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Introducción
Con el fin de organizar mis observaciones me he valido del modelo teórico que Ken
Wilber propone en Psicología integral (Wilber, 1994), Proyecto Atman (Wilber,
1996) y Una visión integral de la psicología (Wilber, 2000), en su propuesta
metodológica de Los tres ojos del conocimento (Wilber, 1991), así como en los
principios filosóficos y epistemológicos señalados en Sexo, ecología y espiritualidad
(Wilber, 1997), y El ojo del espíritu (Wilber, 1998).
Niveles de conciencia
Entenderemos por nivel de conciencia a los diferentes estructuras del “Gran Nido
el Ser” donde el Yo puede asentar su centro de gravedad en forma temporaria y
desde el cual experimenta su existencia de un modo característico. Ello quiere
decir que el YO, para poder manifestar su vida, se “instala” transitoriamente en
un nivel específico del SER, desde donde comanda todo accionar. De este modo,
desde cada nivel, encuentra una perspectiva del mundo y desarrolla un modo de
plasmar su “programa de vida”. En cada paso de ese viaje, se pueden manifestar
versiones a las que llamaremos saludables y otras a las que llamaremos
patológicas.
Siguiendo esta idea, cada nivel contiene una “legalidad” específica, una forma de
organización energética, una dinámica, un modo de cristalización manifiesta, algo
así como una arquitectura que delimita lo probable y genera lo posible para la
manifestación concreta de ese ser-en-el-mundo. Y a su vez, cada nivel proporciona
un modo característico de sensación de identidad que va emergiendo a “la Piaget.”
Al principio el niño está fundido con el mundo material. Poco a poco el niño va
diferenciando las sensaciones físicas de su cuerpo y las del entorno que le rodea.
Por ejemplo: al morder la sábana, no siente nada, pero al morder su pulgar siente
dolor. De este modo la conciencia va delimitando como yo lo que “siente” y no yo
aquello que no siente. La visión del mundo es fundamentalmente sensoriomotora.
Cuando ocurren “problemas” severos en este nivel se originan versiones de ser
humano que manifestarán una dinámica que llamaremos psicótica.
2. Yo emocional (sensaciones, emociones, inicio del preoperacional, 2-4 años)
El niño está fundido con el mundo de los impulsos y de las emociones primitivas.
No es capaz de distinguir entre sus emociones y las de su madre. Progresivamente
comenzará a diferenciar sus emociones del entorno emocional. Se producirá
entonces el nacimiento psicológico del niño. En este estadio los símbolos y las
imágenes no se diferencian de los objetos que representan. Es un mundo dominado
por el desplazamiento y la condensación mágica. La visión del mundo es
emocional-sexual y mágica. Cuando ocurren “problemas” en este nivel se darán
versiones del ser que generan dinámicas que llamamos Borderline y narcisistas.
7. Yo Psíquico
8. Yo Sutil
El nivel sutil hace referencia a aquellos procesos que son más sutiles que la
conciencia de la vigilia ordinaria, las iluminaciones y los sonidos interiores. Este es
el misticismo teísta, porque implica nuestra propia forma arquetípica, la comunión
con Dios. En este nivel el yo bioenergía debe dar paso al yo arquetipo. Ello implica
que ante la pregunta quien eres, la conciencia responde: soy amor, o soy luz, o soy
todos los seres sensibles. Cuando ocurren problemas en este nivel, los maestros
guías hacia el estado de iluminación requieren diferenciar una autentica
experiencia mística teísta o unión con el arquetipo de una alucinación o falsa
experiencia.
9. Yo Causal (absoluto)
El axioma en que me basaré es el que dice que aún cuando no se planifique, todo
contacto humano generará alguna clase de vínculo. Por lo tanto a la hora de
seleccionar las intervenciones que se han de aplicar en el proceso terapéutico
(estrategia), así como la forma concreta en que se realizará (táctica y técnicas) será
de crucial importancia generar de manera conciente y planificada, el vínculo en el
que las acciones terapéuticas ocurren. La importancia de tomar conciencia de la
clase de vínculo que creamos en la psicoterapia se debe a varios motivos:
FALACIA PRE/TRANS
En un sentido técnico específico Ken Wilber ha definido la falacia pre/trans en
relación a la confusión generada entre los dominios PREracionales y
TRANSracionales de la conciencia. Al definir nueve niveles de conciencia:
1. los tres primeros son preracionales, preegoicos, prepersonales y en este sentido
resultan no racionales.
2. los tres intermedios son racionales, egoicos, personales.
3. los tres últimos son transracionales, transegoicos, transpersonales y resultan no
racionales al igual que los estadios pre.
Wilber ha señalado en sus observaciones que por el hecho de ser no racionales, los
estadios primeros suelen confundirse frecuentemente con los últimos. En esta
dirección, los modelos teóricos que podríamos denominar “elevacionistas” tienden
a considerar en numerosas ocasiones, ciertas manifestaciones no racionales
producto de niveles preegoicos de conciencia (como por ejemplo fantasías
grandiosas narcisistas o incluso delirantes), como producto de niveles de conciencia
superiores o transpersonales. O sea, tienden a “elevar” los primeros niveles de
conciencia, hasta los últimos sin atravesar los niveles intermedios. De este modo,
diversas manifestaciones fantasiosas y poco realistas (o incluso patológicas) son
consideradas como experiencias auténticamente místicas y de carácter
transpersonal.
Por otra parte, en numerosas ocasiones, las posturas racionalistas, tienden a
confundir (y reducir) numerosas experiencias místicas auténticas a fantasías
prepersonales de carácter imaginado o incluso patológico. En otras palabras,
tienden a reducir los niveles superiores de la conciencia a manifestaciones de los
inferiores, dado que, desde el nivel en que se encuentran, no cuentan con las
herramientas apropiadas para realizar tal distinción. De esta manera, numerosas
experiencias espirituales auténticas, son consideradas como meras fantasías
producto de la imaginación de la persona que las experimenta.
Es por este motivo que el concepto de falacia pre/trans puede resultar de
verdadera utilidad a toda aquella persona interesada en su desarrollo personal.
Dicho modelo puede proporcionar interesantes indicadores a la hora de
diferenciar una progresión o una regresión frente a una nueva clase de experiencia
que accede a la conciencia.
CONCLUSIONES
P. Meehl, el prestigioso psicólogo clínico describía la Psicoterapia, hace más de 30
años, como “el arte de aplicar una ciencia que todavía no existe” (Feixas y Miró
1993). Dichos autores, opinan que esta paradójica definición de Meehl servía para
poner de manifiesto la situación coyuntural tanto como para mostrar una
aspiración legítima. Desde entonces, el área de los tratamientos psicológicos se ha
desarrollado considerablemente, sin que ello haya requerido un consenso
manifiesto en torno a una definición explícita del área. No obstante, “la búsqueda
de una definición sistemática de la psicoterapia ha preocupado y sigue
preocupando a los investigadores” (Feixas y Miró 1993). Sabemos que existen
grandes diferencias entre las escuelas actuales de psicoterapia, tanto en su
interpretación de los síntomas y sus estrategias terapéuticas, como en su
descripción de la dinámica básica de la personalidad humana y su forma de
abordarla. En lo que la gran mayoría de las escuelas suelen coincidir (y en esto
podemos adoptar la metodología de Wilber respecto a la construcción de
generalizaciones orientadoras (Wilber 1998) es en que el vínculo terapéutico juega
un rol fundamental en cualquier proceso de psicoterapia más allá de la tecnología
que cada modelo emplea para el cambio.
Cerraré entonces este artículo con esta idea: dado que la importancia del vínculo
terapéutico es un tema en el que hay poca controversia, se me ocurre como un
excelente punto de partida sobre el que enfocar nuestra atención a la hora de
proponer alguna clase de intervención al sistema consultante. Más allá del
diagnóstico “formal” que cada modelo provea como base para el diseño de las
acciones terapéuticas, necesitamos dar cuenta de un modo racional de la clase de
vínculo que vamos a elegir construir dada la problemática del sistema consultante.
He encontrado particularmente útil el modelo creado por Ken Wilber para
utilizarlo como un metamarco que organice las observaciones más allá de cada
teoría de psicoterapia, de modo de poder planificar la construcción del vínculo del
mismo modo que planificamos el resto de las intervenciones; y como herramienta
para comenzar a incluir de un modo auténticamente trans-racional la dimensión
espiritual del ser humano.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS