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“EL VERBUM DIMISSUM”

Afirma Juan el Evangelista que: “En el Principio era el Verbo. Y el Verbo


estaba ante Dios. Y el Verbo era Dios.”
En el principio de qué: de una Creación, ya sea de un Universo, una Galaxia,
un Sol o un hombre, ya que como opera la Creación en lo infinitamente grande, así
también opera en lo pequeño.
Y el Verbo puede auto-crearse pues “Estaba ante Dios”. Era pues una
emanación directa del Creador. Entonces no cabe duda que: “El Verbo era Dios”.
Era, es y seguirá siendo Dios, hasta que éste lo reabsorba para otra futura
emanación.
“En el principio era el Verbo” es equivalente al ¡Hágase la Luz! Es el Verbo
imperativo del Creador, su Verbo Creador generando la Luz de la Creación.
“Hágase” es el impulso creador y “la Luz” es la Fuerza de la Vida, es el Espíritu
manifiesto. Es que la Luz es el Espíritu Divino que se realiza en el hombre. Luz es
claridad que nos aleja de la ignorancia, de las sombras que son tenidas por
verdaderas, permitiéndole a los seres humanos comprender, saber y crear. Luz en el
sentido de ser el gestor del Plan de la Evolución Universal. Luz como comprensión
del cómo, el porqué y el para qué, de la Obra del Creador.
Añade luego Juan el Evangelista: “Y la Luz del Verbo descendió en la
oscuridad, y las tinieblas no la comprendieron.” O sea que la Luz del Verbo habitó y
habita entre los hombres y la inmensa mayoría ni se ha enterado que él mismo es la
morada donde el Verbo late, a la espera de una ampliación de la autoconciencia del
Ser Humano.
Y es por esto que el Hombre que tal cosa logre podrá hacer real lo que
afirmaba un Maestro hace 2000 años: “Todo lo que yo hago, y más aún, todos
vosotros lo podéis hacer.”
Así el Verbo nace del Logos como primera manifestación, y como todo,
absolutamente todo, pertenece al Logos, a él deberá regresar a su debido momento.
El “nacer” le da al Verbo una razón de Ser y a través de la palabra, crea al
mundo (al Universo), pues ésta es su razón de Ser. El Verbo crea y su cualidad
específica es dar Vida a las cosas. El Verbo genera la Vida.
El principio masculino, el uno, es el Creador y será el principio activo de todo
el proceso. Una emanación inicial de Él (la costilla bíblica), hará nacer el principio
femenino, el dos, que es el sonido que emergerá del Silencio y será también
creador. Y de la acción de ambos, surgirá toda la Creación por mandato de su
Voluntad, que es la que transforma al Verbo en Acción.
Es que la Gran Obra del Creador es la manifestación del Verbo y como esto
se aplica en otra escala menor al hombre, también será su Verbo en acción quien
determine la forma y dé Vida a la materia, materializando la creación del Verbo
Humano.

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Así vemos que el sonido es la primera manifestación del Creador pero el
sonido requiere tener un fin, o sea que debe tener un propósito. Cuando al sonido le
integramos por medio de la Voluntad un propósito, tiene por resultado el surgimiento
del Verbo. En cambio, aquel sonido o palabra que carece de propósito vaga errante,
sin razón y sin sentido, aunque puede encontrar nuevamente su propósito y por ello
volver a transformarse en Verbo.
Son muchos los seres humanos que andan su vida en la tierra como sonido
errante y pocos, quizá muy pocos de ellos, los que podrán recuperar el propósito de
sus vidas y con ello volverán a recuperar el Verbo perdido, el Verbum Dimissum.
La leyenda del Maestro Simbólico es el proceso dramatizado de la búsqueda
de la Verdad o de la Palabra Perdida. Aquella palabra que poseía Salomón y que le
daba Sabiduría y Poder, aquélla que reveló Jeovah a Moisés en el Monte Sinaí,
aquélla que transformada en el Lenguaje de los Pájaros, obtuvo el Héroe Sigfrido
luego de su lucha con el dragón; aquélla que Hiram-Abiff, el Maestro de la Leyenda
Masónica, no reveló a sus asesinos, pero se supone que sí comunicó a otros
Maestros cuando lo hallaron en el Mundo Intermedio.
La voz de la Creación en un tenue, sutil y casi silencioso susurro, canta en
todo el proceso creador de la naturaleza, pero el mar embravecido de las pasiones,
sentimientos, pensamientos y acciones del común de la Humanidad no le permite
escuchar esta Voz del Silencio, siendo ese tenue sonido el que nos permitiría
percibir su interrelación con el Creador y todo lo que ello significa e implica.
Y es el oído interior el que es capaz de percibir esto, ya que no podemos
percibir lo sutil con lo denso. Sólo el alma puede percibir lo infinito y sólo el Espíritu
es capaz de percibir lo infinito en lo finito. Y para comprender la Creación se debe
comprender la Materia, pero a través del Espíritu, que es la Fuerza dinámica de la
Vida encarnada en la forma.
Y como la Creación evoluciona de lo denso a lo sutil, el hombre deberá
también hacer este proceso evolutivo y comprender que debe esforzarse por
colaborar con dicho proceso para así lograr percibir, ya que: La Verdad se revela
sólo en el corazón puro, aquél hábil corazón que sabiendo conciliar razón y fe, que
estando en armonía con el pensamiento, ha logrado armonizar los tres motivadores
del Hombre: Mente, Amor y Acción.
Los pensamientos, los sentimientos y las acciones del hombre, que son sus
actos, sus hijos, moldean la realidad en la que vivimos permanentemente. Pero
mientras estos no se encuentren en armonía y en equilibrio entre sí y con el
propósito de la Gran Obra, la palabra del hombre no será Real Verbo y vagará
errante, sin razón y sin sentido, materializando incoherentes creaciones, efímeras y
amorfas, porque carecerán del propósito emanado de la Real Voluntad.
El sonido en el mundo visible o físico siempre despierta un sonido en el
mundo invisible e impulsa a la acción a alguna de las fuerzas ocultas de la
Naturaleza. Pero sólo aquellos que han recuperado el Don o el Poder de la Voluntad
Imperativa guiada por el Alma y no por el ego tirano y déspota, podrán poner en
actividad al Verbo Creador y por consecuencia colaborar en expresar la Evolución
de la Creación, cumpliendo su misión de ser el nexo para la unión de “lo de arriba”
con “lo de abajo”.

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Deberá pues buscar el Hombre el encuentro con su propia Alma y ayudarse a
desprender los sentimientos densos que bloquean al corazón el desarrollar su
habilidad para percibir la Voz Susurrante de la Creación y de los procesos de la
Naturaleza y así lograr escuchar el canto del Alma y la Voz del Silencio.
Compenetrarse con este sonido es el paso previo para convertirlo en Verbo,
porque no es la vibración del sonido la que crea. Es la vibración del sonido con una
descarga importante de emoción pura y desinteresada la que se transforma en
Verbo y hace que las cosas ocurran de acuerdo al Plan de la Creación. El
sentimiento direccionado a un propósito impersonal y sin apegos es lo que lo torna
en Verbo Creador.
Requiere el hombre para lograr esto, estar en Paz, en Equilibrio y así poder
desarrollar su Voluntad plenamente, tanto en los mundos superiores como en los
inferiores. Para lograr esa Paz y Equilibrio es preciso cultivar el Arco-Iris de las siete
Grandes Virtudes, y al lograrlo, la vibración interior del Hombre será armónica con el
ritmo de la Creación y el pulso de su Alma lo será con el latido Universal que es la
propia Voz y la Acción del Creador.
Y cuando el Hombre haya asentado armónicamente las siete virtudes en su
corazón, cuando haya fortalecido su Voluntad, cuando logre cultivar armónicamente
los opuestos, es decir cuidar de que no estén en oposición y que tampoco se anulen
sino que se integren activamente, estará en condiciones de Crear de acuerdo al
Plan. Porque la Acción Creadora requiere lograr un equilibrio en movimiento.
Y son pocos los preparados interiormente para la auténtica acción generosa,
desinteresada y armónica con el flujo de la Creación y con el plan General de la
Obra.
Y el hombre sólo podrá realmente colaborar en la Obra del Gran Arquitecto
del Universo cuando se convierta en un verdadero realizador del Verbo humano,
cuando escuchando el susurro de la Naturaleza, comprenda cómo cumplir su misión
en el Bien General de la Creación y en el de la Humanidad en particular, con la
Mente plena de sabiduría, el corazón rebosante de Amor desinteresado y la Acción
al servicio de la Real Voluntad y no de su pequeña voluntad sometida por el interés
propio.
Es así que el Hombre, para ser portador del Verbo requiere de la necesidad
de una Elevada Necesidad y será sólo así que la palabra o sonido se hará Verbo.
La Esencia del Verbo es El Creador y el Creador está en nosotros mismos,
pero para conocer esa Esencia, o sea, para conocer al Creador y por ello poder
encarnar al Verbo, debemos conocernos a nosotros mismos, saber realmente quién
es cada uno de nosotros.
Y el mensaje oculto que siempre se transmite es: Dale un propósito a tu
palabra, y la transmutarás en Verbo si a ello le sumas una Voluntad Sostenida. Y
que el propósito que des a tu palabra sea el que te vincule a ti con tu razón de vida,
que fue la causa para que nacieras en la Tierra.
Entonces, si no sabes tu razón de Vida, búscala. Y si la conoces, úsala,
dándole propósito y voluntad a tu Palabra; así serás el Verbo y toda oscuridad huirá
de ti. Y así tú, el Verbo encarnado, estarás iluminando las tinieblas, aunque ellas
muchas veces no te perciban así.

3
Y esta búsqueda eterna de la Verdad por el hombre está representada en los
Templos en algunos Ritos por una silla vacía, siendo esa la silla del Maestro que ha
ido en búsqueda de la Palabra Pedida.
Similar simbología es la de la silla vacía en la Mesa Redonda de los
Caballeros del Rey Arturo, donde sólo podría sentarse el llamado “Buen Caballero”
aquél que después de haber estado en presencia del Santo Grial, permaneciera aún
en el mundo de los hombres por ser puro de corazón.
Sillas físicas éstas que siempre debieran permanecer simbólicamente vacías
por dos razones principales: Primero porque la Obra culmina en Callar, así que
desconfiemos de quienes la reclamen para sí. Y segundo porque, como solía decir
mi Maestro: “Cuando alcanzamos la estatura suficiente para llegar al tarro del dulce,
descubrimos que ya no estamos interesados en comerlo.”

Susana Gabarda
(Compilado en abril de 2008)

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