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JOSE ANTONIO DE ALDAMA, S.J. (t) ESPIRITUALIDAD MARIANA tesis J.R.C. Con las debidas licencias Editorial EDAPOR Niifiez de Balboa, 115-1. H - MADRID6 1S. B.N.: 84-85662-18-0 Depésito Legal: M. 36.986-1981 Printed in Spain Impreso en Espajfia Imprime: Instituto Politécnico Salesianos-Atocha Ronda de Atocha, 27 - MADRID-25 PRESENTACION Al morir el P. José Antonio de Aldama, S.J. (23 mar- zo 1980), entre los papeles sobre su mesa de trabajo esta- ba, acompaitado de otra redaccién incompleta y mas esque- miatica, un manuscrito inédito: Espiritualidad Mariana. Al P. Candido Pozo S.J. cabe el honor de haberlo pu- blicado por primera vez', y a él agradecemos sinceramente el permiso de editarlo en esta coleccién para la formacién doctrinal de los jévenes de J.R.C. Nadie se extrafie. Estos grupos juveniles llevan todos consigo un sello mariano caracteristico. Los Estatutos de J.R.C. la proclaman «Reina y Madre», y afiaden: «acepta- mos gustosos la invitacién del Concilio Vaticano II de fo- mentar con generosidad la devocién a la Virgen, devocién que no consiste en un sentimentalismo estéril y transitorio ni en una mera credulidad, sino que procede de la fe autén- tica que nos induce a reconocer la excelencia de la Madre de Dios, que nos impulsa a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitacién de sus virtudes (LG 67)». Por eso creemos hacer un buen servicio poniendo al al- cance de todos estas paginas. No son una Mariologia dog- mética (tema que entra en nuestro proyecto editorial para mas adelante, si Dios quiere), sino que, supuestos los dog- mas marianos de nuestra fe catélica, este tratado espiritual quiere ayudarnos a vivirlos. «Escrito —para decirlo con frase del P. Pozo— sin pre- tensiones de erudicién, este tratado delata, sin embargo, la ‘Scripta de Maria 3 (1980) 29-86. mano segura del Maestro que la posee, y que en sus afirma- ciones, siempre certeras y matizadas, estd respaldado por un gran acervo documental». Se trata, pues, de un libro de estudio (no de lectura apresurada), con las caracteristicas que pretendemos en esta coleccién para la formacién doctri- nal de las nuevas generaciones de jévenes que trabajan por la extensidn del Reino de Cristo. Y si tal vez en algtin momento la precisién, y la misma terminologia teoldgica, de estas paginas exige un avance len- to en su lectura, creemos que la diafanidad del texto facili- tard la comprensién en profundidad de su contenido. Para ayudar a esta comprensién nos hemos permitido algunos retoques accidentales al texto editado por el P. Pozo: algu- nos subrayados, separacién de temas por capitulos, supre- sién de la numeracién seguida de todos los parrafos- Y si el Senor bendice esta obrita con nuevas ediciones, esperamos completarla en el futuro confirmando su doctri- na, a wnodo de apéndice, con textos marianos del actual Vi- cario de Cristo, nuestro Papa Juan Pablo II. Los Eprrores INTRODUCCION I Cuando vamos a hablar de espiritualidad mariana es pre- ciso comenzar por explicar estas dos palabras: espiritualidad y mariana. ¢En qué sentido se usan aqui? ¢Qué significan cuando las utilizamos formando una sola expresién, «espi- ritualidad mariana»? Se llama espiritualidad el conjunto de factores que inter- vienen en Ja vida espiritual y que determinan su desarrollo, sea éste piramente ascético o sea mistico. La «vida espiritual» no es otra cosa que la vida cristiana vivida integralmente en el amor de Dios por Cristo y en Cristo. Pero para vivir de ese modo la vida que se nos dio inicialmente en el bautismo, es necesario contar con una serie de factores que condicionan ese desarrollo. 1. En primera linea hay que poner la gracia santifi- cante, sin la que es imposible vivir la vida divina, porque es ella la que constituye su origen y su principio en nos- otros. Al renacer en el bautismo se nos comunica un «prin- cipio» y como una fuente de vida divina por medio de la gtacia santificante que se infunde en nosotros. 2. Con la gracia santificante vienen al alma las virtu- des infusas, que se nos dan para hacer posibles, de un modo habitual y constante, nuestros actos virtuosos, que van des- arrollando en nosotros la santidad; igualmente, con la gracia santificante se nos infunden los dones del Espiritu Santo, que son fuente de actos virtuosos més perfectos dentro de ese desarrollo. Todas estas realidades infusas en el alma forman nues- tro organismo sobrenatural, que se nos comunica ya en el bautismo para vivir a su tiempo conscientemente la vida divina. Pero ese organismo tiene que ser actuado y puesto en accién. Puede explicarse con una compatacion. El enten- dimiento, que es la facultad que Dios nos ha dado para pen- sar, lo tenemos siempre: siempre podemos pensar y reflexio- nar, aunque estemos dormidos. Pero, para que pensemos de hecho, hace falta que nos venga de fuera un impulso, que ponga en accién la facultad interior, que hasta entonces es- taba parada. Una cosa asf pasa en el organismo sobrenatural. Lo tenemos siempre desde el bautismo, mientras estamos en estado de gracia, es decir, mientras estamos vivos espiritual- mente con la vida divina; pero estd quieto si no hay algo que lo ponga en accién. Podemos siempre hacer actos de fe, de esperanza, de amor, de cualquier otra virtud; pero, para que de hecho los hagamos hace falta que algo mueva esa facultad interior que tenemos y la ponga en movimiento. Ese algo no viene de nosotros, sino de Dios. No sdélo es gratuita en nosotros la vida divina y es gratuito ese or- ganismo sobrenatural, que para vivirla nos ha regalado el Sefior, sino que, una vez que lo tenemos, tampoco est4 en nuestro poder ponerlo en actividad; es la accién de Dios quien tiene que hacerlo y si esa acci6n no empieza, nuestro organismo sobrenatural se queda parado. Esta intervencién divina se realiza por medio de las gracias actuales internas. 3. La gracia actual interna es una actuacién divina den- tro de nuestras facultades superiores, es decir, dentro de nuestro entendimiento y de nuestra voluntad. Es una ilu- minacién de nuestro entendimiento, por la que la luz de Dios cae sobre él para que vea lo que no veia, pata que tenga presente lo que no pensaba, para que valore y estime lo que estaba muy lejos de juzgar asi. Es también una ins- piracién de nuestra voluntad, que produce un primer deseo, un atractivo para lo bueno, un desapego y horror de lo ma- 8 Jo, un calor intimo que nos enciende en ansias de Dios, de buscarle, de encontrarle, de poseerle. Ni son sdlo esa primera iluminacién y esa inspiracién primera, sin las que no se pone en movimiento nuestro or- ganismo sobrenatural; es que el proceso, que de esa mane- ra se desencadena en nosotros, necesita nuevas gracias ac- tuales de Dios. Cuando a esa primera invitacién, que se ha hecho sentir en nosotros sin pretenderla por nuestra parte, respondemos libremente admitiéndola y consintiendo en ella, eso mismo bueno no lo hacemos sin nuevas gracias actuales, que no sélo van delante de nuestros actos sobrenaturales, sino también los acompafian y los terminan. Desde el buen deseo hasta nuestra accién libremente hecha, todo estd pre- venido por la gracia, sostenido por ella, concluido por ella. Por eso nuestros actos buenos son nuestros, porque actia en ellos libremente nuestra voluntad; pero son verdadera- mente mds de Dios que nuestros, porque sin Ja accién de su gtacia interna ni los hubiéramos podido hacer ni los hubié- ramos hecho realmente. De esta manera la gracia santificante con su cortejo de virtudes y de dones infusos, como organismo de la vida di- vina, y las gracias actuales internas, como multiple accién de Dios para poner en movimiento ese organismo, son los pri- meros e indispensables factores de la vida espiritual. Son los factores divinos. 4. Pero junto a esos factores divinos son también ne- cesarios otros factores: los factores humanos. En ellos hay que sefialar ante todo nuestra propia libertad, por la que nuestra voluntad es verdaderamente sefiora de nuestros ac- tos, buenos o malos. No todo es pasivo en la vida espiri- tual y divina; hay algo activo de nuestra parte, que es tam- bién esencial e imprescindible. Est4 en poder de nuestra vo- luntad siempre el responder si o no a la llamada que nos hace Dios por medio de las gracias actuales. Ambos factores son absolutamente necesarios: la gracia actual y el consen- 9 timiento de nuestra voluntad; si falta uno de los dos, la vi- da espiritual no se desarrolla. Pero la gracia actual no nos puede faltar nunca; lo que puede faltar, y falta muchas ve- ces, es el sf de nuestra voluntad. Esta libertad de nuestra voluntad est4 condicionada por las disposiciones psicolégicas, que pueden ser muy diversas y vatian de hecho muchas veces, facilitando o dificultando nuestra respuesta a la gracia actual de Dios. Asi, desde el plano objetivo, igual para todo el mundo, que estd constituido por la gracia y la libertad (este ultimo més o menos condicionado por las condiciones psicolégicas), Ilegamos al plano subjetivo, propio de cada uno, en el que encontramos la actuacién concreta de la libertad ante la in- vitacién y el auxilio de Dios con su gracia en nuestros actos de cada dia. Aqui hay que contar con las disposiciones psi- coldgicas propias de cada persona; y no sdlo de cada per- sona, sino de cada situacién suya y de cada momento. Por eso, con unos mismos factores (gracia y libertad), son a ve- ces completamente distintas las actuaciones de cada persona; aun en una misma persona cambia frecuentemente la actua- cién de unos momentos a otros. Pero siempre se trata de la gracia que invita y sostiene, y de la voluntad libre que responde si o responde no. I Todo este conjunto de factores, tan complejos y tan variados (es todo un mundo la vida espiritual), es lo que constituye eso que llamamos «espiritualidad», sea en general de todos, sea en particular de una persona determinada. Pero puede preguntarse: ¢hay realmente mas de una espiri- tualidad? Si nos fijamos en los factores humanos, que con- dicionan la respuesta libre a la llamada de Dios por su gra- cia, es claro que hay muchas espiritualidades. Tantas como son las personas que viven la vida espiritual. Pero el pro- 10 blema no es ese. Lo que preguntamos es si, prescindiendo de las modificaciones que cada persona introduce en su mo- do de vivir la vida espiritual, todavia se puede afirmar que hay mds de una espiritualidad en la Iglesia. Realmente la espiritualidad cristiana es fundamentalmen- te tinica. Es una vida que se vive por todos con la misma gtacia de Dios merecida por Cristo, por insercién en El, que es la fuente tinica de toda vida sobrenatural y divina. Es una vida que se vive por la misma fe en su palabra, por la misma esperanza en sus promesas, con el mismo amor en el corazén, bajo la misma accién del Espiritu Santo, como vida de los hijos de Dios. Y sin embargo, puede hablarse en la Iglesia, y de hecho se habla, de distintas espiritualidades dentro de esa espiti- tualidad cristiana, que es necesaria y radicalmente tinica. La raz6n es porque entre la riqueza maravillosa que ofrece la vida que nos viene de Cristo hay quienes acentian un as- pecto de esa vida més que otro. Asi hay quienes acentian la pobreza, o la confianza en Dios, o la misericordia; y este acento puesto preferentemente (nunca exclusivamente, por- que dejaria de ser cristiana) en un aspecto determinado, ha- ce que la espiritualidad sea diferente. Pasa lo mismo con la diferencia en los medios utilizados para la vida espiritual. Hay quien insiste mas en la penitencia, hay quien se vale con preferencia de la oracién litargica, hay quien se ayuda més con la lectura espiritual. También asi se originan espi- ritualidades distintas. Finalmente, ocurre lo mismo con la diferencia de métodos que se utilizan para conseguir el des- arrollo practico de la vida espiritual. Estas diferencias se ven muy claras en las vidas de los santos. En todos ellos se ha desarrollado brillantemente la vida espiritual. Pero cualquiera ve lo diferentes que son las espiritualidades de San Francisco de Asis y de San Juan de la Cruz, o de Santo Domingo de Guzmdn y San Ignacio de Loyola, o de San Pedro de Alcdntara y Santa Teresa de Jestis, o de Santa Margarita Maria de Alacoque y Santa Te- 11 resita del Nifio Jestis, o Santa Rafaela Maria del Sagrado Corazén. Son espiritualidades diversas de personas indivi- duales; pero no son tnicamente eso. Muchas veces, alrededor de determinadas personas san- tas, se han ido agrupando otras personas, que han pattici- pado, mds o menos, de los rasgos caracteristicos de su espi- ritualidad. Asi se puede hablar de una espiritualidad fran- ciscana, carmelita, agustina, dominicana, jesuita; de una es- piritualidad monastica, litirgica, apostdlica. Un paso mds se ha dado cuando se han sintetizado los rasgos caracteristicos de esas espiritualidades. Entonces se han clasificado cienti- ficamente las que se han llamado escuelas de espiritualidad: la benedictina, la franciscana, la dominicana, la carmelitana, la jesuftica, etc. Ill Con esto tenemos los elementos necesarios para poner el problema de la espiritualidad mariana. La pregunta es ésta: Cuando hablamos de espiritualidad mariana, ¢tomamos la palabra «espiritualidad» en el mismo sentido y con la misma valoracién que hablamos de espiritualidad francisca- na, por ejemplo, o de espiritualidad mondstica? Responder a esta pregunta es de la mayor importancia para compren- der el sentido de estas paginas para no estar hablando en un continuo equivoco que lo oscurezca todo. Vamos a responder inmediatamente a la pregunta. Pero antes resulta muy oportuno apuntar una consecuencia que necesariamente se sigue si en realidad hablamos de espiritua- lidad mariana en el mismo sentido en que hablamos de es- piritualidad carmelitana o espiritualidad mondstica. La con- secuencia es ésta: en ese caso la espiritualidad mariana seria de algunas personas o de algunos grupos, no seria de todos los cristianos; como tampoco es de todos los cristianos la espiritualidad franciscana o la jesuitica. Todavia mas claro: 12 en ese caso la espiritualidad mariana no seria obligatoria para todo cristiano, sino que serfa perfectamente libre y la podria tener o no tener, a voluntad. Lo mismo que para un cristiano, que no es dominico, es totalmente libre profesar la espiritualidad dominicana, o no profesarla. ¢Es realmente asi? ¢Es libre para un cristiano la espiritualidad mariana? Esta espiritualidad, ges propia solamente de algin grupo o de alguna escuela determinada? Para responder a esta pregunta es preciso decir resuelta y absolutamente que no. La espiritualidad mariana no es libre para un cristiano; no es propia de ningén grupo ni de ninguna escuela en la Iglesia, sino que tiene que ser de todos. Pero, si es asi, como realmente es, quiere decirse que la espiritualidad mariana no puede entenderse en el mismo sentido que hemos dado a la espiritualidad monds- tica, o franciscana, o carmelitana. Tiene que haber otro sen- tido para hablar de una espiritualidad, que no es libre, co- mo las otras, sino que se impone a todo cristiano, ¢Cudl es ese sentido? Vamos a verlo ahora. Lo que distingue radicalmente la espiritualidad mariana de esas otras espiritualidades es el puesto especialisimo y singular que tiene la Virgen nuestra Sefiora en el plan divi- no de la salvacién. Ese puesto singular da origen necesaria- mente a relaciones también singulares de Maria con nuestra vida cristiana. Y como todo se funda en el plan querido por Dios y ese plan ya no puede cambiar, las relaciones de todo cristiano con Marfa tampoco pueden cambiar y la espiritua- lidad que en ellos se funda es necesario que no sea libre, sino obligatoria para todo cristiano. Vamos a explicarlo mds. Los Santos, que han influido en la Iglesia con su propia espiritualidad personal, han te- nido también, evidentemente, un puesto en el plan de Dios. Un puesto muy importante. Por ejemplo San Francisco de Asis tenia en el plan divino la misién de renovar la cris- tiandad de la Edad Media promoviendo en ella fervorosa- mente una renuncia sencilla y alegre a los bienes de la tierra 13 y una amorosa imitacién de Jesucristo fijando los ojos en su santisima Humanidad. Del mismo modo, Santa Teresa del Niiio Jestis tuvo en el plan divino la misién de fomentar el camino de santificacién que consiste en Ja infancia espiritual. Pero estas misiones asignadas por Dios a esos Santos no significaban en su manera particular y concreta nada que fuera obligatorio para todos dentro del plan de Dios. Se los puede muy bien seguir, 0 no seguir, en esos aspectos © maneras especiales de santificacién; se puede vivir el fran- ciscanismo o el teresianismo, o no vivirlos. No son espiri- tualidades exclusivas, ni obligatorias; se pueden utilizar otras, con otros métodos, también buenos y santos y que estén igualmente incluidos en el plan de Dios. Al contrario sucede cuando nos fijamos en la Virgen nuestra Sefiora. Las cosas cambian del todo. Y es porque su puesto y su misién en el plan de Dios son de otro orden totalmente distinto. No se trata de que su influjo sea sim- plemente mayor en la santificacién de la Iglesia, dentro del campo restringido a Jos que quieran libremente seguirlo, co- mo hemos dicho antes sobre las espiritualidades de los gran- des Santos. Se trata de algo esencialmente distinto. Vamos a explicarlo més. EI puesto de la Santfsima Virgen en el plan divino de la salvacién esta dentro de las lineas maestras de ese plan, pertenece a su estructura fundamental; por eso no se trata de més o de menos, de mayor o de menor, sino de algo ne- cesario e imprescindible para llevar a cabo ese plan por el que quiso Dios de hecho salvarnos, aunque lo pudiera haber querido de otras muchas maneras. En la realidad solamente quiso una: esa, en la que la Virgen tiene ese puesto especial y esa misién definitiva. Pues bien, si la Virgen nuestra Se- fiora tiene ese puesto y esa misién, tan singulares y nece- sarios dentro del plan real de salvacién elegido y querido por Dios, es claro que se trata de algo universal para todos los redimidos (no sdélo para algunas personas o para algu- nos grupos) y de algo obligatorio para todo cristiano. 14 De ahi se deduce ya una consecuencia importante. Nues- tras relaciones con la Santisima Virgen son necesarias para todo cristiano, porque se fundan en elementos que consti- tuyen el plan mismo de la salvacién. Mientras el tener de- vocién especial a un Santo determinado es completamente libre, la devocién a nuestra Sefiora no puede ser libre para un cristiano; es obligatoria, aunque sean libres sus modali- dades y su expresién. No se puede ser cristiano sin ser de- voto de Maria, La raz6n decisiva de esta afirmacién la ve- remos muy pronto. Por lo que llevamos dicho, para hablar debidamente de la espiritualidad mariana es preciso estudiar antes el puesto y la significacién de nuestra Sefiora en el plan divino de la salvacién. Porque la singular posici6n e importancia de Ma- ria en ese plan de Dios origina unas relaciones también sin- gulares e importantisimas entre Ella y todos los redimidos, telaciones que tocan a la esencia de Ja vida cristiana y con- siguientemente a la espiritualidad. Si la vida cristiana esté especialmente enlazada con Marfa, la espiritualidad cristiana tendr4 que ser por fuerza una espiritualidad mariana. Esto es lo que ahora vamos a explicar mas despacio. IV ¢Cuél es el plan divino de la salvacién, al que hemos aludido tantas veces? La salvacién es la comunicacién de Ja vida divina a todos los hombres, porque todos estaban muertos a Dios por el pecado original. Salvar es volver a dar la vida perdida. Porque Dios quiso que los hombres volviéramos a vivir otra vez de su misma vida divina. Como esto no lo podian conseguir por si mismos los hombres (que estaban muertos a esa vida), fue Dios quien tuvo que hacer- lo, sin obligacién ninguna sino por su misericordia y su bon- dad. Asi nos salvaba de la muerte eterna, del pecado y de todas sus consecuencias malas. Esa era la salvacion. 15 Pero Dios pudo hacer esa salvacién, ese volver a darnos la vida divina, de muchas maneras. Escogié una entre todas ellas; la escogid por las razones ocultas y secretas que El s6lo sabe, pero que son sin duda una expresién singularisi- ma de su amor. Esa manera de salvarnos Ilevaba consigo ante todo la comunicacién de una vida que fuera la vida de los hijos de Dios; una vida que fuera verdaderamente una filiaci6n divina. Era la vida de la gracia, que es real- mente Ja vida propia de los hijos adoptivos de Dios. Esa comunicacién de la vida filial habia de hacerse, en el plan de Dios, a través de su Hijo unigénito, Jesucristo. Precisamente por ser el Hijo de Dios y por vivir esencial- mente la vida filial que eternamente recibe del Padre, habia de ser El para todos los hombres fuente de vida divina. Lo iba a ser, mereciéndonos con su pasién y su muerte la co- municacién de esa vida; pero ademés haciéndola derivarse hasta nosotros como se deriva de la fuente el agua que va corriendo por el rio. Si va a haber vida divina en el mundo, si alguien va a ser verdaderamente hijo de Dios, si va a vivir con la vida propia de sus hijos, ser4, segtin el plan di- vino, solamente porque Cristo ha merecido que se le comu- nique esa vida y porque es El quien se la comunica. Todavia hay algo mas en el plan divino. No solamente es Cristo quien merece a los hombres esa vida porque una vez para siempre murié por ellos en Ja cruz, ni solamente produce en sus cotazones la gracia de adopcién, que es la vida filial, sino que ademds une a los hombres consigo mis- mo para.transmitirles de ese modo su propia vida. En el plan de Dios, tiene Cristo que injertar los hombres a Si mis- mo, para que, unidos asf vitalmente con El, la vida filial, que es su propia vida, fluya también a los hombres hacién- dolos de esa manera hijos de Dios. Es la maravillosa doctri- na que El nos ensefié en la alegoria de la vid. Los sarmien- tos no tienen vida por sf mismos, se secan si estan cortados de la cepa; pero si estén unidos a ella, viven, no con una vida, con una savia, distinta, sino con la savia misma de la 16 cepa; corre por ellos la savia misma que les viene de la cepa, a la que estén vitalmente unidos. Asi los hombres, no tenian vida, estaban muertos por el pecado. La misién salvadora de Jestis fue precisamente injertarlos, unirlos a El, que es la vid verdadera. Desde entonces la vida divina, que viene del Padre y se remansa eternamente en el Hijo, se difunde por todos los hombres, como la savia de la cepa circula por los sarmientos. Pero como esa vida divina es en Cristo vida filial, vida de Hijo de Dios, la vida que de El reciben los hombres, salvados por El y en El, no es otra sino vida filial, la vida de los hijos de Dios. Esto es lo que ensefia San Pablo: «Cuando Megé la ple- nitud de los tiempos, envid Dios al mundo a su Hijo para que recibiéramos la adopcién de hijos» (Gal 4, 4). Para eso, el Hijo eterno de Dios ha tenido que hacerse solidario con los hombres; es decir, ha tenido que hacerse de nuestra mis- ma carne y sangre, como son de la misma naturaleza la cepa y los sarmientos. Hermano nuestro en la carne, el mismo que era nuestro Dios; para poder ser hermano nuestro en la gracia, al difundir sobre nosotros, sarmientos de su vid y miembros de su cuerpo mistico, la misma vida filial con que vive El. Como El dice al Padre «Padre mio», nos ha hecho posible decir nosotros al mismo Padre con entera verdad «Padre mio, Padre nuestro». Naturalmente, hay una diferencia entre esos dos «Padre mio», una diferencia esen- cial. No porque sea un Padre distinto, ni porque nuestra vida no sea propia y verdaderamente filial, como lo es la su- ya, sino porque la vida filial est4 en El como en la fuente y en nosotros como en el arroyo que viene de la fuente, en El por derecho propio y en nosotros por gracia que El nos comunica, en El como vida del Hijo Unigénito y en nos- otros como vida de los hijos de adopcién. Pero eso no im- pide que, como verdaderos hijos del mismo Padre, El] y nos- otros seamos de verdad hermanos; no sélo por tener la mis- ma vida natural humana, sino porque tenemos también la misma vida de Dios. a7 En resumen: segtin el plan de Dios, toda vida sobrena- tural en los hombres ser4 vida de filiacién divina. Esta filia- cién divina la recibe del Padre el Hijo por generacién eter- na, por la que es esencialmente Hijo. Pero de El se difunde a todos los hombres, como del manantial brota el rio. No se difunde solamente porque El es quien con su muerte nos metecid a nosotros el poder participar de su vida, ni tinica- mente porque esa vida la produce El en nosotros al produ- cir la gracia, sino ademds porque, hecho solidario con nos- otros por su Humanidad, nos ha unido a El misticamente como sarmientos con la cepa. De ese modo vivimos en unién vital con el que es esencialmente Hijo, con su misma vida que de El se transfunde a nosotros. En el plan de Dios, en una palabra, somos hijos de Dios; pero no de cualquier ma- neta, sino hijos en el Hijo. Como ha podido verse, en el plan divino es una pieza importantisima la solidaridad natural del Redentor con los redimidos; esa solidaridad es la que hace posible su solida- ridad sobrenatural como verdaderos hermanos de un mismo Padre. La insercién en Cristo, que constituye esa solidari- dad sobrenatural, se hizo de una vez para siempre, a nivel general de la humanidad entera, en el momento mismo de la Encarnacidn. En ese momento, en el que se verificé la solidaridad natural con los hombres al recibir el Hijo de Dios nuestra misma naturaleza humana, qued6 ésta redimi- da porque le comunicé El su vida propia ya desde el seno virginal. Pero a nivel individual de cada uno de los hom- bres, esa insercién se hace al recibir la gracia de la regene- racién por el bautismo en el seno de la Iglesia. v. Todo lo que Ilevamos explicado es necesario para com- prender bien el puesto de Maria en el plan salvador de Dios; puesto, que es el fundamento de sus especiales relaciones 18 con nosotros. Todavia no la hemos encontrado a Ella al es- tudiar ese plan; ahora la vamos a encontrar. La solidaridad natural del Hijo de Dios con los hombres se podia haber realizado de muchas y diversas maneras. Pe- ro en el plan divino estaba determinado que se realizase de una sola. La solidaridad natural tenia que hacerse como término de la actividad maternal de una mujer concreta, que por eleccién de Dios habia de ser Marfa, San Pablo lo apunta cuando dice: «Al llegar la plenitud de los tiempos en- vid Dios al mundo a su Hijo, nacido de una mujer» (Gal 4,4). Es decir, que por medio de una mujer, por Marfa (por su actividad maternal) y en Maria (en su seno virginal) es donde se hace el Hijo de Dios solidario con los hombres, nuestro hermano en la carne. Esa actividad maternal es perfectamente consciente y humana, aunque haya sido virginal. Maria sabe que va a ser madre y ha consentido libremente en serlo. De ese modo, como toda madre, se ha unido en comunién de vida y de afectos con el que va a ser su hijo. Pero hay un diferencia entre esta madre y las demas madres. Una madre cualquie- ra no sabe quién va a ser su hijo; no sabe cudl va a ser su vida, qué es lo que va a realizar en el mundo, qué caminos, de alegria o de dolor, de triunfo o de fracaso, le estén des- tinados. En cambio Maria si sabe quién va a ser su hijo, conoce su misién en la tierra, no ignora el fin que va a te- ner, como tampoco ignora sus frutos de redencién. El dn- gel, al comunicarle el mensaje del cielo, ha abierto a su in- teligencia y a su corazén un camino que Ella, por su pro- funda meditacién de las Escrituras, sabia que iba a ser el de la madre del Mesias, aunque jam4s habia sospechado que pudiera ser el suyo. Desde el momento de la Encarnacién se une totalmente en comunién de vida y de afectos con ese Hijo de Dios, ahora hijo también suyo, cuya misién en la tierra va a ser reunir los hijos de Dios, que estaban muer- tos por el pecado, y darles de nuevo la gracia divina mu- riendo El por sus hermanos menores. 19 Maria entonces, unida cordialmente como madre a la vida y a la misién de su Hijo, mira como suya esa misién de hacer hijos de Dios a todos los hombres. De esa manera, ya en el primer momento en que empieza a ser la Madre de Jestis, que es el Salvador, resulta maternalmente unida en su corazén con todos los hombres; ellos son hermanos de su Hijo, no sélo en el orden natural, porque tienen la misma naturaleza humana, sino también en el orden sobre- natural, porque la vida que de El van a recibir serd una vida filial hacia el mismo Padre celestial; una vida filial, que El les va a transmitir al injertarlos como sarmientos en su Vid. Los hombres y su Hijo forman ya para Ella un orga- nismo, cuyos miembros viven todos con la misma vida, que es la vida filial que ha traido su Hijo a la tierra. Por eso los hombres, que son ya en la Encatnacién hijos de Dios en el Hijo, son también en el mismo Hijo hijos de Maria. Asi queda explicado el puesto de Marfa en el plan divi- no de la salvacién. Su puesto concretamente es éste: ser la mujer que con su actividad maternal haga posible la solida- ridad natural del Hijo de Dios con los hombres, pero de manera que esa actividad maternal, que en el orden pura- mente fisico sobrenatural tiene por término al Hijo de Dios, en el orden psicolégico sobrenatural tiene por término a El y a todos los que El va a hacer hijos de Dios. Es ademés la Madre que, por conocer desde el principio la misién que trae su Hijo a la tierra, esté maternalmente asociada a esa misién, en fuerza de la comunién afectiva entre madre e hijo, y colabora en ella desde entonces como Madre. Estos pensamientos los expresa San Pfo X en su Enciclica Ad diem illum de 2 de febrero de 1904: «¢No es Maria de Cristo? Pues entonces es también Madre nuestra. Porque cada uno tiene que pensar que Jestis, que es el Vetbo en- carnado, es también el Salvador del género humano. Ahora bien, como Dios-hombre, tiene un cuerpo concreto como los demas hombres; pero como Salvador de nuestro linaje, tiene un cuerpo espiritual 0, como se dice, mfstico, que es 20 la sociedad de los que creen en Cristo. Muchos en Cristo so- mos un sélo cuerpo (Rom 12,5). Pues la Virgen no con- cibié al Hijo eterno de Dios solamente para que se hiciera hombre recibiendo de Ella la naturaleza humana, sino tam- bién para que, por la naturaleza recibida de Ella, fuese Sal- vador de los hombres. Por eso en el mismo y tnico seno de la Madre castisima no sdlo tomé Cristo para Si la carne, sino que también al mismo tiempo se unié a Si un cuerpo espiritual formado de los que habian de creer en El. De esa manera puede decirse que, al tener Maria en su seno al Sal- vador, llevaba también a todos aquellos cuya vida estaba contenida en la vida del Salvador. Luego todos los que es- tamos unidos a Cristo y somos, segin el Apéstol, miem- bros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos (Ef 5, 30), hemos salido del seno de Maria a manera de un cuerpo uni- do con su cabeza. Por esto, de un modo espiritual y mistico, nos llamamos hijos de Marfa y Ella es Madre de todos nos- otros». La misma doctrina la ensefié Pablo VI en el discurso con que se cerré la tercera etapa del Concilio Vaticano II: «Co- mo la maternidad divina es el fundamento de la especial re- lacién de Marfa con Cristo y de su presencia en el plan de la salvacién obrado por Jesucristo, asi también constituye el fundamento principal de las relaciones de Maria con la Iglesia, por ser la Madre de Aquel que estuvo desde el pri- mer instante de la Encarnacién en su seno virginal y unié a Si como Cabeza a su Cuerpo Mistico, que es la Iglesia. Marfa, pues, por ser la Madre de Cristo, es también Madre de todos los fieles y los Pastores, es decir, de la Iglesia». Estas ensefianzas pontificias, que confirman todo lo que hemos explicado, estén sefialando el cardcter de universali- dad y de realidad que tiene esa relaci6n maternal de Maria con los hombres. Son todos ellos hijos de Maria en su Hijo, lo mismo que dentro de su seno virginal empiezan todos a ser hijos de Dios en el Hijo unigénito de Dios. Por otro lado, en ambos aspectos, resulta todo as{ porque asi es el 21 plan de Dios, antes de que a cada uno de los hombres se le aplique en particular ese plan. VI La conclusién final de las obsetvaciones anteriores nos Ileva a afirmar cuanto sigue: 1° 2° on EI plan divino de la salvacién (no por ninguna ne- cesidad intrinseca, sino por libre voluntad de Dios) ha hecho que toda la vida cristiana tenga que ser a la vez vida de hijos de Dios y vida de hijos de Maria, por ser vida de los hermanos de Jestis, que es a la vez Hijo de Dios e Hijo de Marfa. Si esa es condicién esencial de toda vida cristiana, como la vida espiritual no es otra cosa sino el des- arrollo pleno de ésta, necesariamente ese ser a la vez hijos de Dios e hijos de Marfa tiene que con- dicionar y colorear nuestra vida espiritual. En ella ineludiblemente tiene un puesto singular Maria, porque es nuestra Madre y somos sus hijos desde el momento en que vivimos la vida de hijos de Dios. Asf queda ya clara la diferencia esencial y el senti- do singularisimo que tiene la expresién «espiritua- lidad mariana», totalmente distinta de cualquier otra manera de hablar de espiritualidad. Y se com- prende por qué son libres las otras espiritualidades y no lo es ni lo puede ser la espiritualidad mariana. Todo Io que Ilevamos dicho hasta aqui era necesario para fijar bien y sin equivocos el sentido de las paginas que siguen. En ellas vamos a intentar la exposicién de esa espi- ritualidad mariana en el sentido ya explicado. Pero, enten- 22 dida asi, la espiritualidad mariana hay que considerarla en dos planos distintos y complementarios: en el plano objeti- vo y en el plano subjetivo. Te 2 En el plano objetivo y éntico; es decir, mirando lo que esa espiritualidad es en si misma, los elemen- tos que la constituyen, aunque nosotros no lo pen- semos 0 no lo sepamos. En ese plano hay que afir- mar que Marfa de hecho interviene en nuestra vi- da espiritual y tendremos que estudiar cémo inter- viene. En el plano subjetivo y ético; es decir, mirando lo que debe ser para nosotros, lo que nosotros tene- mos que hacer, nuestra colaboracién personal, cons- ciente y libre, para vivir esa espiritualidad. En ese plano hay que afirmar que nosotros tenemos que vivir nuestra vida espiritual en relacién intima con Marfa y estudiaremos los modos de vivirla. Esta se- 14 la segunda parte de nuestra exposicién. 23 Parte Primera MARIA Y LA VIDA ESPIRITUAL EN EL PLANO OBJETIVO Nuestra vida espiritual est puesta por Dios bajo el in- flujo de Ja Virgen, nuestra Madre. Dios lo ha querido asf y por eso no hay ninguna vida espiritual cristiana en cuyo desarrollo no intervenga nuestra Madre Inmaculada. Esa intervencién es doble. Primeramente, Maria tiene un papel de ejemplaridad en nuestra vida espiritual; es decir, inter- viene en ella como un modelo en el orden de la «causa ejemplar». En segundo lugar, tiene un papel de actuacién, de influjo positivo en la misma; es decir, interviene tam- bién con una actividad, en el orden de la «causa eficiente». Es lo que vamos a estudiar ahora. 25 CAPITULO PRIMERO MARIA, TIPO Y MODELO DE VIDA ESPIRITUAL 1. Es claro que Jesucristo es necesaria y absolutamen- te el arquetipo, el modelo supremo de toda vida espiritual, ya que ésta, por voluntad de Dios, es una vida de filiacién divina. El es el Hijo de Dios por esencia. Toda otra filiacién divina tiene que copiar necesariamente del que es su ejem- plar y su modelo. Dios nos predestinéd a reproducir en nosotros la imagen de su Hijo, a fin de que Este fuera pri- mogénito entre muchos hermanos (Rom 8, 29). Por eso, nuestra vida espiritual consistira esencialmente en reprodu- cir en nosotros la vida filial de Cristo para con su Padre. La gracia santificante, que es gracia de adopcidn de hijos, es un germen de vida filial derivado hasta nosotros de la fuente de la vida filial del Hijo de Dios. Como verdadeto arquetipo, El est4 en un plano necesa- riamente superior al nuestro. Su filiacién divina (no sdélo en cuanto Dios, sino también en cuanto hombre) es natural, no adoptiva; no hay en Jesucristo dos Hijos de Dios, como no hay dos personas sino una sola, que es el Hijo de Dios. En cambio, nuestra filiacién divina ni es, ni puede ser, natural, sino adoptiva. Nuestra persona (también la de Marfa) no pertenece por si misma a la familia de Dios que es la Tri- nidad. Somos (también Ella) por naturaleza personas extra- fias a esa familia. Si verdaderamente podemos Iamar Padre a la misma persona a la que Jestis llama Padre, es porque ese Padre nos ha querido introducir misericordiosamente en la familia divina, a la que por naturaleza no perteneciamos. Por eso nuestra filiacién divina es necesariamente adoptiva, 27 no natural como es la de Jesucristo. Sin embargo, siempre queda en pie que El y nosotros Ilamamos Padre a la misma persona divina, y que se lo llamamos con verdad y propie- dad. Toda filiacién adoptiva es una semejanza de la filiacién natural. Mucho mis lo es Ja adopcién divina, que se le acer- ca més que cualquier otra adopcidn. La filiacién adoptiva es imposible entenderla sino porque reproduce, en un plano inferior, los rasgos esenciales de la filiacién natural. Esto vale especialisimamente de la filiacién adoptiva divina; por- que no es puramente juridica, como lo es la humana, sino que es una nueva realidad, una nueva generacién, por la que se nos da Ja naturaleza divina real y verdaderisimamente, aunque sea sélo de una manera andloga, porque no puede ser de otro modo. Segin eso, nuestra filiacién, por la que somos verdaderamente hijos de Dios, reproduce en nosotros, cuanto es posible, los rasgos fundamentales de la filiacién eterna, por la que Jesucristo es Hijo de Dios. Por eso El, como Hijo, es el arquetipo insustituible de toda vida espi- ritual, de toda perfeccién, de toda santidad. 2. Vamos a dar un paso més. Dentro de la filiacién di- vina adoptiva, nadie la ha realizado tan plena y perfecta- mente como la Virgen nuestra Senora. Ella es hija de Dios, a distancia infinita de como lo es su Hijo, pero la mds cer- cana a El que pueda darse entre los hijos adoptivos de Dios. Por eso es tipo, ejemplar, imagen de nuestra filiacién divina, y por lo mismo de toda nuestra vida espiritual. No es el arquetipo supremo, que solamente se da en Cristo; pero dentro de la esfera de los hijos adoptivos de Dios, es quien realiza mejor esa filiaci6n, porque es quien més perfecta- mente reproduce los rasgos fundamentales de Cristo Hijo. Como tipo de nuestra filiacién adoptiva divina, su filia- cién esté también en un plano superior. Porque esa filiacién se nos dio a nosotros por una regeneracién, que suponfa el 28 estar muertos por el pecado; pero Ella no estuvo nunca en ese estado de muerte. Su filiacién divina le vino por otro cauce y de manera diversa. Fue una generacién totalmente santa, por la que nacidé al mismo tiempo a la vida natural y ala vida divina. Este hecho condiciona toda su filiacién divina. Nacié al mismo tiempo a la vida natural y a la vida di- vina. Seguramente las causas de nacer a cada una de esas dos vidas son diferentes; la vida natural se la comunicaron sus padres, la vida divina le viene del que mds tarde va a ser su propio Hijo, cuyos méritos acttian ya para Ella en la presencia de Dios. Ni solamente sus méritos, sino también, mediante ellos, el amor de predilecci6n con que ya en el primer momento de existir la ha injertado en Si mismo, haciéndola desde siempre hermana suya, su primera herma- na, en el orden de la gracia; a Ella, que un dia va a ser su Madre en el orden de la naturaleza. Asi la ha hecho a Ella hija de Dios en El. Esa filiaci6n divina de Maria, que es gracia de adopcidén de hijos, se reproduce en nosotros en un plano inferior. La raz6n de este plano diferente est4 en la diversidad de reden- ciédn con que Ella y nosotros hemos sido salvados por el Se- fior; mientras nuestra redencién ha sido «liberativa» de la muerte ya incurrida, la suya ha sido «preventiva» para que no llegue a morir. Pero como la redencién es filiacién divi- na, ésta debe ser necesariamente distinta en Maria y en nos- otros. Esa diferencia radical entre su filiaci6n y la nuestra la pone a Ella en un plan superior dentro de los hijos adop- tivos de Dios. Si, pues, la filiacién divina de Maria esté en un plano superior y los rasgos de esa misma filiacién se reproducen de modo inferior en nosotros, nuestra vida espiritual, des- pués de Cristo, modelo supremo, se hace a semejanza tam- bién de Maria, y segiin el ejemplo de su propia vida filial de Dios. 29 3. Todas estas consideraciones no son invenciones nuestras; las ha ensefiado repetidas veces en los ultimos tiempos el magisterio conciliar y el del Papa Pablo VI, co- mo vamos a ver. Empezaremos por el Concilio Vaticano II y aduciremos después las ensefianzas del Papa. En Ja constitucién Lumen gentium ensefia el Concilio que a Maria se la proclama «como miembro excelentisimo y enteramente singular de la iglesia y como tipo y ejemplar acabadisimo de la misma en la fe y en la caridad» (n 53). Es decir, que la fe y la caridad de la Iglesia tienen un mo- delo en la fe y en la caridad de Maria, ejemplar superior que la Iglesia reproduce en su vida. Un poco después vuelve a ensefiar el Concilio: «La Ma- dre de Dios, como lo ensefiaba ya San Ambrosio, es proto- tipo de la Iglesia, a saber en el orden de la fe, de la caridad y de la unién perfecta con Cristo» (n 63). De nuevo afirma que Marfa es el ejemplar que Cristo quiso reproducir en su Iglesia, en cuanto se refiere a la fe, a la caridad y a la unién con El. Otro texto de la misma constitucién dogmatica: «La Iglesia, buscando Ja gloria de Cristo, se hace mds semejan- te a su modelo sublime con el continuo progreso en la fe, la esperanza y la caridad y con la biisqueda y el seguimiento de la voluntad divina en todas las cosas» (n 65). Aqui se- fiala el Concilio el esfuerzo de la Iglesia cuando busca la gloria de Dios. Ese esfuerzo, que se realiza en la practica de las virtudes teologales y el rendimiento completo a la divina voluntad, va haciendo a la Iglesia cada vez mas se- mejante a Maria, que es el modelo sublime que le sefialé a ella el Sefior. En la constitucién Sacrosanctum Concilium se ensefia que la Iglesia «admira y ensalza en la Virgen el fruto més espléndido de la redencién y contempla gozosamente en Ella, como en imagen purfsima, cuanto la Iglesia misma ansfa y espera Ilegar a ser» (n 103). Estas palabras se refieren a la Santisima Virgen, que posee ya en si misma todos los fru- 30 tos de la redencién porque estd glorificada no sédlo en su alma sino también en su cuerpo. Esa glorificacién de la per- sona entera constituye la esperanza firme y ardiente de la Iglesia peregrina; su cumplimiento, que se realizard segiin la imagen de Maria, convertiré a la Iglesia peregrina en la Iglesia triunfante. Es lo mismo que dijo el Concilio en la constitucién Lumen gentinm: «La Madre de Jesis, glorifi- cada ya en el cielo con cuerpo y alma, es imagen y primi- cias de la Iglesia que tendré su cumplimiento en la vida fu- tura» (n 65). Esa ejemplaridad de Marfa en relacidén con la Iglesia, que se ensefia de una manera general en los textos citados, la aplica el Concilio en particular a los sacerdotes, que ha- Ilarén en la Santisima Virgen el modelo maravilloso de su docilidad al sagrado ministerio (Presbyterorum ordinis, 18); a los religiosos, que dar4n frutos de salvacién por la inter- cesién de la Virgen, cuya vida es ensefianza para todos (Perfectae caritatis, 25); a los seglares, para quienes Ella es modelo perfecto de espiritualidad apostdlica (Apostolicane actuositatem, 4); a todos los que se dedican al apostotlado, que deben estar animados de un amor maternal, cuyo ejem- plo es Maria (Lumen gentium, 65). Estas ensefianzas conciliares las repitié muchas veces el Papa Pablo VI; tanto, que puede decirse con verdad que el hablar de la Virgen era un tema favorito suyo. Ya en su primera Enciclica (6 ag. 1964): «En la Santisima Virgen Maria, Madre de Cristo, més atin, Madre de Dios y Madre nuestra, admiramos el modelo completisimo de perfeccién cristiana, el espejo de virtudes auténticas, el ejemplar mara- villoso de la naturaleza humana» (Enc. Ecclesiam suam). Poco después (21 nov. 1964) insistfa: «En esta vida mortal Marfa mostré la imagen perfecta de una discipula de Cristo, fue espejo de todas las virtudes y reprodujo en sus costumbres las bienaventuranzas que Cristo predicé. Por eso la Iglesia entera, cuando est4 explicando su propia vida mul- tiforme y su manera de actuar, toma de la Virgen Madre 31 de Dios el modelo completisimo de cémo se debe imitar perfectamente a Cristo» (Post duos menses). La exhortacién apostélica Signum magnum (13 mayo 1967) presenta a Ma- ria como Madre que intercede por sus hijos y es para ellos el ejemplar de la vida que deben vivir. Pero, donde el Papa desarrollé mds esta doctrina, fue en la exhortacién apostélica Marialis cultus (11 febr. 1974). De ese magnifico documento pontificio vamos a copiar so- lamente dos textos: 32 — «Queremos ahora, siguiendo algunas indicaciones de la doctrina conciliar sobre Marfa y la Iglesia, profun- dizar un aspecto particular de las relaciones entre Maria y la Liturgia; es decir, Maria como ejemplo de la actitud espiritual con que la Iglesia celebra y vive los divinos misterios. La ejemplaridad de la Virgen Maria en este campo dimana del hecho que a Ella le reconoce Ja Iglesia como modelo y ejem- plar extraordinario de fe, de caridad y de unién per- fectisima con Cristo; esto es, de aquella disposicién interior con que la iglesia, Esposa amadisima, estre- chamente unida y asociada a su Sefior, lo invoca a El y por EI da culto al Padre eterno» (n 16). «Ejemplo para toda la Iglesia en el ejercicio del cul- to divino, Marfa es también, evidentemente, maestra de vida espiritual para cada uno de los cristianos, los cuales muy pronto empezaron a fijarse en Ella para, como Ella, hacer de su propia vida un culto ofrecido a Dios, y de su culto un compromiso de vida. Ya en el siglo IV San Ambrosio, hablando a los fieles, deseaba que en cada uno de ellos estuvie- se el alma de Marfa para glorificar a Dios; jQue el alma de Maria esté en cada uno para alabar al Sefior; que su espfritu esté en cada uno para exultar en Dios!

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