Alfred Adler (1870 – 1937) fue un médico y psiquiatra Vienés. Coetáneo de Freud,
empezaron su andadura juntos para separarse finalmente por cuestiones ideológicas.
Freud creía que la conducta del individuo era algo dinámico, producto de fuerzas
contrapuestas. Consideraba que toda conducta estaba motivada por uno o más
instintos fisiológicos innatos. Opinaba que algunas conductas satisfacían directamente
los instintos, mientras que otras lo hacían sólo indirectamente. En cualquier caso, el
modelo de Freud era siempre la reducción del impulso, ya que toda conducta aspiraba
de alguna forma a reducir la tensión fisiológica. Freud describió como los distintos
instintos repercutían sobre la conducta poniendo especial énfasis en el sexual.
Adler, sin embargo, no estaba de acuerdo con esta teoría, no creía que el ser humano
se redujera a instintos y a su satisfacción. Para él, el ser humano es un ser
eminentemente social, gregario, por lo que la meta última de su comportamiento sería
obtener un sentimiento de “PERTENENCIA E IMPORTANCIA”. Cualquier conducta
humana, por tanto, tiene por objetivo hacer que el individuo se sienta perteneciente al
grupo (sea cual sea éste: familia, escuela, equipo de natación, grupito de juego del
parque…), que es parte de él, que es importante, puede contribuir y su contribución es
necesaria para que el grupo funcione adecuadamente.
Para Adler (qué además vivió una época histórica complicada) la sociedad estaba
acabada y pensaba que la única manera de salvarla era a través de la educación a la
infancia; sin embargo, era consciente de que los modelos educativos de la época
jamás conseguirían este objetivo. La educación autoritaria y de control, la educación
“vertical”, aquella que castiga el error, jamás enseñaría a los niños a ser los adultos
que esa sociedad necesitaba para sanar y prosperar. Para favorecer la motivación y
los aprendizajes, debemos tratar el error como “una maravillosa oportunidad para
aprender” y no como una oportunidad para hacer sentir mal al niño por lo que hizo
(con el fin de que aprenda).
Firme defensor del respeto, consideraba que era necesario hacer un cambio en la
educación, pasar a la educación “horizontal”, aquella que trata al niño como un igual,
preservando su dignidad. Sin embargo advierte: tratar con respeto no quiere decir
permisividad ni libertinaje; esto puede ser igual o más perjudicial que el control
autoritario.
Para él, el niño (desde que nace) está tomando decisiones en base al sentimiento de
pertenencia e importancia (qué hacer o no para lograrlo); es lo que Adler define como
“Lógica Interna”.
Los niños, son maravillosos observadores, pero muy malos intérpretes. Vamos a verlo
con una pequeña historia.
Imaginemos a una niña de 4 añitos. Una niña que come sola, tiene control de
esfínteres, colabora en el vestido, duerme solita… A esta niña, un día sus papás la
llaman y, con una sonrisa, le dicen: “cariño, te vamos a hacer un gran regalo. Un
regalo para que estés siempre con el, juegues y lo cuides. Vamos a traerte un
hermanito”. La niña, que ya “es mayor”, empieza a ver como la tripita de su madre
empieza a crecer y crecer, cómo empiezan a venir regalos que no son para ella,
muñecos, ropita, una cuna. Todos están contentos, pero mamá cada vez está más
cansada y no juega con ella como antes.
Un día mamá y papá se van y ella se queda con los abuelos. Le dicen “ya viene tu
gran regalo”.
A los dos días mamá y papá vuelven con una cosa chiquitita que llora y llora. La niña
observa todo, es una auténtica científica.
El gran regalo no hace nada solo: le basta con llorar para que mamá y papá vayan
corriendo.
El gran regalo no usa el baño, se hace caca y pis encima y mamá le quita el pañal
corriendo.
Papá y mamá le hablan con un tono muy muy amoroso y le dicen muchas tonterías,
pero bonitas.
La gente viene de visita, los tíos, los abuelos, a ella la saludan y van corriendo a ver al
dichoso regalito.
Ella quiere ir al parque como antes, cuando mamá la llevaba todas las tardes y
jugaban y reían. Pero ahora no van. Si acaso un par de días papá la lleva un poquito,
hay que volver a casa rápido por si mamá y el bebé lo necesitan.
Mis padres están todo el rato con el regalo. El regalito no hace nada sólo y papá y
mamá se lo hacen. Consigue todo lo que necesita llorando. Como papá y mamá están
siempre ocupados con él, ya no tienen tiempo para mí. Mis papás no me quieren como
“¡Pero hija! ¿Otra vez te has hecho pis?, ¿qué es eso de no querer comer sola?, ¿es
que ya no sabes vestirte? ¡Creía que eras mayor ya!”
Este mecanismo de lógica interna es lo que permite a los niños “construirse”. A partir
de su genética, el ambiente, la observación y la interpretación, formarán las creencias
que les llevarán a comportarse de una u otra forma con el objetivo de conseguir ese
sentimiento de pertenencia e importancia, decidiendo cómo es el mundo, cómo son
ellos y que tienen que hacer para prosperar (sentirse con significado, importantes, que
pertenecen). Dice Adler que (y a pesar de seguir acumulando experiencias
posteriormente y sobre todo en la adolescencia) es de los 0 a los 5 años cuando se
construye el grueso de lo que el llama “Estilo de vida” (nuestra forma de actuar en
función de si percibimos la situación como amenaza a nuestro sentimiento de
pertenencia e importancia, cuando nos sentimos tranquilos o estresados).
CONDUCTA
VISIBLE
Conducta
Los niños necesitan que se les reconozca y se les vea, tener sensación de poder,
poder de decisión, saber que son tratados y pueden tratar con justicia, contar con
habilidades para poder desenvolverse en el mundo. Como veremos más adelante, si
estas necesidades no se cubren y los niños no consiguen esa significancia en el
grupo, “tendrán” que lograrla de otras maneras; la mala conducta será la forma de
hacerlo y nuestro trabajo como padres será ver algo más que la misma para poder
ofrecer a los niños una alternativa correcta para conseguirlo siempre desde la
conexión y el respeto, sin premios ni castigos, confiando en sus capacidades y dando
la oportunidad de equivocarse para aprender y reaprender.
Imaginaos a Pedro. Es un niño al que continuamente le está dando órdenes: ¡vístete!,
¡haz la cama!, ¡lávate los dientes!, ¡prepara la mochila! ¡date prisa o llegaremos tarde!.
En este ritmo frenético Pedro comienza a sentir que no cuenta, que sólo cuenta que
haga las cosas rápido y sin rechistar. Empieza a sentir que todo el rato tiene que hacer
lo que le digan, aunque no le apetezca, aunque esté haciendo algo que le guste más.
Además, no le dan tiempo, todo va demasiado rápido, no llega. Comienza a sentir
agobio, está nervioso y desmotivado, sus padres sólo le mandan qué hacer. Un día,
Pedro, que ha dormido un poquito mal y está cansado, decide no hacer caso a su
madre. Prefiere jugar, QUIERE JUGAR. Decide que eso es lo que quiere hacer en ese
momento, es mucho más divertido. Mamá sigue metiéndole prisa hasta que él, muy
enfadado, le dice que NO QUIERE Y NO PIENSA IR HOY AL COLEGIO. Discuten.
Mamá le regaña, le castiga sin parque a no ser que empiece hacer cosas ya. Se
queda sin parque. Pero da igual, Pedro se siente mejor, siente que, de alguna manera,
lo han tenido en cuenta; él no mandará, pero ha conseguido demostrar a su madre
que ella tampoco.