diarias de viaje, 2 horas pérdidas
del día debido al estresante caos que caracteriza a nuestra Lima, la gris. La
mañana del mes mayo, tenía un sentido diferente. ¿Por qué?, es fácil, las
Fuerzas Armadas y el estado peruano habían realizado un buen trabajo en
conjunto los dos primeros meses luego de la llegada del Coronavirus. El
sentido diferente del 11 de mayo no fue la nueva normalidad, el sentido
diferente fue el regreso de la antigua normalidad en la nueva normalidad.

Por meses me había acostumbrado a que mis viajes de 2 horas, desde


Ventanilla hasta Jesús María, se convirtieran en pequeños lapsos de tiempo
de 45 minutos. Inclusive en la empresa nos dieron facilidades durante los
dos primeros meses sobre la consideración de tardanza. Confieso que
aproveché esta consideración, inclusive llegaba 1 hora tarde de mi ingreso,
a pesar de la tranquilidad y la poca afluencia de los pasajeros en las

133
diferentes rutas de transporte. Acostumbrada a esta pequeña etapa de
felicidad, llegó el 11 de mayo para hacerme despertar de tanta perfección.

Unos días antes, el Decreto Supremo promulgado en el diario El Peruano,


exhortaba al sector transporte a realizar cambios extremos en el protocolo
de prevención.

1. Distanciamiento del metro y medio entre cada pasajero, esto


requería solo un pasajero en dos asientos y la prohibición de
pasajeros parados.

2. Uso obligatorio de mascarillas.

3. El uso de alcohol, paños entre otros implementos.

En líneas, suena genial, pero en práctica fue un desorden. La ATU no se


encontraba en todos los paraderos, esto significaba la sacada de vuelta a la
ley que siempre ha caracterizado al peruano. Los paraderos se encontraban
abarrotados, el frío se hacía sentir pero el descontento de los pasajeros por
subir se sentía aún más fuerte.

Cansada de esperar por 1 hora que algún bus me recogiera en mi paradero


cotidiano, decidí irme unos cuantos paraderos abajo. Diez minutos tomó
la caminata, para ejercitar el cuerpo pensé, esperar otros 15 minutos en el
paradero “Centro” consideré que sería una buena opción. La misma
historia que en mi paradero cotidiano ocurrió. La espera me desespera dije
en voz alta, un señor de unos 38 años me miró y me preguntó: “Dímelo a

134
mí, llevo desde las 6:30 esperando aquí”. Solo me reí y seguí caminando
hacia los paraderos iniciales de Ventanilla. Después de 25 minutos de
caminata, decidí ver la hora, el reloj de mi celular señalaba las 7:45. Llevaba
intentando 1 hora y media subir a algún carro.

Los buses pasaban con anormalidad, verlos sin el aforo cotidiano era raro.
Los usuarios se peleaban por subir, incluida en ese grupo también estaba.
“La empresa no perdona al Coronavirus”, dijo una señora que logró
alcanzar un asiento dentro de las 20 personas que se amontonaron para
subir. Y sí, era cierto, los despidos en las grandes, medianas y pequeñas
empresas eran masivos, la economía solo prosperaba para las empresas
retail y el personal debía salvaguardar su puesto a costa de la pandemia.

Mientras pensaba en todo lo que pasaba en el país, mi puesto estaba en


riesgo, una hora quedaba para llegar a tiempo a mi centro de trabajos.
Hasta que llegó el momento, un bus logró parar y junto a 3 personas
logramos subir. Cuando llegué a subir me topé con otro problema, no
había asientos disponibles y tampoco podíamos ir parados de acuerdo al
Decreto Supremo promulgado. El cobrador nos indicó que podíamos
sentarnos junto a algunos pasajeros. Sin asimilar que había logrado subir,
una pelea se originó dentro del transporte.

“Oe, ¿cobrador no estás al tanto de la pandemia?”, un señor de cuarenta


y tantos años renegaba y la razón era obvia. A su reclamo se unieron unos
cuantos pasajeros, pero todo quedó en un intercambio de palabras sin
respuesta del cobrador.
135
Logré sentarme temerosamente luego de que un pasajero dejara un asiento
libre, no pasaron ni 2 minutos y el cobrador se acercó a pedirme mi pasaje,
2 soles era su pasaje normal por una ruta de media hora de recorrido, gran
sorpresa me llevé cuando me dijo que faltaba un sol más. Los nuevos
protocolos habían inducido al sector público al alza del pasaje. Ahora
entendía el porqué del descontento de los pasajeros anteriores. Y como
indicó la señora de hace unas horas, “la empresa no perdona al
Coronavirus”, mi jefe ya me estaba pidiendo mi ubicación debido a que ya
habían pasado 15 minutos de mi hora de entrada. La explicación se la di
pero él necesitaba que yo llegara. Pero aún me faltaba media hora de
recorrido.

Llegando al segundo punto de escala, el paradero lucía repleto, largas colas


como en la triste etapa del gobierno de Alán. La diferencia radicaba aquí
que era por subir al corredor rojo. Las tres cuadras de cola avanzaban cada
30 minutos debido al límite de aforo que había dictaminado el estado.
Treinta minutos no era una opción para mi jefe, debía estar llegando con
la mayor rapidez. Decidí hacer mi cola mientras esperaba recordé que no
tenía la tarjeta recargada, otro dolor de cabeza. Una cuadra de cola para
realizar una recarga, caballero no más pensé. Después de dejar mi sitio con
un señor muy amable, decidí realizar mi recarga, protegiéndome de la alta
cantidad de gente. Cansada de esperar ya por 10 minutos y agotándose el
tiempo para ir a trabajar, decidí buscar rutas alternas.

136
En medio de mi búsqueda entra una llamada, era mi jefe, la comprensión
en mi jefe se había disipado dando opción a la exigencia. Traté de explicar
que esta situación se me escapaba de mis manos, pero él no entendía. Y sí,
siendo realistas, las empresas solo buscan el bienestar propio, muchas
veces olvidando las situaciones adversas que pasan sus empleados. Colgué
la llamada, luego de unos largos, para mí, 2 minutos de explicación.
Cansada de esperar, logré divisar una combi en dirección hacia mi destino:
la avenida Pershing.

Olvidé mi sitio que dejé encargado al señor, y fui corriendo a preguntar si


llegaba a mi destino.

- Señor, ¿llega hasta Pershing?, pregunté

- Uy, no, amiguita. Ahora es difícil que encuentres carro hacia allá,
me respondió.

Sentí frustración, abandoné mi sitio en la recarga y olvidé que el señor


estaba aguardando mi sitio. Con unos sentimientos encontrados, me
quedé parada por cinco minutos mirando hacia la nada. Con esa sensación
que te genera que algo no está bien en el momento. La pandemia ya estaba
ocasionando sus efectos en mí. Un gran flashback de antes y ahora se
generó en mi cabeza, como una película de los 80´s. Risas, abrazos y
encuentros sin preocupaciones tan básicas como el transporte, me hacían
extrañar lo que era antes.

137
Bajo esta serie de emociones y recuerdos, el escandaloso sonido de una
combi me hace volver a la realidad en mascarilla.

- ¡Toda la Marina, Sucre, hospital militar, Pershing! ¡Toda la Marina,


Sucre, hospital militar, Pershing!, vociferaba un cobrador con la
mascarilla hacia abajo.

Mi único movimiento fue correr hacia la única combi que llegaría hacia mi
destino. Entre quince personas corriendo como parte de una película de
supervivencia, logré subir. Ya arriba del carro -cómodamente sentada- me
di cuenta que no era la única que corrió entre quince personas que
estábamos en lucha de abordo. Tristemente solo dos personas pudimos
entrar.

Preocupada por la hora, olvidé que el cobrador me pedía pasaje. Entre la


búsqueda de un sol, varias monedas se juntaban entre sí, hasta que logré
sacar la moneda.

- ¡Cobrador! –grité- Aquí a Pershing.

- ¿1 sol? Falta china, mami, me mencionó el cobrador.

- Siempre pagó un sol- le recalqué.

- Mami, la china ya murió, el Covid la mató- culminó el cobrador.

Saqué los cincuenta céntimos que faltaban, y durante los 15 minutos tenía
que esperar para llegar a mi recorrido pensé en la frase que me dijo el

138
cobrador: “La china ya murió, el Covid la mató”. Me quedé pensando en
qué tan creativo puede ser el peruano para acoplarse a las situaciones con
la otra cara de la vida, olvidándonos de las tragedias y saliendo adelante en
un país que poco a poco se recupera a su manera.

Divisando las calles y olvidando las llamadas entrantes de mi jefe, logré


ver un cartel en la parte delantera de la combi. Este cartel estaba
sobrepuesto sobre otro, mencionando la frase del cobrador y el alza en la
tarifa por recorridos. Lo que normalmente era mi pasaje de ida y vuelta,
ahora se convertía en un pasaje de ida. La economía en el Perú estaba
volviendo a surgir a costa del bolsillo de algunos, pensé.

Última llamada de mi jefe, logré llegar al paradero final, y contesté. Mi


explicación fue más rápida que la llegada de la ayuda del gobierno a mi
hogar. Unas cinco cuadras esperaban por mí, unos 15 minutos aún
detenían mi llegada. La única solución era correr, ¿correr con mascarilla?,
pensé y corrí. Primera y última vez que lo hacía, la nueva normalidad no
se acoplaba a mis 19 años sin pandemia.

Después de la travesía para llegar a mi centro de trabajo, mi jefe me


encuentra subiendo las escaleras. Con algo de temor lo saludo, a lo que él
responde: “Me agrada que no te hayas quedado tirada en algún paradero
rendida, corre que es tarde”. La tranquilidad volvió a mí, y los minutos que
se hacían tarde quedaron en el olvido entre tanto caos.

139
Pese a todo aprendí que las cosas ya no serán las mismas y que la nueva
normalidad terminará dominando a lo que somos y seremos. Aquí nadie
se escapa, ni la china.

Rosa Quinteros

Mi inspiración al redactar estas líneas fue basada en mi experiencia personal, además


de lograr ver, escuchar y analizar cada caso que día a día sufren miles de usuarios por
abordar un bus, colectivo, corredor en etapa de pandemia además del sobrecoste
económico de transporte que ataca nuestro presupuesto mensual.

140
NO ACEPTAMOS AL CURA DEL BARRIO

Un martes por la tarde, cerca de las 16:00 horas, un grupo de vecinos en


un programa de televisión muy conocido a nivel nacional acusaba al nuevo
cura del barrio de hacer juergas y malabares entre los jóvenes y las monjas
dentro de la iglesia. Este mismo grupo de vecinos hacía la vida imposible
a la gestión de este nuevo párroco, hasta llegar al hecho de impedir que se
realicen misas, encadenando las puertas de la iglesia y pegando carteles que
incentivaban no acudir a estas ceremonias. Este insólito hecho se exponía
en televisión nacional, además, llegó a dividir a todos los vecinos del
barrio, por un lado, los que defendían al nuevo párroco, y por el otro, los
que desaprobaban su “gestión”, que irónicamente aún no iniciaba.

Jaime Albán y Giorgio Cachata lideraban el grupo de personas que no


querían que ingrese el nuevo párroco, ambos se encontraban en un
programa de televisión de señal abierta y en vivo. Hacían todo lo posible
para truncar la gestión de este nuevo cura, alegando que el Arzobispado
había mandado un comunicado, mencionando que se cambiaría de
párroco solo cuando se considere la continuación de los proyectos sociales
que tenía en el lugar. Albán, en el programa de televisión, manifestó: “se
realiza todo un show al interior de la iglesia, hacen malabares a cinco

141
metros de altura y no se tienen ningún respeto por la “Casa del Señor”, es
por ello que estamos en contra de la gestión del nuevo cura”.

En su defensa, el nuevo cura del barrio, César Valdivia, negó las injurias
mencionadas, además, agregó que serían Albán, Cachata y otro grupo de
vecinos quienes impedían el correcto funcionamiento de la iglesia. Frente
a estas declaraciones, otros vecinos de la zona salieron en defensa del
nuevo párroco, aludiendo que Albán junto a su cúpula, conformaban una
organización de tráficos de terrenos y que incluso obstaculizaban las obras
del nuevo cura, como el reparto de víveres o facilitar el ingreso a otros
proyectos que le correspondería asumir. Los vecinos del barrio
comenzaban a lanzar terribles acusaciones en señal abierta, acusando hasta
de delincuentes a Cachata y Albán.

El barrio se encontraba dividido, reaccionando a cada blasfemia lanzada


por el contendor, mientras unos querían que regrese el antiguo párroco,
otros querían que ingrese el nuevo. Cabe resaltar que el antiguo cura, José
Chuquillanqui, tenía ya en la zona 23 años de servicio e impulsó diferentes
obras sociales a favor de las personas más vulnerables. Sin embargo, este
párroco también tuvo acusaciones por corrupción, malversación de
fondos y posesión ilícita de terrenos, sin duda un historial que se
asemejaba más a un político corrupto que a un monaguillo. Además, este
antiguo cura tenía vínculos con Cipriani, cardenal quien años atrás recibía
dinero de nuestro expresidente Alberto Fujimori Fujimori. Tan querido y
tan odiado a la vez, las vastas propiedades de Chuquillanqui evidenciaban

142
una persona llena de ambición y lujos, altamente contradictoria con las
predicaciones que exponía en misa.

Otra de las denuncias en contra de Chuquillanqui fue cuando lo acusaron


de las protestas hacia el Arzobispado, estas se realizaban a su favor y según
las denuncias serían organizadas por el mismo párroco, quien incluso hizo
un gasto exorbitante contratando buses para que los protestantes puedan
llegar hasta el Centro de Lima. Un poblador de la zona afirmó que en las
instituciones religiosas que manejaba el padre Chuquillanqui se habían
impuesto una serie de multas que ascendían de cien a doscientos soles, tan
solo por no acudir a una de las marchas que iban en contra del nuevo
párroco. Sin duda actos que evidenciaban la intención y la poca empatía
de este antiguo párroco, prácticamente obligando a las personas a marchar
a su favor, aprovechándose de la condición de director que tenía en las
diferentes instituciones religiosas como colegios, jardines, institutos y
“centros culturales”. Incluso mencionaron que todo saldría del dinero de
las donaciones que recibió la parroquia. En ese momento la institución
católica no se llegó a pronunciar y posteriormente ignoró el hecho.

César Valdivia, designado nuevo “padre” de la iglesia del barrio por el


Arzobispado de Lima en el 2019, seguía manifestando que estaba
dispuesto a dialogar mediante la palabra de Dios y del prójimo para llegar
a un acuerdo con toda la población. Por otro lado, afirmaba que parte de
los vecinos consideraba a este nuevo cura como una amenaza hacia su fe,

143
pues creían que cambiaría radicalmente los antiguos proyectos del antiguo
párroco.

En otra ocasión, Valdivia expresó que en días anteriores intentó repartir


víveres y canastas hacia las personas que más lo necesitan, sin embargo,
este acto de puro altruismo y buena labor, también fue interceptado por
los tediosos vecinos, quienes, en un acto de poner trabas a la repartición,
guardaron los víveres y las canastas en otro lugar para que estas no fueran
encontradas por Valdivia, de esta manera impidieron nuevamente otra de
las acciones de este nuevo cura.

Una de las últimas interferencias de estos quejumbrosos vecinos fue


cuando trataron de tomar el poder de la iglesia, simplemente porque los
ayudantes del nuevo párroco limpiaban el interior del templo riéndose y
de forma agraciada. Acto que fue tomado como injuria ante los ojos del
Dios por una parte de los tediosos vecinos que una vez más mutilaban las
intenciones de este nuevo cura, quién no podía ni sonreír al interior de la
iglesia, ya que estaba en la mira de la mitad de un barrio, que esperaba a
toda costa encontrarlo en una situación reprochable, como borracheras
con monjas o juergas con jóvenes dentro de la iglesia, como citaban
algunos vecinos de la zona. Sin duda el desafortunado padre no tenía salida
ante la pésima reputación que adquiría cada que alguien pasaba por aquel
templo, y mencionó al final que dialogaría con toda la población y los
medios al finalizar la pandemia que estamos viviendo.

144
Iván Ucharima

Me pareció interesante la capacidad de dividir a un barrio que tuvo la denuncia, hasta


llegar al hecho de poner las manos al fuego por un párroco con influencias de la
corrupción que la Iglesia aún acogía y la gran ola de polémicas que generaron las
acusaciones contra el cura.

145
EL CASO DE RUTH THALÍA SAYAS

A modo de reconciliarse con su pasado, Ruth Thalía Sayas decidió decir la


verdad en televisión abierta en el programa «El valor de la verdad»
transmitido por Frecuencia Latina, en el cual reveló impactantes verdades
y logró ganarse la suma de 15 mil soles.
Su historia llamó la atención de la audiencia, ya que Ruth Thalía Sayas era
una joven quien migró de Huancavelica a los cinco años junto a su familia.
Ella trabajaba en un «night club» y estudiaba con un inmenso afán de
superación para cumplir el sueño del negocio propio.
Luego de su aparición en el programa, dio diversas entrevistas para
Frecuencia Latina. Según afirmó en el programa «abre los ojos», ella
buscaba sincerarse con sus padres y su enamorado, esperando que ellos
tengan una reacción diferente (más comprensiva). Asimismo, refiere que
independientemente en donde haya trabajado tiene muchas metas y
sueños por cumplir, «yo no me voy a quedar ahí», mencionó.
Como era de esperarse, también se entrevistó a Bryan Romero —quien se
presentó como su enamorado en el programa— para conocer su reacción
después de conocer las impactantes revelaciones de Ruth Thalía. A lo que
él menciona: «Cómo puedo estar. Usted siendo varón cómo estaría […]
Eso no se puede perdonar».
Después de todas las confesiones de la joven, Bryan Romero no pudo
sobrellevar lo sucedido; pero, ¿cómo repercutió su participación en el

146
programa en su conducta?, ¿por qué creía que debía ser indemnizado?
Con el paso de los días, las exigencias de Bryan Romero para recibir dinero
u algún beneficio se fueron incrementando. Según Beto Ortiz conductor
de «El valor de la verdad», durante la entrevista con Mónica Delta en «90
segundos», el asesino confeso Bryan Romero y su Tío Redy Leiva visitaron
las instalaciones del canal de Frecuencia Latina a modo de pedir una
indemnización por haberle causados daños irreparables a la imagen de
Bryan Romero. Además, añaden que deben darles dinero porque Ruth
Thalía no ha compartido parte del premio con ellos. Al no conseguir
dinero por parte del canal, contactaron con la revista Caretas para afirmar
que el conductor del programa le ofreció dinero y trabajo a cambio de su
participación.
Beto Ortiz refirió que no ofreció nada, ya que hay un contrato en el cual
se establece los términos de la participación y el uso de la imagen que es
consentida por cada persona, quien voluntariamente decide ser parte del
programa. Asimismo, dijo que su tío Redy Leiva ha sido el principal
instigador y representante para conseguir un beneficio económico, ya que
Bryan Romero es una persona con lenguaje e inteligencia limitada.
Como no consiguió lucrar, buscó otras maneras de conseguir beneficio
económico. Por ello, se comunica insistentemente con la familia Sayas
para que le den parte del premio obtenido en el programa. Semanas
después, según El Comercio, Ruth Thalía Sayas denunció a Bryan Romero
por el robo de una laptop, un celular y mil soles. La denuncia fue retirada
por miedo a las amenazas de Bryan Romero a través de mensajes de texto.

147
Con el paso de los días, el interés económico de Bryan Romero crece a tal
medida que decide junto con su tío Redy Leiva ejecutar un plan macabro
para vengarse y sacar beneficio propio. Dicho plan se basaba en secuestrar,
violar y exigir el dinero a Ruth Thalía hasta matarla.
El 11 de septiembre del 2012, los familiares reportaron la desaparición
Ruth Thalía. El padre de la joven refiere que el día de su desaparición había
tenido una llamada por parte de Bryan Romero. Por ello, se empieza a
sospechar de él.
Al ser el principal sospechoso, se interroga a Bryan Romero para que dé
su versión de cómo sucedieron los hechos. En su declaración, según El
Comercio, entró en contradicciones y ante la presión, exclamó: «¡La he
asesinado!». Ese mismo día, la policía lo trasladó al lugar en donde había
enterrado a la víctima.
Horas después, el cuerpo fue reconocido por el padre de la víctima,
Leoncio Sayas. Luego, apareció Eva Sayas, la hermana de Ruth Thalía, la
cual tuvo una crisis nerviosa al enterarse que su hermana estaba muerta y
sepultada en el silo de un terreno. En este encuentro también hubo
personas que se compadecieron con la familia de la difunta y también
pedían justicia para que el caso no quede impune. La situación se alteró
aún más cuando llegó Bryan Romero al lugar, incluso Eva Sayas intentó
tirarle una piedra; por lo cual, la policía tuvo que resguardarlo.
Cabe resaltar que Bryan Romero, horas antes de su confesión, mostró
cinismo, insensibilidad y nulo sentimiento de culpa por su delito. Esto se
reflejaba en la entrevista en «Día D» transmitida por ATV. En esta niega

148
rotundamente tener algún vínculo con el asesinato y desconocer el
paradero de Ruth Thalía. Incluso refiere: «algunas personas la han visto en
Chorrillos» —con voz despreocupada y hasta sonriendo con la aparente
convicción de que no será descubierto—.
En esta entrevista se desencadenaron una serie de preguntas direccionadas
para conocer mejor su perfil y si realmente tenía motivos para asesinar a
la joven.
La periodista: «Cómo te sentiste cuando te invitaron al programa y ella
reveló todas esas cosas en televisión».
Bryan Romero: «Como estaba con otra persona, mucha atención ya no
tomaba; pero escuchaba todo lo que tenía guardado y no me gustaba que
apareciera a cada rato en la tele’».
La periodista: «Crees que ella hirió tu orgullo de hombre».
Bryan Romero: «Claro, mi orgullo, me hirió por mis amigos, familia, por
cómo me miran» —dijo mientras miraba al piso.
Periodista: «Qué te dicen después de ese día».
Bryan Romero: «Me dicen ‘cachudo’, toda mi familia se ha amargado
conmigo, me dicen ‘idiota’, ‘para qué vas’. Mi nueva enamorada se
molestó».
La periodista: «Por qué fuiste».
Bryan Romero: «Me pidió un favor, me dijo que diga somos enamorados».
La periodista: «Qué estabas haciendo esa noche que desapareció Thalía»
—refiere con incredulidad—.
Bryan Romero: «Yo estaba tomado con mi tío Redy temprano. Salí a

149
comprar el celular a mi mamá y me encuentro con mi tío en moto. Él me
dijo que vayamos a tomar un par de cervezas hasta la tarde, se acercó un
amigo más, mi amigo se retira porque tenía hambre. Nos quedamos los
dos, se queda durmiendo, mi tío. Luego, salí 8:30 p.m., a comprar el regalo
de mi mamá, me encontré con un amigo y fui a tomar a mi cuarto.
Estuvimos en mi cuarto, ese rato, fui a comprar vino y se me ocurrió
llamarle para decirle que es el cumpleaños de mi mamá» —dijo con
palabras entrecortadas—.
La periodista: «¿Sientes rencor hacia ella?».
Bryan Romero: «No tengo rencor, solo le dije es tu vida cuando me enteré
que chambeaba en eso (prostitución)» —refirió con una mirada esquiva—
.
El joven durante la entrevista reiteró en varias oportunidades no haber
sido enamorado de Ruth Thalía cuando se emitió el programa y que solo
fue porque quería enterarse qué había hecho su exenamorada durante los
tres años de relación.
Luego, se comprobó que hubo más de un asesino. Además, tenían datos
de la participación de Redy Leiva, tío de Bryan Romero, y un adolescente
de catorce años quien ayudó a movilizar el cuerpo hacia el lugar.
Igualmente, se corroboró que Redy Leiva y Bryan Romero se
comunicaron de forma frecuente durante la noche del asesinato y el día
posterior a este. Por ello, Redy Leiva fue intervenido.
La pieza clave, según El Comercio, fue el adolescente porque confesó que
avisó la llegada de Ruth Thalía al paradero, haber participado en la

150
movilización del cuerpo y haber sido testigo de cómo sacaban el cuerpo
desde la casa de Mery Leiva, madre de Romero. Por todo ese apoyo,
recibió 50 nuevos soles y un celular.
En base a ello, se hizo la reconstrucción de los hechos en la cual se relata
que Bryan Romero asesinó a la víctima en casa de Mery Leiva y trasladó el
cuerpo a una habitación en la Av. Carapongo. Luego, con la ayuda de su
tío, enterraron el cadáver en el terreno de Redy Leiva ubicado en
Jicamarca.
Debido a ese testimonio y los resultados de las pruebas luminol, tanto
Redy Leiva como Bryan Romero fueron trasladados al penal Piedras
Gordas.
Un año después, el 02 de octubre del 2013, el Ministerio Público pidió
cadena perpetua contra los dos asesinos. Durante el proceso, la defensa
de Bryan Romero pidió que lo procesaran por delito de homicidio por
emoción violenta. Por el contrario, la fiscalía lo denunció por robo
agravado, secuestro, violación sexual y homicidio.
Lo más intrigante fue qué motivó al tío a ser partícipe de un asesinato si
no tenía un vínculo cercano a la víctima, ¿solo quería limpiar la imagen de
su sobrino o también quería el dinero de la joven?
Para conocer la verdad, después de unos años, hubo un careo entre Beto
Ortiz, Redy Leiva y Bryan Romero en el penal Lurigancho.
Al comienzo, Beto Ortiz reiteró su versión sobre que Redy Leiva
acompañó a su sobrino Bryan a las instalaciones de Frecuencia Latina la
fecha del 12 de julio de 2012 para reclamar por los perjuicios que le había

151
ocasionado participar en «El valor de la verdad». Asimismo, Redy Leiva
mantuvo su declaración que en ningún momento pidió dinero y que lo
único que dijo fue: «mi sobrino ha venido a salir al programa, a decir la
verdad»; pero Beto Ortiz se negó porque Bryan Romero había firmado un
documento en el que establecía que no podía ir a ningún programa.
En el careo, refirieron que un día antes, 11 de julio de 2012, hubo una
llamada en la que Ortiz afirma que el motivo de la misma fue anunciarle
que la aparición de Bryan Romero en el programa «Abre los ojos» había
sido cancelada. A lo que Bryan responde que él solo quería mostrarse en
televisión para limpiar su imagen y no pedir dinero.
Del mismo modo, Beto Ortiz reitera —con desdén e incomodidad— que
Bryan Romero tenía intención de lucro; pero el sentenciado lo niega y
añade que el conductor de «El valor de la verdad» le ofreció trabajo como
su asesor, que ganaría mil soles mensuales y solo trabajaría cinco horas.
Luego de dos años, tanto Bryan Romero como Redy Leiva regresaron a
Huachipa para la segunda reconstrucción de los hechos. El asesino reiteró
que actuó solo sin la participación de su tío. Sin embargo, el 27 de febrero
del 2014, el Colegiado B de la segunda Sala Penal de Reos en Cárcel
condenó a cadena perpetua a ambos por robo agravado, seguido de
muerte. Además, deberán pagar como reparación civil s/. 700 mil en favor
de los herederos de su víctima. Los sentenciados pidieron recurso de
nulidad.
En la solicitud de nulidad por parte de Redy Leiva, el sentenciado
manifestó enérgicamente una serie de enunciados: no tener participación

152
en el crimen, no prestar su domicilio para asesinar a la víctima, la
contradicción en el testimonio del adolescente, no haber estado en el lugar
de los hechos y la declaración de su sobrino en la que refiere ser el único
autor del crimen. Mientras hablaba reflejaba en su lenguaje corporal
indignación y enfado.
Igualmente, el abogado del sentenciado refiere —con trabas y
nerviosismo— que el testimonio del menor de edad es contradictorio,
cambiante y que está influido por el miedo a los policías. También, añade
que hay testigos que confirman que no salió de su domicilio. Por último,
termina concluyendo que no se han valorado las pruebas en favor de su
patrocinado, por ende, se han violado sus derechos al emitir su sentencia.
Por otro lado, la contraparte responde de manera pausada y con aparente
seguridad que en la confesión de Bryan Romero hay una serie de
incoherencias porque, según la verificación «in situ» del tribunal, se
concluyó que no es posible que solo una persona pueda trasladar a la
víctima de un mototaxi a la casa de Bryan Romero porque existía una
escalera estrecha. También, el silo donde encontraron a la víctima se
encontraba en el terreno que pertenecía a Redy Leiva y, según otra
verificación «in situ» del tribunal, llegar a ese lugar es de complicado acceso
por lo que es necesario una guía, ya que Bryan Romero solo había visitado
ese lugar dos veces. Con respecto al testimonio del menor, se menciona
que es una versión verosímil, ya que está firmada por su madre y por el
Ministerio Público; además, fue asistida por un fiscal.
Añade también que los productores del programa «El valor de la verdad»

153
tenían exigencias y reclamos económicos por parte de Redy Leiva y Bryan
Romero, ya que el programa tuvo mucho rating y esto se «debía» a la
participación de su sobrino, quien más reclamaba era Redy Leiva. La
familia de la víctima también confirmó esas exigencias económicas, para
evitar esos reclamos la madre de Ruth Thalía dijo que le iba a dar 2 mil
soles, acto que nunca sucedió porque la tarjeta de débito, no apareció.
Luego, la contraparte refirió que el acusado Redy Leiva se encuentra
vinculado con el crimen en la calidad de coautor porque ambos (Redy
Leiva y su sobrino) tenían interés económico en el premio, estaban
vinculados con el testimonio del menor de edad y solo dos personas
personas podían subir el cuerpo por las escaleras.
No obstante, el magistrado refirió, sin expresividad en el rostro, que hay
pruebas científicas que acreditan que el móvil del crimen fue el interés por
los 15 mil soles que tenía la víctima; por ello, Bryan Romero y Redy Leiva
interceptaron a Ruth Thalía para quitarle la clave de la tarjeta.
Por último, se vuelve a comprobar la culpabilidad de Bryan Romero y
Redy Leiva quienes actualmente están cumpliendo cadena perpetua.

Raquel Meza
Conocer a fondo la historia de la muerte de Ruth Thalía, cuáles fueron las causas y los
agresores de aquel crimen. Asimismo, se informa sobre los acontecimientos relevantes
con el caso del entorno de la víctima.

154
DE ENAMORADA A ACUSADA…

Las frías ventiscas del aeropuerto la habían recibido como cuchillas en el


rostro cuando bajaba del avión. Una vez más, Eva, la engreída del abuelo,
pisaba Lima, la tierra que la vio nacer, a ella y a su madre.

En la terminal, ansiosa y, como tratando de llenar el vacío emocional que


había heredado a sus hijos, cargaba una enorme rana de peluche una guapa
mujer muy parecida a ella, aquella con la que durante los últimos 6 meses
había mantenido conversaciones telefónicas casi todos los días y la
responsable de haberla hecho volver a esa tierra gris antes de que se
enrolara al ejército de los judíos, Myriam, su madre, estaba allí para
recibirla porque acababa de llegar del lejano Estado de Israel.

Su madre era una mujer muy bella, todavía la recuerda cuando a los 15
años entró a casa con una gran sonrisa y diciéndole emocionada que era
rica, que el abuelo había cambiado su testamento antes de morir y que le
había dejado la tercera parte de la millonaria herencia a ella, Eva con tan
solo 15 años. Cómo olvidar la risa de su madre, esos labios gruesos, su
marcada belleza gitana, sus ojos hechizantes con los que conseguía todo
lo que deseaba. En casa la esperaba su hermano Ariel, de 17, apenas un
año menor que ella. Lucy y Simeón, los empleados, y 4 perros que había
extrañado mucho. Pero se quedaría por un breve tiempo, arreglaría unos

155
asuntos y volvería para visitar la casa de su escritor favorito en República
Checa, sí, eso haría, se sentía libre viviendo lejos y sin su familia.

Al poco tiempo de establecerse en la casa de San Isidro, Eva descubrió


que su pequeño hermano había cambiado mucho desde la última vez que
dejó el país, Ariel ya no ocultaba sus gustos por los chicos entre sus amigos
más cercanos; además, ya acostumbraba a recurrir cada viernes a la
discoteca más preferida para las noches de ambiente de Miraflores. Y a
ella, que estaba en la misma sintonía que su hermano, no le fastidió mucho
sumarse pronto al ritmo.

Un par de semanas después, Eva conoció a una enorme muchacha de tez


blanca llamada Liliana, se sintieron atraídas. A la segunda vez que la vio en
la discoteca le pasó el correo para escribirse y conocerse mejor.

Lo que Liliana no sabía era que Eva no iba a permanecer mucho tiempo
en Perú. Se llevó una sorpresa cuando le pidió que no se ilusionara, que
tenía planeado enrolarse al ejército, que no quería tener ninguna relación,
que prefería viajar y descubrirse a sí misma y que todo lo que podía
ofrecerle era solo una bonita amistad.

En este limbo de ilusiones y sentimientos, un día lluvioso de julio, Myriam


se enteró que Ariel andaba teniendo “encuentros” con otro hombre. Su
madre sufrió mucho por el que siempre había demostrado ser el más

156
tranquilo y blando de sus hijos. Le prohibió ir al gimnasio donde se
encontraba con ese chico, aunque pronto aprendió a buscar a su amado a
escondidas de todas formas. Luego empezaron madre e hijo a tener
problemas en casa.

Eva tuvo más suerte, Myriam nunca conoció a Liliana; por allí una noche
la vio brevemente muy lejos de la puerta de la casa cuando entraba a casa
en su auto; “te busca una machona”, fue todo lo que le dijo con un tono
burlón. Sin embargo, eso no habría hecho mucha diferencia, Eva y su
madre, desde hacía mucho, mantenían una relación de amor-odio gracias
al carácter intenso de las dos, y el problemático comportamiento que había
estado adoptando Eva los últimos meses que estuvo en la universidad
habría provocado que la mandaran a Israel.

Conforme los días pasaban en el invierno limeño del 2006, Myriam llevaba
algunas veces a su hija a la oficina. Ella era una empresaria de origen judío,
tenía un espíritu fuerte; sus hijos la veían como una mujer sencilla, aunque
algunas veces gustaba de lucir vestidos caros y un maquillaje bastante
seductor; tranquila algunas veces, explosiva las otras, era toda una mamá
gallina, amaba a sus hijos, y les daba todo para que sean felices a pesar que
no tuvieran cerca a Marco, el padre trujillano no judío de quién se separó
hace muchos años.

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Fue en agosto, ese octavo mes de pasiones, cuando Eva y su madre
realizaban los papeleos para la escisión de las empresas constructoras
Sideral y Cosmos que hace 4 años había dejado como herencia Enrique
Fefer, el padre de Myriam, a quién le generó muchos conflictos con sus
hermanos y tíos al momento de la repartición.

La mañana del 15 de agosto, Simeón, el empleado que vivía en la casa, se


levantó como de costumbre a las seis. Como solía siempre hacer, iría a la
cocina a poner el agua para el desayuno, así que salió de su habitación en
el segundo piso y bajó las escaleras.

De repente, notó que las luces de la cocina se encontraban encendidas y


su puerta estaba sin seguro. Al entrar notó que la puerta que dirigía al
garaje también estaba sin seguro y vio otra la luz encendida. Pensó que la
señora Myriam habría salido, así que continuó, apagó las luces, puso el
agua a hervir, unos huevos en la olla y esperó a que llegara el periódico del
día.

Pronto dejaron el diario en la puerta, Simeón lo recogió y lo llevó hasta la


habitación de la señora. Le preguntaría, como todos los días: “Señora
Myriam, ¿qué quiere tomar de desayuno?”

Como era usual, la puerta se encontraba junta, tocó, pero no contestaron,


decidió entrar. Simeón no contaba con que, al abrir aquella puerta, se

158
encontraría con una extrañísima escena, Myriam se encontraba en el piso,
tumbada boca abajo, había sangre por todas partes, vidrio roto y una de
las perras estaba sobre la cama.

“¡Señora, señora, señora!”, atinó a decirle por la espalda mientras la


sacudía, pero no reaccionaba, pensó que estaba desmayada, gritó por
ayuda. Subió de prisa por las escaleras, tocó abruptamente las puertas de
los chicos a la vez que comenzaba a gritar muy preocupado: “¡Eva, Ari,
levántense que su mamá está mal!”.

Ariel salió listo para ir a la escuela; Eva, detrás, aún en pijamas. Cuando
bajaron y encontraron las manchas de sangre en el que yacía su madre,
Eva se quedó fría, Simeón volteó a la desmayada y atinó a ponerle una
almohada debajo de la cabeza, Ariel comenzó a darle respiración boca a
boca, levantó las piernas de su madre para que la sangre circulara y llamó
la atención a su hermana para que reaccionara y llamara inmediatamente a
una ambulancia.

Pasaron 20 minutos, entre las acciones de resucitamiento de Ariel y el


nerviosismo de su hermana, hasta que llegaron los paramédicos, grande
fue la sorpresa que se llevaron los 3 esa mañana cuando le dijeron que la
señora Myriam, su madre, llevaba fría y muerta desde hacía horas, había
sido asesinada.

159
Media hora después llegó la policía y varios periodistas que rodearon
inmediatamente con sus cámaras los alrededores de la casa.

Los detectives interrogaron a los únicos que acompañaron a la víctima


durante las últimas horas, tomaron las muestras de sangre de la escena del
crimen, algunas uñas postizas que quedaron regadas en la habitación,
tomaron fotografías y recorrieron la vivienda de arriba abajo, de adelante
hasta el fondo tratando de encontrar las huellas que permitieran develar el
caso y al asesino.

Esa misma mañana apareció en la casa Pinkas Flint. Pinkas era amigo de
Myriam, ambos habían sido amantes un par de años atrás. Lo que algunos
días después llamó la atención a la prensa fue que en una habitación
contigua a la de la víctima se encontraba un cuadro con su cara al lado de
todo tipo de velas, inciensos y santería. Resultó que Myriam no tenía dudas
del poder de la magia, la prensa la acusó de bruja y conspiradora. Según
contaron hasta intentó matar a su padre algunos años antes.

También llegó Lucy, la empleada que no vivía en la casa, pero que sentían
como parte de la familia; Marco, el padre de los chicos; y algunas personas
como Liliana, a quien Ariel llamó para que acompañara a su hermana que
se encontraba en shock. Pronto anocheció y la compañía se tuvo retirar,
la casa se sentía extraña, a Lucy le pidieron que se quede y aceptó, Marco
muy acongojado también lo hizo.

160
La vida de los hijos de Myriam había cambiado de repente, una se sentía
destrozada y el otro solo quería estar solo.

A la mañana siguiente, ambos tuvieron que ir a reconocer el cuerpo de su


madre a la morgue, verla extraña, inerte, tan lejana. Y por la tarde pasaron
al entierro.

Otra noche llegó y Lucy ya no podía quedarse; pero Marco sí, aunque su
presencia no hacía mucha diferencia en el corazón de los chicos, para ellos
no era una verdadera compañía.

Se sentían muy solos esa noche, así que Eva le pidió a Liliana que la
acompañara y su hermano hizo lo mismo con Julius, el chico mayor que
veía en el gimnasio. A Marco no le gustó la idea y probablemente a Myriam
tampoco.

Ambos se quedaron acompañándolos los 8 días que duraba el luto en la


tradición judía y también lo hizo Marco, aunque su presencia no hacía
mucha diferencia.

Conforme pasaron los días, muchísimas personas pasaron por el


interrogatorio y los distintos análisis de la Policía. Nadie coincidía con los
rastros de sangre de la habitación.

161
A inicios del mes de siembre, Liliana y Eva viajaron hacia Huanchaco.
Mientras en Lima, los detectives fueron a la casa para realizar pruebas de
luminol. Los familiares jamás pensaron que la policía venía realizando
errores en la investigación.

Al terminar el mes, Eva tuvo que desistir de la idea de enrolarse en el


ejército israelí y sus sentimientos por la enorme Liliana aumentaron, solo
entonces decidió iniciar una relación.

Al volver a casa, Eva y Liliana se enteraron que Ariel había echado fuera
a Julius por no poder ayudar con las cuentas, todo un amor tan frágil. Solo
ellas permanecieron juntas.

Con el pasar de los meses, Eva le cedió más poder dentro de la empresa a
Liliana. Cuando su madre murió, Eva nunca pudo cederle a su madre la
herencia que el abuelo le había dejado.

Era el año 2007, y Eva y Ariel tuvieron que asumir muchas funciones
importantes dentro de la empresa. Liliana asumió un cargo importante. Y
la investigación no daba luces de develar quien habría sido el culpable.

2 años después, en el 2009, todo dio un giro. En Argentina un periodista


había descubierto a un presidiario colombiano que se vanagloriaba entre

162
sus compañeros de celda de haber asesinado a una importante empresaria
en Perú y que la policía nunca daría con él. Para su mala suerte, sus
comentarios llegaron hasta un oficial del penal de Santa, donde se
encontraba, y luego al periodista que se encargaría de divulgar la noticia
hasta la Policía peruana, que pronto hizo los arreglos necesarios para
extraditarlo e investigarlo por el crimen de Myriam Fefer.

Lo que nadie se esperaba, es que luego de descubrir que su sangre sí


coincidía con los rastros que se habían hallado en el dormitorio de la
víctima, culpó a Eva de ser a autora intelectual quien le mandó hacerlo
para quedarse con la herencia del abuelo. Y aunque la policía ya manejaba
esa sospecha por las declaraciones de Simeon acerca de que las puertas sin
seguros que encontró ese día solo podrían abrirse por dentro, las
declaraciones del supuesto sicario Alejandro Trujillo Ospina, alias “el
payaso”, habían dado fuerzas a las acusaciones de la fiscalía. Quienes
argumentaban que, efectivamente, Eva había contratado al colombiano
para quedarse con la empresa, la casa y el dinero. Además, habría actuado
con la ayuda de Liliana, quien curiosamente había resultado ser la sobrina
de Luis Manarelli, integrante del temible “clan Calígula”, un equipo de
asesinos que había aterrorizado a la ciudad limeña durante la década de los
90.

La pesadilla o el esclarecimiento de los hechos parecían estar cerca, pero


todo recién estaba por comenzar para Eva, habría de enfrentar desde

163
entonces una acusación que no superaría hasta el 2015, fecha en la que se
archivaría el caso.

Al día de hoy, Eva está separada de Liliana, vive en España separada de su


hermano, quien durante las investigaciones se convertiría en uno de sus
más duros acusadores. Toda la familia ya no vive junta. Y finalmente,
después de14 años no se ha podido establecer quién fue el actor intelectual
del trágico asesinato de la guapa empresaria judía y madre de dos hijos
homosexuales enemistados, Myriam Fefer.

Edwin Quevedo
Debo reconocer que uno de mis gustos en el sistema del entretenimiento es el género de
los misterios por resolver, el suspenso y la tragedia. Admiro los textos policiales de
Agatha Christie, el arte de las películas de Darío Argento y las maquinaciones que
Alfred Hitchcock hace con sus historias.

164
EL CASO CALÍGULA

Cuando Jorge de Romaña vio a su hermano Fernando (24) por última vez,
éste salía de su casa en Miraflores con su amigo Julio César Domínguez
(20) en un Toyota plateado de placa LQ-3023. Eran alrededor de las 4:30
de la tarde del jueves 13 de febrero de 1992. A las 7 p.m. de ese día, ya
habían sido encontrados los cuerpos sin vida de los dos jóvenes. El cuerpo
de Fernando había sido dejado en el kilómetro 17 de la carretera rumbo a
Cieneguilla. Tenía tres disparos en la cabeza, y a su alrededor fueron
hallados seis casquillos calibre 38 y dos charcos de sangre. A Domínguez
lo encontraron muerto de un balazo en el ojo izquierdo. Su cuerpo fue
abandonado en Monterrico, cerca de la clínica Montefiori, al lado de él
también fue dejado el Toyota en el que salieron de la casa de Miraflores.

“Dos vendedores de autos fueron muertos a balazos”, anunciaba El


Comercio en su edición del día siguiente. Un noticiero, se refería a las
víctimas más bien como “dos conocidos miraflorinos”. La verdad de sus
ocupaciones, sin embargo (o parte de la verdad), se desvelaría en los días
por venir. La historia oculta detrás de estos asesinatos, ayudaría a
cimentarlo como uno de los casos más sonados en la historia reciente del
país.

165
Desde un inicio, todo indicaba que había algo inusual en el mismo. A
Fernando se le encontró entre sus pertenencias la suma de 400 dólares, su
reloj y una cadena. Este hecho descartaría un robo común (o en el caso de
un robo, el objetivo sería otro, uno quizá más planificado). La teoría más
aceptada, sin embargo, era que se trataba de un ajuste de cuentas. La
prensa ya tenía un buen inicio para comenzar a abrir sus tentáculos. Lo
que aumentaba el interés también era que este par era muy conocido en el
mundo de las fiestas y discotecas de la escena limeña de la época.

Pero de pronto, la curiosidad llegó a niveles estratosféricos cuando al poco


tiempo empezaron a salir las historias relacionadas con el sexo y la
extorsión. A partir de ahí, Fernando dejó de ser Fernando de Romaña
Azalde y se convirtió, para el público en general, en Calígula, y Julio César,
se convirtió en el Chato. Ellos fueron acusados de formar parte de una
banda que se dedicaba a la grabación de material pornográfico con el fin
de extorsionar a personas. Las víctimas serían jovencitas de familias de
buena posición económica y los extorsionados serían los padres de éstas.
Fernando habría sido el líder de esta banda.

Sexo, mentiras y video

Muchos años antes de que los videos sean los protagonistas de la escena
peruana con los llamados “vladivideos”, había otros videos que eran el
centro de atención de todo el país. Los videos pornográficos (que nunca

166
se encontraron) protagonizados por Fernando de Romaña Calígula o
alguno de sus amigos (u orgías en la que aparecía el grupo) teniendo
relaciones sexuales con alguna o algunas damas de turno. Las damas,
jovencitas de la “clase acomodada” limeña. El modus operandi, captarlas en
las fiestas o discotecas de moda, seducirlas (ayudados también con pastillas
para poder “pepearlas”) y llevarlas a la cama grabando todo sin su
conocimiento. Después, extorsionar a los padres de las chicas,
amenazándoles con hacer público el video si es que no pagaban la suma
de dinero que se les pedía. La historia desbordaba en morbo, no solamente
estaba el elemento sexual, sino que involucraba también a los hogares más
privilegiados de Lima y al desenfado sexual de su progenie femenina.

La narrativa manejada en los medios y en las calles identificaba al grupo


de Calígula como “clasemedieros” miraflorinos, de familias de “buen
apellido” pero sin dinero. Su pinta era la suficiente para mezclarse con ese
otro mundo, pero sus orígenes eran también lo suficientemente distintos
para que toda una generación de mentes impresionables pueda llegar a
identificarse en parte con ellos, en llenar sus fantasías a través de su historia
y a querer vivir sus vidas: La vida al límite, de la velocidad de los carros y
las motos. La vida al amparo de las noches de fiesta y de la música a todo
volumen, donde las flores, cuidadas en los jardines más selectos, de las
mejores casas, eran arrebatadas hacia un mundo de lujuria por una suerte
de Robin Hood retorcido, que le robaba a los ricos, no solo su dinero, sino
también el “honor” de sus hijas, y lo conservaba todo para él mismo.

167
Pero la admiración no sería el único sentimiento que el grupo de Calígula
podría despertar. También estaba el odio de los padres burlados (y de
algún esposo cuya mujer también cayó en el juego). Se dice que uno de
ellos tomó la justicia por su cuenta. La historia más difundida fue la de un
padre italiano (o de origen italiano) que aceptó el trato, pero lejos de
pagarles el video de su hija con dinero, se los pagó con los balazos que
acabarían con sus vidas. Era el Ángel vengador.

Sexo, drogas y… los primeros “burriers”

Horacio Puccio Ballona estaba junto a su enamorada, Rosana Borelina,


esperando su vuelo que partía hacia Miami. De pronto, empezó a sentirse
mal. Ese día Horacio murió debido a un paro cardiorrespiratorio. Uno de
los 225 envoltorios de jebe con clorhidrato de cocaína que llevaba en el
vientre había reventado. Era el 4 de mayo de 1999.

Unos 20 años atrás, Horacio y su grupo de amigos (que incluía a Calígula


y al Chato) habían conocido a un tal Jano. Alejandro Gonzales Ramírez,
Jano, le llevaba al grupo más o menos una década. Sin embargo, pronto
encontrarían intereses en común que unirían sus vidas. Se dice que Jano
fue el que los introdujo a la comercialización de droga, si es que no
completamente, por lo menos a un nivel más alto. Lo hacían en esas
mismas discotecas y fiestas pitucas que frecuentaban. Tal vez un motivo
más de la popularidad que ostentaban, si no el motivo principal. Pero no

168
solo eso, sino que él sería la razón por la cual estos jóvenes sin oficio
conocido habían realizado numerosos viajes a diversos países alrededor
del mundo. Habrían sido los primeros “burriers” del Perú.

El 30 de noviembre de 1993, sin embargo, cuando Horacio Puccio era


capturado por la policía por ser vinculado con el “Clan Calígula”, parecía
que cualquier vínculo de amistad o de unión entre colegas que podría
haber existido con Jano ya no los unía. Horacio no dudó en señalar a Jano
(capturado desde el primero de ese mes) como el culpable de los
asesinatos. Declaró en ese momento que éste habría cometido los
asesinatos porque Calígula y el Chato se habrían robado un lote de drogas
valorizado en unos 15 mil dólares. La figura del Ángel vengador ya tenía un
rostro.

El Ángel vengador

Ya en marzo de 1992, a poco tiempo de los asesinatos, el sobrenombre


que se le asignaba al asesino de los dos jóvenes, el Ángel vengador, ya era
conocido. Éste nació a raíz de un mural que apareció en Miraflores cerca
de la vivienda de Calígula. En ese mural aparecía una mujer desnuda con
alas de ángel, al lado una pistola y una frase que decía “EL ÁNGEL
VENGADOR”. A raíz de esto se le empezó a llamar así al asesino.
Cuando la policía encontró y detuvo al autor del mural, Daniel Figari
Clorito, como sospechoso del asesinato, éste declaró que solo lo hizo

169
motivado por los efectos de las drogas, algo habitual en él. Sin embargo,
decía conocer a Jano (quien fue capturado en esas épocas) porque en algún
momento le vendió algo de droga. La hermana de Calígula, Giuliana,
también señaló a Jano cuando éste fue capturado, diciendo que el día
siguiente del asesinato éste se robó dos libretas y varios videos de las orgías
del grupo.

En 1995, sin embargo, Jano fue absuelto por falta de pruebas.

¿Sucio policía?

El robo de las libretas y los videos se habría producido en la casa de


Miraflores que estaba ubicada en la calle Diez Canseco 561. La misma de
la que había partido Fernando junto con su amigo Julio César hacia su
muerte. También era la misma casa que en octubre de 1991 un grupo de
agentes de la Dircote acudía con la excusa de que seguía las pistas de una
mafia que se dedicaba a traficar vehículos. Esa investigación no continuó
y la versión oficial dice que “la intervención policial fue irregular y los
detectives fueron sometidos a sanciones administrativas”.

Se especula que miembros de la policía estaban involucrados en los


negocios de drogas de Jano y el clan. Jano se preciaba de tener vínculos con
gente poderosa que le permitía viajar al grupo varias veces transportando
droga hacia distintos países sin tener ningún problema. Esos contactos

170
con gente de gran influencia habrían terminado en algún punto de 1990.
Los policías involucrados en estas operaciones sabían de esto, y
empezaron a exigir cada vez una mayor parte y a extorsionarlos, teniendo
la seguridad de que no tenían los vínculos que anteriormente podían
protegerlos. Utilizando los últimos contactos que tenía, Jano habría
conseguido que Calígula y el grupo se pudieran reunir con un coronel de
la Dircote para denunciar a los policías que los acosaban. Los policías
señalados habrían sido dados de baja. Se dice entonces que el asesinato de
Fernando y Julio César el 13 de febrero de 1992 no sería más que una
venganza por parte de esos policías denunciados, los que en algún
momento formaron parte de las actividades ilícitas del grupo y que
terminaron extorsionándolos.

El loco soy yo

El último de los integrantes que conformaba el grupo era Luis Manarelli


Rachitoff, el Loco. El único de los cuatro amigos que aún sigue con vida al
día de hoy. La historia del Loco siempre estará marcada por la trágica fama
de aquel grupo. No es que él no hiciera esfuerzos para llamar la atención
por su cuenta. Sus idas y venidas de los penales por distintos delitos
cometidos y su comportamiento errático frente de las cámaras, podrían
hacerlo por sí mismos. Muchos de sus delitos parecerían confirmar los
rumores de las actividades ilícitas que realizaba el grupo, como la
relacionada a la droga (algo que la muerte de Horacio también confirmaría)
171
y el robo a las casas de familias acomodadas. Sin embargo, el aura de vida
al límite que alguna vez rodeó la historia del “Clan Calígula” y que generó
gran admiración en su momento, parece haberse desvanecido en él. Quizá
haya sido el peso mismo de esa fama que lo presionó y destruyó aquella
imagen. Tal vez solo es el hecho de que únicamente la muerte detiene el
tiempo y es a partir de ahí que se construye la leyenda.

La historia del clan “Calígula” está labrada con visos de realidad y de


ficción. El tiempo que el caso ha estado abierto ha contribuido a agrandar
esa leyenda (ni hablar de la miniserie que se hizo sobre él). La ilusión, sin
embargo, de que la mayoría de los casos se resuelven, tiene más de ficción
que de realidad.

José Córdova

El caso Calígula fue uno de los más sonados en la historia reciente del país. Los distintos
elementos de la historia, como la vida al límite, el sexo, las drogas, la “alta sociedad”,
entre otros, reflejan temas muy característicos de algunas de las ficciones de los 90.

172
EL ASESINATO EN CUMBRES: LAS VÍCTIMAS
COLATERALES DE UNA OBSESIÓN

El 2 de marzo del 2006 a las 4 de la mañana, Diego Santoy despertó a su


amigo Humberto, quien se había pasado la noche anterior en su casa para
pasar la noche jugando videojuegos y conversaciones.

- ¿Estás despierto?, preguntó Diego

- Ahora sí. ¿Qué quieres, wey? Son las pinches 4 de la mañana.

Diego comenzó a incorporarse de la cama en la oscuridad.

- Necesito que me des ride a la casa de Érika- dijo mientras se


vestía.

Humberto suspiró. Érika Peña Coss le había puesto fin a su relación con
Diego hace ya más de dos meses, pero él no se daba por aludido.
Desesperados intentos para volver con ella (incluyendo una vergonzosa
fiesta realizada en San Valentín para lograr que hablaran) solo le habían
valido negativas y hasta risas por parte de la muchacha, quien ya se había
sumergido en otra relación desde hace unas semanas.

173
- No mames Diego, ¿para qué quieres que te lleve a su casa a esta
hora? La morra ya no quiere nada contigo.

- Cállate, wey. No te lo pediría, pero no tengo carro y no puedo ir


caminando. ¿Me llevas o no? Es en Cumbres, no te toma ni diez
minutos.

Humberto se incorporó de su catre y cogió las llaves de su auto. Declararía


después en una sala de interrogatorios que había accedido a llevar a su
amigo a la colonia Cumbres sin cuestionarlo más sobre sus razones detrás
de ello.

Quince minutos después, su auto se perdía por las calles de Monterrey


después de haber dejado a Diego en la casa de su ex-novia. La familia
Peña Coss era una de las más adineradas de Monterrey, y contaban con un
sistema de seguridad de última generación, el cual le hacía imposible entrar
a nadie que no tuviera la clave. Por supuesto, Diego Santoy la tenía. Su
relación con Érika duró tres años, y durante la mayoría de ellos pasaron la
mayor parte del tiempo en la casa de ella y su familia. Diego se llevaba bien
con los dos hermanos menores de su novia, especialmente con el único
varón: Erik. Debido a que era el único hombre de la familia (el padre había
decidido que no quería formar parte de ella y no los visitaba después de
divorciarse de la madre de sus hijos), no tenía con quien pasar el tiempo y
realizar todas las actividades que conllevan ser un niño de seis años. Por
eso el hecho de que el novio de una de sus hermanas mayores jugara al
Xbox y a los superhéroes con él cada vez que los visitaba los volvió algo
174
más que unidos. En cambio, Diego tenía una relación más bien distante
con la hermana mayor de su ex-novia: Azura, de diecinueve años, quien
no lo aprobaba y solía echarle miradas desdeñosas.

Habían pasado semanas desde que no entraba a la casa de los Peña Coss,
pero sus dedos bailaron fácilmente por las teclas que conformaban el
código de acceso de la puerta, como había hecho innumerables veces
antes, y no le fue difícil entrar en plena madrugada usando un
pasamontaña y teniendo los pies envueltos en cinta para no dejar huellas
en esa fría noche de marzo.

Entró a la sala y se sentó en uno de los sillones en plena oscuridad. Sabía


que todos estaban durmiendo y que Teresa Coss, la madre, estaba de fuera
de la ciudad en una conferencia que duraría varios días. Conocía la
ubicación de los cuartos de sobra, y comenzó a elaborar un plan. Sacó un
cigarrillo de sus bolsillos, lo encendió y lo comenzó a fumar lentamente.
Al terminar lo arrojó despreocupadamente a una de las macetas de la mesa
de centro, meditó un poco más y se levantó del sillón donde había
permanecido sentado poco más de una hora. Eran entre las 5 y las 5.20 de
la mañana cuando Diego cortó el cable del teléfono y las cuerdas de las
persianas de la sala con el cuchillo que llevaba en la mochila.

En ese momento, el pequeño Erik apareció caminando medio dormido en


la sala. Había mojado la cama y buscaba a Catalina, la empleada, para que
le cambiara el pijama y las sábanas. No se percató de que su compañero
de juegos estaba parado en la oscuridad empuñando un cuchillo, y no supo
175
qué pasaba cuando éste le encajó el cuchillo en el pecho múltiples veces,
apuñalándolo hasta que el niño de siete años dejó de respirar.

Diego Santoy arrastró el cuerpo inerte del hermano de su ex-novia hacia


uno de los baños en la primera planta y lo cerró con llave desde afuera,
dejando un rastro escarlata en el piso adoquinado. Seguidamente y sin
perder el frenesí, entró al cuarto de Teressa Coss donde se encontraba la
empleada durmiendo junto a Maria Fernanda.

Despertó a Catalina mientras la arrastraba hacia otro de los baños del


primer piso, la encerró dentro e hizo caso omiso a los murmullos
somnolientos de la mujer, quien balbuceaba monosílabos presa del terror
pidiendo por su vida pensando que la casa estaba siendo víctima de un
robo. Unos minutos después se oyó el ruido de unos pequeños tacones en
los adoquines del piso.

El asesino se puso en alerta observando la silueta de Maria Fernanda entrar


a la sala frotándose los ojos. La niña se había quedado dormida utilizando
el disfraz de Cenicienta con tacones a juego que acostumbraba a usar hasta
en la escuela. La espumosa falda celeste revoloteaba a su alrededor
mientras caminaba tratando de abrir ambos ojos a causa del sueño. Antes
de que pudiera ver algo, Diego se puso detrás de la niña, y sujetándola
contra el suelo la estranguló utilizando el cordón de la persiana que había
cortado minutos antes. Eran casi las 6 de la mañana del 2 de marzo.

176
Después de transportar el cadáver de vuelta al cuarto de Teresa Coss y
ocultarlo bajo una pila de ropa en el suelo, Diego Santoy permaneció
sentado tranquilamente en un sillón de la sala durante cuatro horas.
Esperaba que en algún momento de la mañana se levantara la verdadera
razón por la que había ido a la casa, y finalmente bajara para que pudieran
hablar de su relación arreglando los problemas que pudieron haber
existido entre ellos. Efectivamente, a las 10 de la mañana Erika despertó y
bajó a la primera planta, encontrándose con su ex-novio con el rostro
tapado ocupando uno de los sillones

- Ay no inventes, Diego, ya se que eres tú-dijo ella con desdén-


¿Qué haces aquí?

El chico se quitó la máscara debido a que ya no tenía sentido ocultar su


identidad y se acercó a ella.

- Quiero que volvamos. Tu y yo estamos destinados a estar juntos.

- Tu y yo no vamos a volver-rió la muchacha- ya te dije que solo


somos amigos.

Se generó una discusión entre los dos jóvenes durante unos minutos,
discusión que habían tenido múltiples veces desde que lo suyo se terminó
y siempre terminaba igual. Ella se negaba y le decía que la deje tranquila,
hasta que una frase lo cambió todo.

177
- Maté a la sirvienta y a los niños- informó Diego tranquilamente
mientras caminaba de nuevo hacia el cuarto de la madre de la
familia.

- Claro que no los mataste- respondió Érika- dejate de tonterias y


vete de mi casa, wey, ya te dije que tu y yo nunca vamos a regresar.

Diego Santoy volvió a la sala empuñando un martillo que había


encontrado en el buró del cuarto principal. Acercándose serenamente a la
mujer que decía amar, le proporcionó cuatro fuertes martillazos en la
cabeza. Érika se desplomó al suelo y, tomándola de las axilas, su exnovio
la transportó a la cama del cuarto de su madre.

- Me he tomado un exceso de drogas-informó Diego tumbándose


al lado de ella- vamos a morir juntos. Es nuestro destino.

Érika le rogó que no quería, lloró y suplicó que la deje en paz, que su mamá
iba a ponerse triste si ella moría y que quería ver a sus hermanos. Como
toda respuesta, él permaneció tumbado a su lado.

- No te estás muriendo-murmuró ella al cabo de media hora


estando al borde de la inconsciencia

- Tienes razón-afirmó Diego mientras le pasaba el cuchillo con el


que había asesinado al niño hace unas horas- mátame tú.

178
Ella volvió a decirle que no quería, lloraba, que no era una asesina y que
ni muerta iba a volver con él. Ante la negativa, el chico la apuñaló en el
cuello repetidas veces hasta que Erika dejó de hablar y permaneció
tumbada con los ojos cerrados. Creyéndola muerta, se levantó de la cama
y cogió las llaves del coche de su ex-novia. Sacó a Catalina del baño y la
volvió a encerrar, esta vez en la cajuela del auto. Condujo durante una
hasta que decidió que había sido suficiente y que era hora de deshacerse
de la sirvienta. Mientras tanto, Erika se arrastró hasta la oficina de la
contadora de la familia, a unos metros de la casa principal, rogándole que
llame a una ambulancia con sus últimas fuerzas y desmayándose sin ser
consciente del dolor que le infligían sus heridas.

Al otro lado de la ciudad Diego Santoy dejó libre a Catalina, le dio 10 pesos
para el bus y le dijo que se fuera porque él iba a huir del estado y del país.
Subiéndose al auto, dejó una estela de humo por el tubo de escape de un
auto que iba a ser el más buscado de México durante todo el día siguiente
y se perdió en el tráfico de mediodía de Monterrey.

¿O no?

Ésta es la versión que Erika Peña le contó a la policía cuando despertó en


una cama prístina de hospital, con vendajes en el cuello y uno en la
muñeca, común en lesiones que sufren quienes apuñalan por primera vez.
Nadie le preguntó sobre su muñeca herida, ni por qué presentaba solo
leves hematomas en la cabeza cuando había testificado que su ex-novio le
dio fuertes martillazos hasta llevarla a la inconsciencia.
179
Los jueces que llevaron el caso y sentenciaron a Diego Santoy a 138 años
de cárcel por asesinato, intento de homicidio y secuestro tampoco
tomaron en cuenta el testimonio de la contadora de la familia, quien afirmó
que Erika había entrado caminando a su oficina aquella terrible mañana y
le había pedido despreocupadamente que llamara a una ambulancia como
quien pide que no se olvide de pedir postre cuando ordene el almuerzo.
También obviaron que la escena del crimen fue limpiada
concienzudamente solo un par de días después de los asesinatos, y que la
casa se remodeló completamente una semana después borrando cualquier
rastro que pueda esclarecer lo ocurrido. Nadie le creyó a Diego cuando
declaró que sí, él había estado implicado en los asesinatos, pero que solo
era un cómplice. Al ver los vendajes de su ex-novia no se atrevían a
preguntarle si ella había sido la autora intelectual del asesinato de sus
hermanos.

Los medios de comunicación enloquecieron cuando Diego, ya en prisión,


contó detalladamente que había estado acostándose con Teressa Coss
durante meses, y que su hija al enterarse había estado guardando un rencor
que se avivaba cada vez que su madre salía del estado para sus reuniones
esotéricas y sus citas de semanas con hombres que apenas conocía. Los
rumores recorrían las salas del Palacio de Justicia, pero la sentencia ya
estaba dictada. Nadie cuestionó a Azura, la hermana mayor, cuando
testificó que durante toda esa madrugada y mañana había estado en su
habitación del segundo piso sin salir ni oír nada, ni siquiera los supuestos
gritos de Erika pidiendo ayuda mientras se desangraba.

180
Teresa Coss negaba cualquier relación con el ex-novio de su hija y se
escandalizaba cuando le preguntaban acerca de ello. Erika prefería no dar
declaraciones, ni siquiera cuando Diego la acusó de haberle pedido que
asesinara a su hermano en un arranque de furia que tuvo en medio de una
acalorada discusión por la aventura con su madre. La muchacha no negó
nada cuando Santoy declaró que ella había sido quien, oyendo los pasos
de Maria Fernanda, le dijo que se acercara para jugar un juego nuevo para
proceder a ahorcarla con la cuerda de una de las persianas que le pidió a
Diego que cortara. La familia Peña Coss desmintió todas y cada una de las
palabras de Diego Santoy, aún cuando su versión de que Erika le había
pedido que le diera martillazos en la cabeza y que él solo balanceó el
martillo torpemente sobre su cabeza para luego tirarlo junto a la cama
coincidía con la de los doctores, quienes no explicaban como un
traumatismo en el cráneo solo se limitaba a tres leves moretones que
desaparecieron en cuestión de días.

Periódicos, noticieros y redes sociales bullían con teorías de lo que


realmente había pasado aquella madrugada en la colonia Cumbres, y
mientras eso sucedía los nombres y el recuerdo de Erik y Maria Fernanda
se volvían más tenues a comparación del escándalo de las relaciones extra
generacionales que habían mantenido Diego Santoy y la madre de su ex-
novia.

Ciertamente, lo único que se llegó a deliberar es que Diego participó en el


asesinato de los niños. Ninguna de las armas homicidas fueron halladas,

181
ni los rumores aclarados. La verdad sobre lo que sucedió el 2 de marzo del
2006 no fue totalmente alcanzada y el autor intelectual del crimen puede
estar tras las rejas cumpliendo su sentencia, o aún libre después de haberse
mudado de Monterrey con su familia entera a formar una nueva vida sin
que la persiga el sangriento recuerdo (o la culpa) de lo que ocurrió aquella
madrugada con sus hermanos.

Jimena Celis

Las víctimas del asesinato en Cumbres quedaron en segundo plano mientras que se
imprimían ríos de tinta en las primeras planas sobre el escándalo de la relación de
Santoy con Teresa. Escribí esta crónica para que las vidas de Erik y María Fernanda
no fueran olvidadas.

182
DILE A MI MAMÁ QUE NO LLORE

“Dile a mi mamá que no llore” fue la frase que Jovi emitió horas antes de
que su cuerpo fuese devorado por el fuego.

Era un 22 de junio. Jovi Herrera se dirigía a aquel gran edificio blanco que
lo vería con vida por última vez. Décadas antes había sido una fábrica de
fideos ahora es conocida con el nombre de Galería Nicolini. Jovi, sin el
menor presentimiento y con la esperanza de que el día le brinde la
oportunidad de ganar el dinero que un joven padre de familia necesita,
llegó.

Como todos los días caminó de prisa por los pasadizos dirigiéndose hacia
el quinto piso, lugar donde se ubicaba el puesto de venta de su jefe. Ahí se
saludaron, cogió la pequeña escalera y llegó al contenedor de fierro, lugar
en el que trabajaba. Ahí yacían varias pilas de cajas con fluorescentes. Su
jefe, como cada mañana, colocó un candado en la puerta para que trabaje
las horas completas y no se atreva a robarle su mercadería.

Jovi no era el único en el pequeño y sofocante lugar, Jorge Luis Huamán,


un amigo y vecino de su barrio trabajaba ahí también. Este joven padre de
20 años no imaginó que Jorge Luis sería el compañero con quien viviría
los últimos minutos de su vida. La labor de Jovi era borrarles la marca china

183
a los fluorescentes y Jorge Luis les colocaba una marca reconocida para
que su jefe los vendiera a un precio mayor. Aunque es una actividad que
infringe las normas, las necesidades económicas no les permitían darse el
lujo de rechazar ese trabajo.

Las rejas de fierro rodeaban a Jovi y Jorge Luis durante todo el día, ellos
al son de cumbias y salsas trataban de olvidar el encierro. Tampoco creían
que trabajar de esa forma fuese un peligro. La tarea terminaba a las 6 de la
tarde, aunque, ciertamente, el horario de salida no era fijo. El sueldo no
era ni el mínimo legal. La salida del contenedor era restringida, solo podían
ir al baño e incluso les llevaban sus alimentos para que comieran ahí.

Jovi disfrutaba de la música, mientras fue soltero trabajó para eventos


sociales los fines de semana, pero decidió buscar un trabajo más estable,
sin imaginar que sería el último de su vida. Hacía menos de un mes la
pequeña Catalina, su hija, había nacido, tal como lo mencionaba en sus
redes sociales, él se sentía un padre afortunado. Jorge Luis a quien le decían
tubito a causa de su contextura delgada estudiaba en un colegio nocturno y
trabajaba para ayudar económicamente a su familia, soñaba con tener un
lugar cómodo para vivir, una casa en la que su hermana y sus papás
tuvieran cuartos independientes.

Fue alrededor de las 11:00 a.m., el momento en el que, al parecer, una


pequeña chispa en aquella galería de venta de pinturas y otros objetos
inflamables desencadenó tal voraz incendio. Las personas salían
desesperadamente de sus puestos de venta, dueños y trabajadores
184
aterrorizados retiraban algunos pesados galones de pintura hacia las pistas,
otros cerraban sus puestos y llamaban a los bomberos, cada uno pensaba
en lo suyo.

Explosiones pequeñas y grandes se oían desde el interior del lugar, el


humo negro se esparcía rápidamente por los pasadizos de la galería. Pero
estos dos jóvenes todavía permanecían ahí, encerrados en ese cubículo de
fierro que se calentaba más y más cada minuto. El fuego seguía su camino
y se iba alimentando con los abundantes galones de pintura y tiner de todas
las tiendas. En menos de una hora era un monstruo devorador, el tercer
piso ya ardía en llamas y no tardaría en llegar al lugar donde estos jóvenes
se encontraban.

La puerta del contenedor estaba cerrada con un candado y envuelta con


una cadena de fierro que aseguraba la imposibilidad de salida. Apenas,
unas rejillas en la parte superior permitirían que Jovi y Jorge Luis sintieran
rayos de esperanza por un corto tiempo.

Cada hora más unidades de bomberos se unían para tratar de aplacar el tal
fuego incontrolable.

Alrededor de la 1:00 p.m. Jovi desesperado llamó a su tía.

- Tía está habiendo un incendio aquí, en las Malvinas estoy


encerrado, no puedo salir.

185
Esas fueron las primeras palabras que Jovi les dijo a sus familiares, quienes
sin titubear subieron a un taxi y llegaron rápidamente al lugar, pero vaya
detalle desafortunado, ellos no sabían dónde se encontraban ambos
jóvenes. En aquel instante comenzó la pesadilla más grande y terrorífica
de Adela Castro, abuela de Jovi.

- Yo me moría por dentro, mientras él estaba allí arriba sin poder


salir.

En medio de la bulla, toda una cadena humana se enlazaba para ayudar a


los que aún permanecían atrapados, pero la cadena y el candado del
cubículo en el que estos jóvenes se encontraban atrapados no menguaba.
Jovi y Jorge Luis asustados y desesperados al ver que los bomberos no
llegaban a rescatarlos pateaban las rejas e intentaban romper la puerta de
fierro, pero todo esfuerzo era en vano.

Luego, la tía, una vez más se comunicó con Jovi, les preguntó por el
motivo de su permanencia en el lugar, entonces supo que el dueño tenía
las llaves del candado y que los dejaban así hasta que acabaran su trabajo
diario. La desesperación de la tía, el tío y la abuela de Jovi era desgarradora,
lloraban, gritaban y les pedían que busquen alguna forma de salir. Saber
que una llave pudo haber evitado tal final trágico, para ellos aún es
inconcebible.

La tía de Jovi logró que su sobrino se comunicara con un bombero.

186
- Cuando les entregué el teléfono a los bomberos para que se
comunicaran con él me sentí tan feliz, creí que todo se acabaría
pronto. Pero pasaron los minutos, las horas y no se pudo.

En conversaciones desesperadas entre Jovi y sus tíos, estos le pidieron que


mostrara algún objeto para poder ubicarlos. A esas horas de la tarde, se
observó aquella imagen que quedaría en el recuerdo de cada persona que
se encontraba viendo tan terrible suceso y de cada televidente que vería el
informe en los noticieros nocturnos. Por una rejilla delgada de la parte
superior del contenedor, ambos jóvenes mostraron sus brazos, ropa y
agitaron tubos largos de luz para demostrar que aún permanecían allí y que
estaban a la espera de su rescate. En ese momento se oyeron algunas voces
desde abajo que les decían

- Ya vienen, los van a sacar.

Sin embargo, ya era el segundo intento de ingreso de los bomberos y estos


no lograban acceder al lugar.

Alrededor de las 3.00 p.m., después de haber pedido ayuda por mucho
tiempo, ambos jóvenes entendieron que ese sería el último lugar en el que
estarían con vida.

- Ya fue tía, voy a morir, ya fue, ya fue.

El último deseo de Jovi fue que cuidaran a su pequeña hija Catalina y que
su mamá, como le decía a su abuela, no llore.

187
Después de muchos intentos fallidos, Jovi no pudo más, el humo
asfixiante ganó la batalla y se desmayó. Jorge Luis, quien había mantenido
la tranquilidad a pesar de que no podían salir permaneció consciente por
más tiempo, con esa templanza que lo caracterizaba su último deseo fue
que su familia no se preocupara por él. Posteriormente se perdió el
contacto con ambos jóvenes.

A las 5 de la tarde el fuego se apoderó del edificio, el hospital que se


encuentra a dos cuadras de la galería tuvo que evacuar a los internos
porque el fuego era amenazador. Mientras las horas avanzaban, los
bomberos intentaron acercarse a la zona cero, así le llamaban al lugar
donde los jóvenes se encontraban, sin embargo, el momento, el lugar y las
circunstancias no fueron favorecedoras.

Tres días después, el fuego pudo ser controlado, los informes señalaron
que el lugar estuvo expuesto a más de 1000 º C grados de temperatura. Seis
días después del incendio, en el lugar se podía percibir un olor ácido y
tóxico, las paredes negras demostraban la ferocidad del incendio. Un
grupo de bomberos y autoridades a duras penas pudieron ingresar al lugar
para realizar los peritajes pertinentes. A pesar de las altas temperaturas, la
cerradura aún permanecía sellada, los bomberos tuvieron que utilizar
herramientas que, durante un incendio hubieran sido difícilmente
manipulables. En medio del calor abrumador, encontraron los cuerpos de
ambos jóvenes, el fuego los había consumido, por la posición de los
cadáveres se presume que fallecieron abrazados. Los bomberos

188
anunciaron que, aunque ellos hubieran ingresado a esa área, el rescate
hubiese sido casi imposible.

En los siguientes días los cuerpos de las víctimas fueron velados por sus
familiares en medio de reclamos por tal final trágico e inmerecido para
estos jóvenes. Las familias esperan que Jonny Coico, dueño de las llaves
del candado, sea enjuiciado. Jonny estuvo fuera de la galería durante el
incendio e incluso brindaba instrucciones para rescatar a los jóvenes, sin
embargo, no mencionó que estos se encontraban encerrados. Días
después fue denunciado, en las audiencias señaló que no conocía a Jovi ni
a Jorge Luis, que ellos habían comenzado a trabajar para él una hora antes
de que el incendio comience, además culpó a los bomberos por sus
muertes. Los familiares de Jovi han manifestado que él trabajaba hacía
meses en esa galería. La madre de Jorge Luis lamenta no haber conocido
las condiciones de trabajo de su hijo.

Dos años después de lo sucedido, ambas familias tratan de superar aquella


tragedia y de entender que ambos jóvenes no volverán, además, esperan
que la sentencia contra los implicados, finalmente se ejecute. Y, sobre
todo, desean que un suceso similar no se repita.

189
Nabi Velásquez

Esta crónica narra de cerca una historia con un final trágico, la escribí porque considero
que existen hechos como este que no se deben olvidar para que no se repitan. Y con el
objetivo de dar a conocer que los responsables directos del suceso han buscado diversas
formas de alargar el proceso judicial y aún no están cumpliendo su condena.

190
EL ÚLTIMO SILENCIO

No quedó absolutamente nada de la joven Villa María del Triunfo. Solo


permanecía el silencio. El silencio en el cual se percibe luego de un suceso
enorme. La calma que llega después de la tormenta pero que conoces que
esta, de todas maneras, se lo ha llevado todo.

Así lo percibió Rosa cuando se encontraba de camino al mercado de su


barrio. No era gran cosa, en el año 1974 Villa María del Triunfo
comenzaba a crecer casi a pasitos de bebé. Fachadas de adobe y casas de
madera eran lo que se solía ver en cada cuadra que ella cruzaba para
dirigirse al mercado central, además del inmenso arenal que cubría en su
totalidad al distrito joven.

Eran las 9 a.m. cuando Rosa llegó a su destino y empezó a realizar las
compras habituales de la semana: Un poco de verduras, menestras y, si
sobraba un poco del ajustado dinero que conseguía ella y su esposo
durante la semana, unos dulces para los 5 niños que esperaban su llegada
a casa.

Ocupada por escoger las mejores menestras no se percató del techo viejo
e inestable del mercado. Maderas dispersas pegadas con minúsculos clavos
oxidados al mínimo movimiento de caer, todo ello cubierto por unas

191
grandes telas marrones y sucias que evitaban el paso del sol y, en casos de
invierno, la llovizna que azotaba al distrito.

El mercado estaba repleto cuando se percibió el primer leve sonido, el


sonido que depara y presagia los peores desastres, el sonido antes que todo
cambie; pero nadie prestó atención, el bullicio y el desorden fueron
suficientes para que el primer aviso no se escuchara y pasara
desapercibido.

Todo movimiento empieza con un ligero remezón, una sacudida que


interrumpe la cotidianidad y toda actividad. Rosa al sentir temblar el suelo
se asustó sin poder moverse por el asombro de los primeros segundos del
fuerte movimiento, luego de recuperar el control de su cuerpo no tardó
en percatarse que las pocas salidas del mercado estaban lejos. Si no salía
en ese momento, no podría salir jamás.

A su edad adulta de 34 años y de ver el peligro en que se encontraba corrió


lo más rápido posible hacia la puerta, pero el segundo remezón fue tan
fuerte que la envió a ella y muchas personas más al suelo. Como pudo se
levantó y tambaleándose por la inestabilidad del suelo logró llegar
dificultosamente a la entrada.

Fue al llegar que percibió todo en cámara lenta, personas desesperadas por
escapar, otras en el suelo rezando que termine la pesadilla, escombros de
las maderas que cayeron del techo las cuales algunas personas

192
desafortunadas no pudieron escapar de ellas, como muchos llorando
como todo se destruía frente a sus ojos.

Pasaron los 80 segundos más lentos de la vida, de los que se espera vaya
más rápido pero que no lo hacen y parecieran ir al revés de lo establecido.
Tardó un largo momento cuando todo se detuvo.

Silencio sepulcral en el distrito y en todo Lima. Muy poco quedaba en pie,


las casas de material noble no lograron soportar la gran fuerza de la
naturaleza. Fuerza que sucede cada incierto tiempo y en el momento
menos esperado.

Todo era un panorama apocalíptico. Casas y bodegas colapsadas, el suelo


con aberturas y muchas cantidades de polvo era lo primero que vio Rosa
cuando todo paró. Aturdida intentó ayudar a los afectados y consolar a
los que se encontraban llorando.

Gritos de desesperación se escuchaban en todos lados, llamados de


personas a sus familiares preguntando de lejos si se encontraban bien o
gritos de auxilio, gritos de desolación, gritos de verlo todo perdido.

Cuando Rosa salió de su aturdimiento recordó que había dejado en casa a


sus 5 niños solos y sin ninguna protección. Como si fuera poco, no
recordaba si le puso candado a su puerta por temor a los ladrones o no.

Empezó su travesía corriendo por desesperación por los mismos lugares


que había pasado en su camino y rogando que todo se encuentre como lo

193
había dejado. De una ida en 15 minutos se volvió en una vuelta de 5
minutos.

Mientras corría se percató del gran daño en las calles, solo una casa de cada
cuadra logró apenas mantenerse en pie, con severos daños, con la mitad
por los suelos, con rasgaduras en las paredes que parecían no poder
aguantar si ocurría una réplica.

Cuando llegó a la cuadra de su hogar quiso no haber visto nada. La calle


era un desastre, los vecinos no salían del asombro y se quedaban frente a
sus casas destruidas esperando de que todo esto fuera solo un sueño.

Muy poco quedaba por rescatar, los escombros aplastaron todo dejando
inservible las viviendas vecinas. Polvo y más polvo salían de las casas. Unas
cuadras abajo se presenciaba gran cantidad de humo negro, un balón de
gas había explotado dentro de una casa ocasionando un gran incendio en
cuestión de segundos.

Pero, por más que quisiera, no era momento de preocuparse de los demás,
su familia se encontraba en un posible peligro en el mejor de los casos. No
quería pensar en otras posibilidades, sería muy doloroso pensar lo peor.

La fachada de color crema se encontraba desquebrajada, pero en pie, al


encontrarse en el jardín se percató que la puerta principal se encontraba
abierta. Al entrar dió cuenta del daño en el interior, muebles caídos,
adornos rotos en el piso, cuadros familiares movidos y colgando
inestablemente de las paredes; fuera de ello no encontró daño mayor pero

194
aún no encontraba a sus hijos. No pudo entrar a la cocina porque esta sí
se encontraba destruida. Afortunadamente no había colapsado el balón de
gas o una tubería de agua, pudo ser muchísimo peor.

Al no encontrar la presencia de sus hijos Rosa decidió salir a buscarlos; no


tardó mucho pues los encontró a cuadra y media llorando y buscándola.
Los abrazó fuertemente y agradeció a Dios que no les haya pasado nada.

-Tuvimos que salir ma, se rompieron los vidrios de la cocina y nos asustamos- contó
Miriam, la mayor de sus hijos, asustada y agarrando de la mano a sus
hermanos menores quienes no paraban de llorar.

Rosa agradeció de sobremanera la decisión que tomó la mayor de sus


niños, no quería pensar si no hubieran salido de su casa pero también se
agradeció internamente de no haber cerrado la puerta principal de su casa.

Minutos después decidió ayudar a los vecinos que estaban devastados al


ver sus casas destruidas; nada que salvar, solo ver lo que el gran terremoto
dejó. Pensar en los siguientes pasos a tomar y volver a empezar de cero
otra vez.

Horas después, corrió el rumor que el terremoto fue de 8 grados magnitud


de momento y que gran mayoría de la ciudad de Lima se encontraba igual
o peor de la situación que había vivido Rosa. Nadie estuvo preparado para
el último gran terremoto registrado en la capital limeña.

195
Alexandra Zambrano

Siempre se pueden crear nuevas experiencias cuando alguien te cuenta algo que vivió.
Mi abuela me ha contado cientos de historias y decenas de anécdotas. Llegué a vivir los
relatos debido a la manera en que ella me cuenta hasta las cosas más comunes. Sé que
recordaré cada historia para compartirlas y no dejar en el olvido cada memoria y grata
experiencia que disfrutamos hablando en la sala de mi hogar. Mamama, sigamos
disfrutando de las buenas anécdotas hasta que no seamos capaces de contar más.

196
POR TU CULPA, POR TU CULPA, POR TU GRAN
CULPA

María despertó sola en una habitación extraña y con una sensación en el


cuerpo que le alertaba que algo estaba sucediendo. Su cabeza zumbaba y
sentía un sabor amargo en el paladar, sentía sus músculos pesados y sus
ojos apenas se acostumbraban a la luz del día. Estaba extenuada, pero hizo
un esfuerzo por recordar dónde estaba y qué había sucedido.

Pensó. ¿Qué había pasado? ¿No estaba ella con sus amigos? ¿Cómo
terminó en aquella habitación de humor incómodo? Pensó. Pensó y
recordó. Recordó y no pudo contener las lágrimas cuando, en menos de
un segundo, todas las piezas del rompecabezas se armaron en su memoria.

Recordó la madrugada del sábado dos de noviembre, ella estaba en una


discoteca con unos amigos. Recordó haber conocido a tres muchachos
entre el barullo de la noche y la música de fondo. Recordó que le invitaron
unos tragos, que se sentía relajada y que solo se trataba de una noche más
de fiesta.

Recordó haberse sentido mareada al cabo de unas horas y unas cuantas


copas. Recordó ese sentimiento que nace desde el pecho cuando uno solo
quiere ir a casa a descansar para cerrar con broche de oro esas salidas que

197
eliminan el estrés. Recordó ver a sus amigos forcejeando con aquellos tres
muchachos que acababa de conocer. Recordó cómo, luego de tanta
insistencia, ella y su amiga Sara fueron arrastradas a un mototaxi por estos
tres muchachos.

Recordó estar de camino a su hogar hasta que el vehículo tomó un rumbo


desconocido. Recordó llegar a una casa de un solo piso con un tono
amarillento. Recordó ver la silueta de Sara forcejear y salir huyendo con
un paso inestable, desesperado y presuroso. Recordó sentir miedo.
Recordó cómo sus músculos se tensaron, cómo los vellos de su cuerpo se
erizaron y cómo sus sentidos, aún con la inconsciencia encima, se pusieron
alerta. Recordó lo irrecordable, lo indecible, lo intolerable, lo impensado:
recordó que había sido violentada sexualmente por aquellos tres hombres.

De pronto la habitación se sintió más pesada. María parecía haber perdido


el control de su cuerpo, sabía que debía salir de aquel horroroso lugar,
pero sus brazos y piernas se negaban a moverse. El nudo que se formaba
en su estómago la consumía como un agujero negro y sus pensamientos
desvariados repetían la historia una y otra vez, esperando que en cualquier
momento ya no pudiera recodarla más y todo se volviera una muy
desagradable pesadilla.

Requirió de mucha fuerza —tanto mental como física— intentar huir de


esa habitación nauseabunda. María notó que los agresores no se
encontraban en el lugar por lo que quizá, al final, sería una de las pocas
afortunadas —si es que se le puede llamar así— que sí lograban regresar a
198
casa. Al momento de abrir la puerta la ansiedad y el miedo se
repotenciaron en ella: estaba cerrado con llave.

Miles de escenarios pasaron de manera fugaz por su cabeza. Todas


aquellas noticias desgarradoras que inundaban los noticieros de las
mañanas tardes y noches se vieron volcados sobre ella y no pudo evitar
pensar en que tal vez ella sería una más de aquel desdichado grupo.

Volvió a empujar la puerta, diez veces, cien veces, miles de veces,


esperando que de la insistencia esta cediera para que pudiera al fin, después
de tanto trajín, volver a los acogedores brazos de su madre y que su alma,
parte de ella que estaba mucho más golpeada, pudiera descansar. Todo fue
inútil. El miedo y la ansiedad crecían conforme el tiempo iba pasando.

Una hora, dos horas, tres horas, María apenas y podía llevar la cuenta, cada
minuto parecía durar el triple y es que no podía pensar en otra cosa que
no fuera: “es hoy, hoy me toca a mí, hoy soy yo la que no regresa a casa”.

Doce horas después pudo encontrar lo que creyó ser un atisbo de


esperanza: un vehículo de la policía llegó por ella para llevarla a casa. Sintió
alivio al volver a ver a su madre y a su familia, pero aquella sensación se
desvaneció cuando se percató que aún le quedaban trámites por delante.

Luego de ser liberada, María fue llevada a pasar por los exámenes médicos
correspondientes. Muy poco se habla de estos últimos, muy poco se
informa sobre el tortuoso proceso que forma parte de una recolección de

199
evidencia y las implicancias psicológicas de este. Muy poco se dice sobre
la anamnesis (serie de preguntas específicas sobre el abuso sexual, como
si se utilizó preservativo, si hubo eyaculación, entre otras); sobre el examen
físico de traumatismos generales y vaginales; sobre el examen de
colonoscopia; sobre la recolección de muestras de cabello, semen, sangre,
orina y saliva; sobre las pruebas de laboratorio y de embarazo. Muy poco
se comenta sobre las medicinas para prevenir el VIH que la víctima deberá
tomar por un mes, las pruebas de enfermedades de transmisión sexual que
deberá realizar y la famosa pastilla del día siguiente que ingerirá también.

Muy poco se habla sobre todos esos procesos incómodos por los que tuvo
que pasar María —y todas las víctimas de abuso sexual—, procesos que,
quizás, si fuesen conocidos por el común de la sociedad evitarían que se
propaguen comentarios de odio, reproche y culpabilidad hacia las
denunciantes… La pesadilla de María estuvo lejos de terminar luego de
pasar por aquellos exámenes.

Sería insuficiente decir que sintió indignación al momento de llegar a la


división policial de Paramonga para realizar la denuncia, jamás esperó que
al entrar al recinto se encontraría con sus tres agresores vistiendo el
uniforme de la Policía Nacional del Perú. El desconcierto llenó la sala,
¿cómo era posible que aquellos que fueron formados para proteger a la
ciudadanía sean los mismos que perpetúan el abuso?

Muchas preguntas sin respuesta surgían cada segundo mientras María y su


madre intentaban poner una denuncia a la que le pusieron las trabas más
200
absurdas que uno pudiera haber imaginado: “No se puede, no hay papel
para imprimir, tampoco hay tinta”. No bastaba con haber sido violentada
sexualmente, encerrada en una habitación extraña durante más de doce
horas y haber pasado por un incómodo proceso de revisión con más
desconocidos observando su cuerpo desnudo, ahora también se debía
enfrentar a la violencia institucional, debía luchar contra esa práctica
extendida por parte de las fuerzas policiales de hacer todo lo posible por
cubrir a un familiar o compañero a pesar de que este sea un criminal.

Quizás fue suerte que la noticia sobre lo ocurrido se haya difundido de


manera exponencial en las redes sociales, quizás fue suerte que aquel
sentimiento de indignación y repudio que sintió María lo hayan sentido
también los vecinos del distrito de Paramonga, quizás fue suerte que el
caso haya sido tan polémico —por no decir famoso— que el Ministerio
de la Mujer y Poblaciones Vulnerables haya actuado directamente
ofreciendo apoyo económico en cuestiones legales y psicológicas.

María tuvo la suerte que no tuvieron miles de víctimas de agresión sexual


y violencia institucional en el Perú, en menos de una semana la fiscalía
aprobó nueves meses de prisión preventiva para dichos sujetos y tiempo
después pudo encontrar justicia —si es que se puede considerar como
justicia el encierro por unos cuantos años en compensación a un trauma
de toda la vida—.

Pero, aun con todos aquellos factores que estuvieron a su favor luego de
tener que vivir tal desgracia, ella no estuvo exenta del ojo prejuicioso ni de
201
los comentarios filosos de una sociedad donde las leyes reconocen a
hombres y mujeres como iguales pero el machismo dentro de sus
ciudadanos se encarga de hacer de esta igualdad tan frágil como el cristal.

«Si la violaron fue porque estaba ebria», «¿Cómo pudo exponerse de esa
forma?», «Se lo merece por ser una chica fácil», «Yo creo que ella está
mintiendo, no podemos acusar a los policías sin tener pruebas, es una
mentirosa», «Ella tiene la culpa por tomar de más» …

Pero las mujeres de hoy no son las mismas que las del siglo XV, las mujeres
hoy expresan su voz sin miedo, denuncian injusticias y han aprendido, con
el paso del tiempo, que jamás serán responsables de las agresiones que se
cometen en su contra. Han aprendido a ser valientes y decirles a los
agresores, con una mirada fija y desafiante: por tu culpa, por tu culpa, por
tu gran culpa.
Nota: El nombre de la víctima ha sido cambiado para proteger su
identidad.

Natalia Gutiérrez

Escogí el tema porque la violencia contra la mujer es el pan de cada día en nuestro país,
pero, aun con las cifras existentes, existen muchos que se rehúsan a creer que esta es
real. La violencia existe y proviene tanto de civiles como de instituciones del Estado.

202
RESISTENCIA AMAZÓNICA

Entre balas, tanques, y lanzas, atravesando la mezcla de polvo, pólvora y


los rayos del sol, sobresale la figura valerosa de un hombre delgado, firme,
con los brazos extendidos que entre gritos va llamando a la paz en un
intento de parar aquella batalla que inició como una protesta pacífica, pero
que estaba en camino de convertirse en uno de los enfrentamientos más
violentos de la historia peruana. La respuesta del bando contrario no se
hizo esperar: una ráfaga de balas desde un arma creada especialmente para
la Unión Soviética, un fusil AKM que impactan contra su cuerpo y cae en
medio de aquel tramo de polvorosa pista en la carretera Fernando
Belaunde Terry.

A tres kilómetros de Bagua Grande en una curva angosta que penetra en


la selva conocida por su accidentado historial, tomó lugar aquel fatídico
05 de junio del 2009. En medio de la ejecución del Tratado del Libre
Comercio con Estados Unidos y la promoción de políticas que buscaban
incentivar la inversión extranjera, la selva peruana volvió a teñirse de
sangre en un enfrentamiento entre las comunidades indígenas y las fuerzas
del orden tras el bloqueo de la carretera en un intento de proteger la selva
peruana de la desigualdad y el lucro indiscriminado de nuestra Amazonía.

203
Si bien los portales de los medios más grandes del país lo daban por
muerto cuando vieron su frágil y desvanecido cuerpo siendo cargado por
sus amigos, Santiago logró ser trasladado de emergencia, en medio del
combate, hacia un hospital de Chiclayo donde logró despertar. A pesar de
encontrarse aún en un estado crítico y cargando con un dolor físico y
moral, una orden de captura emitida por el Primer Juzgado Penal de
Utcubamba parecían golpear aquellas lunas del cuarto donde se
recuperaba como quien recordando lo que fue aquel enfrentamiento. Una
orden que lo mantuvo postrado en una camilla bajo la constante
supervisión y custodia de los policías. Los cargos: culpable de los 33
fallecidos que dejó el Baguazo.

La ciudad de Chiclayo se convirtió en el hogar de Santiago hasta que


obtuvo la comparecencia restringida en agosto del mismo año. En esos
dos meses que permaneció internado, un verdadero movimiento se realizó
en las comunidades que terminó con la redacción de una carta abierta
dirigida al expresidente de la República Alan García exigiendo justicia por
Santiago y demandando a quienes atentaron contra su vida y el
hostigamiento policial que sufrió. ¿Cómo no iban a ayudar a aquel hombre
que defendió en primera línea de batalla a su gente? Aquel titán se levantó
una vez más para proteger a su territorio de aquellas maquinarias que aún
la acechaban.

Aquel cuerpo frágil golpeado por tanta injusticia, contrastaba con la gran
fortaleza que tenía. Santiago no solo se levantaba una vez más en contra

204
de las injusticias que enfrentan las comunidades nativas como lo hizo
contra el avance del grupo subversivo Movimiento Revolucionario Túpac
Amaru (MRTA) y los narcotraficantes, sino que también se levantaba
contra un país indiferente que los catalogaba de salvajes. Por su ejemplo
de valentía y sacrificio en el 2011 finalmente se logró promulgar la Ley de
Consulta Previa logrando que ante cualquier acuerdo el Estado respetaría
a los pueblos originarios.

“No podemos permitir que los presidentes sigan vendiendo nuestra amazonía'', fueron
las palabras de aquel líder innato cuando le preguntaron en una entrevista
acerca del catastrófico evento señalando que no estaba arrepentido de
haber participado con tal de proteger el hogar y los recursos del pueblo
awajún. “Lo volveremos a hacer siempre y cuando veamos amenazado nuestro territorio
y cuando no nos hagan ningún caso por la vía legal”.

Desde que nació en su natal Amazonas, Santiago dedicó su vida a defender


y dirigir a los pueblos nativos. Nunca paró. Él tenía una gran confianza en
los jóvenes y desde aquel pequeño hogar en medio de la selva se encargaba
de dirigir y capacitar a los futuros líderes en proyectos de desarrollo e
investigación siempre respetando a la madre naturaleza y la armonía que
existía entre esta y su pueblo.

Cinco años después de tal enfrentamiento y de ser perseguido por la


justicia peruana, Santiago se paraba en frente del mundo recibiendo el
Premio Nacional de Derechos Humanos «Ángel Escobar Jurado» en
nombre de su pueblo Awajún Wampís y agradeciendo al Gran Ajutap,
205
Dios de sus antepasados que le habló sin necesidad de intermediarios y le
mandó a liberar a su pueblo, como el Dios occidental mandó a Moisés.

“Aunque lo hago libremente, lo que yo hago es responder a ese pueblo mío que me llama
y confía en mí. Y por encima de todo, respondo a nuestro Gran Ajutap, Dios nuestro,
que está presente en nuestra lucha, que me llama y acompaña, y en quien confío
plenamente. A ellos entrego este Premio”.

Tras una vida de servicio a tiempo completo a favor de la amazonía, sus


pueblos y su tradición ancestral, Santiago se encontraba luchando una vez
más en contra de un enemigo invisible, un enemigo que se volvía cada vez
más letal: la COVID-19. Aquella letalidad era reforzada por el olvido, la
violencia y la indiferencia que sufren los pueblos indígenas hasta el día de
hoy. Una indiferencia que deja bosques sin árboles, ríos envenenados,
cielo grisáceo y vida sin hogar.

Desde que inició la pandemia, las comunidades indígenas vienen siendo


afectadas gravemente por un gobierno con políticas lentas e incapaces de
otorgar medidas efectivas para su protección. Ejemplo claro era una de las
medidas planteadas en un intento de hacer valer aquella Ley de Consulta
Previa que lograron obtener después de una ardua lucha. Una medida que
solo demostraba la falta de conocimiento de su pueblo por parte de los
que ocupan los curules: Una consulta previa web. Una encuesta virtual
para aquellos que habitan en lo profundo de la selva donde no hay internet,
donde encontrar un buen lugar para obtener una buena señal requiere

206
tiempo y sacrificio y donde habitan quienes nunca habían conocido dato
alguno de aquella red de comunicación mundial.

Un derecho que fue ganado tras la lucha constante del Apu Santiago hoy
era violentado por el avance de las grandes corporaciones extractivas que
van arrasando a diestra y siniestra con lo que hay a su paso.
Lamentablemente este es uno de los pocos avances que la pandemia no
pudo detener.

Un virus que no discrimina, pero no es equitativo. La muerte va arrasando


con sus territorios perdiendo el conocimiento ancestral que cada vida
guarda. Aquella sabiduría de los pueblos que tratan de defenderse con lo
que la tierra les da: plantas medicinales, regalo de la naturaleza, remedios
heredados de los antepasados. Pero este virus puede más. Un virus que
demuestra no ser mortal, pero junto a el racismo estructural y el olvido se
convierte en una temible arma letal.

El líder histórico regresaba a Chiclayo para ser internado de emergencia


tras presentar complicaciones con su salud. Fueron en búsqueda de una
oportunidad de vida, una oportunidad materializada en una camilla que
era imposible encontrar entre los hospitales de su comunidad. No fueron
las ocho balas ni los estragos de las heridas los que vencieron a Santiago.
Tampoco fue aquella diabetes que le costó una pierna y lo dejó usando un
par de muletas. Una vez más fue la indiferencia, centralismo y el racismo
estatal de un país que se jacta de su diversidad, pero deja sus recursos al
mejor postor. En medio de aquella nueva lucha que enfrentaba Santiago
207
tratando de conseguir ayuda para su pueblo, el gran líder regresaba a tierras
amazónicas para dar su último adiós y reunirse con el Gran Ajutap.

José Tijé, Amelia Huanaquiri, Tita Mashi, Mauricio Rubio, Gerardo


Shimpukat, Glover Morí, Hernán Kinin. Vidas de lucha, resistencia y
memoria que no regresarán. Pareciera que la muerte se ensaña cada vez
más con los más vulnerables quienes entre dolor, rabia y desconsuelo
pareciera que tienen que asumir morir sin registro alguno. Esto es lo que
toca a quienes una sociedad egoísta llama salvajes, no contactados,
ciudadanos que no son de primera categoría.

Aquellos maestros, líderes, defensores hoy también forman parte de las


voces que se apagan pidiendo ser escuchadas. Mientras dure la espera, los
herederos seguirán resistiendo.

Sara Jiménez

Nuestra selva día a día es golpeada por las malas decisiones que se toman con el fin de
buscar mayores ingresos. Las voces, el conocimiento y aquella sabiduría ancestral se va
perdiendo mientras el Gobierno aún no brinda atención adecuada. Esta situación no
debe quedarse en el olvido.

208
ERES UNA MÁS

Cuatro años atrás, un día cualquiera una chica va a la casa de una amiga,
lejos de casa, para hacer un trabajo de la escuela. Descubre que no estarán
solas. Su amiga invitó a su enamorado. Piensa que estará de sobra, –un
mal tercio– pero se da con la sorpresa de que estará alguien más, el novio
de su amiga trajo también a su primo. Lo ve pero no le toma importancia,
es más importante concentrarse en el trabajo. Una tarde que debía ser de
trabajos se convierte en una pequeña reunión amical.

Camilla decide solo formar parte de esta reunión hecha para que nadie esté
solo; sin embargo, no le toma importancia al tercer miembro apenas
invitado. En su mente aún está el trabajo para el cual había salido de casa.

Entre risas y piqueos recién preparados Camilla dice “Oye, Claudia –su
amiga–, debemos hacer el trabajo”. Tras quejas y abucheos terminan
haciendo lo que un principio se tenía planeado.

Después de terminar el trabajo Camilla regresa a casa y todo mantiene su


curso normal. Días después recibe una notificación de solicitud de amistad
en su teléfono “Luis Enrique Arteaga Mendoza te ha enviado una solicitud
de amistad”. Lo recuerda de la reunión en casa de su amiga y decide
aceptarlo. Es en ese momento donde todo inicia.

209
***

Normalmente las personas recuerdan con mucha nostalgia a su primer


amor: la primera rosa, el primer beso, la primera cita. Camilla Fernanda
Yáñez Tolentino tenía 16 años cuando conoció a su primer amor, un chico
que conoció de forma inesperada, que pensó no volver a ver hasta que –
gracias a la era de las redes sociales– volvió a encontrar. Todo parecía estar
bien. Era junio del 2015, ella tenía 16 años, él 21.

Mientras intercambiaban mensajes, –como es natural entre adolescentes y


pubertos– a Camilla le llegó el rumor de que el chico, con quien
intercambiaba mensajes interminables, tenía novia, una chica de 15 años
que casualmente era su vecina. Ella no le tomó importancia; sin embargo,
tras saber esto, entre sus infinitos mensajes ella dice “por qué me hablas
así tan romántico si tienes enamorada”. “entre ella –la chica de 15 años– y
yo ya no hay nada, es muy inmadura y me terminó engañando” –dice Luis–
. Camilla le cree, a fin de cuentas, confía en él.

Es un jueves por la mañana, Luis le dice a Camilla que quiere ir a recogerla


a su colegio para poder pasar un momento juntos, a lo que ella accede.
Pero el encuentro se vio frustrado ya que justo ese jueves saldrían
temprano por una razón administrativa de la escuela. Vivía algo lejos de la
escuela, pero para su suerte, a su amiga –quien habitaba cerca de su casa–
la recogería su papá en un auto. Cuando Luis llega Camilla le explica que
tendrán que irse en el auto del papá de su amiga. Al llegar, Camilla y Luis
se quedaron un momento afuera, pero la madre de Camilla los ve y, como
210
en un interrogatorio –típico de madres sobreprotectoras– comienza a
hacerle preguntas al chico que acompaña a su hija. “¿De dónde conoces a
mi hija?”, “¿cuántos años tienes?”, etc. Pese a que la madre no estaba de
acuerdo con esta relación, puesto que se llevaban una cantidad de años
considerable, decide no oponerse, pero establece algunas reglas, como la
de que no puede entrar a la casa: siempre que venga a verla, deberá estar
en la puerta.

***

Camilla está en su último año de escuela, y como es característico tiene


programado su “viaje de promoción”. Ella está emocionada, pero alguien
dentro de su círculo cercano no. Luis le dice que no vaya, que es mucho
tiempo y que la extrañará, buscaba hacerla sentir mal, y lo conseguía; sin
embargo, ella es consciente de que no puede perderse la experiencia y
dentro de todo logra convencer a su –en ese entonces– enamorado de no
molestarse. El día del viaje él decide acompañarla al aeropuerto junto a la
mamá y hermana de Camilla. Parte dos semanas a Colombia, ella le dice
que no podrán hablar mucho ya que su teléfono está descompuesto, frente
a esto Luis le da su iPhone para que puedan seguir conectados, él usaría
otro celular. Camilla lo ve como un lindo gesto y luego de un beso se va
para tomar el avión.

En el viaje, lo que en un principio fue un lindo gesto se volvió una


herramienta de control continuo. “Tienes teléfono, por qué no me
respondes los mensajes”, “te di mi celular para que pudiéramos hablar.
211
Respóndeme”. Estos eran los mensajes que Luis le dejaba a Camilla, ella
se sentía presionada a responder los mensajes y a prestarle más atención a
él que al propio viaje. Como consecuencia a estas discusiones, un viaje que
debía ser de alegrías y aventuras, se volvió un viaje de lágrimas y momentos
tristes.

Habían pasado dos semanas, era sábado por la noche y el vuelo


proveniente de Colombia había aterrizado. Camilla esperaba ver a Luis en
el aeropuerto ya que era la persona más desesperada por que ella volviera;
sin embargo, él no estaba.

La tutora de la clase –quien había acompañado a los alumnos al viaje– se


comunicó con la madre de Camilla para decirle que ella estuvo mal
emocionalmente todo el viaje, para que la madre pueda hablar al respecto
con su hija. Su madre sabía que era a causa de su enamorado, pero prefirió
no entrometerse pues creía que su hija simplemente atravesaba un
momento de juventud, “cosas de niños” –dijo–. Sin embargo, comenzó a
existir un rechazo hacia Luis por parte de la madre de Camilla.

***

Es enero del 2016 y Camilla debe comenzar una nueva etapa de su vida,
esa etapa que la llevará a lo que ella quiere: la universidad. Su madre le dice
de entrar al Ciclo Extraordinario de la Pre San Marcos –un ciclo exclusivo
para los chicos y chicas apenas egresados de la escuela con posibilidad de
ingreso directo–. Pero Camilla no se siente preparada, le habían dicho que

212
en ese ciclo de la Pre entran personas bastante preparadas, que han
frecuentado la academia desde que estaban en la secundaria. Pese a todas
estas inseguridades, decide entrar y pelear por una vacante a la carrera de
Ingeniería Civil.

Debido a esta nueva etapa de su vida, su vida social se redujo en tiempo,


se dedicaba a estudiar día y noche con el objetivo de ingresar a la
universidad, pero lamentablemente no le estaba yendo como ella quería.
Asimismo, tenía problemas con Luis, ya casi no se veían, solo
intercambiaban unos mensajes al día y esta situación generaba discusiones
continuas. Él le decía “yo estoy en la universidad, que es más difícil, y aún
así tengo tiempo para hablar contigo. ¡Tú no!, “¿acaso no me quieres?”.
“Claro que sí, amor” –respondió ella–.

–Con un gesto de impotencia, haciendo un puño con las manos y mirando


al piso, Camilla fija su mirada en mí, y con enojo me dice “Él me
manipulaba, pero lo peor de todo es que yo lo permitía”.

***

Han pasado un par de semanas, a enero ya le queda poco tiempo, Camilla


y Luis siguen sin verse. Él le envía un mensaje diciendo “te extraño
demasiado, por favor hay que vernos”. Cuando ella lee el mensaje piensa
que quizá sería bueno verse. Es martes y ella decide faltar a clases y ver a
su enamorado, le escribe un mensaje diciendo que ese día no irá a clases y
que podrían verse. A los pocos minutos de haber enviado el mensaje él le

213
responde diciendo “perfecto, podemos estar en mi casa”. Camilla se sintió
un poco incómoda al llegar pues era la primera vez que estaba en la casa
de un muchacho, le dice que si pueden salir a pasear y él le dice que no se
preocupe, que no están completamente solos, sus padres están arriba, pero
no los molestarán. Camilla aún se sentía incómoda, pero prefirió no
tomarle mucha importancia.

En un martes gris, característico de Lima, se encuentra en una casa una


pareja de enamorados; una chica de 16 años y un chico de 21. Ambos
veían una película, pero en un momento dejan de verla, él la besa y ella le
corresponde el beso. Aún se siente incómoda, pero decide disfrutar el día;
sin embargo, llega un momento en el cual los besos dejan de ser solo besos
y Camilla, una chica de 16 años, no se siente lista para lo que en su mente
seguía. Le dice: “Espera, no. Aún no estoy lista, por favor no me insistas”.

–Camilla vuelve a mirar al suelo, comienza a tocarse las uñas de la mano


izquierda, se queda callada por unos segundos y con la mirada aún en el
suelo me dice: “Nos estábamos besando, y de pronto sentí un dolor en la
parte baja de mi cuerpo. Lo alejé. Le dije que qué había hecho. Vi sangre
y me asusté”.

Existen momentos que simplemente uno no se atreve a recordar,


momentos en los que, sin necesidad de ninguna droga o alucinógeno,
desapareces.

214
Fueron minutos, ella recordaba que se estaban besando y de pronto hizo
un salto en el tiempo, uno de minutos, que para cuando se dio cuenta, ya
sangraba y sentía dolor. Su reacción más rápida fue gritarle y decirle que
qué hizo. Le dijo que ella no quería. Él solo le dijo “tranquila, es normal.
Somos enamorados, debía suceder”.

–“Sentía asco de él, no lo quería cerca, no quería verlo” me dijo Camilla.

Ella se sentó en una esquina y Luis solo se acercaba a decirle “ya cálmate”.
No le prestó atención y solo le pedía que se aleje, él en un acto de
manipulación tomó una tijera y la colocó su muñeca vociferando “si no te
calmas, me corto”. Camilla vio esta escena y lo único que atinó a decir y
hacer fue levantarse, abrazarlo y decirle “por favor no hagas locuras”, lo
abrazó, aunque por dentro sentía asco y miedo por la persona que ella
consideraba su primer amor.

***

Camilla llegó a casa después de un día que hubiese preferido no tener. Al


llegar, su madre se percató que tenía una mancha de sangre en el pantalón,
le pregunta qué ocurrió, a lo que ella le dice “es mi periodo, mamá”.

Pasaron un par de días de días y como toda madre que cuenta con un sexto
sentido para con sus hijas, la aborda y le pide que le muestre si aún tenía
el periodo –debía tenerlo–. Camilla se queda callada y le dice “no era mi
periodo, mamá”. Su madre con un rostro de decepción le grita: “Eres una

215
agrandada, ¿qué carajos has hecho?”. Su hija entre lágrimas sintiendo lo
peor solo dice “perdón, mamá. Yo no quería que suceda, yo no quería que
suceda”. Su madre cambió de expresión, “cómo que tú no querías que
suceda”. En ese instante Camilla rompió en lágrimas y le contó todo lo
que ocurrió ese día. Su madre solo abrazó a su hija y le dijo “¿dónde vive?”,
Camilla respondió y en seguida fueron a la casa. Al llegar la madre gritó y
los padres de Luis salieron. “Ustedes han permitido que en esta casa se
cometa una violación, putamadre” –dijo–. Los padres del chico se
sorprendieron y dijeron que ellos no estaban en casa ese día y que dudaban
que su hijo fuera capaz de eso. “Quizá su hija solo quiere quedar bien con
usted, señora” –dijeron–. Camilla solo tomó de los brazos a su madre y se
la llevó.

Mamá, ya no quiero saber nada de él. No lo quiero volver a ver, por favor
quiero olvidar todo esto; sin embargo, su madre le dijo que debían poner
una denuncia, a lo que Camilla se negó, no quería volver a contar lo que
pasó. Simplemente quería olvidar, aunque muy dentro de ella sabía que
nunca lo haría.

Una tarde llegó a la casa de Camilla un auto, del cual descendió una señora
de buen vestir. Buscaba a la madre de Camilla. “Señora, en mi familia no
queremos tener problemas, soy hermana de la madre de Luis Enrique,
estoy dispuesta a entregarle una suma de dinero con el fin de que no
existan más problemas y salgan de nuestras vidas” –dijo la señora cuyo

216
nombre nunca dio–. Después de oír esto la madre de Camilla solo la botó
y le dijo que tomaría cartas en el asunto.

La madre a base de engaños, llevó a Camilla a la Comisaría de Breña y le


dijo “si tú no pones la denuncia, significa que estuviste de acuerdo en todo
momento”. Camilla no quería volver a recordar o contar lo que había
pasado, pero tras lo que dijo su madre sintió que era lo único que podía
hacer, era entablar la denuncia.

***

Al ponerse una denuncia por violación en el Perú, por protocolo, se busca


el no revictimizar a la agredida, evitando que la persona cuente
innecesariamente lo ocurrido con el fin de no generar más daños
psicológicos en la víctima. Este no fue el caso de Camilla, a ella la
obligaron a contar su historia a todos, desde el suboficial que custodia la
puerta de la comisaría, hasta el médico legista.

Cuando se estableció la denuncia, el proceso que debía seguirse era largo


y extenuante, por lo que tenían que contratar a un abogado. Durante todo
el proceso el abogado acompañó en cada momento y afirmaba que la fiscal
que tenía a su cargo el caso estaba comprada –ya que en el Perú todo tiene
un precio– y que el caso sería difícil, pero tenían la esperanza que al final
se impondría justicia. La fiscal sin embargo, siempre se mostraba escéptica
con respecto a lo que Camilla afirmaba, tenía la idea de que ella lo
inventaba todo para poder perjudicar a su supuesto agresor.

217
Pasó un año desde que comenzó el proceso de la demanda por violación
en contra de Luis Enrique Arteaga Mendoza, un año en el que Camilla
Fernanda Yáñez Tolentino de 16 años tuvo que frecuentemente recordar
aquella escena que con todas sus fuerzas quería olvidar, todo con la
esperanza de que se supiera la verdad. Pero tras un año de peleas,
citaciones, citas a médicos y psicólogos, el juez falló a favor de Luis
Enrique, declarado inocente debido a que no se aceptaron las pruebas de
Camilla por una –hasta el día de hoy– extraña y desconocida razón.
Camilla no quiso apelar al fallo, no quería seguir peleando, sentía que la
sociedad y el sistema estaría en su contra. Ella no quería seguir, estaba
resignada y en su mente solo repetía: “para qué pelear, si solo eres una
más…”.

Bryan Grovas

Escribí esta crónica porque a pesar de que tristemente sea un tema recurrente en el Perú,
un país donde la corrupción es un mal endémico, cada historia debe ser contada, cada
chica violentada debe ser oída. Aun cuando se sientan solas, sepan que al menos alguien
les cree.

218
PICHANAQUI Y LOS AÑOS DEL TERROR

El 13 de marzo de 1989, una columna del Movimiento Revolucionario


Túpac Amaru toma la ciudad de Pichanaqui. Emboscadas, balaceras,
desapariciones y muertos, las noticias sobre la llegada del MRTA al
pequeño distrito de Chanchamayo se esparcen como el polen y siembran
terror a su paso. Sin embargo, esto no es una novedad para Dora Huete
Terry. Tenía 12 años, quizá 13, no recuerda los meses con exactitud, pero
todo ocurrió hace más de 30 años.

En 1987, mientras regresaba a casa después de practicar vóley en el


colegio, Dora experimentó su “primer terror”, los apagones. No es que le
tenga miedo a la oscuridad, después de todo creció en una casa sin energía
eléctrica, pero solo había una respuesta cuando los postes se apagaban:
terroristas. La pequeña sensación de ser observada a través de los
pastizales solo incrementaba su temor, era una sensación que no se iba
incluso si ya estaba en la seguridad de su casa.

La joven adolescente ya había escuchado sobre ellos. Recuerda que todos


los días subía a los árboles para cosechar mandarinas mientras su padre,
don Timoteo Huete, sintonizaba la radio local, una pequeña estación
llamada “Luz Pichanaki” que informaba algunas noticias relevantes sobre
la ciudad. Llegó un momento en que la emisora solo transmitía titulares

219
alarmantes, pasaron de informar sobre los eventos cafetaleros a bloqueos
en la carretera, secuestros, balaceras y asesinatos. La presencia de grupos
subversivos era cada vez más notoria. Los toques de queda, los ronderos,
los saqueos y apagones se volvieron el pan de cada día.

Hasta ese momento, Dora conocía mucho, pero entendía poco. Estaban
“los negros”, así llamaban a los emerretistas, quienes “decían que
buscaban justicia y odiaban a los policías, pero al final solo hacían daño”
–declaró algo confundida. No obstante, entre rumores e historias que oía,
conoció a “los rojos”, partidarios de Sendero Luminoso, un grupo al cual
consideraba más sanguinario y violento que el MRTA. Como si fueran
cuentos de terror, escuchaba como reclutaban a jóvenes y los obligaban a
asesinar a alguien de su familia como su primera misión, para luego ser
internado en lo más profundo de la selva ocupando casas abandonadas,
llamados “campamentos”.

A la una de la madrugada del 13 de marzo de 1989, presuntos miembros


del MRTA atacaron el puesto de la Policía Nacional. De acuerdo con los
casos presentados del departamento de Junín a la Comisión de la Verdad
y Reconciliación, al oír los disparos, el policía Pedro Serafín Ordaya López
se acercó al puesto, aunque no le correspondía trabajar ese día. El capitán
le ordenó a un cabo que se asomara para saber si los atacantes se habían
retirado, pero este se negó. Pedro Ordaya se ofreció en su lugar, y cuando
lo hizo recibió un disparo y murió. Además, un policía no identificado que
trató de auxiliarlo, también fue alcanzado por los disparos de los

220
subversivos y falleció. Otro policía no identificado también murió durante
el ataque. Según Dora, este hito provocó el crecimiento exorbitante de
emerretistas en Pichanaqui.

Los días posteriores, y lo que resta del año, se convirtieron en obras de


terror, la adolescente no tenía otra forma para describirlo. A partir de las
7 p. m. los subversivos entraban a las centrales eléctricas y cortaban la
energía, como monos subían a los árboles y disparaban a los policías sin
importar quién esté de por medio. Las personas entraban en pánico, la
plaza de armas estaba vacía y todos corrían a refugiarse en sus casas.
Incluso dejaban las tiendas abiertas porque sabían que igual iban a
saquearlas, no podían perder tiempo o una bala perdida acabaría con sus
vidas.

Dora recuerda con nitidez la primera vez que vio a los emerretistas tan de
cerca. Habían pasado pocos meses del atentado al puesto policial, unos
hombres con ropa negra y batas de plástico, para protegerse de la lluvia,
habían ingresado a su casa, una humilde vivienda en medio de una
arboleda frutal. Ella vivía junto a sus seis hermanos, sus padres y su abuela
paterna; eran una familia humilde y cristiana, por eso cada día agradecían
a Dios por protegerlos. Todo ocurrió horas antes del almuerzo, las
hermanas mayores ayudaban a preparar la comida, mientras que los
hermanos mayores acompañaban a su padre a secar el café en el patio. La
rutina no les avisó cuando los hombres, no tan desconocidos, se
adentraron en su vivienda con armas en mano. Eran como cinco personas,

221
algunos se veían muy jóvenes, pero todos desprendían un mal olor, quizá
porque llevaban días huyendo de pueblo en pueblo hasta llegar a algún
campamento. Solo se acercaron dos de ellos y el resto se ocultó entre los
árboles, probablemente había más terroristas de lo que imaginaba.

La visita indeseada no les dio tiempo ni para esconderse; aunque en medio


del bosque, y con tantos niños, era imposible; solo se quedaron callados
en la espera de instrucciones. Un disparo interrumpió el silencio, los niños
gritaron y el terror se apoderó de sus mentes. Uno de los terroristas había
disparado a una gallina que estaba cerca de ellos.

—¡Cocínenlo rápido! —exclamó con un tono autoritario el terrorista


sujetando del cuello al animal—. ¡No hablen, solo dennos comida y nadie
saldrá herido! ¡Solo ustedes dos quédense! —señaló a sus padres—. ¡Los
demás, entren! —gritó otro terrorista mientras la encerraba junto a sus
hermanos en un pequeño cuarto de la casa.

Su madre no lo pensó dos veces, fue corriendo a la cocina y llenó todo el


almuerzo que habían preparado en sus ollas más grandes, también agregó
algo de fruta que cosecharon hace pocos días en un viejo costal. Los
minutos parecían horas, el largo silencio a veces era interrumpido con un
“¡Apúrense, carajo!” y las ganas de salir de ese pequeño cuarto no se iban.
Alrededor de 15 minutos después, se escuchaban fuertes pisadas
alejándose del lugar, cruzaron la antigua avenida Marginal y continuaron
su ruta entre la hierba alta. Al fin se habían ido.

222
Después de cumplir 14 años, la pichanaquina recuerda múltiples historias,
las cuales al inicio no creía ciertas por lo terrorífico que se oían. Eran
historias sobre asesinatos y torturas en pueblos muy cercanos a Zotarari,
zona donde vivía. Actualmente, gracias a los testimonios recopilados por
la CVR, reconoce que todo lo que creía ficticio era una cruda realidad. En
agosto de 1989, en el centro poblado de Pichanaqui, miembros del PCP-
SL se llevaron a Hermógenes Padilla Escalante hacia la orilla del río Ene
en donde le dieron muerte de un golpe en la cabeza. El cuerpo de la
víctima fue encontrado luego de siete días del hecho. Cuando la familia de
la víctima le reclamó al presunto responsable por la muerte, este les dijo
que había sido asesinado por soplón. En el mismo mes, pero en Alto
Kimiriki, unos senderistas interceptaron el vehículo que manejaba Daniel
Altamirano Muñico. Lo hicieron conducir hasta el kilómetro siete de la
carretera Marginal donde amarraron a la víctima y la asesinaron con dos
disparos en la cabeza.

Algo similar ocurrió en el puente Ipoqui, cuatro miembros de Sendero


Luminoso, encapuchados, ingresaron a la cantina donde se encontraban
Carlos Guere, Tito Echegaray y otro hombre no identificado, y los sacaron
a la fuerza. Al ver que los senderistas se ensañaban violentamente con sus
dos acompañantes, Carlos Guere trató de defenderlos y fue golpeado. Lo
ataron y le golpearon los dedos con un martillo hasta cortárselos. Luego,
lo mataron de un disparo. Tito Echegaray y la otra persona no identificada
también fueron asesinados. La violencia ejercida por parte de los
terroristas no tenía ni un ápice de justificación, para Dora simplemente

223
eran inhumanos.

—Tenía miedo que secuestraran a uno de mis hermanos y lo


encontráramos muerto en las playas del río —declaró Dora con un tono
preocupado—. Pero mi padre y yo creemos que Dios siempre nos cuidó,
todo esto solo fortaleció nuestra fe —añadió con un tono más
esperanzador.

A partir de 1990 aumentó la presencia militar en Pichanaqui, la llegada de


una base constituyó la creación de comandos. Tanto hombres como
mujeres jóvenes eran entrenados para operaciones especiales y defensa
propia. Estaba en cuarto de secundaria cuando fue reclutada en uno de los
sesenta comandos del emblemático colegio Santiago Antúnez de Mayolo,
alma máter de la educación en Pichanaqui. La instrucción de los
estudiantes fue netamente para defensa personal y formación de un
carácter militar. Gracias al entrenamiento, Dora conocía un poco más
sobre las autoridades policiales y militares en su distrito, por ejemplo, ellos
se referían a los emerretistas como “los tucos” porque siempre estaban
escondidos entre los árboles y no les importaba la lluvia, el sueño o la
comida.

Ese mismo año, la joven pichanaquina vuelve a encontrarse cara a cara


con los terroristas. Eran las tres de la tarde, Dora, como gran amante del
vóley, estaba participando en un campeonato en el coliseo municipal
cuando empezaron los disparos. Profesores, estudiantes y un reducido
público se refugiaron en el espacio deportivo por casi tres horas, con la

224
esperanza de que el cuerpo policial solucione el conflicto rápidamente. Sin
embargo, la noche estaba próxima a llegar y no había señales de que el
enfrentamiento terminaría pronto, por esa razón decidieron salir uno por
uno. Aunque la mayoría de los amigos de Dora vivían en la misma ciudad,
ella todavía tenía un largo camino por recorrer, aproximadamente dos
kilómetros.

La quinceañera logró llegar a la avenida Marginal arrastrándose debajo de


los autos, para luego continuar su viaje a pie a un lado de la carretera
principal. Cada vez que veía una patrulla o los disparos se escuchaban
cerca, subía a la copa de los naranjales y esperaba unos minutos hasta
continuar con su ruta. Eran casi las siete de la noche, no había nadie fuera
de sus casas, los postes estaban apagados y lo único que oía eran los grillos
superpuestos a los disparos en la ciudad. Felizmente, esa noche la luna
iluminó su camino, de lejos podía ver a sus padres en el borde de la
carretera esperando por ella, se notaba la preocupación en sus rostros. Con
desesperación corrió hacia ellos en busca de refugio. Aunque llegó a salvo
a casa, nunca pudo olvidar las horas de terror que vivió ese día.

Durante los próximos años, la situación no cambió. La familia de Dora se


dedicaba a vender lo que producía su chacra: café, naranjas, plátanos,
mangos, etc. También vendían parte de su ganado: cuyes, gallinas, cerdos,
pavos, etc. En general, nunca les faltaba comida y siempre estaban
dispuestos a compartir lo que tenían, sin embargo, los niños crecían y un
nuevo miembro llegaba a la familia. Existía la necesidad de vender más y

225
ganar más, pero la conocida “ciudad luz” no estaba pasando por un buen
momento económico. Los emerretistas salían de sus campamentos cada
vez más seguido, necesitaban nuevos suministros, para ello bloqueaban la
única vía que conectaba a La Merced, Pichanaqui y Satipo. La avenida
Marginal era de doble sentido y atravesaba el pueblo de Pichanaqui, no
existía otra vía de transporte.

Los subversivos ponían tranqueras en ambos lados de la carretera, por


consecuencia no se podía salir ni entrar a la ciudad y con el paso de las
horas se formaban largas colas de autos y camiones con destino a La
Merced o Satipo. El paro era una excusa para robar suministros, comida,
medicamentos y armas, cuando llegaba la policía al enfrentamiento. El
constante cierre de fronteras provocó que los pequeños y medianos
agricultores de Pichanaqui sufrieran pérdidas económicas por la falta de
ventas, la mayoría de sus productos eran destinados para otras ciudades.
La familia de Dora también sufrió los estragos de estos ataques, además,
múltiples ferias y eventos cafetaleros fueron cancelados por la inseguridad
que se vivía durante esos meses.

Llegando a 1993, la presencia militar había tomado mayor territorio en


Pichanaqui, era cuestión de tiempo para que los emerretistas y senderistas
huyan del lugar. Dora todavía presenciaba uno que otro incidente con “el
terror”, como la vez que dispararon al cielo con una metralleta a pocos
metros de su casa; al día siguiente, como jugando, encontraba entre 30 a
40 casquillos de balas regados en su patio y en su techo, incluso encontró

226
algunos en medio de las frutas sin cosechar. Cada cierto tiempo oía
historias sobre desapariciones, violaciones y violentas muertes por parte
de los terroristas, pero seguía sin sorprenderle, porque los había visto en
persona y sabía que eran capaz de hacer eso y más. Sin embargo, también
era consciente que los comuneros y los policías habían cometido
injusticias y maltratos hacia las personas que prometieron proteger.

Dora cumplió los 18 años y decidió viajar a Lima, como la mayoría de


migrantes, en busca de un mejor futuro. Cada cierto tiempo regresa a su
amado pueblo, pasea por sus calles e intenta no recordar los malos
momentos, después de todo, los años del terror ya terminaron y
Pichanaqui brilla como siempre debió hacerlo.

Silvana Quiñónez

Considero que falta más material que documente o transmita lo que se vivía en
Pichanaqui durante esos años. La generación actual no ha vivido el terrorismo y solo a
través de estos testimonios pueden conocer y recrear en sus mentes esos momentos.

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