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Es Jackson, quien en un libro a estas alturas clásico, La vida en las aulas, acuña
el término de “enseñanza preactiva” para definir ese ámbito de trabajo profesional
dedicado a la preparación de la actividad en el aula, frente a la “enseñanza interactiva”
o aquello que el profesor hace en el aula en relación a sus alumnos. Si la situación de
“dar clases” se define por su incertidumbre, por la espontaneidad e inmediatez de las
acciones y pensamientos del profesor y los estudiantes, por las demandas inmediatas
de una tarea concreta, por la falta de ritmo para resolver de forma reflexiva
problemas imprevistos, etc.; la planificación de la enseñanza, por su parte, se identifica
con un proceso que tiene lugar en una situación de reflexión por parte del profesor (o
de varios profesores), por ejemplo en la soledad de un aula vacía, o por ejemplo en la
tranquilidad (a veces) de un fin de semana y que deriva en la identificación,
organización y solución de problemas derivados de anticipar las líneas básicas de un
curso de acción en el aula, lo cual viene a representar un marco de referencia, más o
menos ordenado, para hacer y pensar acciones y tareas en el aula.
De esta forma, la planificación de la enseñanza por parte de los profesores y
profesoras, como ámbito de trabajo previo al “dar clase”, se constituye en un espacio
privilegiado para la valoración y transformación de la propia enseñanza, esto es, para
la reflexión sobre lo que, como docentes y dadas unas condiciones de trabajo,
queremos y podemos hacer en el aula; pero también para la reflexión sobre lo que
quisimos y no pudimos o no supimos hacer en el aula. En suma, se trata de una
situación en la que tratamos de organizar un tiempo -que luego casi siempre resultará
escaso-, o de pensar en unas actividades, en unas tareas que puedan funcionar con
nuestros alumnos y alumnas -aunque también puede suceder que no funcionen- o, en
suma, de elegir o adaptar aquello que vale la pena enseñar y como merece la pena
hacerlo.
Por ello hablar de la planificación de los profesores significa, ante todo, hablar
de las situaciones en las que un profesor piensa sobre su enseñanza, y de los procesos
de análisis y de resolución de problemas que ese profesor pone en juego a la hora de
prever su enseñanza. Y resulta que la mayor parte de la planificación de la enseñanza
por parte de los profesores es mental ante que escrita, y tiene lugar en aquellas
circunstancias y oportunidades de las que el conocimiento teórico y experiencial ha de
ser adaptado a casos o contextos particulares, y seguramente ese es el gran potencial
de la investigación sobre la planificación de los profesores, tal como apuntaban Clark y
Yinger: la posibilidad de analizar como pensamiento docente se convierte en acción en
el aula.
Todos los papeles listos y por fin viene su primer día de clase: un grupo de niños
y niñas que en su primer día no tienen otra cosa mejor que hacer que corretear y gritar
por el aula o comentar con cierto entusiasmo anécdotas del verano, y uno/una se da
cuenta; quizás con horror, quizás con desesperación, que no le han preparado para ese
primer día, ¿cómo organizo a los alumnos?, ¿cómo digo que me llamen, de tu, de
usted?, ¿y para ir a los aseos?, ¿cómo impongo silencio?, ¿han de salir en filas?... (por
si fuera poco y en el colmo de la desdicha, la puerta del aula se ha abierto apenas un
plano y ha aparecido la cabeza de un colega -ah, perdona como oía ese escandalo
pensaba que no había ningún profesor-). Es evidente que sí de verdad existe aquello
de la vocación, ese primer día es un buen momento para olvidarla.
Planificación y profesión
Planificar significa, como hemos señalado repetitivamente, pensar sobre “lo
que se puede hacer” y ello en gran medida viene determinado por las percepciones
que los profesores tienen sobre “lo que se debe hacer” y sobre sus propios alumnos, y
el contexto en el que se trabaja. Así pues, podemos definir en el proceso de
planificación de los profesores dos funciones básicas: la de organizar o preparar un
marco para la acción en el aula, organización que adquiere formas diferentes según la
amplitud temporal que abarca la planificación y según el momento del curso en el que
se realice, y la de adaptación progresiva de la enseñanza, “de que vale la pena” hacer,
a las percepciones del profesor sobre sus alumnos, el tiempo, el contenido, las
evaluaciones, etc., siendo esta adaptación progresiva el resultado de la evolución y
valoración sobre “lo que sucede” dentro del aula. Por lo tanto es la capacidad de
“lectura” e interpretación de la realidad así como la capacidad de respuesta a “que es
lo que vale la pena hacer”, lo que constituye el eje central en una planificación que
intente ser algo más que un instrumento que guie a la práctica en el aula, en otras
palabras, un instrumento que no solo sea capaz de orientarnos la acción sino que,
además, sea capaz de justificárnosla.
Con respecto a esta cuestión, nos encontramos ante una situación que yo
denominaría como “rutina establecida” en nuestro propio sistema educativo, y es la
costumbre de pensar en el trabajo del profesor como un trabajo de carácter individual,
no ya solo en el desarrollo de la enseñanza interactiva, sino también en la enseñanza
preactiva; lo cual deriva, por una parte, en la consideración de que la planificación
colectiva -entre varios profesores-, puede realizarse solo según lo que he denominado
“planificación burocrática”, en la medida en que se trata de compartir unos “mínimos”
por parte de profesores del mismo ciclo, área o asignatura; y por otra, que dicha
planificación colectiva hoy por hoy viene determinada más por las buenas relaciones
personales entre esos profesores que por una necesidad pedagógica y de coherencia
organizativa.