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destruirse p a ra reap arecer

en la m a ñ an a del trigo d a n z a n te
con la perdiz y el violoncelo.
U n Giorgione y puede ser u n C hardin.
185 Los m úsicos ex tendiéndose en la y erb a
y los m úsicos ciegos
esperan el sueño y el sonido to ta lm e n te los ab raza.
Las esencias que no existen, inap resab les,
están en las sem illas que se p u d re n p a ra reap aráecer
190 Las m áscaras d an zan d o u n c u rv ad o arcoiris
m odulan sonidos com o e sta tu a s yacentes.
E n an o m entiroso, enano m entiroso,
enano m entiroso.
Los dioses se ace rc ab a n vestidos de seda,
195 por eso pudim os reconocerlos.
No se p re se n ta b a n desnudos
ni ta p ad o s por el fuego,
m iran d o el ro d a r de las nubes.
E scogían la seda
200 elab o rad a por los avisos del hom bre
¿cómo se a p o d e ra b a n de ella?
P o r el día, en su invisibilidad,
por los excesos com estibles de la luz,
la ro b a b a n ; en la noche,
205 en su espesura, la m ed ían
con su cuerpo oculto por el fuego.
Sus cabellos de gorgona e tru sca
e sta b a n a tra v esa d o s por alfileres
de carey tra n s p a re n te y espesa p la ta ,
210 por eso pudim os acariciarlos
y rendirles las rodillas.
E n el sueño h ab itáb am o s la m ism a p rad era.
E n la ex ten sió n oíam os el la tid o de sus sienes,
como nosotros cuando nos a d en tram o s
215 en los arenales de la alm o h ad a
y extendem os las m anos
como queriendo que alguien las ap riete
y sa lta n al espacio
frente al p ro y ecto r que sigue n u estro cuerpo.

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