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El libro de Tomás : Triunfo y Paradoja

Carlos Pérez Soto

Profesor de Estado en Física

I. Introducción : Carta íntima y pública para Tomás

Perdona Tomás esta seguidilla, tan abiertamente contradictoria, de comentarios en que


trato de arreglármelas con el desencanto por tus críticas a los orígenes del desencanto.
Me ha parecido útil dejar intactos los momentos de esperanza, alegría, depresión e
indignación contenida, que me ha producido sucesivamente tu libro, a lo largo de un
año.

Se me pidió, muy al principio, en el Post Título de Crítica Cultural que congrega a La


Morada, la Revista de Crítica Cultural, y la Escuela de Filosofía, en ARCIS, del que fui
un alumno apasionado y fugaz, que comentara tu libro. Lo hice con la sensación que
tenía en ese momento tras su lectura. Una sensación llena de esperanzas, o de
ilusiones tal vez, que son las formas perversas de las esperanzas. Ese comentario es el
que consta, tal cual, sin cambiarle una coma, en el punto II de este texto. Y el subtítulo
"triunfo" es perfectamente aplicable también a mi propia experiencia : el libro triunfó
sobre mí, y me enseñó por un buen tiempo a "ver la claridad del mundo y la posibilidad
de la alegría".

Eso explica que haya decidido conservar aquí también un segundo momento, con todos
sus puntos y sus comas, que es el de la discusión que se hizo del texto, y de mi
comentario, en el marco del Post Título, en que defendí la posibilidad de lo que ahora
veo como tortuoso y sospechoso. Defendí la posibilidad de hacer política, crítica dura,
desde la crítica, y producir efectos concretos en el mundo a partir de eso. Aún creo en
esa posibilidad, y por eso me importan esas defensas que hice, sin temor a la
contradicción que establezco luego.

Pero ha pasado un año, una elección parlamentaria, una acusación constitucional fallida
desde su concepción, una visita triunfal de Clinton, y el espectáculo del servilismo
presidencial a nivel de toda América, y ha ocurrido también que tu libro ha resultado el
más vendido, el más comentado, el más aplaudido, no sólo del año, sino de los últimos
veinte años. Ha ocurrido la sobre exposición que ahora temes, la banalización por el
exceso, la moda editorial, y los oportunistas que publican a su sombra lo que "hace
mucho tiempo tenían ganas de decir".

Varios de los temores que se expresaron en la discusión, que registro en el punto III de
este texto, al menos desde mi versión, resultaron dramáticamente ciertos. Varias de las
defensas que hice, han resultado creo, dramáticamente erróneas. O, al menos,
incompletas. Con la incomplitud que siempre da el optimismo apresurado.

He pensado mucho en esta paradoja de la sobre exposición de lo que se supone


debería ofender a todo el mundo. En la escasísima defensa de los que son claramente
inculpados en tu libro. En los paradójicos reconocimientos, semi públicos, semi
privados, incluso de ellos mismos, los que son el actor central de tu texto, los
negociadores de la transición democrática. Y no he podido evitar, como le ocurre
siempre a la impotencia, indignarme poco a poco, de manera subterránea, pero
insistente, por los efectos de este texto, que aún celebro, al que aún, tercamente, quiero
verle posibilidades, sobre todo entre los más jóvenes, entre los que aún no se han
integrado a las farsas grotescas de nuestra vida política.

Esa indignación, con todos sus puntos y sus comas, es la que he expresado en el punto
IV, escrito ahora, un año después. Sostengo allí un par de hipótesis que ya no tienen
que ver con el texto, sino con el contexto, no con la letra, sino con el trabajo previo y
posterior, de un texto que circula, y realiza su verdad en esa circulación.

Tengo pocas dudas, por cierto, de que nuevamente pecaré por exceso. Pero, como
verás, es justamente la idea de "pecado" uno de los puntos en que he centrado mis
críticas. No temo esta contradicción, ni temo a estos "excesos", conociendo, como
conozco, la hipocresía galopante que impera en la "moderación" académica.

Ahora, en esta Introducción que, como siempre, he escrito al final, después de leer toda
la tragicomedia de las oscilaciones anteriores, quizás pueda encontrar algo de
moderación, por cierto, para contradecirme nuevamente.

Primero, para abordar una cuestión central en las hipótesis que propongo al final de
este texto, ¿se puede llegar a hacer realmente laica a la cultura de ex católicos que
pasaron a la izquierda en los años sesenta, y a sus muchas secuelas?. Yo creo,
sinceramente, en principio, que sí. Y creo que tu caso es un buen ejemplo. Pero no dejo
de pensar en que las dificultades son enormes, y en que la vida de la izquierda estará
atravesada por mucho tiempo más por esta interferencia deformante, que la inclina
hacia la filantropía y hacia la oscilación política e ideológica.

Segundo, para abordar otra incógnita que surge del destino que ha tenido tu libro, ¿se
puede hacer crítica realmente, puede la crítica afectar al sistema?. Yo creo,
sinceramente, que sí. Y el efecto de tu libro sobre los jóvenes más jóvenes es,
nuevamente, un ejemplo. Se que estás escribiendo un libro sobre Allende. Habrá que
ver, imagino que va a ser más difícil de digerir por la hipocresía que este.

Y, por último, y este es el punto que me importa más, ¿puede ocurrir, como digo más
adelante en este texto, que "un viejo vire hacia la izquierda"?. Yo creo, sinceramente
que sí. Y es esta convicción la que me permite mantener, con todos sus puntos y sus
comas, en medio de la acidez de la crítica, el enorme respeto que he llegado a tener por
tu figura de intelectual, de crítico incansable, y ser humano.

Santiago, en el Otoño incansable de 1998.-

II. Triunfo

Alguien debería escribir, quizás, sobre virtudes monstruosas. O sobre el estado


aberrante de la virtud. El límite en que lo bueno es espantoso. El borde paradójico en
que es preferible pecar.

La sinceridad abrumadora de los cínicos. La discreción aberrante de los cobardes.

La inutilidad cómplice de los moderados. La amabilidad espantosa de los hipócritas.

La elegancia vacía del discurso de los siúticos. La alegría siniestra de los crueles.

La corrección horrible de los adaptados. La calma estúpida de los pusilánimes.

La sensibilidad cobarde de los timoratos. La inocencia patética de los tontos.

A estos entes morales, de difícil ubicación en la racionalidad lineal, habría que agregar
quizás, de acuerdo con Moulian,

la paz inercial de los resignados, el silencio oportuno de los cómplices,

la flexibilidad teórica de los oportunistas, la pragmática moderación de los ambiciosos,


la reconciliación simulada de los derrotados,

la audacia innovadora de los que tienen el poder asegurado,

el consenso abominable de los traidores.

Porque lo central en el texto de Moulian, junto a la lucidez y al rigor de sus análisis, es el


tono, un tono predominantemente moral.

Pero una moral paradójica, una moral a contrapelo, que desafía al sentido común de los
integrados, aunque recoja de manera eficiente las sospechas de los excluidos. Una
moral en contra de otra, en fin, una voluntad contra otra.

Porque, en rigor, ¿qué puede tener de malo el que hayamos vuelto a la democracia, el
que ya no haya crímenes brutales, el que se trate de moderar al capitalismo salvaje
tratando de imponerle criterios de equidad, el que se haya conseguido al fin un
extraordinariamente amplio consenso que pueda darle estabilidad a la política
democrática, para que pueda perfeccionarse a sí misma progresivamente?. ¿Qué
puede tener de malo el que haya quienes han llevado el reconocimiento de sus errores
pasados hasta conceder que no se puede seguir eternamente en guerra, y que la paz
es necesaria para que pueda haber progreso?. ¿No debería verse como una virtud el
ser capaz de cambiar de opinión, el ser capaz de conceder lo de razonable que tiene el
enemigo, o el reconocer, en fin, que mientras nos sigamos viendo como enemigos no
podremos sacar este país adelante?.

¿No debería verse como una virtud el entregarse al acontecimiento y vivirlo, ser positivo
en él, en lugar de esperar de manera voluntarista y metafísica alguna determinación
histórica que nos saque de las miserias de lo dado?. ¿No debería verse como una virtud
el que se reconozca lo ocurrido como el imponderable sin sujeto contra el cual no tiene
sentido reclamar continuidades, ontologías esencialistas o nostalgias ideológicas?. Y si
se reconoce esto ¿no debería ser reconocido como una virtud el operar sin metafísica
ya, sin ontología, sin pretensión de sujetos, y simplemente contribuir al gran proceso de
producción de país desde el lugar de cada uno, viviendo desde el consenso y el
reconocimiento?.

¿Se puede dudar de que hayamos progresado?. ¿Lo que hemos ganado entre todos
puede ser desvirtuado sin más como continuismo, como gatopardismo, restando con
ello fuerzas a la posibilidad de mejorarlo en lo que tenga aún que ser mejorado?. ¿Tiene
sentido hablar de etapa democrática de la dictadura, o de tolerancia represiva, o de
consenso de traidores, echando por tierra el gran esfuerzo nacional por salir
pacíficamente desde el oscurantismo ideológico de izquierda y de derecha hacia el
progreso?.

Justamente de todas estas virtudes es que sospecha Moulian, develándolas


sistemáticamente, en la mejor tradición de la crítica ideológica, como encubrimientos y
traiciones. El Chile actual, es decir, la etapa de la llamada "transición democrática",
desde 1989 en adelante, resultaría de un montaje con sujetos identificables, proyectos y
modos identificables, que concurrieron, sin que haya necesidad en esa concurrencia, a
la construcción de un aparato político e ideológico destinado a legitimar y a consagrar
un modelo económico excluyente. Si por un lado han habido en este montaje
condiciones contingentes que lo hacen posible de mejor manera que en otros países de
América Latina, ha habido también, sobre todo en su etapa democrática, voluntades
conscientemente aplicadas, que han actuado más allá de la mera contingencia o la
resignación, y que pueden considerarse responsables de la facilitación democrática del
continuismo. Una voluntad, una consciencia gatopardista, transformista, que es el
principal centro, y el más dramático, de sus análisis y, desde ellos, de sus acusaciones.
Cuando atendemos al tono de su escritura podemos sentir lo dramático de sus
descripciones. No faltan los datos empíricos, abundan las certeras apreciaciones sobre
los procesos reales, sus análisis pueden ser compartidos sin grandes dificultades
porque ponen en evidencia de manera clara y desafiante lo que sólo la hipocresía
consagrada impide ver, o el cinismo consagrado posibilita ver sin asumir. Lo grave, sin
embargo, es que no sólo describe. O, mejor, lo grave es que sus descripciones tienen
una carga valórica, e incluso emocional, que es inevitable. Y esto se nota
particularmente en que no es la dictadura feroz, reconocidamente feroz, la que recibe
sus emplazamientos más duros, o el romanticismo vanguardista y algo chato de la
Unidad Popular, sino justamente el hoy, el Chile Actual, y sus actores. El tema del libro
de Moulian es muy precisamente el que indica su título, el mito del Chile Actual. La
genealogía que hace tiene sentido en esta perspectiva.

Y puede medirse el carácter dramático de esta crítica cuando sabemos que tenemos en
Moulian a un testigo directo, de primera línea. De una u otra manera, por pudor o falta
de astucia, por un espanto primitivo ante la índole de las traiciones, o por falta de
vocación para la voltereta, Moulian se las ha arreglado para estar, durante los últimos
veinte años, siempre muy cerca de los actores del transformismo, y siempre demasiado
lejos, al otro lado de esa invisible frontera que es la vocación moral moderna. Porque en
el registro de esa genealogía consta también que él mismo compartió un largo camino
con los actores que critica, y esto hace que el momento más duro de su análisis sea
aquel en que sugiere que las cosas no tenían porqué ocurrir como ocurrieron, en que
señala que hay voluntades implicadas y no sólo determinaciones históricas, el momento
en que, como un reproche doloroso, sostiene :

"Se decide gobernar sabiendo de antemano que las posibilidades de cambio dependían
de los adversarios, es decir, que ellas eran casi iguales a cero, o que por mucho tiempo
ellas estarían determinadas por los cálculos estratégicos de otros.

Debe decirse, en el principio estuvo la pasión por gobernar, la pasión por un poder que
es el remedo del poder. Pero ¿existía otra posibilidad?. Nunca la historia se presenta
como un camino ciego. Las alternativas dependen de las finalidades y de las
expectativas de costos que se está dispuesto a asumir" (Pág. 45)

Este párrafo debe ponerse en consonancia con otro, que es de una dureza
conmovedora :

"Para otros, para muchos de los convertidos que hoy hacen carrera por algunas de las
pistas del sistema, el olvido representa el síntoma del remordimiento oscuro de una vida
negada, que empaña el sentido de la vida nueva. Ese olvido es un recurso de
protección ante recuerdos lacerantes, percibidos por instantes como pesadillas,
reminiscencias fantasmales de lo vivido. Es un olvido que se entrecruza con la culpa de
olvidar. Una vergüenza, no nombrada e indecible, por la infidelidad hacia otros y hacia
la vida propia, la vergüenza de la connivencia y la convivencia. Es ese pequeño instante
en la noche, después de la cena con los generales, cuando un relámpago que aclara
los contornos de la consciencia, deja al senador en la melancolía, en el insomnio." (Pág.
32)

De los tres momentos que estudia, la época de la UP, la época de la dictadura militar, y
el Chile actual, los dos primeros están al servicio de un análisis de los encubrimientos
actuales. No hay un mito acerca del origen puro, ya la UP está marcada por
contradicciones que van a llevar a su destrucción, y a la del Chile clásico, también
cargado de mitos y olvidos. Hay desde luego un momento de máximo desgarramiento,
el de la dictadura terrorista, descrita con crudeza y valentía. Pero ya el paso a la época
de la dictadura constitucional, y el consiguiente, el período de la (des) gracia, están
dedicados al origen y los modos en que se consagró la revolución capitalista de manera
formal.
Si bien la constelación señalada como origen es la "cópula" entre militares, intelectuales
neo liberales y empresarios nacionales y trans nacionales, el segundo momento de
constitución de lo actual, verdadero objetivo del texto, es el consenso y los políticos e
intelectuales que lo hacen posible. Un momento fundacional, descrito como revolución
capitalista, y un momento de legitimación, descrito como transformista. Los resultados :
el páramo del ciudadano, el paraíso conformista y excluyente del consumidor, la
violencia de la ciudad.

En este doble plano de fundación y legitimación lo que se juega es también un doble


plano de traiciones. El tema de la traición es reiteradamente tratado e invocado. La
dictadura terrorista que borra al Chile clásico con su contradictorio horizonte de
ampliación democrática. Y en medio de ella la figura del gran traidor, el traidor por
excelencia, y su doble parricidio :

"Surgió de una doble traición. La de la simulación cortesana, que le permitió llegar a


Comandante en Jefe durante el gobierno de Allende, asumiendo el papel del más fiel
entre los fieles. La de la barbarie, la de consentir el asesinato brutal del antecesor, del
General Prats. Doble parricidio". (Pág. 33)

(Al respecto puede verse también la figura relacionada del asesino y ejecutor, el
General Contreras, "este Robespierre criollo, este protagonista principal del Terror y
operador transnacionalizado de la represión, formó parte del núcleo de oficiales
promovidos por Prats, bajo cuyo mando llegó a ser subdirector de la Academia de
Guerra.". (Pág. 68))

Pero, en el otro plano, en el consenso construido a espaldas y en contra de las ilusiones


y las utopías de la oposición a la dictadura, la figura del pequeño traidor. Del político
ilustrado, que se mueve en los corredores del poder, que se somete a un realismo
político despiadado, dictado por sus ambiciones, y que somete a la realidad a la
megalomanía de sus diagnósticos, que llama realistas, para ocultarse a sí mismo sus
ambiciones.

El General, y su grandura de dinosaurio feroz, ennoblecido por la adulación y el


blanqueo, el Senador, y la pequeñez de sus horizontes, remecidos sólo por sus
momentos de insomnio. Estos parecen ser los personajes humanos que se mueven
entre los análisis y las cifras, dejando a su paso una larga huella de crímenes, torturas,
olvidos, miserias y complicidades.

Si estos son los personajes, entonces el tono del texto de Moulian es su verdadero
contenido. No es que los análisis sean poco relevantes, o sus tesis sean menos
notables. Pero la forma es, en este caso, la manera en que se rompe el continuo del
consenso establecido de los que aparecen como buenos en virtud de las mistificaciones
que han propagado en su beneficio. Romper el continuo del exitismo, del blanqueo, de
las virtudes canallescas cuya hegemonía cubre el panorama, ocultando a los
derrotados, aplastando los ánimos, olvidando a los excluidos. Un malestar profundo y
visceral recorre el texto, una sospecha que rompe con las satisfacciones, una palabra
dicha en voz alta sobre la desnudez del emperador, contra los cierres habituales, a
costa de la propia historia, en contra de la lógica del continuo represivo.

Sostengo, más allá de su texto, y sin hacerlo responsable por este extremo, que la
forma que Moulian ha dado a su libro es el arma precisa contra lo que he llamado, en
otro lugar, siguiendo a Marcuse, tolerancia represiva. Un estilo de la tolerancia que,
lejos de abrir el horizonte de las reivindicaciones que la intolerancia prohibía, actúa ella
misma como contexto represivo, en que todo se puede decir, pero no pasa nada, en que
todo parece cambiar para que nada cambie, en que el diálogo sólo empieza a existir
cuando se rompe el diálogo, como en el caso de los estudiantes universitarios que se
toman las facultades, para empezar a conversar.
Tolerancia represiva, interacción desigual, poder repartido y retención del diferencial
que da poder sobre el poder, dominio de la diversidad real, administración de
diversidades ilusorias, destrucción progresiva de las bases psíquicas de la autonomía
de los ciudadanos, amplio manejo represivo y manipulador de la comunicación social, y
de la mitología social, dicotomía manipulada entre conservadores hipócritas y liberales
cínicos. Esta es la realidad que sólo un tono como el de este texto puede empezar a
romper.

Pero también achatamiento de las perspectivas, renuncias a los grandes sueños en


nombre de lo parcial, lo local, la diferencia y la menudencia, que nos pone en manos de
la administración, como partes de la industria del espectáculo. Nihilización
emancipadora que a penas es distinguible de la simple nihilización de la emancipación.
Fragmentación culpógena y masoquista, temor de hablar desde el horizonte moral a los
jóvenes, con la penosa consecuencia de arrastrar también a los jóvenes a nuestras
culpas, a nuestros achatamientos, y a nuestras renuncias.

Hace un tiempo, conversando con Tomás sobre las consecuencias posibles de poner en
duda los canones de la razón científica me decía : "vamos empujando a los jóvenes a
no creer en nada". Yo, viendo a los jóvenes que vienen a preguntarme por las
esperanzas y los viejos sueños le decía : "No es que los jóvenes ya no crean en nada,
lo que pasa es que no creen en nosotros". Ahora nos ofrece un texto que se puede leer
sin vergüenza ni culpa ante esos jóvenes que siguen preguntándonos por el pasado,
cuando piensan en el futuro, y que podemos leer nosotros mismos para poder abordar
con algo de más entereza el pasado tristón.

¿Qué puedo decir, en fin, de un texto que admiro y de un autor al que he llegado a
respetar muy profundamente?. Nada neutral, desde luego. Pero al menos podría tratar
de ser mesurado y evitar el panegírico, sobre todo si está aquí escuchándome. Pero no.
Me interesa poner en evidencia el que veo a este libro como un texto capital.

Tomás Moulian nos ofrece un texto que puede romper con la resignación y la
fragmentación imperante. Un libro de juventud, en medio del cinismo de los viejos de
mierda. No los de cincuenta o más, sino la vejez decrépita y canallesca de los que han
transformado sus esperanzas en pragmatismos oportunos. La vejez inclemente de las
claudicaciones. Extraña sabiduría de juventud, que se levanta contra el mito de que sólo
a posteriori se puede ser sabio. La sabiduría de la insolencia racional que se levanta
frente a la tolerancia represiva, en un mundo cuyas conexiones desafían a la
racionalidad lineal. Sabiduría de acordarse del porvenir, cuando todo el mundo sólo
piensa en el presente, o en blanquear el pasado.

Esta es, en buenas cuentas, la manera en que la voluntad puede dominar al tiempo.
Poniendo la pasión de la juventud al recrear la historia para que la historicidad siga
siendo posible. Quizás el tiempo siempre ha sido un mito, disponible para que la
voluntad escriba su historia. Y quizás siempre se escribe historia para hacer política,
para intervenir sobre la vida. Nuestro viejo joven Tomás Moulian nos regala la juventud
del tiempo de su historia para mostrarnos que la voluntad y la vida son posibles.

Santiago, 18 de Junio de 1997.-

III. Post Data : a propósito de las intervenciones en la sesión del 23 de Junio. ( 1 )

a. Moulian dice, en su presentación preliminar, que en ARCIS ha redescubierto su


condición de marxista, y que su diálogo con el post marxismo, a través de los
estudiantes, es una respuesta vital a la experiencia del desaliento. Dice que duda de
que el fracaso del socialismo implique que la necesidad de la revolución ha pasado.
Sostiene como proyecto abandonar el marxismo como metafísica reduccionista y
desarrollar, en cambio, su vigencia "atávica".
Comentario : Un viejo que vira hacia la izquierda me parece un caso extraordinario. El
mismo Moulian dice que ha hecho este desarrollo desde su cercanía con el
eurocomunismo, y la renovación socialista. Es extraordinaria también la vinculación, en
su relato, con el diálogo con los estudiantes. Esto porque los mismo jóvenes se han
comportado, en los últimos quince años, como más derechistas que los viejos
nostálgicos, pegados al pasado democrático y subversivo de la UP. Pero, justamente
ahora, jóvenes de nuevo tipo empiezan también a virar hacia la izquierda, y a
abandonar el referente del desaliento y la nostalgia, para enfrentar con voces críticas el
presente desde el presente. Por esto, en mi comentario al texto he hablado del viejo
joven Moulian. Un nuevo tipo de viejo, que se asocia con un nuevo tipo de jóvenes.

Pero su viraje me parece más interesante aún porque no es un viraje hacia el pasado,
que enjuicia duramente en su texto, sino hacia la posibilidad del futuro. Su crítica del
marxismo clásico no sigue ya el patrón simple y simplista del abandono, sino que se
muestra como una pasión por inventar el marxismo de nuevo, un marxismo liberador,
frente a un marxismo reduccionista. Y de esto, hoy, desde luego, ya no puede decirse
que sea una coartada oportuna, o conveniente. Y su texto muestra esta actitud como
posible.

Es en este contexto que hay que tomar algunas de sus afirmaciones asumiendo que
tienen un peso, o una significación, bastante grave. La mera pregunta que hace, ante la
consulta por las posibilidades de oposición a la revolución capitalista : "¿se puede
oponer uno a una revolución con armas puramente políticas?", sin constituir una
respuesta, abre posibilidades de discusión de enormes repercusiones. Pero, también,
su idea de que las torturas no fueron efectos pasionales, sino efectos de una
racionalidad instrumental, de un proyecto revolucionario racional, implica poner la
discusión sobre la dictadura ya no en el plano del acontecimiento sin sujeto, irruptor e
imponderable, sino en el plano, mucho más político, de la búsqueda de
responsabilidades históricas, y la búsqueda consiguiente de políticas que asuman la
consciencia de esas responsabilidades. Su idea, en el mismo orden, del bloqueo de la
política como ejercicio de la política sin política, de diálogo sin diálogo, implica abrir la
discusión en torno a la realidad de lo político en términos al menos no convencionales.

Es en este sentido que quiero comparar, aún a costa de prolongar una irreverencia que
pudo haber sido excesiva, la actitud crítica de Tomás con la de Beatriz Sarlo, a quien
hemos visto en este mismo Post Título. Veo en Moulian una crítica guiada por la
confianza en la idea de sujeto, y en la posibilidad de hacer política rearticulando sujetos.
Confianza en una teoría política posible, en marcha. Confianza en la idea de una
voluntad de cambios posible, en marcha. Veo, en cambio, en Beatriz Sarlo justamente la
clase de intelectual de izquierda que yo mismo no quisiera ser. Sus sospechas están
guiadas por la nostalgia, no por la posibilidad del futuro. Y esto se revela con absoluta
nitidez en su abominación viceral de las técnicas actuales (aunque las reconozca de
manera racional) : "odio la televisión", "y ahora esta nueva pesadilla que es Internet".
Sarlo recoge lo peor del pasado, el ejercicio de la nostalgia, y abandona lo mejor, la
confianza en las voluntades y el futuro. Como complemento consistente recoge lo peor
del presente, la acidez sin horizonte, y rechaza lo mejor, las posibilidades liberadoras de
la técnica.

b. Elena Aguila, muy astutamente, sospecha de la adhesión común que produce el texto
de Moulian en una escena que se había caracterizado por la crítica, y hasta por el
encarnizamiento. Brett Levinson sugiere que este consenso quizás sea un efecto de la
estética del texto, más que de su contenido.

Comentario : Me parece muy útil poner en discusión este consenso, porque contribuye
a mostrar las diferencias que hay en el malestar común. Por mi parte lo que celebro del
texto es el contenido, bajo una lógica en que se puede, efectivamente, hablar de formas
y contenidos. Lo que sostengo, sin embargo, es que es la forma del texto su contenido
esencial. Es decir, que el contenido del texto es el convertirse en un acto político
gracias, entre otras cosas, a su forma. Entre mis atavismos dieciochescos está el creer
que no cualquier contenido puede producir este efecto, de tal manera que no veo que
esta sea una adhesión a la estética del texto. Pero entre mis nostalgias por el siglo XXI
está la idea de que hay algo estético en un contenido que se convierte en subversivo.

c. Brett Levinson propone que el texto parece no hacerse cargo del problema de la
impunidad, en la medida en que no problematiza la idea de justicia. Es decir, no asume
que hay una imposibilidad básica de medir la catástrofe, o de establecer equivalentes
que establezcan un intercambio al que pueda llamarse justicia. Tomás está de acuerdo
con él en el sentido de que cree que efectivamente la justicia, como fijación de
equivalentes es imposible, sobre todo tratándose de situaciones límites, como la tortura.

Comentario : Desde luego, si se piensa la justicia como un sistema de equivalencias, o


como un intercambio de equivalencias, la justicia es imposible. Particularmente si no
hay manera de medir el daño y, por tanto, la compensación que lo repararía. Sin
embargo en esta consideración lo que se juega es un concepto muy pobre de la justicia,
o muy abstracto. Esta idea abstracta es sólo el discurso de la justicia, no su realidad.
Cuando se considera a la justicia como un conjunto de actos sociales, como una
realidad efectiva, entonces sí es posible un acto, o un conjunto de actos que tengan la
significación simbólica de la reparación, sin serlo, en el sentido matemático. La muerte
del dictador, en el atentado, habría constituido claramente un acto de justicia, por mucho
que una vida, y en particular la suya, no pueda ser considerada equivalente, o
intercambiable, por otras vidas. Y, a la inversa, el símbolo del chivo expiatorio que
señala Tomás, el caso Contreras, es claramente un acto que establece la impunidad al
tener el efecto de salvar a Pinochet como inocente, aunque claramente la condena a
muerte de Contreras tampoco habría significado un acto compensatorio en el sentido
matemático.

Sin embargo, plantear las cosas en términos de justicia real, no de la abstracción del
discurso de la justicia, implica asumir que, desde luego, el valor de "justos" de estos
actos de justicia, como la muerte del dictador, o la condena a muerte de Contreras, no
tienen, ni pueden tener, universalidad en el sentido, nuevamente, matemático del
término. Claramente la muerte del dictador habría sido vista como justa por una parte de
los chilenos, y violencia gratuita por otra parte. Pero este es precisamente el estado
real, e histórico, de la justicia. Lo contrario sería creer que hay algo así como una
justicia universal de manera matemática, que se realiza en los actos judiciales
concretos. ¿Sería el caso del Cabro Carrera un ejemplo?. ¿O el del fusilamiento de los
llamados "psicópatas" un ejemplo?.

La justicia real y efectiva, la que existe históricamente, siempre contiene la pretensión


de una universalidad que en realidad impone. Y en el caso de la muerte del dictador se
trata de una voluntad de justicia contra otra, en que lo justo y lo injusto es puesto por la
voluntad y la fuerza social, no por la razón abstracta. Cuando se habla de impunidad se
está hablando de una voluntad de justicia, no de un sistema de equivalencias, o de la
pretensión de que habría alguna justicia de tipo matemáticamente universal. La justicia
es universal para sí misma, para la voluntad que la contiene y produce. Analizar el
problema de la impunidad en términos de equivalentes es plantearlo mal desde el
principio. Es plantearlo de una manera poco política. Porque su conclusión "la justicia no
es posible" inhabilita para la política. La conclusión contraria, en cambio, "la justicia
debe ser posible" es, de suyo, un acto político.

d. Nelly Richard pregunta por la posición del texto en el mercado. ¿No indicará el
carácter de "más vendido" en las mediciones de mercado el que hay en marcha una
posibilidad de apropiación y administración del texto?. ¿Es posible poner un texto en
algún espacio que esté, de alguna forma, al margen de la administración por el poder?.

Comentario : No estoy seguro si interpreto correctamente la pregunta de Nelly, y la


sugerencia que contiene, pero me interesa responder al menos a la pregunta que yo
veo implícita. Sostengo que nunca puede ponerse un texto al margen de la apropiación
por el poder. Pero, más allá, sostengo que esta idea es esencialmente errónea. Supone
que se puede poner algo a salvo en un lugar otro. No hay ni lugar otro ni margen no
administrable. La enajenación de lo no administrable es quizás la mejor vía a través de
la cual las vanguardias han sido tragadas y administradas.

De lo que se trata, exactamente al revés, es de mancharse las manos. Poner un acto


entre muchos actos al interior del continuo represivo, organizar una voluntad que pueda
apoderarse del poder. Voy a explicitar. Se trata de poner actos, no textos. O de poner
textos que valgan más bien como actos. Se trata de poner muchos actos, no uno, que
se piense decisivo, ni una clase, que se piense no administrable, sino una serie
sostenida, socavante, que pueda aunar voluntades. Se trata de ponerse al interior del
continuo represivo, no en su margen, no en un exterior mítico. Dar la pelea en el
espacio que se niega, no para hacerlo estallar, sino para apoderarse de él. Este es el
viejo cuento anarquista de disolver el Estado, frente a la idea clásicamente marxista de
tomarse el Estado. Se trata de la revolución no como acontecimiento, sino como
proceso. Una revolución en la historia que revoluciona a la historia. La idea de que
pueda revolucionarse a la historia, por decirlo así, "directamente", no es sino el mito de
que las revoluciones no son sino emergencias contingentes. Este mito confunde, entre
varias otras cosas, el momento que, mitológicamente, se llama "revolución" (la toma del
palacio de invierno, o de la Bastilla), con el proceso de cambiar un modo de vida. Si el
momento puede ser contingente (o quizás no), el proceso, en cambio, no lo es.

Pero lo que afirmo no es que las revoluciones, consideradas como procesos, sean
necesarias, a la manera de la metáfora clásica de las ruedas de la historia. Lo contrario
de lo contingente no es sólo lo determinado, o lo necesario. Más allá de la antinomia
entre lo contingente y lo necesario, tan perfectamente moderna, está la idea de
autodeterminación, o de posibilidad determinada. La determinación exige que a partir de
un estado de cosas se siga sólo un estado de cosas necesario. La contingencia permite
que a partir de un estado de cosas siga otro estado de cosas cualquiera. La idea de
posibilidad determinada permite, en cambio, que pase más de una cosa, pero no
cualquier cosa. La posibilidad es real, como posibilidad, pero tiene límites. Los límites
que le impone la determinación. Puestas así las cosas, la libertad no es tanto el que, ya
que puede pasar más de una cosa, podamos escoger entre ellas. La libertad es, más
bien, el que establecidos los límites de lo posible sea posible pelear por lo imposible.
Esta es la única manera coherente de pensar la transgresión, sin caer en las
abstracciones inevitablemente espaciales que la ligan con una cierta otredad pura. La
transgresión hace posible lo imposible desde lo posible, no desde el vacío. La
transgresión es el acto de una voluntad, no la emergencia de una subjetivación sin
sujeto. Es en este contexto que se puede decir, frente a Clauswitz : la política
reaccionaria es el arte de lo posible, la política revolucionaria es el arte de lo imposible.

e. Katia Araujo le pregunta a Tomás por el tema de la memoria. ¿Qué recordar, para
qué recordar?. La respuesta que él da es extraordinariamente sugerente : se trata de
recordar lo que hicimos y lo que dijimos en la lucha contra la dictadura.

Comentario : Tomás responde sosteniendo que hay que recordar lo que hicimos, y lo
que dijimos. Podría parecer sorprendente que no mencione a nuestros muertos, a
nuestros héroes, o a nuestro pasado democrático, o a la epopeya de la UP.
Seguramente Tomás cree que estas cosas deben ser recordadas también, unas más
que otras, unas de manera más crítica que otras. Sin embargo su énfasis es esencial.
No se trata del pasado remoto y fundacional. Se trata del pasado reciente y culpable. No
se trata de recordar a otros, maestros, héroes o mártires, se trata de recordarnos a
nosotros mismos en otra situación. Sostengo que hay aquí una diferencia esencial entre
la memoria nostálgica, que aún no ha vuelto de la confusión y el desaliento, y la
memoria indignada, que se pone al servicio de una denuncia. Una diferencia esencial
entre una memoria orientada hacia el pasado y su carencia en el presente, y una
memoria orientada hacia el futuro. En el texto dice, recogiendo a Borges, "ahora quiero
acordarme del futuro". Este gesto es esencial para distinguir la crítica de la simple queja,
o para distinguir al impulso político de la simple narración de nuestras impotencias.
f. Tomás caracteriza al Chile actual como falto de deseo, de anhelo y, por lo tanto de
futuro. Y sostiene que esa falta se hace sentir como una inquietud, como una
incomodidad. Especula que quizás esa sea la razón por la que su texto produce un
cierto consenso, al menos entre los incomodados, los posibles críticos. "Quizás produce
consenso, dice, porque recoge el sentido común de la crítica".

Comentario : ¿Y que podría ser ir más allá del "sentido común" de la crítica?. Esta es
una distinción interesante. ¿No habrá una crítica de sentido común, una posibilidad
crítica que se mueve de la incomodidad a la incomodidad, sin encontrar ni las
herramientas teóricas, ni el impulso político para ir más allá de sus quejas hacia una
proposición de futuro?. ¿No habrá un estilo crítico que, a fuerza de grandes
conmociones de paradigmas, a fuerza de grandes esfuerzos teóricos y sutilezas
filosóficas no logre pasar, sin embargo, del mero sentido común de las casas que se
llueven, las universidades que se postergan, los consumos que enajenan, los diálogos
que no fructifican?. ¿Una crítica que está siempre al borde del cuadro de costumbres,
por mucho que se vista de inspiraciones teóricas, o sutilezas de lenguaje?. Esta, por
cierto, es una grave sospecha que habría que documentar. Por ahora carezco de los
conocimientos suficientes como para afirmarla. Pero, desde luego, nadie se resigna a
investigar algo de lo que no esté previamente convencido.

Santiago, 24 de Junio de 1997.-

IV. Paradoja : Nuevas reflexiones sobre el texto de Tomás

Siempre hay algo sospechoso en lo que se vende mucho. Esta es la impresión inicial
que me produce pensar en el libro de Tomás un año después. Y es en torno a esta
impresión que quiero proponer algunas hipótesis sobre su importancia, sobre lo que
revela de la política a la que estamos sometidos.

Un año es un tiempo suficiente para evaluar la función política que ha cumplido este
libro, sobre todo dadas sus casi treinta ediciones. No es un tiempo suficientemente
largo, sin embargo, para apreciar sus méritos, o suficientemente corto. El mérito
intrínseco de un texto se puede apreciar al principio, de manera lógica, en el examen
interno de sus tesis, antes de su trabajo público, antes de que se superpongan las
lecturas diversas y los efectos. O después, cuando ya no importa, cuando, con el paso
de los años, queda abandonado a las reconstrucciones, a las evaluaciones de mayor
escala, de las que es sólo un dato, cuando ya no es relevante para la política. Es decir,
si se trata sólo de su propio mérito, no es el trabajo del texto en un campo intelectual lo
relevante sino, como es obvio, el propio texto.

Pero este rigor lógico de la lectura inicial, o esta evaluación histórica, calmadas ya las
pasiones más inmediatas, no son estrictamente aplicables a un libro como este que, por
muy largo aliento que tenga, está pensado para la política, casi, se podría decir, en
algunos aspectos, para la contingencia. Es por esto que mi primera lectura, como
consta en las páginas anteriores, no fue la de un examen de sus tesis, o del rigor
histórico de sus apreciaciones, sino una lectura que resaltaba las posibilidades
subversivas que el texto contenía, su efecto posible en el mundo concreto. Una lectura
política, como la que quiero hacer ahora de esos efectos, realizados en el universo real
y efectivo, de la manera en que la realidad, pobretona y mediocre, de la política nacional
lo permite.

Como se ha dicho una y otra vez, diría uno "hasta el cansancio" (pero parece que aún
no aparece ese cansancio) el libro de Tomás recoge y expresa un sentimiento general,
que hasta entonces no había sido formulado con la claridad, con la fuerza polémica
suficiente : el sentimiento del desencanto, de alguna manera de impotencia, por la
manera en que se llevó a cabo la transición en Chile, por sus magros resultados, por su
incapacidad para remover efectivamente a la dictadura de los lugares claves en que
sigue actuando. Pero, más allá, el desencanto también por una clase política pequeña,
mediocre, encerrada en sus ambiciones y su falta de horizontes. Su lectura produce una
sensación de reconocimiento, se dicen allí cosas que muchos quisieran decir.
Conmueve, remece, tensiona, apremia, delata, recoge, proyecta, denuncia, altera, son
algunas de las muchas cosas que se han dicho, y seguramente son más, y siguen.

Se ha puesto visiblemente de moda encontrarle la razón a Tomás. Decir algo a favor de


su libro, dejar caer algún reparo, sobre todo a su "utopismo", pero estando,
básicamente, de acuerdo en sus diagnósticos, en su evaluaciones, aunque ... "qué
vamos a hacer, la realidad es más fuerte".... La moda ha llegado al nivel del
oportunismo editorial y periodístico, hasta el punto de hacer aparecer otros libros "como
el de Tomás", escritos desde antes, por supuesto, independientes, pero publicados en
rara consonancia. Para no decir nada de la curiosa aparición del crítico, del denunciante
del desencanto, en toda clase de medios periodísticos, de muy diverso nivel,
orientación, o gusto, repitiendo sus afirmaciones básicas, y encontrando un misterioso
eco ... "sí, es duro, pero quizás en el fondo hay algo de verdad en esto".

Pero el efecto va más allá de la simple moda editorial. Creo que ha habido una sincera
conmoción en los lectores. Creo que gran parte de los reconocimientos que se le han
hecho son efectivamente sinceros. Ha habido un impacto real en la sensibilidad pública.
Si concedemos, claro, que se puede llamar sensibilidad "pública" a veinte o treinta mil
lectores en un país que tiene nueve millones de ciudadanos. Concedamos al menos,
como es visible, que el campo intelectual y político ha sido conmovido. Y quizás, de
rebote, podamos tener al fin una estimación numérica de qué universo es ese que, en
este país, puede ser llamado "campo intelectual y político".

Imagino reacciones profundas y conmovedoras. Quizás verdaderos espectáculos


privados, en la sombra, de catarsis, de desahogo. "Por fin alguien dice lo que yo habría
dicho". Imagino abundantes llamadas telefónicas de solidaridad, de agradecimiento.
Abundante correo electrónico con nuevos datos, con confesiones quizás, con una que
otra lágrima. Imagino que "el senador" habrá llamado a Tomás, que es, o fue, su amigo,
y le habrá llorado algún agradecimiento paradójico por su "sinceridad", por su actitud
inclaudicable. Imagino que el Secretario General habrá conversado con él,
encontrándole la razón de manera paradójica, y diciéndole que aún así no puede estar
de acuerdo "completamente", pero que lo felicita igual, por su valentía, o por su
perspicacia.

Y entonces miro la triste realidad de nuestro otoño gris, de nuestra baja política, de los
presidenciables, y de los votos blancos y nulos, veo fracasar otra acusación
constitucional, insostenible, vergonzosa, pero acusación al fin, veo delirar a la CUT en
sus conversaciones con el gobierno, veo a la Universidad de Chile resolviendo la
rebeldía estudiantil en el mar amorfo, sin fondo, corrupto, de la ineficacia, y las
candidaturas a la rectoría; veo pasar la vida infame, en fin, como si nada importante
pasara, como si el desencanto no tuviese más alternativa que no inscribirse, o dibujarle
un pene al voto. Algo extraño ocurre pues con tanto reconocimiento, tan extrañamente
ineficaz, tan extrañamente magnificado. Extraño, claro, hasta que no miramos más al
fondo del "alma nacional", o de las almas, tan concretas y circunscritas, de nuestro
"campo político e intelectual".

Una vez más "se ha dicho la verdad", se la ha reconocido públicamente, y la vida


continúa como si nada pasara. Ya hemos visto este espectáculo antes, en el Informe
Rettig, indudablemente muchísimo más cáustico y explícito que el libro de Tomás.
Lanzado incluso mucho más encima de la "reciente caída de la Dictadura". Un texto que
llegó a provocar las lágrimas públicas, por cadena nacional de televisión, del "Primer
Mandatario", por cierto uno de los responsables directos de que se haya llegado al
estado de cosas por el que ahora lloraba ante los mismos chilenos a los que traicionó. Y
un texto, además, que provocó la burla del Primer Mandatario, que dijo simple y
llanamente que no tenía nada de que arrepentirse, y que lo haría de nuevo, "por Chile".

Se puede decir "la verdad" entonces. Es posible no sólo decirla, sino incluso ser
reconocido públicamente por ello. Reconocido como consciencia crítica, como tábano
en el lomo del Estado, sin llegar en absoluto a la triste consecuencia de la cicuta sino, al
revés, corriendo el riesgo curioso de ser felicitado, de ser aplaudido, incluso por los
denunciados que, sin embargo, aún así, no pueden estar "completamente" de acuerdo
con las tesis que los acusan ... pero bueno, nadie podría estar completamente de
acuerdo, las diferencias son necesarias, las posiciones son respetadas, la democracia
parece gozar de buena salud. Se debería escribir sobre virtudes monstruosas. Este libro
ha tenido una virtud monstruosa, o ha sido convertido a ella. La virtud de hacer posible
la catarsis una vez más, la catarsis que descomprime, que aliviana el alma de las
indignaciones, que las objetiva en conmociones concretas, en sensaciones vividas, en
un regocijo en la sombra que no puede ocurrir en la realidad.

Pero aún así uno podría preguntarse por qué es justamente el libro de Tomás, más allá
del momento oportuno, más allá de su habilidad abarcadora y su talento expositor. Por
qué un libro que castiga tan directamente al "progresismo" que "nos sacó de la
Dictadura", es felicitado tanto, y sobre todo por ese mismo sector "progresista". Mi
hipótesis es que justamente esa es la palabra clave, "castigo". Este libro castiga a
muchas consciencias, y llena en ellas, de manera perversa, una profunda necesidad,
tan típicamente católica, de ser castigado. Los católicos nunca dejan de serlo, educarse
al amparo de una parroquia, o de un colegio de curas, es una marca de fuego. Lo que
encontramos en los efectos de este libro son los rastros de una cultura que pasó del
catolicismo a la izquierda de manera inoportuna, con muy poca visión histórica y, por
supuesto, enormes cantidades de "buena voluntad". Poca visión, porque no podían
preveer que al cabo de una generación serían sacrificados, física y políticamente, por la
política real. De manera inoportuna, por que si hubieran esperado solo cinco o seis años
para cambiarse de bando no habrían tenido necesidad de figurar entre las víctimas de la
Dictadura, y si figurarían, en cambio, entre los que lograron "derrotarla".

Puedo ser aún más cruel, y curiosamente, satisfacerlos más de esa manera, aunque se
revuelquen diciendo que no es cierto : en cierto sentido este libro fue escrito desde el
MAPU y para el MAPU. Esa es la viejísima historia que esconde, y estos son
seguramente sus lectores principales, con lo que el número de veinte o treinta mil
aparece un poco más comprensible.

La cuestión de fondo, en esta hipótesis, es la larguísima y soterrada influencia de la


cultura católica en nuestra historia intelectual, tanto en la derecha como en la izquierda.
Y ahora, cuando la Iglesia ha concedido al fin el sacarse la careta de benefactora para
mostrarse como la gran ... conservadora ... que es, es importante, sobre todo para la
izquierda, reconocer estas corrientes subterráneas y poder pensarlas de frente. No se
puede olvidar lo que no se ha recordado. El recuerdo de los pasados católicos, oculto
en los barnices laicos del "progresismo", está constantemente negado y, como el
síntoma freudiano, aflora constantemente, con otros nombres. La necesidad de castigo
que el libro de Tomás satisface es un síntoma de esta clase. Cuando se lo reconoce
como tal ya se puede sospechar que no va a pasar nada con tanto revuelo. Lo que los
ex católicos necesitan es una catarsis, no un cambio de vida. Seguirán viviendo como
viven, pero estarán un poco más reconfortados. La misma hipocresía católica se ha
visto ya en las lágrimas de Aylwin por el informe Rettig, y no tendría porqué no verse, en
los que nunca han llegado al laicismo real.

La cuestión política concreta que hay en esta hipótesis tiene que ver justamente con
este último término : un laicismo real posible, en Chile. Hay tradiciones laicas en este
país, o al menos, siempre se intentó sostenerlas. Hubo anarquistas, demócratas,
radicales, masones, socialistas, comunistas, inscritos, con fidelidad variable, en las
coordenadas de la Ilustración, incluso en su extremo positivista. Sostengo que es desde
esta fuerza, hoy netamente arratonada frente a la hegemonía católica, desde donde
puede resurgir una izquierda real, de nuevo tipo, que no esté pegada a las filantropías
del socialismo utópico, a los mesianismos románticos, a los "progresismos" cristianos. A
la alternancia entre "buena onda" y traición tan característica de las consciencias
desventuradas.
Por cierto, hay que ir más allá de la Ilustración, pero, ¿cómo ir más allá, si nunca se ha
llegado realmente a estar en ese lugar?. Se juega en esto una buena parte de la
posibilidad de una izquierda de nuevo tipo. Ahora que la catolicidad muestra su cara
milenaria y real, hay que aprovechar de combatirla en todas las caras que tiene, en los
ropajes que exista, en los andamios que sean, para poder salir por fin al menos hacia el
siglo XIX, condición prioritaria para llegar al siglo XX, aunque sea por fin a la llegada del
siglo XXI. Más vale tarde que nunca, y bueno, vivimos en la orilla del mundo después de
todo, donde las mulas del correo tienen que atravesar toda la ciénaga grande antes de
llegar a nuestras casas.

Afortunadamente los tiempos históricos son acelerados por la comunicación social y las
tecnologías más avanzadas. Quizás podamos volver a tener los problemas del siglo XX
cuando cabalguemos por fin firmemente en el siglo XXI que, como ya todos saben, "ya
está aquí". Los efectos del libro de Tomás son un síntoma interesante en esta
perspectiva. La tolerancia represiva que se muestra desnudamente en ellos, la
hipocresía católica que circula de la mano con el cinismo liberal, la exposición de un
campo intelectual y político difundido y difuso en todas las esferas de la política y la
cultura de este país, el campo de los ex católicos, que sólo dejarán de serlo en la
medida en que sean expuestos a la luz, a esa misma luz que luego debe ser criticada,
son todas cuestiones que nos pueden ayudar a pensar el presente como presente, y a
deshacernos por fin del pasado que vuelve una y otra vez, como si tuviera una siniestra
cita secreta con nosotros cada cierto tiempo, para informarnos que nada puede cambiar
realmente en este mundo.

Santiago, 8 de Mayo de 1998.-

es el agua

NOTAS:

(1) Se trata, como está dicho en la Introducción, de la discusión en el Post Título de


Crítica Cultural. He recogido en esta parte del texto algunas, por cierto no todas, de las
intervenciones, y he respondido a lo que me ha parecido que planteaban. No pretendo,
por supuesto, recoger aquí ni la riqueza de esa discusión ni el tenor original de las
intervenciones, sino sólo agregar algunos comentarios que, me parece, completan de
alguna forma lo expuesto en el texto de la sección anterior.

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