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Martín Broide Una playa, un poema

UNA PLAYA, UN POEMA


U NA AP ROXIMACIÓ N ANTROPOLÓG ICA A LA IDEA DE ESP ACIO
P OÉTICO

M ARTÍN B ROIDE

Publicado en: Yo creo, vos ¿sabés? Retóricas del creer en los discursos
sociales, Palleiro, María Inés (comp.), Facultad de Filosofía y Letras, UBA,
Buenos Aires, 2008

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Martín Broide Una playa, un poema

H ACIA UNA ANTROPOLOGÍA DE LA LECTURA ( UNA VENTANA )

“Los árboles están en el cielo.


Las estrellas están en el río.
¿Que no?”

Mercedes Mainero (2006)

“Y leer, porque muerto todo dios, en algo


verdadero hemos de creer”
Carlos Skliar (2006:110)

“Nunca se ha visto bien el mundo si no se ha


soñado con lo que se veía”
Gastón Bachelard (2004:260)

En un libro que amo, La poética del espacio, Gaston Bachelard habla de la


poesía como un aprendizaje de la libertad. La poesía, que “pone al lenguaje en
estado de emergencia”, hace a la palabra imprevisible, generando así espacios
para el ser. El lector feliz, entusiasmado, gustoso, encuentra en las palabras
una apertura, un vacío. Un silencio, una libertad.

Esta relación de la poesía o de la literatura con la libertad no está planteada


sólo por Bachelard. Graciela Montes (1999) plantea que es la frontera
indómita, ese margen en donde habita la literatura, el único espacio “donde
realmente se puede ser libre”. La frontera indómita es “un territorio necesario
y saludable, el único en el que nos sentimos realmente vivos”. Un lugar
provisorio, frágil, “en constante conquista”. Y a la vez una zona liberada, en
la que las palabras pueden hacerse literatura.

También Michèle Petit habla de una relación entre literatura y libertad. La


lectura permite al ser humano construir “otro lugar, un espacio donde no
depende de otros” (2001:44). Esa construcción se hace posible al “habitar el
mundo poéticamente” (op. cit:146).

A lo largo de este artículo, voy a trabajar en torno a una aproximación


antropológica a esta idea de espacio poético, que relaciona a la literatura con
la libertad. El espacio poético es intangible, inaprensible, y tal vez vago en su

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definición. Es también, posiblemente, una idea prescriptiva de lo que la


literatura debe ser. Es, sin duda, un supuesto a priori. Lo elijo, sin embargo.
¿Por qué? Voy a dejar la respuesta para más adelante.

D E LOS LECTORES
Este trabajo está realizado a partir de un corpus constituido principalmente
por una serie de entrevistas que realicé, durante el año 2006, a algunos
integrantes del “Centro de Lectura para Todos” 1 del colegio Santo Domingo
Savio, en el barrio de La Cava, Béccar, Buenos Aires 2. Además, cuenta con
material obtenido por medio de conversaciones informales y un poema escrito
por uno de los jóvenes entrevistados.

Yo mismo coordiné, durante el 2004 y el 2005, este Centro, que consistió


en un taller a contraturno de dos horas semanales, extracurricular y para
jóvenes de entre doce y diecisiete años. El proyecto, que tenía como propuesta
que los participantes se formasen como lectores en voz alta, o lectores para
otros, fue desarrollándose a lo largo de estos dos años con un grupo de entre
quince y veinte participantes.

De este grupo, elegí trabajar sólo con seis de sus integrantes. Jony y Paulo,
de diecisiete años 3, estaban en el último año de la escuela secundaria, el
tercero del Polimodal. Analía, Darío y Ana Belén tenían quince años y
cursaban en el primer año del Polimodal. Martín, de trece años, estaba
cursando el octavo año del ciclo EGB. Todos ellos de primera generación en
Buenos Aires, con padres nacidos en el interior de Argentina, por lo general
en la zona noreste, o en países limítrofes.

1
Dentro del marco del programa PEF de la Universidad de San Andrés, financiado
por la fundación Bunge y Born. El proyecto del Centro de Lectura para Todos, que se
ha realizado también en otras instituciones, lleva la coordinación general de Ana
María Kauffman y Ana Siro.
2
La Cava es un barrio de casas precarias, donde viven más de diez mil personas.
Es lo que, en Buenos Aires, se conoce “villa miseria”.
El colegio Santo Domingo Savio pertenece institucionalmente a la parroquia de
Nuestra Señora de La Cava.
3
Todos los datos de las edades refieren al curso de la segunda mitad del año 2006.

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Martín Broide Una playa, un poema

La decisión de trabajar sólo con un segmento del grupo se vincula con los
objetivos del trabajo, dado que no me propongo realizar, al modo clásico, una
etnografía total de un grupo, sino detenerme específicamente en los procesos
que hacen a la lectura y la literatura. La elección particular de estos seis
integrantes se debe tanto a la búsqueda de una heterogeneidad de edad y
género como a afinidades personales y al curso del azar.

El Centro de Lectura no sólo fue (nunca se propuso ser) sólo un espacio


para una práctica de técnicas de lectura en voz alta, de interpretación vocal.
Con el devenir de los encuentros, se constituyó una identidad grupal,
construida en torno no sólo al ser lector sino también a una vivencia de un
espacio de libertad, generado a partir de la palabra poética. Ésta era al menos
mi sensación, muchas veces corroborada por palabras de los otros
participantes.

Yo era consciente de la manera en que estaba constituido mi propio espacio


poético. Mis recuerdos de infancia, mi historia como lector, me llevaban a una
relación con los libros y, a través de ellos, con la literatura, que, incluso, era
mi objetivo compartir en este taller.

Pero, ¿qué significados tenía para los otros participantes esta vivencia que
yo interpretaba como la apertura de un espacio poético? ¿De qué manera la
construían, de qué formas la experimentaban? ¿De qué manera estábamos
realizando esta construcción en conjunto, como grupo?

D E LA ESCRITURA
Este artículo está construido desde una aproximación etnográfica a la
lectura, en la que la literatura se despliega como un campo de elaboración de
identidades. A través de un enfoque enmarcado en las relaciones entre
intersubjetividad y mundos posibles, el foco se encuentra puesto en las
creencias que sostienen las prácticas sociales.
Me propongo, así, aproximarme a una antropología de la lectura literaria.
Adoptar esta perspectiva implica, al menos, dos cosas: una, plantear un
análisis centrado más en los lectores que en los textos, tal como ha sido
propuesto por la escuela de Constanza y la estética de la recepción (ver
Antezana 1999); otra, adoptar el “punto de vista del nativo” (Geertz 1994) es
decir, no presuponer al lector (Cuesta 2001) sino comprender las prácticas de
lectura en los términos que los propios lectores lo hacen.

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Martín Broide Una playa, un poema

El primer punto se basa en la idea de modalidad de lectura. Esta idea


implica que, al caracterizar una lectura de alguna forma, debemos buscar esta
característica no tanto en el texto leído sino en el modo de leerlo. A modo de
ejemplo, Jorge Larrosa (2003) plantea que “lo pedagógico” sería “una
modalidad de lectura aplicable a cualquier texto y lo pedagógico de la novela
pedagógica no estaría tanto en la novela como en el modo de leerla”. Lo
mismo podríamos pensar respecto a un modo literario, científico, religioso,
etc. de leer.
No voy a plantear, sin embargo, en este trabajo, la modalidad poética o
literaria 4 de lectura en términos de modos preconstituidos que los lectores
pueden o no adoptar. Esto tiene que ver con el segundo punto que hace a la
perspectiva antropológica, la de adoptar el punto de vista de los propios
actores. Es por ello que, al menos en un comienzo, voy a definir el modo
literario de lectura como lo que los propios lectores entienden como literario.
Esta definición, tal vez precaria, puede abrir el sentido del término
“literatura”.
Lo literario es, en este trabajo, el punto de partida, la arena de negociación
y disputa. Lo literario es lo que deviene, a lo largo del encuentro
antropológico, constantemente resignificado, transformado, reapropiado.
Es también, sin embargo (y como punto de partida) algo cuya existencia
damos por presupuesta. Y esto tiene que ver con un punto clave en lo que
respecta a la creencia y la reflexividad. Yo creo en la literatura. Mis
interlocutores también creen en la literatura. Creemos, probablemente, de
diferentes maneras, que se irán transformando a lo largo del encuentro.
Lo literario, sin embargo, se mantiene como el soporte de la conversación,
del trabajo conjunto. Es la puerta de entrada a un mundo posible que nos
proponemos compartir.
Elijo hablar de espacio poético desde esta creencia compartida. Creencia en
que lo literario (lo poético) existe o puede existir. Retomando parte del título
del libro de Graciela Montes (1999): “en torno a la construcción y defensa del
espacio poético”, quiero ir, sí, en busca de cómo este espacio está construido.
Pero también defenderlo, sostenerlo, abrirle un lugar, en esta época de
palabras deshabitadas.

4
Voy a emplear indistintamente uno u otro término a lo largo de este trabajo.

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L A CONFIGURACIÓN DEL ESPACIO PARA LA LITERATURA ( UN

JARDÍN )

La pregunta era: ¿cómo se empezó a construir


ese territorio donde están, se mezclan, se aparean,
se prestan jugos, las historias que me contaron, las
que yo, a mi vez, cuento, las que he leído, y hasta las
que me tengo prometido leer cuanto antes;
construcciones todas levantadas en el vacío, puras y
perfectas ilusiones?

Graciela Montes (1999)

Es esta misma pregunta. La pregunta por el cómo. Cuando Graciela Montes


se pregunta “cómo empezó todo este asunto”, busca las respuestas en
recuerdos de infancia. Una abuela cuenta-cuentos, que sólo con “aire que salía
de la boca” creaba un territorio, una cofradía, en donde el tiempo era distinto,
más denso, más hondo. Más tiempo. Un pacto, un lazo, una entrega, que daban
el espacio a un poderío que abría la posibilidad de los viajes, las “excursiones
imaginarias”, a creer en la “fe poética”.

“Con palabras nada más”, aunque también con un pacto, con una relación
de confianza, de amor, con una cofradía imaginaria. Con palabras nada más,
pero no las palabras de cualquier persona. Ni las palabras en cualquier
momento. Ni en cualquier lugar. “Sentada en el patio a veces, otras veces en
mi cuarto, o en la cocina”. Graciela Montes recuerda los lugares en los que
escuchaba contar las historias, en los que se configura un espacio poético, un
espacio-para la literatura.

Es la pregunta acerca de cómo se construye este lazo, cuáles son sus


materiales, sus formas, su arquitectura.

Por eso elijo el término espacio 5, para pensar en una arquitectura simbólica
de la literatura. Los lugares en los que crece la poesía. Un espacio como una

5
En términos mucho más generales, es necesario desprenderse de la concepción
espacial de la ciencia clásica, en la que “el espacio es el medio homogéneo donde las
cosas están distribuidas según tres dimensiones y donde conservan su identidad a

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ilusión, como un vacío, una posibilidad. Un jardín con senderos. También un


“laberinto”, tomando una metáfora elegida por algunos de mis interlocutores
(Paulo y Jony) 6. Caminos que se interconectan.

Pensar en términos de espacio-para es una forma, a mi entender, de retomar


el concepto de cultura como orden significativo y sujeto al cambio (Sahlins
1988) sin sus características prescriptivas 7, opresivas. La cultura no como una
red que atrapa, sino como un espacio que permite, que habilita. Que da un
marco, un sostén. Que abre silencios a la palabra 8.

Un espacio social, compartido. Aunque no sea homogéneo, aunque sea


apropiado y resignificado de diferentes formas por los distintos actores. Es
una arquitectura colectiva, construida en la interacción, en la
intersubjetividad. Sus bases, sus soportes, sus senderos, hacen a un grupo.

Para analizarlo, elijo tres aspectos que hacen a su configuración. Tres


aperturas, tres estilos de pensamiento. En primer lugar, la arquitectura
simbólica. El espacio poético se constituye como un mundo posible a partir de
la creencia en un grupo de símbolos, ligados entre sí, entramados. Luego, paso
a las historias de vida. ¿De qué manera es narrado y articulado en un relato
biográfico el ser lector? Por último, voy a analizar las prácticas de literatura.
Más allá de lo que se plantea explícitamente en un discurso, ¿cuáles son las
actividades en las que se pone en juego el espacio poético?

Á RBOLES , O ARQUITECTURAS SIMBÓLICAS


“Este invierno he descubierto que hay palmeras
celestes.

despecho de todos los cambios de lugar” (Merleau-Ponty 2003, pág. 18), para
concebir el espacio desde la experiencia perceptiva, en la que el lenguaje tiene un rol
no menor.
6
Y Borges, en un sentido amplio del término “interlocutores”.
7
Para ampliar acerca de las críticas al concepto de cultura, ver Rockwell (1980) o
Abu-Lughod (1991). Para una recuperación de este concepto incorporando las
críticas, ver Ortner (2005)
8
No resisto a la tentación de hacer una propuesta ultra-general acerca del concepto
de cultura: la cultura como pregunta, como duda.

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Martín Broide Una playa, un poema

Extrañas. Con una ferocidad solar y lunar. Y sin


nombre”.

Francisco Madariaga (1982)

Me propongo, en este apartado, analizar la concepción de la literatura que


se pone en juego en la lectura como un sistema de símbolos (Geertz 1987).
Esto es, considerar los términos con los que los actores cuentan sus prácticas
como signos opacos que apuntan tanto a su sentido primero o literal como más
allá de sí mismos (Ricoeur 1976 [1969]). De esta manera es posible la
interpretación, al reconstruir el entramado simbólico como un sistema
coherente de interrelaciones.

Pienso en árboles, porque estos símbolos son, de algún modo, puntos fijos
en un vacío que se hace paisaje. A través de esos puntos podemos trazar
líneas, dibujos diversos. Puntos fijos de los que surge el movimiento. Nada
está quieto.

¿Dónde se puede leer? Según Analía, “el lugar es lo que mucho importa
también“. Tal vez por eso, entrando al espacio en el que llevábamos adelante
los encuentros del Centro de Lectura, Paulo dijo una mañana:

“Acá se respira otro aire. No sé si es por los árboles [haciendo referencia a los
árboles que están, en ese aula, junto a las ventanas] o por los libros, pero se respira
otro aire”.

En otra oportunidad, al debatir, en grupo, acerca de un nombre para


bautizar al Centro de Lectura, Jony propuso las palabras “Otro territorio”,
argumentando que, al leer, él sentía estar viajando a otros territorios. Una idea
similar expresaba Analía en una entrevista, al decir que “leer un libro es entrar
en otro mundo”. Me interesa, como se habrá adivinado, resaltar esta idea de
otredad (ver también Petit, 1999:81). De un espacio que se define como otro,
como distinto. Como radicalmente distinto.

Es un primer punto para pensar la manera en que se configura este espacio


para la literatura. El libro (representando lo literario) acontece en un sitio que
se caracteriza, en principio, por ser diferente al cotidiano, por ser otro. Otro
aire, otro mundo, otro territorio. Yendo un paso más allá, podría decir que lo
literario es la misma posibilidad de que ese lugar exista.

El espacio para la literatura se constituye a partir de una ruptura y de una


oposición. Una oposición muy general, tan general como lo son el mundo, el
aire y el territorio.

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Martín Broide Una playa, un poema

Pensando en Petit (op. cit:44), podríamos decir que la literatura acontece,


ante todo, como experiencia de desterritorialización. “El descubrimiento de un
espacio radicalmente distinto, de un espacio lejano”.

Sin embargo, creo necesario preguntar acerca de cómo se produce esa


desterritorialización. En qué términos es concebida, con qué lógicas es
representada.

“Abrir libros / es como abrir una infinidad de puertas / a diferentes


mundos”. Jony escribe estos versos en un poema que titula, justamente,
“Libros”. Es ésta la categoría que aparece en primer lugar, el símbolo con el
que se construye la entrada, la apertura al otro mundo. Aunque veremos, más
adelante, que las prácticas desterritorializantes no están necesariamente
vinculadas con textos escritos, el libro y el acto de leerlo son centrales al
explicitar una concepción de la literatura.

No puedo dejar de pensar que ésta es la manera en que se concibe la


literatura habitualmente en nuestra sociedad. Ni tampoco que Jony está
eligiendo mostrar este poema a alguien (a mí) que se ha presentado como
mediador de libros, que trabaja desde una biblioteca de una escuela.

A pesar de ello, el libro sigue apareciendo como un símbolo central 9. Es la


palabra libro la que aparece, casi necesariamente, en los discursos de los
lectores. Martín dice que “cada libro tiene una identidad” que coincide con la
de alguna persona, “porque son uno para el otro”. Hay acá también una idea
de destino, que más adelante voy a retomar. También podemos pensar en la
frase de Analía que citaba antes, donde el libro es la puerta de entrada.

El libro como símbolo, como soporte de una posibilidad. Lo que se expresa


en estas frases es la creencia en la posibilidad de que se abran otros mundos

9
¿Ideología, resistencia, hegemonía, márgenes de maniobra? ¿Industria
cultural? Es innegable que la palabra “libro” proviene del campo semántico
escolar, de los discursos legitimados acerca de la lectura. Sería sumamente
interesante plantear un análisis de este tema en estos términos, rastreando las
raíces y los modos de legitimación de esta adhesión. No es este trabajo, sin
embargo, el espacio para desarrollarlo.

9
Martín Broide Una playa, un poema

con sólo abrir un libro. “Con sólo abrir un libro”, como dice en el poema Jony,
“viajamos a mundos desconocidos”.

Esta idea del lector como viajero resuena en otras palabras de Analía,
aunque con una particularidad:

“es como que sentís que… como, por ejemplo… está una película, ¿no?… y hay
un fantasma que está ahí, que nadie lo ve, ¿no? Pero se está presenciando todo el
hecho. Yo me imagino así: que yo soy como un fantasma que está ahí y está mirando
paso por paso qué pasa, y qué piensa el otro, todo… yo me imagino que estoy en la
cabeza de uno, de este lado, y del otro lado también. Es como raro… no sé cómo
explicarlo”.

El lector como fantasma, algo raro, difícil de explicar. El lector se desdobla


y aparece en otro mundo. Y en ese mundo es omnipresente, todo lo ve, todo lo
conoce.

También dice Analía que “el libro es el mundo y uno se siente como Dios
que es el dueño del mundo”. Hay, implícitas, ideas de libertad y de poder, a
través del desdoblamiento. Al devenir en Dios o en fantasma, dentro del libro,
el lector tiene la posibilidad de hacer y ver cosas que le están vedadas en la
vida cotidiana.

Otro punto a retener es que el puente, la bisagra, es la imaginación, el acto


de imaginar. También Ana Belén lo expresa así, al decir que “cuando te
cuentan algo vos también te imaginás que estás ahí dentro y que estás viendo
todo, y es lo mismo que cuando estás leyendo un libro”. Según estos lectores,
es la imaginación la que permite el viaje, el desdoblamiento. Creen en las
posibilidades de la imaginación.

Retomando, tenemos una configuración simbólica atravesada por una


oposición muy general, totalizadora, entre un mundo y otro. La bisagra que los
une es el libro, y este movimiento es concebido a través de la idea de un
desdoblamiento. El lector asume una identidad de viajero, de fantasma o de
Dios. Lo que permite ese desdoblamiento es el acto de imaginar.

Ésta es la base de la configuración simbólica de la literatura para este grupo


de lectores. Es la creencia en esta posibilidad, la adhesión a este mundo

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Martín Broide Una playa, un poema

posible, la que da el soporte a la forma en que la lectura literaria es


representada.

Todos nosotros adherimos a pensar como-si 10 el libro y la imaginación


fuesen vehículos de un viaje a otro mundo, del acceso a la otredad total. Y a
través de esta adhesión común es que podemos hablar de una identidad social,
de un ser compartido con una comunidad imaginada. Hablar en términos de
imaginación, de libros, de viajes, es también la elección de compartir un
terreno con otros lectores.

S ENDEROS , O HISTORIAS DE VIDA


Mas os livros que em nossa vida entraram
são como a radiação de um corpo negro
apontando pra a expansão do Universo
Caetano Veloso (1997)

Jorge Larrosa dice que “para establecer algún tipo de continuidad entre el
que salió uno y el que llegó otro es precisa una construcción narrativa”
(2003:615). Esta continuidad es la que permite un proceso de identificaciones
y desidentificaciones que dan espacio a la formación de una identidad más
flexible, abierta, con lugar para el cambio. En este apartado, voy a trabajar en
torno a los procesos subjetivos e intersubjetivos de construcción de una
identidad como lector.

Con ese objetivo, voy a analizar de qué maneras el ser lector es articulado
en la trama de un relato biográfico. Cuáles son las dinámicas que permiten
pensarse a sí mismo como lector, cuáles las marcas que los entrevistados
eligen para presentarse en tanto lectores. Siguiendo con la metáfora espacial,
podemos concebir este apartado como senderos dentro de un jardín, huellas en
un monte.

Si el relato abre horizontes de experiencia posible, y puede así reconfigurar


la vida (Ricoeur 1984) esta pregunta, acerca de cómo se articula la identidad

10
Ver, en la introducción de este libro, el apartado sobre creencia e identidades
sociales.

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Martín Broide Una playa, un poema

lectora en una historia de vida, es fundamental para pensar “cómo se vuelve


uno lector” (Pétit, 2001:145).

Un punto en común en todas las entrevistas que realicé para este trabajo es
que comencé preguntando acerca de la historia personal de la relación con los
libros. Cito mi propia voz: “¿cómo es… cómo podrías contarme… en la
historia de tu vida, tu relación con los libros?” Así se abría una posibilidad de
hablar de un hecho concreto que, al ser narrativizado, ponía en movimiento
toda una serie de recuerdos, símbolos y prácticas, entre otras cosas, pero sobre
todo ubicaba al narrador dentro de un campo, de una historia.

Eran aspectos de su vida que tal vez nunca habían contado. Eso parecía por
los rostros, los silencios, las expresiones de incerteza y de sorpresa, de
descubrimiento. En todo caso, era una nueva oportunidad de hacerlo. Mis
interlocutores comenzaban a bucear en sus recuerdos, a buscar las palabras
adecuadas, e intentaban articularlas en un relato, poniendo en juego, por
supuesto, una memoria selectiva. En la conversación, en el encuentro
antropológico, en el encuentro con el otro, se ponía en juego el contar una
historia en la que ellos se sintiesen cómodos como lectores, que diese cuenta,
al menos en parte, de lo que a ellos les sucede al leer y, por último, que fuese
comunicable, por lo menos a mí, que era con quien estaban hablando.

Así, Darío habla de un “gran empujón a la lectura”, dado por el Centro de


Lectura. Analía, por su parte, cuenta que

“por ahí antes había libros en nuestra casa y nosotros no sabíamos nada. Y ahora
sentíamos curiosidad de ver esos libros”.

Jony lo plantea en estos términos:

(…) a mi papá siempre le gustó escribir… escribir, leer… a mi mamá también…


pero… era a mí como que no me llamaba eso. Yo los veía y… yo me iba a jugar (…)
hasta que un día fue con un relato de Bécquer (…) Y… fue como…no se que me…
¿viste cuando te pegan un cachetazo que vos reaccionás y se te vienen muchas cosas
en la mente y decís… uy, cómo reaccionó, qué le pasa a este… o… cosas así.

Aunque estos fragmentos están articulados en narrativas más largas, elijo


presentarlos aisladamente no sólo por una imposibilidad espacial, sino
también porque se expresa, en ellos, una dinámica que aparece repetidamente
en las entrevistas: el ser lector aparece articulado en una dinámica de un antes
y un después, en el que se destacan ciertos hitos, ciertos puntos de inflexión.
La división “antes” / “y ahora” que expresa Analía o el “hasta que un día” de

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Martín Broide Una playa, un poema

Jony son ejemplos de lo primero; el “gran empujón” de Darío o el “cachetazo”


de Jony lo son de lo segundo.

¿Qué significa esta dinámica de antes-después?

Creo, en primer lugar, que está vinculada a una identidad flexible, abierta al
cambio. A la necesidad de pensar ese cambio, de articularlo, de integrarlo. En
estas historias de vida, el ser lector no es algo que venga dado, que sea obvio.
Implica un distanciamiento de sí mismo y del propio grupo. De esa manera, la
construcción del ser lector está articulada en una posibilidad de ser no-lector,
en una dinámica nosotros-otros (Barth 1969) planteada en términos temporales
(antes-después) 11.

La dinámica de antes-después produce así una doble identificación, con lo


antiguo y lo presente. Si bien lo que está “antes” es algo que ya pasó, que fue,
es, sin embargo, al ser contado al hablar de uno mismo. Es cierto que ya no
está, que es parte del pasado, pero a la vez el pasado es, al contarlo, parte de
uno. Quién soy es también quién fui.

En esa dinámica, el lector actual se sitúa de un lado, pero tendiendo un


puente hacia el otro. Marca la pertenencia al grupo de los lectores, pero
dejando el rastro de haber sido también del de los no-lectores.

Esta oposición necesita ser marcada, simbolizada. Es así como aparecen el


“cachetazo” y el “gran empujón”. Estos hitos en el hilo de los relatos dan
lugar al cambio en la identidad, permiten articular una transformación en una
continuidad.

Para observar cómo se encarna esta dinámica en un ejemplo más concreto,


quiero compartir otro fragmento del discurso de Jony:

“El año pasado, a mí me pidieron un libro, “El mío Cid”… y… bueno, después
cuando tuve el examen, todo, le mostré todo a mi viejo, me dice que ese libro estaba

11
La oposición temporal no es la única forma en que se plantea la dinámica
nosotros-otros. Ésta se construye también en referencia al grupo del Centro de
Lectura, al barrio en general y a las historias familiares, entre otras cosas. El antes-
después, sin embargo, es el eje principal sobre el que se construye narrativamente la
identidad lectora. Queda para un trabajo futuro el análisis más detallado de la
identidad lectora a partir de una diversidad de dinámicas.

13
Martín Broide Una playa, un poema

en la casa de… que lo leía mi abuelo… porque a mi abuelo también le gustaba la


literatura… y que él… mi papá también lo leyó. Y me dice: es como una cadena… me
dice… ahora lo vas a leer vos… pero… me dijo: ¿por qué no fuiste a la casa de tu
abuelo y lo pediste? Eso sí… está en un baúl, me dijo… sonó como un cuento, me
dijo… está en un baúl viejito… está viejito el baúl y viejito el libro, me dice. Sonó
como una metáfora de un libro, viste… algo… como un cuento…”

En esta pequeña historia, la dinámica antes-después se corporiza en


símbolos muy concretos. El paso entre un momento y otro es la apertura de un
baúl viejito. A la vez, es la apertura de un libro, también viejito, que está en
ese baúl 12. Para acceder al libro, para ser lector, Jony tiene que pasar por un
momento de transición, que está incluso connotado como una superación de
condiciones u obstáculos (“eso sí…”).

Otro tema a destacar es que, en esta narrativa, el ser lector está asociado
también a una herencia, un destino (“es como una cadena”). Jony llega a ser
lector a través de dar un paso, de una transformación, pero a la vez ese paso
era algo que estaba casi predestinado por la condición de lectores de su padre
y su abuelo. Es una historia heroica.

Esta cadena de transmisión del placer por la literatura está reforzada por la
constante marca de autoridad del padre, que aparece con los “me dijo”, “me
dice”. El padre que se construye en la historia es un padre que indica el
camino, que aconseja y que legitima. Al desdoblarlo como personaje de su
historia como lector, se refuerza la configuración de la lectura como un antes
y un después atravesado por el destino. Por otro lado, se plantea como proceso
de retradicionalización (Fischman 2004) al resignificar lo heredado, lo
transmitido, en el interior de una narrativa.

“M: ¿Te acordás del momento específico con tu papá que te enteraste que leía
poesía… que escribía poesía?
J: Sí, cuando… cuando agarré uno de sus cuadernillos
M: Pero ¿qué? ¿Lo agarraste así de prepo o él te lo mostró?
J: No, lo agarré de prepo. Así de la nada.
M: ¿Y qué sentiste?
J: Eh… Asombro. Porque… eh… fue como… hereditario

12
“Habrá siempre más cosas en un cofre cerrado que en un cofre abierto”
(Bachelard, 2000:91).

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Martín Broide Una playa, un poema

M: Claro
J: Ya estaba escrito, digamos”.

De esta manera, la transformación es sostenida por la adhesión a la idea de


“destino”. Creer en el destino permite articular el cambio, comprenderlo, y a
la vez tender un puente que una el presente con el pasado, el ser lector con el
no lector. A la vez, construye un lazo con su propia familia, que ingresa en
una comunidad imaginada de lectores.

Es importante remarcar, por otro lado, que esta narrativa se produce en el


marco de una conversación, en el encuentro antropológico. Éste se plantea así
como una instancia de producción, negociación y resignificación de
identidades, un espacio de identificaciones y desidentificaciones.

Decía antes que, probablemente, éstos eran aspectos de su vida sobre los
que estos lectores no hablaban habitualmente. Mi figura, a medio camino entre
un coordinador de un taller y un investigador, plantea para ellos un
interlocutor diferente tanto a un amigo como a un pariente, tanto a un docente
como a una psicopedagoga. La entrevista antropológica se plantea como una
situación social y un evento comunicativo (Briggs 1986) sui generis.

El campo es, en este sentido, mucho más que un momento de producción o


recolección de datos. Es también mucho más que un espacio de co-teorización
(Rappaport 2005). Es un espacio en el que es posible contar ciertas historias,
contarlas de cierta manera 13. En este caso, es en el marco del encuentro
antropológico en que se producen, al menos en parte, estas narrativas de antes-
después. Narrativas que, como veíamos antes, fundan posibilidades de ser 14.

B ARCOS DE PAPEL , O PRÁCTICAS DE LITERATURA


“lo lindo es que uno puede cantar pío-pío en las
más raras circunstancias”

13
Ver, en la introducción de este libro, el apartado de “Creencia, reflexividad e
intersubjetividad”
14
“El sentido de quienes somos depende de las historias que contamos y nos
contamos”(Larrosa 2003:607)

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Martín Broide Una playa, un poema

Juan Gelman (1988)

Toda memoria es selectiva. Al narrar una historia de vida, hay ciertos


hechos que se eligen y otros que se dejan de lado. De la misma manera, las
relaciones entre estos hechos son productos del propio acto de contar.

Esto no quiere decir, de ninguna manera, que estas historias sean falsas.
Son ficciones, mundos posibles, a partir de los cuales vivimos. Sin embargo,
no son unívocas. En un mismo discurso, distintas narrativas se superponen, se
cruzan, se complementan y se contradicen. En el intento de articular ideas,
valores y acontecimientos en un mismo hilo, en una misma lógica, se
producen, a veces, discursos a cuyas ambigüedades vale la pena prestar
atención.

En este apartado, quiero profundizar en estas huellas. Retomando algunos


aspectos de la arquitectura simbólica y de la dinámica antes-después de las
narrativas, voy a entrar en la polisemia de los términos con los que se llevan
adelante estas construcciones, principalmente dos de ellos: “libro”y “lectura”.
De esta manera, es posible repensar los dispositivos en los que se llevan a
cabo las prácticas de literatura.

Al preguntar acerca del primer día en el Centro de Lectura, comenzamos a


hablar, con Analía y Ana Belén, sobre cómo vivimos ese día. Cuenta Analía,
reproduciendo un supuesto diálogo entre ellos y yo:

“Era como… / este libro está bueno: ¿quieren leerlo? / Bueno, lo leemos/, y no lo
entendíamos. Pero después, cuando fue pasando, íbamos nosotros, buscamos nuestro
propio libro, lo leíamos. Por ahí antes había libros en nuestra casa y nosotros no
sabíamos nada. Y ahora sentíamos curiosidad de ver esos libros, ¿qué tenía ese
libro? Entonces los vamos hojeando, vamos leyendo y después… porque todos los
libros son interesantes”.

En una primera lectura, este fragmento parecería confirmar un recorrido


lineal de antes-después, signado por el descubrimiento del libro. Según esta
interpretación, Analía habría pasado de no encontrar nada en los libros a
valorarlos particularmente. Sin embargo, en otro momento de la entrevista,
ella misma asegura: “a mí siempre me gustó leer”. ¿Cómo podemos interpretar
esta ambigüedad?

Creo que es necesario hacer una distinción entre dos usos de los términos
“libro” y “lectura. Por un lado, el sentido literal. El libro como objeto, como
dispositivo en el que es posible acceder a una experiencia de literatura. La
lectura como actividad, como acción. Pasar los ojos por unas manchas de

16
Martín Broide Una playa, un poema

tinta, descifrarlas, interpretarlas, comprenderlas. Así podemos pensar los


libros que estaban en la casa y no llamaban la atención.

El segundo sentido de “libro” y “lectura” se constituye al pensar estos


términos como símbolos que condensan, representan y metonimizan la
literatura en general. Como palabras legitimadas por la escuela, los medios, la
sociedad en general, “libro” y “lectura” resultan adecuados para hablar del
tema. Sin embargo, envuelven, en su interior, toda una serie de prácticas que
no terminan en la lectura y en el libro en su sentido primero.

Así podemos interpretar el “siempre me gustó leer”. “Leer”, en este caso,


no representa literalmente a una persona sentada o acostada frente a un libro,
sino otras prácticas de literatura, tales como escuchar y contar relatos orales,
oír a otra leyendo un libro en voz alta, “robar” poemas para llevar fuera de los
libros, entre otras cosas. Todas prácticas que implican una relación singular
con la palabra. Todas prácticas potencialmente desterritorializantes 15.

Así, la dinámica antes-después no representa tanto un cambio radical en las


prácticas de los lectores, de la no-literatura a la literatura, sino la legitimación
de un proceso mucho más largo y heterogéneo. La identidad lectora sedimenta
y resignifica toda una historia de prácticas de lectura en el descubrimiento del
libro y permite, a quien la cuenta, trazar un antes y un después en el que
comprender y legitimar su gusto por la literatura.

La narrativa habilita a dar un nombre a ese proceso de resignificación. A la


vez, habilita a la persona a encontrarse en ese nombre y a encontrarse con
otros que se llaman a sí mismos lectores, que entran en otros mundos al leer
libros.

En otra entrevista, comencé también preguntando acerca de la historia


personal de la relación con los libros. Tras un breve comentario acerca de un
día en el que una psicopedagoga leyó en una clase de la escuela un poema de
Bécquer, Jony pasa de inmediato a hablar de la escritura, sin que medie una
diferenciación de una y otra. Veamos dos fragmentos de esta entrevista:

15
Para pensar el vínculo entre la relación que la literatura permite con las palabras
y la apertura de otros mundos posibles, ver el apartado de mundos posibles en la
introducción de este libro, o, particularmente, Ricoeur (1988).

17
Martín Broide Una playa, un poema

“(…) a mi papá siempre le gustó escribir… escribir, leer… a mi mamá también…


pero… era a mí como que no me llamaba eso. Yo los veía y me iba a jugar (…) hasta
que un día fue con un relato de Bécquer. (…) Bueno, fue como que me dio un
cachetazo esa poesía a mí. Como que me hizo despertar y abrir los ojos y… no sé…
abrir ese don que lo tenía. Y ahí empecé a… a proponerme: ¿por qué si escriben
cosas lindas… a ver, vamos a intentar si a mí me sale? Y… y lo hacía. Y después, ahí
fue cuando me enteré que mi papá escribía poesía… cómo será que soy el hijo y no
sabía, ¿no?... ahí me enteré que mi papá escribía poesía. Y… bueno, ahí me
comentaba él… así… leía las canciones… él también escribía canciones. Y la(s)… las
reescribía también. Taban buenas. Y de vez en cuando así yo también, ¿viste?... me
sentaba al lado de él como… ahí padre e hijo, ¿viste?.. y escribíamos, así. Y… así
recuerdo yo que descubrí la… la literatura.

Después sí, de vez en cuando cada vez iba agarrando libros, de a poco, ¿viste?...
leyendo cuentos, así”.

(...)

Yo me copiaba, no es que escribía. Me copiaba… escribía, ¿viste? cosas que veía


ahí… y después lo pasaba a un cuadernillo. Pero… eh… mi papá dice que así se
empieza, dice. Hay muchas… muchas personas que ahora… o sea… así empiezan, y
capaz que… le cambiás una letrita y ya formás algo tuyo parecido”.

La pregunta que hago yo es acerca de los libros en el primer sentido


planteado, acerca del libro como dispositivo de literatura. Sin embargo, la
respuesta habla no sólo de la lectura de libros, sino también de otras prácticas
de literatura. La respuesta toma al libro en su segundo sentido, como símbolo,
como representante de una idea más general de la literatura.

Nuevamente, los libros aparecen en una instancia posterior, marcada por la


palabra después (“después si…”). En un comienzo era distinto. Hay una
instancia de literatura que precede al libro. Y con esto no quiero plantear, de
ninguna manera, que el libro sea, en la literatura, una instancia necesariamente
posterior, superior, una evolución en el vínculo con la literatura 16. Sin
embargo, es la que hoy en día resulta más visible y más considerada en el
campo de la literatura socialmente legitimada.

16
De hecho, si pienso en mi propia historia, me encuentro con un recorrido
inverso. De un lector solitario, encerrado en el libro, en la infancia, a un uso de la
palabra literaria en contextos muy diferentes: lecturas compartidas en voz alta, radio,
incorporación de fragmentos en el habla cotidiana, entre otras prácticas. No poco de
esto lo debo a mi experiencia en el Centro de Lectura.

18
Martín Broide Una playa, un poema

Estos dos fragmentos también presentan ejemplos de prácticas de literatura


que no implican “libro” ni “lectura” en un sentido literal. La lectura
comprende aquí escribir poesía, canciones, copiar poemas en un cuadernillo,
cambiarles una letra y apropiárselos, tanto como agarrar libros y leer cuentos.

Por otro lado, mientras se acostumbra a separar muy claramente la escritura


de la lectura y a dar a la autoría un lugar muy importante en el campo de la
literatura (Simone 1992), vemos de qué manera aparece, en estos fragmentos,
una concepción de la literatura que no está centrada en esta división tajante.
La distinción entre copiar y escribir es planteada al comienzo, pero en la
oración siguiente aparecen en un mismo plano, como compatibles, continuas.

El cuadernillo es, en esta instancia, un soporte perfecto. ¿Qué es un


cuadernillo? Un cuaderno común y corriente en el que se copian textos que
gustan, se inventan poemas, se hacen dibujos, entre otras cosas. En mi
experiencia de trabajo en una escuela y una biblioteca de la zona he visto
varias veces personas con este tipo de elementos en los que se conjugan,
habitualmente sin marcas de autoría, textos de diversa procedencia. El
cuadernillo es un dispositivo en el que se enmarcan una serie de prácticas de
literatura en las que la distinción entre leer, copiar, inventar y escribir no
están tan asentadas como en otros sistemas.

Es posible pensar esta problemática como una tensión entre lectura y


literatura. Por un lado, porque no toda lectura es una lectura literaria. Por el
otro, sin embargo, es posible, ahora, decir también que no toda literatura
implica actividades de lectura o libros.

Una antropología de la lectura se encuentra, así, con dos caminos: o bien


permanece en la lectura como fenómeno restringido y observable, tomando en
cuenta todo lo que implica descifrar un código, pasar los ojos por el papel,
etc., o bien deja de lado la lectura en ese sentido para centrarse en lo que
estamos llamando literatura. Yo elijo la segunda opción. Tal vez porque es en
la literatura que encuentro mis espacios de libertad.

¿Por qué, entonces, sigo hablando de lectura? Hay dos razones para ello. La
primera, que fue buscando lectura como me encontré con literatura. Mantengo
el término para desnudar el movimiento de deconstrucción. La segunda es una
elección política. Elijo quedarme en el terreno de la literatura, para pelear en
el terreno de la lectura. Del término “lectura” que aparece en el “fomento de
la lectura”, la “promoción de la lectura”, “mediación de lectores”. Para

19
Martín Broide Una playa, un poema

plantear que, cuando hablamos de lectura, no sólo hablamos de leer. Yendo un


poco más lejos, ni siquiera hablamos sólo de palabras. Así lo cuenta, al narrar
la experiencia de un taller de escritura, Mirta Colángelo (2003):

“Y salimos al jardín del Patronato para seguir haciendo otras lecturas. Lecturas
de lenguajes no verbales. El del tilo que se lee con los ojos en otoño y con la nariz
en primavera. El de las violetas que nos regalan en invierno ramitos para todos. O el
de los barcos de papel en que los chicos escriben buenos deseos y que siempre
echamos a navegar en el cordón de la vereda los días de lluvia”.

C REER EN LA LITERATURA ( UNA ORILLA )


“Recuperar figuras del sueño
como quien gana terreno al mar
y fundar en esa mínima playa
el temblor de un pequeño poema”
Roberto Juarroz (2005)

Leer el tilo, leer las violetas. Leer las estaciones. Con los ojos, con la nariz.

Quiero, a modo de cierre, hacer una recapitulación de la forma en que la


literatura, más allá del soporte del libro, se constituye como una forma de
relacionarse con el mundo.

Retomemos estas palabras de Analía:

“leer un libro es entrar en otro mundo. Un mundo… bueno… como ya dije, hecho
por mí misma a través de lo que estoy leyendo”.

Leer un libro, abrir el espacio poético. Entrar en otro mundo. Y la literatura


como una posibilidad.

Una posibilidad, en primer lugar, de desterritorialización. Una apertura a


otro mundo, una apertura a otro territorio. Creer en la literatura es creer que es
posible realizar este viaje a través de las palabras.

Otra posibilidad: la literatura hace que las palabras me digan. Las palabras
pueden ser el material con el que se construye un mundo, un mundo en el que
se puede entrar, existir. El lector es, en ese mundo, a través de palabras.

Esta característica de la literatura implica una experiencia singular del


lenguaje, en el que las palabras no son un instrumento para decir, sino la
misma posibilidad de ser. En términos de Larrosa (2003), podríamos pensar en

20
Martín Broide Una playa, un poema

un lenguaje que “no es solamente algo de nuestra propiedad”, sino el


horizonte mismo de la existencia. La literatura como la posibilidad de que el
lenguaje hable.

O, en términos de Petit, cuando plantea que la posibilidad de elaborar un


mundo propio está íntimamente ligada a “un uso no inmediatamente utilitario
del lenguaje” (2001:111).

En estos términos podríamos pensar también la idea de insipiración. Jony


dice que

“si llueve… tengo que ir a mi casa y escucho como caen las gotas… se
viene… se viene la inspiración como esas gotas”

La inspiración se da cuando el lenguaje acontece en sí mismo, “se viene”,


toma al escritor desprevenido. Quien está inspirado no se propone manejar el
lenguaje, sino que se deja ser en él. Creer en la inspiración es dejarse llevar
por esta apertura.

Asociada con este no utilitarismo y con la desterritorialización, la literatura


también implica la posibilidad de detenerse en el acto de ver, desmecanizarlo.
Según Jony, el sentido de la poesía

“es ver las cosas comunes… lindas, o feas… sea lo que fuere… de un ámbito
distinto… de otra perspectiva. Sería la poesía. Algunos lo ven como un cuento, otros
como poesía”.

La literatura como apertura a un mundo que es varios mundos. Como


espacio desde el que se puede mirar de otro modo.

El espacio poético es el origen de estas posibilidades, la puerta, la apertura.


Creer en el espacio poético, creer en la literatura, implica estar dispuesto a
relacionarse con las palabras de cierta manera particular. Implica dejar en el
lenguaje un vacío, un silencio, una espera.

A la vez, la literatura, el espacio poético, necesitan de una creencia, de una


confianza en ese vacío. Sin adherir al mundo posible de la literatura, no hay
literatura posible. Para leer (y vuelvo a ese sentido amplio, abierto, de la
lectura) hay que creer.

El espacio poético, la creencia, como una orilla. Como margen y punto de


partida, lugar para embarcarse.

21
Martín Broide Una playa, un poema

Por eso vuelvo a Bachelard (2000), que nos habla de una “adhesión
fenomenológica”, de un “impulso sincero”, de una “modestia sistemática”. Es
a partir de esa adhesión, de esa sinceridad, de esa suspensión del juicio, que
vivimos los poemas, que las imágenes resuenan, que se abren espacios de
lenguaje que el lector habita.

La literatura como apertura de espacios de lenguaje. Esos mundos “hechos


(…) con lo que estoy leyendo”. Creer en la literatura implica creer en que las
palabras ofrecen esta posibilidad. Que las palabras no están sólo para
comunicarse, que no son sólo un código a descifrar. Como diría Valery
(1995), las palabras, en poesía, tienen fuerza mítica. Creer en la literatura:
creer en una palabra creadora. Una palabra fundante.

Una playa para fundar un mínimo poema.

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