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La espera se hace ta n creadora

como el vencim iento de la d istancia.


105 E l espacio se co n trae p a ra p arir,
descrear engendra ta m b ié n la sucesión oscura.
E l agua que lanzam os por n u e stra fuente,
la saliva que ev ap o ra horm igas blancas,
el azufre de los alq uim istas,
110 todos se e n m asc aran con la ausencia.
E l fuego asom ó su cara
d e stru id a y reapareciendo
con un chasquido en la p ied ra carbón.
E ntonces el rebelado
115 inició el aq u elarre inm óvil de la hoguera.
Curvó los m etales,
quem ó la tie rra con esm altes.
F ue ta m b ié n p a n ad e ro y cocinero.
E l libro de su v ic to ria
120 tiene las hojas calcinadas
p a ra que nadie conozca
el secreto de la h um illación final
sino el aullido de la desolación,
las circulares aves del destierro,
125 la ciega paciencia de la m uerte.
H ylas, la belleza, al lado de H ércules,
el que le m a tó a su padre.
Lo débil como u n a sierpe
p e n etran d o en el gem ido del fuerte,
130 gim iendo p o r la ausencia.
E l hum o que se destrozó en el crepúsculo
al a p u n ta la r los teja d o s escalonados,
cómo reaparecerá.
Los pasos que se b o rraro n ,
135 qué n uevas arenas volverán a pisar.
Los rostros que p e n e tra b a n en n u e stro cuerpo
dónde asom an el pinchazo de su sonrisa.
E n alguna isla se pasean,
m u e stra n en sus brazos nuevos faisanes,
140 el ro stro en las m etam orfosis del hum o,
el hum o congelándose en u n rostro .

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