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FECHA:
TEXTO #1
Del flechazo de Cupido a las claves del
Romance
¿Cómo te le declaraste a tu novia?, le pregunté a un alumno del curso de publicidad. Lo
hice tras escuchar sus enérgicas quejas porque, según él, los anuncios se solían basar en
exageraciones muchas veces no demostrables.
Le pregunté por su declaración de amor por varios motivos. El primero de ellos es porque
soy un gran defensor de la publicidad emocional: el arte de seducir y enamorar tiene
mucho que ver con nuestra profesión.
Y una declaración de amor puede ser un excelente anuncio que apele a las emociones del
receptor. ¿Quién no ha prometido alguna vez a su pareja que lo convertirá en la persona
más feliz del mundo? Obviamente que se trata de un difícil cometido, entre otras porque
sólo puede haber una persona que sea “la más feliz del mundo”, y ya es casualidad que sea
precisamente nuestra pareja. Y que lo sea, además, gracias a nuestros méritos y virtudes.
Pero seducir requiere esas gotas de pasión y de UTOPÍA. Y yo nunca podría acusar a
ningún enamorado de haber mentido prometiendo la felicidad absoluta, si era éste el
dictado de su corazón. Mentir o manipular sería otra cosa, como alardear de tener un
sueldo o una posición social determinada cuando no es cierto. Pero apelar a la emoción y
recurrir al sensacional “contigo al fin del mundo” es un arma de seducción que nos hace a
todos la vida mucho más agradable.
“Qué feliz serás conmigo” es un argumento mucho más atractivo y contundente que “¡mira
que guapo soy!”, aunque objetivamente pueda ser más demostrable lo segundo que lo
primero. La publicidad debe hablar al consumidor, prometerle algo, seducirle. Ir más allá
de la realidad.
Diciendo “¡mira que guapo soy!” hablamos del producto. Prometiendo “qué feliz serás
conmigo” hablamos al consumidor del beneficio que obtendrá con él, y eso es siempre
preferible.
En eso estamos nosotros a estas alturas del proceso publicitario. Conocemos al novio y a la
novia, al producto y al consumidor, las ventajas de uno y las necesidades del otro. Pero
necesitamos que algo se mueva. Nuestra estrategia es simplemente, acercarlos.
No obstante con Internet se rompen los límites que nos protegían y la privacidad queda
expuesta. Esta desaparición de las fronteras ha provocado dos fenómenos opuestos. Por un
lado, ya no hay comunidad nacional que pueda impedir a sus ciudadanos que sepan lo que
sucede en otros países, y pronto será imposible impedir que el súbdito de cualquier
dictadura conozca en tiempo real lo que ocurre en otros lugares; además, en medio de una
oleada migratoria imparable, se forman naciones por fuera de las fronteras físicas: es cada
vez más fácil para una comunidad musulmana de Roma establecer vínculos con una
comunidad musulmana de Berlín. Por otro lado, el severo control que los Estados ejercían
sobre las actividades de los ciudadanos ha pasado a otros centros de poder que están
técnicamente preparados (aunque no siempre con medios legales) para saber a quién hemos
escrito, qué hemos comprado, qué viajes hemos hecho, cuáles son nuestras curiosidades
enciclopédicas y hasta nuestras preferencias sexuales. El gran problema del ciudadano
celoso no es defenderse de los hackers sino de las cookies*1, y de todas esas otras
maravillas tecnológicas que permiten recoger información sobre cada uno de nosotros.
Adaptado de: Eco, U. (2007). La pérdida de la privacidad. A paso de cangrejo. Bogotá: Random House Mondadori.
C. Por naturaleza los seres vivos exigen el respeto del propio espacio, y esto aplica
incluso
para las relaciones que se dan en Internet.
2. En el tercer párrafo, cuando el autor menciona a las naciones que se forman fuera de
las fronteras físicas, hace referencia a
Cuando uno hace las cosas bien echas siempre van a dar buenos resultados
“Ser libre no es sólo deshacerse de las cadenas de uno, sino vivir de una
forma que respete y mejore la libertad de los demás”. (Nelson Mandela)