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7 La pregunta acerca de los motivos por los cuales la industria manufacturera retornó al espa-
cio urbano resulta fascinante, dado que caracteriza a la Tercera Revolución Urbana y al nuevo
curso que adquirió el desarrollo capitalista de mejor forma que cualquier otro acontecimiento.
Muchos historiadores del capitalismo y de la Revolución Industrial le prestan mucha atención
a los momentos originarios, como el surgimiento de las primeras fábricas, y concluyen que las
ciudades no fueron la chispa inicial de la revolución debido a su característica ubicación rural.
A partir de todo lo que hemos visto en nuestra nueva cartografía de la geohistoria del espacio
urbano, parecería que dicho argumento acerca de los «orígenes» nos induce a cometer impor-
tantes errores. Algunos aspectos inherentes a las condiciones sociales y espaciales del urbanis-
mo fueron, en gran medida, responsables de la expansión masiva de la industria dentro de la
ciudad, y este «aspecto» se encuentra probablemente vinculado a las cualidades reflexivas de
la aglomeración, el sinecismo y la frónesis que siempre han formado parte de la producción
social del espacio urbano.
La Tercera Revolución Urbana 125
Made in Manchester
No hay pueblo en el mundo en el cual la distancia entre los ricos y los pobres sea
tan grande, o la barrera entre ellos tan difícil de cruzar.
Friedrich Engels acerca de Manchester, escrito en 1844
9 La siguiente cita de Robert Fishman, Burgeois Utopias: The Rise and Fall of Suburbia, Nueva York,
Basic Books, 1987, resalta la importancia de Manchester en la historia de la suburbanización y
advierte acerca de las derivaciones demasiado simples de la experiencia urbana anglosajona:
Los barrios de la gente trabajadora están […] separados de las secciones de la ciu-
dad reservadas a la clase media […] Manchester tiene, en su corazón, un distrito
comercial bastante extendido, tal vez de media milla de largo y casi tan ancho,
que consiste casi en su totalidad de oficinas y depósitos. Casi todo el distrito es
abandonado por sus habitantes, y se vuelve solitario y desértico de noche […] [A
su alrededor] hay barrios de gente trabajadora […], extendiéndose como un cin-
turón, de dos kilómetros y medio de ancho de promedio […] Fuera, más allá del
cinturón, vive la alta y media burguesía, la media burguesía en calles trazadas de
forma regular ubicadas en las inmediaciones de los barrios obreros […] la alta
burguesía en villas y jardines más remotos […] en el aire libre y puro del campo,
en casas magníficas y confortables, con autobuses que van a la ciudad cada cuar-
to de hora o cada media hora. Y la mejor parte del asunto es la siguiente, que los
miembros de esta adinerada aristocracia pueden tomar el camino más corto a tra-
vés de todos los distritos obreros […] sin ver en ningún momento que se encuen-
tran en medio de la sucia miseria […] Dado que los concienzudos pasajeros son
alineados, a ambos lados, con una serie casi perfecta de tiendas […] [que]
son suficientes para ocultar de los ojos de los ricos […] la miseria y la suciedad
que forman el complemento de su riqueza. (Engels, 1969: 79-80)
10 Véase Friedrich Engels, The Condition of the Working Class in England [La situación de la clase
obrera en Inglaterra], publicado por primera vez en 1844. Estos pasajes corresponden a la edi-
ción de Panther (1969), tal y como son citados en James Anderson, «Engel’s Manchester:
Industrialization, Worker’s Housing, and Urban Ideologies», un documento de trabajo publi-
cado por la Planning School of the Architectural Association en Londres alrededor del año 1974
(no figura ninguna fecha en la publicación original). También se puede consultar Steven
Marcus, Engels, Manchester and the Working Class, Nueva York, Vintage, 1974.
11 Resulta tentador considerar la observación de Engels desde una perspectiva más contempo-
ránea. Lo que él estaba viendo era una disyunción entre un «régimen de acumulación» ya esta-
blecido y en expansión (la forma inicial y más pura de capitalismo industrial-urbano) y
La Tercera Revolución Urbana 133
«modos de regulación» aún emergentes y débiles, las estructuras e instituciones locales admi-
nistrativas y de coordinación que podían mantener unida a la nueva economía de modo efec-
tivo, asegurando su continuidad en el tiempo y en el espacio. También puede decirse que hoy
en día existe una situación similar con la emergencia de otro nuevo régimen «flexible» y «glo-
bal» de acumulación capitalista y la formación de la postmetrópolis bajo condiciones en las que
aún no hay un sistema de regulación societal bien establecido que lo acompañe. En este senti-
do, al menos el Manchester de 1850 no es muy diferente de Los Ángeles de 1990.
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12 Ambas partes pasaron por alto la categórica «ruptura con la naturaleza» inducida por la Tercera
Revolución Urbana. La urbanización preindustrial dependía del mantenimiento de las adaptacio-
nes apropiadas al medioambiente físico para asegurar la continuidad del modo de producción
agrícola y de otros modos de producción primarios. El cambio hacia el sector «secundario» de
la industria manufacturera hizo que esos lazos de adaptación parecieran mucho menos impor-
tantes, creando una relación de explotación más ciega entre la ciudad y su medioambiente
natural. Los anarquistas y los regionalistas del siglo XIX vieron esto claramente como un pro-
blema «urbano» de gran importancia, pero, como ya hemos observado previamente, fueron
atacados y rechazados tanto por los reformistas liberales como por los socialistas científicos.
La Tercera Revolución Urbana 135
Remade en Chicago
Chicago fue a la segunda mitad del siglo XIX, lo que Manchester fue a la prime-
ra: un laboratorio urbano, relativamente despejado, para el examen de la forma-
ción de la ciudad capitalista industrial y de su espacio urbano reflexivo.
Chicago, al igual que Manchester, comenzó como un fuerte militar (Fort
Dearbon, construido en 1803), fue luego incorporada como ciudad en la década
de 1830 y comenzó a crecer rápidamente después de la construcción de un canal
de largo recorrido (inaugurado en 1848, que conectaba su emplazamiento en los
Grandes Lagos con la cuenca de los ríos Ohio y Mississippí) y la llegada del
ferrocarril (en 1852-1853, que la vinculaba a la Costa Este). A diferencia de Nueva
York, Filadelfia, Baltimore y otras ciudades importantes del Este, Chicago no
tenía un extenso espacio urbano mercantil que complicara el proceso de indus-
trialización urbana, a pesar de que en la actualidad posea un «casco viejo»
identificable, puesto que es así como estos vestigios mercantiles han venido a
denominarse. Fortalecida por la rápida expansión hacia el Oeste de la frontera
industrial-urbana norteamericana durante la segunda mitad del siglo, Chicago
creció aún más rápido que Manchester y alcanzó la cifra de más de un millón de
habitantes antes del fin de siglo. Además, Chicago estaba construida sobre una
superficie más llana y con una rejilla de calles y residencias más regular, permi-
tiendo una lectura aún más clara de la organización espacial del suelo, de las
«tendencias de superficie» del nuevo orden urbano-industrial.
Esta interpretación del espacio urbano de Chicago en términos de super-
ficie no tuvo lugar hasta las décadas de 1920 y 1930, bastante tiempo des-
pués de que el paisaje urbano industrial «clásico» se volviera en cierto modo
13 The City [La ciudad] fue el texto clásico de la Escuela de Chicago. Publicado por primera vez
en 1925 por la University Chicago Press, su título fue tomado de un ensayo escrito por Robert
E. Park en 1916 (American Journal of Sociology, núm. 20, pp. 577-612). La cita de Morris Janowitz
fue tomada de su introducción a la nueva edición, publicada en 1967. Un libro con el mismo
título y no completamente desvinculado del mismo es: Allen Scout y Edward Soja, The City: Los
Angeles and Urban Theory at the End of the Twentieth Century, Berkeley y Los Angeles, University
of California Press, 1996.
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Lo que resultaba más asombroso al respecto de dichos modelos era que fue-
ran adecuados a una descripción, con cierta precisión, de muchos aspectos
característicos de la organización macro espacial del espacio urbano. Existía
(y probablemente aún hay) cierto punto en el cual todos los espacios urba-
nos se encontraban organizados alrededor de un centro dominante en una
serie de zonas concéntricas, sectores radiales y enclaves especializados. Lo
que está específicamente contenido en dichas zonas, cuñas y enclaves, su
cantidad, y la claridad con la cual puede ser definido, difiere apreciablemen-
te según el tiempo y el espacio, pero el diseño de superficie general ha sido
un aspecto llamativamente regular de la espacialidad de la vida urbana,
desde la antigua Ur hasta la ciudad contemporánea de Los Ángeles.
Por consiguiente, a diferencia del espacio urbano propio del modelo de
Manchester, el de Chicago era mucho más complejo, con múltiples capas
y una pluralidad de etnias. Sin embargo, también era mucho más opaco y
superficial, en el sentido de que estaba concentrado en apariencias y com-
portamientos visibles y mensurables. Los procesos más profundos que se
suponía que estructuraban el espacio urbano estaban confinados a la esfera
de la ecología, filtrados a través de una matriz social de agentes individua-
les (incluidas casas y firmas comerciales) y de sus comportamientos en la toma
de decisiones.14 La ausencia más flagrante en este modelo del espacio urbano
fue la del proceso de industrialización y de su impacto en la formación de la
geografía urbana. En la medida en que no consideraba el sistema de produc-
ción industrial y la relación trabajo-capital directamente como fuerzas subya-
centes a la organización del espacio urbano, fue esencialmente ignorada la inte-
racción dinámica entre urbanización e industrialización que definía a la ciudad
capitalista industrial. El profundo dualismo estructural del capital frente al tra-
bajo, la burguesía (urbana) frente al proletariado (urbano), que infundió tanto
vigor a las observaciones urbanas de Engels y de otros estudiosos, parecía
haberse desvanecido en la nueva metrópolis norteamericana.
Podemos decir que la Escuela de Chicago definió, en su clímax, la socio-
logía urbana de Estados Unidos. A pesar de su debilidad, representó el
intentó más serio por hacer de la especificidad espacial del urbanismo tanto
un foco para la construcción teórica, como un rico dominio para la investi-
gación, plausible de ser aplicado de forma empírica y práctica en las ciencias
sociales. Sin embargo, en la década de 1940 los sociólogos, en particular,
15 Resulta pertinente mencionar el trabajo de Eshref Shevsky y Marianne Williams, The Social
Areas of Los Angeles: Analysis and Typology, Berkeley, University of California Press, 1949. En
California, también denota un cambio en este nuevo enfoque la siguiente obra, Wendell Bell,
«The Social Areas of the San Francisco Bay Region», American Sociological Review, núm. 18, 1953,
pp. 29-47; y el trabajo de Shevsky y Bell, Social Area Analysis: Theory, Illustrative Application and
Computational Procedures, Stanford, Stanford University Press, 1955 [ed. cast.: «Análisis de área
social» en Theodorson, Estudios de Ecología Humana, Barcelona, Labor, 1974, núm. 378-393].
16 C. Harris y E. Ullman, «The Nature of Cities», Annals of the American Academy of Political and
Social Sciences, núm. 242, 1945, pp. 7-17.
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17 Amos Hawley, Human Ecology: A Theory of Urban Structure, Nueva York, Ronald Press, 1950
[ed. cast.: Ecología Humana, Madrid, Tecnos, 1982] y The Changing Face of Metropolitan America,
Glencoe, The Free Press (1956); Otis Dudley Duncan y Beverly Duncan, The Negro Population of
Chicago: A Study of Residential Succession, Chicago, University of Chicago Press, 1957; Otis
Dudley Duncan y Leo F. Schnore, «Cultural, Behavioral, and Ecological Perspectives in the
Study of Social Organization», American Journal of Sociology, núm. 65, pp. 132-146.
18 La ecología factorial era una adaptación de lo que se denominaba más ampliamente como
análisis de factores, un método de reducción de una cantidad masiva de información estadís-
tica a una serie de factores o componentes comunes basados en sus intercorrelaciones. El aná-
lisis factorial se desarrolló a partir de las tentativas de medir la inteligencia y la habilidad
humana entre los reclutas militares. Sus usos se extendieron rápidamente con los avances en
la capacidad de la computación, hasta el punto de que en la década de 1960 fue aclamado por
algunos como la nueva «matemática» de las ciencias humanas.
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19 Brian J. L. Berry y John D. Kasarda, Contemporary Urban Ecology, Nueva York y Londres,
Macmillan, 1977, p. 130.
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Figura 3.1. Modelo espacial integrado de la metrópolis – Escuela de Chicago [fuente: Brian J. L.
Berry y John D. Kasarda, Contemporary Urban Ecology, Nueva York, Macmillan y Londres,
Collier Macmillan, 1977, p. 125, figura 7.13, modelo espacial integrado de la metrópolis].
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A una escala mayor, esta lógica del mercado del suelo urbano adquirió un
papel más comprensivo e ideológico en el modelado de la forma en la que
era estudiada la geografía específica del espacio urbano. Cada actividad
urbana, desde buscar una casa hasta poner en marcha un negocio, era con-
siderada como una expresión de la posesión de la habilidad de derivar una
utilidad de cada lugar del área urbana, una utilidad medida principalmente a
través de la renta que el individuo que tomaba la decisión estaba dispuesto
a pagar por el uso del lugar. Extrapolando este proceso a largo plazo, se
suponía que las fuerzas de la competencia en el mercado del suelo urbano
llevarían, si no se interfería en la propia competencia o se la ignoraba, a la
ocupación de cada lugar por aquello que ha sido fielmente descrito como el
uso «mejor y más óptimo» [highest and best], es decir, la actividad o uso de la
tierra que es capaz de derivar una mayor utilidad del lugar y que, por lo
tanto, está dispuesta y es capaz de pagar más para ocuparla. A partir de esta
supuesta tendencia de los lugares a ser ocupados por los usos «mejores y
más óptimos» estaba la expectativa de un metódico patrón «ideal» de uso de
la tierra, que simultáneamente maximizara las rentas a lo largo del sistema
urbano y ubicara todas las actividades urbanas «de forma óptima» en un
lugar económicamente apropiado y racional. Distintas versiones de esta
lógica económica idealizada y metodológicamente individualista fueron
consideradas hipotéticamente como la principal causa de todos los patrones
regulares susceptibles de ser descubiertos en el espacio urbano.
La estrecha vinculación entre esta reconceptualización de los estudios
urbanos y el campo de la economía brindó nuevas oportunidades de inter-
venir en la construcción social del espacio urbano. Posibilidades que no esta-
ban a disposición de los urbanistas de la primera Escuela de Chicago.
Durante el largo periodo de crecimiento de la economía norteamericana que
prosiguió a la guerra, los economistas, apoyados en el importante papel que
desempeñaron en el New Deal y en la recuperación de la depresión y la
guerra, se volvieron cada vez más poderosos en el marco del gobierno fede-
ral y en la formulación de políticas nacionales en lo que se refiere al desa-
rrollo económico y a otras cuestiones relacionadas. Con las crisis urbanas
de la década de 1960, los «nuevos urbanistas» se subieron a cuestas de los
economistas a fin de extender su rol «aplicado» en la arena de la política
nacional, y a fin de redefinir y dar nuevo impulso al campo de la planifica-
ción urbana. A través de su innovador programa interdisciplinario en pla-
nificación, economía y geografía, liderado por Rexford Tugwell y Harvey
Perloff, prolongado en la década de 1950 por estudiantes tales como John
Friedmann, la Universidad de Chicago pasó a ocupar el primer lugar en la
inculcación de una perspectiva de política nacional a los planificadores
urbanos y en su entrenamiento en las teorías y en los métodos más avanza-
dos de las ciencias sociales, especialmente en lo que se refiere a la economía.
146 Postmetropolis
20 Agrego una nota personal: cuando en 1969 se estableció la nueva Escuela de Arquitectura y
Planeamiento Urbano en la UCLA, con Perloff como decano fundador y Friedmann como pre-
sidente, se inició la búsqueda con el fin de atraer a uno de los nuevos geógrafos urbanos/cien-
tíficos regionales hacia el Programa de Planeamiento Urbano. Brian Berry era obviamente la
primera opción, pero éste se negó a dejar Chicago. Con menos pretensiones, la Escuela contra-
tó a un joven geógrafo que enseñaba en la Universidad del Noroeste, llamado Soja.
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Mirando hacia atrás, la Escuela de Chicago y sus seguidores deben ser debi-
damente reconocidos como el primer intento exitoso de desarrollar y sostener
una teorización explícitamente espacial de la ciudad; un logro no pequeño
si se tienen en cuenta las teorías desespacializadas del socialismo científico
y las que acompañaron la formación de las ciencias sociales a finales del
siglo XIX. Pero al mismo tiempo, debemos señalar que se trató también de
una confusa desviación de un modo más crítico de comprender la espaciali-
dad y las reveladoras especificidades espaciales de la vida urbana. La
Escuela de Chicago y sus seguidores se encerraron en un punto de vista
miope de la geohistoria de las ciudades y crearon una ilusión despolitizada
de la especificidad urbana que concentró la interpretación en las apariencias
y en los comportamientos superficiales.21 Debajo de esta «ilusión realista»,
tal y como la denominó Henri Lefebvre, el espacio percibido de la ciudad y
las dimensiones más evidentes de las prácticas espaciales materiales —el
centro de lo que he descrito como perspectiva del primer espacio— fueron
transformadas en la única geografía real a ser estudiada, explicada y atendi-
da por las políticas públicas, la planificación urbana y las ciencias sociales, así
como las ciencias espaciales. Lo que subyace debajo de la superficie de la espa-
cialidad social es naturalizado como un dato ingenuo y determinado «ecoló-
gicamente», y por lo tanto sujeto al adagio entumecedor de la acción: «Así son
las cosas y no hay mucho que podamos hacer al respecto»; o sino permanece
invisible y, de este modo, intrascendente para la teoría y la práctica.
Esto, dicho sea de paso, no implica que los puntos de vista de Marx y de
Engels acerca del espacio urbano sean intrínsecamente mucho mejores.
Estos nos conducen muy fácilmente a lo que Lefebvre describió como la
Manuel Castells, The City and the Grass Roots, 1983, p. 4 [ed. cast.: La ciudad y las
masas. Sociología de los movimientos sociales urbanos, trad. por Rosendo Gallego,
Alianza Editorial, Madrid, 1986]
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150 Postmetrópolis
La crisis urbana que estalló en todas partes del mundo en la década de 1960,
constituyó una de tantas señales de que el prolongado auge económico que
tuvo lugar en los países industriales avanzados durante el periodo posterior
a la guerra estaba llegando a su fin. Al igual que en la Guerra de Vietnam,
el surgimiento de la OPEP, y también otras reafirmaciones del poder de los
países menos industrializados, comenzaron a desafiar el viejo orden global
que había ayudado a sostener el boom, el específico orden urbano de las
grandes metrópolis capitalistas, que constituían los centros de control nacio-
nal y regional de la economía global, comenzó a desintegrarse a partir de los
levantamientos llevados a cabo por aquellos que menos se habían beneficia-
do de la expansión económica de postguerra. Y no se trataba de una etapa
de rebeldía pasajera a la que se pudiera responder con reformas graduales.
Hacia 1973-1974, la economía mundial había alcanzado su punto de mayor
decadencia desde la Gran Depresión y muchas personalidades destacadas
del campo de la economía y de la política se habían convencido de que ya
no se podía depender con confianza de los business as usual a fin de asegu-
rar una constante expansión económica, especialmente, frente a una resis-
tencia social tan explosiva. Si bien la mayoría se aferró obstinadamente a los
viejos métodos, unos pocos comenzaron a explorar estrategias económicas y
organizativas alternativas, que pudieran conducir a la recuperación de la
economía y a lidiar eficazmente con el malestar generalizado.
Analizado de forma retrospectiva, lo que se estaba iniciando en dicho
periodo puede ser descrito como un proceso de reestructuración generado por
una crisis, cuyas consecuencias serían percibidas en todas las escalas de la
vida humana, desde la global hasta la local, marcando otro punto de infle-
xión en la geohistoria del capitalismo industrial-urbano. Se trataba de un
periodo que, también visto de forma retrospectiva, puede ser considerado
como un momento de transformación en la geohistoria de la modernidad,
un momento de cambio acelerado en el que aparentemente todo aquello que
era sólido y seguro en el pasado reciente, se disolvió en el «aire» intensa-
mente inquietante del presente. De forma análoga a la reestructuración del
capitalismo generada por crisis, el incipiente proceso de cambio que comenzaba
La metrópolis en crisis 151
1 Para una recopilación y una visión general integrales de los escritos más importantes de este
nuevo campo, véase Michael Dear y Allen J. Scott, Urbanization and Urban Planning in Capitalist
Society, London y Nueva York, Methuen, 1981.
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