UNA ANTROPOLOGÍA
DE LA FIESTA Y LA PERFORMANCE
CELEBRAR
Gustavo Blázquez y
María Gabriela Lugones (eds.)
Autoridades UNC
Rector
Dr. Hugo Oscar Juri
Vicerrector
Dr. Ramón Pedro Yanzi Ferreira
Secretario General
Ing. Roberto Terzariol
Prosecretario General
Ing. Agr. Esp. Jorge Dutto
Parte I. Lugares 29
Capítulo 1. Señoras y señores, el Palacio Ferreyra abre sus
puertas para todo el país: celebraciones de cultura para todos
en la Ciudad de Córdoba (2004-2007).
María Lucía Tamagnini 31
Capítulo 2. Inaugurar una casa, crear una orquesta.
Políticas culturales en Salta en la transición al siglo XXI.
Laura Navallo 63
Capítulo 3. De semillas y esquejes a flores, una (y otra) vez:
fiestas, activismo y cultura cannábica.
María Cecilia Díaz 91
Epílogo
María Gabriela Lugones 327
Gustavo Blázquez
Primero, celebrar
9
sujetarnos, con placer y frenesí, a un orden que nos hace sujetos.
Los festejos hacen y nos hacen.
Fiestas de cumpleaños, inauguraciones de instituciones
culturales, temporadas teatrales en Villa Carlos Paz, carnavales
barriales, variados «mundos de la noche» cordobesa, permiten
indagar quiénes, qué y cómo celebramos. A lo largo del libro nos
interesamos por la parafernalia festiva utilizada en la producción
del amasijo de sentidos y sentimientos, que generan y gestionan
las fiestas Los diferentes capítulos se encargan de analizar el con-
junto de prácticas y objetos empleados en determinados actos o
ceremonias, destinados a la creación mágica de belleza y felicidad.
Las preguntas que formulamos giran en torno a cuestiones como
los recursos que alimentan y se consumen en el proceso de pro-
ducción del regocijo; los sujetos que manufacturan y montan la
maquinaria festiva; los trucos que aseguran –o no– el poder cele-
bratorio; los efectos y afectos de las fiestas ¿Dónde reside el «secre-
to encanto» de las conmemoraciones?
El caleidoscopio de performances que presentamos permite
observar cambios recientes en las formas de celebrar y da cuenta de
las marcas que las incesantes luchas, por y contra la imposición de
un orden neoliberal, dejaban en las fiestas. El libro muestra varia-
ciones en diversas tradiciones de conocimientos, de organización
de la producción artística y comercial, de guiones sexuales, de po-
líticas de gobierno, de afectos, de transformación de la cultura en
un recurso (Yúdice, 2002).
En las páginas siguientes atendemos a la espectacularización
de la alegría festiva, a partir de su transición hacia una experiencia
diseñada en forma de «combo», o lote de varias cosas que vienen
juntas, o se venden por el precio de una. En esa dirección, investi-
gamos «la gestión de las emociones» (Blázquez y Castro, 2015) y
las tecnologías disponibles, a la hora de gestarlas y administrarlas
(Souza Lima, 2002). Como parte de este proceso, indagamos la
participación estatal y de la «sociedad civil» en la creación del «es-
pectáculo» (Debord, 1991), así como la construcción de formas
10
de gobierno fundadas en la explotación de la capacidad de excita-
ción propia de la materia viva (Preciado, 2008).
Otros homenajes
11
Turner y Turner, 1978). En 1977, fundó el Departamento de An-
tropología de la Universidad de Virginia. Cada vez más atraído por
las prácticas artísticas experimentales propuso, poco antes de su
muerte a fines de 1983, el pasaje de los estudios del ritual al teatro
(Turner, 1982) y formuló las bases para una Antropología de la
performance (1987) y de la experiencia (Turner y Bruner, 1986).
Las propuestas interpretativas del aquí celebrado Victor Tur-
ner nutren, desde su conformación, los análisis de nuestro Progra-
ma. Conceptos como communitas, símbolo ritual, proceso ritual,
drama social, performance, fluir, liminar y liminoide, se transforma-
ron en herramientas imprescindibles para la etnografía. Este libro
sigue sus huellas y se apropia de sus enseñanzas, a las que poliniza
con aportes de la sociología del arte, la teoría queer y el psicoanálisis.
Este conjunto de escritos celebra también la universidad pú-
blica argentina y el trabajo que en ella se realiza. La mayoría de
quienes participamos en este libro recibimos becas y subsidios
de organismos estatales, la Secretaría de Ciencia y Técnica de la
Universidad Nacional de Córdoba, o el CONICET; y es la Edi-
torial de la UNC la que publica este libro. Por último, pero no
por ello menos importante, estos textos homenajean al Programa
de Posgrado en Antropología Social del Museo Nacional, de la
Universidad Federal de Río de Janeiro, donde algunos de noso-
tros aprendimos a amar y practicar el oficio de la Antropología, de
la mano de generosos maestros como Beatriz Alasia de Heredia,
Moacir Palmeira, Antonio Carlos de Souza Lima, Luiz Fernando
Dias Duarte, Lygia Sigaut y Gilberto Velho.
Puntos de partida
13
de relacionamiento. Su tarea parece ser construir, y hacer sentir,
una realidad diferente. Las performances, como analizara Clifford
Geertz (1987), resultan «modelos de», capaces de reinscribir el
orden social en los cuerpos y las conciencias, y «modelos para»
anticipar e incluso generar cambios.
En las celebraciones se hace «a lo grande», por lo que supo-
nen el uso de una gran fuerza de trabajo y una alta inversión, en
materiales, tiempo y afectos. Esta búsqueda deliberada de la abun-
dancia posibilita y se alimenta del desarrollo de una multiplicidad
creciente de bienes y servicios que se producen, ofertan y consu-
men. Ese exceso, propio de la fiesta (Bataille, 1991; Taussig, 1997),
contribuye en la gestación y gestión de experiencias que desbordan
las expectativas cotidianas. Como parte de esa abundancia, social-
mente producida, se genera la apertura de un espacio-tiempo para
lo posible. A través de las celebraciones a veces nos convertimos, al
menos imaginariamente, en aquello que anhelamos ser. Las fiestas
devienen efímera realidad y cumplen sueños, o por lo menos eso
procuran. También pueden convertirse en pesadillas capaces de re-
instaurar, con fuerza, las formas de diferenciación social estableci-
das. La clase/raza, el género, la edad, entre otros diacríticos, se (re)
producen, siempre iguales y siempre diferentes, en los festejos. Los
actos celebratorios manufacturan aquello que agasajan y a aque-
llos y aquellas que lo hacen.
Estos puntos de partida, construidos en diálogo con el trabajo
de campo –y nuestras propias experiencias festivas como sujetos so-
ciales encarnados y excitables– vertebran este libro. Noches de baile,
exposiciones de productos eróticos, inauguraciones de centros cul-
turales, concursos de drag queens o música freestyle, fiestas de cum-
pleaños, y otras performances festivas se convierten en ocasiones
para indagar qué ethos, cosmovisiones, moralidades, cuerpos y emo-
ciones se producían –y reproducían– en esos actos. La etnografía
nos enrostró la capacidad de las celebraciones, plenas de sensacio-
nes, para producir (o no) las realidades que enunciaban. En las fies-
tas, indudablemente, pasaban cosas: se establecían y cuestionaban
14
jerarquías, fronteras, formas clasificatorias; se entrenaba el cuerpo;
se perdía la conciencia; se reía hasta morir; se ganaba y dilapidaba
dinero, prestigio, fama, brillo; se hacía estado y mercado.
Caja de herramientas
15
no siempre se alcanza. La crisis puede transformarse en endémica
y el grupo social encontrar en el conflicto su principal factor de
unificación (Simmel, 1927).
Según plantea Turner (1982), existe una relación de inter-
dependencia entre los dramas sociales y los géneros dramáticos
de las diferentes sociedades. El autor interpreta el carácter diná-
mico de tales relaciones como si se tratara de un bucle recursivo.
Nosotros, apropiándonos de los análisis lacanianos, pensamos ese
modelo como una cinta de Moebius. Los dramas sociales actúan
sobre procesos sociales implícitos que modifican las performan-
ces públicas; éstas, por su parte, transforman la estructura retórica
implícita de las prácticas sociales, y esto modifica la forma en que
se producen los dramas sociales que, una vez más, accionan sobre
los procesos sociales. A través de rituales y ceremonias, los gru-
pos procuran adaptarse al medio exterior y ajustarse, o rebelarse,
a cambios internos. Al hacerlo, se convierten en un espacio para
la observación, objetivación, debate y transformación de las cla-
sificaciones, categorías y contradicciones sociales que se manifies-
tan dramáticamente. Los rituales poseen un valor reflexivo y una
fuerza creadora. Son capaces, tanto de reflectar las relaciones entre
los sujetos y exponer simbólicamente, teatralmente, los conflictos
sociales, como de cuestionarlos y modificarlos.
La unidad mínima del ritual son los «símbolos rituales»,
cuyo significado nunca está absolutamente definido dado que, a
través de las distintas ediciones de las performances y repeticiones
de las mismas acciones, se adhieren nuevos significados a viejos
símbolos (Turner, 1967). Permanentemente, incorporamos sig-
nificados personales a los símbolos públicos, otorgándoles otros
sentidos tanto dentro de sus órbitas semánticas como en la trama
de fantasías y sueños íntimos. En las celebraciones, como parte de
un proceso pleno de conflictos y tensiones, colisiona una multipli-
cidad de sentidos en constante producción.
A diferencia de otras tradiciones antropológicas, Turner
plantea que los símbolos no son necesariamente lingüísticos;
16
variados objetos, actividades, vínculos, gestos o disposiciones es-
paciales pueden convertirse en símbolo ritual. Con fines analíti-
cos, distingue entre símbolos «instrumentales», como la práctica
de prender velas o arrodillarse frente a una imagen, y «dominan-
tes», como la Virgen de Guadalupe (Turner, 1967; 1974). El sig-
nificado y valor de los primeros dependen fuertemente del con-
texto dramático donde aparecen. Son parte de aquello que debe
hacerse o estar presente en una ceremonia pero cuya ausencia,
aunque conflictiva, no hiere de muerte al ritual. Por el contrario,
los símbolos dominantes, también llamados «llave», «centrales»,
«focales», «nucleares», «pivotes», son indispensables. Sin ellos
no hay ritual. Estos símbolos aparecen en un muy amplio con-
junto de prácticas y posibilitan la unificación de sentidos diversos,
en ocasiones, contradictorios. Aunque polisémicos, los símbolos
rituales adquieren un significado más o menos fijo y constante.
Aun cuando fueran utilizados por primera vez, el efecto de «tra-
dicionalización» (Moore y Myerhoff, 1977; Hobsbawn y Ran-
ger, 1983) se relaciona con características de los símbolos rituales,
como la exigencia de una estilización de conductas y gestos, el uso
de un estilo evocativo, su forma repetitiva e icónica. Otra propie-
dad de estos símbolos es la distribución del sentido entre un polo
orético o sensorial, asociado con las dimensiones neuropsicofisio-
lógicas de los procesos perceptivos, y un polo ideológico asociado
con normas, valores y sistemas clasificatorios. Los símbolos no
son sólo buenos para pensar. También son buenos para sentir y
experimentar(nos) carnalmente.
El análisis simbólico procesual que propuso Turner resultó
una herramienta fundamental para dar cuenta del carácter dinámi-
co e inacabado de la producción de sentidos. El método turneriano
incluye un primer nivel analítico relacionado con la exégesis que
hacen los participantes del ritual; un segundo momento asociado
con los usos de los símbolos rituales y con las formas de organiza-
ción social y de los afectos de quienes los manipulan; y un tercero
vinculado con las relaciones entre los diferentes símbolos de un
17
mismo sistema ritual. El autor señala también que, en el primero de
los niveles, deben observarse cuatro dimensiones de los símbolos:
sus nombres; sus características físicas y biológicas; su condición
de «cosas hechas» u objetos culturales; y su naturaleza histórica.
Turner retoma las ideas de Van Gennep (1982) sobre la es-
tructura procesual tripartita de los ritos de pasaje y su distinción
entre una fase de segregación, una liminar y otra de agregación. El
momento liminar, asociado con el umbral y el tránsito entre esta-
dos, no es ni la negación del orden, ni el complemento adecuado
para alcanzar dicho orden. Es ambas cosas a la vez, sostiene Turner
(1982). Es una relación en la cual los contrarios no se eliminan, ni
se equilibran, sino que se generan. Es el período en que se estrellan
los símbolos rituales y surge lo nuevo. Para el autor, la vida so-
cial supone una interrelación entre acciones expresadas en modo
indicativo y otras expresadas en modo subjuntivo. La estructura
corresponde al primer modelo, al juego entre los roles y estatus,
donde se despliegan identidades más o menos fijas; mientras que
las acciones subjuntivas –que en sus primeras obras el autor llama
anti-estructura y posteriormente communitas– colocan en cues-
tión los papeles sociales, las identidades, las certezas. En los ins-
tantes liminares, donde prima el modo subjuntivo, los símbolos
rituales cargados de sentidos se diseminan. Muy diversos montajes
de formas, materiales y sentidos, por bizarros que puedan parecer,
se producen en el pasaje, en ese tiempo-espacio intermedio o «en-
tre». Es en esta fase, inestable y peligrosa, donde reside la posibili-
dad de resignificación y producción cultural de los rituales.
En el relámpago liminar se produce la fusión del sujeto con
el medio y los otros, dando lugar a una «communitas espontánea
o existencial». Esta forma de relación social desafía la construc-
ción volitiva y cognitiva de los vínculos, y hace desaparecer, por un
instante, los dualismos y formas de clasificación. En ella se genera
una sensación holística que Turner, a partir de Mihaly Csikszen-
tmihalyi, denomina fluir (flow). Dicha experiencia, asociada con
el juego, los deportes, las artes y los rituales, se produce cuando
18
las acciones se continúan unas en otras, de acuerdo con una lógica
interna que no necesita, aparentemente, la intervención de la con-
ciencia reflexiva. Su condición de posibilidad es la concentración
de la atención en un pequeño número de estímulos, lo que habi-
lita la pérdida del ego. Los grupos sociales intentan recuperar ese
efímero y significativo momento de fusión a través de un sistema
de normas y principios éticos, generando una «communitas nor-
mativa» que indica cómo volver a experimentar la unidad. El autor
distingue un tercer tipo de communitas a la que llama «ideológi-
ca», relacionada con la formulación de un plan utópico de reforma
social, basado en la recuperación selectiva de trazos relacionados
con las experiencias de fluir y de fusión en una totalidad.
Según propuso Turner en sus últimos textos, la liminaridad
asociada con los rituales de las sociedades precapitalistas se trans-
formó, en las sociedades posteriores a la revolución industrial, en
una experiencia liminoide. Con este término designa la sensación
eufórica de fusión con los otros, relacionada con diferentes géne-
ros artísticos y deportivos. Aunque semejante a lo liminar, lo limi-
noide suele ser producto de autores idiosincráticos que se oponen
unos a otros compitiendo por el reconocimiento en el mercado
del entretenimiento. El modo liminoide se asocia con el juego y el
ocio creativo, y toma la forma de una mercancía. A diferencia de
lo liminar, que tiende a reforzar las categorías sociales mediante
su inversión momentánea, las producciones liminoides resultan
una crítica de la cultura y aunque se generan continuamente, no
se atan a los ciclos de la naturaleza.
Performance y performatividad
19
define como «conductas restauradas, hechas una y otra vez ad in-
finitum» (2000:13), que hacen presente una ausencia. Son prác-
ticas sociales que tienen la particularidad de ser realizadas, no por
primera vez, sino como una repetición que nunca resulta idéntica.
«La conducta restaurada es simbólica y reflexiva: no es conducta
vacía sino llena de significaciones que se difunden multívocamen-
te», sostiene Schechner (2000:108).
Una obra de teatro es una performance tanto como cepillar-
se los dientes o una manifestación política. Sin embargo, como se-
ñala Schechner, es preciso distinguir entre aquellas prácticas que
una cultura determinada denomina performance y la posibilidad
de estudiar diversas prácticas sociales como si fueran performan-
ces. De este modo, al interior de los llamados Performances Studies
surgidos en la década de 1980 en la New York University (NYU),
el término describe tanto un objeto empírico como una perspecti-
va analítica. Entender a las acciones como performances significa
atender a su carácter dramático, describir sus diferentes fases, es-
tudiar sus poéticas, pensar en sus ritmos y en las transformaciones
que producen, analizar su eficacia y su relación con el entreteni-
miento y la estética.
Las performances son «transformances» o «performances
que transforman» (Schechner, 2000:13). Para acercarnos a esta
dimensión performativa de las prácticas dramáticas nos apoyamos
en el reconocimiento del carácter realizativo del lenguaje plantea-
do por Austin (1981) en su filosofía del lenguaje en el cuestio-
namiento –desde la etnografía del habla– de la lengua como una
estructura formal o código (Bauman y Briggs,1990); y en desarro-
llos específicos de la antropología de los rituales (Tambiah,1985).
Esas y otras lecturas complementaron, y complejizaron, nuestra
primigenia caja de herramientas turneriana.
La performatividad, neologismo introducido por John Aus-
tin, describe una dimensión presente en todo enunciado lingüís-
tico, sonoro, visual. Según sus análisis, lo dicho no sólo se adecua
al mundo social y se somete a las convenciones que gobiernan su
20
éxito. Al ser pronunciados por determinados agentes y bajo de-
terminadas situaciones, los actos de habla hacen y constituyen el
mundo que enuncian. Sin saberlo, Austin volvía sobre la magia de
las palabras que había interesado a Malinowski (1935) y a Hubert
& Mauss (1979), e inicia un cuestionamiento sobre el poder de los
discursos. Años después, Pierre Bourdieu (1992) retoma estas dis-
cusiones y plantea, a diferencia del filósofo británico, que la fuerza
de las palabras no reside en ellas y sus «condiciones de felicidad»
(Austin, 1981), sino en el poder de quien las pronuncia. El «mis-
terio del ministerio» se resuelve en la operación de delegación, y
la fuerza performativa sólo actúa cuando el locutor se encuentra
socialmente autorizado (Bourdieu, 1992).
Jacques Derrida (1998) propuso otra manera de trabajar con
los argumentos de Austin. Para este autor, fundamental en la for-
mación de los estudios culturales norteamericanos, los actos de
habla trabajan a partir de una acción infinita de citar. Las palabras
producen la realidad que nombran a partir su continua repetición
y permanente resignificación como parte de un constante proceso
de iterabilidad. El significado se produce en aquello que vuelve,
siempre de manera diferente, una y otra vez, y todo signo es siem-
pre una mención de otro signo. En este estado de cita generaliza-
da, por medio del cual nos humanizamos, no es posible sostener
ninguna metafísica de la identidad. Como reconociera Benjamin
(1989) –y como planteara Clifford Geertz en el epílogo de «An-
tropología de la experiencia» (Turner y Bruner, 1986)– es en el
acto de copiar que se produce el original.
Al igual que el trabajo de Bourdieu, aunque por caminos
teóricos y metodológicos diferentes, la obra de Derrida cuestiona
la intencionalidad del sujeto, presente en la teoría de los actos de
habla. La misma crítica puede encontrarse en trabajos de Judith
Butler, quien se vale de la lectura derridiana de los enunciados per-
formativos de Austin junto con los desarrollos teóricos de Fou-
cault, Lacan, Althusser y el feminismo, para desarrollar su teoría
sobre «los límites materiales y discursivos del sexo». El género
21
no cita al sexo, no es la elaboración psicocultural de las diferen-
cias anatomofisiológicas, sino su matriz de reproducción (Butler,
2001). Para la autora, la «identidad de género», entendida como
una relación entre sexo, género, prácticas sexuales y deseo, es el
efecto de una práctica reguladora, que identifica con la «hetero-
sexualidad obligatoria» (Rich, 1999). En tanto el yo es una cita
del lugar del yo en el habla, no existiría una identidad prediscursi-
va. El yo es de algún modo anterior, y tiene cierto anonimato en
la relación a la vida que anima; «es la posibilidad históricamente
modificable de un nombre que me precede y me excede, pero sin
el cual yo no puedo hablar» (Butler, 2002:317). Sin ser ventrílo-
cuos, los sujetos hacemos el mundo social a través de un proceso
iterativo, performativo, de performances que nos preexisten. La
performatividad «no es un acto único, sino una repetición y un ri-
tual que logra su efecto mediante su naturalización en el contexto
de un cuerpo entendido, hasta cierto punto, como una duración
temporal sostenida culturalmente» (Butler, 2001:15).
Los actos performativos, según reconoce Butler (2001) y
como a fines de la década de 1970 problematizara Stanley Tambiah
(1985), disfrutan de una doble existencia. Las actuaciones poseen
una dimensión teatral; son, por una parte, una performance, una
escena, una acción corporal cargada de sensorialidades. Por otra
parte, poseen una dimensión verbal; son enunciados cuyos efectos
se derivan de las convenciones lingüísticas y del poder de quienes
los pronuncian. Los performativos son simultáneamente palabras
y performances capaces de reunir la dimensión ideológica de los
enunciados, el ethos y la cosmovisión, con su lado orético o sensorial.
Cada actuación no puede ser sino la repetición diferente de lo
mismo que vuelve, una y otra vez, de manera casi idéntica, como re-
conocieron los estudios de performance (Schechner, 2002). El pre-
sente enunciativo de cualquier performance actualiza la posibilidad
de emergencia de lo ambivalente, lo contingente, lo (parcialmente)
indeterminado, lo liminar en términos turnerianos. Existe un mo-
mento de incertidumbre en cada celebración y toda performance,
22
en tanto acto performativo, trae la promesa política de un futuro
(casi) imprevisible. Abierta a la resignificación, capaz de tornar ac-
tual el poder potencial de los subalternos, la fiesta puede devenir
revuelta. Si en la vida cotidiana es posible hacer aquello que no se
puede decir, y decir aquello que no se puede hacer, en las celebra-
ciones el hacer y el decir coinciden. La performatividad es una es-
fera en la que el poder actúa como discurso y como performance.
Spoiler alert
23
las celebraciones hacen –y se hacen– una experiencia liminoide.
En ellas se gestan ciertas corporalidades y subjetividades, a la vez
que se gestionan modos específicos de sujeción en virtud de su
carácter repetido y repetible, de su poética fastuosa. Son acción,
proceso, conflicto. Drama.
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27
PARTE I
LUGARES
CAPÍTULO 1
SEÑORAS Y SEÑORES, EL PALACIO FERREYRA
ABRE SUS PUERTAS PARA TODO EL PAÍS:
CELEBRACIONES DE CULTURA PARA TODOS
EN LA CIUDAD DE CÓRDOBA (2004-2007)
1 El ensayo, que apareció por primera vez en la revista Bantu Studies, recoge
los resultados de sus dieciséis meses de trabajo de campo, entre 1936 y 1938,
en una sección territorial específica de la Unión de Sudáfrica. En 1958, fue
publicado como parte de una obra mayor por el Rhodes-Livingstone Institute,
donde Gluckman se desempeñó como director entre 1942 y 1947. El Rhodes-
Livingstone Institute fue una institución de investigación antropológica fundada
en 1937 en Rodesia del Norte (actualmente Zambia) por el gobierno imperial
británico. Para conocer más sobre este instituto y sus fundamentales aportes a la
disciplina antropológica en el marco de complejas relaciones entre antropología y
colonialismo, puede consultarse: Asad, 1973; Korsbaek, 2015.
31
Gluckman (2003) define a las situaciones sociales como una cate-
goría analítica que busca revelar el sistema subyacente de relacio-
nes entre la estructura social de la comunidad, las partes de dicha
estructura, el ambiente físico y la vida fisiológica de sus miembros
a partir del estudio comparado del comportamiento de miembros
de una comunidad como tal, en cierta ocasión (p. 39).
Las situaciones sociales son «gran parte del material crudo del
antropólogo» (Gluckman: 34), acontecimientos experimentados
a través de los cuales es posible decir algo (Geertz, 2003) de una
sociedad o grupo determinado, sobre la estructura de sus relacio-
nes sociales, las formas de diferenciación/cooperación social, pero
también sobre los modos de concebir y experimentar el mundo.
Al analizar las situaciones en torno a la inauguración de un puen-
te, Gluckman consigue decir algo sobre los modos de relación en-
tre zulúes y europeos en un sistema político económico de domi-
nación colonial. Para ello, se pregunta por los motivos e intereses,
diversos e incluso contrapuestos, que llevaron a las distintas perso-
nas a asistir al evento inaugural, y las significaciones que para cada
uno tenía la ceremonia y el puente construido, el cual «había sido
planeado por ingenieros europeos y construido por trabajadores
zulúes; sería usado por mujeres zulúes yendo a un hospital euro-
peo y por un magistrado europeo gobernando zulúes, inaugurado
por oficiales europeos y el regente zulú» (Gluckman: 39).
Este capítulo también se ocupa de una inauguración, aun-
que no de un puente, sino de un Museo Superior de Bellas Artes;
situado no en la Zululandia colonial, sino en la Córdoba (que fue
colonial) del primer decenio del siglo XXI. Como punto inicial
describo una serie de procesos sociales celebratorios de «cultura
para todos» que precedieron y encuadraron el evento inaugural
del Museo Superior de Bellas Artes Evita Palacio Ferreyra (MSBA),
para luego situarnos en las fiestas de inauguración propiamente
dichas. ¿Cuál fue el diseño que gobernó el proceso celebratorio
(Turner: 11)? ¿Cómo se preparó y ensayó el evento? ¿Quiénes
fueron invitados? ¿Quiénes no? ¿Qué incidentes se suscitaron?
32
Apertura del ciclo celebratorio
2 Blázquez (2012) llama la atención respecto del nombre Media Legua de Oro, el
cual refiere a una unidad de medida colonial fuera de uso en el lenguaje cotidiano
actual. Actualmente, esta denominación no aparece referida en el sitio oficial de
la ACC, aunque esto no implica que se encuentre en desuso. En una nota web
publicada en el portal de noticias Cadena3.com, una guía de turismo de la ciudad
presenta la Media Legua de Oro como «un rosario que une recursos artísticos y
culturales fantásticos». Según su relato, entre las cuentas de este rosario (nótese
la metáfora religiosa) no solo se encuentran los mencionados edificios sino que se
incluyen iglesias católicas como la Iglesia del Sagrado Corazón, más conocida como
Iglesia de los Capuchinos, y la Iglesia de la Compañía que forma parte de la Manzana
Jesuítica. Museos, galerías, teatros e iglesias, todas cuentas del gran rosario cultural/
devocional de la ciudad. (Cultura y Arte en la Media Legua de Oro de Córdoba,
Cadena 3, (2019, 6 de noviembre). Recuperado de: https://www.cadena3.com/
noticia/juntos/cultura-y-arte-en-la-media-legua-de-oro-de-cordoba_245390)
33
Artes; el Museo Provincial de Ciencias Naturales; y el complejo
educativo cultural Ciudad de las Artes, predio que concentra las
escuelas provinciales de música, teatro, bellas artes, artes aplicadas
y cerámica, además de dos salas de teatro y una de exposiciones.
En esos edificios, inaugurados entre abril de 2005 y diciem-
bre de 2007, el gobierno provincial llevó adelante intervenciones
arquitectónicas de diferente magnitud e intensidad: en algunos
casos, las obras consistieron en la remodelación y la ampliación de
edificios existentes (Teatro Real y Museo Emilio Caraffa, el cual se
amplió a partir de la incorporación del inmueble que ocupara el
Instituto Provincial de Educación Física-IPEF); en otros, se crea-
ron instituciones nuevas a partir de la expropiación, remodelación
y refuncionalización de edificios históricos (el Paseo del Buen Pas-
tor, que incluye espacios verdes, propuestas gastronómicas, gale-
rías comerciales y espacios de exposición se construyó sobre la ex
Cárcel de Mujeres del Buen Pastor; y el MSBA); finalmente, al-
gunas instituciones fueron trasladadas a nuevas y modernas sedes
(Museo Provincial de Ciencias Naturales y Ciudad de las Artes).
En todos los casos, se trató de mega obras de infraestructura,
realizadas a partir de grandes inversiones económicas y que impac-
taron sobre el paisaje urbano de la ciudad. Por ejemplo, en la obra
del Museo Emilio Caraffa se realizó una ampliación de 4400 m²
a partir del edificio original (de 1200 m²), con un costo de, según
declaraciones del legislador oficialista Dante Heredia, 16 millones
de pesos (La Voz del Interior, 2007, 1 de noviembre). En el caso
del Buen Pastor, la inversión habría alcanzado los 17 millones de
pesos para la construcción de un conjunto edilicio que incluye
«6000 m cubiertos de reciclaje, 3000 m² nuevos y un espacio ver-
de» (Córdoba y sus espacios culturales, 2007).
«Quizás uno de los mayores méritos [del gobernador José
Manuel de la Sota] haya sido introducir el tema de la cultura en
la agenda de la gran mayoría de los cordobeses», afirmaba el en-
tonces presidente de la ACC, el Lic. Pablo Canedo, en una publi-
cación titulada 8 años de gestión (1999-2007). Cultura para todos.
34
Una apuesta al futuro. Pero, ¿cómo se producía esa introducción?
¿Qué se introducía y qué quedaba por fuera?
El antropólogo australiano Michael Taussig (2014) llama
la atención sobre la fuerza de la estética, de la belleza, «tan cru-
cial para los tipos duros como para el Estado, para los senos más
grandes, los estiramientos faciales o la delgadez esbelta debido a
la liposucción» (p. 10). Embellecer edificios, convertirlos en las
postas de una dorada legua, hacerlos más grandes, más ilumina-
dos, más nuevos, más brillantes, más visitados, más conocidos,
podría remitir a la idea que Taussig retoma de Bataille respecto
de que «el principio de utilidad era insuficiente para entender las
sociedades humanas o las personas. Por el contrario, la exhuberan-
cia de dépense o gasto improductivo condujo a todos los sistemas
económicos (...)» (p. 21) y aquí podríamos agregar, a las acciones
estatales en cultura.
Quiero proponerles pensar la áurea media legua, brillante
como las doradas letras de la folletería oficial, como introducción/
celebración de la cultura por parte del estado provincial cordobés
a través de la intensidad del gasto que condujo el embellecimien-
to de los edificios y gobernó sus celebraciones inaugurales. En ese
acto/gasto, el estado provincial se construía a sí mismo como in-
troductor/proveedor de «cultura para todos». La Media Legua de
Oro como dépense, que será reactualizada en las múltiples inaugu-
raciones del MSBA. Dépense de dépense.
35
y arquitectónico de la Provincia» (Ley N° 9213, 2005). Esta pri-
mera acción gubernamental en la historia del MSBA conllevó un
cambio de propiedad que colocó a disponibilidad del estado pro-
vincial un inmueble de extraordinarias características, un Palacio,
sin una finalidad de uso asignada concretamente. Fue la posesión
de dicho inmueble lo que luego resultaría en la creación de un
museo (Tamagnini, 2010: 95-105).3
En sus primeros tiempos, el MSBA pudo haber sido un des-
pacho protocolar del gobernador para recibir gobernantes o gran-
des personalidades; un hotel para visitantes de lujo y un museo
artístico. Por ejemplo, durante la realización de la Cumbre de los
Presidentes del Mercosur, los días 30 y 31 de junio de 2006, los pre-
sidentes y cancilleres tuvieron su cena de recepción y se tomaron la
foto oficial en el Palacio. Paralelamente, durante esos dos días, en
el Palacio se exhibieron 35 obras de arte argentino y latinoamerica-
no (Cumbre de presidentes del Mercosur en Córdoba, 2006). La
Ley de Expropiación, no obstante, al consagrar el edificio como
pieza del patrimonio histórico, cultural y arquitectónico provin-
cial, esbozaba un camino a seguir; esto es: posicionaba la discusión
sobre el Palacio en el ámbito del patrimonio y la cultura, lo cual
constreñía el arco de posibilidades sobre qué hacer con la casona.
La balanza se inclinó definitivamente hacia la transformación del
inmueble en un museo destinado a «la exposición y exhibición
pública de las obras de arte de propiedad del Estado Provincial y
las que en el futuro pueda adquirir» (Ley Nº 9345, 2006).
El proyecto de Ley de Creación del MSBA, presentado
ante la legislatura provincial en diciembre de 2006, da cuenta de
la vinculación entre cultura y economía (Yúdice, 2002). Entre
sus fundamentos, es posible leer una caracterización del mismo
como «dinamizador de la zona céntrica de la ciudad» ya que,
36
luego de las mejoras en infraestructura, estimularía la instalación
de emprendimientos privados y otras actividades culturales «que
permitan una oferta más plural, agregándole al sector público el
privado». Así, Córdoba pasaría a contar con su propio «polo cul-
tural», que, al modo de las «grandes metrópolis», resultaría «ac-
tivador de la actividad turística nacional e internacional» (Diario
de Sesiones del Poder Legislativo Unicameral, 2006: 3482-3483).
Ensayar es celebrar
37
acababa de ser definido y funcionarios de la ACC se encontraban
abocados a la selección de personal para cubrir las distintas áreas
de trabajo: educación y guías, recepción y personal de sala. Algu-
nos fueron convocados luego de haber acercado currículum y/o
proyectos a la ACC en alguna ocasión; a otros les aconsejaron que
los llevaran ya que «iba a haber una contratación de mucha gente
porque se iban a inaugurar el Caraffa y el Ferreyra». Una ex recep-
cionista dijo durante una entrevista que algunos también habían
entrado «por contactos, porque sabemos como funciona esto»,
refiriéndose a los mecanismos instalados de adjudicación de car-
gos públicos. De este modo el museo pasó a contar con un cuerpo
de personal conformado por alrededor de 50 personas contrata-
das, de las cuales la mayor parte no había sido asignada a un área
determinada al momento de ser convocada ni contaban con un
espacio de trabajo.
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ceremonial y protocolo. Esta última podría interpretarse como
forma de entrenamiento de los cuerpos para su desempeño ade-
cuado, esto es, según lo dictaban las normas de etiqueta fijadas por
la Dirección de Ceremonial y Audiencias del gobierno provincial
para las celebraciones inaugurales. Las y los empleados debían in-
corporar posiciones, modos de vestir, de moverse, de dirigirse a las
y los invitados que las autoridades consideraban apropiados para
la ocasión. El saludo, por ejemplo, debía realizarse por intermedio
de alguno de los funcionarios del museo o del gobierno provin-
cial, sino era preferible no interferir el recorrido de los «invitados
especiales», como cónsules y artistas. El modo de vestir estaba de-
finido por el uso de un uniforme obligatorio que constaba de dos
versiones, una femenina y otra masculina. Los varones debían usar
traje negro, camisa blanca, corbata y zapatos de vestir. Las mujeres,
pantalón de vestir también negro, remera o camisa blanca, zapatos
de taco alto y un pañuelo al cuello. El uniforme también exigía
pelo corto, barba recortada, ausencia de piercing en el rostro o lu-
gares visibles, nada de maquillaje y tatuajes ocultos.
La persona encargada de la capacitación controlaba el cum-
plimiento de esas reglas durante los eventos especiales y perma-
nentemente les llamaba la atención sobre el estado del peinado o
del uniforme: el cabello debía estar bien recogido y el vestuario
no podía tener ninguna arruga. Una entrevistada contaba que, en
ocasión de una visita dedicada al cuerpo consular de la provincia,
el encargado le indicaba a quienes atender «más amablemente» y
a quienes no tanto. O señalaba a las mujeres, ya fueran guías o re-
cepcionistas, la posición correcta del pañuelo, alrededor del cuello
y hacia un costado.
Durante los ensayos, el equipo protocolar enseñaba el uso ce-
remonial del espacio para dar la bienvenida a los invitados especiales:
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primer plano, y hacia la izquierda nos habían puesto al grupo
de guías, uno al lado del otro, así, tipo soldado (Ex guía).
Tuve que hacer el primer recorrido con todo: con todas las au-
toridades, con todo el personal de sala, como una prueba pilo-
to… estaban las autoridades del museo, todo el personal, más
el personal del [Museo Emilio] Caraffa, más los conservadores
y un par de arquitectos de la construcción, el resto el equipo
de guías y todo el personal de sala, o sea que eran como 90 per-
sonas las que tenía que guiar y teníamos que armar, de alguna
manera… como si fuera un versito. (…) [en la visita] asumís un
rol, era como un actor de teatro: me paraba, y decía: “Bueno,
hagamos de cuenta que son todos ciudadanos ignotos, así que
yo les voy a dar la bienvenida como si fuere…” Me presentaba:
“Señores yo soy A., y les voy a presentar acá, este es el Palacio
Ferreyra” y empezaba con la historia de la casa.
40
«había una cuestión de sotovoce constante, de resolver atrás de
puertas. Sh…! Silencio! Cerrá la puerta, que no escuchen… ¿y no-
sotros? Había una incertidumbre constante: ¿qué vamos a hacer?
No sé… están decidiendo…».
Los momentos de ocio eran también utilizados para reac-
tualizar jerarquías. En su receso, las y los trabajadores disponían
solo de la antigua cochera del Palacio, «un pasillón [sic] donde
había un tablón con dos caballetes y otro tablón con dos bloques
de cemento (…) era horripilante estar ahí, un lugar con tres tubos
fluorescentes, sin ninguna ventana» (Ex guía). Allí podían fumar
un cigarrillo, comer o conversar un poco ya que nada de eso po-
día hacerse en el jardín o en el interior del edificio. Esta vigilancia
era experimentada por algunos de ellos como contraria a sus ex-
pectativas de trabajo en un museo estatal. Incluso las situaciones
asociadas al cumplimiento estricto de normas de protocolo eran
consideradas excesivas para la labor de guía o recepcionista. «En
un museo! Viste, estamos trabajando con cultura y nos sentimos
como si estuviéramos trabajando en la cárcel» (Ex guía).
Invitar es celebrar
41
Concejo Deliberante; autoridades militares y de las fuerzas de se-
guridad con asiento en la provincia; colegios profesionales (por
ejemplo, el de Arquitectura); miembros del cuerpo consular;
deportistas; grupos barriales; empresarios; «gente de la cultura»
(artistas, gestores culturales, galeristas, críticos de arte, miembros
de las escuelas de arte) y periodistas de medios nacionales y loca-
les. Cada grupo era convocado en distintos días y horarios, desde
la mañana a la noche y, según se comentaba, había sido una idea
original del gobernador.
Cuando preguntaba por la dinámica de estas inauguracio-
nes exclusivas, las y los entrevistados respondían diciendo: yo
no me acuerdo exactamente, creo que…, no me acuerdo quién
más. Ninguna fue difundida públicamente y se desarrollaron en
forma de fiestas o recepciones privadas, en el sentido de que solo
podían ingresar quienes habían sido previamente invitados. El
objetivo era, según el artista y profesor Sergio Blatto, subdirector
del museo en aquel momento, «probar que todo estaba en per-
fectas condiciones, iluminación, personal, recorrido de la gente,
etc. (…) después de cada una se evaluaba como había salido todo
y se modificaban algunas cosas». Por su parte, el periódico local
La Voz del Interior (LVI) refirió a estas inauguraciones reservadas
como destinadas «a grupos bastante exclusivos de personas [que]
pudieron recorrer el museo semanas previas a su apertura oficial»
(2007, 17 de octubre).
En un museo apenas terminado, con la muestra reciente-
mente montada y luego de una limpieza rápida de los salones,
los grupos eran invitados a ingresar y conocer la nueva joya de la
provincia. Al ingresar los recibían, al pie de las escalinatas, el go-
bernador y el director de la ACC, eran los que acaparaban toda la
atención, según recordaba una ex guía entrevistada. Ambos fun-
cionarios conducían ellos mismos la visita guiada, especialmente
el gobernador, acompañado por miembros del área de educación,
quienes hacían las veces de refuerzo erudito sobre muestra y obras.
Según entrevistados que presenciaron estos recorridos, se trataba
42
de un acompañamiento en silencio, ya que «nadie iba a intentar
contradecir» el discurso de las autoridades en ese contexto.4 Las y
los invitados también podían conocer las salas en forma personal y
requerir, si lo deseaban, el servicio de las visitas guiadas. Para esto,
las y los guías se ubicaban
43
y Dolores Cáceres, cuyas obras formaban parte de la muestra in-
augural del MSBA.
La magnificencia y ostentación del evento se percibían desde
la llegada: en el portón de rejas que se halla sobre la vereda, un
guardia de seguridad preguntaba el nombre de la persona que de-
seaba ingresar y, si figuraba en la lista de invitados, era conducida
hacia el personal de recepción que la acompañaría hasta las puer-
tas del museo, luego de atravesar el jardín delantero. Ese ingreso
solemne se mezclaba con la ansiedad y curiosidad por entrar -por
primera vez tal vez- a un lugar emblemático para la ciudad y sus
habitantes, que además había sido remodelado y transformado.
(…) previo a abrir estaban con una tensión todos que nos hi-
cieron formar en fila, las mujeres por este lado, los varones por
otro lado, la puerta al medio. ¿Y yo qué hago? Vos quedate al
fondo tomando champagne! (…) No, no, quedate por acá. Los
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demás, todos quietos… ¡no estás al medio de la sala! Ponete al
medio, abrí la puerta, ¡ah!!! (…) Y toda la gente empezó a en-
trar, entraron todos los artistas y ninguno fue a la sala, todos
fueron al champan y al sanguche, como todo buen artista…
después recorrieron alguna que otra visita guiada (Ex guía).
5 En la página web del servicio de catering contratado para aquella fiesta, figura
una breve reseña sobre la historia de la empresa en la cual el trabajo realizado en
la inauguración del Palacio Ferreyra se presenta como un antecedente del servicio
45
artista invitado. «Estar ahí, en ese palacete, uno se sentía parte de
la corte del Rey de Francia, ¿viste? Y el hecho de que no era una
entrada abierta…».
Para quienes habían sido invitados en tanto «partidarios del
arte», la celebración estaba vinculada con la apertura de un nuevo
espacio para las artes y la cultura de Córdoba. Un artista lo expli-
caba del siguiente modo:
VIP [Very Important People]: «A partir del año 2007, se lanza el Servicio de
Lunch Vip, siendo quienes inauguramos el PALACIO FERREYRA, Museo
CARAFA [sic], y efectuando inumerables [sic] Lunch en El Paseo de las Artes,
Paseo del Buen Pastor, Museo de Artes Contemporáneo». En el encabezado
de esta sección hay una pequeña foto; en ella podemos ver a quien podría ser el
dueño de la empresa, parado al pie de las escaleras centrales del Palacio, luciendo
un traje negro, con camisa blanca y corbata, escoltado por los dos gobelinos que
se exhiben en el primer piso. Aunque en el momento de la pesquisa no conseguí
averiguar que incluía este servicio, navegando en la web de la empresa pude
aproximarme a posibles menúes en la sección Armá tu presupuesto. Por ejemplo,
un Menú Senior ofrecía, en el nivel máximo: sandwichería, bocaditos fríos, tablas
de fiambre, bocaditos calientes, mini brochette, para flambeada, postre, tortas,
brindis y bebida canilla libre. Todo esto por un monto aproximado de 6000 pesos
en el año 2009 (1500 USD). Recuperado el 18 de septiembre de 2009, de: http://
www.ciudadcatering.com.ar/masinformacion.asp?key=63
46
aclaraba que no todos podían ocuparlo del mismo modo: la mayo-
ría podía asistir como espectador, unos pocos podrían perpetuarse
en esas paredes a través de sus obras. El Palacio como símbolo de
las desigualdades sociales de principio de siglo XX era reactuali-
zado al transformarse en un Museo. Allí, se reproducían nuevas
desigualdades constitutivas del mundo del arte local, entre con-
sagrados y jóvenes, entre quienes habían sido invitados (y quienes
no) a esa exclusiva fiesta de la cultura.
47
(PJ) en conmemoración del día en que fue liberado de prisión el
general Juan Domingo Perón en 1945 . El entonces gobernador
pertenecía al PJ y, además, era presidente del Consejo Provincial
del partido, distrito Córdoba. La inauguración coincidía también
con un particular contexto provincial post eleccionario. El dos de
septiembre de 2007 se habían realizado en la provincia elecciones
para elegir gobernador, vicegobernador y diputados provinciales.
El triunfo del candidato oficialista fue impugnado públicamen-
te por el candidato opositor que obtuvo el segundo lugar, quién
acusó al oficialismo de haberle «robado los comicios», en referen-
cia a un supuesto fraude electoral.6 A esta situación se sumaba la
finalización del segundo mandato consecutivo (1999 a 2007) del
gobernador saliente, momento propicio para la realización de eva-
luaciones y balances por parte de los agentes políticos y de la po-
blación en general. Según algunas exégesis de la celebración, la cul-
minación del mandato operaba como fundamento de la apertura
del museo con bombos y platillos, expresado en la frase: «quiere
inaugurar antes de irse».
Aquella mañana del 17 de octubre los anuncios sobre la
apertura del nuevo espacio para las artes comenzaron temprano.
En un importante canal televisivo local se podía ver, alrededor de
las 8 ó 9 de la mañana, un anuncio que informaba que ese día
abría sus puertas el nuevo Palacio Ferreyra, convertido ahora en
un Museo Superior de Bellas Artes. El anuncio mostraba una vista
panorámica de los interiores remodelados, como «el imponente
hall central que alberga una monumental escalera y un gran bal-
cón perimetral», los salones de recepción convertidos en el bar, las
habitaciones de primer piso transformadas en salas y el restaurado
jardín de invierno. De fondo sonaba una pieza de música clási-
ca, que reforzaba el carácter solemne y culto de los espacios que
6 La diferencia oficial entre el primer y el segundo lugar en estas elecciones fue del
1%. El candidato del oficialismo obtuvo el 37, 17% de los votos mientras que el
candidato opositor obtuvo 36, 04% de los votos.
48
descubrían las imágenes. Pocos eran los que habían podido ingre-
sar alguna vez a esa lujosa casona, en general a raíz de algún evento
particular (ya que se alquilaba para casamientos, desfiles, fiestas).
La prensa escrita anunciaba la apertura mediante titulares:
«El PJ busca retomar la iniciativa con festejos populares»; «Abre
sus puertas el Palacio Ferreyra»; «El Palacio Ferreyra revela hoy
sus secretos». En estas notas se publicaba parte del programa de
la inauguración, se mencionaban los números principales y se
anunciaba que al término del show se habilitaría la entrada al pú-
blico, que ingresaría por grupos hasta cubrir un cupo de 600 per-
sonas. Mientras que en el primer titular citado la inauguración del
MSBA quedaba asociada a un acto político-partidario promovido
por el justicialismo local en el día de su principal efemérides, en los
otros dos solo se mencionaba la apertura del «Palacio Ferreyra»
luego de secretas remodelaciones.7 La inauguración del MSBA
era, en el mismo acto, celebración de un nuevo espacio para las
artes, celebración de «8 años de gestión», celebración de la leal-
tad peronista; era «acto oficial» y «movida de la militancia pero-
nista» según una nota de la sección Política de LVI (2007, 13 de
octubre). Las múltiples celebraciones condensadas en el evento in-
augural estructuraron el modo que adoptaron las relaciones entre
los diferentes grupos participantes en varios momentos del festejo.
Aproximadamente a las 10 de la mañana, se realizó la prime-
ra actividad programada por los organizadores: «una visita guia-
da para la prensa e invitados» a la que asistieron periodistas de
diferentes medios (gráficos, radiales y audiovisuales) tanto locales
como de otras ciudades del país (La mañana de Córdoba, 2007,
18 de octubre). En la puerta de ingreso podían verse camarógra-
fos, reporteros, corresponsales, yendo y viniendo en un intenso
7 Algunas de las prácticas que caracterizaron este modo secreto fueron: la falta de
información pública sobre las remodelaciones, la ausencia de concurso público
para la selección del proyecto arquitectónico, la no publicación y exhibición
del proyecto antes de comenzar con las intervenciones edilicias, entre otras (Cf.
Tamagnini, 2010: 123-133).
49
trajinar. A través de esta apertura especial para prensa, el gobierno
cordobés ofrecía a los medios de comunicación masiva la posibi-
lidad de obtener información oficial (imágenes, datos, historias)
sobre el nuevo museo en unas condiciones ideales: sin más público
que los periodistas mismos y con guías especializados que explica-
ban cada sala del museo, la importancia de las pinturas allí expues-
tas, las refacciones y remodelaciones realizadas.
Acciones y objetos transformaban el interior del MSBA en
escenario principal de la celebración: junto a inscripciones orales
–pensemos, por ejemplo, en las visitas guiadas que se ofrecían a
los periodistas: allí, a cada sala se le añadía un relato sobre un frag-
mento de la historia del arte junto con una anécdota vinculada
al pasado de esa misma sala como habitación de una casona de
principios de siglo XX-, presentaba escrituras predominantemen-
te visuales –como el montaje de la muestra en su totalidad y a su
vez, algunos recortes en particular, como las Cuatro Estaciones
de Malanca dispuestas en el hall central del Palacio- y corporales
–aquí estamos considerando principalmente el conjunto de nor-
mas protocolares que regían el comportamiento de autoridades y
personal del museo y, también, en la presencia y circulación del
servicio de catering. Todos estos elementos transformaban no sólo
la casona en un museo sino al museo en un lugar de teatro (Sche-
chner: 74), un lugar donde se actuaba una inauguración, donde el
estado provincial celebraba la cultura.
Más allá de los muros del Palacio, en la vereda, la circulación
estaba modificada por un vallado dispuesto a lo largo y a lo ancho
de la vereda, enmarcando el portón de rejas por el que se ingresa-
ba a los jardines. Estas vallas grises, en algunos sectores custodia-
das por grupos de policías de la provincia, escribían en el espacio
delimitando el escenario de la performance oficial y señalando la
exclusividad de lo que acontecía. Un intenso ir y venir de personas
conectaba la calle, dónde el tránsito había sido interrumpido, con
el museo: mozos, periodistas, camarógrafos, invitados especiales,
funcionarios y empleados entraban y salían mientras se mezclaban
50
con curiosos, personas que pasaban por la vereda y también, con
un grupo de manifestantes.
Del lado interno del vallado y con el portón de rejas negras
como decorado de fondo, se efectuaba «una protesta pacífica y
creativa» (Alberto, 2007: E2). Se trataba de unas quince perso-
nas, entre las cuales me encontraba, y con quienes realizamos una
manifestación para expresar nuestro «desacuerdo y desagrado
por todo lo que implica la inauguración de esta burrada de De
la Sota y Canedo», según podía leerse en un panfleto que distri-
buíamos (¿Otra vez vamos a quedarnos callados ante la destruc-
ción del patrimonio?, 2007). Cuatro manifestantes, tres de ellas
artistas visuales y quien escribe, nos habíamos vestido con trajes
que remitían a la Belle Époque, haciendo referencia al momen-
to de construcción del Palacio (1911-1916) y a sus características
estilísticas y arquitectónicas. Habíamos llegado alrededor de las
9 de la mañana, por lo que conseguimos ubicarnos exactamente
delante del portón de rejas, en el espacio que se conformaba entre
éstas y el vallado, que comenzaron a armar luego de nuestro arri-
bo. Teníamos algunos carteles, que confeccionamos allí mismo en
cartulina, con mensajes como «¿Vamos a seguir convalidando la
destrucción del Patrimonio?», «Documento de Cultura/ Docu-
mento de Barbarie»,8 y «Bailando por un sueño: De la Sota en el
Ferreyra».9 Además, repartíamos volantes donde explicitábamos
los motivos la protesta entre las personas que ingresaban al museo,
muchas de ellas periodistas.
Organizamos esta manifestación con un grupo de amigos, lue-
go de enterarnos la fecha oficial de apertura. En dos días, redactamos
un volante y lo imprimimos, creamos una cuenta de correo especial,
8 Era nuestra paráfrasis de la tesis VII Sobre el concepto de historia, del filósofo
Walter Benjamin (1982): «No existe un documento de cultura que no lo sea a la
vez de la barbarie. Y como en sí mismo no está libre de barbarie, tampoco lo está el
proceso de transmisión por el cual es traspasado de unos a otros».
9 Nos referíamos al programa de televisión Bailando por un sueño, conducido por
Marcelo Tinelli. Por aquellos años era uno de los más vistos de la televisión abierta.
51
abrimos un blog, y comenzamos a enviar e mails masivamente a
todos nuestros contactos. El empleo de estas herramientas, que es-
taban a nuestro alcance y no exigían grandes costos, nos permitió
garantizar difusión y ampliar la convocatoria. El reclamo se dirigía
principalmente contra la refuncionalización de edificio y contra «la
idea de cultura y de arte del actual gobierno basada en faraónicas
obras arquitectónicas excesivamente caras», tal como rezaba en el
panfleto. El acontecimiento inaugural, al que no nos habían invita-
do, se presentaba como una ocasión ideal para visibilizar y exponer
nuestra oposición hacia las políticas culturales gubernamentales en
la que se enmarcaba este museo y la Media Legua de Oro.
Llegado el mediodía las personas comenzaron a retirarse,
tanto los que participaban de la inauguración para prensa, como
los que participábamos del «boicot al Ferreyra», denominación
que utilizamos para referirnos a la protesta. Antes de retirarnos,
una recepcionista salió a la vereda y nos invitó cordialmente a
ingresar al museo; aunque nos tentamos, decidimos rechazar esa
invitación para no convalidar con nuestra presencia aquello que
repudiábamos desde fuera. Se trataba de participar en el evento,
ocupar activamente un lugar en él pero no según lo que determi-
naba la partitura oficial de la performance.
Durante la tarde, y repitiendo el patrón establecido para in-
auguraciones de edificios u obras públicas, se realizó puertas aden-
tro la ceremonia de preapertura del museo, un programa ofrecido
solo para funcionarios e invitados.10 En el portal web de la provin-
cia publicaron una fotografía de este momento que representaba
el tradicional corte de cintas por parte del gobernador saliente, en-
cargado de realizar la apertura simbólica del museo en compañía
de algunos funcionarios como el director de la ACC y el director
del MSBA; más el recientemente electo gobernador y su vice. Otro
conjunto de fotografías publicadas en la referida web, mostraban
52
al grupo de funcionarios e invitados ingresando al edificio simbóli-
camente abierto para realizar un recorrido por las salas que incluía
breves paradas frente a algunas obras de tanto en tanto.
Una guía que estuvo presente ese día describió a los asistentes
como «personas de clase muy alta, con muchas joyas, vestidos de
fiesta y tapados de piel». Estos soberbios atuendos contrastaban,
según su recuerdo, con los de la gente que trabajaba, ataviada con
sobrios trajes negros; «una cuestión de asepsia», decía. Ese con-
traste que ella definió como «de clase» era reforzado por gestos
corporales y modos de interacción entre sí y para con el personal:
53
Detrás del vallado, de esquina a esquina, la circulación de per-
sonas continuaba. Algunos pasaban, se detenían unos segundos y
retomaban su camino. Otras permanecían detrás de las vallas, en
pequeños grupos, esperando el comienzo del espectáculo. El grupo
del boicot al Ferreyra también estaba tras las vallas. Nos recuerdo,
junto a las y los amigos que estaban acompañando, eufóricos y ex-
pectantes ante el rumbo que podía tomar el programa inaugural
y la protesta; satisfechos por estar allí manifestándonos y también
por lo que considerábamos una «buena convocatoria». Según una
crónica periodística, éramos «una decena de manifestantes, artis-
tas, estudiantes de plástica y música que continuaban protestando
con volantes, silbidos y carteles de cartulina» (Alberto, 2007: E2).
La manifestación de la mañana había crecido, principalmen-
te, respecto al número de participantes. Minutos antes de que un
locutor diera inicio al acto de apertura, unas 20 personas, que se
presentaron como bailarines y estudiantes del Ballet Oficial de la
Provincia, se sumaron a la protesta. Reclamaban ante las autori-
dades provinciales por la supuesta reciente venta a un grupo in-
mobiliario -que había adquirido también el edificio del shopping
Patio Olmos- de dos salas del Teatro San Martín que el Ballet usa-
ba para sus ensayos (Carreras, 2007: 2A). La celebración, por su
carácter público, constituía una situación propicia para visibilizar
estos reclamos y disputar la legitimidad de determinadas acciones
gubernamentales realizadas en nombre de la cultura. «Mientras
otros festejan nuestro teatro está de duelo», rezaba uno de los car-
teles sostenido por un bailarín manifestante. Versiones celebrato-
rias coexistían -no sin conflicto- con versiones condenatorias que
convertían la fiesta en una ocasión de duelo.
El escenario se iluminó pasadas las 20. Las primeras filas de
sillas estaban ocupadas por invitados especiales y funcionarios de
gobierno provincial y municipal.
54
ustedes y nosotros podamos disfrutar precisamente del arte
de nuestros verdaderos artistas. Para dar comienzo, para dar
apertura, con este concierto inaugural de este bellísimo mu-
seo voy a presentarles en primer término a un artista (…)
55
y exclusivo Palacio Ferreyra transformado en un elegante y lujoso
museo. La espera se hacía larga ya que el ingreso estaba restringi-
do a grupos de alrededor de 100 personas. Quienes trabajaron esa
noche como guías o recepcionistas, recordaban aquella jornada
como intensa y agotadora:
56
provincial en lo que fuera la casona «más característica de la oli-
garquía local» celebraba la embestida de parte de un gobierno
auto definido como peronista hacia cierto sector económico social
que denominaban oligarquía cordobesa. Tal como afirmara un le-
gislador al presentar el proyecto de creación del MSBA:
57
hasta la madrugada del día siguiente. Las vallas fueron alterando,
de la mañana a la noche, las posibilidades de circulación peatonal
y vehicular por la zona. Mientras duraba el montaje del escenario
principal, el boicot al Ferreyra fue tolerado. Pero cuando la pro-
testa creció numéricamente y comenzamos a hacer más ruido, la
presencia de las y los manifestantes resultó intolerable. Primero,
fuimos desplazados tras las vallas. Más adelante, violentamente
expulsados del teatro de la performance, que admitía solo la con-
templación como forma de celebrar la cultura para todos.
En su participación, como invitados especiales, en algu-
na de las instancias del ciclo celebratorio, determinados sujetos
se hacían artistas, gente de la cultura, de la política, peronistas,
militantes. Quienes organizamos el boicot, encontrábamos en
la apertura oficial una situación pública propicia para hacernos
manifestantes y posicionarnos como agentes interesados en la dis-
puta por la definición de políticas culturales locales. Finalmente,
entre la protesta y la observación participante, también estaba allí
como etnógrafa.
Ninguna de estas formas de celebrar se piensan aquí como
antagónicas, opuestas o irreductibles. Al contrario, plantearlas
como un continumm conduce a reflexionar sobre las maneras en
que se relacionan cada uno de los grupos que participan en las
situaciones sociales;, cómo esas relaciones y asociaciones entre in-
dividuos cambian constantemente, de acuerdo a los intereses, va-
lores y motivos que determinan el comportamiento de los sujetos
en diversas situaciones. Así, «los individuos pueden vivir vidas
coherentes a través de la selección situacional de una mezcolanza
de valores contradictorios, creencias incompatibles, e intereses y
técnicas variadas» (Gluckman, 2003: 49).
Cierto patrón de diferenciación y cooperación organizaba
las relaciones sociales durante el ciclo celebratorio en un equilibrio
temporal. Las inauguraciones reservadas o exclusivas diferencia-
ban a las y los invitados especiales del público común. Los primeros
podían conocer el museo antes que nadie mientras eran agasajados
58
por los funcionarios con arte, champagne y canapés. Los segun-
dos, tenían que hacer largas filas para finalmente poder ingresar
por turnos y en grupos de mas de 100 personas. Todos, aunque
en diferentes formas, cooperaban con la celebración, actuando de
acuerdo a lo que establecía el protocolo. El vallado de acceso al pa-
lacio/museo instauraba diferencias entre quienes (se) hacían (en)
el ciclo inaugural. Si el interior era el lugar de invitados especiales y
funcionarios durante la apertura oficial, el exterior era el territorio
del público común, de los shows gratuitos y populares, dónde los
funcionarios se mostraban en primera fila, y también dónde era
posible manifestarse y protestar aunque no sin restricciones. En
cooperación con quienes organizaban la celebración, una recep-
cionista nos invitó a ingresar al museo, abriendo la posibilidad de
transformar el boicot en un exclusivo recorrido guiado. Luego, un
grupo de personas que asistía a los shows nos expulsó de los feste-
jos a patadas y empujones.
Grupos e individuos presentes se comportaron como lo hi-
cieron debido a que el MSBA, como el puente para europeos y
zulúes, siendo el centro de sus intereses, los asoció en una cele-
bración común. Los intereses (no tan) diferenciados tanto de los
organizadores del evento como de invitados especiales, manifes-
tantes y público confluyeron en la celebración de la apertura de un
«nuevo espacio para las artes», aunque algunos estaban de fiesta y
otros, de luto. Esa confluencia temporal, atravesada por relaciones
de conflicto y cooperación, convirtió al ciclo celebratorio en una
performance eficaz que hacía cultura para todos, estado y gestión.
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59
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61
Agradecimientos
62
CAPÍTULO 2
INAUGURAR UNA CASA, CREAR UNA
ORQUESTA. POLÍTICAS CULTURALES EN
SALTA EN LA TRANSICIÓN AL SIGLO XXI
Laura Navallo
63
ellas refiere al propio término cultura, en el sentido que fue ana-
lizado por Norbert Elias (1993; 1997),1 es decir como un proceso
de transformación. Si bien su sentido etimológico estuvo asociado
primeramente a la labranza de la tierra, al cultivo, desde Cicerón
comenzó a aludir al cultivo del espíritu hasta fines del siglo XVIII
y principios del XIX; luego pasó a referir a un estado de cosas. Es-
tos elementos son los que contribuirán con posterioridad al desa-
rrollo de los nacionalismos, ya que la noción al referir a un estado,
al reificarse, permite que de ella puedan abstraerse características
sustanciales como definidoras de una colectividad asentada en te-
rritorios delimitados.
Elias (1997) quiso dar cuenta cómo cultura fue empleada
en relación a una cultura nacional, homogénea y homogenizado-
ra. Para ello observó que, mientras un grupo de personas creaba
una imagen de sí se formaba simultáneamente un conjunto de
emociones, valores que apelaban a códigos de comportamientos
y que, en lo que él llama un proceso civilizatorio, esas normas se
internalizaban y configuraban subjetividades. Estas normas no
fueron vistas por los sujetos como construidas sino como dadas.
Estos códigos de comportamiento de distintos sectores sociales se
relacionan también con códigos, a mi entender, de gobierno. Esto
último conforma la otra instancia a ser analizada en este ensayo.
Partimos de la idea de gobierno propuesta por Foucault
(2007) que significa disponer de las cosas mediante la utilización
de tácticas, técnicas y constituir un saber en relación a los sujetos
a los que se dirigen las políticas y las acciones de gobierno. Esta
clave analítica posibilita aprehender las incidencias que distin-
tas técnicas y tácticas tienen sobre la conducta de otros, ya que
1 Según Elias (1997), en Alemania del siglo XVIII, cultura fue empleado por
un grupo de intelectuales para expresar su auto imagen y sus ideales. Estos
intelectuales emplearon el término de kultur (cultura) para formular una historia
de la cultura distanciada de una historia de la política (enfocada en los príncipes
y las cortes de los Estados absolutista). Mientras que cultura era percibida como
antipolítica y humanista y se centraba en el desarrollo del ser humano.
64
supone actuar sobre sus comportamientos y con ello dar lugar a
la configuración moral de las poblaciones a las cuales se dirigen las
acciones gubernamentales.2
Como este ensayo trata de conmemoraciones y, lo que en
ellas se realiza, considero importante atender al carácter reiterati-
vo de las prácticas sociales y que, en su repetición, semejante a la
anterior sin embargo diferente, se (re)crean sentidos, valores, je-
rarquías, desigualdades, grupos sociales sobre quienes se gobierna
y se ejerce poder. Para ello tomo la noción de conducta restaurada
de Richard Schechner (2000) porque permite analizar lo singular
de una acción social al tiempo que ésta resulta una cita de otras
acciones que le preceden. La conducta restaurada comprehende
una dimensión temporal y su recorte depende del interés analítico
de la investigación. En términos de Schechner, como la «cinta de
un filme» las prácticas sociales se desenvuelven en una «partitura
de performance» que se ensayan, se entrenan, se restaura aquello
que se hizo en el ensayo, se lo cita y se lo prepara para una perfor-
mance pública.3
La inauguración de la Casa de la Cultura y la creación de la
Orquesta Sinfónica son las performances de este ensayo. Y para
comprenderlas retomo el proceso que dio lugar a esas celebracio-
nes compuestas por distintos momentos. Primeramente, presento
discusiones del proyecto de ley de creación de la Orquesta Sinfó-
nica en las Cámaras de Senadores y Diputados provinciales como
65
instancia previa a la reinauguración de la Casa de la Cultura. En
el contexto de esas discusiones traigo el drama social que supuso
esa creación en las y los músicos locales. Luego, reviso lo que se
hacía cuando se decía y afirmaba a Salta como cultura en la inau-
guración de la nueva Casa de la Cultura. Finalmente, expongo los
conciertos inaugurales de la Orquesta Sinfónica.
Esas acciones transcurrieron a fines de la década de los 90 e ini-
cios del año 2000-2001 cuando el gobierno de la provincia, durante
el mandato del gobernador Juan Carlos Romero, escogió la expre-
sión Salta es cultura para presentarse ante sus ciudadanos, el resto
del país y el mundo. Por un poco más de medio siglo, Salta se dio a
conocer como la linda. El pasaje de Salta la linda a Salta es cultura
no fue solamente el cambio de un eslogan asociado al turismo sino
una forma de movilizar y (re)producir representaciones sociales en
torno a lo “propio” de Salta, o como suele llamarse, la salteñidad.
Lo propio de Salta se formó y se forma a través de un trabajo
social de prácticas institucionales, fiestas inaugurales, ritos de ins-
titución; por la participación de distintos agentes sociales, entre
ellos organismos internacionales, entidades gubernamentales es-
tatales y civiles. También por el trabajo del tiempo, por políticas
de la memoria (y el olvido); por discontinuidades discursivas; por
prácticas de producción de comunidad. Asimismo, lo propio de
Salta indica un lugar y, asociado a éste, una cultura.
Locus y cultura confluyen en el sentido de cultivo. El locus
se expresa en la tierra, la que puede dar frutos por medio de la
labranza. Como señalé, con Cicerón el cultivo se hizo extensible
al espíritu e implicaba, al igual que la tierra, una labor. La relación
que conecta la cultura con la tierra y el espíritu es de muy larga
duración y ha dado lugar a diversas manifestaciones, entre ella el
despliegue del romanticismo, el surgimiento de los nacionalismos
tanto en América como en Europa y ciertas formas de hacer esta-
dos nacionales y provinciales.
Lo que en este capítulo propongo analizar es la fuerza per-
formativa que tuvo la expresión Salta es cultura, el contexto en el
66
que fue enunciado, las características presentes en la instancia de
su alocución y los efectos sociales, políticos y simbólicos que tuvo
esa afirmación. Dicho enunciado se reiteró una y otra vez en dis-
tintas performances sociales, y no solo eran palabras las que pro-
ducían realidad sino que éstas se repetían en otras acciones cultu-
rales, tales como la remodelación de la Casa de la Cultura (1999)
y el Teatro Provincial (2007); la creación del Instituto de Música
y Danza de la Provincia y la Orquesta Sinfónica de Salta (2001); el
Museo de Arqueología de Alta Montaña (2004); el Museo de Arte
Contemporáneo (2004); el Ballet Estable de la provincia (2007).
Además de las reformas en el casco histórico de la ciudad de Salta
y también en otras obras públicas que, como el Museo de Bellas
Artes de la Provincia, se terminaron recién durante la gobernación
de Juan Manuel Urtubey (2007-2019).
Aquello que se considera como lo propio no es unívoco ni
atemporal, sino que se reactualiza según valores e intereses, disposi-
ciones y disputas de poder. Lo que se evoca como lo propio hunde sus
raíces en eventos pasados, discontinuos que produjeron y producen
imágenes y representaciones de Salta y la salteñidad, y conforman
un repertorio de prácticas y discursos que suele configurarse en la
tensión entre lo culto y lo popular. Estas tensiones aparecerán actua-
lizadas, como veremos más adelante, en las celebraciones escogidas.
Así como cultura en tanto cultivo del espíritu se caracteri-
za por contener en su término una acepción de larga duración,
de manera semejante, ésta ha sido manipulada por las élites para
representarse en ella y hacer uso de la misma para moralizar a una
población en nombre de la civilización y el progreso. En este senti-
do, cultura y civilización se constituyeron como términos indiso-
ciables y asociadas a un proceso de transformación subjetiva que,
si bien remite a una dimensión individual, tal propósito de trans-
formación se encarna en un nosotros que hace de un «ideal del yo»
«nuestro ideal» (Elias y Scotson, 2000).
El repertorio de imágenes y símbolos utilizados para la ima-
ginación de una Salta la linda pero también cultural se vincula
67
con elementos asociados al mundo rural, el gaucho, lo indígena. A
partir de ellos se fueron construyendo versiones y variaciones de la
«cultura salteña» y reinventaron (y reinventan) tradiciones. A lo
largo de la historia argentina, distintos discursos y prácticas hicie-
ron de Salta un lugar de tradiciones gauchas, pero sus diferencia-
ciones dependían de quiénes eran los sujetos de esas enunciaciones.
Las tensiones recurrentes entre lo culto y lo popular, en esto
que parece constituir por casi un siglo «lo propio de Salta», encon-
tró su lugar en otros enunciados performativos que reverberaron en
el pasaje de la linda a cultura. Solo haré mención a las sonoridades
que esos ecos provocaron. «Salta es una canción», decía César Per-
diguero y se repetía obstinadamente durante los Festivales Latinoa-
mericanos de Folklore en los años 60; «Salta tierra de guitarreros y
poetas»; «Salta tierra de poetas y de músicos»; «Salta, tierra de mú-
sicos y poetas». Esas variaciones se realizaron según las apuestas en
políticas culturales para la ciudad y la provincia. Cuando la guitarra
fue el instrumento musical de referencia nos encontramos frente
a políticas que reforzaban la tradición y lo popular, pero cuando
pasaron a llamar a las sonoridades ya no por el instrumento que la
emite sino por su condición musical, vemos producirse esa trans-
formación que se promovía a través de la cultura.
Ese pasaje de tierra de guitarreros a tierra de músicos fue un
umbral discursivo que permitió la inauguración de una Orquesta
Sinfónica y, a partir de allí, se instaló como una institución que
daba jerarquía cultural a la provincia en relación a otras del país.
La lucha simbólica disputada por el gobierno provincial era con-
tra las representaciones de retraso, la promoción de las artes cultas
buscaba presentar a Salta como «pujante» capaz de evidenciar
progreso y desarrollo. Cuando se evocaban sonoridades folklóri-
cas estuvieron mediadas por intérpretes que disponían del capital
social y simbólico que lograba hacer el puente entre esos universos
culturales, por ejemplo, Eduardo Falú.
Las prácticas culturales conforman un espectro más amplio
que lo que puede ser delimitado por una política estatal provincial
68
y menos por lo que se establece como lo propio. La cultura no es
unívoca sino un campo de disputas y luchas por dar sentido y sig-
nificado a prácticas sociales que también se inscriben como cul-
turales. Las políticas culturales estatales son una vía de acceso a la
comprensión de las maneras en que se hace Estado y los modos me-
diante los cuales se construye una comunidad política asentada en
un territorio delimitado y se expresa, en este caso, como cultural.
69
también en la pública caracterizó a la institución desde sus inicios.
La realización del mes cultural año tras año hasta la actualidad dio
lugar a la rutinización del Abril Cultural, permitió que se guber-
namentalizara, sin perder su condición liminar, y al mismo tiem-
po instaló sentidos de lo que fuera cultura y lo que debía significar
para la sociedad salteña. El proyecto cultural que se gestó durante
treinta abriles culturales –el período referenciado aquí– sirvió de
umbral de posibilidad para las políticas culturales estatales em-
prendidas por el gobernador Juan Carlos Romero (1995-2007).
En cada ceremonia, acontecimiento gubernamental o cívico
se reiteraba una y otra vez sentidos en torno a cultura y en cada re-
petición se re-presentaba, de manera siempre diferente, valores en
torno a lo que allí se llamaba y consideraba como tal. Uno de esos
momentos fue una de las sesiones de las Cámaras de Senadores y
Diputados cuando se creaba el Instituto de Música y Danza de la
Provincia y la Orquesta Sinfónica de Salta. Otro fue durante las
ceremonias inaugurales de la nueva Casa de la Cultura que tuvie-
ron lugar en el día conmemorativo a la muerte de héroe de la in-
dependencia Martín Miguel de Güemes (17 de junio). Y también
se hicieron presentes en la inauguración de la Orquesta Sinfónica
de Salta en el marco del Abril Cultural Salteño. En varias de estos
acontecimientos además de dotar de sentido a cultura se celebra-
ba la salteñidad. Las políticas culturales se inscribieron en un ca-
lendario ritual que entrelazaba abril con junio, y hacía converger
propuestas políticas divergentes produciendo una comunidad po-
lítica, cultural y moral.
Se lleva a cabo una forma de gobierno en tanto y en cuanto
un grupo constituido como asociación civil tuvo por finalidad que
las personas que frecuentaran eventos culturales elevaran su espí-
ritu. Posteriormente, ese mismo propósito fue promovido por el
Estado y las acciones culturales emprendidas se convirtieron en po-
líticas culturales. Accionar sobre el comportamiento fue también
disciplinar el gusto y las formas de devenir sujetos en el mundo.
Ese disciplinamiento se relacionaba con un conjunto amplio de
70
prácticas (talleres, conferencias, jornadas, conversaciones posterio-
res a la presentación de los espectáculos) a través de las cuales se en-
señaba los modos legítimos de concebir y experimentar la cultura.
71
La carta documento fue el puntapié que originó una ruptu-
ra en la arena pública. Los y las músicas entraron en crisis porque
quedaron cesantes. A partir de ello llevaron distintos tipos de re-
clamos durante todo el año 2000. En el momento en que se dis-
cute el proyecto de ley en la Cámara de Diputados, se conocían
las demandas laborales de estos y estas profesionales. La ley fue
aprobada en el mes de abril de 2000 y la resolución del conflicto se
extendió hasta la constitución definitiva de la Orquesta, es decir
hasta el año 2001.
Ante la ruptura desencadenada, el gobierno provincial bus-
có reparar el drama «absorbiendo» a esas y esos músicos en la
Orquesta Estable. La posibilidad de trabajar en ambas orquestas
significaba que disponían de dos salarios, uno municipal y otro
provincial, por lo que unir las orquestas implicaba que las y los
músicos se quedaran sin un salario. Ante la creación de la Sin-
fónica, la Orquesta Estable también sería disuelta, ya que habría
una sola orquesta para la provincia y sería de dimensión sinfóni-
ca. Tanto las y los músicos de la Orquesta Estable como cualquier
otro aspirante para formar parte de la Orquesta Sinfónica tuvieron
que rendir un concurso público. Para aquellos que eran miembros
de la Orquesta Estable el concurso fue cerrado, mientras que para
los y las otras aspirantes el concurso fue de carácter internacional.
Fueron seleccionados en total 14 músicos de la disuelta orques-
ta, solo una era mujer. Aquellos que no consiguieron entrar o
que decidieron no presentarse al concurso, pasaron a conformar
los grupos de cámara considerados por la administración estatal
como grupos de extensión de la Orquesta Sinfónica a partir del
ciclo lectivo del año 2001.
El proyecto de Ley N° 7.072 de creación del Instituto de
Música y Danza de la Provincia y de la Orquesta Sinfónica de
Salta se discutió en la Cámara de Senadores el 14 de octubre de
1999, luego pasó a la Cámara de Diputados y allí se aprobó. La
aprobación fue publicada en Boletín Oficial el 2 de mayo de 2000.
En dichas discusiones parlamentarias se atribuyeron sentidos a
72
cultura, que serían celebrados posteriormente en las inauguracio-
nes de la nueva Casa de la Cultura y reiterados en los conciertos
de la Orquesta Sinfónica. En la ley se presentaba los propósitos del
Instituto, «preservar, promocionar y difundir del arte en técnica
musical y en danza, en sus valores nacionales como universales (…)
cuidando la calidad como reflejo de la identidad provincial en el
ámbito cultural» (Ley N° 7.072, 2000).
En la sesión de la Cámara de Senadores de la Provincia, el
senador por la localidad de Cafayate y perteneciente al Partido
Justicialista, Strisich señalaba que la creación del Instituto como
de la Orquesta significaba un espacio cultural y artístico que la
provincia «sentía como una necesidad impostergable por la impor-
tancia en la proyección del perfil creativo de una identidad que
es imagen permanente de Salta» (Diario de Sesiones, 1999: 663).
La necesidad impostergable a la que hacía referencia se relacionaba
con la creación de estructuras institucionales para que se «cultiva-
ra» una imagen y que de ella brotara la «propia identidad» crea-
tiva. Para Strisich, esa necesidad daba cuenta del interés político
del gobernador Juan Carlos Romero en construir una imagen de
la Provincia que buscaba «crecer, permanecer y, sobre todo, per-
durar con su cultura a través de los tiempos» (Diario de Sesiones,
1999: 663-664). Luego que Strisich expuso sus argumentos, se
aprobó por unanimidad la propuesta de ley de creación de ambas
instituciones y pasó a la Cámara de Diputados, donde fue discuti-
da y aprobada sin modificaciones el día 4 de abril de 2000.
Cada vez que el tema fue tratado en cualquiera de las Cáma-
ras se señalaban aspectos semejantes. En la Cámara de Senadores,
como vimos, se hablaba de la necesidad impostergable. En la Cá-
mara de Diputados, Martinelli, integrante de la Comisión de Le-
gislación General, diputado por la capital de Salta y perteneciente
al Partido Justicialista, destacaba que, en la Provincia, «existía un
vacío, una deuda» y que era una «necesidad [del] Gobierno llevar
a la cultura a los niveles que corresponde, en función de las necesi-
dades de creación que tiene el pueblo» (Diario de Sesiones, 2000:
73
102). La necesidad impostergable por el vacío existente resultaba
la razón por la cual se creaba el Instituto y la Orquesta Sinfónica.
También en aquella discusión en la Cámara de Diputados se
recordaba la remodelación de la Casa de la Cultura (que se inau-
guraría en junio de ese año) como inversión del gobierno en obras
públicas: en este caso, en materia cultural. Al respecto, el diputado
Martinelli afirmaba que dicha remodelación buscaba que «la gen-
te eleve el espíritu» y «satisfaga sus necesidades culturales» (Dia-
rio de Sesiones, 2000: 102.) La Casa de la Cultura fue presentada
del mismo modo durante su inauguración, en junio de 2000, en
la fecha conmemorativa de la muerte del prócer Martín Miguel de
Güemes. La ley se aprobaba en el mes de abril, cuando se realizaba
una nueva edición del Abril Cultural, referencia explicitada por el
diputado Martinelli.
En la Cámara de Diputados, la representante de la capital
provincial y perteneciente al Partido Renovador de Salta, Fani
Azucena Ceballos no ponía en duda la importancia de la creación
y promoción de estos organismos, sino que presentaba la «crónica
de una muerte anunciada» (Diario de Sesiones, 2000:102). Tal vez
por su carácter de opositora, en cuanto afiliada a un partido polí-
tico distinto del justicialismo gobernante, mostraba otro aspecto
de esa creación, en sus palabras: «la muerte de dos instituciones
señeras en la Provincia». En ese contexto, la diputada manifestaba
que la Orquesta Estable no «absorberá» a los trabajadores de la
orquesta municipal ni tampoco irían a ser estos trabajadores «ab-
sorbidos» por la Orquesta Sinfónica. Mientras se producían las
discusiones en las Cámaras, las y los músicos reclamaban su con-
dición de trabajadores y su dignidad como músicos. Estaban ex-
perimentando la crisis del drama social (Turner, 1982). A la par,
percutían con obstinación los sentidos de cultura que se volverían
a escuchar en las inauguraciones de la Casa de la Cultura y de la
Orquesta Sinfónica de Salta.
A continuación, recupero discursos que circularon en la
prensa durante la re-inauguración de la Casa de la Cultura. Para
74
ello hago propios los títulos de las notas del diario local «oficial»
El Tribuno. Este medio destacaba la política llevada a cabo por el
gobierno provincial. El motivo principal de esta elección narrati-
va es mostrar el carácter performativo de dichos enunciados, pues
hacían aquello decían. Su eficacia también fue posible en la reite-
ración, como señala Richard Schechner (2000), en presentar una
y otra vez, siempre de un modo diferente, lo que se estaba enten-
diendo por cultura mientras se la realizaba. Los hechos que se des-
criben están circunscriptos al día en que se inauguraba la Casa de
la Cultura, pero muchas veces la prensa contaba acontecimientos
o discursos celebrados en distintos Abriles Culturales Salteños o
bien anunciaba eventos que aún estaban por suceder. Esas citas de
discursos y saltos temporales que aparecen en los diarios, a mi en-
tender, buscaban crear ese efecto de continuidad y ahistoricidad de
los enunciados y presentarlos con la fuerza de una verdad mítica
que estaba produciéndose por medio del gobernante-celebrante.
75
Magnífica realidad salteña
76
personalidades que se desatacaron en el campo de las artes, encau-
zadas en un marco de identidad propia». Luego elogió al gober-
nante diciendo “nuestro gobernador interpretó el sentir de todos
nosotros, la necesidad de esta casa”. No pudo dejar de destacar que
la elección del 17 de junio no fue una «simple coincidencia». En
sus palabras Güemes era «un eje vital alrededor del cual giró la
rueda de la historia de la libertad y la independencia continental».
Para finalizar, parafraseando al papa Juan Pablo II, dijo: «la histo-
ria demuestra que en circunstancias extremas es su cultura lo que
permite a una nación sobrevivir la pérdida de la independencia
política y económica» (El Tribuno, 2000, 18 de junio).
El discurso se cerró con el agradecimiento de Lovaglio a
Romero, indicando que éste había puesto como prioridad de su
gestión la cultura y la educación, en tanto constituían «las herra-
mientas más preciadas para generar bienestar y progreso». Como
señalaron Moore y Myerhoff (1977), al tratarse de un ritual se-
cular se manifestaban los objetivos de la celebración. Güemes era
citado por sus atributos: independencia y libertad: y esas caracte-
rísticas buscaban constituir propiedades del gobierno provincial.
77
un proceso, al proceso de constituirse civilizado (Elias, 1993), lo
propiamente salteño que germinaba mediante un proceso de cul-
tivo y la Casa era su ámbito de realización. Salta es cultura refería
entonces a tornarse culto a través de la concurrencia a actividades
artístico-culturales que se llevaban a cabo como prácticas rituali-
zadas y se daban cita en un determinado lugar. Invitar a participar
de las programaciones de la Casa era una de las técnicas empleadas
por el gobierno provincial para gobernar la población salteña en
la medida que la frecuentación les permitía a los individuos elevar
su espíritu. O al menos en estos términos era celebrada la inaugu-
ración de la nueva Casa.
La Casa de la Cultura se abría como espacio «para la crea-
ción artística y las inquietudes del espíritu», un «complejo cultural
acorde» a las actividades que desarrollaba la Provincia. En esa ma-
lla compleja de relaciones y personas se configuraban la Secretaría
de Cultura y la Dirección de Patrimonio de la Provincia de Salta
y se constituía un Estado que tenía como interés ocuparse de los
artistas, evitando que éstos hicieran las cosas a «pulmón» por falta
de recursos o apoyo. Estas sentencias no solo decían acerca de la
Casa de la Cultura sino de la manera en que esta entidad a la que
llamamos Estado se re-presentaba a sí misma. Mientras se decía, se
hacía aquello que se enunciaba. Las representaciones se afirmaban
en el «deseo del pueblo» y los «artistas» que hacían de la Casa de la
Cultura un «templo para el arte» (El Tribuno, 2000, 17 de junio).
El templo para el arte encontraba su posibilidad en una socie-
dad donde su portavoz, el gobernador de la Provincia, atendía la
calidad de vida de la gente porque, como remarcaba en distintos
discursos, «las necesidades socio-económicas primarias (pan y tra-
bajo) ya habían sido satisfechas». Al estar preocupado por el alma
del pueblo, por su espíritu, edificaba un recinto, un templo para la
celebración estética. La Casa de la Cultura, como lugar sagrado, de
veneración y acogimiento espiritual además se constituía como
«hogar para la cultura popular», para que diversos artistas desa-
rrollen su profesión. El pueblo residía en un hogar y la casa era el
78
hogar para los artistas. Casa de la Cultura como templo para el arte
era el lugar del cultivo de las potencialidades del espíritu y espacio
de culto que reverenciaba la «actividad creadora».
Ese hogar indicaba ciertos «valores de la casa» que conju-
gaban solvencia moral y sensibilidad estética. Aspectos propues-
tos como objetivos por la asociación civil sin fines de lucro Pro
Cultura Salta. Solvencia que podría asociarse a la capacidad de
reproducción de una unidad económica, la de la casa, pero tam-
bién de reproducción de la unidad doméstica, la familia que se
asienta en un hogar. El ámbito de la casa y el hogar vinculado a
la educación y sociabilización temprana remite, como ya lo mar-
cara Ortner (1996), a las maneras en que las distintas sociedades
establecen principios de ordenamiento entre los universos feme-
ninos y masculinos. Lo femenino, como señala Bourdieu (2007),
estaría asociado a lo doméstico mientras que lo masculino estaría
reservado a la cultura y el espacio público. Esas dicotomías que se
realizan en roles sociales y performances de género diferenciados
en espacios sociales traen a la reflexión la ambigüedad de lo feme-
nino que –por estar atribuido a la pro-creación se relaciona con la
naturaleza y por la sociabilización a la cultura– puede convertirse
en guardiana de valores morales.
Entre los años 1977-1979, las actividades culturales de la
ciudad estuvieron reguladas por una Comisión Municipal de
Cultura compuesta por la Iglesia católica, mujeres representantes
de familias y educadores. La Municipalidad en el ejercicio de su
gobierno consideraba que la buena administración debía conju-
gar «solvencia moral» y «sensibilidad estética», principios pro-
puestos en el estatuto de Pro Cultura Salta. La inauguración de
la Casa de la Cultura evocaba en su nombre la protección de los
«valores de la casa», en su materialidad económica y de repro-
ducción social, tornándose en el espacio de socialización de las
futuras generaciones de artistas. Lo que se (re)produce en la casa
precisa ser custodiado. La propia institución Casa de la Cultura
como sede de la Secretaría de Cultura de la Provincia, gestora y
79
administradora de políticas, albergaba y reproducía tanto valores
de rectitud comportamental respecto a los sujetos que pasaran por
ella como sentidos constantemente disputados en torno a cultura.
La inauguración de Casa de la Cultura era la concentración
en un espacio físico de la administración de la cultura como obje-
to de una política estatal. Aquella cultura que permitiera elevar el
espíritu. En esa modalidad cultural, un gobierno se representaba
a sí mismo, se re-afirmaba en cada celebración y cada encuentro
conmemorativo hacía el calendario ritual y cívico en el que un
conjunto de símbolos re-inventaban lo salteño. El espacio ritual
reproducía ciudadanos.
La institucionalización de la Casa de la Cultura (2000) fue
atravesar el umbral de la casa –de lo doméstico a la cultura, de lo
privado a lo público– y convertirse en un recinto de gobierno, des-
de el cual se hacía saber a las y los ciudadanos (que se transforma-
ban en tales por frecuentar la casa) que la cultura ya no era más
una actividad vocacional, filantrópica, desinteresada. Se hacía sa-
ber al pueblo, principalmente a artistas, que esa edificación venía a
reconocer ese quehacer como profesión y en algunos casos –como
fue el proceso de creación de la Orquesta Sinfónica (2001)– venía
a profesionalizarlos. Se gestionaba y se concebía (sentidos de) cul-
tura como una política desinteresada y como profesionalización.
Las diferentes nominaciones de la Casa de la Cultura in-
vitan a reflexionar acerca de prácticas artísticas, destinatarios de
esas prácticas, artistas que las realizan y modos de clasificación de
dichas prácticas. Cuando El Tribuno, entidad encargada de ex-
plicitar la política gubernamental provincial, usaba la expresión
«hogar de la cultura popular» para referirse a la creación de la
nueva Casa, ¿qué idea de «pueblo» y «popular» estaba siendo
concebida? Pareciera que el uso de esas palabras genéricas y abar-
cativas, ocultaba, en esa amplitud, las desigualdades sociales. La
inauguración del nuevo edificio en tanto rito de institución (Bou-
rdieu, 1985) presentaba como natural la arbitrariedad social de las
jerarquías, desigualdades y distancias sociales.
80
En esta inauguración también circularon enunciados que
hicieron de Salta una «naturaleza natural» al ser presentada como
«tierra de músicos y poetas». Como vimos, a lo largo del siglo
XX aparecieron distintas variaciones, Salta «tierras de poetas y de
músicos», «tierra de guitarreros y poetas» o «tierras de músicos
y poetas», según la disciplina artística o el evento cultural que,
en su momento, se haya promovido. Aludir a la tierra era llamar
la atención para una naturaleza, incuestionable por su condición
natural, y referirse con ello a lo propio de Salta.
La repetición de esos enunciados, como los conjuros en los
rituales mágicos, naturalizó principios de ordenamiento y clasifi-
cación social. De la tierra brotaban artistas y lo salteño. Esa tierra
se espacializaba en el templo del arte que hacía que el pueblo elevara
su estado vida. Esa tierra era campo de cultivo de atributos de per-
feccionamiento humano y lugar de germinación de aquello que
estaría concibiéndose como rasgos identitarios de lo salteño.
Con la inauguración de la Casa de la Cultura se destacó la
capacidad de transformación de la cultura, cambiando el «rótulo
de subdesarrollado por desarrollado», ya que «cultura y desarrollo
[eran] términos indisociables» (El Tribuno, 2000, 17 de junio). De-
sarrollo era invertir en el alma de la gente. Los términos indisociables
refirieron al proceso que culminaba en «cambiar el rótulo de subde-
sarrollado» produciendo ciudadanos «desarrollados». La celebra-
ción de la Casa de la Cultura hizo algo más que habilitar un nuevo
edificio. Posibilitaba que los sujetos al frecuentar la Casa se trans-
formaran en sujetos morales que incorporaban valores y significa-
dos en torno a arte y cultura, modificando conductas y prácticas.
81
se citaban los argumentos de la inauguración pasada, se re-creaba
la celebración anterior, aunque el motivo de la reunión fuera di-
ferente. Por esa trascendencia y progreso la Orquesta se convertía
en el «estandarte» del Noroeste argentino (NOA), en el elemento
distintivo de la Provincia. No todas las provincias del país conta-
ban con una orquesta sinfónica y tener una era el atributo que le
permitía a Salta (o por lo menos a sus funcionarios) distinguirse y
reubicarse respecto de ciertas representaciones sociales producidas
históricamente a partir de los procesos de formaciones provinciales
de alteridad (Briones, 2005).
A la orquesta le fueron atribuidas características diferencia-
doras de cualquier otro tipo de conjunto musical, se le adjudicaba
nobleza, refinamiento del gusto y en esas aseveraciones se asentaba
también que «solo las grandes ciudades» tenían (grandes) orques-
tas. Sobre esa valoración adjudicada a esa institución musical se
priorizaba su creación, porque a través de ella la Provincia podría
estar a la altura de provincias que tuvieran «mayor patrimonio
cultural en el país» (El Tribuno, 2001, 23 de abril).
Al interior del territorio provincial esa elevación se traducía
en una moralización de la población y fuera de las fronteras pro-
vinciales servían para re-ubicar y re-presentar a Salta, pues en esas
afirmaciones se ponían en escena pugnas latentes en relación a las
representaciones sociales históricamente construidas de las distin-
tas provincias. Hubo un interés denodado por parte de la Secre-
taría de Cultura y el Gobierno provincial en producir ese cambio
en las representaciones respecto al lugar marginal, atrasado, sub-
desarrollado, que le era atribuido a Salta, por otro que la afirma-
ba como pujante. Se progresaba al priorizar en la creación de esa
institución y, la «altura» alcanzada habilitaba a los funcionarios
a recordar a los salteños que eran «una comunidad signada por
su patrimonio poético y musical». En este sentido el gobernante,
junto a su equipo, cumplía su mandato no solo en la lógica de una
carrera político-administrativa, sino también haciendo y naturali-
zando «Salta tierra de músicos y poetas».
82
Estar a la altura implicaba sostener criterios de gestión
cultural para ir ganando espacios paulatinamente en la vida so-
cial de las y los salteños y en las relaciones sociales construidas
a partir de la promoción cultural con otras localidades del país.
La altura también se fue creando mediante la invitación de mú-
sicos solistas de reconocimiento nacional e internacional para
que dieran conciertos en la ciudad y para que «la comunidad
cultural salteña se revista de buenos músicos, clásicos y popula-
res», como mencionaba Felipe Izcaray, en aquel entonces direc-
tor de la Orquesta.
La Orquesta Sinfónica dio tres conciertos inaugurales en el
marco del Abril Cultural Salteño, dos de ellos fueron públicos. El
otro, a su vez el primero que se tocó frente a un público, fue en
un boliche para un grupo selecto de personas que fueron convo-
cadas para que se convirtieran en «amigos de la orquesta» y de
esa forma conseguir distintos tipos de avales y auspicios. Dicho
concierto no fue promocionado como inaugural, tampoco fue
publicitado en los medios, al respecto se cuentan con pocas refe-
rencias y aparecía, durante la etnografía, en los relatos de los mú-
sicos porque las consecuencias de esa performance fue la dimen-
sión festiva, celebratoria y productora de una comunidad entre
músicos y el equipo técnico de la orquesta. En esos relatos poco se
hablaba del repertorio o de quiénes fueron las personalidades que
se encontraban en esa ocasión sino de la fiesta, la joda, posterior
que implicó el concierto. Oficialmente no fue considerado un
concierto inaugural; sin embargo, inició amistades, relaciones so-
ciales, reciprocidades, complicidades, competencias y diferencia-
ciones al interior del ensamble musical. El relato de los consumos,
las bebidas, las mujeres y los varones que circulaban en las fiestas
posteriores a los conciertos se repitieron una y otra vez, al menos
en sus primeros años, semejantes a lo que fuera dicho sobre ese
concierto en aquel boliche.
Luego siguieron dos conciertos más. Uno se presentó como
«Gala inaugural», fue a puertas cerradas y con invitación en el
83
Teatro Nuestra Señora del Huerto.5 El otro, denominado por la
prensa como «popular», fue en el monumento a Güemes y abier-
to a todo público. Estos conciertos sí formaban parte de una agen-
da oficial y se realizaron como eventos de cierre del Abril Cultural.
El concierto popular estaba previsto para que sea un día anterior
al de gala y como fue suspendido por el frio de esa noche, la Gala
se convirtió en el primer concierto público de la Orquesta. El con-
cierto del monumento quedaría para el mes de mayo. En ambos
conciertos tocó como solista el guitarrista salteño Eduardo Falú y
el repertorio fue similar. En el evento del monumento a Güemes,
se incorporaron músicas que contribuyeron a su espectaculariza-
ción: se interpretaron piezas que ritmaban con los fuegos artifi-
ciales y producían una escena inaugural celebratoria.. Cada con-
cierto supuso públicos diferentes. La separación y diferenciación
se realizaba al escoger diversos escenarios para los conciertos inau-
gurales. Si, como se dijo antes, las actividades culturales en Salta se
concibieron para elevar el nivel de vida de la población, entonces
el gobierno incidía en el comportamiento de las personas, incenti-
vándolas a que frecuenten el teatro, la Casa de la Cultura, asistan
a conciertos, participen de muestras de artes, literatura, etcétera.
La actuaciones de la Orquesta Sinfónica cumplieron un rol
importante en su consolidación como estandarte de la provincia
para el país y fuera de éste.6 La Secretaría de Cultura de la Provin-
cia invitó en tres oportunidades a Marta Argerich a Salta y a los
84
ganadores del premio que lleva su nombre. La Orquesta además
dio el concierto “Gala en el fin del mundo” en Ushuaia; tocó en
el famoso hotel Llao-Llao de Bariloche, en el Teatro Colón y al
aire libre en la ciudad de Buenos Aires. Las ocasiones en los que se
presentaba la Orquesta Sinfónica no solo fueron actividades mu-
sicales, sino que acompasaron la política gubernamental de Juan
Carlos Romero: comercio internacional y relaciones diplomáti-
cas, políticas de turismo y desarrollo de determinados sectores de
la economía vinculados a éste, consolidación de Salta como «ca-
pital» del Noroeste Argentino. La Orquesta con sus viajes dibuja-
ba los mapas de las políticas del gobierno provincial, evidenciaba
relaciones y redes territorializadas que se construían entre las pro-
vincias vecinas conformando una región y juntas consolidándose
en un polo político del país.
85
desde 1977. También fueron las disciplinas a ser consideradas
como objetos de política pública durante la gobernación de
Juan Carlos Romero (1995-2007). Aquí señalé solamente y de
manera sucinta una, la música clásica, a través de la Orquesta
Sinfónica de Salta.
La remodelación de la Casa de la Cultura produjo la re-
actualización de esos valores en torno a cultura y los enunciados
que abrieron la nueva Casa se constituyeron en el suelo discursivo
que permitió al gobierno producir con esos atributos la «identi-
dad provincial» y afirmarla como «lo propiamente salteño». Con
la inauguración testimoniamos la construcción de una moralidad
civil. La promoción artística fue una técnica de gobierno promo-
vida para que las personas, mediante su participación en dichas ac-
tividades culturales, se transformen en sujetos morales. Esta mora-
lidad encontraba su expresión en una sacralidad laica fundada en
la tierra como hogar. De esa tierra emergieron genios, artistas. En
ella habitaban personas comunes que conformaban el pueblo. En
esa Casa, lo popular aludía al lugar de pertenencia común. La Casa
de la Cultura como hogar y templo permitía la convivencia demo-
crática de tensiones en cuanto a prácticas culturales se refiere.
Mientras se producían estas celebraciones, como un ostinato
musical, se reiteraba que en Salta existía un vacío que precisaba ser
atendido. Al convertirse la Orquesta en un «estandarte» o «ban-
dera cultural» de la Provincia, sus giras acompasaban acciones
gubernamentales en distintas ocasiones. Estas acciones junto con
la creación de museos, del Ballet Estable, o la remodelación del
Teatro Victoria buscaron saldar ese vacío en cuanto se progresa-
ba, a costa de luchas sociales y simbólicas. No podemos olvidar
el drama social que significó la creación del Instituto de Música y
Danza y de la Orquesta Sinfónica ya que se cerraron dos proyectos
artísticos de mediana duración. Las y los músicos no consiguieron
que las orquestas Municipal y Estable permanecieran. Sus recla-
mos sucesivos y los juicios al Estado provincial, redundaron en la
incorporación de quienes no pudieron o no quisieron integrar la
86
Orquesta Sinfónica mediante un concurso; para ellos, la repara-
ción fue la conformación de los grupos de extensión.
Las celebraciones tratadas permiten iluminar el papel que
tuvieron los Abriles Culturales en tanto acciones culturales que
inculcaron, en su repetición, año tras año, valores respecto al
arte, estableciendo jerarquías entre sujetos y prácticas artísticas.
Esa labor se entiende aquí -siguiendo a Foucault (2007)- como
gobierno. En ese esfuerzo se constituía la devoción por el arte. En la
repetición y puesta en escena de eventos culturales se (re)creaban
imágenes y representaciones de Salta. Salta fantaseaba «cultura»
y se imaginaba a sí misma «como cultura». La inauguración del
nuevo edificio de la Casa de la Cultura y la Orquesta Sinfónica
permitieron que los y las agentes sociales cultiven su espíritu y
se transformen en civilizados y civilizadas. Steimentz (1999) afir-
maba que las políticas gubernamentales son, en definitiva, políti-
cas culturales; en la medida que reconfiguran relaciones sociales
y económicas, y producen creencia en la centralidad del poder. A
partir de esa afirmación, considero que el fomento al arte como
una política de Estado que hizo la cultura salteña. La (re)creación
de la cultura formó parte de procesos políticos y sociales, princi-
palmente de un proceso civilizatorio. La fuerza performativa del
enunciado Salta es cultura que, mientras reiterado hizo de Salta
un lugar de cultura, creó una naturaleza cultural y la convirtió en
su singularidad, en lo propio de Salta. La eficacia de la repetición
y la restauración de la conducta produjo en términos políticos y
simbólicos a Salta como cultura.
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89
CAPÍTULO 3
DE SEMILLAS Y ESQUEJES A FLORES,
UNA (Y OTRA) VEZ: FIESTAS, ACTIVISMO
Y CULTURA CANNÁBICA
A modo de apertura
91
modificaciones de iluminación en un espacio ya de por sí oscuro,
se destacaba un color en especial: el verde. Éste se hacía presente
en los elementos decorativos y en el tono de las luces que apun-
taban a la pista. Una vez que llegaban los primeros bailarines y
el espacio de organización se transformaba en espacio de fiesta, el
verde empezaba a llenarlo todo: se extendía en haces de luz por los
rostros, iluminaba los pasos de baile y las secuencias rítmicas de los
cuerpos danzantes.
El color y su extensión se correspondían con la temática o
el núcleo de celebraciones que festejaban y acompañaban el ciclo
de cultivo de la planta de marihuana, una especie vegetal dioica
de crecimiento anual y propiedades psicoactivas. En nuestro he-
misferio, las condiciones lumínicas que permiten su crecimiento
al aire libre se extienden desde los meses de agosto y septiembre
hasta abril y mayo aproximadamente. Eran estos momentos es-
pecíficos del calendario los privilegiados por integrantes de una
agrupación de la sociedad civil, trabajadores del bar, músicos, sim-
patizantes, amigos, conocidos y habitués, quienes se reunían en
virtud de prácticas de cultivo y consumo en común. Además del
ciclo de cultivo, entre los siglos XIX y XX, distintas regulaciones
tornaron a la planta –de manera total o fragmentaria- una sustan-
cia fiscalizada, constituyendo para la legislación argentina un estu-
pefaciente y, de modo coloquial, una droga. Así, las fiestas también
se entramaban con un calendario de lucha política que apuntaba a
la despenalización de la tenencia de drogas para consumo personal
y al reclamo por el respeto de derechos individuales y humanos.
En esas ocasiones especiales, las imágenes y el proceso de cre-
cimiento de la planta protagonizaban proyecciones realizadas en
una tela ubicada por detrás del escenario, repitiéndose antes y du-
rante la fiesta, en los momentos de intervalo entre la presentación
de las bandas musicales invitadas. Las representaciones icónicas de
la marihuana, que se centraban en la forma de su hoja -integrada
por foliolos dispuestos en abanico y terminados en punta-, y en su
flor o cogollo, poblaban las banderas que se colgaban en el margen
92
inferior del escenario y en una de las paredes laterales del bar. En-
tre el suelo y el techo –ubicado a gran altura, ya que antes el espa-
cio era un galpón-, se disponían no solo las luces que iluminarían
la pista, sino también unas tiras de banderines verdes que atravesa-
ban el lugar y construían un marco visual para observar el escena-
rio y los videos proyectados. A medida que pasaban las horas y se
abrían y cerraban las puertas del pasaje ubicado inmediatamente
detrás del bar, entraba en vahos el olor dulzón o cítrico de alguno
de los tantos cigarrillos de marihuana –conocidos como porros-
que se prenderían a lo largo de la noche. Las luces, el color verde,
las imágenes de plantas en crecimiento y también de manifestacio-
nes callejeras (los videos institucionales del activismo cannábico),
la música que tocaban el DJ y luego las bandas, y la propia mari-
huana constituían una combinación potente que caracterizaba la
fiesta y, con ella, el particular momento del ciclo celebrado.
Las prácticas de cultivo eran técnicas aprendidas socialmente
que estaban, a su vez, imbricadas con creencias en torno a la con-
junción de energías constitutivas de plantas y personas. La agencia
de las plantas resultaba fundamental en las narrativas mediante las
cuales cada activista explicaba su incorporación a agrupaciones y
su compromiso con la lucha política. De manera concurrente, la
acción de las personas abocadas al cultivo era propiciar la circu-
lación y reproducción de plantas a través de la configuración de
un entramado social de solidaridad y camaradería que posibilita-
ba y sostenía el mundo vegetal y el mundo del activismo político.
Así, si el intercambio de semillas y esquejes o clones requería una
interacción previa, lo cierto es que la disposición a intercambiar
-los gestos de ofrecer, recibir, saber esperar y retribuir- construía
la confianza necesaria para mantener la relación en el tiempo. Pen-
sando a partir de las teorizaciones de Mauss (1924/1979) respecto
del hau –la fuerza de la cosa que se da-, y considerando el valor
que las plantas tenían para los cultivadores, podemos analizar la
circulación de sugerencias, semillas y esquejes a partir de una fuer-
za propia que emanaría del trabajo creativo –y arriesgado, dada la
93
penalización de esa práctica- implicado en su producción. El cam-
bio de plantas y el diálogo sobre técnicas de cultivo, suponía un
reconocimiento mutuo y generaba obligaciones de devolución en
el futuro, a la vez que habilitaba la conversación sobre aquello que
era necesario cambiar para que ese universo de relaciones dejara
de situarse en un ámbito de clandestinidad. Esto proporciona un
marco para comprender las explicaciones de esas sociabilidades en
términos de energías, toda vez que propiciar y mantener las rela-
ciones requería de la acción y agencia de cultivadores y plantas.
Para las personas con las que hablé, la palabra mística se aso-
ciaba a esa comunión de energías y era atributo de eventos, espa-
cios y vínculos. En una dimensión temporal, la mística era propia
de la época, un conjunto de acontecimientos y vínculos afectivos
que había marcado en profundidad las trayectorias de sus prota-
gonistas y que, en la rememoración, remitía a huellas de un pasado
agitado y vivido en comunidad. El aspecto místico del cultivo tam-
bién se hacía extensivo a las prácticas festivas en las que se hacía
una y otra vez lo natural como fuerza vital y, fundamentalmente,
al lugar donde el activismo por la planta de cannabis había emer-
gido por primera vez. Este texto considera, entonces, la relación
entre cultivo de plantas y de demandas políticas, tomando como
objeto de análisis el momento de apogeo de un ciclo de fiestas or-
ganizadas por una agrupación cannábica cordobesa.
94
El surgimiento de esa escena se enmarca en un proceso de
transformación urbana que se había iniciado con el traslado del
Mercado de Abasto hacia las afueras de la ciudad a fines de la déca-
da de 1980. Con esa modificación, los galpones abandonados que
se encontraban allí fueron convertidos en bares, pubs y boliches, y
por este motivo la zona pasó a ser nombrada como (ex) Abasto. A
la vera de una parte de esos establecimientos y del río Suquía que
separa tales construcciones del centro de la ciudad, se encuentra el
Parque Las Heras. Allí, según cuentan los activistas, acudían los
hippies para fumar marihuana entre 1970 y 1980, aprovechando el
cobijo que ofrecían los árboles y arbustos, la distancia con respec-
to al casco céntrico y la escasa presencia policial.
De acuerdo con lo narrado por Cani, dueña del bar junto a
su expareja, el 9 emergió como resultado de la unificación realiza-
da por ellos de dos construcciones que antes estaban separadas. De
un lado, la parte donde actualmente se encuentran la pista de bai-
le, el área de pool y metegol, y el espacio de la barra, que durante la
década del 90 pertenecía a una herrería. Del otro, un galpón que
incluía la cocina, una sala de ensayo, una oficina y el acceso a un al-
tillo. El paso interno entre tales espacios se realizaba a través de un
cuartito, y era permitido solo al personal del bar y sus conocidos.
Cani y un amigo habían comenzado a organizar fiestas en
1998 en la parte del galpón donde ambos residían. El proyecto
surgió a partir de la venta de cerveza a amigos que iban durante
los fines de semana y permanecían hasta altas horas de la noche.
Luego, hacia el año 2000, gracias a la anexión de la herrería y
fundamentalmente a modificaciones edilicias, consiguieron una
habilitación municipal que les permitió inaugurar oficialmente.
Así como el nombre del primer lugar era «El galpón» porque
sus frecuentadores le decían de esa manera, «990» (pronunciado
«nueve noventa») surgió de un modo más antiguo de nombrar el
espacio que también se encontraba en uso. Éste se hacía presen-
te en comentarios de varones de edad avanzada que, en tono de
complicidad, daban a entender que dicha cifra habría sido la tarifa
95
cobrada por las trabajadoras sexuales de antaño. Otra de las versio-
nes que encontré mencionan que uno de los galpones funcionaba
antes como hotel alojamiento. De cualquier manera, el nombre
recuperaba sentidos de otros tiempos, que remitían a prácticas
por fuera de la norma, acordes al carácter de «zona roja» de esa
parte de la ciudad.
El público que acudía al bar era definido por sus dueños y
frecuentadores como alternativo y ecléctico, en tanto sus opciones
de divertimento nocturno no coincidían con la oferta que consi-
deraban más común por esos años y que se materializaba en boli-
ches, esto es, establecimientos donde primaba el baile y se desem-
peñaban DJs que seleccionaban la música que sonaba en la pista.
En 990 las fiestas incluían teatro, música para bailar y música en
vivo. Se hacían los viernes y sábados, duraban hasta el amanecer y
a veces albergaban muestras de fotografía realizadas por amigos de
la casa. Al principio de la noche había una obra de teatro, y lue-
go, cuando ésta terminaba, el lugar se transformaba en un boliche
propiamente dicho.
La selección musical incluía artistas como Bersuit Bergara-
bat, Las manos de Filippi y Mimi Maura, cuyos repertorios com-
binaban sonoridades características del rock, el ska, la cumbia y el
reggae. Esa mixtura de géneros musicales representa lo que Citro
(2008), citando a críticos locales, define como una «renovación en
la estética del rock nacional» que tuvo lugar durante la década de
1990. La música en vivo estaba a cargo de artistas y bandas locales
o de otras ciudades y, ocasionalmente, de músicos renombrados
que, de gira en Córdoba, luego de sus presentaciones, llegaban allí
para continuar la noche. Esto ocurría gracias a recomendaciones
ofrecidas por los técnicos que habían trabajado en el montaje de
los espectáculos y que eran amigos de los dueños de 990. Así, a
partir de esos contactos, los artistas realizaban espectáculos más
pequeños e íntimos en este último espacio.
En resumidas cuentas, el calificativo de alternativo o de la onda
contemplaba tanto los estilos musicales privilegiados, como el modo
96
particular en que se organizaban las fiestas y las personas que partici-
paban en ellas. En el ex Abasto, desde mediados de los 90, surgieron
diversos establecimientos que, al igual que 990, privilegiaban el rock
nacional, como Rio, El Mariscal, El bar del enano y El Cairo. La es-
cena, que se volvió más sólida con la aparición de Casa Babylon en el
año 2000, se completaba con «Un lugar», ubicado en el barrio cer-
cano de Alta Córdoba. Así, el paisaje de divertimento nocturno que
se extendía en la margen norte del río Suquía presentaba distintas
opciones para quienes gustaban de ese tipo de música y sociabilidad.
El bar se llenaba de personas, amigos de amigos, que acudían
a fiestas memorables que se extendían hasta el amanecer. La des-
cripción de los vínculos en términos de amistad es significativa
porque es en esa clave de confianza y afecto que puede aprehen-
derse la emergencia del activismo cannábico. Fue, además, a tra-
vés de la relación de amistad entre los dueños del establecimiento,
el sonidista y su novia que se produjo tanto el aprendizaje sobre
cultivo de marihuana como la idea de crear una agrupación. Al
respecto, Cani me decía:
97
las noches en 990. El bar fue centro de muchos momentos impor-
tantes para quienes lo frecuentaron. Allí, una vez por semana, se
realizaban las reuniones de la agrupación, que duraban desde el fin
de la tarde hasta entrada la noche. Además, en el altillo se almace-
naban las banderas y los carteles que los activistas portaban en las
manifestaciones, junto a elementos que decoraban la pista de baile
en las noches de fiesta.
Las bandas locales que tocaban en el bar, como Armando
Flores, Los Manyines y La Pata de la Tuerta, moldeaban y exten-
dían esta escena cultural a través de canciones en las que aborda-
ban el consumo de marihuana y la persecución policial a los con-
sumidores. Las redes que comenzaron a poner en movimiento
una causa centrada en el cannabis se concentraban principalmente
en el cultivo para uso recreativo y articulaban a actores vinculados
con la noche cordobesa que se desempeñaban como dueños de ba-
res, personal técnico y artistas. Al reflexionar sobre ese pasado, lo
hacían en términos de época, aludiendo, como dijéramos anterior-
mente, a un momento marcado por afectos y pasiones que había
sido vivido y disfrutado intensamente. La opción fue construir
el empleo reiterado de esa palabra junto a las pausas y recapitu-
laciones en las entrevistas como datos que permitían acceder no
a acontecimientos precisos, sino a situaciones pretéritas que solo
podían ser entendidas en una trama social y afectiva más amplia.
Características de esa época fueron las fiestas LDCM –siglas
que remitían a «Lucha por la Despenalización del Consumo de
Marihuana»-, que se realizaron durante el mes de mayo a partir del
año 2002 aproximadamente. Constituían un modo de plegarse a
otros eventos que ocurrían en simultáneo en distintas partes del
mundo y que tenían como centro de las demandas la despenaliza-
ción de la tenencia de marihuana para consumo personal, el cese
de la persecución penal y estigmatización de usuarios y usuarias y,
con el paso de los años, la regulación del cannabis para todos sus
usos. Desde fines del siglo XX, una de las estrategias que se dieron
los activismos fue, precisamente, la de establecer redes de relaciones
98
translocales que se manifestaran coincidentemente a los fines de vi-
sibilizar la extensión de la prohibición, propiciando, a su vez, que las
manifestaciones incorporaran pautas locales y demandas propias.
En el caso de la fiesta LDCM, las siglas servían para darle una
identidad a la fiesta, vincularla a un reclamo y convocar a todos los
que estuvieran de acuerdo con él. Al hacer esto, le daban una dis-
creción que sus organizadores consideraban como necesaria, en la
medida en que las prácticas conmemoradas eran, hasta el momen-
to, ilegales. Para los activistas, el nombre del evento era, entonces,
una forma sutil de hacerse visibles, de modo que participar del
evento significaba ser conocedor de la escena cultural alternativa
del ex Abasto, decodificar un mensaje y compartir un ideario.
Siembra
99
La participación de Edith y otros activistas en la creación y
expansión de ese universo de redes y asociaciones implicó opera-
ciones de formación y entrenamiento en prácticas burocráticas,
como también la construcción progresiva de modos de argumen-
tación y visibilización distintivos. Estos hacían énfasis en el despla-
zamiento de la discusión pública sobre las sustancias para centrar-
se en los usuarios y usuarias de drogas como sujetos de derecho.
Podríamos decir que la reiteración de los argumentos en acciones
de incidencia política e instancias de divulgación tenían efectos
productivos en cuanto al aprendizaje sobre la organización de una
agenda de actividades, la definición interna y expresión pública
de temas de interés, y los pasos a seguir para institucionalizar y
formalizar las relaciones.
Para un colectivo como Cogollos, que había surgido de prác-
ticas de cultivo compartidas y que, en sus comienzos, circunscribía
las acciones a la escena cultural previamente descrita, los conoci-
mientos organizacionales y la trayectoria particular de Edith gene-
raron cambios rotundos e impactaron en sus objetivos iniciales.
En lo sucesivo, la incorporación de activistas al movimiento fue
atribuida al carisma o la fuerza de la Negra, es decir, a la capaci-
dad que tenía de generar adhesión y movilizar la participación de
otros. Por eso algunos decían la Negra nos sembró, aunando las
dimensiones colectiva e individual de esa historia en común.
En sus últimos años de vida, Edith se dedicó de lleno al acti-
vismo en torno al cannabis e intentó promover la transformación
de la agrupación en una asociación civil con personería jurídica.
En 2008, ésta cambió de nombre y pasó a llamarse Asociación de
Reducción de Daños Cogollos Córdoba. Luego de la muerte de
la Negra, la agrupación cambió nuevamente de nombre y pasó a
100
llamarse Asociación Edith Moreno Cogollos Córdoba a manera
de homenaje. Al calendario de celebraciones, que incluía la fiesta
LDCM y otras que describiremos a continuación, se incorporó
una fiesta realizada el día de su partida, ocurrida el 1º de diciembre
de 2009, en conmemoración de su lucha.
Fiestas y acciones políticas aparecían entramadas en una su-
cesión de celebraciones que destacaban el ciclo de la planta y que, a
su vez, llamaban la atención sobre la fuerza de la naturaleza y la de-
dicación de cultivadores y activistas. Al considerar de manera con-
junta las reuniones de la agrupación y las fiestas, sigo la apuesta de
Rosaldo (1993), quien considera al ritual como una intersección
ocupada que impulsa -y emerge de- procesos sociales complejos
que se extienden en el tiempo y el espacio. La temporalidad cíclica
reunía ambos tipos de actividad, aunque, en discusiones internas
de los movimientos, estas fueran consideradas en tensión entre sí.
Los ciclos –como modo de entendimiento y organización
de lo social- fueron estudiados desde las ciencias antropológicas
desde sus inicios. En los ciclos, los indicios más sobresalientes de
los cambios eran no solo la disposición de los sujetos y las ocupa-
ciones económicas, sino también la presencia o no de celebracio-
nes. En los primeros años del siglo XX, Mauss (1904-1905/1979)
analizó las variaciones estacionales entre los esquimales y describió
con profusión de detalles un proceso de concentración invernal
y dispersión estival. Éste seguía los movimientos de la caza y res-
pondía, sobre todo, a factores sociales tales como el sentimiento
comunitario y las representaciones colectivas, con importantes
consecuencias jurídicas, morales y religiosas. Según este autor, en
invierno la vida social era intensa y se presentaba «como una gran
fiesta» y un «estado crónico de efervescencia y sobreactividad»
(Mauss: 405) que contrastaba, de ese modo, con el aislamiento y el
carácter laico de la vida en el periodo opuesto.
Décadas más tarde, en una etnografía hoy leída como clási-
ca, Evans-Pritchard (1940/ 1992) describió las concepciones del
tiempo y el espacio de los nuer, un pueblo que se extendía a ambos
101
lados del Nilo, en África oriental. Así, a nociones y formas de vida
organizadas en torno a las actividades propias de las estaciones
seca y lluviosa se superponían otro conjunto de distribuciones y
diferencias construidas en torno a principios de estructura social.
Como en el caso de los esquimales, la dimensión festiva consti-
tuía un diacrítico que permitía distinguir los periodos ecológicos:
«en la estación seca la vida suele carecer de novedades, aparte de
las tareas rutinarias, y las relaciones ecológicas y sociales son más
monótonas de un mes para otro que en la estación de las lluvias,
cuando se celebran con frecuencia fiestas, bailes y ceremonias»
(Evans-Pritchard: 120).
En el caso que nos ocupa, el ciclo de cultivo del cannabis y
las acciones políticas de Cogollos transcurrían jalonados por un
conjunto de celebraciones que seguían los ritmos propios de plan-
tas y personas, de modo que constituían puntos altos y emocio-
nalmente densos de cada etapa. Durante los años que acompañé
las labores de la agrupación, una parte fundamental del calenda-
rio festivo era el ritual del día de la Pachamama, celebrado el 1º
de agosto. Éste consistía en cavar un pozo en el pasaje ubicado en
la parte de atrás del bar y recibir a amigos (y amigos de amigos),
que acudían a tomar caña con ruda y agradecerle (alimentar) a
la Pacha a través de ofrendas, hasta caer la tarde. A comienzos de
agosto, el primer viernes o sábado del mes, se hacía también la
fiesta Pachanga Pacha, cuyos flyers y motivos decorativos hacían
alusión a cosmovisiones andinas. Después, en septiembre, se hacía
la «Siembra Raimi: la fiesta de la siembra» –raymi en quechua
significa precisamente, «fiesta».
Previo a ambas instancias, en julio de 2015, los integrantes
de Cogollos se ocuparon de confeccionar pequeños sobres que
contenían semillas de tomate, arveja, acelga, perejil y remolacha,
que se distribuirían para estimular a las personas a plantar su pro-
pio alimento. En una reunión, mientras realizaban dicha tarea,
una de las integrantes recordó el impacto que le había causado
encontrar a la Negra repartiendo flores de cannabis en el Paseo de
102
las Artes, una feria de artesanos que ocurre de sábado a domingo a
pocas cuadras del centro de la ciudad. Allí se decidió, además, que
algunas de las semillas sobrantes se destinarían a la Pacha, ya que el
pozo se encontraba abierto. En un encuentro posterior se estable-
cieron las características de las proyecciones para la fiesta del 1° de
agosto: serían videos de la naturaleza, imágenes andinas y dibujos
de ritual. También se ultimaron detalles de una performance que
consistiría en la entrada de un grupo de mujeres a la pista, frente al
escenario, siguiendo el ritmo de una canción elegida especialmen-
te para la ocasión. Ellas llevarían consigo un mantel, unas vasijas
con frutas y un brebaje –un licor-, para ser colocados en el piso, y
luego ofrecidos al público. Una de las performers mencionó que
para la intervención tendrían un altar y que iban a necesitar ins-
trumentos musicales, pezuñas de vaca, esto es, cosas que remitan a
algo natural, palo santo, sicus, hojas de coca secas, lavanda…
Los elementos que decoraban el bar eran papeles verdes re-
cortados con la forma de la hoja de marihuana, banderas de la
agrupación y banderines, y porros de gran tamaño hechos con
tubos de cartón, tela y papel afiche. Del montaje de esa y otras
fiestas participaban los miembros de Cogollos, quienes se dis-
tribuían distintas tareas durante las reuniones realizadas previa-
mente. Así, se encargaban de invitar a las bandas, hacer los flyers
y comunicar el evento en redes sociales, vender entradas antici-
padas, decorar el espacio del bar, desmontar la decoración y guar-
darla para una próxima ocasión. Durante el evento se distribuían
en la taquilla de ingreso, en la puerta que daba al pasaje y a veces
ayudaban en la cocina. Uno de los integrantes era DJ y se encar-
gaba de los sets musicales que sonaban antes de que tocaran las
bandas invitadas y luego en los intervalos entre cada una de ellas.
En ese sentido, compartía sus elecciones musicales con los demás
y las fundamentaba según los efectos que la música generaba en
los bailarines; así, para una fiesta que tenía como centro la siem-
bra, el sonido debía ser hippie y priorizar la cumbia porque ponía
a las personas más arriba que el reggae. Las actividades técnicas
103
y de trabajo durante la fiesta eran compartidas con los empleados
del bar, aunque también se abría un margen para poder disfrutar
como parte del público a través de la distribución de ocupacio-
nes en turnos cuya organización se coordinaba antes y también
en el momento.
La fiesta era una situación de reunión más amplia que se
veía potenciada por los efectos de la música, la marihuana, las
luces estroboscópicas y el baile en un lugar cargado de mística.
En tanto que eventos, las fechas fijas en el calendario, ritmadas
con los procedimientos y pasos del cultivo, eran oportunidades
para que retornaran aquellas personas que habían participado de
la escena cultural durante sus primeros años y luego, por diferen-
tes motivos, se habían alejado. De este modo, constituían instan-
cias de reencuentro, de rememoración de acontecimientos que
habían transcurrido en la época, allá atrás y hace tiempo. Lejos
de encontrarse encapsulados en el pasado, esos sucesos se hacían
presentes cuando volvían a aparecer quienes los habían protago-
nizado, y permitían proyectar –a la vez que renovar- las relaciones
en un futuro en el que, nuevamente, año a año, se producirían
esos encuentros.
La conformación de los cultivadores en una comunidad
se hacía en el intercambio de los frutos del cultivo. Las fiestas,
desde su denominación y estructura cíclica muestran que, ade-
más, esa idea de comunidad se construía en la localización de ese
conjunto de prácticas en un plano cosmológico -la rotación de la
tierra, las labores agrícolas de los pueblos indígenas andinos-, lo
que aunaba las actividades de los cultivadores en el presente con
la universalidad de las relaciones entre personas y naturaleza. Ello
se hacía por medio de artefactos como la música y las imágenes
presentes en los flyers de invitación, que situaban a los potenciales
asistentes en el ese marco compartido de sentidos. Mientras tan-
to, los videos que se proyectaban en el escenario repetían el pro-
ceso de crecimiento de las plantas en cámara rápida y retomaban
imágenes de manifestaciones protagonizadas por la agrupación.
104
La yuxtaposición de ambos planos de acciones tenía el efecto de
colocarlas en pie de igualdad.
Como vimos, las celebraciones se estructuraban en ciclos
y constituían puntos altos del año. Eran instancias de rememo-
ración y disfrute, y momentos sobre los cuales se desplegaban
múltiples tareas en el marco de Cogollos. Se celebraba de manera
anticipada y a través de la evaluación de sus repercusiones para la
planificación de las siguientes fiestas. Cada una de las celebracio-
nes tenía, también, su propia estructura interna, consistente en un
momento de música que el DJ seleccionaba y tocaba y, a medida
que avanzaba la noche y se llenaba el lugar, la presentación de las
bandas que tocaban durante la fecha. Los asistentes ocupaban al-
ternativamente la zona frente al escenario, la parte frente a la barra
que tenía un pool y un metegol -y que estaba parcialmente separa-
da de la pista al situarse un escalón por debajo- y el pasaje trasero
donde salían a fumar. Los empleados del bar y los integrantes de
la agrupación transitaban entre el sector que antes pertenecía al
galpón y el sector de la pista y juegos, previo paso por el cuarti-
to donde, en ciertos momentos de la noche, ingresaban aquellas
personas que volvían a la escena cultural para reencontrarse con
viejos amigos. Además, cada tanto, salían al pasaje y socializaban
con los asistentes.
El trabajo y el ocio se combinaban en las prácticas de los ac-
tivistas que formaban parte de la agrupación. Dado que, además
de un momento altamente organizado la fiesta era también un
momento de placer, algunos procuraban asumir tareas de índole
laboral de manera previa –es decir, dedicarse a la difusión, la venta
de entradas y el acondicionamiento del bar- para poder entregarse
al fluir de la música, la experiencia festiva, y los reencuentros du-
rante el evento. Al inscribirse en un ciclo de celebraciones, cada
fiesta abría la posibilidad de que otros pudieran tener la misma
oportunidad en el futuro, por lo que las responsabilidades tam-
bién se distribuían en forma cíclica.
105
Cosecha
106
Como dijimos al comienzo, distintas tonalidades de verde
marcaban la gráfica de los flyers y la decoración del bar, donde se
almacenaban los elementos utilizados en la marcha y al que retor-
naban una vez que la jornada llegaba a su fin. En esas ocasiones,
la elección musical se caracterizaba por sets de reggae y canciones
cuyas letras hablaban del uso de marihuana («Asado de fa» de
Sara Hebe o «Fumé» de La Pata de la Tuerta, por ejemplo). Ade-
más de seguir las letras de esos temas puntuales, al son del reggae,
los bailarines coordinaban sus movimientos con la cadencia de las
melodías. Por momentos, entrecerraban los ojos y elevaban sus ca-
bezas percibiendo también el tono de las luces. Desde el escenario,
las bandas invitadas para la ocasión cantaban sobre la marihuana
y, en los intervalos entre una canción y otra, pronunciaban breves
discursos sobre la causa que los convocaba.
Durante las noches de fiesta, el dinero obtenido en la barra
gracias a la venta de bebidas y comidas era destinado al manteni-
miento del establecimiento, y lo recaudado en entradas era ahorra-
do por los miembros de la agrupación para poder hacer otras fies-
tas y eventos en el futuro. Esas celebraciones, como otras fechas en
el bar, ayudaban a la reproducción social de un conjunto diverso
de actores -dueños y empleados, técnicos, músicos-. En esas opor-
tunidades también permitían el sostenimiento de la agrupación
y de las tareas que ésta llevaba a cabo. Las fiestas daban forma a la
vida política de Cogollos. Su realización se montaba sobre un con-
junto de experiencias y formas de organización existentes de ante-
mano que posibilitaban disminuir costos y destinar los ingresos a
talleres de cultivo y jornadas informativas sobre aspectos legales y
terapéuticos del uso de cannabis. La vinculación de los dueños del
bar con la agrupación facilitaba esos acuerdos y agilizaba los pasos
que demandaría la organización de eventos en otros ámbitos.
La marcha, al igual que las fiestas, concentraba la atención
de la agrupación durante las semanas previas a su realización. Se
diferenciaba de ellas en la medida en que era un evento que permi-
tía leer e interpretar el estado de cosas en el activismo cannábico
107
local y nacional. Las repercusiones de lo ocurrido en Buenos Aires
y otras ciudades aparecían reunidas sobre todo en revistas canná-
bicas que se vendían en kioscos de diarios y revistas, siendo con-
sumidas fundamentalmente por personas familiarizadas con esos
mundos. Relatos pormenorizados de la cantidad de asistentes, el
recorrido y los oradores durante el acto final se hacían presentes en
medios gráficos y audiovisuales que cubrían otros tipos de mani-
festaciones políticas y culturales.
En redes sociales no faltaban las disputas en torno a los secto-
res que organizaban la marcha, los espacios de convocatoria, como
tampoco los balances una vez que ese periodo álgido llegaba a su
fin. En la ciudad de Córdoba, las tensiones entre agrupaciones ha-
bían llevado a una división de la marcha. En 2015, por ejemplo,
Cogollos convocó a una concentración a realizarse en el lugar tra-
dicional e histórico del activismo, el Parque Las Heras; mientras
otra de las formaciones políticas de la ciudad, la Comunidad Can-
nábica de Córdoba, promovió un festival musical en el Parque
Sarmiento, espacio verde ubicado cerca de la ciudad universitaria.
Al año siguiente, las marchas se realizaron en lugares y días dis-
tintos. En lugar de una única manifestación local representativa
de cultivadores y/o activistas de la ciudad, había dos marchas que
convocaban a participar a partir de las afinidades y alianzas movili-
zadas por las distintas agrupaciones.
De todos modos, las organizaciones compartían determi-
nados reclamos con los que todos sus participantes acordaban y
una estructura propia de la marcha como modo de protesta. Ésta
iteraba, con variantes, la cita en un lugar determinado, el recorri-
do hacia un punto de destino y el cierre con discursos y/o un es-
pectáculo musical. Otro rasgo compartido era la producción de
una estética que tenía entre sus objetivos la visibilización del uso
y cultivo de marihuana. Así, para dicha jornada se imprimían fo-
lletos y se hacían remeras con los isologotipos de cada agrupación,
también en tonos verdes, que a menudo incorporaban alguna fra-
se alusiva al cultivo como práctica transformadora. Una de ellas,
108
presente en los materiales de Cogollos, era «Sembrando concien-
cia, cosechando libertad». Cuando no se renovaba el vestuario o
los materiales impresos, se empleaba el de marchas anteriores.
A lo largo de sus años de actividad, los integrantes de Co-
gollos confeccionaron y distribuyeron calendarios biodinámicos
que, precisamente, comenzaban en los meses de siembra y ter-
minaban en los de cosecha, coincidiendo con el momento de la
marcha. De esa manera, expandían una concepción del tiempo
que tenía como ajustes y variables los momentos de desarrollo del
cannabis, y que vinculaba la fuerza de la vida sobre la superficie
terrestre con el cosmos. Así se establecían las fechas más adecuadas
para realizar podas, esquejes, tareas de fertilización, y otros tantos
pasos incluidos en el proceso de cultivo. Estas se guiaban por los
cambios en las fases de la luna entre otros movimientos ocurridos
en el sistema solar.
El cuidado de las plantas era el centro de muchas de las
conversaciones que tenían lugar en las reuniones semanales y de
otro tipo de acción que integraba la agenda de la agrupación: los
talleres de cultivo. Los talleres eran pensados como instancias de
índole práctica que tenían como objetivo posibilitar la comunica-
ción de conocimientos desarrollados por personas con experien-
cia, y propiciar una interacción continua a través de preguntas y
respuestas con quienes integraban la audiencia. Se realizaban en
el bar en horario diurno, para lo cual se destinaba el espacio del
escenario a los talleristas, quienes se ubicaban en una mesa con si-
llas y contaban con la posibilidad de proyectar videos explicativos.
Mientras tanto, los asistentes se distribuían en sillas ubicadas en
la pista de baile. Durante el taller y luego, una vez que finalizaba,
circulaba una maceta en la que estos últimos podían colaborar con
donaciones a voluntad, reconociendo mediante su aporte el traba-
jo ofrecido por los activistas.
Los talleres se caracterizaban por la permanente interacción
entre activistas y público, y por los saberes eminentemente técni-
cos acerca del cuidado de plantas y de sí –entre otros temas- en
109
los que se centraban los programas. Los contenidos se impartían
a través de una retórica que reconocía la relación mutua y placen-
tera entre personas y plantas, especialmente la marihuana, que era
la que los convocaba. Esto se percibía en frases que profundizaban
en los gustos, la conciencia y la inteligencia propios de la planta
en tanto ser sintiente. Dedicarse al autocultivo se vinculaba a la
idea de emanciparse de los circuitos del narcotráfico produciendo
aquello que se consumiría. Esto implicaba ejercer un derecho y, si-
multáneamente, entrar en relación con las plantas y, por interme-
dio del acompañamiento de los ciclos anuales, con la naturaleza.
En los talleres, de manera similar a lo que ocurría en reunio-
nes, fiestas y marchas, las ideas de uso y de ser usuario implicaban
una dimensión de reflexividad que destacaba la autonomía de las
personas y, a la vez, la relación mutua con las plantas, marcada por
la cotidianeidad y prolongación del vínculo en el cultivo. Ese pro-
ceso no tenía lugar en soledad, sino que implicaba la relación con
otros que compartían esas aficiones y esa visión de mundo. Como
dijeron dos activistas al referirse a los esquejes:
110
Souza Lima, 2012) del cannabis que defino como holístico-orgá-
nica por el particular ensamblaje de nociones sobre comunicación
y vinculación entre seres vivientes que se daba en -y a través de- la
relación con la planta de cannabis. De modo paralelo, el ciclo de
celebraciones se conectaba con una tradición de tipo estatalizan-
te que contemplaba aquellos saberes relativos al desempeño en
el marco de organizaciones no gubernamentales y agrupaciones
políticas. La lectura del activismo desde esa tradición yuxtaponía
la manifestación en marchas y fiestas en tanto emergentes de un
proceso de organización, labores y acumulación de recursos, con
el periodo de recolección de los frutos -las flores-, que constituía
una expresión de las actividades -intercambios, empleo de técnicas
específicas, cuidados- realizadas anteriormente. Ambos momen-
tos eran concebidos en relación mutua y la política aparecía como
una práctica que requería trabajo y esfuerzo, similares a los que
demandaba el cultivo.
A modo de cierre
111
performances, un universo de relaciones sociales y procesos de
subjetivación (Blázquez, 2012) que daban primacía, en su forma
cíclica, a la energía compartida por los seres vivos.
Los esfuerzos en materia de producción de banderas, ban-
derines y carteles se concentraban durante los meses previos a la
marcha y los materiales confeccionados eran empleados en los
demás eventos del ciclo, de modo que circulaban entre la calle, el
parque y el bar. Entre activistas había consenso acerca del carác-
ter diferencial de las fiestas que impulsaban y coordinaban. Así,
mientras las celebraciones Pachanga Pacha, Fiesta de la Siembra y
Fiesta de la Cosecha eran consideradas propias de Cogollos y ser-
vían para organizar otros eventos que integraban la grilla anual
de la agrupación, la fiesta LDCM era propia de 990 y conmemo-
raba su historia.
Por su parte, la fiesta en homenaje a la Negra Edith, que
había sembrado la pasión por el activismo de muchos de ellos,
también se encontraba en estrecha asociación con el pasado de la
agrupación y del espacio que la vio surgir. Esos eventos eran mo-
mentos especiales y esperados del año que acercaban y juntaban
a las personas. Así, reunían a habitués de la escena cultural alter-
nativa, incluso a aquellos que, en la actualidad, eran reconocidos
como personajes históricos y no participaban desde hacía tiempo en
los eventos promovidos por la agrupación.
Tan importante como los ciclos ecológico y político eran,
entonces, los lugares donde las fiestas se realizaban, en tanto eran
depositarios de aquellas experiencias que hacían a su mística. Los
modos de organización descritos comenzaron a modificarse una
vez que el parque Las Heras fue ocupado por una feria de venta
de ropa y artículos usados. La creciente presencia de puesteros y
compradores llevó al desplazamiento de la concentración duran-
te los días de marcha hacia un extremo del parque y, a partir de
2016, la convocatoria se hizo en otras plazas de la ciudad. Con la
separación de los dueños del bar y la posterior venta de éste, las
reuniones dejaron de realizarse allí y la comunicación entre los
112
integrantes de la agrupación se mantuvo principalmente a través
de redes sociales. Los conflictos existentes en torno a la organiza-
ción de la marcha hicieron que crecieran las discusiones sobre la
pertinencia de hacerla o no. De manera más amplia, las conver-
saciones sobre uso recreativo y responsable de marihuana habían
perdido protagonismo y se hablaba más del uso medicinal del
cannabis, favoreciendo una tradición de conocimiento científico-
técnica de la planta y sus derivados.
Dado que, como dijéramos, la mística era una cualidad de
espacios, relaciones y eventos, ésta podía perderse en virtud de si-
tuaciones inarmónicas y de la ruptura de lazos. Así, para algunos
activistas que habían estado presentes desde inicios del movimien-
to, la imposibilidad de reanudar ciertos vínculos se debía a una
situación de pérdida de ese tipo cuyo carácter era irreversible. Las
marchas podían volver a realizarse y se podían incluso renovar las
alianzas para unificar el reclamo, pero ello era vivido como algo
que nunca podría ser similar a lo que un día fue. Como tal, la mís-
tica quedaba, entonces, ligada a la época y su mundo de afectos y
movilizaciones compartidas.
Las celebraciones que recuperamos en este trabajo se corres-
ponden, entonces, con el periodo inmediatamente anterior a las
transformaciones en el bar y en el parque que reseñáramos. En
ellas se (re)hacía la vida colectiva de la agrupación, las trayectorias
de sus integrantes y la escena cultural alternativa integrada por
el bar y sus frecuentadores. Allí también se hacía una y otra vez la
cultura cannábica, concebida como una reunión de esos sentidos
y, específicamente, como sinónimo de los colectivos que cultiva-
ban y/o militaban por la liberación de la planta. Llamando la aten-
ción por momentos sobre la dimensión festiva y placentera del
cultivo y, por otros, sobre el compromiso con una causa política,
esa expresión también destacaba los saberes propios de usuarios,
cultivadores y aliados, y su carácter de entendidos en prácticas
desviadas de la norma. Los ciclos anuales de fiestas centradas en
el desarrollo de la marihuana actualizaron esos conocimientos, los
113
pusieron de manifiesto y en relación, y dieron forma, de ese modo,
a un momento específico del activismo cannábico local.
Bibliografía
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e moldagem da cultura no sudeste da Ásia e na Melanésia”,
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10.11606/2179-0892.ra.2012.59301.
Agradecimientos
115
Movimiento Nacional por la Normalización del Cannabis Ma-
nuel Belgrano, quien me introdujo en los modos de conocer a par-
tir de las plantas. A ella mi recuerdo y gratitud por su amistad, y
por su tenacidad y calidez en la lucha.
116
PARTE II
PLACERES
CAPÍTULO 4
¡APLAUSOS PARA LA REINA! CELEBRACIONES
EN UN MUNDO ARTÍSTICO DRAG QUEEN
Daniela Brollo
119
de una red de relaciones compuesta por personas que se nombra-
ban como gays, lesbianas, travestis y trans. El ambiente en Córdoba
aludía a discotecas y bares que integraban un mercado nocturno
amplio que, entre la década de 1980 y 1990, se consolidó como
la «noche-gay» cordobesa (Blázquez y Reches, 2011). Hacia el
comienzo del nuevo siglo algunos de los espacios con mayor tra-
yectoria y asidua presencia de artistas drag queens eran: Zen Disco,
Europa Disco y Beep pub (Brollo, 2017). Diez o quince años más
tarde, este mercado se amplió vertiginosamente en una versión que
se ofertaba como friendly o amigable con aquello aglutinado bajo
la categoría gay, una convocatoria hacia un público más amplio y
una concepción de diversidad que no reparaba en explicitar dife-
rencias o categorías en torno a orientaciones sexuales o de género.
Tanto en su versión más tradicional de la «noche-gay»
como en su versión friendly más contemporánea, los shows de
artistas drag queens con el color y la diversión que proponían al
público, devinieron la oferta principal de estas noches, junto a la
música propiciada por DJs y las bebidas ofrecidas como parte de
la diversión nocturna. A partir de la creación de personajes feme-
ninos o andróginos, las artistas desarrollaban sobre el escenario
un conjunto de prácticas escénicas que incluían la utilización de
maquillajes, pelucas, vestuarios y calzados, con el fin de provocar
el entretenimiento del público, en espacios destinados para tal fin.
Los shows eran una celebración en sí misma. Mientras las artistas
drag queens celebraban la transformación corporal y estética que
daba vida a la encarnación de sus personajes; el público celebraba
la exhibición y el despliegue escénico de las artistas; y los produc-
tores y organizadores de eventos festejaban con la ganancia mo-
netaria obtenida.
Los espacios de sociabilidad y los shows eran diferentes en-
tre sí, donde una reiterada dinámica competitiva y de distinción
daba forma a estos acontecimientos celebratorios. En aquellos bo-
liches, bares o discotecas que integraban la «noche-gay» los shows
drag queens recurrían al formato de concurso para reunir artistas y
120
consagrar una reina. Se trataba de certámenes que se conocían con
el nombre de elecciones y eran eventos de gran relevancia en el am-
biente. Allí, había lugar para el baile, la música, el disfrute, el con-
sumo de bebidas, el encuentro, la competencia y la consagración.
En este capítulo, nos ocuparemos de las elecciones para dar lugar a
preguntas por las modalidades celebratorias en el mundo artístico
drag queen: ¿en qué consistían estos concursos que culminaban
con una coronación? y ¿cómo las reinas devenían el epicentro de
una peculiar manera de celebrar?
121
artistas consagradas aprovechaban ese tiempo previo para las
fotografías y los saludos, en los espacios destinados para tal fin,
generalmente cerca de la entrada de la disco. Esta situación era
conocida como alfombra roja, en referencia a un repertorio in-
ternacional de llegada de celebridades a eventos como desfiles de
moda o festivales de cine.
Algunas artistas decían que la corona en sí misma no era el
objetivo de las competencias, sino que lo más importante era el
reconocimiento del público. La relación entre las artistas drag
queens y su público era fundamental, tal cual lo señaló la antro-
póloga estadounidense Esther Newton (2016 [1972]) en su pio-
nero trabajo etnográfico realizado durante la década de 1960. Sin
embargo, una vez que obtenían una corona en estos concursos,
las narrativas de sí se (re)configuraban en relación a la cantidad
de elecciones en las cuales habían triunfado, que también era una
muestra de prestigio y de los logros obtenidos por su labor.
En un mismo año, había gran cantidad de elecciones y la
dinámica de cada una cambiaba según la conveniencia o las po-
sibilidades de sus productores. Sólo durante el año 2018 conté
ocho elecciones en la Ciudad de Córdoba. Algunas fueron te-
máticas o vinculadas a una práctica, como la Reina Drag de las
Flores en primavera o la Reina Drag Queen Social que incluyó
a aquellas artistas que no se dedicaban a hacer show coreográ-
fico sobre el escenario sino a relaciones públicas o presencia en
la disco. El resto de las elecciones permanecieron ancladas a un
espacio en particular o a una categoría socio-territorial como dis-
co/provincia/nación: Elección Drag Queen Beep Pub, Elección
Drag Queen Zen, Elección Drag Queen Europa Disco, Elección
Provincial Drag Queen Studio y Elección Nacional Drag Queen
Social. «¿Cuántas elecciones quieren tener?», preguntó una
amiga en tono provocativo una de esas noches de concurso. Mi
primera reacción fue de risa y complicidad con su expresión de
inquietud; más tarde, comencé a considerar que el gran número
de eventos decía algo sobre este mundo en el cual era significativa
122
la constante y creciente producción de distinciones en formato
de realeza, con reinas y coronas.
Un aspecto que diferenciaba la rutina nocturna de las no-
ches especiales era el lugar que ocupaban las performances sobre el
escenario. Usualmente las artistas eran convocadas para realizar un
show, que duraba como máximo media hora y el resto de la noche
seguía en la pista de baile al ritmo de la música que proponía el DJ.
En cambio, durante las noches de elección en el centro de la esce-
na estaban las artistas, las performances duraban una hora como
mínimo, por el tiempo que llevaba la presentación, la cantidad de
shows, el conteo de votos y el anuncio de las ganadoras. Estas ins-
tancias se gestionaban con momentos intercalados destinados al
baile y al consumo de bebidas en la barra.
La dinámica de las elecciones era más o menos la siguiente:
se presentaban las postulantes con un show que duraba algunos
minutos y, en algunos casos, solo un desfile donde mostraban sus
producciones corporales. Las posibilidades eran varias entre co-
reografías, lipsync o «fono-mímica», trucos acrobáticos y, al me-
nos, dos cambios de escenografía y vestuario. Luego, el jurado con
papel en mano y el público -a través del aplauso- elegían a la reina.
Celebraban la coronación, el cambio de mando y, después de los
aplausos, las luces del escenario se apagaban y la noche continuaba
en la pista de baile.
Estos eventos configuraban una reunión de la nobleza drag
queen, con reinas que representaban a cada espacio de pertenen-
cia, que podía ser la nación, la provincia en la cual residían o los
bares y discotecas que frecuentaban semanalmente. Las elecciones
se organizaban en una dinámica jerárquica y constituían una es-
pecie de pirámide, en cuya cúspide se encontraba la Elección Na-
cional Drag Queen Argentina (ENDQA o elección nacional de
aquí en adelante). Este era el más antiguo e importante de todos
los eventos. En la parte inferior, el resto de las elecciones se organi-
zaban según el prestigio adquirido por cada provincia a partir de
la actuación anual de sus participantes. Además de la diferencia
123
entre provincias, en esa jerarquía adquiría relevancia la trayectoria
y el renombre de los boliches dentro de cada ciudad. Un ejemplo
de esto era el peso que tenían determinados locales comerciales,
como Queen Disco (Mendoza), Diva Mother House (Tucumán)
o Zen Disco (Córdoba).
La elección nacional
124
a la provincia homónima de la mano de Drag Queen Studio (or-
ganización que estuvo encargada de llevar a cabo la elección pro-
vincial y oficiaba de sponsor). Durante las siete horas de viaje
hablamos de todo un poco, contaban cómo fueron las ediciones
anteriores de la ENDQA y alertaban sobre algunas precauciones a
tener en cuenta para el evento como, por ejemplo, llegar temprano
a la disco para tener una visión privilegiada del escenario donde se
llevarían a cabo las performances, ya que por la gran cantidad de
personas que asistían esto se volvía una tarea difícil. Unos kilóme-
tros antes de llegar a la capital tucumana leíamos mensajes en voz
alta que nos llegaban de algunas drag queens que ya estaban en
la ciudad desde hacía uno o dos días donde nos contaban algún
suceso de la fiesta de la noche anterior en la disco, preparativos de
los ensayos que deberían realizar en el día, o comentarios sobre
alguien en particular.
La elección nacional empezaba antes de esa gran noche y se
configuraba con las celebraciones que acontecían las noches ante-
riores, con los encuentros y con las anécdotas que iban construyen-
do el gran evento. También con la emoción, la euforia y la expec-
tativa, tanto de las nuevas que iban por primera vez a Tucumán,
como de las artistas con mayor trayectoria que revivían esas emo-
ciones año a año. Entre esos intercambios, me llegó un mensaje de
Antara Wells, quien fuera la primera reina nacional, allá por el año
2000, que decía lo siguiente: «Esto estalla, una revolución».
125
lugar de localización de la Casa Histórica donde se realizó, en
1816, la declaración de la ruptura de los vínculos políticos con la
monarquía española.
Los días de conmemoración nacional o también llamados días
patrios, como el 9 de julio, se volvían feriados no laborables para al-
gunos sectores y eran una gran oportunidad para los festejos que,
en Tucumán, sucedían de día y de noche. Los feriados permitían
extender o agregar horas a la diversión y al entretenimiento noctur-
no de los fines de semana y además fomentaban la movilidad intra
e inter regional con fines turísticos. Los organizadores de la elección
nacional aprovechaban ese feriado para hacer coincidir el evento
con un día de gran afluencia turística en la ciudad y propiciar el
encuentro de artistas drag queens que impulsaban el concurso.
La noción de encuentro tiene, al menos, dos significados
posibles que serían aparentemente antagónicos. Uno ligado a la
reunión y otro ligado al enfrentamiento. La elección nacional tenía
la carga semántica de ambos. Provocaba la reunión de artistas drag
queens que viajaban una vez al año desde distintos puntos del país
para re-encontrarse en la capital tucumana. Una vez reunidas, la
celebración giraba en torno a una competencia entre artistas que
exhibían una producción artística corporal y escenográfica en for-
mato de show. El resultado de esa competencia era la distinción
de algunas de sus participantes y la elección de la reina nacional.
Debido a distancias y rutinas resultaba difícil para las artis-
tas confluir en un mismo punto durante el resto del año. En la
elección nacional, las ex reinas, las artistas más consagradas y las
postulantes al concurso eran convocadas por el dueño de la disco,
quien les pagaba pasajes, alojamiento y un caché en caso de que
pactaran además la realización de un show sobre el escenario. Esta
modalidad facilitaba una afluencia masiva al encuentro que de
otro modo por los altos costos de movilidad, sumado a los gastos
en producción, dificultaban la participación.
La disco donde se realizaba el evento se llamaba: Diva!
Mother House. El lugar abría sus puertas una o dos noches antes
126
del evento, dependiendo del día fijado como feriado y de su cer-
canía con los días viernes, sábados o domingos. Según sus prota-
gonistas, una noche era poco y se necesitaba más tiempo para que
quienes llegaban desde lejos pudieran reencontrarse y disfrutar de
los festejos. Ese tiempo precedente era la previa, allí se ofrecían
shows a cargo de las ex reinas y era ocasión para que las postulan-
tes gozaran de un encuentro más distendido que la noche de la
competencia tornaba más difícil debido a los preparativos y los
nervios. Por supuesto, con estas noches que anticipaban el gran
evento las ganancias en la disco también incrementaban. En la elec-
ción nacional, más era más.
Cuando llegamos a la ciudad de San Miguel de Tucumán,
comenzó una maratón que contuvo pocas horas de sueño. Esa pri-
mera noche de previa, fui a la disco con Antara, con la ansiedad
de presenciar aquello de lo que tanto me habían hablado. En su
interior, Diva contaba con un escenario de unos diez metros de
largo, una pista de baile en planta baja y otra en el piso superior,
dos barras de bebidas, un patio, una zona de sillones y un sector
exclusivo o vip con acceso restringido según la ocasión. Ingresar
aquella noche junto a Antara, que era reconocida por su posición
privilegiada en aquel mundo, me aproximó a esa dinámica de rea-
leza y admiración que caracterizaba al evento. Muchas personas
se acercaban, la saludaban y se tomaban fotografías junto a ella.
Había momentos para una pequeña conversación con las otras
reinas, que versaba sobre el tiempo que hacía que no se veían, elo-
gios mutuos al outfit que vestían o algún comentario más íntimo
sobre las otras artistas. Este reencuentro tenía un tinte emocional
y afectivo que reforzaba los lazos de amistad entre personas que se
conocían desde hacía varios años, con memorias compartidas y, en
muchos casos, una trayectoria en común. Sin embargo, en Tucu-
mán también se encontraban quienes momentáneamente estaban
enemistadas y, como en toda reunión, había quienes se saludaban
y abrazaban con demostraciones de cariño y quienes se esquiva-
ban la mirada y el habla o se saludaban con frialdad.
127
Durante esa noche de previa el show estuvo a cargo de seis
ex reinas nacionales de distintas provincias. Fueron performances
con un gran despliegue escenográfico y gran cantidad de bailarines
sobre el escenario. Sanjuaninas, mendocinas, catamarqueñas, tu-
cumanas y cordobesas lucieron una performance que habían pre-
parado específicamente para la ocasión. Estas fueron las palabras
de Antara sobre el escenario para dar la bienvenida y anticipar lo
que vendría:
128
porque estaban ahí para preparar a las participantes, muchas veces
amateurs, y darles el aliento necesario para la competencia.
Desde el ensayo del mediodía se acumulaban expectativas y se
rumoreaba un comentario generalizado acerca de quiénes eran las
artistas que podían ganar la elección o al menos quiénes tenían ma-
yores posibilidades para obtener la corona. Las ex reinas que pre-
senciaban ese ensayo opinaban sobre la potencia o la carencia de
las performances, aunque sólo insinuaban lo que sucedería ya que
el ensayo era sin vestuario ni escenografía, sólo coreografía, pista
musical, bailarines y lo único obligatorio era que las participantes
utilizaran las plataformas que usarían a la noche en su show. Este
ensayo permitía a los espectadores tener un panorama general de
cómo serían las presentaciones y habilitaba la selección de perfor-
mances en función de gustos o criterios artísticos y técnicos.
La elección nacional daba licencia a criticar de manera explíci-
ta, algo que no era aceptado en cualquier situación social. Duran-
te un show en una noche cualquiera y en una ciudad cualquiera,
no era bien considerado el comentario explícito o directo sobre la
falla o la falta. Pero durante las competencias sí. Se asumía que las
participantes tenían un alto nivel artístico, es decir no eran simples
amateurs ya que habían ganado una elección anterior para llegar
hasta Tucumán; en algunos casos, se trataba de artistas con larga
trayectoria y se esperaba que, en aquel legendario escenario, pu-
dieran dar lo mejor de sí. Aunque todas asumían que podía pasar,
los errores no se perdonaban. Lo decisivo era el show en sí y justo
ahí algo podía salir mal. Algunas participantes se resbalaban en
el baile, por los nervios o la altura de las plataformas, una parte
de la escenografía podía fallar o algunas pistas musicales tenían
problemas que complicaban el desarrollo de la performance. Estas
fallas se consideraban parte de las posibilidades de un oficio que
incluía pararse y bailar sobre plataformas con una altura cercana
a los treinta centímetros. Y aunque en otro contexto no genera-
ban necesariamente un repertorio de críticas, en la elección nacio-
nal, por la envergadura del evento, los desperfectos se destacaban
129
necesariamente a partir de un comentario posterior. Tal como
propone Taussig (2014), la historia también avanza a través de
trazas de catástrofe, y la elección nacional utilizaba estos relatos
desastrosos como parte de la celebración misma. Esta crítica con-
vivía perfectamente con el elogio. La secuencia crítica-elogio era un
modo de vinculación entre las artistas, y de abordaje de las perfor-
mances. Aquellas de una generación anterior y con mayor trayec-
toria ejercitaban esta modalidad constantemente, en formato de
crítica «por lo bajo» o en formato de consejo «de frente», pero
siempre con límites al reconocimiento del esfuerzo que implicaba
llegar hasta ahí.
Las participantes se preparaban durante varios meses para
«darlo todo» sobre el escenario en tan sólo unos minutos durante
la performance en la elección. El trabajo no se hacía en soledad,
amigos y parejas ayudaban en la decisión de la idea que guiaría la
presentación, en el diseño y en la confección de los materiales que
servirían luego para la escenografía y en la vestimenta del show.
La inversión de dinero era uno de los detalles más importantes.
Esta competencia implicaba grandes gastos: «la gente no entien-
de por ahí que nosotros invertimos mucho, creen que es ponerse
maquillaje y una ropita y nada más, pero yo pagué varios miles de
pesos en esta producción», dijo una de las participantes mientras
conversábamos durante el almuerzo.
Luego del ensayo general, las artistas no tenían más tiempo para
descansar. Debían alistar los materiales de la producción y co-
menzar muy temprano a montarse para la noche. El maquillaje
drag queen llevaba entre dos o tres horas de preparación y a ese
tiempo se le sumaba la colocación de vestuario, accesorios y calza-
do. Cuando pregunté acerca de las temáticas que elegían para los
shows con que participaban en la elección, las artistas decían que
130
la consigna de esa noche era principalmente «transmitir algo al
público y al jurado». Escogían un concepto o una idea y creaban
el personaje a partir de eso, desde el maquillaje hasta la actitud,
intentaban seguir esa idea a la cual también solían llamar fantasía.
Tanto la elección temática como el cuidado de los detalles
eran importantes para llevar adelante una buena performance so-
bre el escenario. La organización de la ENDQA actualizaba año
a año las bases oficiales del concurso, con indicaciones o prohibi-
ciones para las participantes, y con especificidades en cuanto a la
organización del evento. Según mencionaba uno de los puntos:
131
producciones drag queens. Las artistas llevaban plataformas altí-
simas, en algunos casos de más de veinticinco centímetros, y para
alguien con una altura como la mía que ronda el metro sesenta era
una obligación mirar para arriba todo el tiempo y estirar el cuello
para saludarlas. Eran muchas, veinte, treinta, llegaban más y los
accesorios en la cabeza parecían flotar en la disco elevándose so-
bre las cabezas de quienes estaban en la pista de baile. Una estaba
montada como pirata y sobre su cabeza llevaba un barco que se
extendía al menos cincuenta centímetros para arriba, con todas las
partes minuciosamente incluidas: velas, redes, mástiles. Otra car-
gaba un puñado de más de veinte globos con helio. Otra un casco
con cerca de cincuenta puntas plásticas de más de medio metro
de largo que rodeaban toda su cabeza. A otra le salían plumas de
su espalda y con eso cubría la parte superior del torso. Otra estaba
montada como un árbol y de su casco salían grandes ramas con
flores blancas. El público presente no cesaba de mirarlas y pedirles
fotografías, mientras ellas posaban una y otra vez, en distintos es-
pacios de la disco.
Ese «algo para transmitir» del que hablaban las artistas tenía
que ver con el impacto que generaban sus producciones y la canti-
dad de minutos que el público se detenía a observarlas, felicitarlas,
fotografiarlas. Este impacto no se vinculaba necesariamente con la
forma o el tamaño, sino más bien con la fuerza. La fuerza devenía
de una conjunción entre lo material exhibido y aquello actitudinal
que transmitían las artistas. «Dejar a todos con la boca abierta» y
«darlo todo». Estas eran premisas implícitas en este mundo artís-
tico que en eventos como la elección nacional se volvían explícitas
y cuasi obligatorias a través de su fijación en las bases del concurso.
Cerca de la una de la mañana Gya y Maia, las conductoras
del evento, subieron al escenario saludando al público presente y
dieron comienzo a la elección. Invitaron a las ex reinas a subir para
entonar las estrofas del himno nacional. Ya era 9 de julio y los sím-
bolos patrios comenzaban a aparecer en melodías y escarapelas,
añadiendo solemnidad y oficialidad a la celebración. Una mujer
132
tocaba el violín mientras las artistas sobre el escenario y el público
en la pista de baile cantaban al unísono las estrofas del himno. Al
finalizar, las conductoras pidieron los aplausos, luego se abrió el
telón rojo y comenzó el concurso.
En 2018, hubo catorce participantes representando a ocho
provincias y las performances duraron, como la reglamentación lo
indicaba, 4 minutos. Entre dos y cuatro bailarines acompañaban a
las artistas en un despliegue coreográfico que incluía trucos acro-
báticos de baile, donde en muchas ocasiones las artistas parecían
volar por los aires dejando al público en un estado de efusividad
y admiración. Una de las que lo logró fue la cuarta participante,
una salteña llamada Nova Vitas. Su show comenzó con las luces
apagadas y sólo algunas velas electrónicas encendidas en frente a
unas calaveras de cartón pintadas como catrinas mexicanas. Tanto
ella como sus bailarines vestían trajes floreados y llevaban grandes
sombreros luminosos adornados también con flores de plástico.
El primer minuto de la coreografía fue al ritmo de Una noche más,
una versión interpretada por la cantante Jennifer López. Luego,
las flores comenzaron a desaparecer. Nova se retiró unos segundos
mientras sus bailarines seguían bailando y volvió vestida de blanco
con una guadaña en la mano dejando al descubierto un maquillaje
que emulaba una presentación cadavérica de la muerte. La música
comenzó a acelerar su ritmo, las coreografías aumentaban la canti-
dad de pasos por segundo y el público incrementaba los aplausos
y gritos de ovación. En más de una ocasión, Nova giró por los aires
con la ayuda de los bailarines que la sostenían de los brazos. Para
la escena final, el color blanco de los cinco, fue cambiado por un
rojo intenso. Con rápidos movimientos se sacaron las ropas que
llevaban y quedaron con arneses y medias que cubrían sólo algu-
nas partes de sus cuerpos.
Desde abajo del escenario estos movimientos parecían aún
más vertiginosos por la altura de las plataformas que, según el
manejo de la técnica de las performers, alargaban los cuerpos y
parecían hacerlos tambalear. En la escena final, Nova saltó hacia
133
arriba, se abrió de piernas en el aire y cayó hacia el suelo del esce-
nario, mientras sus bailarines la acompañaban con otras caídas
similares. Esta caída era una posición coreográfica muy frecuente
en el arte drag queen que, en otras actividades atléticas o acrobáti-
cas, se conocía con el nombre de split y consistía en una particular
apertura de piernas, extendidas en sentidos opuestos y alineadas
en 180 grados. Estos despliegues físicos generaron gran ovación
en el público, y al tiempo que la música se detenía sonó una gra-
bación que lanzaba una frase en tono desafiante: «antes muerta
que sencilla». Nova y los bailarines se reincorporaron con sus
cuerpos agitados, sonreían mirando hacia un público que aplau-
día efusivamente, y se retiraron del escenario para dar paso a la
siguiente participante.
El resto de los shows comenzaron del mismo modo, las artis-
tas y bailarines iniciaban una coreografía de desplazamiento pau-
sado y esa primera escena mostraba la temática elegida. Luego ve-
nía un cambio de vestuario donde bailarines y artistas se agregaban
o quitaban accesorios, al tiempo que la música cambiaba de ritmo
hacia uno más rápido. El fragmento de canción inicial pretendía
una conmoción en el público a través de las melodías y las letras.
Enseguida, esto se interrumpía con una frase provocativa dirigida
hacia el público, que daba la sensación de apuntar a sus pares a
través de enunciados como: «hace calor, pero a mí no me importa,
a mí me importa que me tengan en-vi-dia». En los siguientes seg-
mentos musicales, el ritmo iba in crescendo hasta llegar a un pun-
to máximo de intensidad, donde artistas y bailarines movían sus
cuerpos de manera muy veloz, incrementada por la adrenalina que
provocaba esos movimientos con semejante altura de plataformas
y los accesorios que portaban. Cada performance finalizaba con
una frase provocativa o polémica incluida en la pista musical y con
una pose en la cual las artistas permanecían unos segundos mien-
tras el público aplaudía. Generalmente las participantes emulaban
el gesto de auto-coronación, es decir una mímica con las manos
como si se estuviesen colocando la corona a sí mismas.
134
La corona y la consagración de la reina
135
intentando mantener una visión privilegiada de lo que sucedía
sobre el escenario. Alguna del grupo iba a la barra, otras al baño,
y alguien se quedaba cuidando el lugar. En la barra, lo que más se
consumía era cerveza y vodka o champagne con bebida energizan-
te como insumo para continuar la noche.
En algún momento, pasadas las cuatro de la mañana, las
conductoras subieron nuevamente al escenario y anunciaron que
ya estaban listos los resultados. «Ya tenemos reina, ¿quieren saber
quién es?», preguntó una de ellas apuntando luego el micrófono
hacia el público. Desde la pista de baile, cientos de personas res-
pondieron un eufórico «siiiiiiiiiiiiiiiii».Se abrió el telón mientras
ingresaban las postulantes en el orden en que sucedieron sus pre-
sentaciones. Paradas una al lado de la otra, las representantes de las
ocho provincias miraban con gesto sonriente hacia el público. La
sonrisa de aquellas que habían sido más ovacionadas era un poco
más brillante que la de quienes no habían logrado impactar lo su-
ficiente, ya sea por causa de algún error escénico o porque «les
había faltado algo». Más tarde, cuando indagué en esa expresión
que señalaba ese algo que faltó, las artistas dijeron que tenía que
ver con algo difícil de describir con palabras pero que se vinculaba
directamente con la actitud o con la fuerza que irrumpía desde el
escenario cuando la performance de una drag queen lograba fasci-
nar al público y a sus pares.
El momento de la coronación era muy álgido por las emo-
ciones movilizadas, tanto arriba como abajo del escenario. Las
conductoras «gestionaban las emociones» (Blázquez y Castro,
2015) del público que gritaba eufórico y de las postulantes que
aumentaban sus ansias por conocer el resultado. « ¿Para ustedes
quién es la nueva reina?», preguntaban al público que, desde la
pista de baile, vociferaba en distintos niveles de intensidad los
nombres de todas las participantes al mismo tiempo: Nova, Xio-
mara, Zydeyko, Capricornia, Kia, Dramatika, Kryptonica, Gero,
Mandragora, Efimera, Egan, Jade, Sharina y Lestrange. Pasados
unos minutos de expectativa, las conductoras y las ex reinas se
136
ubicaron en el centro del escenario dispuestas a realizar la entre-
ga de premios. Comenzaron a anunciar a las ganadoras en este
orden: segunda mención, primera mención y finalmente a la rei-
na. Mientras tanto, las participantes pretendían mantener cierta
tranquilidad, y permanecían paradas inmóviles, sonriendo, escu-
chando y aplaudiendo.
Después de anunciar las dos menciones llegó el momento
más esperado. Gya anunció a la ganadora del año, la nueva reina
nacional era la salteña Nova Vitas, que había realizado la perfor-
mance con alusiones a la muerte cosechando la ovación del pú-
blico y el jurado. Los aplausos se intensificaron, la reina saliente
se acercó a Nova para realizar el traspaso de corona y banda, color
celeste y blanca. La reina saliente era una drag queen mendoci-
na, con trayectoria en el ambiente y su salida también provocó
aplausos y felicitaciones por parte de las conductoras. La corona
se transformaba en un objeto de contacto que pasaba de una ca-
beza a la otra mientras la reina saliente entregaba su mando a la
nueva soberana, quien la recibía con una sonrisa y luego abraza-
ba a su compañera.
La nueva reina permaneció en el centro del escenario varios
minutos, mientras la abrazaban y felicitaban algunas de sus com-
pañeras. Las fotógrafas y curiosas nos acercábamos lo más que
podíamos al escenario para registrar ese momento. La sonrisa de
la nueva reina generaba destellos al tiempo que se contenía unas
lágrimas de emoción, evitando arruinar el maquillaje que tenía
que durar al menos una hora más para las fotografías y los festejos.
Este momento de coronación condensaba aquello que Schechner
(2000) apuntaba para las performances: la «transformance» o la
dimensión realizativa. El evento era tanto una experiencia estética
orientada al entretenimiento, cuanto una experiencia que trans-
formaba a los sujetos, quienes no volvían a ser los mismos después
de la elección nacional.
Luego de que la nueva reina fue consagrada, el escenario
estalló y subieron decenas de drag queens a bailar, de distintas
137
generaciones y procedencias todas juntas allí aprovechando los
últimos minutos de la noche. En esta celebración, todos los mo-
mentos eran oportunos para brillar. Subían las ex reinas, las parti-
cipantes y otras tantas que no entraban en estas dos categorías. Lo
seguían dando todo. Bailaban entre ellas, se hablaban con la mirada
y extendían sus brazos hacia el público terminando con la vista
fija en la intensa luz de los reflectores que apuntaban hacia ellas.
Como en el final de una obra que un segundo después volvía a co-
menzar, una y otra vez. Algunas se bajaban y subían nuevas en su
reemplazo, mientras que otras parecían nunca cansarse y seguían
allí cinco o diez temas musicales de un remixado electrónico pop
que no paraba de sonar.
Entre las cinco y las seis de la mañana la celebración terminó.
Las luces blancas de la disco se encendieron mientras una larga fila
de personas aguardaba su abrigo en la ventana del guardarropas.
La madrugada se anunciaba gélida afuera de la disco y en pocos
minutos se produjo la dispersión total de los asistentes. La ma-
gia duraba algunas horas y la cotidianeidad opacaba un poco el
resplandor de ese momento. Pero, como en los cuentos, algo de
la magia quedaba y algo se perdía. El día después era el feriado
del 9 de julio, un día que las artistas, organizadores y asistentes
utilizaban para descansar, dormir o pasear por la ciudad. En la pla-
za central, a dos cuadras de la Casa Histórica de Tucumán, había
puestos gastronómicos con comidas típicas de distintas partes del
mundo como cerveza alemán, platos árabes o empanadas tucuma-
nas. Por allí paseaban(mos) turistas y locales, y durante la camina-
ta fui encontrando algunas drag queens, que en aquella ocasión
vestían «de civil», con jeans y zapatillas, «ahora estoy de varón»
decían al presentarse. Ya no tenían salutaciones de reverencia
como la noche anterior cuando el público de Diva las veía llegar
entre pelucas y brillos, paseaban como el resto de las personas mi-
rando puestos o conversando sobre las repercusiones de la noche
anterior. Seguían siendo reinas pero recién en la próxima elección
tendrían otra oportunidad para brillar.
138
Reina nueva, año nuevo
Como vimos, en este universo drag queen celebrar era una palabra
usual y las elecciones eran eventos especiales dentro de las distintas
modalidades celebratorias que se producían. La elección nacional
era la máxima celebración y marcaba el calendario anual de este
mundo artístico. Allí se condensaban y potenciaban las dimen-
siones a las que nos acercamos en este capítulo: el encuentro, la
exuberancia y la consagración.
En las performances festivas, estéticas y políticas que se pro-
ducían en la ENDQA, con sede en la ciudad de San Miguel de Tu-
cumán, se dramatizaban historias de nuestro país, con reificacio-
nes y ficciones, mediante la utilización de atributos y simbologías
que podrían parecer contradictorias a simple vista como una co-
rona y la escarapela con la bandera argentina. La elección nacional
permitiría estallar ese binomio actualizado en las narrativas hege-
mónicas sobre la historia argentina: la realeza vs. el estado-nación.
En esta celebración se citaban repertorios de ambos, de los actos
electorales estatales, por ejemplo, al nombrar el concurso como
una elección, y de la monarquía ya que las reinas consolidaban una
realeza. A diferencia de lo que sucede con las monarquías y los
cargos vitalicios, esta nobleza se caracterizaba por ser electa año a
año por un jurado especializado y el público.
El alcance nacional de la elección era reforzado constante-
mente por sus protagonistas que señalaban que la dinámica fe-
deral era de gran importancia y que reunir a representantes de
distintas provincias del país le otorgaba mayor envergadura al
evento. Además, por la fecha y la ciudad donde se llevaba a cabo,
la ENDQA se vinculaba de manera explícita con un significativo
repertorio festivo del estado-nación argentino. La proximidad con
el epicentro celebratorio del 9 de Julio, día de la independencia,
y la utilización de determinados símbolos patrios como el him-
no, configuraban producciones estético-políticas que (trans)for-
maban sentidos de nociones como nación y reinado. Eran reinas
139
pero nacionales, tenían coronas pero cubiertas de piedras celestes
y blancas en alusión a los colores de la bandera argentina. En sin-
tonía con la propuesta de Taussig (2015) podríamos pensar en la
elección nacional como un atractivo o «amplificación dramática»
del misticismo de la soberanía en una república. Y también, en los
límites difusos de un estado que vibraba tanto en la plaza central
del jardín de la república como en aquel escenario a las cinco de
la mañana mientras era elegida una reina drag queen. La ostenta-
ción y el esplendor de las performances sobre el escenario permitió
acercarnos a la dimensión simbólica y teatral del poder señalada
por Clifford Geertz (1999 [1980]). En Tucumán, mientras se (re)
construía la historia argentina y un sujeto nacional con escarape-
las, banderas e himnos, también se construía la historia drag queen
con otras metáforas y nuevos símbolos como la corona, las pelucas
y las plataformas.
A partir de la organización y la realización de los shows,
vimos cómo en la elección nacional la sencillez no tenía ningún
sentido, más bien todo lo contrario. Según propone Susan Sontag
(1969), ese amor por lo exagerado se podría incluir dentro de una
sensibilidad estética particular nombrada como «camp» y que en
este caso también se asociaba con la exuberancia a la que refiere
Taussig (2015). Los shows apuntaban a más, a dejar a todos «con
la boca abierta» y a «darlo todo» sobre el escenario, frases que
repetían las artistas de manera constante. El arte drag queen es un
arte de la exageración, y esta era también una dimensión consti-
tutiva de la elección nacional, en la cual la ganadora sería la más
ovacionada, la mejor puntuada y la que hubiese logrado con su
producción generar el impacto deseado en el público presente.
La ligazón entre las artistas y su público era una arista
fundamental en el arte drag queen que se exacerbaba durante la
elección nacional. Los aplausos y gritos efusivos intensificaban
la «communitas», en términos de Turner (2012), que se creaba
cuando las artistas performaban sobre ese escenario mientras el
público las (ad)miraba desde abajo. De este modo, la ENDQA
140
creaba lazos de pertenencia, en el marco de un espacio mercanti-
lizado, reforzando así los cruces entre entretenimiento y trabajo,
entre arte y comunidad afectiva. Según el organizador del even-
to, cada 9 de Julio era como una festividad de año nuevo, una
oportunidad para compartir entre amigas y festejar pero también
para recordar y construir las memorias en común sobre épocas
pasadas y elecciones de años anteriores. Además, como uno de los
efectos de esta celebración, desde el escenario de Diva, las artistas
provocaban sobre el reconocimiento que pretendían para el arte
drag queen, no sólo en el ambiente sino más allá. Cuando Antara
expresó: «Esto es el país diverso. Argentina está cambiando y las
drag queens venimos pisando fuerte», refería a una comparación
temporal entre el lugar que tenía el arte drag queen a fines de la
década de 1990 y el lugar que ocupa hoy dentro de la «noche-
gay», dentro del mundo del espectáculo y dentro del país. De
modo tal que, la elección nacional no sólo permitía consagrar a
sus participantes sino también dar mayor relevancia o prestigio a
la práctica artística drag queen en sí misma.
La coronación de la reina era el punto culmine de estas cele-
braciones, y en el mismo sentido, dentro del mundo artístico drag
queen las celebraciones más importantes eran aquellas que coro-
naban. El acercamiento etnográfico a este universo social permitió
observar el modo en que se re-ordenaban las jerarquías sociales,
mientras las ganadoras se consagraban como artistas reconocidas
y aumentaban su prestigio por obtener la corona o un premio, las
que perdían quedaban en suspenso hasta un nuevo año en que
posiblemente lo volverían a intentar. La corona, símbolo de po-
der y distinción en este mundo (como en tantos otros), fundía
en aplausos la consagración de una reina con la consolidación de
una práctica artística y de lazos afectivos sostenidos en aquellas
noches, que cada año en Tucumán encontraban el escenario más
reluciente para reunirse a celebrar. Como advierte Ru Paul en la
canción Súper Queen: «será mejor que creas que el poder es real».
Y podríamos agregar: «será mejor que aplaudas».
141
Bibliografía
142
Taussig, Michael, Belleza y violencia: Una relación aún por enten-
der, Editorial Universidad del Cauca, Popayán, 2014.
Taussig, Michael, La Magia del Estado, Siglo Veintiuno editores,
México, D.F., 2015.
Turner, Victor, “Liminal ao liminoide: em brincadeira, fluxo e ri-
tual. Um ensaio de simbología compatativa”, Mediações - Re-
vista de Ciências Sociais, V.17, (2), 2012, 214-257.
143
CAPÍTULO 5
DE MANOS QUE ACARICIAN Y PANZAS
QUE BAILAN. UN ENSAYO ETNOGRÁFICO
SOBRE CELEBRACIONES EN FIESTAS DE
OSOS EN CÓRDOBA
Ejercicio introductorio
145
permitía el paso del interior del establecimiento hacia el patio.
Observé que por el pasillo caminaban dos varones. Cuando se
aproximaron hacia donde me encontraba pude escuchar que
uno de ellos le agradecía al otro por haberlo empujado a ir. Al
mismo tiempo que dijo aquello, encorvó la columna hacia ade-
lante y cubrió su panza con ambos brazos.
Por si sola, esta escena probablemente no haga mucho senti-
do. Un retazo de imágenes sueltas que necesitan ser enlazadas con
un contexto más amplio. Para ello debemos adentrarnos en algu-
nas particularidades del lugar y sus asistentes. El encuentro al que
hago referencia era nombrado por las personas con quienes realicé
la pesquisa como fiesta de osos. Aquellos varones que intervinieron
en la viñeta relatada portaban cuerpos que escapaban de las líneas
magras y las figuras delgadas. Estos elementos fueron empleados
por mis entrevistados como formas de referir a una estética gay
desde un imaginario hegemónico. Podemos sumar a ello que am-
bos tenían alrededor de cuarenta años, una edad que suele ser aje-
na a ciertos ideales de juventud bolichera. Como dijera uno de los
organizadores de las fiestas durante una entrevista, la mayoría del
público podía ser descripto como viejos gordos.
Desde estos puntos de partida es que ubico el presente es-
crito dentro de una pesquisa etnográfica realizada entre los años
2012 y 2014, orientada al análisis de formas de (re)producción de
subjetividades en fiestas de osos. La convocatoria a estas fiestas rea-
lizaba un llamamiento a varones autoidentificados con la categoría
oso, o cuya atracción estuviese enfocada hacia la misma. Durante
el trabajo de campo, esta figura fue narrada por mis entrevistados
como un varón que exhibía una presentación de género que des-
cribían como masculina, y que deseaba relacionarse socio-erótica-
mente con varones similares. Cuando preguntaba qué se entendía
por masculinidad, las respuestas giraban en torno a componentes
tanto físicos como actitudinales. En palabras de uno de estos varo-
nes: «me parece que el ser grandote, peludo, gordo, no afeminado
o que de repente sea un poco vulgar, con decirte que eructe, que
146
se tire pedos, que coma como ordinariamente, una cosa así». Des-
cripciones sobre panzas abundantes, torsos velludos y comporta-
mientos toscos surgieron en cada conversación.
Realicé una serie de entrevistas abiertas y biográficamente
centradas junto a trece de estos varones. Uno de los puntos nodales
de estos encuentros fue dialogar sobre sus experiencias personales
en relación a los espacios de homosociabilidad en la capital cordo-
besa, y las posibilidades de constituirse en tanto consumidores de
una noche que parecía excluirlos tanto por sus edades como por
sus cuerpos. También abordamos las (re)configuraciones sobre la
corporalidad que supuso el comenzar a autodefinirse oso, en un
entrecruzamiento con otros marcadores sociales de las diferencias
como género y sexualidad. Las edades de los entrevistados osci-
laron entre los treinta y sesenta años, ubicados en su mayoría en
estratos socio-económicos medios, con estudios superiores com-
pletos y trabajos tanto en emprendimientos personales como en
relación de dependencia. Por otro lado, realicé observaciones par-
ticipantes en los encuentros festivos que eran organizados men-
sualmente en el mencionado bar. El ingreso me fue facilitado por
el dueño del establecimiento, quien autorizó que llevara adelante
parte de mi investigación durante aquellas noches. Como una
bola de nieve, acompañada con frases al estilo «él está estudiando
a los osos», ese primer contacto derivó en presentaciones con otros
varones que asistían a las fiestas. Compartir los movimientos de
los participantes en la pista de baile, bajo luces de colores y ritmos
musicales diversos, me acercó a instantes donde pectorales pelu-
dos y panzas voluminosas eran erotizadas. En tanto performances
de coqueteo, ciertas figuras coreográficas eran elaboradas mientras
las manos de unos acariciaban las corporalidades de otros.
En base a esta investigación pregunto, en primer lugar, por
algunos caminos que dibujó la categoría oso en sus reapropia-
ciones locales, junto a la producción de distanciamientos con
otras formas de catalogación social como puto común y pendejo.
Luego, recupero escenas surgidas en el trabajo de campo para
147
pensar en interacciones entre cuerpos grandes y añosos, en un
baile donde superficies peludas eran recorridas por deseosas ma-
nos. Finalmente, indago en los efectos que estas celebraciones
tuvieron en sus asistentes, en un mundo donde tanto la gordura
como la vejez parecían dictaminar quiénes (no) eran aptos para
disfrutar de la noche.
148
de un imaginario de cuerpos jóvenes y delgados predominante
en otros espacios de homosociabilidad de la época. Frente a una
serie de inconformidades con aquellos patrones estético-políticos
comenzaron a surgir las play parties, categoría que refería a fies-
tas en las que era posible jugar con comodidad. Bajo esta idea de
juegos, en el mencionado texto se aludía a la posibilidad de acari-
ciarse o besarse en presencia de otros varones, momentos donde
aquellas corporalidades despertaban suspiros en lugar de miradas
despreciativas. Los encuentros festivos reunían varones cuyos
cuerpos eran descriptos por el autor como portadores de formas
voluminosas y edades superiores a los treinta años. Otra de las car-
acterísticas destacadas era la presencia de carga hirsuta entre los
asistentes de los eventos, quienes podían lucir frondosas barbas
que hacían juego con torsos y extremidades.
La categoría bear fue luego expandiéndose desde diversos
emprendimientos comerciales, en particular establecimientos fes-
tivos nocturnos, así como en medios de comunicación -revistas y
foros virtuales- que empleaban dicha forma de nominación en sus
titulares. Una pequeña parte de estos procesos de dispersión cate-
gorial surgió durante las entrevistas realizadas para la presente pes-
quisa. En aquellas conversas se destacó la importancia de los viajes
y la navegación web. Estos traslados (ciber)espaciales permitieron
que muchos varones pudieran acceder a imágenes de sujetos que
eran nombrados bears en distintos materiales audiovisuales, prin-
cipalmente de contenido pornográfico. Para el caso de Esteban,
devino central entrar en contacto con la categoría para despues
emplearla con amigos. Como narraba en una entrevista: «yo em-
pecé a agarrarle la mano al vocabulario, y por ahí me encontraba
con alguien y le decía ‘¿sabés que sos un oso?’, y esta gente ni sabía
lo que era un oso en esa época». Estos descubrimientos conduje-
ron a que comenzara a conectar un tipo corporal deseado a una
149
palabra que lo nominara, así como entrelazar determinados com-
portamientos con una idea de homosexualidad masculina.
En relación a estos movimientos, una entrevista con Leonel
resultó crucial para comprender una parte de la constitución de
espacios de homosociabilidad que giraron alrededor de la categoría
oso en nuestro país. En dicha conversa rememoró que, en la ciu-
dad de Buenos Aires, se organizó una reunión en el año 1997 en el
departamento de uno de los varones convocantes. La premisa del
encuentro fue congregar a otros varones que estuviesen interesa-
dos en conocer sobre los osos, categoría que aparentemente no era
casi empleada en el cotidiano. Aquella tarde marcó el puntapié de
lo que posteriormente fue llamado el Club de Osos de Buenos Aires.
En una bitácora de memorias acopiadas por Franco Marcelo Pas-
tura (2010), uno de los primeros miembros del club, se destaca que
la reunión cero fue el comienzo de algo esperado por muchos varo-
nes. La vida social de esta institución prosiguió con la obtención de
personería jurídica y la adquisición de una sede física a comienzos
de siglo XXI, encontrándose actualmente en funcionamiento.
Para el caso de la ciudad de Córdoba, los varones entrevista-
dos recalcaron el año 2002 por la apertura de un foro virtual llama-
do Osos Cordobeses, pensado por sus moderadores como un sitio
para compartir vivencias entre sus usuarios. Los contactos online
derivaron en proyectos que buscaban trascender las pantallas, y
construir espacios que favorecieran los encuentros grupales entre
sujetos que compartían gustos socioeróticos similares. Sobre esta
crónica de tintes locales, Tadeo y Adolfo recordaron que, durante
ese mismo año, algunos de los varones que perseguían el objetivo
de conocerse cara a cara fundaron lo que fuera conocido como el
Club de Osos Cordobeses. Similar a su par porteño, los coordinado-
res del club local esperaban establecer un ámbito de comodidad
para varones -en su mayoría de cuerpos grandes y añosos- que no
participaban de otros espacios de homosociabilidad.
Una de las primeras tareas que emprendieron los miem-
bros de la entidad fue buscar un espacio en el que pudieran alojar
150
reuniones semanales. Se transitó por locales de una cadena de pa-
naderías y centros de participación comunal, junto a ocasionales
encuentros en la casa de alguno de estos varones. Tadeo recordó
dicho quehacer como una verdadera peregrinación, que culminó
tras el arribo a un bar que era promocionado por su dueño como
gay friendly. Luego de unas breves tratativas se produjo el ofreci-
miento de los días jueves en un horario vespertino, momento en
el que se constituyeron los jueves de osos como parte de las activi-
dades programadas del club. Entre sonrisas, durante la entrevista,
Tadeo evocó aquellos tiempos como marcados por el recuerdo
feliz de una larga mesa que los cobijaba en copiosas meriendas, y
por otro lado, una valoración negativa sobre sus cuerpos y edades.
Como dijera de modo enfático: «nos daban los jueves porque te-
nían un cierto terror a la fisionomía osuna, porque uno llegaba,
se abrazaba y era como… entonces el dueño nos decía vengan los
jueves porque nos arruinan el negocio». Parecía que una suerte
de espanto era producido en el montaje de una escena en la que
dos -o más- varones gordos y viejos se fundían en un apasionado
beso que era visible desde la ventana del bar que daba hacia la calle.
No obstante, la fugaz vida del Club de Osos Cordobeses marcó una
época maravillosa para muchos de estos varones, funcionando for-
malmente hasta mediados del año 2006.2
En cuanto a las representaciones de las categorías, cabe mar-
car diferencias entre el bear estadounidense y el oso cordobés. Des-
de la perspectiva de Leonel, las imágenes de osos yanquis remitían
a un tipo físico «lo más atlético y lomudo posible». Desde allí se
151
establecía un ideario de masculinidad representado por varones
que portaban extremidades musculosas, así como amplios pecto-
rales surcados por una capa hirsuta. Luego, esquematizó la cate-
goría bear como fundamentalmente ligada a filmes eróticos, una
figura contrapuesta a los twinks en tanto varones jóvenes -o que
aparentaban serlo- de cuerpos delgados y lampiños. En sus relatos
sobre experiencias en espacios de homosociabilidad, en particu-
lar aquellos relacionados con el divertimento festivo, los varones
entrevistados no se veían reflejados en los bears estadounidenses.
Tanto los miembros que formaron parte del Club de Osos Cordo-
beses como los asistentes a las fiestas de osos de las que participé para
la presente pesquisa portaban cuerpos -en su mayoría- gordos. Por
otro lado, el promedio etario de estos varones era superior a los
cuarenta años, edades que consideraban lejanas a los participantes
habituales de una noche gay cordobesa.
Estos marcadores sociales provocaban una sensación de no
aceptación en los establecimientos nocturnos existentes con an-
terioridad a la apertura de las fiestas de osos, hacia finales el año
2010. Dicho sentir era debido a que sus corporalidades y sus ros-
tros maduros eran receptáculos de miradas despreciativas, al mis-
mo tiempo que se generaba una autoexclusión al sentirse como
sapos de otro pozo. Para analizar estas reacciones recupero los apor-
tes sobre la escena comercial gay que formulara el sociólogo galés
Jeffrey Weeks (1983). Aquellos locales que abren sus puertas para
el disfrute festivo de la noche estarían apuntados hacia un públi-
co mayoritariamente joven, donde se construiría una noción de
belleza y deseabilidad atravesada por aquel atributo . En esos es-
tablecimientos, la vejez devendría una característica no solamente
ajena a la nocturnidad, sino también rechazada en tanto incapaz
de producir erotismo. Los varones a quienes entrevisté nombra-
ron a estos locales como boliches, una figura predominante en sus
experiencias de trazado y consumo de una cartografía de la homo-
sociabilidad nocturna cordobesa. La existencia de estos estableci-
mientos se conjugaba con una expresión de ausencia de espacios
152
en los cuales un varón gordo y viejo pudiese sentir comodidad
durante una salida nocturna de fin de semana. Desde los relatos
recabados se percibía la existencia de un designio social desfavora-
ble: un cuerpo que conjugaba la acumulación de años y kilos era
un cuerpo que debía recluirse.
El público de estos boliches fue definido por mis entrevis-
tados mediante el empleo de las categorías pendejo y puto común,
enunciadas de modo sinonímico junto a una concepción de géne-
ro atravesada por el afeminamiento. En otras palabras, se restau-
raba un imaginario en el que un varón que mantuviera relaciones
erótico-afectivas con otro varón debía mostrarse de formas finas y
delicadas. Esta expresión fue enunciada por Tadeo en la conversa-
ción que mantuvimos, al mismo tiempo que elaboró una escena
en la que afinó el tono de su voz y elevó los brazos por sobre la
altura de la cabeza mientras quebrada las articulaciones de las mu-
ñecas. Aquellas gesticulaciones le sirvieron para ejemplificar los
elementos que no le generaban atracción en otro varón, entretan-
to se trataba también de una presentación personal que definiera
como lo socialmente esperado. Por contrapartida, expresó que «los
osos veníamos a representar ese tipo común y corriente, que puede
ser un albañil o un motoquero, y todo el mundo dice ‘¿cómo pue-
de ser gay?’, si tiene que ser afeminado». Estas definiciones pro-
ponían una idea que se manifestó en todas las entrevistas, donde
el oso era interpretado como «un hombre común pero no un puto
común». Como reflexionara Martiniano, un cuerpo gordo impli-
caba un varón que habría vivido una vida despreocupada, frente a
otros varones que catalogaba como seguidores de los cánones de la
moda y preocupados por tonificar sus cuerpos en gimnasios.
La división entre osos y putos comunes resultó de significativa
importancia para el trabajo de campo. El cuerpo delgado se opo-
nía al cuerpo gordo, la depilación se oponía a las formas hirsutas,
la juventud que salía por las noches se oponía a la vejez que pre-
suntamente debía permanecer en el hogar. Como parte de estas di-
visiones también se propusieron algunos consumos particulares,
153
como la preferencia de los osos por la cerveza frente a los tragos
elaborados. De modo similar, uno de los varones entrevistados ad-
virtió que el gusto musical de la mayoría de los asistentes se alejaba
de la música electrónica, género que asociaba a los boliches. Uno
de los principales objetivos que destacaban los organizadores de
las fiestas de osos fue construir un espacio de sociabilidad propio,
donde pudieran encontrarse osos y cazadores. Este último era evo-
cado en las entrevistas como la pareja ideal del primero: un varón
de cuerpo más delgado que el oso y preferentemente velludo, cuya
atracción se daba por las corporalidades grandes. Por ello devino
necesario preguntar por el lugar que estos encuentros ocuparon
en un conjunto de varones cordobeses.
Conocí a Horacio en una de las fiestas de osos a las que asistí a co-
mienzos del año 2012. El dueño del bar donde se organizaban los
encuentros nos presentó cuando apenas habían abierto las puertas
del establecimiento pasada la medianoche. Pocas personas habían
llegado. Tras indicarle que mi interés era hacer un estudio sobre
los osos en la ciudad, nos dejó para atender la barra. En esa oportu-
nidad, conversamos brevemente sobre la posibilidad de hacer una
entrevista, a lo que Horacio accedió.
Acordado el encuentro, me dirigí a su departamento una fría
tarde de junio. Horacio vivía en un barrio próximo al centro de la
ciudad. Como previamente habíamos arreglado, envié un mensaje
de texto para anunciar mi llegada. Cuando subíamos las escaleras
comentó que unos amigos estaban de visita. Pidió disculpas por no
haberlo mencionado con anterioridad, a lo que respondí que no ha-
bía problemas. Cuando ingresamos, escuché unas voces que conver-
saban en la cocina. «Se quedan ahí sin hacer ruido», les reprendió.
Mientras fue en búsqueda de algo para merendar, me senté en una
de las sillas del comedor. El ambiente estaba decorado con figurillas
154
de porcelana y tapizados floreados, ornamentos que parecían saca-
dos de la escenografía de una película ochentosa. A su regreso, dis-
puso sobre la mesa una canastita con medialunas para acompañar
el mate. «¿Tomás dulce o amargo?», dejé esa decisión a su criterio.
Una de las primeras preguntas que propuse apuntó a su
conocimiento sobre la existencia de espacios de sociabilidad que
empleaban la categoría oso para convocar participantes. Esta inte-
rrogante buscó traer a colación el Club de Osos Cordobeses y los
encuentros festivos que sus miembros organizaron. Horacio co-
menzó por indicar que no sabía mucho sobre aquellos años, pues-
to que no había participado en primera persona de la vida social
del club. De todas maneras había escuchado algunas historias de
amigos que concurrieron asiduamente a los jueves de osos, en los
que algunos varones se tomaban de las manos y se dedicaban be-
sos. Parte del desconocimiento de estos encuentros fue explicado
por Horacio desde sus experiencias con la nocturnidad festiva. Se
consideraba una persona que no había encontrado comodidad en
los establecimientos apuntados a un público homosexual.
Durante la época de apogeo y desarme del Club de Osos Cor-
dobeses, Horacio mantenía una vida de pareja con un varón que
le superaba en edad y a quien describiera como convencional y ta-
pado. Como parte de las actividades que realizaban juntos, contó
acerca de sus viajes vacacionales al extranjero, sustituidos por des-
tinos costeros nacionales tras la debacle socio-económico-política
a comienzo del nuevo milenio. Aquellos años también dieron
inicio a cambios en la pareja. Como me comentara: «empezamos
a tener una relación más abierta». Parte de esa apertura incluía
la visita a saunas y cines que proyectaban películas pornográficas,
espacios en los que mantenían relaciones sexo-eróticas ocasionales
con otros varones. La actitud adoptada fue la de hacer cada uno lo
que deseara. Había comenzado para Horacio una etapa de explo-
ración en muchos sentidos.
Para finales del año 2010 mencionó que había engordado
mucho. Eso produjo un desinterés por conocer otros varones y
155
mantener relaciones sexuales. Sus cambios corporales acarrearon
una sensación de fealdad, y afrontaba la situación desde una pers-
pectiva que definiera como negativa. Por la misma época, tuvo un
fugaz encuentro con un compañero de trabajo. A pesar de catalo-
garlo como una experiencia poco placentera, le concedió a ese le-
vante el mérito de introducirlo a la categoría oso. En una charla que
tuvieron, aquel varón le preguntó «¿vos sabes que hay una fiesta
de osos?», a lo que Horacio respondió atónito «¿qué son los osos?».
En diciembre del mismo año, asistió a lo que fue la primera
fiesta de osos organizada en el bar donde realicé mi pesquisa.3 Los
temores frente al desconocimiento de estos espacios fueron pron-
tamente reemplazados por un sentimiento de comodidad. «No lo
podía creer, yo saliendo solo a un lugar así», fue el comentario que
definió gran parte de aquella experiencia. Aún vivía con su pareja
y las salidas nocturnas no formaban parte de sus planes habituales.
Una pregunta que recordó formulándose a sí mismo fue «¿qué
me va a pasar?». Al ingresar se encontró con algunas personas que
ya conocía, y en el transcurso de la noche bailó con un muchacho.
Lo vivido marcó un camino del cual no pudo retornar, y tampoco
lo deseó. Conocer estas fiestas lo llevó a vivenciar una contención
dentro de lo que llamó el ambiente de los osos, un sitio en donde
construyó amistades duraderas.
Volver a recordar aquellos días implicó para Horacio retor-
nar a un momento bisagra en sus modos de relacionarse. «Bueno,
acá van a operar unos cambios grandes en mi vida», sentenció
a su pareja (con quien había terminado para el tiempo de la en-
trevista). Las fiestas de osos fueron cruciales en su narrativa como
3 Vale aquí hacer una aclaración importante. Durante las entrevistas se recordaron
eventos previos que fueron llamados fiestas de osos, o que empleaban la categoría
como parte del nombre de una velada en particular. Uno de los locales traídos a
colación fue Piaf Disco, establecimiento abordado en la pesquisa de Ana Laura
Reches (2018). Sin embargo, estos encuentros fueron evocados por los varones
con quienes trabajé como esporádicos y aislados dentro de las ofertas de una
homosociabilidad nocturna.
156
movimientos liberadores. No solamente había encontrado un
espacio para salir por las noches, sino que también comenzó a
sentir algo inesperado sexualmente. La percepción de fealdad por
su cuerpo gordo y añoso fue transformándose en un aceptar que
otros varones podían sentir atracción por sus formas voluminosas.
«Me la pasé diez años a paja frente a una computadora», me dijo.
Ahora era el momento de cambiar.
157
el gruñido también devenía en una forma de mostrar deseo por
alguien con frases como: «¡woof, qué lindo oso!».
Cada encuentro mensual montaba una temática particular
que le diferenciaba de sus anteriores ediciones. Esta característica
le aportaba una impronta de juego, pensada por uno de los pro-
motores de los eventos como una estrategia para que los asisten-
tes no se aburriesen. Los elementos de variación podían dirigirse
a la vestimenta de las personas, como fue el caso de la Fiesta de la
bermuda durante una noche veraniega, consistente en el ingreso
gratuito para los varones que concurriesen vistiendo aquella pren-
da. Otro punto remarcado era la comida en algunas de las celebra-
ciones, como el reparto de paletas heladas en el evento Veranoso, o
empanadas rellenas de carne en una fiesta cercana a una fecha del
calendario patrio. Un tercer componente podía orientarse a gene-
rar interacciones entre los varones presentes, como sucediera en la
Fiesta de los corazones. Para la ocasión, se repartieron en el ingreso
unos cartones rectangulares que mostraban la figura de un medio
corazón y un número. La finalidad era encontrar al varón que tu-
viera el mismo número en la otra mitad del corazón. Esta unión
les hacía ganadores de una cerveza y la posibilidad de conversar.
La planta arquitectónica del bar responde a la tipología casa-
chorizo. El ingreso al establecimiento se hacía por un vestíbulo en
el que una persona trabajaba de recepcionista. En una pequeña
mesa, les daba la bienvenida a los varones que llegaban y cobraba
el precio de la entrada. Posterior al pago, se entregaba un número
de un talonario de rifas que podía intercambiarse por una bebi-
da. Desde una puerta contigua se accedía a un pasillo distribuidor
ubicado al costado izquierdo del local. Este pasillo atravesaba todo
el lugar hasta conectar con el patio hacia el final de la edificación.
En sus costados derechos se encontraba una zona que oficiaba las
veces de pista de baile, seguida de la barra donde se podían adqui-
rir bebidas, la cocina y los baños. Esta distribución de las habi-
taciones facilitaba una circulación de las personas por el pasillo,
punto central de conexión con el resto de los espacios.
158
En una esquina de la pista de baile se encontraba una cabina
desde la cual se musicalizaba la noche. Los ritmos variaban entre
rock nacional y pop noventero, alternando en bloques que cam-
biaban con el correr de las horas. Un entrevistado supo indicar
que a veces aquel soundtrack era similar al de un «casamiento por
la madrugada», música que provocaba el movimiento y construía
una atmósfera de alegría. Desde esas mismas consolas se maneja-
ban los reflectores de colores y las luces estroboscópicas, dispues-
tas en una estructura metálica triangular ubicada en el techo de
la sala. La persona encargada de aquel puesto de mando también
tenía la tarea de controlar cuatro pantallas de aproximadamente
quince pulgadas colgadas en las paredes. En algunos de los en-
cuentros se transmitieron fotografías de varones en ropa interior
o desvistiéndose, cuyas poses resaltaban lo voluminoso de sus zo-
nas abdominales y pélvicas. Estas imágenes incluían con un ele-
mento pedagógico, puesto que las figuras eran acompañadas por
carteles que las nombraban y ubicaban dentro de una categoría.
De esta forma, surgían osos con tiradores que resaltaban sus cur-
vas y cazadores que apretaban sus entrepiernas para marcar ciertos
atributos físicos. Otros varones lucían cabellos canosos y camisas
entreabiertas que permitían la aparición de los vellos pectorales
por entre los pliegues de tela. En otras ocasiones, se proyectaron
películas cuyos personajes portaban frondosas barbas y formas
voluminosas, como fuera el caso de Bear City, un film estadouni-
dense del año 2010 dirigido por Douglas Langway. En la esquina
diagonal opuesta a la cabina solía montarse una tarima movible de
madera para las veladas que contaban con algún tipo de presenta-
ción en vivo, como performances de baile o desfiles.
En un estudio sobre bailes de cuarteto cordobés, Gustavo
Blázquez (2014) propone que, en el sector destinado a los movi-
mientos dancísticos, se producían interacciones que resultaban
buenas para pensar la construcción de subjetividades. Las coreo-
grafías recreaban y reactualizaban diferentes categorías en aquel
universo simbólico, y eran empleadas para catalogar a las personas
159
en procesos tanto de clasificación como de calificación. Las coreo-
grafías brindaban la posibilidad de elaborar una presentación per-
sonal, contar un relato sobre uno mismo, así como para mostrarse
frente a otros (Blázquez, 2014). Esa etnografía en las noches cuar-
teteras subraya la importancia de los movimientos como forma de
comunicación, donde las personas entablan relaciones mediante
el intercambio de pasos de baile y posiciones en la pista.
Bajo las luces y envueltos en los sonidos, la pista de baile
devenía un espacio privilegiado para el encuentro de varones que
participaban en las fiestas de osos. Escenas de cuerpos que se des-
plazaban, donde algunas manos podían acariciar panzas peludas
al compás de la música. La celebración de estos contactos era pre-
cedida de forma habitual por miradas de coqueteo, cruces visuales
entre varones que se encontraban en la pista y otros ubicados en
zonas aledañas. Parados en el pasillo o desde la barra -con una bebi-
da en mano-, algunos asistentes dedicaban un tiempo de la noche
para observar a quienes optaban por danzar bajo los reflectores.
En estos casos podían adoptar una serie de tácticas para la contem-
plación deseosa, que dependían de si el sujeto prefería mantener
lo que llamaríamos un perfil bajo, o si en cambio esperaba mostrar
abiertamente sus intenciones. En el primero de los casos, los regis-
tros visuales tomaban la forma de un fugaz vistazo hacia el rostro
de un asistente que despertara suspiros, para capturar su mirada.
Cuando se lograba una respuesta de aquellos ojos, el foco rápida-
mente cambiaba y con disimulo se bebía o se consultaba la hora.
Estas ojeadas fueron caracterizadas por un entrevistado como una
actitud de «como quien no quiere la cosa», que acarreaba el ries-
go de que aquel varón observado no se percatase. Este vaivén de
miradas podía continuar sin que se produjera un acercamiento, o
bien demorar el levante.
En el segundo caso, si ambos varones se sostenían la mirada
mutuamente, podía suceder que mediante alguna insinuación cor-
poral se invitara al ingreso a la pista de baile. Un guiño de ojos, una
sonrisa cómplice, una mano en ademán de atracción hacia adelante,
160
o un movimiento de cabeza asintiendo. Estas señales indicaban que
se aceptaba entablar una interacción más cercana. Situaciones de
levante similares fueron indagadas por Rodrigo Laguarda (2005)
en un bar gay de la capital mexicana. Una parte de aquella inves-
tigación fue dedicada al análisis de estos contactos visuales dentro
de las fiestas. El aceptar la mirada podía ser interpretado como una
afirmación al flirteo que estaba siendo desarrollado desde el pasillo,
o desde la pista de baile. De no darse así, el desviar el rostro y mirar
hacia otra dirección constituía, al menos en un primer momento,
una manera de rechazar el coqueteo. Estos matices facilitaban las
proximidades entre los cuerpos, y ponían en juego concepciones
sobre las interacciones eróticas en una noche festiva.
Las fiestas de osos eran escenarios donde cuerpos grandes y
añosos podían erotizarse. Nicolás, uno de los varones entrevista-
dos, contaba cómo determinadas acciones buscaban generar sen-
saciones de comodidad hacia el propio cuerpo. Empleó la palabra
explosión para el quitarse las remeras o desprenderse los botones de
las camisas. Cuando promediaba la noche hacia la mitad de la fies-
ta, y el baile se encontraba en pleno apogeo, algunos varones des-
nudaban sus torsos e invitaban a otros a que también lo hicieran.
Mediante frases como «dale, anímate, vas a ver que está bueno»,
alentaban a que se despojaran de sus vestimentas superiores. Una
forma de estimular que sucediera esta explosión era arrimarse a
otro, bailar por unos minutos, intercambiar algunas palabras para,
posteriormente, tomar las remeras por la parte inferior ejerciendo
un leve movimiento hacia arriba.
En estas situaciones, la pista de baile era un espacio para
tocar y ser tocado. Quienes aceptaban el convite podían adoptar
una posición coreográfica en la que, parados unos detrás de otros,
pasaban sus manos por la panza y los pectorales de los varones
que tuviesen en frente. También podía suceder que un varón se
arrimase por delante y dispusiera sus manos en un abrazo en el
que las panzas se unían, sintiendo el sudoroso contacto entre las
velludas pieles. Algunos besos en el cuello podían surgir, así como
161
palabras al oído. Otra modalidad residía en un intercambio de pes-
tañeos, un trueque que requería que ambos se enfrentasen cara a
cara mirándose a los ojos y de a ratos esquivar la mirada. El juego
parecía requerir que se mostrase interés en el contacto, a la vez que
buscaba no delatar demasiado rápido el deseo. Entre palabras y
caricias en los pectorales, el flirteo podía terminar en un apasiona-
do beso. Aquellos participantes que preferían no quitarse la ropa
podían permanecer como espectadores, o sumergirse vestidos en
el océano de pelos. Estas explosiones narradas por Nicolás, referían
también al calor que hacía que no diera abasto al aire acondiciona-
do de la pista de baile en las noches de mayor asistencia o veranie-
gas. Se trataba de generar una situación en la que, contaba, «está
buenísima la idea de poder estar en cuero y que a nadie le impor-
te, estar cómodo y mostrar la panza peluda». De esta manera, se
esperaba perder la vergüenza de verse semidesnudo frente a uno
mismo y frente a otros.
Otros varones preferían «morir antes que mostrar sus pan-
zas». Recuerdo que en dos fiestas uno de los presentes intentó
quitarme la remera para que participara del frenesí de torsos des-
nudos. En ambas oportunidades, me negué a hacerlo con un tími-
do «no, gracias». Entiendo que las fiestas de osos eran vividas por
muchos de sus asistentes como espacios en los cuales sus panzas
eran deseadas, pero la vergüenza me bloqueó en esos momentos.
Desde mis experiencias de festividad nocturnas en espacios de
homosociabilidad, no estaba acostumbrado a ver cuerpos gordos
-similares al mío- siendo celebrados.4
Rechazadas o bienvenidas, las manos que acariciaban pan-
zas no dejaron de representar una sorpresa para muchos de los
varones con quienes conversé. Las vivencias de Horacio sobre su
primera participación en una fiesta de osos resultaron emblemáti-
cas para pensar no solamente el asombro, sino también cambios
sobre la autopercepción del cuerpo. Una situación le despertó
162
desconcierto. Mientras bailaba, comenzó a sentir los dedos de
otros varones que pellizcaban sus nalgas, o que metían mano so-
bre alguna zona de su torso. Estos roces continuaron hasta que
«un chico muy lindo me saca a bailar y me empieza a seducir». La
reacción inmediata que tuvo Horacio fue decirle «¿vos me estás
cargando?, ¿vos te fijaste lo que soy yo? Estás en pedo». El joven
muchacho le respondió «pero vos a mí me gustás, vos sos gordi-
to, mirate la panza». Lo que otrora Horacio consideraba algo que
nunca sucedería comenzó a resquebrajarse: alguien podía desearlo
precisamente por su panza y por su edad.
163
oscuro y ensordecedor que atribuían a los boliches. También recal-
caron el patio trasero del bar como uno de los elementos que llevaba
a elegir estas fiestas. Se trataba de una zona transitada entre quienes
optaban por reunirse a conversar o escapar por un tiempo del calor.
Desde este conjunto de relatos, parecía que la construcción de
aquel lugar implicaba la apropiación de un espacio vivido y la pro-
ducción de un sentimiento de pertenencia.5 Para referenciar ambos
procesos, una de las categorías centrales que surgiera a lo largo del
trabajo de campo fue la comodidad. Llegar a una determinada edad
y sobrepasar el peso socialmente permitido alejaba a muchos de
estos varones de otros espacios de homosociabilidad. Durante una
conversación con dos varones que mantenían un vínculo homo-
erótico, contaron lo sucedido una noche de fin de semana en un lo-
cal que nombraron como boliche. «¡Imaginate dos viejos chotos en
un boliche lleno de pendejos!», exclamó uno de ellos, remitiendo
a la sensación de incomodidad respecto de las miradas que recibie-
ron. «Chusmeamos un poco y después nos fuimos» remataron.
La comodidad formaba parte de las relaciones entre las fiestas
y los varones que concurrían. El espacio era transmutado en un
montaje donde Woof Bar abría mensualmente sus puertas, al mis-
mo tiempo que las personas vivenciaban cambios en el transcurrir
de las veladas. Estas permutaciones llevaron a indagar, siguiendo
a Richard Schechner (2002), sobre los efectos que ciertos eventos
celebratorios pueden tener en las personas que participan de los
mismos. El autor señala que, en determinados momentos de una
performance, pueden ocurrir cambios temporales en las percep-
ciones del mundo cotidiano. Estos cambios son entendidos como
transportes en los que se construye una experiencia particular a
164
partir de sumergirse en la magia de la performance. En el pasaje
entre estos mundos es que ocurren transformaciones en las pre-
sentaciones personales, donde los sujetos elaboran re-arreglos mo-
mentáneos de sus subjetividades (Schechner, 2002). Para las fiestas
de osos etnografiadas, las experiencias de participar en las mismas
marcaron un paso hacia la posibilidad de transportar sentidos so-
bre los cuerpos gordos y añosos. Las fotografías exhibidas en la
pista de baile y las explosiones -entre otros momentos calientes-,
producían movimientos interconectados. El cuerpo gordo estig-
matizado por una miríada de discursos médico-estético-políticos
podía devenir una figura abundante que se buscaba apretar. El vie-
jo que no tenía lugar en la noche de una juventud bolichera podía
convertirse en un apetecible maduro, cuya edad era una propiedad
deseada por otros varones.
Un efecto de tales transformaciones era trastocar determi-
nados patrones hegemónicos de belleza y deseabilidad. En una
entrevista, surgieron recuerdos de dos secuencias de striptease
acontecidas durante el primer año de existencia de estas fiestas.
Mi entrevistado recordó que «una vez trajeron a un tipo a hacer
stripper y no le dieron ni cinco de bola», debido a que se trataba
de un varón que describió como flaco y lampiño. Rememoró tam-
bién una presentación de los Woof Dancers, una pareja de danza
conformada por un oso y un cazador que ofrecían actuaciones al
público en la que sus prendas de vestir volaron por los aires hasta
caer al suelo, o en manos de alguno de los varones presentes. Su
relato finalizó aludiendo que a la mayoría de los espectadores les
había causado tanta calentura que finalizaron sus noches teniendo
relaciones sexuales, o al menos haciéndose una paja.
Despedida
165
apuraban su consumo puesto que como repetía el recepcionista,
no podían salir del local con bebidas espirituosas. Algunos varo-
nes se daban un último beso, quizás conquistado entre vaivenes
de miradas, mientras las panzas se frotaban y los pectorales entre-
tejían una maraña sudorosa de pelos. Otros varones conversaban
entre amigos hasta que decidían retirarse, a veces solos y otras veces
acompañados para continuar con la fiesta en otra locación.
La noche de los osos finalizaba para dar comienzo a la espera
por la próxima aventura, en la que surgiría una nueva temática
convocante. La fiesta era recreada en los relatos de sus asistentes.
Otros interactuaban desde un grupo virtual que tomaba por nom-
bre Lo mejor de Woof Bar. Allí podían encontrarse fotografías de
los encuentros acompañadas por palabras de agradecimiento por
los buenos momentos vividos.
La última fiesta de osos a la que asistí fue a comienzos del año
2014, durante los meses en los que me encontraba escribiendo
mi trabajo final de licenciatura. Por aquel entonces cesaron los
festejos en el bar. En el transcurso de aquel año vi un programa
televisivo conducido por un reconocido nutricionista del país. Se
trataba de un formato reality show en el que participaban per-
sonas que previamente habían sido catalogadas como obesas, de
acuerdo a la categoría médica. Cada día de la semana, eran so-
metidas a una balanza que arrojaba un número celebrado si era
menor al del día anterior o lamentado si era mayor. En una de las
emisiones, uno de los concursantes dijo que «un gordo no puede
enamorarse». Pienso que la frase podría escribirse con la palabra
viejo y continuaría brindando un sentido similar. ¿Qué habría
sucedido con los varones que habían construido un lugar cómo-
do en las fiestas? También pienso en la escena que diera inicio al
presente texto, donde uno de los varones cubrió su panza con una
reacción que interpreté como vergüenza: ¿habrá participado del
frenesí de las explosiones?
Quisiera finalizar señalando que estas fiestas no fueron sola-
mente el espacio en el que construí mi objeto de pesquisa, también
166
fueron grandes momentos de aprendizaje personal. Conocer la ca-
tegoría oso y sus virajes locales me llevó a entrar en contacto con un
universo antes ignorado. Las experiencias de vida de mis entrevis-
tados provocaron que me replanteara la relación con mi cuerpo
gordo. El objetivo etnográfico de indagar por la (re)producción
de subjetividades en estas celebraciones fue entrecruzado por pre-
guntas acerca de las condiciones en que algunos cuerpos devienen
deseados. Las fiestas de osos transformaron a muchos varones, y
también me transformaron.
Bibliografía
167
Reches, Ana Laura, Relatos sobre espacios de encuentro “homo-
sexual” durante las últimas décadas del siglo XX (Córdoba,
Argentina), Tesis de Maestría en Antropología Social, Facul-
tad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de
Córdoba, Argentina, 2018, inédita.
Schechner, Richard, Performance studies: an introduction, Rout-
ledge, Nueva York, 2002.
Weeks, Jeffrey, “Os problemas dos homossexuais mais velhos”, en
Hart, John y Richardson, Diane (comp.), Teoria e prática da
homossexualidade, Editora Zahar, Rio de Janeiro, 1983.
Wright, Les, “A concise history of self-identifying bears”, en
Wright, Les (comp.), The bear book. Readings in the histo-
ry and evolution of a gay male subculture, Harrington Park
Press, Nueva York, 1997, pp. 21-39.
168
CAPÍTULO 6
EL SEXO NO ES ESO QUE TODOS PIENSAN.
ES LO QUE TE PASA A VOS. UN ANÁLISIS
ETNOGRÁFICO DE LA SEXPOERÓTICA
DE LA CIUDAD DE CÓRDOBA, ARGENTINA
Sandra Ruiz
María Celeste Bianciotti
Gabriela Robledo Achával
169
feria de exposición y venta de objetos para convertirse en una cele-
bración en los términos en que lo plantea Víctor Turner. La pala-
bra celebración deriva del latín «celeber» que significa numeroso
y muy frecuentado y se relaciona con la efervescencia generada por
una muchedumbre de personas con propósitos compartidos y va-
lores comunes (Turner, 1982).
La primera edición del festival se realizó en 2005 en un boliche
llamado Zen Disco, a unas cuadras del centro de la ciudad, en barrio
Güemes. Zen es reconocido en los circuitos cordobeses de sociabili-
dad nocturna como un boliche gay o gay friendly. La Sexpo se realizó
allí hasta 2007. Según su organizador Cristian Sassi,1 el festival se
mudó a la Plaza de la Música porque aumentó su convocatoria vol-
viendo insuficiente el espacio físico de Zen; y porque mucha gente
la asociaba a un evento orientado a un público gay, cuestión que
desde la organización querían revertir. La idea de la Sexpo es que sea
«una exposición para todo tipo de público», comentaba Sassi en
una nota periodística.2 Luego de Zen, la Sexpo se realizó en la Plaza
de la Música entre 2008 y 2015. Desde 2016 se celebra en Quality
Espacio –ubicado en la zona sur de la ciudad–, un multiespacio pri-
vado destinado a la organización de eventos de diverso tipo.
Desde que comenzamos a etnografiar la Sexpo en 2015, ésta
se promocionó por medio de diferentes slogans y contó con di-
versas actividades y participaciones. En 2015, su slogan fue Todos
tenemos sexo, pero como la Sexpo cumplía diez años, el evento fue
cubierto por medios de comunicación locales bajo la frase 10 años
de placer. Ese año, la Sexpo contó con la conducción del perio-
dista de espectáculos Pablo Layús y ofreció shows de pole dance,
strippers, stand up, demostraciones de spanking y concursos de
orgasmos fingidos.
1 Lo identificamos con su nombre real por tratarse de una figura pública del
medio local.
2 Una Usina ardiente, 2008, recuperado el 12 de diciembre de 2019 de http://
www.cordoba.net/nota.asp?nota_id=181318
170
En 2016, su slogan fue Dos días que te duran un año. El sitio
Córdoba Turismo declaraba que «la Feria erótica-sexual más im-
portante de la Argentina» contaría con la presencia de Alessandra
Rampolla, quién daría la charla Encuentros y desencuentros, del
amor a las medias rotas; también participarían Paola Kullock –del
staff permanente de la Sexpo– y los humoristas Camilo y Nardo.
Córdoba Turismo resaltaba que la Sexpo es, además, «(…) una Fe-
ria donde los profesionales del sector del Erotismo y el Sexo mues-
tran las últimas novedades en Artículos, Películas, Lencería y todo
cuanto se pueda relacionar con el mundo Erótico».3
En 2017, su slogan fue Descubrí para sentir. El sitio web Vía
País la publicitaba indicando que habría «espectáculos eróticos si-
multáneos con más de 85 artistas: striptease y pole dance, suspensio-
nes corporales, freak shows, stand up y concursos». Además, habría
un Boulevard erótico, un sector BDSM, Swingers Date Club y Mor-
bo: el circo del sexo; mientras que en escena estarían Natacha Jaitt
y Paola Kullock con una clase de «masajes eróticos para parejas».4
En 2018, la Sexpo se difundió bajo el slogan El sexo no es eso
que todos piensan. Es lo que te pasa a vos. En esta oportunidad, se
repitieron la mayoría de las iniciativas del año anterior y participa-
ron Gonzalo Costa, actor, transformista y humorista; Joe Fernán-
dez: astrólogo y escritor y Paola Kullock, entre otres. En 2019, el
evento se promocionó como un Festival de placeres. Según rezaba
el sitio web de Quality Espacio para este año la Sexpo se propuso
«festejar la diversidad y vivir el sexo de una manera real».5
El acercamiento a la Sexpo en 2015 fue, para algunes de les
integrantes del equipo, la primera vez que asistíamos. Luego de
171
contactarnos con la encargada de prensa para lograr un ingreso sin
costo y expresar nuestra intención de etnografiar el evento organi-
zamos nuestra presencia allí de manera de participar en la mayor
cantidad de actividades. Ese año, una vez dentro del evento hici-
mos un mapeo de la feria comenzando por recorrer los stands, ubi-
cados uno al lado del otro a los costados del espacio central frente
al escenario principal, destinado a la parte más caliente (Schechner,
2000) en las últimas horas de cada noche. Mientras recorríamos
los stands tuvimos oportunidad de conversar con les vendedores
de los productos o servicios exhibidos. Posteriormente, nos dividi-
mos para concurrir a algunas de las charlas y talleres propuestas por
especialistes en sexología, seducción, masajes eróticos y técnicas se-
xuales. De manera informal y en la medida en que encontrábamos
posibilidad, conversábamos con gente del público: grupos de ami-
gues y parejas. Por la noche, registrábamos algunos shows, obser-
vando cómo la sexualidad devenía espectáculo sobre los escenarios.
Tras la Sexpo, aunamos los registros de cada quien y com-
partimos percepciones sobre nuestra experiencia en esa edición.
Si bien nos habíamos dispersado en diferentes propuestas al igual
que lo hacía el público, en aquella oportunidad subrayamos una
impresión compartida que revisitaremos y revisaremos en este ca-
pítulo: la Sexpo era un espectáculo de la heterosexualidad más que
de las sexualidades. Esa cosmovisión de la sexualidad y el erotis-
mo primó en nuestros registros de aquella edición. A partir de la
primera experiencia colectiva en la Sexpo, algunes integrantes del
equipo –motivades por sus pesquisas o por la temática– continua-
mos asistiendo al festival hasta 2018. La modalidad de trabajo de
2015, más o menos organizada explícitamente en las diferentes
ediciones, continuó año tras año.
Estar en la Sexpo posibilitó conocer a Sassi con quien nos
encontramos en distintos momentos: en su sex shop, en algún
bar, antes o al cierre de alguna edición. Mantuvimos tanto charlas
informales como entrevistas pautadas durante estos años. La tra-
yectoria laboral de Sassi ha tenido que ver, desde sus inicios, con la
172
sexualidad y el erotismo. Fue propietario del cine porno Siete peca-
dos tanto como de un sex shop llamado Sexpo –el primero de Cór-
doba con vidriera a la calle–. Además, es realizador de películas
XXX como Córdoba al palo. A partir de las conversaciones mante-
nidas con él en las que generosamente compartía sus experiencias,
nuestras observaciones participantes en diferentes ediciones y en
informaciones recogidas de distintos medios de comunicación y
redes sociales llevamos a cabo este capítulo.
La indagación etnográfica de la Sexpo permite trazar un
mapa de sexualidades registrando mudanzas en algunos guiones
sexoeróticos en la ciudad de Córdoba de los últimos años. Para
ello, interesa enfocar en qué cosmovisiones de la sexualidad y el
erotismo se vienen celebrando, quiénes y cómo celebran y qué
tipo de transformaciones socioeróticas pueden visualizarse por
medio de etnografíar distintas ediciones del festival. Este capítulo
hace un recorrido de las cuatro ediciones etnografiadas y focaliza
en dos de ellas, la de 2015 y la de 2018. Tomamos el primer y el
último año de trabajo de campo para mostrar cambios en guiones
locales de deseos y erotismos.
El deseo, en términos de Rodrigo Parrini, «es la trama que se
teje entre gestos y palabras, entre discursos y prácticas, entre institu-
ciones y sujetos» (2018:26). En Deseografías. Una antropología del
deseo (2018), el autor pregunta cómo investigar el deseo desde una
perspectiva antropológica. Afirma que el deseo se encuentra entre
les sujetes, antes que en elles mismes y que puede pensarse como
una «intensidad que desmiente la distinción entre intimidad y ex-
terioridad, entre dentro y fuera, (…), entre orden psíquico y orden
social» (Parrini, 2018:21). En este sentido, la Sexpo posibilitó deve-
lar algunos modos en que se construyen esas tramas entre sujetes,
entre discursos y prácticas, entre lo íntimo y lo social en el contexto
local. ¿Qué sucede cuando la sexualidad y el erotismo se celebran,
devienen kitsch, hiperbólicos y se espectacularizan en el marco de
un encuentro que persigue éxito económico tanto como «llevarle
felicidad a la gente»? De esto también se ocupa este capítulo.
173
De la garganta profunda a la fiesta pop
174
a frutilla, chocolate y hasta fernet, entre otros sabores exóticos, y
percibimos la suavidad tanto como los diferentes niveles de vibra-
ción de algunos juguetes sexuales. Les vendedores mostraban estos
objetos, brindaban información y alentaban a experimentarlos. En
el Boulevard predominaba un pegadizo olor a silicona provenien-
te de los abarrotados juguetes exhibidos. Los perfumes aparecían
como una manera novedosa de provocar deseo sexual, como contó
una vendedora: «los hombres no pueden resistirse a estas hormo-
nas, las mujeres son más excitantes y deseables con la fragancia».
Durante las primeras horas, la dinámica de la Sexpo se parecía
a un paseo donde se podía conversar, hacer compras, conocer gen-
te, jugar en la kermés, comer y tomar algo o sentarse a descansar.
Al atardecer, participamos de una charla de seducción masculina
dictada por el dueño de la escuela Seducción Social Club y en otra
de sexología. Estas charlas y diversos tipos de talleres se hacían una
sola vez en el día, mientras que otras actividades se repetían a lo
largo de los dos días del festival.
A medida que avanzaba la noche, comenzaban los shows
sobre los escenarios. Presenciamos varios stripteases, juegos, con-
cursos y un stand up de Paola Kullock. Desde el escenario se pro-
movía, por momentos, la participación del público por ejemplo en
el concurso llamado Garganta profunda que emulaba una típica
escena porno de una fellatio. El desafío para las mujeres que qui-
sieran participar consistía en introducirse en la boca una salchicha
hasta la garganta, mientras el público observaba, reía y arengaba.
Quien lograba introducirse la salchicha lo más adentro posible,
hasta atragantarse, ganaba el concurso. Cabe señalar que el término
garganta profunda deriva de uno de los films porno más conocidos
de la historia, dirigido por Gerard Damiano en 1972. Garganta
profunda o Deep Throat –su nombre original en inglés– fue una
de las películas XXX más vista y una de las primeras en comerciali-
zarse públicamente en Estados Unidos. El film generó más de seis-
cientos millones de dólares en ganancias e impulsó la producción
cinematográfica porno que pasó de “treinta películas clandestinas
175
en 1950 a dos mil quinientas en 1970” (Preciado, 2008:33). Pasada
la medianoche, la Sexpo alcanzaba «mayor temperatura», las luces
se atenuaban, la música sonaba más alto y el público se congregaba
alrededor del escenario a observar algún show o bailaba en una pis-
ta contigua al ritmo de la música techno de un DJ local.
La edición 2018, realizada en el Quality Espacio por tercera
vez consecutiva, se organizó espacialmente de una manera diferen-
te a las ediciones anteriores. Se destacaban dos grandes espacios,
cada uno con su propio escenario y stands. Un patio conectaba
esos dos sectores. Allí se localizaban tres food trucks junto a un
mobiliario dispuesto para sentarse a tomar y comer algo. Ade-
más, había un stand donde la AHF Argentina –AIDS Healthcare
Foundation– realizaba pruebas de VIH rápidas, gratuitas y confi-
denciales. En un costado del patio, un pasillo conducía a tres salas
de puertas cerradas: dos destinadas para charlas y talleres, la otra
para el Prostíbulo poético.
El número de stands de productos en venta disminuyó con-
siderablemente desde aquella primera vez que etnografiamos la
Sexpo. Sassi recordaba que «llegó a haber 40 stands [mientras que]
en la edición 2018 descendió su número a 10 o 15». En esta edi-
ción se sumaron otras iniciativas. Una de ellas ofrecía juegos de
realidad virtual: se trataba de sentarse en un sillón y colocarse unos
anteojos especiales para ingresar a una escena porno. También se
estrenaron el Prostíbulo poético, la Fiesta Limbo Pop y el espacio
coordinado por la Academia de Burlesque de Córdoba.
En la edición 2018 se destacaron dos propuestas por su gran
convocatoria. Una de ellas fue la fiesta Limbo Pop, conocida como
la Limbo, creada por el DJ Rodrigo Ulloa en 2016 y que –según
se afirma en una nota periodística de La Voz del Interior– « se ha
convertido en un verdadero hito contracultural en la noche de
Córdoba».6 La Limbo, según se afirma en su página de Facebook,
176
«es un lugar de encuentro con pares, una excusa para divertirse y
bailar al ritmo del pop, pero también es un espacio inclusivo y di-
verso, en el que todo se vive de manera libre».7 Alrededor de la una
y media de la madrugada, llamó la atención la renovación del públi-
co. Mientras algunes se retiraban, especialmente parejas de mediana
edad, se producía la llegada de un público más joven respecto del
que se encontraba hasta ese momento. De esta manera la fiesta in-
gresaba a la Sexpo. La Limbo convocaba a personas de alrededor de
20 años de edad y de una diversidad sexo/genérica mayor. Se obser-
vaban grupos de amigues con una estética pop, hipster, millennial,
que llevaban ropas coloridas, maquillajes estridentes que incluían
el flúo y el glitter tanto como peinados excéntricos. A partir de ese
momento, el escenario perdía su centralidad y la fiesta iba ganando
presencia mediante el cambio de música, la elevación de su volu-
men y la disminución de la luz. Los cuerpos que habían recorrido
los stands u observado los shows sobre el escenario, se encontraban
ahora frente a frente bailando al ritmo de sonoridades pop.
El Prostíbulo poético convocó a numerosas parejas y a muchos
grupos de amigues de distintas edades. Durante las dos noches de
esa edición, observamos largas filas de personas que esperaban
ingresar a ese espacio luego del pago de la entrada. El Prostíbulo
poético se promocionaba como una «obra performática sensorial
y prometía una experiencia amorosa y terapéutica la cual invitaba
al público a abandonar el rol contemplativo».8 Con el pasar de
los años, una iniciativa que fue cobrando popularidad es el sector
BDSM en el que se presentaban diferentes performances que in-
cluían el uso de látigos, fustas, correas y cuerdas.
Para Sassi, el objetivo de la Sexpo era «cambiar la mentali-
dad de la gente», las charlas y talleres buscaban esclarecer dudas
177
en torno a diferentes técnicas sexuales y entusiasmar al público a
«descubrir algo más». En esas instancias se transmitían y enseña-
ban diversas «técnicas corporales» (Mauss, 1971) para optimizar
el desempeño en prácticas como las de sexo oral y sexo anal.
Alguien que cada año participaba era Paola Kullock. En
2015, disertó, en el escenario principal, sobre penetración anal. Su
monólogo combinaba información para una «primera vez» con
pasajes humorísticos y se centraba en experiencias heterosexuales,
preocupándose por aconsejar a varones sobre cómo lograr que
«tu novia se deje» y arengando a «las chicas para que se animen».
Kullock se refería a las mejores posiciones para una «primera vez»
–por ejemplo, la posición que llamó cucharita– y con tono sar-
cástico, increpó a las mujeres: «¿puede salir sucia?, sí, puede salir
sucia, ¡y qué problema hay! Ellos saben dónde se están metiendo,
chicas... En eso hay que aprender de los gays, ellos saben cómo
lavarse bien antes de una penetración». También les habló a los
varones: «chicos, para lograr meterla por atrás hacen falta dos co-
sas: la lengua y la calentura de la novia. Ella se va dejar si la calentás
con palabras, si está muy excitada se va a dejar, de otra forma no».
Kullock dictó un taller sobre fellatio, en 2018, que se realizó
a puertas cerradas. En el ingreso, dos personas de la organización
contenían a un público interesado aclarando que estaba destinado
sólo para mujeres heterosexuales y varones gays. La sala que alber-
gó el taller, con una capacidad para unas 100 personas, se colmó.
Kullock –durante un lapso de una hora y media– se refirió a las
mejores técnicas para acariciar y besar un pene indicando intensi-
dades, secretos para generar más placer, cómo disminuir molestias
en muñecas y mandíbula. También enseñó, invitando a una cola-
boradora del público, a colocar un preservativo con la boca.
Finalizadas las charlas y talleres, el público volvía a disper-
sarse y a dar vueltas por los distintos espacios. Algunes se acerca-
ban a las barras de bebidas o se sentaban en el bar a comer algo;
otres volvían al Boulevard a comprar algún juguete o lencería. En
el stand de Burlesque, un espacio dedicado al arte de la seducción,
178
observamos gran circulación de personas. Cuando nos acercamos,
encontramos que el stand –abierto de ambos lados– tenía un si-
llón donde quienes quisieran podían sentarse o recostarse sugesti-
vamente para tomarse fotos sensuales tras disfrazarse con chales,
sombreros o sacos con plumas.
Era notable la centralidad de los escenarios en cada edición.
Más allá de que Sassi afirmara un creciente desinterés por las es-
trellas, el escenario principal o los escenarios paralelos reunían en
las ediciones etnografiadas gran cantidad de público generando
los momentos más «calientes» de cada Sexpo. Luego de la media-
noche, las palabras, los consejos y las consultas sexuales daban lu-
gar a experiencias eminentemente corporales, sensitivas y lúdicas.
Los escenarios se convertían en un espacio sensorial, cinestésico,
investido por tecnología que iluminadores y sonidistas aporta-
ban. Las luces lo enfocaban indicando el inicio de los shows y el
público comenzaba a acercarse por invitación de dos presentado-
res que se repitieron en los últimos años: el periodista de espec-
táculos Pablo Layús y La Tía Show, un conocido personaje del
transformista Martín Bellier.
En ese momento de la noche la energía comenzaba a cam-
biar. Mirar los cuerpos semidesnudos bailar eróticamente sobre
los escenarios, escuchar la música, gritar, aplaudir, arengar a les
performers y agitarse era lo que imperaba. Éste era el momento
más brillante y caliente del evento alcanzado por las acciones de
performers, animadores, deejays y veejays. La sexualidad se espec-
tacularizaba y los erotismos devenían representación e imagen
en el sentido en que lo plantea Guy Debord en La sociedad del
espectáculo (1994). Es decir, el espectáculo no se constituye sim-
plemente como un conjunto de imágenes sino como una relación
social mediatizada por imágenes (Debord, 1994). Desde los esce-
narios se exhibían escenas eróticas musicalizadas en las que cuer-
pos semidesnudos y aceitados, enfundados en cuero, bañados en
purpurina e iluminados por luces de colores se seducían, tocaban,
besaban e imitaban poses sexuales. Esa espectacularización de las
179
sexualidades facilitaba transformaciones sensoriocorporales e in-
tensificaba la experiencia del estar allí.
En la Sexpo, los shows de stripe tease, de pole dance de bai-
larines, o el circo morbo creaban un ambiente que favorecía roces
corporales, caricias y sincronías eróticas devolviendo al tacto algo
de su pasada potencialidad sobre la experiencia. Ese aquí y aho-
ra se experimentaba intensamente y las conductas fluían en una
sintonía distinta a la vida cotidiana. Se producía, tal como afirma-
ron Blázquez y Castro (2019), una experiencia de carácter «agi-
tato», un conjunto de emociones que suponían «la conquista
de un estado extático, de intenso placer y bienestar que incluía la
estimulación multisensorial, movimientos corporales aeróbicos
(…), y en ocasiones, la ingesta de sustancias estimulantes» (p.5).
La experiencia resultante era una «celebración colectiva» (Sche-
chner, 2000:58) capaz de producir un estado de «communitas»
(Turner, 1975) que no sólo tendía al entretenimiento sino que
contenía un plus no reducible al valor del pasatiempo.
180
(Austin, 1981). Los slogans de cada edición: todos tenemos sexo,
despertá tus sentidos, descubrí para sentir no publicitan simple-
mente la edición por venir o enmarcan cada una de ellas, sino que
de modo «performativo» (Austin, 1981; Butler, 2007) delinean
horizontes posibles, vivibles y deseables de erotismo y sexualidad.
A lo largo de los 14 años de la Sexpo, aquello que se celebra se
fue transformando. Un proceso en el cual se comienza celebrando
lo que, desde la organización, se significa como prohibido y tabú;
para pasar a un segundo momento donde la sexualidad deviene
común. Por último, un tercer momento donde se busca celebrar
el encuentro y lo diverso. Sassi cuenta que su deseo siempre fue
«cambiar la mentalidad de la gente con respecto a la sexualidad».
Luego de varios intentos como productor y realizador de pelícu-
las condicionadas, en 2004 lanza su primera porno realizada con
actores locales y llamada Córdoba al palo, por la cual logra cierto
reconocimiento en el ambiente local. Tras haber experimentado
dificultades en la comercialización de la película, abandona su la-
bor como cineasta y se dedica a la Sexpo como una nueva estrategia
para lo él mismo llama sacar la sexualidad del ámbito de lo oscuro
y lo tabú. En la última entrevista, realizada en abril de 2019, con-
versamos sobre ello:
181
(Geertz, 2006).9 Esos dos contextos son asociados por nuestro
interlocutor a términos que devienen metáforas de lo sexual: lo
prohibido y lo común.
182
encontrándonos, no tenemos un punto de encuentro en el cual la
temática sea lo erótico y lo sensual».
Con la expresión lo prohibido Sassi remite a la primera época
de la Sexpo, correspondiente a las ediciones en Zen entre 2005 y
2007. Cuando enuncia lo común remite a otro contexto social: el
de las ediciones intermedias ocurridas en la Plaza de la Música des-
de 2008 hasta cumplidos los 10 años, en 2015, en las que –según
nuestra lectura– la Sexpo se heterosexualizó. Sassi argumenta que
ese pasaje de la sexualidad como tabú a la sexualidad como algo
común es consecuencia de una serie de cambios sociales ocurridos
a partir del avance de la mujer, las nuevas tecnologías, el acceso a
Internet y la adquisición de derechos sexuales y (no) reproducti-
vos. Esas ediciones intermedias espectacularizaban la heterosexua-
lidad. En esos años primaban espectáculos que representaban es-
cenas del Kamasutra y prácticas como la felatio, y se privilegiaban
talleres, charlas y conferencias destinados a potenciar intercam-
bios (hetero)eróticos y placeres (hetero)sexuales.
En las últimas ediciones, ya en Quality Espacio, el foco se
puso en generar encuentros y en celebrar lo que su promotor llama
la diversidad. Sassi cuenta que la Sexpo «es una buena oportuni-
dad para salir de la rutina y encontrarnos con una parte esencial de
nuestras vidas: el placer». La Sexpo, año tras año, fue ofreciendo
un abanico cada vez más variado de «guiones sexuales» (Gagnon,
2006).10 Durante las últimas ediciones de la Sexpo coexistían dis-
183
tintas experiencias que invitaban y permitían a quienes asistían sa-
ber más de los mundos sexuales posibles de ser habitados. A modo
de ejemplo, el Prostíbulo Poético de la Sexpo 2018 fue un espacio
que contó con gran convocatoria y que celebró los placeres sexua-
les sin distinción de deseos y prácticas eróticas ni de identidades
autopercibidas, una experiencia que no hubiera sido posible en
ediciones anteriores por su carácter más heteronormativo. La per-
formance del Prostíbulo poético contrastaba, a su vez, con otras que
hacían humor apelando a viejas operaciones injuriantes de figu-
ras como la puta y el puto. Diversas cosmovisiones de sexualidad
emergían superpuestas en una misma edición.
184
medios-altos. Durante las primeras ediciones el público estaba
«más segmentado pero hoy ya no».
La Sexpo cuenta con un público heterogéneo en contraposi-
ción a los públicos más definidos de los bailes de cuarteto, del am-
biente electrónico o de la escena rock locales. Si bien en términos
de consumos culturales específicos, la Sexpo presenta un público
más variado, nuestras observaciones en sus diferentes ediciones
desde 2015 llevan a pensar que en términos de raza/clase se trata-
ría de sectores medios, blancos y urbanos. En la conversación con
Sassi, de abril de 2019, comenta:
185
La edad promedio de los públicos de la Sexpo fue bajando,
en relación con la asociación entre la organización del evento e
iniciativas como la fiesta Limbo Pop o la comunidad BDSM cor-
dobesa. Esto ocurre en el marco de un proceso histórico más am-
plio en el cual «la noche se hizo “joven” y “la juventud” se (re)
ligó metonímicamente con la noche» (Levi e Schmitt, citados por
Blázquez, 2012:292). Durante las últimas décadas, la noche –aso-
ciada a consumos culturales, el ocio y el erotismo– se convirtió
en un espacio de definición práctica y de realización subjetiva del
ser joven (Blázquez, 2012). Las decisiones de la organización en
cuanto al contenido de cada edición se sostienen, como hemos
visto, en análisis concretos de la actualidad socioerótica. En 2018,
la Sexpo otorgó un espacio para la realización de la Limbo Pop. Al
convocar a la Limbo apuntaron a un público de alrededor de 20
años considerando que cuentan con mayor apertura sexual. Sassi
afirma que fueron «a buscar a esa gente porque es esa la nueva
generación, buscamos tener otra visión y tener los placeres de la
nueva generación».
Para 2019, se incorporó una iniciativa de citas rápidas y un
espacio swinger con barras de bebidas y música en vivo gestionado
por SDC –Swingers Date Club– con la finalidad de promocionar
sus servicios de fiestas y cruceros swingers alrededor del mundo.
Esto con el propósito de acercar nuevos públicos en términos de
intereses y consumos. Así, con estrategias que combinan la bús-
queda de ganancias económicas con una determinada lectura de la
realidad socioerótica actual y local, el evento está inclinándose por
promover una convivencia entre públicos de entre 20 y 30 años y
de entre 30 y 50 años. Sassi intenta, con esto, sostener su habitual
segmento adulto, sumando públicos más jóvenes. Para Sassi, La
Limbo ofrece la posibilidad de llevar gente joven pero abierta, a la
que «no le molesta una persona grande al lado». Esto permite ofre-
cer iniciativas –como las citas rápidas– para un público de más de
30 o 35 años que «no se encuentra: eso es, hacer convivir esas dos
generaciones, esa es la clave que tenemos nosotros con la Sexpo».
186
Para su organizador, la Sexpo ya no puede apuntar a un pú-
blico que llama machista, con el que contó durante los primeros
años de la iniciativa. Compara «su» Sexpo con una feria erótica a
la que concurrió en 2018 en Ciudad de México. Comenta que,
a los organizadores del evento mexicano, les anunció «fecha de
vencimiento: allá, en Argentina [a un evento así] no van ni 100
personas, porque hay 100 pajeros, nada más». Al comparar am-
bos eventos afirma que el mexicano estaba destinado al hombre
machista al que se le ofrece, especialmente, shows con mujeres. Sos-
tiene que el evento es 100% hetero y que no hay ninguna oferta,
por ejemplo, para el público gay. Al público machista «ya no le
gusta la Sexpo, por eso no va». Él asocia este público a un sector
de varones heterosexuales, que no está pudiendo adaptarse a las
transformaciones actuales en torno a las equidades sexo/genéricas
y eróticas. Ese público refiere al hombre pajero, al hombre que se
perdió, tal como Sassi lo expresa.
Consideraciones finales
187
En un segundo momento –aproximadamente entre 2008 y
2015, en la Plaza de la Música– la Sexpo se heterosexualizó. Esas
ediciones coinciden con una época en la que la heterosexualidad
ingresó como objeto del mercado erótico globalizado por inter-
medio de una serie de ofertas cada vez más amplia para varones y
mujeres heterosexuales. Es un momento de expansión del merca-
do erótico mundial tendiente a incluir un abanico cada vez más
amplio de deseos, fantasías y prácticas, multiplicando tanto sus
ganancias como los bienes y servicios ofrecidos. Juguetes sexuales,
escuelas de seducción femenina y masculina, talleres de pole dance
y masajes eróticos, entre otros, ingresaron como nuevas ofertas.
Por último, visualizamos un tercer momento –entre 2016 y
2019– caracterizado por una cosmovisión más democratizante de
las sexualidades investida de procesos sociales locales de construc-
ción de nuevos guiones sexuales y guiones de género impulsados
por los feminismos y los movimientos LGTBIQ+. En estas edi-
ciones se destacan propuestas como la Limbo Pop y los espacios
generados por las comunidades swinger y BDSM que cobran ma-
yor centralidad.
La Sexpo ofrece performances polisémicas que integran di-
versidad de guiones sexoeróticos, aunque se puede percibir un
flujo libidinal controlado y contenido dado el carácter institucio-
nalizado y mercantilizado de la celebración. Observamos que aun
proponiendo en cada edición cada vez más amplias travesías de-
seantes, los guiones sexoeróticos encontraban límites para su desa-
rrollo ya que no cualquier cuerpo podía desnudarse –sino sólo los
de les performers– y no cualquier interacción eróticosexual podía
establecerse –ya que el sexo explícito no estaba permitido ni para
artistas ni para públicos-. Para que la sexualidad y el erotismo pu-
dieran ser representables es que se alivianaban, se hacían digeribles
y tolerables, deviniendo «light» y «aptos para todo público».
En la Sexpo, deseos y erotismos devienen «recurso» en el
marco de una economía cultural contemporánea que fusiona
«tendencias artísticas» con «iniciativas para promover la utilidad
188
sociopolítica y económica» (Yúdice, 2002:30). Así, estas dimen-
siones de la vida social celebradas en el evento se convierten en
«expediente» (Yúdice, 2002) para consolidar iniciativas mercan-
tiles locales. Los erotismos tanto como el género se están tornando
cada vez más administrables y gestionables, valiéndose de una vida
social –activistas feministas y LGTBIQ+, performers, bailarines,
actores y actrices eróticos, productores locales, trabajadores del
sexo– que les agrega valor en tanto productos. Paul B. Preciado
afirma que «estamos frente a un nuevo capitalismo caliente, psi-
cotrópico y punk» (2008:32). Preciado llama «fármacopornis-
mo» (2008:37) a esta nueva fase del capitalismo o a esta economía
sujetada a las píldoras, la silicona y los psicotrópicos y a la cadena
ya no de montaje sino de excitación y frustración. En ese sentido,
la Sexpo sería una especie de microcosmos local que permite ob-
servar cómo se gestionan algunas materias primas del proceso de
producción farmacopornográfico contemporáneo: la excitación,
la erección, la eyaculación, el orgasmo y el placer en un contexto
de «compra y venta de experiencias» (Yúdice, 2002:35).
El mercado aparece, aquí, explotando los mandatos de fe-
licidad por medio de la oferta de bienes, servicios y experiencias
que, por su intermedio, la concretarían. Como afirman Blázquez y
Castro (2019), en torno al imperativo de la felicidad se generó un
mercado destinado a expandir la reproducción de la alegría. En ese
proceso, no sólo el consumo ofrecería felicidad sino que la propia
felicidad se presenta como una experiencia comprable. La Sexpo se
inserta en un conjunto de eventos que explotan y mercantilizan
experiencias y emociones como el placer, el levante, la excitación,
la alegría y la diversión, mientras que ocultan otras difícilmente
vendibles como la tristeza y la ausencia de deseo. La felicidad y el
sexo aparecen como un imperativo. Mostramos en este texto los
modos en que en la Sexpo se materializaban corporalidades exci-
tadas y extáticas por intermedio de tecnologías sonoras, visuales y
lumínicas y la espectacularización del erotismo que daban lugar a
experiencias de «communitas» (Turner, 1975).
189
En la Sexpo, las pedagogías sexuales puestas en marcha pro-
meten felicidad y placer por medio de la incorporación o reincor-
poración de un saber hacer técnico. Saber chupar una pija, apren-
der a abrir el ano para un coito, aprender a seducir, aparecen como
promesas para el logro de una pareja duradera o una vida sexual
activa y feliz. Tal como reza uno de los slogans del evento, es nece-
sario descubrir: conocer, aprender o (re)aprender para sentir. Esto
tiene estrecha relación con la «maximización» de la vida, de la ex-
citación, de las experiencias sensoriosexuales y la «optimización»
del cuerpo (Dias Duarte, 1999).
La Sexpo analizada como «performance», es decir como
«una situación activa, un proceso continuo y turbulento de trans-
formación» (Schechner, 2000:59) posibilitaba a sus asistentes di-
vertirse, bailar, jugar, excitarse, extasiarse y (re)aprender técnicas
sexuales que potenciaban transformaciones subjetivas o de su self
sexual. De eso se trata «el carácter eficaz» de las performances o
su capacidad «realizativa». Cada asistente se hallaba en la Sexpo
tan entretenido como compelido a tener más sexo y a abrir(se) a
experiencias que dilaten tanto orificios como sentidos sensoria-
les y sexoeróticos para alcanzar nuevos estados subjetivos. Así, la
Sexpo expande el yo, apuntalado y encaminado por las pedagogías
sexuales que pone a funcionar, las que componen un capítulo de
las pedagogías del éxito tan en auge en las sociedades farmacopor-
nográficas contemporáneas.
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Yúdice, George. El recurso de la cultura. Usos de la cultura en la era
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192
PARTE III
RITMOS
CAPÍTULO 7
PORQUE ES UNA SOLA VEZ EN LA VIDA.
LAS FIESTAS DE 15 COMO OPORTUNIDAD
Mariela Chervin
195
estas preguntas describiendo la fuerza de las historias de las fiestas
de 15 que pudieron/no pudieron hacerse en el entorno de una quin-
ceañera. Problematizo, junto con estas historias, dos nociones que
circulaban en torno a estos eventos: la idea de que los 15 eran más
de las madres que de las quinceañeras, y la afirmación que sostenía
que estas celebraciones eran un gasto innecesario.
196
fiesta o celebrar de otros modos. Estas mismas expresiones se pro-
yectaban, a su vez, hacia aniversarios de 15 años por venir, de hijas,
sobrinas, primas, ahijadas, amigas e incluso, de bebas por nacer,
configurando un «horizonte de expectativas a futuro» (Jelin: 12)
cargado de posibles regalos, viajes y/o soñadas fiestas de 15.
El peso de estas historias, advertido e indagado durante mi
trabajo de campo, se correspondía con un señalamiento efectuado
por Dávalos (1996) en su investigación antropológica sobre fiestas
de 15 años de jóvenes mexicanas en Chicago. Esta autora advirtió
que, en aquel contexto, estos eventos no eran valorados por su ori-
gen en alguna civilización antigua, por configurarse como la «pre-
sentación de una adolescente en sociedad» o por indicar «el paso
de niña a mujer», cuestiones generalmente asociadas y adheridas a
estos festejos en representaciones discursivas cotidianas y también
en el sentido común académico. Eran significadas, en cambio, en
el calor mismo de estos eventos, en sus repercusiones y recuerdos.
La mayoría de las mexicanas, cuenta Dávalos, localizaban la tradi-
ción en memorias específicas y experiencias familiares más que en
una conexión temporal, ligando la celebración a una persona, a un
recuerdo específico o a un determinado lugar, «a una hermana,
una fiesta el año pasado, o el rancho de su infancia» (p.14).
Estas historias eran poderosas en tanto efectuaban múltiples
operaciones. Una de estas era la posibilidad de hacer contrapuntos
entre fiestas pasadas y las que se avecinaban. Se podía evaluar y des-
cartar lo que no había funcionado y retomar lo que había gustado
de aquellos eventos. En este ejercicio, se sumaban y participaban
abuelas, tías y otras mujeres con las historias de sus propios 15.
Comparaban las condiciones socioeconómicas de la familia en
aquel entonces y ahora, los cambios introducidos en los modos de
hacer fiestas, la manera como se transitaba antes y ahora las juven-
tudes. Durante el trabajo de campo para mi pesquisa, una abuela
de una quinceañera contó que, cuando su hija cumplió los 15, no
les alcanzaba para alquilar un salón. La fiesta se hizo en casa de
unos parientes que tenían patio. Toda la comida fue hecha con sus
197
propias manos y contaban con un presupuesto muy acotado para
gastos, como el vestido y los zapatos, para el equipo ceremonial de
la quinceañera. En cambio, ahora que venían los 15 de su nieta,
María Sol, contó que la familia «había progresado mucho». Esto
permitió contratar con un año de antelación un salón de fiestas
para hacer el evento, que se haría cargo del servicio de catering,
sonido e iluminación. La madre de María Sol, con apoyo de lxs
abuelxs, adelantaba mes a mes las cuotas a cuenta de estos servi-
cios. Así, manifestó esta abuela, su hija –a quien le tocaba ahora
ser madre de una quinceañera–, podría disfrutar más el evento, no
como le había sucedido a ella años atrás.
Estas historias vehiculizaban además la transmisión –y/o
imposición– del deseo de hacer fiesta. Muchas madres sostenían
que, como ellas «no habían tenido sus 15», soñaban con que sus
hijas sí pudieran hacerlo. En el entorno de María Sol, además de
los recuerdos de los 15 de su mamá que sí pudieron hacerse, se
recordaban las fiestas que no fueron posibles, como las de una tía
abuela y sus dos hijas mayores. También los de Teli, la modista que
confeccionó el vestido de esta quinceañera. Todas ellas manifesta-
ron no sentirse mal o frustradas por la imposibilidad de celebrar
su aniversario con fiesta. No obstante, como mujeres, deseaban
que sus hijas y hermanas menores sí pudieran hacerlo.
Van Gennep (1964/1986) indica que lo relevante en los ri-
tos de iniciación que implican marcas permanentes (como mu-
tilaciones corporales) o temporales (llevar un atuendo especial o
una máscara, pinturas corporales), radica en que cada marca cons-
tituye y efectúa un «procedimiento de diferenciación colectivo»
(p.88). En fiestas de 15 años, la experiencia de haber tenido/no teni-
do 15 operaba en esta dirección. Marcaba y diferenciaba a las mu-
jeres a quienes concernía el ritual y pudieron elegir y hacer fiesta,
de aquellas a quienes también concernía, pero no habían podido o
no podrían hacerlo de ninguna manera. Como decían las mujeres
con quienes dialogué para mi pesquisa de doctorado, «los 15 son
una sola vez en la vida».
198
La posibilidad de celebrar haciendo fiesta presentaba una
rigidez y un carácter estricto en cuanto al momento en que de-
bía realizarse. Era inamovible e irreversible: si no se hacía la fiesta
en fecha cercana y/o coincidente con el aniversario número 15 de
las adolescentes, ya no podría hacerse más. Y en tanto marca, la
práctica y el deseo de celebrar haciendo fiesta de 15 podían saltear
generaciones, pero permanecían latentes y se sostenían y vehiculi-
zaban en estas historias.
Una mejora en las condiciones –materiales, afectivas– del en-
torno de una quinceañera no tenía fuerza suficiente para revertir la
rigidez del marcador etario que definía el momento en que debía
hacerse la fiesta de 15. Sí podía, en parte, reparar la pérdida de las
fiestas que no pudieron hacerse, ya que habilitaba la proyección de
un tiempo de nuevas celebraciones. La posibilidad de las mujeres
de hacer los 15 a hijas, sobrinas, ahijadas, adolescentes queridas y
cercanas cuando ellas no tuvieron/hicieron los propios, era una
posibilidad de «redención», tomando el término de las tesis ben-
jaminianas sobre la historia. Para el autor, la imagen de felicidad
que cultivamos se encuentra teñida «por el tiempo al que nos ha
remitido de una vez y para siempre el curso de nuestra vida» (Ben-
jamin: 48). Dicha imagen lleva consigo, de modo inalienable y osci-
lante, la de la redención, a la que se remite el pasado como portador
de un «secreto índice». Benjamin (1947/2000) sostiene que,
199
experiencia de no haber tenido/hecho los 15 se tornaba, para algu-
nas mujeres, en una historia cuya rememoración –siguiendo la
lectura que Löwy (2001/2005) realiza de las tesis benjaminianas–
presentaba una «cualidad redentora capaz de desclausurar y re-
parar el sufrimiento de generaciones vencidas que cumplimentan
así los objetivos por los que lucharon pero no alcanzaron» (p.59).
Desde los Estudios de Performances, Schechner (1985/2000)
sostiene que las performances, como conductas restauradas, tie-
nen una historia, entendida no como aquello que sucedió, sino
lo que se ha construido con sucesos, registros y memoria, «todo
lo concebido por la visión del mundo de quienquiera –indivi-
dual o colectivamente– esté codificando (y actuando) la historia»
(p.123). Para el autor, «hacer historia» no es hacer algo, sino hacer
algo con lo que se ha hecho. La performance no repite una selec-
ción de datos arreglados e interpretados, sino que tuerce y rehace
el tiempo, combinando pasado, presente y futuro, es conducta
misma, llevando consigo «las semillas de la originalidad» que la
hacen objeto de más interpretación. En este sentido, Schechner
(2000) observa que «la conducta restaurada ofrece a individuos y
grupos la oportunidad de volver a ser lo que alguna vez fueron –o
incluso, y más frecuentemente, de volver a ser lo que nunca fueron
pero desean haber sido o llegar a ser» (p.110).
Las fiestas venideras se cargaban de estas historias de mujeres,
y se tornaban posibilidad redentora. En algunos casos, las mujeres
del entorno de una quinceañera lograban transmitir el deseo de ha-
cer la fiesta para celebrar los 15 años. En otros, esta modalidad para
festejar se imponía. Durante el trabajo de campo, María Sol, la quin-
ceañera antes nombrada, indicó que los relatos acerca de los 15 de su
mamá la motivaron para hacer los suyos y que, desde sus cinco años,
estaba convencida de que quería tener sus 15. En cambio, Ludmila,
otra adolescente con quien dialogué, relató que su entorno familiar
la presionó para hacer fiesta. Como no tuvo otra alternativa, se puso
firme e informó a su familia que accedería a una celebración de ese
tipo si no le ponían restricciones en la lista de invitadxs. Además,
200
definió que sus 15 serían una fiesta de disfraces y que ella encarnaría
a la Reina de Corazones de Alicia en el país de las maravillas. Maria-
nela, otra adolescente que también manifestó hacer la fiesta por pre-
sión de su mamá, contó que a cada «no» que recibía –para salir los
fines de semana, por ejemplo– ella respondía con la amenaza de no
asistir a su fiesta o «poner cara de culo» en su propia celebración.
Entonces, ¿qué tanto eran estas fiestas propiedad de las adolescen-
tes, de sus madres, de las personas de su entorno?
201
fotografía y video, música y sonido, cotillón, vestido de 15, zapa-
tos, por nombrar algunos elementos. Las madres acompañaban y
controlaban las acciones para hacerse de este equipo: salidas para
elección y compra de objetos, mediciones de vestidos con modis-
txs o diseñadorxs, sesiones de fotos previas a los eventos. En cada
una de estas actividades, indicaban a las adolescentes los compor-
tamientos esperables y adecuados que debían sostener el día de la
fiesta, el límite admitido para el corto de una falda o la profundi-
dad de un escote.
Según lxs especialistas en bienes y servicios para los 15, la
presencia materna en estas tareas se debía a que, por su condición
de mujeres, compartían con las adolescentes sus gustos y «cono-
cían mejor» a sus hijas. Coincidían, a su vez, en que los padres
aparecían al principio de las tratativas de contratación, para corro-
borar presupuestos y hacer adelantos de dinero. Luego, eran las
madres quienes hacían el seguimiento de los detalles. En un diálo-
go que mantuvimos con el padre de Sofía luego de sus 15, contó
que él había oficiado como «excepción a esta regla». Además de
solventar gastos, tuvo que hacerse cargo de lo que entendía debían
hacer las madres. En su caso, la mamá de la quinceañera se había
desentendido de esta función. El padre relató:
202
preparativos de estas celebraciones, las madres se ocupaban –o se
esperaba que así lo hicieran– de los preparativos porque estaban
a cargo del trabajo reproductivo, del cuidado y de la crianza de lxs
hijxs. Los padres, en cambio, eran nombrados y ubicados como
trabajadores por fuera de estas tareas domésticas, como responsa-
bles de pagar y proveer los recursos económicos. En esta división,
las tareas que realizaban las madres y mujeres eran las que le daban
sentido a la frase la fiesta es de las madres. Ellas asumían un peso
preponderante en la toma de decisiones, en el acompañamiento a
las quinceañeras, en el diseño, manejo y gestión de los detalles para
preparar unos 15. También, en la tarea de conseguir más recursos
económicos cuando estos no alcanzaban o se deseaba agregar al-
gún bien o servicio adicional para la fiesta.
La construcción de la propiedad de las fiestas no ocurría sin
tensiones. Quienes trabajaban vendiendo bienes y servicios para
estos eventos y lidiaban con las madres, afirmaban que las jóvenes
se presentaban, generalmente, bastante seguras respecto a lo que
querían y a lo que estaban –o no– dispuestas a hacer para y en sus
fiestas. Esta lectura se encontraba en sintonía con la descripción
del contexto actual que Elizalde (2015) define como «tiempo de
chicas». Esta autora sostiene que se trata de un tiempo caracte-
rizado por «la creciente interpelación a las adolescentes y chicas
como foco central de la industria del entretenimiento, la moda, la
belleza y los extendidos mercados del erotismo y el placer sexual»
(p.9). Elizalde llama la atención acerca de los nuevos lugares que
detentan las jóvenes en el orden social y de género, vinculados a un
conjunto de transformaciones culturales, económicas, políticas
y normativas que las hacen aparecer en el espacio público como
«protagonistas» (p.17). Para colocar sus bienes y servicios en el
mercado, estxs trabajadorxs se dirigían lo más posible a las quin-
ceañeras y no tanto a sus madres. Contaba un fotógrafo en una de
las conversaciones que mantuvimos:
203
hago, porque no le puedo sacar la ficha a la quinceañera, yo
no puedo saber lo que ella quiere. O sea, si yo no se lo vendo
a ella, los padres no me contratan; yo tengo esa visión y es más
o menos así. Si no viene la nena yo no le vendo el producto
(...) Yo me pongo muy mal cuando la nena no habla, cuando
vos le decís “bueno mira, ¿vos qué querés?, yo te ofrezco este
y aquel estilo” y la madre te contesta “no, lo que ella quiere
hacer es...”. A mí me pone re mal, porque vos vas a hacer una
sesión de fotos donde la quinceañera no estaba contenta. En-
tonces eso nosotros no lo hacemos, yo lo hice durante muchos
años, hablar con los padres, cerrar los tratos con los padres y
hablar todo con los padres. Después te encontrás con la nena
que dice “no, esto no, qué me vas a hacer”. Entonces yo hablo
con las chicas, escuchamos mucho a las chicas. (Conversación
con Alejo, fotógrafo, en su estudio. 10 de junio de 2014)
204
gustos y también se ajustaran al poder adquisitivo de sus familias.
Resaltaban o invitaban a marcar como diferente y/o singular algu-
na acción, objeto o elemento para su fiesta, indicando que su re-
petición evidente de fiesta en fiesta debía ser evitada. Una modista
comentó que invitaba a sus clientas a «no repetir y elegir colores
más exclusivos, que se inclinen más por lo original o personal. Que
sea algo que las marque a ellas con su personalidad». En el proce-
so de definir el modelo de vestido, preguntaba a las adolescentes:
«¿no te gustaría algo que sea más único para vos, que te guste,
algo con un detalle?» Con esta operación, determinados detalles o
elementos se tornaban personalizados para y por las quinceañeras,
y podían convertirse en «adornos empoderadores» (Mizrahi: 32).
Si estaban de moda, mejor.
Simmel (1957) sostiene que la moda representa «una más de
las variadas formas de la vida con la ayuda de la cual perseguimos
combinar en esferas uniformes de actividad la tendencia hacia el
igualamiento social con el deseo de la diferenciación individual
y el cambio» (p.543). La operación de hacer de un evento, una
fiesta de 15 años, implicaba combinar elementos y acciones que
permitieran identificarla como tal. Al mismo tiempo, esa fiesta de
15 años debía contener elementos personales que singularizaran el
evento como propiedad de tal o cual quinceañera.
Las jóvenes desplegaban sus estrategias para inclinar la ba-
lanza en su favor y volverse propietarias de sus fiestas, cuando
no eran escuchadas, cuando la marcha de los acontecimientos o
ciertas elecciones se desviaban de sus sueños, cuando se veían en
la tarea de hacer algo que no las convencía. Podían activar «una
línea» (Goffman: 13), «un esquema de actos verbales y no verba-
les» por medio de los cuales expresaban su visión de la situación,
de lxs participantes y de ellas mismas. Esta línea operaba como
estrategia poderosa, como un atributo de las adolescentes que se
hacía patente para lxs demás interactuantes cuando se daban las
situaciones antes mencionadas. Frases como «no quiero», «no
me gusta», «no lo hago», «caras de culo» o gestos de desagrado
205
componían el repertorio de esquemas de acción puestos en jue-
go por las quinceañeras. Durante el trabajo de campo, un jefe de
mozos y una modista describieron cómo se daban estas tensiones:
Un gasto (in)necesario
206
otras formas de celebrar los 15 años: hacer un viaje en familia o en
contingentes de quinceañeras, recibir un regalo más costoso en re-
lación a otros aniversarios, como motos, autos, una computadora,
un tratamiento odontológico, una cirugía estética, por nombrar
algunas opciones. La elección de una u otra modalidad se definía
atendiendo a un conjunto de variables relacionadas y no estaba
vinculada exclusivamente a la ponderación del costo de mercado
que implicaba cada opción. Sin embargo era la fiesta, y no las otras
formas de celebrar, la que se asociaba con la noción que da nom-
bre a este apartado. En la primera visita que hice a una madre y su
hija quinceañera, la primera contó que había lidiado con esto en
muchas oportunidades:
207
sostenían que las otras opciones tenían el beneficio de durar y
perdurar más en el tiempo, como determinados regalos o viajes.
Las quinceañeras que decidían no hacer fiesta coincidían con es-
tos últimos sentidos y agregaban, muchas veces, que desestimaban
hacer los 15 porque no les gustaba «ser el centro». Los atributos
otorgados a las fiestas de 15 por parte de quienes tomaban dis-
tancia de este modo de celebrar –su fugacidad, su irreversibilidad
y las consideraciones respecto a su propiedad— eran los mismos
que instrumentalizaban quienes preferían tener y hacer fiesta. Las
adolescentes decían elegir esta opción justamente porque «es una
sola noche», «es tu noche», «la noche inolvidable», que «pasa
una sola vez en la vida», donde «sos el centro» y asisten «todos
los que te quieren».
La noción del gasto innecesario se atribuía a todas las fies-
tas, independientemente de las condiciones socioeconómicas de
quienes se embarcaban en la tarea de organizarlas. Sin embargo
presentaba matices diferenciales dependiendo de los estratos
sociales a los cuales era dirigida. Cuando conversamos durante
el trabajo de campo con una fotógrafa que trabajaba cubriendo
fiestas de 15 en sectores socioeconómicos medios-altos y altos,
sostuvo que estos «hacían fiesta para mostrar en el círculo de
amigos o en la sociedad qué es lo que pueden hacer, es eso, mos-
trar quién la tiene más grande». Lo invertido, para ella, tenía por
objetivo hacer visible y (de)mostrable la posición socioeconómi-
ca y de status que se ocupaba. Así, en estos sectores, la crítica al
gasto efectuado quedaba asociada a la función de ostentación.
En cambio, quienes consideraban como gasto innecesario las
fiestas de 15 años de chicas de sectores socioeconómicos medios-
bajos y bajos, hacían hincapié en lo inexplicable que les resultaba
que estos sectores comprometieran un dinero –que suponían
no tenían– para hacer una fiesta de 15, cuestión que llevaba mu-
chas veces a las familias a endeudarse para llevar adelante estas
celebraciones. En cualquier caso, el comentario sobre el gasto
innecesario estaba cargado ética y moralmente de prejuicios y
208
prescripciones. Sentenciaba modos esperables y adecuados de gas-
tar el dinero para celebrar los 15 años de las jóvenes de diferentes
sectores socioeconómicos.
La respuesta a estas críticas por parte de quienes estaban o
habían estado implicadxs y/o comprometidxs en la organización
de una fiesta, ponían de relieve que lo que se invertía en una fiesta
de 15 incluía, pero excedía ampliamente, la cuestión del costo mo-
netario. La madre de una quinceañera con quien conversé antes de
la fiesta y cuya familia se encontraba en una posición económica
acomodada, sostuvo,
209
Bataille (1967/1987) llama la atención acerca de que, desde
el principio clásico de la utilidad material, se desdeñan actividades
destinadas al placer, o que no se dirigen a «necesidades fundamen-
tales de la producción y conservación». Resalta, sin embargo, la
necesidad de dar cuenta de que las sociedades humanas pueden
interesarse «en pérdidas considerables», en «gastos improduc-
tivos» (p. 26-27), en tanto el gasto existe como función social.
García Canclini (2011), por su parte, se pregunta cómo es posible
comprender que las familias a las que no les alcanza para comer y
vestirse durante el año «derrochen» lo que tienen en Navidad,
en fiestas y regalos. Advierte que, en el consumo popular, no es
correcto tomar ese gasto de dinero como «un autosaboteo de
los pobres, una simple muestra de su incapacidad de organizarse
para progresar». El autor sostiene que la eficacia de los rituales de-
pende del uso de determinados objetos materiales que establecen
sentidos y prácticas que los preservan. Por lo tanto, «cuanto más
costosos sean esos bienes, más fuerte será la inversión afectiva y la
ritualización que fija los significados que se le asocian» (p. 317-
318). García Canclini propone, entonces, ver los actos a través de
los cuales consumimos como algo más que «ejercicios de gustos
y antojos, compras irreflexivas, según suponen los juicios mora-
listas, o actitudes individuales» (p.315). Douglas e Isherwood
(1979/1990) acusan de frívolas y peligrosas aquellas teorías que
sostienen que las personas consumen y compran porque son «tí-
teres», insensatos o sujetxs que se precipitan al desastre. Entien-
den que las personas, en el marco del tiempo y el espacio de los que
disponen, consumen y gastan para «decir algo sobre sí mismos»
(p.83), sobre su familia, su localidad. Porque, a su vez, los bienes
de consumo sirven para registrar tiempos cargados de significado.
Los esfuerzos, el tiempo, el trabajo y el gasto para organizar,
sostener y solventar estos eventos eran «inversiones afectivas».
«Es mucho trabajo», «quedé en la ruina», «quedé agotada»,
«me tengo que recuperar», «todo lo que me costó con los 15»,
fueron frases de madres de quinceañeras con quienes dialogué,
210
que daban cuenta de que las fiestas de 15 años decían mucho sobre
lo que se ponía en juego en estos procesos: modos de hacer fami-
lia, afectos, diversión, historias. Y aún con su fugacidad, las fiestas
de 15 años perduraban en el tiempo, como un regalo construido
colectivamente que se atesoraba en nuevas historias, en memorias,
registros y objetos rituales, que se guardaban celosamente, como
el vestido de una quinceañera. En oportunidad de acompañar el
momento en el que una quinceañera se preparaba en su casa para
dirigirse al salón de fiestas para sus 15, su abuela, al ver a la joven
lista y arreglada, afirmó emocionada: «esto es lo que le podemos
dejar a nuestras nietas».
Reflexiones finales
211
fiestas eran presentadas como «de las madres» de las adolescen-
tes, durante la pesquisa etnográfica fue posible apreciar cómo las
imposiciones y transmisiones de deseos de hacer fiesta de madres a
hijas, de mujeres a mujeres, se efectuaban en medio de negociacio-
nes mientras se tomaban decisiones para organizar unos 15. Las
jóvenes eran activas en estos procesos y encontraban también, en
las intervenciones de trabajadorxs y especialistas en servicios para
eventos, oportunidades para alzar su voz y (re)conocerse, para tra-
tar de hacer que una fiesta de 15 años se convirtiera en «su fiesta».
Los 15 eran, además, una oportunidad para comunicar a las
quinceañeras y a sus entornos que valía la pena «invertir afecti-
vamente en ellxs». Porque estas celebraciones eran un modo de
hacer familia, una manera de informar que esa quinceañera no
estaba sola y que ese entramado que la contenía debía ser soste-
nido, y también celebrado. El cansancio, el esfuerzo de madres y
de otras mujeres y parientes, las ayudas y aportes económicos re-
cibidos por parte de allegadxs y de los padres para costear alguna
parte del equipo ceremonial para una fiesta, daban cuenta de que
los gastos eran, en muchas direcciones y en todos los casos, necesa-
rios. Aún con su carácter fugaz –«una sola noche»– e irreversible
–«los 15 son una vez en la vida»–, estos festejos perduraban y se
podían atesorar, como los demás regalos. Estos atributos dotaban
de mayor fuerza a «la noche de los 15», porque las horas que du-
raba una fiesta condensaban y concentraban el intenso e inmen-
so trabajo previo y colectivo realizado para llegar a la celebración.
Invertir en una fiesta, era también invertir en la construcción de
nuevas historias a ser contadas y reactualizadas; en nuevos deseos
de celebrar y hacer fiesta.
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214
CAPÍTULO 8
¡QUÉ LOS CUMPLAS FELIZ! CONFIGURACIÓN
DE UN MUNDO PARA LA CELEBRACIÓN DE
INFANCIAS EN ESPACIOS MERCANTILIZADOS
Cecilia Castro
215
con un diseño que identificaba a la empresa y la vigilancia de niñes
a cargo de personal específico. Los costos del festejo se calculaban
según la cantidad de tarjetas que se recibían al ingreso de les invi-
tades. La animación la emprendían payases o se proyectaba una
película infantil. Las familias podían llevar decoraciones especiales
y elementos de cotillón. La comida y la bebida quedaban a cargo
de la empresa dedicada a la venta de hamburguesas. El público de
estos servicios eran hijes (en edad escolar) de parejas jóvenes preo-
cupadas en distinguirse a través de sus consumos y en procura de
novedades cada vez más recientes.
Entrada la década de 1990, el desembarco de las empresas
multinacionales como McDonald‘s y Burger King hicieron que el
protagonismo de Pumper Nic en el mercado cordobés disminuye-
ra. McDonald’s se valió de técnicas publicitarias, colores llamati-
vos y la (re)creación de una atmósfera de circo -a través de la figura
del payaso- para cautivar a les niñes, a quienes consideraban como
influyentes en las decisiones de compra familiares. Asimismo, pro-
puso un ambiente familiar donde adultes, jóvenes y niñes tenían
su propio espacio. Su servicio de animación de cumpleaños com-
binaba toboganes, peloteros y caños de colores, estableciendo un
modelo «que se volvió hegemónico y que tendió a homogeneizar
las otras formas de festejos que se presentaban como alternativas»
(Duek, 2006:443).
Para muchas familias, esas celebraciones en locales de ham-
burguesas resultaron demasiado onerosas. En tanto, para quienes
podían costearlas, esas fiestas, inicialmente atractivas, perdieron
su brillo. En estas dinámicas, aumentó la importancia que les ni-
ñes daban a los festejos de cumpleaños, se incrementó la presencia
de sus compañeres escolares, y la familia fue relevada de realización
y, fundamentalmente, de la animación del festejo. La creciente de-
manda de formas especiales para festejar cumpleaños infantiles y
la novedad de hacerlo fuera del hogar se articuló con la gestación
de agentes capaces de satisfacerla y de inventar nuevos (y repeti-
dos) modos de celebrar.
216
En ese contexto, se organizaron emprendimientos comercia-
les de carácter familiar que ofrecían trasladar al ámbito doméstico
parte de las propuestas para el divertimento que brindaban las em-
presas de comida rápida mediante el alquiler de castillos inflables.
Otres comenzaron a ofertar servicios de comida, bebidas y perso-
nal de animación en locales exclusivos o salones para tales fines.
Dicha modalidad de celebración de los cumpleaños infanti-
les se afianzó con el cambio de siglo configurándose un «mundo»
(Becker, 2008: 54-59) de producción cultural asociado con la ce-
lebración infantil donde se interrelacionaban variadas actividades
y agentes. Entre ellas, las administraciones estales que, frente al de-
sarrollo de estos comercios de recreación, comenzaron a regular el
funcionamiento definiéndolos como espectáculo público mediante
la Ordenanza municipal N°10840 de 2005. En la actualidad, en la
ciudad de Córdoba, según los registros estatales, la cantidad de sa-
lones infantiles supera el centenar. Las propuestas de divertimen-
to se diversificaron contribuyendo a crear gustos y (re)producir
públicos diferenciados.
En los emprendimientos se explotaba fundamentalmente la
obligación moral, el deseo y la tradición generalizada de celebrar
los aniversarios del nacimiento de les niñes con formas específicas.
Las cuestiones aquí abordadas se encuadran en el proceso históri-
co, de larga duración, que comprende la invención de infancias,
los cambios continuos en las relaciones de poder entre madres,
padres e hijes, y las transformaciones en las configuraciones espa-
ciales, entre otras mudanzas (Elias, 1998). Asimismo, la configura-
ción de este mundo la entendemos en el marco de un «capitalismo
cultural» (Rifkin, 2000:187-189) que mercantiliza variadas expe-
riencias humanas, donde los estados anímicos, del mismo modo
que la «cultura» (Yúdice, 2002:24), devinieron un «recurso a ser
gestionado» (Blázquez y Castro, 2015:3-4).
Los festejos eran producidos en torno a una compleja tra-
ma de interacciones basadas en relaciones de «cooperación y
competencia» (Becker, 2008:54) por la que se movían diferentes
217
participantes. Referimos a dueñas y dueños de salones, animado-
ras y animadores, maquilladores, fotográfes, personal de cocina
y limpieza, agentes estatales. Elles estaban relacionados con otres
que, si bien no participaban directamente en las fiestas, formaban
parte de este mundo: almacenes de bebidas y alimentos de cope-
tín, locales de cotillón, profesionales de la repostería, del diseño
gráfico y marketing, contadores, jugueterías, revistas de distribu-
ción barrial y digital abocadas a la promoción de servicios festivos.
Esa red de producción trabajaba para otro conjunto hetero-
géneo de personas que necesariamente debían estar presentes en los
salones para que los festejos pudieran concretarse: cumpleañeres,
invitades, familiares. Elles estaban posicionades como co-produc-
tores y consumidores de la alegría «gestada y gestionada» (Souza
Lima, 2002: 16) en cada una de las celebraciones.2 En tanto agentes
interdependientes y que transitaban por este mundo de produc-
ción cultural contribuían de manera diferencial en la creación de
una experiencia social relacionada con un momento del ciclo vital.
218
condiciones residenciales de las viviendas, el costo y el tiempo que
les demandaba organizar una fiesta. Algunes incluso teniendo es-
pacio físico en sus domicilios particulares optaban por los locales
de alquiler por lo que llamaban seguridad y para evitar la presen-
cia de extraños en el hogar el día del evento. Para la selección de los
establecimientos, las familias consultaban a les niñes, decidían en
base a sus propios conocimientos como acompañantes en otras
fiestas de cumpleaños, buscaban ofertas por internet. En la eva-
luación de las propuestas de divertimento preguntaban entre su
red afectiva y de conocides. La mayoría de les niñes y sus madres se
consideraban expertas en el tema.
Los salones se elegían en función de las propuestas, los
gustos y, fundamentalmente, en relación al nivel adquisitivo. La
mayoría de los servicios de entretenimiento incluían: la comida
para les niñes, espacios para la permanencia de adultes, tarjetas de
invitación, dos jóvenes que se ocupaban de la animación, entre-
tenimiento, y cuidado de les niñes en las dos horas y media que
solían durar los festejos. Si se optaba por torta, souvenirs, copos
de nieve, servicio de maquillaje, fotografía profesional y catering
para les adultes se debía pagar un diferencial. Sábados, domingos
y feriados los costos de los festejos de cumpleaños tenían un incre-
mento en el precio.
Una vez seleccionado y contratado el salón, establecida la fe-
cha y hora, les familiares de les homenajeades emprendían otras
actividades sociales. Convocaban a parientes y amistades. De
acuerdo a lo observado, encontramos que hasta los tres años de le
cumpleañere sus familiares eran quienes entregaban las invitacio-
nes a parientes y afectos. Se dirigían personalmente a los domici-
lios y, en otras ocasiones, dependiendo del tiempo, las distancias
y cuestiones laborales, lo hacían mediante dispositivos celulares.
A medida que les niñes subían en edad, en la división de ta-
reas festivas, entregaban a sus amistades las invitaciones. La pre-
sencia de adultes era menor a medida que aumentaba la edad de
les cumpleañeres, cuando los festejos se hacían mayormente entre
219
grupos de pares. Desde la perspectiva de algunes de mis interlocu-
tores, las fiestas eran un estrés. También se las calificaba como un
«hermoso momento ya que otros se ocupaban de todo».
220
embellecimiento de les cumpleañeres y en las actividades de ela-
boración y/o compra de alimentos para los agasajos. En estas ac-
tividades solían intervenir la red más amplia de parientes mujeres
de les celebrades (abuelas, tías, suegras, cuñadas) ya sea porque se
ofrecían para colaborar o directamente le asignaban alguna fun-
ción específica (ocuparse de souvenirs, decoración, cubrir deter-
minados gastos, vigilancia de les niñes). Entre las mujeres de la fa-
milia se producían relaciones de endeudamiento en un entramado
de intercambios de dones y contra-dones que se ponía en marcha
en la planificación y organización de las fiestas infantiles.
221
La mano de obra del salón responsable de la diversión cum-
plía con el repetido protocolo de ingreso y completaba las celdas
haciendo la misma pregunta, casi con idéntico tono de voz, sin
perder la sonrisa con cada niñe que ingresaba. Algunes de elles lo
hacían alegremente y con expectativas. Para otres era la primera
vez que concurrían al festejo de un cumpleaños sin la compañía de
sus parientes. No todes atravesaban felizmente la puerta de ingre-
so. La gestión de la calma en quienes expresaban temor quedaba
en manos de les animadores. Asimismo convencían a les niñes a
quedarse en el salón con la promesa de diversión y juegos con ami-
gues. Bajo esta modalidad, la «felicidad» (Ahmed, 2019:34) se
volvía una técnica y un imperativo performativo para hacer-hacer.
Al ingresar a los recintos, era frecuente que niñes y adultes
siguieran sendas diferentes. Les segundes eran conducidos hacia el
living de los papis, sala de adultos. Mientras que el público infantil
se dirigía a saludar con un beso y un abrazo al le cumpleañere,
entregar el regalo y recorrer los juegos en búsqueda de amistades.
A medida que los cuerpos de les participantes entraban en
calor se quitaban los abrigos. El personal de animación supervi-
saba el juego entre les niñes, recogían las prendas, envoltorios de
obsequios y estimulaban al público a seguir en movimiento. El
sonido de los motores de los inflables y murmullo de niñes solía
hacerse uno con la música que salía de los parlantes colocados en
lugares estratégicos.
Una vez que se completaba (o casi) la lista de invitades con-
vocades, les animadores organizaban un tren humano y dirigían a
les niñes hacia el living o salón principal de los comercios. Allí se
presentaban, contaban una historia y le hacían una ferviente bien-
venida al le cumpleañere. De este modo, se (re)hacía la separación
entre festejantes y le festejade.
Esas acciones contribuirían a transformar al celebrade, en
un «símbolo dominante», apelando a las categorías conceptuales
de Turner (1980:34). La presencia de le homenajeade era funda-
mental para que el evento y las emociones en torno a su figura
222
tuvieran lugar. Desde el inicio de la fiesta, el personal de anima-
ción (en colaboración con las familias y les invitades) aunaba los
esfuerzos celebratorios para con le cumpleañere.
En tiempos de transformación de la alegría en un recurso,
la materialización de cuerpos alegres y (pre)dispuestos para la
fiesta se organizaba a partir de la división entre gestores de la ale-
gría y gestionades. Destacar al cumpleañere, exigía al personal de
animación habilidades técnicas que incluían: manejo de la voz e
histrionismo, realizar chistes, organizar juegos, mantener la aten-
ción y restablecer los ánimos festivos en situaciones de llantos,
peleas, berrinches. Según les animadores, debían «hacer la fiesta
así hubiera un solo invitado». Eran elles quienes se encargaban
de, y eran recompensades económicamente por, gestionar la ex-
periencia mercantilizada de alegría que consumían les niñes. La
mediación de eses jóvenes era muy importante para mantener el
engranaje festivo dentro de los salones. Para ello realizaban un
conjunto de diligencias conducentes al montaje de performances
capaces de gestar y administrar entre les niñes una experiencia de
communitas (Turner, 1982).
Les animadores disponían y manejaban, con mayor o me-
nor maestría, distintos repertorios y protocolos técnicos capaces
de gestionar emociones y llevar los cuerpos -que tendían a disper-
sarse- al centro de la escena para mantenerlos «todos juntos y bien
arriba» (Blázquez y Castro, 2015:3-4). Trabajar en la animación
infantil permitía a eses jóvenes articular y poner en funcionamien-
to saberes adquiridos en determinados trayectos universitarios
concluidos o no. La mayoría de elles eran empleades informales y
contratades de palabra por parte de les propietaries de los salones.
Como bien sabían nuestros interlocutores, las relaciones de pa-
rentesco y amistad facilitaban el ingreso a una red de jóvenes em-
prendedores de la diversión y les aseguraba trabajo. Había quienes
intentaban o soñaban montar su propia empresa festiva infantil e
inscribían su carrera en una especie de destino natural. Una gran
proporción de eses jóvenes tendían a representarse como personas
223
que «amaban su trabajo». Estaban «felices con lo que hacían» y
decían divertirse al trabajar para lo cual también se gestionaban
para sí la sonrisa pese al cansancio.
224
El tiempo en que les niñes permanecían en el sector destina-
do a la alimentación era de diez minutos aproximadamente, muy
breve en comparación con el resto de las actividades. Aquí el esta-
do anímico festivo también se experimentaba en el vientre. Toda
esas dosis de azúcar y sodio ingeridas contribuirían en la tarea de
activar el movimiento estimulado los centros del «sistema rásico»
(Schechner, 2000:263). Estas performances festivas estudiadas re-
sultaban ser plurisensoriales y kinestésicas, al involucrar la ingesta
de alimentos y bebidas ponían en funcionamiento otros sentidos
además de la vista y el oído. Fundamentalmente se activaba el siste-
ma de respuesta rásico que trabaja directamente y enérgicamente
en el sistema intestinal. Schechner explica que (2000)
225
de las instalaciones y/o eran reclamadas a jugar con les niñes. Les
familiares directos de le cumpleañere eran quienes permanecían
de pié controlando que los platos de comida continuaran llenos,
se ocupaban de solicitarle al personal de cocina el agua para el
mate y las gaseosas.
El rol de la familia en estos espacios también consistía en
anfitrionar. Las fiestas se volvían un momento de encuentro ri-
tualizado con otres (familiares, padres y madres) y de exhibición
de riquezas (v.g. en la forma de presentación de los alimentos y
bebidas, en las prendas de vestir, en dispositivos tecnológicos para
la fotografías). Estos festejos, donde se reproducían y subvertían
relaciones jerárquicas, podrían pensarse como un pequeño pot-
latch (Boas, 1970 [1987]; Mauss, 1971 [1923]). En los cumplea-
ños infantiles se hacía y afirmaba una posición social. No sólo les
anfitriones obtenían prestigio sino también aquellas personas
(amistades y familiares) que contribuían con el evento elaboran-
do alimentos y objetos decorativos, siendo retribuidas con elogios
por sus habilidades culinarias y de ornamento.
En el living de los papis permanecía la mayor cantidad de
tiempo (re)unida la familia más amplia de le cumpleañere. Las
personas adultas solían dialogar en semicírculos armados por la-
zos de parentesco o de amistad. Otros grupos se organizaban con
las madres de los compañeros de la escuela. Estas eran las configu-
raciones que daban forma a la disposición de las personas en estas
rondas por los que circulaban facturas, empanadas, sándwiches,
gaseosas, mates, saberes de crianzas, anécdotas familiares y hasta
catálogos de venta de productos. Un conjunto de intereses im-
pregnaban y daban forma a las relaciones que se establecían mien-
tras se encontraban les adultes reunides. Estos (re)encuentros so-
lían vivirse con alegría y en ocasiones se generaban situaciones de
tensión. En algunos salones, se ofrecían para les adultes juegos de
pin-pong, metegol y hasta consolas de vídeos juegos. La interac-
ción lúdica en esos espacios se producía mayoritariamente entre
varones adultos, familiares de le cumpleañere, y algunas mujeres,
226
dejando por fuera a les niñes ya que se delegaba la gestión del jue-
go y la diversión en les animadores.
227
culturales de les niñes. Cuando el sonido de la música se detenía
se les solicitaba a les presentes que se quedaran con el cuerpo en
determinadas posiciones: en forma de árbol, de piedra, de silla, de
mono, de elefante, de estrella. Al compás de la música, los cuerpos
de les celebrades devenían diferentes formas. Algunos adultes ob-
servaban la actividad y charlaban en pequeños grupos. A medida
que pasaban los minutos adultes y niñes se aunaban en torno a la
música y en relación a las instrucciones del personal de animación
sobre cómo danzar junte a otres.
Les niñes de menor edad, jugaban con el humo que salía de
las máquinas. Otres se quedaban a un costado observando. Elles
recibían la atención cuando daban sus primeros pasos en relación
a la música o seguían animadamente la coreografía. Esta mimesis
de les niñes «imperfecta» e «incompleta», y por lo tanto «gra-
ciosa», atraía la curiosidad de les mayores. Del mismo modo, que
mostró Blázquez (2014:247) en los actos escolares, «los más chi-
quitos les muestran a los mayores las etapas que ellos ya han supera-
do y los estados que ya han abandonado».
Durante el baile, la atmósfera solía ser de un bullicio constan-
te que alternaba con momentos de silencio que aparecía cuando
el personal de animación hacía morisquetas y capturaba la aten-
ción del público. Para mantener el entusiasmo, la consigna que
proponían les animadores al cumpleañere y sus invitades era bailar
y dejarse llevar por los sonidos. Les niñes ralentizaban los movi-
mientos. Las sonoridades se hacían cada vez más ensordecedora y
el público infantil aceleraba la velocidad de los movimientos del
baile en sus brazos y piernas.
El ritmo de la música se volvía más acelerado conformando una
acción colectiva entre les participantes. El descenso paulatino del so-
nido de la música hacía que les animadores de manera gradual desar-
maran la configuración del baile producida. La iluminación ambien-
te aparecía nuevamente. Les «gestores de emociones» (Blázquez y
Castro, 2015:3-4) también entrenaban a les niñes en un ethos extático
asociados con el consumo de música, humo y luces estroboscópicas.
228
De algún modo, la noche se iniciaba mucho antes del atardecer y les
niñes comenzaban mucho antes a restaurar conductas y modos de
estar en espacios cuya ambientación (re)creaba boliches.
El potencial de gestión de les animadores dependía fuerte-
mente de sus saberes técnicos específicos en relación a cómo pro-
vocar la risa y su capacidad para hacer bailar a otres. En la mayoría
de los salones de festejo infantil, el tiempo que se destinaba en la
programación del festejo, era de aproximadamente veinte minu-
tos. Era frecuente que les animadores, después de la coreografía
solicitaran un aplauso a les presentes y convocaran a les niñes al
comedor para comer panchos y tomar más gaseosa. Los sentidos
estaban tan aturdidos como alerta y las emociones de les niñes es-
taban exaltadas.
229
del Feliz cumpleaños una canción diferente y, a la vez, la misma.
A través del personal de animación intensificaban la experiencia
de les participantes en la fiesta. Mediante la mezcla de medios
como las luces de colores, las velas de bengala y los micrófonos
involucraban a les invitades en el canto. Por medio de enunciados
prescriptivos e imperativos (por ejemplo, «todos a sus lugares»)
indicaban los diversos roles que se activaban: sacar fotos, soplar la
vela, aplaudir con alegría, cortar la torta, agitar, ubicarse en proxi-
midad de le homenajeade.
Después de que la torta se distribuía entre les niñes, algunes
familiares y amistades adultes se retiraban. Les niñes con pedazo
de pastel en la manos esperaban la ruptura de la piñata que les
garantizaría otra dosis de azúcar y alguna sorpresa. Luego del éx-
tasis, la atmósfera festiva comenzaría a «enfriarse» (Schechner,
2012:387). Este proceso se realizaba gradualmente e implicaba un
conjunto de tácticas. La música bajaba su volumen. El personal
de animación indicaba a les niñes que fueran hacia la puerta para
la llegada de les familiares. Si al inicio de la performance se busca-
ba gestar determinados ánimos festivos y el montaje de cuerpos
extáticos; en estas instancias finales los esfuerzos de les animado-
res se destinaban a «desenchufarlos». Le cumpleañere dejaba de
ser el centro de atención y se transformaba en une más, al menos
para les animadores.3
A una hora señalada se detenía el dispositivo festivo. Du-
rante la gestión de la salida de les invitades, el personal de apoyo
con la intención de vaciar el espacio comenzaba con las tareas de
230
limpieza. Levantaban los vasos y sobrantes de comida de la mesa
de les adultes. Se invitaba a las familias a que ingresaran al estable-
cimiento así retiraban a les niñes. Algunes aprovechaban la opor-
tunidad para saludar a le cumpleañere. Antes de abandonar el sa-
lón, el personal de animación a modo de souvenir entregaba una
bolsa con golosinas y sorpresitas a cada invitade.
Al encontrarse nuevamente con sus familiares, les niñes (con
las manos atestadas de caramelos y pegoteadas por la torta) bus-
caban nuevas formas de excitarse y continuar de fiesta. Algunes
pedían ir a seguir jugando a la casa de amigues. Para otres comen-
zaba a producirse el malestar estomacal por la cantidad de comida
ingerida. Elles querían llegar lo más rápido posible a su hogar.
Le cumpleañere y su familia después de los abrazos y salu-
dos con otres parientes juntaban sus pertenecías y los regalos. Los
festejos se transformaban en materia de comentarios y anécdotas
para quienes desde diversos lugares de actuación participaban en
las celebraciones. Las familias evaluaban a los mismos utilizando
sus recuerdos de experiencias leídas a la luz de su posición actual.
A semejanza de lo expuesto por Blázquez (2014) respecto de las
performances patrióticas, en torno a los cumpleaños existía un
interés socialmente construido que procuraba transformar a los
agasajos infantiles en un objeto interesante. Por ello, tanto les ho-
menajeades, como familiares y organizadores de fiesta luchaban
por definiciones legítimas de cómo debía ser: qué comer, cómo,
cuándo y de qué manera, modalidades de juego, tipo de música.
Este acuerdo implícito llenaba a los festejos de cumpleaños de jui-
cios estéticos y morales.
Observaciones finales
231
infantiles. Unes se posicionaban como productores ocupades de
generar y mantener la separación entre cumpleañeres y sus invita-
des, quienes debían ser capaces de divertirse. Estas performances
exageraban y espectacularizaban las relaciones, delimitándo fron-
teras entre unes y otres.
Las fiestas de cumpleaños mercantilizadas eran una secuen-
cia de acciones más o menos ordenadas; realizadas en momentos
específicos durante lapsos de tiempos estrictamente controlados
y demarcados cuyos límites eran disputados y flexibilizados. En
estas performances la «eficacia y el entretenimiento» (Schechner,
2000:21) se encontraban en continua relación activa. Para ello, se
retomaban modalidades de divertimento que les niñes (re)cono-
cían y por esta vía lograban que se engancharan en las acciones
propuestas poniendo el festejo a full.
Las acciones presentadas se orientaban principalmente a
entretener a le cumpleañere y sus invitades pero también a sus fa-
miliares. En relación a otras fiestas infantiles, De Belli (2001) afir-
ma que «los niños no deben “quedarse sin hacer nada”» (p.194);
por lo observado podemos afirmar también que esa obligación
se extendería a les adultes presentes. Con modalidades que eran
cada vez más destinadas al (re)encuentro festivo entre ambos gru-
pos etarios. Es decir, se procuraba integrar a les adultes al mundo
de unas infancias mercantilmente celebradas en sus aniversarios
de nacimiento.
Los festejos entendidos como una forma particular de subje-
tivación en relación con lo etario ponían en movimiento una serie
de actos a través de los cuales se conforma un determinado ideal
de divertimento infantil. Participar de un festejo en un espacio
mercantilizado suponía la conquista de diversos estados. Uno de
ellos incluía la estimulación a través de movimientos corporales
aeróbicos. Otros estados festivos provenían del correr, cantar con
micrófono y luces, bailar, comer, buscar sorpresas junto a otres.
Había salones que proponían saltar en un inflable, tirarse y volver-
se a tirar del tobogán y ser recibide por pelotas, brincar una y otra
232
vez en una cama elástica. Les niñes se sumergían en esas acciones
y quienes intentaban salirse se veían prontamente arrastrades li-
teralmente por otres hacia el centro del lugar o expulsades a sus
márgenes de ese agite gestado por el personal de animación en co-
laboración con los públicos.
Le cumpleañere para retirarse tenía que hacer mayor esfuer-
zo considerando que, en la mayoría de las escenas, era la figura
central y organizadora de las acciones lúdicas. Visto desde el ex-
terior, los festejos parecían una masa multiforme de niñes mo-
viéndose en direcciones variadas. Sin embargo, había un orden
que regía las relaciones en torno a la figura de le cumpleañere. Les
amigues y parientes predilectos estaban más próximos, eran les
primeres en llegar y en ser seleccionades por le cumpleañere para
realizar las actividades, aparecían en las fotografías, eran a quienes
se esperaba con ansiedad y su ausencia podía desencadenar el llan-
to del cumpleañere.
Un continuo proceso de socialización instruía a las familias
en esos guiones y aquello que se esperaba que realizaran en estos
cumpleaños infantiles. Como parte del mismo, cabe destacarse la
cadena de festejos que hacían que cualquier niñe que celebrara su
cumpleaños en un salón comercial ya hubiera participado en el de
sus hermanes mayores, primes, vecines o compañeres de colegio.
Como sus padres y madres entre otres familiares, les niñes ya co-
nocían las formas en que debía celebrarse y producirse la alegría
por el paso de los años.
Las celebraciones de cumpleaños se encontraban asociadas
a una serie de emociones referidas a la propia infancia de quienes
participaban en su montaje y en su posterior evaluación. A través
de estas performances festivas se (re)producían uniones y discor-
dias al interior de las relaciones de parentesco pero también entre
les niñes cuando se seleccionaban o no para realizar determinados
juegos. Los aniversarios infantiles se rehacían en recuerdos que
eran almacenados en las selectivas tramas de la memoria hecha
cuerpo y fotografías.
233
Bibliografía
234
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economía, Paidós, Barcelona, 2002.
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235
CAPÍTULO 9
¡SOMOS UNA FIESTA POPULAR! ETNOGRAFÍA
SOBRE PROCESOS ORGANIZATIVOS DE LOS
CARNAVALES DE VILLA LIBERTADOR
237
estudiantes era intenso. En ese contexto, dicen las autoras, hay que
comprender al Grupo de Teatro Estudio Uno, quienes en su ma-
yoría eran estudiantes universitarios que, junto a distintos grupos
de teatro de esa época, buscaban acentuar un vínculo entre arte
y política, fuera de los límites institucionales. Zaga y Musitano
(2002) resaltan que era un grupo independiente con respecto a la
Universidad Nacional de Córdoba, por lo que no tenían benefi-
cios de presupuesto ni difusión.
El golpe de estado cívico-policial de 1974 en la Provincia de
Córdoba impuso la clausura del CCVL en 1975; posteriormente,
durante la última dictadura, tres de sus fundadores fueron des-
aparecidos y uno exiliado. De aquel grupo fundador solo queda
un integrante que, hasta el día de hoy, participa activamente en
el espacio y reside en el barrio. Para proteger el terreno durante
los años de la dictadura quedó legalmente como propiedad de
un residente del barrio. El CCVL quedaría inactivo hasta 1983
cuando se inició la recuperación del terreno que devino en la rei-
nauguración del espacio cultural en 1986. Con el propósito de
resguardar los bienes materiales del CCVL, en el 2003, sus miem-
bros obtuvieron la Personería Jurídica como Asociación Civil. En
asambleas, en documentos escritos, en los carnavales, los miem-
bros del CCVL narraban reiteradamente aquellos primeros años
de existencia marcados por un trabajo conjunto entre el Grupo de
Teatro Estudio Uno y residentes del barrio.
Al momento de mis visitas, el CCVL presentaba edilicia-
mente una construcción rectangular de una planta de alrededor
de 10 metros de ancho por 15 metros de largo donde se realizaban
los talleres y las asambleas. El único acceso al sitio era un portón
que comunicaba el espacio con la vereda. Las paredes eran de la-
drillo hueco de cemento y se elevaban aproximadamente 5 metros
exhibiendo pinturas murales. El edificio estaba cubierto por un
techo de chapa en forma de arco de curvatura simple.
Los integrantes del CCVL se organizaban a través de asam-
bleas en las que debatían y determinaban prácticas y narrativas.
238
En las reuniones, algunos temas eran colocados por determinados
miembros del CCVL como de vital importancia para alcanzar los
objetivos que se proponían como agrupación. Estos temas giraban
en torno al derecho a la cultura, las negociaciones con el estado, la
historia del barrio y del CCVL así como cuestiones asociadas a ta-
reas vinculadas a la celebración del carnaval: la venta de publicidad,
la organización de eventos para recaudar fondos, la construcción del
Rey Momo, la organización de las agrupaciones que desfilarán. Du-
rante el tiempo que participé en el espacio, se llevaban a cabo ade-
más talleres de tela, teatro, murga, percusión, cine y una juegoteca.
Para la organización del carnaval, convocaban a vecinos, or-
ganizaciones sociales del barrio, murgas y candombes de la ciudad
de Córdoba, al comisario, a agentes de la Secretaría de Cultura de
la Municipalidad, y a consejeros barriales. Los miembros de la or-
ganización estimaban que al evento asistían alrededor de 20.000
personas. La importante cantidad de residentes de la zona que
participaba quizás esté vinculada a la densidad poblacional de la
populosa Villa el Libertador. Según el censo provincial del año
2008, tiene una población de 27.000 personas, siendo uno de los
barrios de mayor densidad demográfica de la ciudad de Córdoba.
En una charla en su casa, un integrante remarcó la existen-
cia de una práctica cultural distinta en el espacio, vinculada con
su fundación: «tenemos la chapa de que somos una organización
con historia, que trabaja con pobres». Para él, esto facilitaba, más
que a otras organizaciones, el acceso a recursos otorgados por el
estado municipal para la realización del carnaval. Si pensamos
en los relatos que realizan sus integrantes sobre esa historia del
CCVL como performances, en el sentido propuesto por Schech-
ner (2000) de conducta restaurada con resultados, tales narrativas
permitían delinear sus propias identidades y también la del espa-
cio. En otras palabras, la historia del CCVL proporcionaba un lu-
gar social como activistas en barrio Villa El Libertador.
Un nodo de relaciones donde la imagen de cada miembro
se encontraba asociada al CCVL y éste, a su vez, vinculado a un
239
pasado histórico de militancia socio-política. En las narrativas so-
bre el pasado del espacio y del barrio se le otorgaba especial impor-
tancia a la «lucha de la comunidad» como modo de lograr objeti-
vos colectivos, como la instalación del agua potable o la fundación
del Hospital Municipal Príncipe de Asturias. El CCVL establece
una continuidad entre las historias de miembros del espacio con
otras luchas históricas, al seleccionar y nombrar a determinados
referentes como «militantes» protagonistas de determinadas lu-
chas de la organización y del barrio.
¿Qué narrativas se ponían en juego alrededor de estas cele-
braciones masivas? ¿Qué sentidos de cultura popular movilizaban
los integrantes de este espacio durante la organización del carnaval
más grande de la ciudad?
Quienes integraban el CCVL utilizaban el término cultura
popular basados en una «apuesta de transformar la realidad».
Esto los diferenciaría de otros espacios locales que, en palabras de
miembros del CCVL, «tienen una oferta cultural, pero no les in-
teresa la propuesta de cambiar el mundo». Otra de las nociones de
cultura popular que se movilizaban en el CCVL, comprende que
el arte es un recurso para fomentar el acceso a derechos culturales.
Conceptualizaban a la cultura popular con límites que funciona-
ban como diferenciadores de otro grupo social, consumidor de
expresiones artísticas asociadas a una élite con privilegios econó-
micos. En contrapartida, al citar la cultura popular, los miembros
del CCVL producían performativamente una autoimagen, mar-
cada por su pertenencia barrial y una historia particular, en la que
eran protagonistas.
La cultura popular que delineaban y con la que se identifi-
caban cristalizaba en la organización y realización del carnaval. Lo
definían como una «celebración libre y gratuita, colocada en el
marco de los derechos culturales» y era considerada la actividad
más importante que llevaba a cabo el CCVL. Esto se relacionaba
también con una creciente institucionalización, mediante la san-
ción de una ordenanza municipal. Por otro lado, diferenciaban al
240
carnaval de sus otras actividades pues consideraban significativa la
mayor cantidad de personas que convocaban para su organización
y realización. Durante mi trabajo de campo, era frecuente escu-
char de integrantes de murgas, habitantes de otros barrios popula-
res, referentes de Villa El Libertador, agentes estatales y vendedo-
res ambulantes, que el carnaval de Villa El Libertador «es el más
grande de Córdoba».
En las asambleas que acompañé frecuentemente se narraba
la historia de los carnavales de la zona. Además, con el objetivo
de presentar el carnaval a una convocatoria de la Municipalidad
de Córdoba en el año 2015, el CCVL realizó un escrito titulado
Breve historia de los carnavales de la zona sur. La convocatoria
estaba dirigida a organizaciones barriales con el fin de fomentar
la realización de eventos culturales. En dicho texto sitúan el co-
mienzo de los carnavales en el año 1988, cuando eran realizados
por una parroquia del barrio junto a diferentes organizaciones de
la zona. Durante la década de los noventa, se enfrentaron a golpes
dos comparsas, durante un desfile, lo que ocasionó la suspensión
de los festejos de carnaval durante años. Recién en el año 2005
vuelve a realizarse el carnaval, esta vez organizado por el CCVL. A
los tres años, ya tenían un público de miles de personas.
Como resaltaban integrantes del espacio en reuniones para
organizar el carnaval del año 2017: «cuando empezamos a organi-
zar el carnaval 13 años atrás, todavía se realizaba un carnaval en el
Parque Sarmiento y ahí se cobraba entrada. El Estado financiaba el
carnaval a las organizaciones que se prendían a hacer guita». Esto
significó separarse de posturas de otras murgas y agencias estatales
con respecto a la gestión y organización de los carnavales. Desde el
CCVL, se plantea el carnaval como libre y gratuito, definido en las
asambleas como una lucha política que se transformó en ordenanza.
La ordenanza 12500 aprobada por el Concejo Deliberante
de la Ciudad de Córdoba el 30 de noviembre de 2015, aún vigen-
te, establece el Programa de Fortalecimiento de los Festejos Comu-
nitarios de Carnaval y designa como la autoridad de aplicación,
241
a la Secretaría de Cultura de la Municipalidad. Estipula que, de-
terminadas festividades, serán «apoyadas» por la Municipalidad
si cumplen con la condición de reunir las características para ser
consideradas como Festejos Comunitarios de Carnaval.1 También
contempla la entrega de Fondos Estímulo, para que distintas agru-
paciones de la sociedad civil realicen el evento.2
Se podría hablar de una estatalización de los carnavales en
múltiples escalas. Por una lado, a escala nacional se volvieron a de-
cretar feriados por carnaval en el año 2010. Por otro lado, a nivel
municipal se reconoció al carnaval como parte de una cultura po-
pular que había que garantizar y promover, mediante la mencio-
nada ordenanza. Considero estas acciones, planes y tecnologías
de gobierno como políticas gubernamentales, siguiendo el aná-
lisis propuesto por los antropólogos brasileños Antonio Carlos
de Souza Lima y Macedo e Castro (2008) para el estudio de las
políticas indigenistas. Según los autores, las políticas guberna-
mentales no tienen su origen único en el estado, sino que hay una
multiplicidad de temporalidades variables y espacialidades múlti-
ples en las cuales se entrecruzan. Las políticas gubernamentales,
en el sentido propuesto por Souza Lima y Castro (2008), son
formuladas también por movimientos sociales (como el CCVL)
242
u organismos internacionales, como Cultura Viva Comunitaria
(CVC). CVC es el nombre que reciben los congresos que se reali-
zan, desde el año 2013, donde participan redes culturales, integra-
das por organizaciones de la sociedad civil y funcionarios estatales
de diecisiete países de América Latina. Durante los encuentros se
llevan a cabo foros de discusión acerca de políticas culturales ba-
sadas en el concepto de cultura comunitaria. También organizan
movilizaciones públicas para visibilizar la campaña Cultura Viva
Comunitaria, que busca promover una Ley de Cultura. Recla-
man que el estado asigne el 0,1 % del presupuesto nacional para
cultura, asociada a conceptos como identidad, comunidad y terri-
torio (Santini, 2015).
Un integrante expresaba en una asamblea del Centro que
CVC les ha «abierto muchísimo la cabeza para pensar la relación
entre nosotros (refiriendo al CCVL), como una organización co-
munitaria de barrio y el Estado». Afirmaba que este último tenía
que comenzar a visibilizar, acompañar, apoyar, inclusive económi-
camente la cultura popular. El nombre de perfil Cultura Viva La
Villa que poseía el CCVL en la red social Facebook, señala, a mi
entender, la intención de exhibir la identificación del espacio con
los postulados de este colectivo latinoamericano.
El contacto con organizaciones como CVC permitieron
que las acciones del CCVL (y de agencias estatales como la Di-
rección de Cultura Comunitaria) se inscriban en un lenguaje de
los derechos culturales que opera internacionalmente. Durante
las últimas décadas, se produjeron discursos sobre la ciudadanía
cultural como una forma de fortalecer la llamada sociedad civil
(Yúdice, 2002). Se considera la identidad cultural como eje de la
ciudadanía, basada en el reconocimiento de la diversidad cultu-
ral, que el estado debe apoyar y visibilizar. Estos lineamientos que
organismos internacionales proponen en materia de políticas cul-
turales se tradujeron, por vía de la disponibilidad de una forma
de enunciar y legitimar acciones, no solo en iniciativas de organi-
zaciones locales, como la estudiada, sino también en actuaciones
243
estatales, como la sanción de la ordenanza 12.500 y la creación de
la Dirección de Cultura Comunitaria por parte de la Municipa-
lidad de Córdoba.
244
distintas direcciones. Personas adornadas con plumas, sonajeros y
lentejuelas de colores, corrían escapando de la rotonda. En medio
de la desesperación, adultos intentaban reunir a sus hijos y a los ni-
ños y niñas de su agrupación, llamándolos a los gritos y pidiendo
ayuda para buscarlos.
Un móvil patrullero de la CAP (Comando de Acción Pre-
ventiva de la Policía Provincial) entró a alta velocidad a la rotonda
en contramano por la calle Río Negro. Al verlo, alrededor de 200
personas que todavía estaban en la plaza, cerca del escenario, salie-
ron corriendo, lo que ocasionó caídas y golpes en la desesperación
por escapar. Desde donde estaba observé otro móvil que estacionó
frente al escenario. De él bajaron dos policías, uno de ellos con una
escopeta Ithaca, haciendo el gesto de cargarla. Reconocí a lo lejos
a una integrante del CCVL, acercándose a este policía. Con el ín-
dice levantado a la altura de su cara e inclinando el torso hacia ade-
lante, aparentaba estar recriminando algo. El policía miraba para
otro lado. Mientras esperábamos que la situación cesara me quedé
en la entrada de una casa y las personas próximas miraban curiosos
lo que pasaba y repetían: todos los años es lo mismo…
Una de las lecturas que realizaron miembros del CCVL a
posteriori de los hechos ocurridos durante ese doceavo carnaval,
en febrero del año 2016, fue que el estado no había garantizado
dos derechos: a la cultura y a la seguridad. Compartían una insa-
tisfacción respecto al rol del comisario de la seccional Décima du-
rante el operativo de seguridad en el carnaval: acusaciones sobre el
accionar policial considerado «represivo», demandas en relación
a que los policías no prestaron atención suficiente a la celebración,
ya que no habían respondido de la manera en que el CCVL exigía.
Después de los eventos ocurridos en la celebración de 2016,
se tensionaron aun más los vínculos del CCVL con la Munici-
palidad de Córdoba. En las reuniones promovidas por la Direc-
ción de Cultura Comunitaria de la Secretaría de Cultura, para la
redacción de una ordenanza de apoyo a los carnavales, el CCVL
solicitó que desde la Municipalidad atendieran todas las instancias
245
previas a la celebración de los carnavales, como los encuentros o
espacios de formación que desarrollan las organizaciones barriales.
Así comenzó un proceso de discusión entre integrantes del CCVL
y agentes de la Municipalidad de Córdoba que tuvo un punto de
quiebre: la designación de dos coordinadores del primer Encuen-
tro de Organizaciones y Agrupaciones de Carnaval.3 Esa decisión
fue cuestionada, en palabras de mi interlocutor,
246
conversaciones con integrantes del centro remarcaban que la ex-
periencia en Colombia, con respecto a la inversión en cultura para
mitigar la violencia, fue una de las influencias para el lanzamiento
de la Policía Ciudadana por parte del Gobierno provincial, bajo la
coordinación del citado Secretario; que esta policía se caracterizaba
por un concepto de seguridad no represiva, sino comunitario, ya
que se establecían conjuntamente los cuadrantes donde la Policía
Ciudadana desplegaría su accionar. Desde el CCVL, pretendían
ocupar estos espacios para que los cuadrantes no sean dirigidos
por «punteros políticos de ellos», haciendo alusión al oficialismo
provincial. Participando de esa red con el estado y la Policía de la
Provincia, el CCVL podría tener una voz en la elaboración de los
cuadrantes, y movilizar un concepto de seguridad no represiva.4
A principios de diciembre de 2016, se realizó una asamblea
en el CCVL y una de las cuestiones principales para dialogar era
la reunión que iban a tener al día siguiente con el Secretario de
Seguridad, en el Centro Cívico del Bicentenario (sede del Poder
Ejecutivo provincial), para discutir el operativo de seguridad del
carnaval. Hacia el final de la reunión, mientras bajaba el sol de
una calurosa tarde de verano, una integrante contó quién era este
funcionario estatal y explicó que aún mantenía contacto con el
CCVL, debido a que su padre fuera residente del barrio. La lec-
tura que hacían en el CCVL era que debido al interés de cambiar
247
el perfil de la Policía de la Provincia de Córdoba por parte del Go-
bierno, se habían planteado iniciativas como la de Policía Ciuda-
dana. Enmarcado dentro de esa línea, el Secretario se ofreció para
dirigir el operativo del evento. Además, existía la posibilidad de
que, mediante la figura del funcionario, el estado provincial cubra
otros elementos necesarios para realizar carnaval. Para miembros
del CCVL, mediante estas acciones el Secretario de Seguridad pre-
tendía conseguir rédito político, en sus palabras: «sacarse fotos en
las redes sociales diciendo que el carnaval de Villa El Libertador se
había realizado gracias a ellos». La policía iba a «poner pilas, nos
van a dar bola» a diferencia de la respuesta del comisario en el car-
naval del año 2016. Un integrante del CCVL sostenía que «el área
de seguridad está marchando»; aclaró, sin embargo, que la policía
sólo intervendría cuando considerase que se trata de «asuntos de-
licados», volviéndose necesaria la presencia de personas de la orga-
nización que se encarguen de la seguridad del desfile.
Señalo estos vínculos de la organización con determinados
agentes estatales para preguntar por los efectos de estado (Mit-
chell, 2015) y abordarlo en sus diferentes capas; para mostrar
cómo en momentos específicos el estado encarna en relaciones
interpersonales eventuales, donde confluyen intereses de ambas
partes involucradas.
El domingo 19 de febrero de 2017, me acerqué alrededor del
mediodía al CCVL para ayudar en la celebración de la que venía
participando en el marco de las reuniones semanales para organizar
el carnaval. Al llegar al espacio, me uní a integrantes del centro con
los que empezamos a colocar las vallas que, desde el escenario, sepa-
raban al público de los grupos que desfilarían. Mientras en la roton-
da se armaban puestos de venta (nieve loca, pollo asado, ropa, entre
otros), otras personas ajenas al CCVL contratadas por la Municipa-
lidad montaban el escenario, cuya disposición como la ubicación de
las vallas y los baños, era decidido por integrantes del CCVL.
Luego de colaborar con la organización del lugar me acerqué
al CCVL donde algunos jóvenes terminaban la construcción del
248
Rey Momo, un muñeco que habían manufacturado con papel de
diario pintado sobre una estructura de alambre. En el carnaval del
año 2016, el Momo representaba al Cocoliche que, contaban en el
CCVL, es un personaje tradicional de los carnavales cordobeses y se
caracteriza como aquella persona que, con pocos recursos, arma su
disfraz para la celebración, colocándose remiendos de telas y cual-
quier material descartado del uso cotidiano. La murga del CCVL
ya se preparaba para dar inicio al desfile: se pintaban los rostros,
preparaban los instrumentos, ensayaban por última vez los pasos
de baile. Mientras charlábamos, ya armado el Rey Momo, una de
las integrantes del CCVL convocó a todas las personas dispersas y
arengó al público gritando: «¡esto es por lo que luchamos! ¡llegó
el día después de tanta preparación!»; y remarcó la importancia
de disfrutar por poder bailar y mostrar a los vecinos el trabajo rea-
lizado conjuntamente. También dijo que padres y madres debían
buscar a sus hijos una vez terminado el desfile y que si estaban dis-
puestos a colaborar podían ser parte de la «seguridad» del desfile.
Me coloqué la pechera naranja con el símbolo del CCVL (las
dos máscaras que representan a la comedia y a la tragedia, imagen
icónica del teatro) y fui al lugar que me habían asignado previa-
mente para desempeñar tareas de «seguridad», junto a vecinos y
otros miembros del CCVL. La labor, explicada por integrantes
del CCVL junto al comisario asignado para el operativo de segu-
ridad, era controlar que el público no salte las vallas y en caso de
ver «conflicto» alertar a miembros del CCVL para que estos in-
formen al comisario. Un miembro del CCVL hacía las pruebas
de sonido con el micrófono y otra integrante acomodaba el pie de
su cámara para filmar el carnaval. Eran alrededor de las 18 horas
y se empezaban a acercar residentes del barrio a ver el inicio del
desfile. La apertura del carnaval la realizaría la murga Vientos del
Sur. Desde el lugar que tenía asignado, al lado del escenario, podía
observar el tramo final de las agrupaciones.
Desde el escenario, los locutores (un integrante del CCVL
y otro de Radio Sur, que funciona en el barrio) agradecieron a
249
los vecinos por «aguantar el ruido de los ensayos de la murga y
las agrupaciones carnavaleras». Mientras se veía la murga llegar a
la plaza, los locutores hacían referencia al carnaval como «alegría
colectiva, que llenaba de fiesta el barrio y la ciudad de Córdoba».
A medida que la murga bailaba y se acercaba al escenario para fi-
nalizar su actuación, los locutores gritaban emocionados: «¡Esto
es una fiesta familiar que ya empieza a sonar y que va a llenar de
fiesta el barrio! ¡Aplauso para esta plaza que se llenó de carnaval,
así se vive la fiesta en la calle! ¡Para que lo disfruten los turistas
que visitan la ciudad!». Agradecieron la participación y el apoyo
de la Municipalidad de Córdoba y de la Policía de la Provincia para
garantizar los derechos culturales de los habitantes de Villa El Li-
bertador. Recordaron los carnavales de antaño: los balcones de las
casas se alquilaban para ver el carnaval y se solía lanzar, desde allí,
baldes de agua a las personas. Una vez terminado el desfile alrede-
dor de las 22 horas, la gran mayoría del público se dirigió al centro
de la rotonda a observar cómo se quemaba el Rey Momo. Luego,
con un camión de bomberos apagaron los restos que quedaron del
muñeco mientras que alrededor de 20 agentes de la policía comen-
zaron a pedir que el público se disperse. Había concluido el festejo.
En la asamblea siguiente al festejo, los participantes perte-
necientes al CCVL y a organizaciones consideradas externas que
colaboraron en la organización de la celebración, calificaron el car-
naval como un éxito. Consideraban que se había garantizado por
parte del estado el derecho a la cultura.
Comentarios finales
250
los sentidos atribuidos a la cultura, donde el término se configura
como recurso para el empoderamiento ciudadano (Yúdice, 2002).
La hipótesis que orientó la investigación en la que me apo-
yo fue analizar cómo la cultura es un recurso para otorgar ciuda-
danía y transformar el mundo por parte de diferentes agentes y
agencias en el universo social estudiado. Durante los procesos de
negociación del CCVL con la Municipalidad en favor de legiti-
mar la celebración del carnaval, apelaron a ideas que entienden a
la cultura como un derecho universal, una responsabilidad que el
estado debe atender a través de prácticas gubernamentales de fo-
mento y apoyo. En otras palabras, en la celebración carnavalesca se
operativiza una idea de cultura asociada a un lenguaje de los dere-
chos, junto con coordenadas identitarias asociadas a una tradición
barrial y popular, para demandar a la municipalidad los recursos
necesarios para el carnaval.
Estas formas de clasificación de la cultura representaban y
(re)producían al estado como un ente que debía «fomentar, apo-
yar, acompañar y visibilizar» estas expresiones «populares y tra-
dicionales» que realizaban desde el CCVL. También observamos
a lo largo del texto procesos que habilitó la implementación de la
ordenanza municipal 12500 y las interpretaciones que realizaron
de normativa mis interlocutores del CCVL que la utilizaban para
negociar con diversos agentes estatales. La ordenanza y el campo
de términos que acompañaba el derecho a la cultura (acceso, fo-
mento, acompañar, diversidad, identidad) les permite a organi-
zadores del CCVL negociar con múltiples organismos e institu-
ciones considerados externos al espacio, así como le brinda una
meta al espacio: otorgar ciudadanía a la zona sur. De esta manera
se constituye un campo de categorías asociadas al carnaval como
fiesta popular (definición que la Ordenanza 12.500 consagra), la
cual le otorgaría a la ciudad de Córdoba su «ritmo, color y alegría
tradicionales característicos» (La Voz del Interior, 2017).
Los usos diferenciales del término cultura por parte de inte-
grantes del CCVL se sostienen además en lo que reconocen como
251
la trayectoria del lugar. Estas referencias históricas sitúan el surgi-
miento del CCVL en un trabajo en conjunto entre el Grupo de
Teatro Estudio Uno y residentes del barrio Villa El Libertador, que
se interrumpe por la última dictadura cívico-militar que desaparece
a tres miembros del grupo fundacional. En esa lectura del pasado,
se le otorga un fuerte peso al regreso de la democracia, porque acti-
va también la recuperación del CCVL por parte de nuevos miem-
bros. La construcción de una historia, por parte de integrantes del
CCVL, permite que reafirmen lo que hacen como cultura popular.
La reivindicación de la historia del espacio, del barrio y del carnaval,
junto al despliegue del concepto de cultura como derecho y la ins-
trumentalización táctica de relaciones sociales entre agentes estata-
les y el CCVL, constituyeron recursos movilizados en los procesos
organizativos de los carnavales de Villa El Libertador.
Bibliografía
252
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vida institucional. Teatro, enseñanza y profesionalismo, en Pu-
blicación del Centro de Investigación de la Facultad de Filosofía
y Humanidades. Universidad Nacional de Córdoba, 2002.
Fuentes consultadas
253
CAPÍTULO 10
EXPLOTÓ EL VERANO. TEMPORADAS
TEATRALES EN VILLA CARLOS PAZ
Presentación
255
divertirse. Atilio Veronelli, actor y director, caracterizaba las TT
del siguiente modo:
256
vías que mostraban la vulnerabilidad de las distinciones, era la cir-
culación permanente de los mismos personajes por los llamados
teatros comercial, oficial e independiente, en busca de dinero, vi-
sibilidad y estima. Otra continuidad entre las distinciones se pro-
ducía cuando las obras hechas para divertir mostraban momentos
serios para reflexionar. Al final de los espectáculos l.s artistas solían
dar mensajes al público: condenaban la discriminación, la violen-
cia, valoraban la familia, la unidad del país, la esperanza y el sacri-
ficio para cumplir los sueños. Teatros comerciales, hechos con amor
y corazón, reafirmaban vínculos y valores, la vida social se rehacía
en aquellas reuniones.
Este escrito, en continuidad con la tesis de la cual se despren-
de, es un estudio de prácticas sociales analizadas en su carácter
teatral, en tanto guionadas, escenificadas. L.s actuantes en la vida
social como en el teatro: «buscan la eficacia de sus actos apelando
a recursos expresivos del repertorio de acciones conocido» (Garri-
do, 2018:4). Al mismo tiempo, este estudio indaga en los efectos
de las producciones teatrales en la vida social. Inspirada en la pro-
puesta de Victor Turner (1982) sobre los espejos mágicos, en la
tesis sostengo que:
257
orientaban la vida social. En las actuaciones de las TT se cruzaban
diferentes experiencias temporales, en este trabajo se focalizará en
aquellas prácticas que ponían en escena una estación: el verano.2
Junto al aumento de temperaturas y las marcas del calendario so-
lar oficial, la apertura de los entretenidos teatros de verano enla-
zados a las vacaciones y el turismo, el tumulto consumiendo, las
chicas y las peleas, hacían un verano caliente. En lo que sigue se
atenderán estas performances.
Vacaciones
258
destino forman parte de una reactuación del sitio que visitan. El
autor estableció dos aristas para analizar en prácticas de turismo: la
experiencia del transporte y la construcción de un diferencial «au-
téntico» para vender en el mercado global. La noción de transpor-
te, desarrollada por Schechner (1985/2000), refiere un pasaje entre
entidades o estados que finaliza con el regreso al punto de partida.
Estos cambios temporarios, ligados al consumo de bellos paisajes,
alegría, calor, pasado, permitirían un transporte a experiencias dife-
rentes del cotidiano para luego regresar al mundo ordinario.
Victor Turner (1967/1980), retomó el concepto de limina-
lidad usado por Arnold Van Gennep (1960/1986) para nombrar
las fases intermedias en los ritos de pasaje, en las cuales el actuante
se encuentra desmarcado de su status previo y de aquel al que ac-
cederá una vez el ritual haya finalizado. A partir de esta noción,
Turner define como liminoides las actividades de descanso y pla-
cer en sociedades industriales. Estas actividades, según Schechner
(2002/2012), son actos voluntarios que producen cambios tem-
porarios en sus consumidores.
Las prácticas turísticas y los espectáculos teatrales pueden
pensarse como actos liminoides. Sin embargo, estas prácticas de
temporaria ruptura se desplegaban en continuidades con la vida
cotidiana. El turismo, como práctica comercial, implicaba una
pérdida de la rutina para consumidores, mientras que para em-
presarios, artistas, agentes estatales, personas con oficios, ofrecían
trabajo, oportunidades de inversión o gestión.
Por otro lado, estos mundos se irrumpían y superponían.
Las vacaciones tenían sus guiones que marcaban rutinas, de día
se aprovechaban excursiones y balnearios, a la noche se camina-
ba por el centro de VCP, donde se podía cenar, tomar algo, ir
al teatro. A su vez, el mundo del trabajo, tenía sus irrupciones
festivas o de descanso. Los personajes que iban a hacer tempora-
da aprovechaban para descansar y divertirse. Dijo Paula Chávez,
artista en las TT: <<Estoy feliz de estar en Carlos Paz, yo llego
acá y al respirar el aire las sierras y sentir la tonada cordobesa veo
259
todo lindo. Acá todos la pasamos bien, venimos a trabajar pero
también a disfrutar>>.
Edmund Leach (1961:136) propuso pensar las ocasio-
nes rituales o festivals como momentos de reversión (play in re-
verse) de la vida ordinaria, para luego regresar a ella. Alfred Gell
(1992/2001), en cambio, propuso pensar los rituales como prác-
ticas para reforzar patrones normativos para los acontecimientos
que se resisten a ellos, reforzando la confianza en la viabilidad so-
cial. Abogando por el estudio de las continuidades y contradiccio-
nes entre tiempos diferentes, Victor Turner (1967/1980) acuñó el
referido concepto de prácticas liminoides; y John Dawsey (2005),
propuso pensar los estados liminares en tiempos profanos y llamó
la atención sobre el lado cotidiano de lo extraordinario.
Como explicó Geertz para la riña de gallos balinesa, las vaca-
ciones de verano y las TT, desplegaban un comentario sobre sus
vidas y eran «al mismo tiempo continua(s) con la vida social or-
dinaria y una directa negación de ella» (Geertz,1973/2003:367).
Las TT se ofertaban para transportarse a otra vida, para continuar
viviendo la conocida vida. Según me refirió un espectador:
260
grupos privilegiados se dirigían a estaciones termales y luego a cos-
tas marítimas para tomar baños con fines terapéuticos. A mitad
de siglo, el paisaje marítimo y el de montaña se volvieron objetos
dignos de apreciación, sitios para la salud y lugares de curiosidad
y placer, con alto valor comercial. Luego de estos momentos de
emergencia, de acuerdo a la historización de Walton y Wood, el
turismo se amplió a sectores medios entre 1840 y 1870, por una
rápida expansión de complejos turísticos y por la extensión ferro-
viaria que abarató costos y redujo tiempos de viaje. Entre 1870 y
la Primera Guerra Mundial, se consolidaron los complejos turís-
ticos y aumentó la demanda de la clase obrera. A comienzos del
siglo XX, la conquista de las vacaciones pagas por asalariados, la
difusión del automóvil y la inversión hotelera, colaboraron en la
expansión del turismo, que a mediados del siglo se volvió masivo.
Luego de la segunda guerra, se consolidó el ocio como mercancía
para las masas, basado en el placer y la distracción. Este proceso
descripto por Walton y Wood (2008:423-452), fue coronado con
la consagración del derecho a las vacaciones en 1948, en el artícu-
lo 24 de la Declaración Universal de Derechos Humanos.
A escala nacional, de acuerdo a los estudios de Elisa Pasto-
riza, en el siglo XX despuntan dos horizontes vacacionales. En la
costa atlántica, Mar del Plata emerge como un «modelo hedonis-
ta y de sociabilidad agitada y demandante» frente a otro modelo
donde prevalece el imaginario de que el contacto con la naturaleza
en las sierras produce «tranquilidad a un turista que busca reposo
y salud» (Pastoriza,2011:81). En este modelo se habría desarro-
llado el turismo de Córdoba y, en especial, el del Valle de Punilla
donde se ubica VCP. La lectura de Pastoriza no se corresponde
con las heterogeneidades que presenta el valle. En relatos de la
historiografía local, Raúl Sánchez (2006:27) afirmó que, en VCP,
desde los primeros tiempos, se colocaban carteles en los hoteles
que recordaban que no se recibían enfermos, para distinguirse
de otros destinos en Punilla y reforzar la idea de que ese no era
un lugar para curarse. En la historia de la promoción turística en
261
VCP, encontraremos una constante hibridación entre las ofertas
de tranquilidad y entretenimiento, con un viraje hacia el segundo
desde la década de 1980 (Casas,2011).
El «turismo social» extendido a sectores trabajadores, se
consolidó durante el peronismo entre 1945 y 1955. Según Juan
Carlos Torre y Elisa Pastoriza (2002): «El esparcimiento en los
lugares de veraneo como programa del uso del tiempo libre venía
creciendo sostenidamente en la década del treinta, difundiéndose
entre capas más amplias de la población» (p. 260). En los años
del primer gobierno peronista, afirman l.s autores, el turismo se
consolidó, por la expansión del «derecho de las vacaciones» (en
1945, por decreto, se generalizó al conjunto de los asalariados las
vacaciones anuales con goce de sueldo), por la asignación de fon-
dos para la promoción del turismo entre los trabajadores, por la
construcción de «colonias de vacaciones» y por una variedad de
programas estatales.
Entrelazada a estas historias de las vacaciones, VCP se ofrecía
como destino para vacacionar y transportarse a otra vida. Como
refirió el actor y productor de café-concert , Adrián Garay:
262
Calentar y explotar
Una de las vías por las cuales el verano se calentaba era la intensi-
dad de consumos en la ciudad. Marcel Mauss en 1905 propuso
una lectura de las fases sucesivas y regulares, de intensidad crecien-
te y decreciente, de concentración y dispersión, en sociedades in-
dustriales. En ellas, la dispersión estaría marcada, según el autor,
por la necesidad de los individuos de descansar de la violencia ge-
nerada en los periodos de concentración, antes que por la determi-
nación de factores climáticos (Mauss, 1950/1979: 380-404). Esta
lectura coincide con la experiencia de las TT como momento para
olvidarse de los problemas, divertirse y descansar. Sin embargo, la
dispersión que implicaba salir de sus localizaciones habituales, se
conjugaba con una concentración. En VCP, los turistas por las no-
ches se amontonaban en 6 cuadras céntricas donde se dedicaban
preferentemente a caminar y consumir, comidas y bebidas, ropas
y zapatos, teatros, productos regionales, accesorios para piletas y
balnearios, paquetes con paseos, juegos, entre otros, y hacían que
el verano explote.
Para Carlos Paz Informa el verano del 2013 estalló cuando la
ciudad tuvo un 75% de ocupación el primer día de enero (Carlos
Paz Informa: 01/01/13). En los estudios que realizaba el Obser-
vatorio Turístico de la Municipalidad de VCP, se establecía una
correspondencia entre estar y consumir y se contaban visitantes a
partir de los residuos sólidos urbanos. Esta asociación era recono-
cida y estimulada por las autoridades quienes, junto a empresarios
y artistas, asumían que el consumo traía crecimiento para todos.
Se estimulaba la llegada de turistas, lo que suponían traería venta
de tickets para las obras y viceversa.
En una nota titulada «Explotó el verano en Carlos Paz», Fer-
nando Agüero remarcaba el cambio en la dinámica de la ciudad: el
tránsito de autos no cesaba en el centro y la cola para sacar entradas
era «casi permanente» en la boletería del Teatro Holiday. Además
Agüero escribía que «un espectáculo aparte fueron los móviles de
263
los canales de televisión que convocaron a artistas y provocaron
un verdadero revuelo en el centro con los turistas que querían al-
guna foto con un famoso» (Carlos Paz Vivo, 02/01/2015). Tam-
bién la cantidad de carteles de «localidades agotadas» colocados
en los teatros montaban la escena explosiva.
Periodistas escenificaban la explosión con relatos que confir-
maban el alza en movimientos y consumos, al mismo tiempo que
anunciaban quiénes se llevaban los réditos del estallido. En una
nota titulada «Explotó el verano», Santiago Berioli escribía:
264
embargo, estos cuerpos no calentaban del mismo modo e introdu-
cían debates respecto a si era adecuado que alguien «fea y vieja»
se desnude. Importaba no sólo qué cuerpo se desnudaba sino en
qué circunstancias lo hacía, para el intendente fue una «falta de
respeto» el topless de Pamela Pombo en la fiesta inaugural de la
temporada realizada en el Palacio Municipal, según manifestó en
la prensa local (Exitoína, 25/12/2012). En la nota «Las Pombo
calientan VCP» Primicias comentaba:
265
no como esos que hacen en Córdoba con un cómico borracho, dos
bailarinas putas y rengas y una cortina». Álvarez dolido dijo:
266
Ponce, administrador Teatro Zorba, contaba: «siempre estamos
con expectativas y proyectos, con esperanza, qué lindo que es».
A lo largo de los veranos, a la vez que se confirmaba, esperaba
o negaba la explosión, se la resignificaba en sus maneras de hacerse,
en los objetos explosivos y en sus efectos. La explosión, «cuando
el teléfono te suena todo el tiempo», debía ser «administrada»
para sostenerla en el tiempo, afirmaba el empresario Darío Are-
llano. Según la coreógrafa Romina, el final de una obra tenía que
ser «explosivo», «bien arriba», para lo cual ella usó un tema mu-
sical «que había saturado». La dirección consistía en «explotar a
full el ángel de cada uno», según el actor y director Diego Vico.
Para el actor y repartidor de volantes Marcelo Verco «tenés que
venir a aprender y algún día explotar». La prensa anunciaba que:
«Barbie hizo explotar las redes sociales con sus curvas cuando em-
pezó a subir fotos tomando sol», que «empezó la temporada y
ya explotaron los problemas», que «el teatro explotó de público y
siempre queda gente afuera en las funciones», que Nazarena fue
«denunciada por ‘explotadora’ en Asociación de Actores», que
Ergün Demir, un actor turco, «vivió una situación que casi más
lo saca de sus cabales y explotó de la furia en Carlos Paz, descargó
su bronca en las redes sociales porque un boliche que está frente a
su hotel no lo deja dormir en toda la noche».
Con estas citas quiero mostrar cómo en las TT se podía explo-
tar, ser explotado o causar una explosión.3 Estas acciones no eran
exclusivas de personajes humanos y se producían relacionalmente.
Podía explotar el verano con calor, las boleterías y los teatros con
público que compraba entradas, las redes sociales con comentarios,
un empresario acumulando dinero, alguien que no callaba su eno-
jo. Podían explotarse talentos, bellezas, trabajadores, para obtener
ganancias. Podían hacer explotar el público con sus compras, los
personajes con sus declaraciones, las chicas con sus curvas.
3 Estos sentidos son abordados con mayor detalle en la tesis doctoral que venimos
haciendo referencia.
267
Enfriar
268
quedar en una buena posición. Actuaciones de enfriamientos y es-
tallidos se superponían y tensaban en unas temporadas teatrales en
cuyo guión luego de una caliente explosión, se enfriaba la escena,
se cerraba un verano más y se comenzaba a preparar el próximo.
Observaciones finales
269
Además de las décadas, en las narraciones de la prensa, se usa-
ba la figura del reinado para ordenar las historias de las TT. Ciertos
artistas ligados a ciertos empresarios, lideraban las taquillas durante
aproximadamente 5 años y se coronaban como reina o rey de VCP,
hasta que eran destronados por otra exitosa novedad. Les persona-
jes que contaban la historia de las TT en entrevistas para la pren-
sa o para la etnógrafa (muchas veces confundida como periodista
por sus actuaciones) actuaban una pasada «época de oro de Car-
los Paz» con su protagonismo en aquellos años que relataban con
nostalgia. Sus narraciones contrastaban con la alegría de aquelles
que se sentían partícipes del mejor momento en el presente. Los re-
latores de la historia, intentaban mostrar o haber mostrado lo que
nunca antes fue visto, al tiempo que buscaban el reconocimiento
por eso que sentían su novedad. También intentaban representar
un linaje que percibían prestigioso y con proyección internacional.
Con ciclos, reinados e hitos, se continuaba ofreciendo diversión
para toda la familia, con chicas, plumas y humor.
Otra experiencia temporal en las TT se tejía en torno al rit-
mo. La rapidez con que se armaban las obras teatrales era repetida
en los escenarios donde los espectáculos transcurrían a full: los
parlamentos se decían a gran velocidad, sobre todo en el caso de las
producciones de Ciudad Autónoma de Buenos Aires, las coreo-
grafías incluían permanentes movimientos rápidos, que se com-
binaban con una entrada y salida veloz de los personajes a escena.
La corrida era corporizada en los personajes. Cristina Caro, quien
fue asistente de vestuario decía: «es un ritmo que es así y después
ya te acostumbras en la vida a andar a mil, viste a hacer todo a mil,
hacer todo rápido, todo rápido porque no te podés desenchufar».
Inspirades en la pregunta sobre las maneras de rehacer el
tiempo, este capítulo se enfocó en actuaciones que escenifica-
ban el calor y la explosión en las TT de verano en VCP: las peleas,
las chicas y los consumos. La explosión era un acto disputado y
resignificado por personajes que buscaban consagrarse con ella.
Aún con tensos desacuerdos, ligadas a prácticas vacacionales, las
270
temporadas, como recurso turístico, hacían veranos guionados
para calentarse, explotar, enfriarse y regresar cada año. Todos los
veranos, las TT ofrecían un espacio de diversión para desenchufar-
se, a la vez que en su concreción avivaban formas de enlazarse, de
imaginar y reactuar conocidos mundos sociales.
Otras actuaciones temporales asoman junto al verano como
son las nociones de décadas y reinados en una historia de cons-
tante crecimiento de la ciudad y sus TT. Estas historias avanza-
ban hacia temporadas cada vez mejores en tanto más grandes por
traer más y mejores artistas, por ampliar cantidades y volumen de
espectáculos, teatros y consumidores. Las actuaciones en las TT
también encendían la noche como espacio de diversión. En las es-
cenas descriptas, la prisa era ritmo encarnado en personajes y ciu-
dades que explotaban. Los estallidos de verano en sus diferentes
apariciones preparadas y escenificadas, encandilaban a personajes
que volvían cada año a VCP para divertirse, celebrar la explosión
y bañarse con su resplandor.
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273
PARTE IV
SONIDOS
CAPÍTULO 11
ENTRE TROVADORES PSICOBOLCHES Y
ANARQUISTAS. POÉTICAS Y POLÍTICAS EN UN
MUNDO MUSICAL DE LA CÓRDOBA DE 1980
277
de estas obras de arte? ¿Qué historias se narraban y se construían?
¿Qué sujetos eran celebrados/detestados/invisibilizados?
Un mundo de trovadores
278
identificamos un grupo de jóvenes dedicados a la actividad teatral
que colaboraban con estos músicos a los fines de montar perfor-
mance poético- musicales. Estos actores se ocupaban de la selec-
ción, estudio e interpretación de textos. En este capítulo, analiza-
mos al grupo musical Posdata (1978/1988).
Otra escena de trovadores se integraba de jóvenes de edades
biológicas menores a los jóvenes comprometidos. Estas personas
se autoidentificaron -en los datos empíricos que construimos en
nuestro trabajo de campo- como desinteresados de la política, aun-
que ello no implicaba una despolitización de sus producciones.
Ellos autoadscribieron a la categoría de anarquistas para diferen-
ciarse de otros jóvenes que ellos reconocían como psicobolches.
Tanto productores como sus consumidores buscaban deliberada-
mente distinguirse política y estéticamente de la escena de trova-
dores comprometidos/psicobolches.
Mientras en la escena de trovadores comprometidos las po-
líticas de censura dictatoriales aparecían de manera intermitente
para señalar la peligrosidad y oposición a los intereses del régimen
dictatorial; en la escena de los trovadores anarquistas, no irrum-
pieron estas intervenciones estatales, en parte porque aquellas
músicas sonaban ya en tiempos democráticos.1 Específicamente,
en este texto, analizamos el conjunto musical Proceso a Ricutti
(1987/1991). Los artistas que integraban esta escena eran músicos
encargados de la composición musical y un periodista, que se des-
empeñaba en medios locales y se ocupaba de la producción de las
letras de sus canciones.
279
Trovadores comprometidos/psicobolches. El caso de Posdata
280
oscuro de asfalto donde reposan hojas secas y dos instrumentos
musicales -una guitarra y un violín- colocados en sus respectivos
estuches. El escenario de la fotografía, así como la vestimenta de
los artistas remite a un paisaje urbano; si bien en la tapa no hay
especificidades que permitan identificar a la ciudad de Córdoba,
en la contratapa del disco hay fotografías que posibilitan situar al
receptor en dicha ciudad.
Las pintadas estaban confeccionadas a mano alzada, en di-
ferentes tipografías y tamaños, muchas de ellas resultan legibles:
mensajes amorosos que celebraban la unión de parejas hetero-
sexuales; otros, eran leyendas políticas que no referían a ningún
partido político en particular. Se trataba de consignas como paz
y justicia, liberación o dependencia, o viva la libertad. Reclamos
sociales que tenían gran circulación en la época en un sector de la
población que adscribía a posturas opuestas a las políticas dicta-
toriales. Aquellas pintadas en la tapa del disco mostraban que los
artistas adscribían determinada posición política. Si bien trascien-
de los objetivos de este texto analizar las trayectorias particulares
de los artistas, a lo largo de nuestra pesquisa reconstruimos que
estas personas ocuparon espacios en organizaciones estudianti-
les de izquierda, partidos políticos y organizaciones de derechos
humanos; espacios que cuestionaban el terrorismo estatal o que
antes de la irrupción dictatorial propiciaban la revolución social
en favor de mayores condiciones de igualdad. Paz y Justicia era
una organización de derechos humanos a la cual pertenecía uno
de los artistas. Los augurios de libertad estaban vinculados a las
nuevas condiciones institucionales de la democracia como sistema
político. El binomio dicotómico liberación/dependencia fue una
consigna de sectores más radicalizados provenientes de una amplia
gama de organizaciones de izquierda.
Los artistas que figuran en la foto de tapa del disco estaban
parados de manera informal, componen una imagen que respon-
de a una idea de desalineo y diversidad en cuanto a sus poses y arre-
glos corporales. Los tres miran directamente a la cámara, con una
281
postura descontracturada. En lo que refiere a la apariencia, los tres
visten pantalones y calzado deportivo. Dos de ellos tienen panta-
lones de jeans, que junto a las zapatillas eran prendas populares
entre los sectores juveniles. Las ropas que cubrían sus torsos eran
coloridas, lo cual componía una imagen rica en gamas y diseños.
Los muchachos tenían colores de pieles claras y cabellos castaños,
lacios y con rulos. A ninguno se le distinguen canas. Dos de ellos
tienen el pelo largo y barbas.
En la contratapa del disco también aparecen imágenes de los
tres jóvenes con los mismos arreglos corporales. En sintonía con
la imagen de la tapa, observamos una estética que busca construir
espontaneidad en las tomas. Los artistas aparecen con “ropa de ca-
lle” en espacios urbanos y en actitudes cotidianas que no los distin-
guen como artistas. Los escenarios construidos en las imágenes no
sugieren en ningún momento la tarea artística de los jóvenes. Los
instrumentos -cuando aparecen- no están en un plano central, a
los artistas no se los muestra en situación de ejecución o de ensayo.
De la poética resultante del arte de tapa y contratapa inferi-
mos que los artistas querían sugerir vínculos horizontales con sus
públicos. La idea de artista que ellos propugnaban se alejaba de las
nociones de genio/dotado, pues quienes formaron parte de Cór-
doba Va podían confundirse con sus públicos. Por eso se los mos-
traba en locaciones que transitaban habitantes de la ciudad, sus
poses corporales construían espontaneidad y sus arreglos corpora-
les invocaban una estética juvenil universitaria. Como veremos en
el otro caso de trovadores anarquistas, las fotografías de este disco
funcionaban como “modelos de” y “para” (Geertz, 1987) jóvenes
amantes de estas sonoridades. A partir de la construcción de fa-
chadas (Goffman, 1971) las personas daban sentido y modelaban
determinadas estructuras culturales que permitían diferenciarse
de otros jóvenes contemporáneos.
En el segundo trabajo discográfico, titulado Ícaro, no había
una fotografía de los artistas en su tapa. Esta vez optaron por una
imagen y una caligrafía llamativa con el nombre del conjunto y
282
del trabajo. Sobre un fondo color verde petróleo se distingue una
fotografía de un cielo plagado de nubes y la sombra blanca de un
ave con un personaje en su interior, que representaría a Ícaro2. En
la contratapa si aparecen los artistas; sin embargo, en contraste
con la estética anterior, las fotografías son oscuras y no pueden
distinguirse detalles de vestimenta ni arreglos corporales. Solo se
visualizan siluetas a media luz, acomodados de perfil y solo hasta
la cintura escapular de sus cuerpos. Los artistas lucen el pelo largo,
bigotes y barbas. A diferencia de la estética anterior, en este traba-
jo no hay un escenario urbano, no aparece otra utilería más allá
de la figura del ave. Asimismo, y en contraste al trabajo anterior
distinguimos que los artistas tienen una pose parecida entre ellos:
quietos y mirando hacia un mismo punto.
En lo que atañe a las obras incluidas en los discos, tal como
mencionamos, en Córdoba va había canciones y poesías. Mientras
que las canciones y arreglos musicales eran composiciones de artis-
tas cordobeses, los textos interpretados eran de autores no exclu-
sivamente cordobeses. En Ícaro advertimos que las autorías de las
canciones pertenecen casi en su totalidad a uno de los artistas de
Posdata. Así, pareciera que, con el correr de los años, el conjunto
logró consolidar su proyecto con composiciones propias, más a
allá de la elección de repertorio de autores reconocidos como ar-
tistas con un compromiso social, del medio local y latinoamericano.
En lo que respecta a las temáticas abordadas en estas obras
detectamos tres grandes tópicos. El primero de ellos se ocupaba
de construir una narrativa específica sobre la ciudad de Córdo-
ba, temática que aparece fuertemente en el disco Córdoba va y
no en Ícaro. Otro núcleo temático fueron los efectos de la última
2 En la mitología griega Ícaro era hijo de Dédalo, quien diseñara el laberinto de Creta
donde habitaba el minotauro. Cuenta el mito que el rey Minos condenó a ambos a
abandonar la isla de Creta porque Ícaro colaboró en la muerte del minotauro. Para
huir se hicieron alas con plumas de aves pegadas entre sí con cera y tejidas con hilo.
A pesar que Dédalo advirtió a su hijo que no volara muy alto, este desobedeció y el
calor del sol derritió la cera de sus alas y se precipitó al mar (Grimal, 1981)
283
dictatura y los deseos de un nuevo régimen político. Por último,
están los relatos vinculados a experiencias de vida personales,
como historias de amor o de infancia.
Para referirse a las particularidades cordobesas, los artistas eli-
gieron textos que hablaban sobre determinados espacios urbanos,
actores e hitos históricos. Los lugares de la ciudad rescatados en las
obras son variados: un emblemático arroyo encausado con un mu-
rallón de piedras de calicanto que atraviesa la ciudad en sentido
suroeste a norte denominado la Cañada, espacios verdes ubicados
en la zona céntrica o en un barrio próximo de gran afluencia es-
tudiantil y juvenil, o calles peatonales ubicadas en el microcentro
con gran variedad de locales comerciales. Aunque predominan los
elementos propios de lo urbano, hay una mínima alusión a otros
espacios que no son de la ciudad. En las composiciones aparecen
las sierras, los ríos y diques de agua de la provincia y una planta
característica usada en infusiones llamada peperina. También se
especifica el carácter mediterráneo de la ciudad, lo cual la diferen-
ciaría de la gran capital por la ausencia de puerto que permita la
salida y entrada de bienes y personas por el mar Atlántico.
Además de lugares específicos, para la construcción de una
narrativa de la ciudad las canciones y poesías refieren a actores par-
ticulares. Hacen alusión a la burguesía local identificable a partir
de sus apellidos, a los jubilados, estudiantes y docentes. Respecto
a estos últimos rescatamos que las letras dan cuenta del impor-
tante rol de la Universidad Nacional de Córdoba para la realidad
citadina con su alto impacto de población estudiantil sobre la po-
blación total. También se mencionan los equipos de futbol mas-
culino más relevantes de la ciudad.
Otras características que los artistas eligieron para construir
la narrativa local de Córdoba fue un relato sobre su historia y tra-
diciones. En algunos de los textos se describía que la ciudad ten-
dría un carácter perseverante de reanimarse ante los conflictos.
Se especificaba una temporalidad atrasada en comparación con
otras ciudades, pero con una vocación de avanzar hacia delante.
284
Se tomaba una metáfora evolucionista que suponía un destino
común de mejora de condiciones y se construían figuras poéticas
que referían a sobreponerse a las adversidades y perseverar ante
los conflictos. Así, de manera indirecta, estas canciones rescataban
una tradición combativa/revolucionaria/rebelde de la ciudad que
se remontan particularmente a dos acontecimientos acontecidos
durante el siglo XX que le dieron fama a la ciudad a nivel interna-
cional: la Reforma Universitaria de 1918, y el levantamiento obre-
ro estudiantil conocido como Cordobazo en 1969.
Otro núcleo temático importante en las canciones de Posda-
ta que se sostuvieron para ambos trabajos discográficos fueron las
condiciones represivas de la última dictadura militar y las modifi-
caciones que los artistas deseaban para el nuevo régimen democrá-
tico que comenzaban a experimentar durante el alfonsinismo. Al
respecto, cabe tener en cuenta que los jóvenes que devinieron ar-
tistas y participaron de estas obras eran estudiantes universitarios
cuando se instauró el golpe de Estado y se convirtieron en blancos
sospechosos de las políticas del terrorismo estatal. Ellos tuvieron
amigos y allegados desaparecidos, incluso uno de ellos estuvo de-
tenido/desaparecido en un centro clandestino.
Los textos describían la violencia en las calles por la fuerte
presencia de las fuerzas de seguridad y el control que ejercían sobre
los transeúntes. Hablaban de una ciudad silenciosa y bajo control
estatal. También nombraban los recaudos necesarios para reunir-
se en la vía pública, las políticas de censura de los dictadores, los
sentimientos de miedo hacia las posibilidades de ser víctimas de la
represión estatal y la opción del exilio para personas que se sentían
blanco del terrorismo de estado.
Las canciones coinciden en una representación negativa
del pasado reciente dictatorial e impactos terribles en sus propias
experiencias, vaticinan un tiempo futuro colmado de expectati-
vas, sin miedos ni censuras. Los textos plantean que esta nueva
etapa estaría llena de alegrías y esperanzas. A su vez, auguran un
espacio para el diálogo y el consenso, que posibilitaría proponer
285
alternativas y evitar las equivocaciones cometidas. En este sentido,
reivindican las luchas y participaciones políticas, aunque plantean
la existencia de errores estratégicos necesarios de ser revisados en
esta nueva etapa.3 Las poéticas marcan un acuerdo con la institu-
cionalidad, en este nuevo momento histórico las demandas sobre
la redistribución de la riqueza y mayor justicia social deben cana-
lizarse en el sistema democrático a través del sistema de partidos.
En el segundo disco, las canciones plantean el reencuentro
entre personas que regresaron del exilio, la reformulación de idea-
les políticos a nuevos contextos, y la necesidad de no comulgar con
los poderosos. Similar al disco anterior, unas canciones describían
la existencia de una guerra, en el cual unos proyectos políticos
fueron derrotados gracias al aplastante poder dictatorial. En esta
línea, las letras de las composiciones expresaban la necesidad de la
memoria y una evaluación del pasado reciente para evitar lo que
ellos califican como errores.
Además de tematizar las condiciones represivas de la última
dictadura militar, algunos de estos textos fueron parte de los com-
plejos mecanismos de censura de la política dictatorial. Los artistas
calificaron a estos repertorios como maravillas atesoradas. Algunos
de sus autores, o los propios intérpretes, eran reconocidos por su
militancia y posicionamientos políticos de izquierda, incluso llega-
ron a integrar las llamadas listas negras durante el periodo dictato-
rial. Escapar a los mecanismos de censura y tematizar sobre las con-
diciones represivas que se vivían durante la última dictadura militar
286
llevó a los artistas a describir su accionar como un acto de rebeldía.
Esta acción de resistencia se extendió más allá de la dictadura mili-
tar, ya que los discos salieron a la venta en 1985 y 1987. Asimismo,
los artistas se proclamaban herederos de conjuntos musicales loca-
les que atribuían sentidos políticos a sus obras, ligados a la transfor-
mación social a favor de los sectores oprimidos. A través de las obras
buscaban formar conciencia política en sus espectadores que, en y
con las performances, se transformaban en jóvenes comprometidos y
por tanto sospechosos para las políticas dictatoriales.
Por último, el tercer núcleo temático que reconocemos en
las obras refiere a experiencias que no tienen un tiempo o lugar
específicos. Estas canciones narran historias de amor de pareja
-heterosexual-; otras cuentan experiencias sobre la niñez. Además,
unas canciones hablan de la continuidad histórica de condiciones
de explotación de sectores específicos de la población, sumidos en
estados de miseria y desamparo. En este sentido, y recuperando
tradiciones de artistas comprometidos latinoamericanos, Posdata
convierte en centro de sus poéticas a sujetos oprimidos por los sis-
temas de dominación.
287
rápidamente a la grabación de su primer disco. Sin embargo, este
ritmo de trabajo no pudo sostenerse pues la compañía que propi-
ció el financiamiento y distribución rescindió el contrato original
que incluía tres discos. El segundo y último disco del grupo salió
a la venta en 1991 a través de distribuidora cordobesa Belgrano
Norte. Lo llamaron Demodé Moderno y a diferencia del anterior
se realizó en estudios de la ciudad de Córdoba y no en la ciudad
de Buenos Aires.4
Las artes de tapa de estos trabajos discográficos tienen fo-
tografías de los artistas del conjunto. En Danza Mogo puede
apreciarse a los músicos en primer plano en fotografías diferentes
que ocupan un lugar protagónico en el diseño, tanto en la tapa
como en la contratapa. Los artistas aparecen en primer plano, se
privilegia sus rostros y no se los muestra de cuerpo entero, solo se
distinguen sus torsos. Tampoco podemos identificar un trasfon-
do escénico particular, pues las figuras están en primer plano y el
escenario es un fondo blanco o gris sin utilería.
Las fotografías son en blanco y negro. Las apariencias de los
sujetos conforman una imagen homogénea, sus vestimentas son
similares, y utilizan las mismas prendas en todas las fotografías.
La indumentaria se componía de una camisa blanca o negra y una
campera de cuero color negro, sin estampados ni accesorios. Po-
demos distinguir su tez blanca y cabellos oscuros especialmente
arreglados. Ya sea con pelo lacio o rizado, los artistas están peina-
dos para la ocasión. Mientras unos tienen el cabello batido para
generar volumen, otros aparecen peinados con gel o cepillados con
la raya hacia el costado. Los cuatro están perfectamente afeitados,
no tienen barbas ni bigotes.
288
En lo que respecta a las poses de estas imágenes, los artistas
tienen sus torsos y cabezas en rotación, de modo que no apa-
recer alineados hacia el frente de la cámara. Si bien hay tomas
donde miran directamente a la cámara lo hacen con una cierta
inclinación de sus cuerpos: levemente girados o con sus cabezas
ladeadas. A veces miraban a un punto más lejano a la lente de la
cámara, con gestos serios.
En cuanto a Demodé Moderno, el arte de tapa muestra una
fotografía de los artistas de cuerpo entero dentro de un monta-
je de imágenes que componen una escena. Allí observamos tres
líneas que muestran bolsas de papel. Los objetos aparecen orde-
nados en fila apoyados sobre una superficie plana. Esta construc-
ción de escenario no permite identificar ningún espacio particu-
lar, pues sólo se distinguen estos objetos como utilería y no hay
detalles ni del fondo ni piso donde se apoyan. De las numerosas
bolsas de papel ordenadas en fila distinguimos dos tipologías dife-
rentes. Unas son más oscuras y tienen impreso una fotografía en
blanco y negro de tres mujeres que no sabemos quiénes son y de
las cuales no es posible distinguir muchos detalles. En lo que re-
fiere a su apariencia, las tres estaban vestidas con colores oscuros,
con prendas que le cubren la mayor parte del cuerpo, tenían un
corte de cabello similar –corte carré corto-, pelo lacio oscuro y sus
pieles eran notablemente blancas. Aunque no resulta muy nítida
la imagen, las tres tienen una pose similar, con su cabeza ladeada
hacia un costado y mirada fija hacia la cámara. La otra serie de
bolsas eran de color blanco liso, sólo la primera fila, colocada en el
centro de la imagen tiene impresa una fotografía. Se trata de una
imagen que muestra a los cuatro músicos de Proceso a Ricutti de
cuerpo entero, con letras pequeñas distinguimos el nombre de la
banda y del disco. El escenario donde se montó esta fotografía era
liso y de color claro, una vez más, no es posible identificar particu-
laridades de aquel fondo.
Los cuatro artistas tienen arreglos corporales “casuales” y ju-
veniles; lucían zapatillas, pantalones anchos y camperas de cuero o
289
jean. El único accesorio que podemos distinguir son los anteojos
de sol en uno de ellos. A diferencia de Danza Mogo, no se lucen
sus arreglos de cabello, puede advertirse que uno de ellos tiene una
larga cabellera y los demás tienen el pelo corto y con un batido que
les da más volumen. Una vez más todos están perfectamente afei-
tados. Los jóvenes posaban parados de manera informal, algunos
con sus manos en los bolsillos y sus piernas abiertas. No apare-
cen de frente a la cámara, sino con sus cuerpos rotados. Como la
imagen era en blanco y negro, aunque la fotografía de los artistas
estaba coloreada con amarillo tenue, no es fácil identificar detalles
de estas fachadas (Goffman, 1971).
Advertimos que, para ambas estéticas, los artistas escogieron
mostrar fotografías de ellos mismos en las tapas. En el primer dis-
co, su imagen toma mayor protagonismo, pues ellos aparecen en
primer plano y es posible observar detalles de sus arreglos corpora-
les. Ya en el segundo disco, sólo hay una foto del conjunto, donde
se los muestra de cuerpo entero y es parte de una composición
más amplia, por tanto hay menos detalles sobre los músicos. Para
los dos casos notamos la inexistencia de instrumentos y accesorios
musicales, así como tampoco aparecen en situación de ejecución.
Otro aspecto común de estas poéticas es el desinterés por señalar
un espacio particular, como si ocurre en la artística de Córdoba
va. Quizás de manera más nítida para Danza Mogo, notamos que
los jóvenes están especialmente arreglados para la fotografía, par-
ticularmente en sus peinados y ropas. A diferencia de los discos de
Posdata, creemos que esta estética los posiciona más en el lugar de
artista que marcaba cierta distancia con sus públicos.
Las composiciones de los discos eran canciones con melo-
día y letra. A diferencia de Posdata, la totalidad de las canciones
eran de autoría de la banda, pues ellos no versionaban ni letras
ni melodías de otros artistas. Sin embargo, muchas de las letras
pertenecían a un periodista que tenía vínculos de amistad con de
uno de los músicos antes de iniciar con el conjunto. Sin embargo,
él no aparece en las fotografías de los discos, sino sólo en la ficha
290
técnica. En las letras de las canciones advertimos un recurso poé-
tico repetido, que no detectamos en las producciones de Posdata,
el uso del humor y el sarcasmo. Distinguimos tres tópicos en las
obras: experiencias con la música, vínculos amorosos y el rol de las
mujeres, y una serie de críticas a la realidad social que los artistas
consideraban relevantes.
En lo referido a la experiencia con la música, estos jóvenes
manifestaban su desprecio por sonoridades destinadas a la danza,
particularmente aquellas utilizadas en los espacios de divertimen-
to nocturno -discotecas- donde asistían una buena parte de los jó-
venes de la época. Los artistas de Proceso a Ricutti querían poner
en tensión y diferenciarse de un conjunto de sus contemporáneos
que experimentaban la música a partir del baile y que consumían
aquellas sonoridades de difusión masiva en medios de comunica-
ción. En esa diferenciación, estos jóvenes se autoreconocían como
rockeros. Esta identificación estética suponía una ética (Frith,
2014) que establecía comportamientos deseables para el consu-
mo de la música y una vinculación específica con los sistemas de
distribución. Devenir rockero implicaba un determinado uso de la
música que no contemplaba la danza. Para estos rockeros, quienes
eran habituales asistentes a los boliches bailables eran calificados
como chetos y amantes de músicas de alta difusión en los medios
de comunicación. Estos jóvenes chetos eran motivo de parodias y
burlas que los mostraba como oyentes descalificados incapaces de
apreciar la calidad estética de los sonidos. Utilizar la música para el
baile era un uso subsidiario para los rockeros, más aún si se trataba
de músicas que no estaban en el nivel de calidad que ellos preten-
dían. Esta situación se fue modificando a lo largo de la década de
1980, e hizo estas fronteras más flexibles al incorporar la posibili-
dad del baile en aquella música rock.
Los trovadores anarquistas entendían necesaria la interven-
ción de las industrias disqueras de capitales internacionales. Esta
participación, sin embargo, no los mezclaba con aquellas músicas
de alta difusión consideradas comerciales. Aunque la industria
291
discográfica imponía una serie de condiciones creativas a los artistas
para que sus obras coticen en el mercado y tengan éxito en las ven-
tas, al parecer ellos no cedían a tales presiones como otros artistas.
Esta actitud que llamaron de adaptación era diferente a transar,
pues suponía una suerte de margen de acción que los colocaba en
otra jerarquía de mayor valor frente a otros artistas que produci-
rían bienes despreciables y con menos valor estético para ellos. Asi-
mismo, también resulta importante considerar que dentro de las
condiciones epocales eran escasas las posibilidades de grabación y
difusión. Firmar un contrato con un sello de capitales internacio-
nales era una oportunidad para nuevas perspectivas de distribución
de sus obras de arte en un contexto en el cual eran casi inexistentes
las experiencias de sellos independientes y autogestivos.
Más allá de la industria disquera, los artistas de Proceso a
Ricutti se ocuparon en sus poéticas de tematizar el consumo y la
comercialización de bienes. A través de la ironía señalaban críti-
cas a las industrias culturales donde la moda ocupa un rol pro-
tagónico dentro de sus relatos. También los consumidores eran
tema de sus producciones, y aparecían como sujetos encantados
de mimetizarse con las características de los productos adquiridos
en el mercado. De manera indirecta, los artistas denunciaban la
manipulación del consumo y el propio deseo de los receptores por
formar parte de aquel juego engañoso.
Otro tópico recurrente en las composiciones fueron los vín-
culos amorosos y el rol de las mujeres. Los vínculos que describen
las canciones sugieren que los protagonistas son una pareja hete-
rosexual. Los relatos están contados desde la perspectiva del sujeto
masculino que se presenta a sí mismo como “activo” frente a un rol
de pasividad asignado a las mujeres. Las mujeres aparecen invisibili-
zadas, poco muestran sobre sus deseos, intereses e inquietudes; son
representadas como personas desinformadas, infantilizadas y de-
fensoras de valores conservadores vinculados al catolicismo y a ins-
tituciones de formación escolar. Ellas son representadas como con-
sumistas y banales, y también como quienes dominan y presionan
292
a los hombres en las relaciones de pareja. En las canciones aparece
la sexualidad como un elemento importante, si bien es novedoso
–en relación a otros artistas que investigamos- el lugar que dan al
deseo y el placer, parecería que el deseo masculino tiene primacía.
Respecto a la poética de estos textos advertimos no sólo la
ausencia de voces femeninas en las canciones y narraciones, sino
también en la gráfica. Las mujeres sólo aparecen en la segunda tapa
del disco, y representando aquello que los artistas del conjunto
critican: la moda. La tapa de Demodé Moderno muestra a tres mu-
jeres anónimas uniformadas, con sus cuerpos cubiertos, y con una
misma pose corporal. Ellos están de cuerpo entero y con postu-
ras informales, rebeldes y desafiantes, ellas con poses sumisas. Las
poéticas de estos “arte de tapa” también ofrecen modelos de amor,
con una primacía de los intereses masculinos.
Las obras realizan un conjunto de críticas sobre la coyuntura
histórica que atravesaban estos artistas. Por un lado, denunciaban
la banalidad de los medios de comunicación y calificaban como
deficiente la cobertura de algunos hechos políticos. Por otro lado,
describían una serie de fenómenos que tomaron un particular ma-
tiz debido al lugar geográfico donde acontecían: el sur poscolonial
y dependiente de países centrales. Mencionaban el fenómeno del
sida y también el auge de creencias espirituales alternativas al ca-
tolicismo. Algunas de estas canciones denunciaban situaciones de
persecución y miedo. Si bien los discos se editaron en 1988 y 1991,
durante gobiernos democráticos, estos artistas planteaban conti-
nuidades con prácticas dictatoriales.
En Proceso a Ricutti, encontramos objeciones a proyectos
políticos revolucionarios que protagonizaron jóvenes durante la
década de 1970. Dentro de ese ideario de revolución social se en-
contraban aquellos jóvenes que referimos como comprometidos/
psicobolches. Las letras de Proceso a Ricutti explicaban que aquel
sueño revolucionario se vio truncado por la aplastante política re-
presiva. Esta situación requería nuevas ideas y proyectos políticos,
que los psicobolches no fueron capaces de generar. Los artistas de
293
Proceso Ricutti, al no comulgar con aquellas ideas se autoprocla-
maban como anarquistas. Este posicionamiento los llevó también
a auto representarse como perseguidos por no congeniar con ideas
imperantes en el contexto universitario de aquel momento. No
obstante, ellos no eran los mismos perseguidos que la política
dictatorial caratuló como jóvenes enemigos-subversivos (González,
2012) y que, en muchos casos, coincidía con los trovadores psico-
bolches. Estos jóvenes de Proceso construían un modelo de rockero
diferente al psicobolche de los trovadores comprometidos. Esta con-
frontación se efectuaba mediante una poética particular que ellos
mismos calificaban como anarquista/pank.
A diferencia del primer disco de Posdata, los trovadores
anarquistas tenían escasas referencias geográficas a la ciudad de
Córdoba. Ni en las fotografías, ni en las letras de sus canciones
toma relevancia el espacio cordobés. Solo una composición hace
referencia a la Cañada, con el fin explícito de parodiar otra letra
incluida en el disco Córdoba va. En esta construcción poética se
explicita un reclamo de parte de los trovadores anarquistas/punk
hacia los trovadores psicobolches. Mientras los psicobolches relata-
ban un paisaje idílico, elogioso y nostálgico del arroyo escenario
de su niñez y adolescencia; los rockeros se ocupaban de señalar lo
artificioso de aquel relato. A través de una retórica punk, el uso
del sarcasmo y la ironía, los artistas de Proceso a Ricutti invitaban
a abandonar el romanticismo que relataba la belleza de la ciudad
para señalar lo feo, sucio y desagradable del espacio urbano. Me-
diante este ejercicio de parodia y de cita a una creación anterior,
manifestaban su disconformidad frente a poéticas que enaltecían
a la ciudad donde habitaban.
294
Mientras unos artistas/consumidores devenían comprometidos,
otros lo hacían en anarquistas. A diferencia de las producciones
de Proceso a Ricutti, hallamos que, particularmente en el primer
disco de Posdata, los artistas estaban interesados en construir una
narrativa de la ciudad de Córdoba donde se ensalzaban algunos
aspectos y espacios. Mediante una selección de sitios, actores y he-
chos históricos los artistas construían una poética que daría cuen-
ta de la particularidad de la ciudad.
A partir de las poéticas de los discos, describimos cómo los
artistas de Posdata se hacían comprometidos. A través de muchas
de sus obras denunciaban las condiciones represivas de la última
dictadura militar. Este compromiso también se plasmaba en la se-
lección de repertorios, pues ellos elegían autores señalados como
peligrosos y subversivos por el régimen dictatorial. Asimismo, en
las letras auguraban tiempos esperanzadores en un sistema demo-
crático que se inició formalmente en diciembre de 1983.
A partir de los discos de Proceso a Ricutti, encontramos que,
aunque elegían experiencias urbanas para sus composiciones, la
poética que construían era diferente al repertorio de Posdata. Es-
tos artistas se inclinaron por el sarcasmo y el humor en la compo-
sición de sus letras. Hablaban menos de la ciudad de Córdoba,
preferían señalar lo desagradable en contraposición a la belleza
que destacaban los trovadores comprometidos. Introdujeron otras
temáticas: presentaban a las industrias culturales y la moda en
tono crítico, promovían la satisfacción del deseo en las relaciones
afectivas, mostraban como los medios de comunicación seleccio-
naban y construían la información. Cuestionaban instituciones
como la escuela, la familia o la iglesia. Incluso formularon una
desconfianza hacia la institucionalización democrática y sistema
partidario. A diferencia de Posdata, ellos no auguraban esperanzas
en el sistema democrático, en parte porque los artistas de Proceso a
Ricutti fueron posteriores en el tiempo. Aquel periodo de eferves-
cencia que se conoció como “primavera alfonsinista” estaba en cri-
sis. Asimismo, estos artistas se autodescribían como anarquistas
295
porque querían diferenciarse de un grupo de jóvenes que distin-
guían como psicobolches. Los trovadores anarquistas no comulga-
ban con la política partidaria e incluso se sentían discriminados y
“perseguidos” al adscribir a esta postura.
Aunque diferentes, notamos una característica común que
atravesaba a todas las obras. Observamos una primacía de artistas
y personal de apoyo de género masculino. Si bien los entrevista-
dos reconocieron un conjunto de tareas de algunas mujeres, ellas
aparecen invisibilizadas en las obras o créditos de las produccio-
nes5. Aunque no elegimos como foco explorar estas diferencias
de género aquí, si vale considerar que en este mundo de arte se
reactualizaba una jerarquización del trabajo de los artistas donde
los sujetos varones heterosexuales ocupaban roles protagónicos
(Green, 2001).
En este texto procuramos mostrar como las poéticas de un
conjunto de obras musicales permiten adentrarnos en procesos
sociales más amplios. Exploramos trabajos discográficos que con-
taban historias locales, discutían/reactualizaban tradiciones, cele-
braban/detestaban sujetos en particular. A partir de las músicas re-
gistradas en estos discos indagamos una dimensión performativa
que (re)hacía modelos de jóvenes universitarios de sectores medios
de la ciudad de Córdoba durante los ochenta.
Bibliografía
296
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297
CAPÍTULO 12
BAILAR Y COMPETIR. REFLEXIONES
COMPARATIVAS ENTRE UNA FIESTA MASIVA DE
MÚSICA ELECTRÓNICA Y UNA COMPETENCIA
DE FREESTYLE EN LA CÓRDOBA DEL PRESENTE
299
producen, en las personas que los producen, una experiencia de
celebración de gran relevancia para la articulación de identidades
individuales y colectivas, de formas de ser y de hacer, de modos de
estar y relacionarse, expresarse, divertirse, emocionarse.
Cabe entonces dejar planteada una última pregunta, aquella
que permanece latente y articulándose a lo largo de todo este es-
crito: si la música actúa y se mueve, ¿de qué maneras transforma a
quienes se encuentran en ella?
300
«mediado» (Hennion, 2002) por la búsqueda de una experiencia
emotiva muy valorada por sus participantes.
En la ciudad de Córdoba, los eventos en vivo -tanto los dos
indagados como los pertenecientes a otras escenas musicales- te-
nían lugar generalmente durante la segunda mitad de las semanas.
Siendo los viernes y sábados los días más elegidos para su reali-
zación, los primeros días de la semana eran importantes para la
gestión, ensayo, preparación y difusión de éstos. Muchos eventos
se hacían desde la llegada de la tarde, mientras otros se iniciaban
ya entrada la noche.
Este capítulo propone un abordaje comparativo que parte
de experiencias de investigación en dos particulares eventos en
vivo, uno perteneciente a la escena de la música electrónica y otro
a la escena del rap y freestyle.1 Las indagaciones en la escena elec-
trónica provienen de una pesquisa realizada de 2015 a 2018 por
Rocío Rodríguez en el marco de su Trabajo Final de Licenciatura
en Antropología (UNC). Esa investigación se ocupó de indagar el
cruce entre la dimensión musical y la dimensión de sexo-género en
la escena electrónica de la ciudad de Córdoba (Rodríguez, 2018).
Los eventos de rap y freestyle fueron investigados en 2018 y 2019
por Lucía Vittorelli como parte de su Trabajo Final de Licenciatu-
ra en Comunicación Social (UNC). Dicha pesquisa buscó anali-
zar las competencias, poniendo el foco en las particulares relaciones
de los jóvenes que las producían y sus vínculos con ciertas músi-
cas, ciertos lenguajes y estéticas, ciertos movimientos corporales y
gestuales, ciertos modos de ocupar espacios públicos y de habilitar
relaciones entre ellos (Vittorelli, 2019). Ambos trabajos tuvieron
un carácter etnográfico que contempló observaciones participan-
tes en escenas donde se creaban, difundían e interpretaban estas
músicas, así como entrevistas a artistas, gestores, empresarios y
301
jóvenes que participaban asiduamente de esos eventos en tanto
público. Recuperando nodos de ambas pesquisas y elaborando la
descripción de una noche en una fiesta masiva y de un atarde-
cer en la competencia Sinescritura, este escrito esboza semejanzas y
contrapuntos plausibles de ser tendidos entre la forma de celebrar
en esos contextos.
Celebrar al bailar
302
Este tipo de eventos eran organizados por asociaciones cono-
cidas como productoras, empresas originadas en la ciudad y enca-
bezadas por varones de edades que iban desde los 25 a los 45 años.
Contando con la capacidad de invertir un determinado capital
económico, estos sujetos se habían asociado entre sí para crear em-
prendimientos comerciales destinados a la explotación de la diver-
sión nocturna. Esos proyectos estaban jurídicamente constituidos
como «sociedad anónima» o como «sociedad de responsabilidad
limitada», cuyas actividades se registraban en la Administración
Federal de Ingresos Públicos (AFIP) dentro de la categoría «pro-
ducción de espectáculos teatrales y musicales» o «servicios artísti-
cos y de espectáculos».
Las masivas eran espectáculos montados con complejas es-
tructuras luminotécnicas, pantallas gigantes, potentes equipos de
sonido que creaban una experiencia envolvente en la pista de baile,
máquinas de humo y, en ocasiones, explosiones de papel picado.
En un escenario amplio y elevado por encima de público se
ubicaban los DJs. Estos montajes compartían varias característi-
cas con los grandes recitales de rock y pop, a la vez que citaban
el imaginario de las discotecas de Ibiza hipertecnologizadas y de
las grandes maratones de baile del heterogéneo movimiento raver
británico. A su vez, el exponencial crecimiento en la convocato-
ria y frecuencia de realización de estos eventos durante el período
2015-2018 mostraba la formación de un nuevo y fructífero mer-
cado de la noche en la ciudad. Debido a eso eran, para un sector
de la escena electrónica —aquel que se consideraba a sí mismo más
culto—, eventos de poca calidad artística, carentes de valor e im-
pregnados de todos los estigmas comúnmente adosados por cier-
tos sectores a lo que se considerar popular o de masas.
Ese no era el único juicio de valor negativo sobre las fiestas
masivas de música electrónica. Otros estigmas, muchas veces apo-
yados en construcciones discursivas realizadas en los medios de
comunicación y en investigaciones académicas sobre otros mun-
dos musicales, operaban señalándolas como fiestas «de chetos»,
303
superficiales y también carentes de valor. Lo que esos y otros es-
tigmas muchas veces producían era la imposibilidad de observar
la forma en que estos acontecimientos mercantilizados producían
una experiencia harto particular, profundamente movilizante para
sus participantes y de una intensidad sensorial extra-ordinaria. Las
experiencias en esas fiestas tenían un fuerte impacto en la subjeti-
vidad y en formación de grupos de afectos, en la experimentación
colectiva con otros estados de conciencia, la reivindicación de los
placeres del cuerpo a través del baile colectivo. Las fiestas masivas
de electrónica eran, como otras celebraciones musicales, aconteci-
mientos donde los jóvenes ponían en juego la producción de sus
subjetividades y se hacían-con-otros al compartir la experiencia de
encontrarse en la música.
304
las novedades se anunciaban en forma de rumor. Esa red estaba
articulada alrededor de un grupo de Facebook llamado Movida
Electrónica Córdoba, utilizado para compartir información y cu-
yos creadores habían convertido en una marca registrada. Música
Electrónica Córdoba también tenía otras plataformas virtuales e
incluso una aplicación para celulares cuya principal función era
llevar la agenda de eventos electrónicos en Córdoba y alrededores.
Movida Electrónica Córdoba era una red por donde no sólo
circulaban informaciones, sino que también se compartían opi-
niones sobre las fiestas, se debatía sobre temas de la escena, se reali-
zaban juicios de valor sobre artistas, sellos, presentaciones y se cul-
tivaban entendimientos comunes entre los y las aficionadas. Era
también un espacio donde se (re)elaboraba la idea de pertenencia
a una comunidad de gustos y era frecuente escuchar entre habi-
tués de la escena electrónica enunciarse como parte de la movida
y reconocerse partícipes de un colectivo con el cual se compartían
cosas que los hacía distanciarse de otros grupos.
Como mencionamos antes, la marca Movida Electrónica
Córdoba tenía un rol importante en la dinámica de difusión de
los eventos masivos, sobre todo en su anuncio y publicidad. El
primer eslabón de esa cadena era el rumor, que funcionaba como
una información off the record sobre las negociaciones internas de
las productoras respecto a futuras contrataciones de DJs. Al filtrar
intencionalmente esos datos las productoras buscaban mantener
ansiosos, expectantes y estimulados a sus clientes. Los rumores ge-
neraban gran expectativa entre los aficionados, por lo que resulta
acertado decir que, desde que se lanzaba un rumor, la fiesta ya es-
taba iniciándose.
Cuando las contrataciones estaban cerradas y los preparati-
vos para el montaje de la fiesta estaban en marcha, las productoras
anunciaban la confirmación del rumor y las entradas se ponían a la
venta en el formato de anticipadas. Las entradas anticipadas per-
mitían al público adquirirlas por a un precio más bajo al valor de
ingreso en puerta —comprando el ticket sobre la fecha o incluso
305
en el ingreso de la fiesta—. Por ejemplo, cuando el 5 de marzo de
2019 se anunció que el 10 de mayo del mismo año tocarían Ame-
lie Lens y Dubfire en el Complejo de eventos Forja, las entradas
salían $750 (13 USD) general y $1050 (18 USD) V.I.P. Luego esas
entradas aumentarían a $950 y $1250, respectivamente.
La anticipación con la que todo se gestionaba generaba en
el público una acumulación de ansiedad durante semanas, que se
incrementaba los días previos a la fiesta cuando los asistentes po-
nían en marcha con entusiasmo los últimos preparativos. Faltan-
do cada vez menos horas se terminaban de ajustar detalles como el
lugar a donde se realizaría la previa, el transporte que se utilizaría,
las sustancias que consumirían, la ropa que se vestiría. La ansie-
dad se continuaba cultivando en distintos espacios y tiempos del
tejido urbano, en las casas y en los trabajos donde la tarde se musi-
calizaba reproduciendo sets de electrónica en Youtube, en encuen-
tros fugaces con dealers —vendedores minoristas de drogas— en
esquinas aleatorias de la ciudad, en grupos de Whastsapp donde
amigas gestionaban intercambios de prendas de ropa, en locales
comerciales donde se compraban prendas nuevas, en las barberías
a donde algunos iban a retocar sus barbas. Así, luego de días y días
de expectativa, las fiestas masivas estaban presentes en la cabeza de
toda la movida electrónica.
El entusiasmo, más fuerte hora tras hora, se expresaba con
intensidad en la previa, una reunión anterior a la fiesta que se reali-
zaba en la casa o departamento de algún asistente. Allí las personas
se aglutinaban y comenzaban a disponer sus cuerpos para la noche
y a estimularse mediante conversaciones agitadas y divertidas, algu-
nos pasos de baile, el intercambio de bebidas, cigarrillos de tabaco o
marihuana y, a veces, también se esnifaba cocaína. Se buscaba crear
un ambiente de confianza y camaradería, consolidar el grupo para la
fiesta. También terminaban de hacerse algunos arreglos corporales,
las mujeres se maquillaban y los varones se arreglaban el cabello.
Ya con el grupo armado y con el cuerpo estimulado por las
actividades y consumos de la previa, se salía con destino a la fiesta
306
llevando sólo algunas pertenencias como DNI, dinero, el ticket de
ingreso y algunas golosinas. Al llegar a las inmediaciones del lugar
donde se celebraba la fiesta, esperaba una larga fila congestionada
debido a los tiempos de las requisas. Quienes iban llegando daban
una mirada de reojo a la fila buscando alguna cara conocida con la
cual colarse y ahorrar tiempo de espera.
La fila era un nuevo momento álgido en la curva de ansie-
dad que continuaba acumulándose, y era también un momento
para mirar y ser mirado. Se desplegaban conversaciones mientras
se miraba con atención (pero esmerado disimulo) a quienes con-
tinuaban llegando. Bajo las luces del alumbrado público, la vereda
se transformaba en una especie de vidriera, donde se intentaban
leer los signos de pertenencia (o no) a la movida. Por ejemplo,
cuando llegaba alguna joven con zapatos de taco alto tenía grandes
posibilidades de volverse blanco de comentarios como «esta es del
cachengue». A diferencia de las cachengueras, que frecuentaban la
noche de boliches donde sonaban principalmente ritmos latinos,
las mujeres de la movida preferían usar zapatillas o calzado cha-
to, que consideraban «cómodo para bailar». Usar zapatos de taco
alto era suficiente signo para ser ubicada afuera de las fronteras de
la comunidad de gustos que, una vez más en la fila, se ensayaban
intentando delimitar un nosotros.
A medida que la fila avanzaba los nervios aumentaban debi-
do a la cercanía con el control policial. La imponente barrera de
policías producía ese efecto. Antes de llegar a la requisa, quienes
llevaban consigo sustancias ilegales procuraban esconderlas en
algún lugar del cuerpo, en una zapatilla, en la ropa interior o en
un bolsillo oculto de las pequeñas mochilas que hacían las veces
de carteras de las chicas de la movida. Recién una vez superada la
barrera policial se podía ingresar al predio.
Adentro la gente se concentraba en la pista, de frente al esce-
nario donde se disponían los artistas. Allí casi nadie se trasladaba
por el espacio más que para comprar bebidas en las barras o para
ir el baño. Las personas bailaban generalmente ubicadas toda la
307
noche en un mismo lugar. Era un código de la movida no moles-
tar a quienes bailaban, por lo que se juzgaba quienes atravesaban
la muchedumbre de una manera descuidada, bruta o torpe. En el
caso de que alguien quisiera desplazarse de un lugar a otra a tra-
vés de la pista, debía hacerlo de manera considerada, utilizando la
fórmula «permiso, perdón, gracias» para poder deslizarse entre
los cuerpos extáticos. Las personas de la movida señalaban negati-
vamente a aquellos que estaban en los eventos «paseando», eran
mirados con mala cara y, nuevamente, reconocidos como cachen-
gueros, negros o habitués de otras escenas musicales.
No se caminaba por el lugar, pero nadie estaba quieto. En
pequeñas parcelas, cada grupo se mantenía bailando en el mismo
sector durante toda la noche. Un grupo ubicado al lado de otro,
formaban una multitud con un impactante efecto en el estado
corporal y emocional de quienes se acomodaban en la pista. Al
adentrarse en la muchedumbre progresivamente la visión perdía
nitidez, al ritmo que ganaba preponderancia el sonido. Cada vez
se escuchaba más, ya no conversaciones si no música saliendo a
todo volumen y haciendo incluso vibrar los pies y rebotando en el
pecho. Impulsadas por la fuerza del sonido y de la muchedumbre,
las ganas de mover el cuerpo al ritmo de la música parecían volver-
se cada vez más intensas.
Cada vez más adentro de la fiesta y cada vez más distanciados
de la vía pública, los asistentes se convertían en bailarines y habi-
taban progresivamente en un orden de las cosas muy diferente al
que dejaban atrás. La pista de baile se armaba con el correr de los
minutos. Los movimientos se hacían cada vez más efusivos y ace-
lerados, en sintonía con el aumento de los bpm —beats per minute
o «pulsos por minuto»— de la música que sonaba.
La sesión musical que creaban los y las artistas tenía la misma
estructura que toda la celebración: comenzaba en un tempo lento,
generando expectativa; a medida que los cuerpos se iban calentan-
do, el ritmo se incrementaba hasta llegar el momento más álgido
de la noche. Alrededor de las 2:30 a.m. la pista ya estaba armada,
308
alcanzaba cierto clima colectivo, un estado en común de éxtasis
posible de reconocer entre la mayoría de las personas que ya baila-
ban con fervor. En la pista se mezclaba el aroma de perfumes, con
el olor de sudor proveniente de los cuerpos que no dejaban de mo-
verse, y a veces con esporádicas oleadas de algún popper cercano.
Sin dejar de mover el cuerpo, sin parar de bailar en casi nin-
gún momento, las personas en la pista compartían la coreografía
y también cigarrillos, chicles y chupetines, botellas de agua y latas
de cerveza. Intercambiaban abrazos, roces, miradas, besos y pasos
de baile entre amigos y, en ocasiones, entre desconocidos. Algunos
se hacían masajes en todo el cuerpo, aliviando la tensión muscu-
lar producida por la pasti.2 Otros se ponían crema en las manos,
potenciando la hiper sensibilidad que primaba. Se conversaba
sólo en los momentos en los que se iba acompañado al baño —a
usar los inodoros o a ocultarse en los cubículos para reactualizar o
complementar la dosis de pasti—.
La movida sabía poner en marcha todas las técnicas para al-
canzar la experiencia buscada: lograr un climax de baile colectivo,
perderse en la música y en la masa de gente moviéndose al mismo
ritmo que las luces, que los bajos de la música retumbando en el
cuerpo. Los gestos, pasos de baile y miradas buscaban lograr cone-
xión entre quienes estaban en la pista. En estos eventos, el atracti-
vo principal se encontraba, más allá de todo el montaje del show,
en la pista de baile. La energía de la celebración alcanzaba sus picos
máximos circulando entre la masa bailarina, donde más o menos
estimulados por los consumos, sus participantes «dejaban todo».
«Aunque no te drogues con nada quedás como drogado por
las luces, la música, todo. Vos vas a una fiesta a darlo todo» nos
dijo Belén, una aficionada a la música electrónica que estudiaba
309
Ciencias Económicas y tenía 24 años al momento de realizar la
entrevista. Belén afirmaba salir de cara, sin consumir ninguna sus-
tancia psicoactiva ya que «el evento en sí mismo es la droga». La
muchedumbre, las luces, el calor, la música; al observar cómo todo
parecía moverse acompasado, produciendo una energía difícil de
traducir en palabras, las palabras de Belén se hacían cuerpo.
De modo ideal, el climax de la sesión musical tocada por el
DJ coincidía con el climax de la pasti y con el climax de la pista.
Toda la ansiedad y expectativa acumulada durante meses encon-
traba su razón de ser alrededor de las 4:00 am cuando la fiesta es-
taba en su máximo esplendor, cuando se alcanzaba la experiencia
más intensa, y un estado donde la individualidad quedaba disuelta
en la masa de cuerpos extáticos. Allí se experimentaba una forma
emocional, corporal y de conciencia que, según sus habitúes, no
se experimentaba en otro lugar. Todo el entusiasmo cultivado du-
rante días estallaba en sonrisas, coreografías efusivas, expresiones
de afecto generalizadas. Lo colectivo adquiría un tinte particular
para los bailarines que buscaban unirse a través de la danza, quie-
nes celebraban (en) la unión, la conexión, la empatía y buena onda
entre todos.
Los cuerpos llegaban al mismo clima que toda la masa de la
muchedumbre fusionada, que emanaba la apariencia de ser una
sola cosa. Una vez que eso se alcanzaba, que toda la fiesta estaba en
el momento más álgido, todo comenzaba a descender. La música
bajaba su ritmo y su volumen, las luces claras se encendían, los
cuerpos intentaban dejar paulatinamente de moverse. Las 5:00 am
era el horario en que las ordenanzas municipales estipulaban que
la fiesta debía terminar, aunque algunos y algunas decidían conti-
nuar en afterhours en casas o locales comerciales que funcionaban
de manera ilegal. En los afters o en las casas progresivamente se iba
dejando atrás el estado de exaltación que la fiesta producía. Luego
de una intensa velada. los asistentes dejaban atrás su estado de bai-
larines y se disponían a bajar, disgregarse y volver, más temprano
o tarde, a sus casas.
310
Celebrar al competir
311
competidores en el contexto de batalla, a la vez que alimentaban
el estado de excitación en la confrontación. Así, a diferencia de lo
que pasaba en las masivas, donde sus públicos buscaban unirse
en el baile, la pulsión principal de las batallas era de fricción y en-
frentamiento. Era por ese motivo que, desde afuera, estos eventos
podían ser considerados como espacios donde primaban la agre-
sión, siendo las batallas también blanco de múltiples estigmas, al
hacerse foco en el supuesto carácter agresivo de estos encuentros.
Sin embargo, cada tarde de Sinescritura en estructuradas fases
consecutivas de competencia, jóvenes que hacían de organizado-
res, jurado, competidores y público, co-producían una celebra-
ción musical para compartir, en sus propias palabras, «lo que más
les gustaba hacer».
Un atardecer en Sinescritura
312
del inicio de la competencia. Tiraban las rimas sobre la base musi-
cal que realizaba un joven con su boca: cuando dejaba salir el aire,
movía los labios, la garganta y las manos, para marcar un ritmo
que era, como las rimas, improvisado.
La competencia estaba organizada en sucesivas fases: inscrip-
ción, clasificatoria y competencia. Los jóvenes que asistían definían
su participación como competidores en la inscripción. Luego, ha-
cían freestyle en las primeras batallas, pensadas como procesos
de clasificación, donde jurados evaluaban la participación de los
competidores y habilitaban su pase a la etapa final: la competencia,
donde improvisaban y batallaban sólo dieciséis concursantes has-
ta llegar a un ganador, elegido por el jurado.
Cerca de las 20hs, se anunciaba el inicio de la inscripción.
Los organizadores se ubicaban de pie sobre un banco de cemento
y anotaban a los interesados en competir, bajo el nombre artístico
por el cual eran conocidos en el ambiente. La inscripción marcaba
una distinción entre los jóvenes agrupados en la plaza, definien-
do a unos como competidores y a los otros como espectadores.
La cantidad de personas que se inscribían como competidores
solía aumentar cada viernes, pasando en diferencia de meses de
100 a 165 jóvenes.
Quienes estaban interesados en competir hacían tres largas
filas, una delante de cada organizador, para anotarse de manera
gratuita y poder participar de la fase siguiente: la clasificatoria.
Los organizadores señalaban el traspaso de una a otra fase cuando
se cumplía el tiempo establecido previamente para la inscripción.
Entonces uno de ellos alzaba la voz indicando el inicio de la clasi-
ficatoria, la primera etapa de las batallas de freestyle, considerada
como filtros previos a la competencia propiamente dicha.
Debido al creciente número de participantes, se realizaban
tres clasificatorias de manera simultánea en distintos espacios de
la plaza, y no una como sucedía durante los primeros tiempos de
Sinescritura. Cada uno de los organizadores se retiraba de la zona
donde había llevado adelante la inscripción, para ubicarse en los
313
lados lo suficientemente distanciados entre sí, para que las activi-
dades a desarrollar no se superpusieran.
Durante la clasificatoria, tenían lugar las primeras batallas de
freestyle, que comenzaban cuando un organizador tomaba asiento
junto a otros jóvenes que iban a formar parte del jurado evaluador.
Quienes formaban parte del jurado eran convocados por los orga-
nizadores por considerarlos «bien instruidos en la materia», lo que
implicaba poseer experiencia de estos en el mundo del freestyle y del
rap, ya sea porque antes batallaban o porque escribían canciones
y, por lo tanto, tenían conocimiento de los recursos literarios de la
rima y de la complejidad de elaborarla en el momento.
Durante la clasificatoria cada lado realizaba cinco o seis ron-
das de competición donde participaban seis o siete jóvenes por
vez. El organizador, ahora también parte del jurado, llamaba en
voz alta a los competidores por sus nombres artísticos. Las perso-
nas del público se agrupaban rápidamente en el espacio, buscando
quedar más cerca del centro para ver y escuchar mejor las batallas,
ya que en Sinescritura no se utilizaba micrófono ni parlantes.
El centro era un espacio circular entre el jurado y el público.
A sus alrededores, el amontonamiento hacía que las distancias cor-
porales se volvieran mínimas, los hombros se rozaban con otros, se
disminuía la movilidad de los brazos, los pies estaban juntos y está-
ticos, mientras el cuello se estiraba hacia arriba y la cabeza se movía
de lado a lado para poder ver a los competidores. Los competidores
se abrían paso entre el público para llegar al centro, donde se dis-
ponían de frente al jurado formando un semicírculo de espaldas
al público. Luego entraba en la escena el beatboxer, el joven que
realizaba sonidos con su boca para crear la base instrumental.
Para dar comienzo a la ronda de la clasificatoria, el organi-
zador anunciaba una temática, es decir, un tema o una palabra
que debía estar en las rimas improvisadas de los jóvenes. En el
semicírculo, los competidores que quedaban ubicados en las es-
quinas realizaban el juego de manos «piedra, papel o tijera» para
determinar cuál de ellos iniciaría la ronda. Los jóvenes del público
314
gritaban «uó, uó, uó, uó», al tiempo que levantaban y agitaban
los brazos en el aire.
Los competidores comenzaban a balancear sus cuerpos de
lado a lado. Al iniciarse la batalla abandonaban la posición ergui-
da y con el cuerpo estático, para realizar otros movimientos cor-
porales: se ubicaban de pie con las piernas separadas, las rodillas
levemente flexionadas, el torso y los hombros inclinados hacia
adelante. La espalda se curvaba, brazos y manos que subían y ba-
jaban con codos flexionados, la cabeza y el cuerpo direccionados
hacia el oponente.
La base instrumental que hacía el beatboxer marcaba el rit-
mo a seguir con sonidos alusivos al tambor, redoblante y platillo,
mientras la gente del público vociferaba: «¡Sinescritura, Sinescri-
tura, Sinescritura!».
El primer competidor enunciaba las primeras palabras y las
frases que debían estar organizadas en cuatro líneas. Comenzaba a
ponerse en juego la capacidad creativa del joven para combinar las
palabras y crear un mensaje que se completaba en la última frase
con el denominado punchline — «frase remate»—, que contenía
la improvisación dirigida a desestimar y humillar al oponente. Era
importante también cómo eran dichas las frases, la intensidad o
volumen de la voz, si coincidían sonoramente con la base instru-
mental y sobretodo el flow, que implicaba rimar continuamente
sin trabarse, sin pausarse, ni usar tantas muletillas, es decir, verba-
lizar de forma fluida. Todo esto en un tiempo limitado, que solía
variar de acuerdo con la modalidad de las batallas, podían ser 40
segundos continuos o más, o cuatro rondas de cuatro versos alter-
nadas entre competidores, entre tantas otras.
El otro competidor esperaba su turno, miraba al piso y escu-
chaba las rimas que se decían. Uno de los organizadores nos dijo:
315
lograr, para dónde vas, que te pasó el día de ayer, cosas así, y
ahí estas improvisando.
316
de manera tal que lo que se decía sobre los otros jóvenes tuviera un
efecto de verdad y lograra dejarlo en ridículo.
Cuando los jóvenes comenzaban a rimar decían nutrirse de
la energía del momento proporcionada por los gritos, el aliento, y
las respuestas ante las buenas rimas. Si los competidores y el pú-
blico no compartían la misma energía, se corría el riesgo de que
la batalla fracasara, de que el rapero se trabara o su mensaje no
se entendiera. Si la energía fluía, las palabras también. Sobre esto
uno de los organizadores nos dijo: «lo que yo tiro lo quiero devol-
ver con un buen grito, con euforia si lo merece, y así de esa manera
uno se retroalimenta y puede elaborar más recursos». Si el público
alentaba, la figura del rapero crecía.
El amontonamiento de las personas del público y la cercanía
a los competidores hacían que la energía se produjese recíproca-
mente en las competencias de plaza, a diferencia de lo que pasaba
en las competencias de escenario. Durante la batalla, las predispo-
siciones corporales, gestuales y orales les permitían a los compe-
tidores alcanzar un estado de euforia que era celebrado por los
pares quienes lo definían como cebado. Esta presentación estaba
relacionada con una actitud que debían tener los competidores a
la hora de batallar. Aquel joven que no evidenciara esta actitud
podía ser considerado como apagado, o decirse que durante su
participación se achicó.
El estado de euforia era celebrado por el público, que festeja-
ba las frases más ingeniosas de los competidores, sobre todo aque-
llas dirigidas a insultar o humillar al oponente. Estos festejos, que
involucraban gritos, aplausos, saltos en el lugar, agite, eran formas
de incrementar la exaltación característica de estas celebraciones.
Incrementar progresivamente la efervescencia y excitación produ-
cida por las rimas, era la experiencia buscada por quienes asistían
a este evento. El público esperaba y añoraba el momento en el que
la batalla alcanzaba un climax en su premeditada conflictividad.
Se creaba entonces un ambiente donde la mayoría compartía un
nivel de exaltación que estaba listo para estallar cuando una muy
317
buena rima lo permitía. De lo contrario, la batalla pasaba a con-
siderarse como mala, de la misma manera que sus competidores.
Cuando el organizador marcaba el tiempo, la batalla finali-
zaba. Los competidores se saludaban chocando las palmas de sus
manos y luego sus puños, mientras el público aplaudía y exclama-
ba: «jurado, a la cuenta de 3, 2, 1 …». En ese momento, el jurado
debía dar a conocer su veredicto. Lo hacían al mismo tiempo y
mediante señas realizadas con los brazos o las manos.
Luego de las batallas clasificatorias, los clasificados de cada
lado se encontraban en la parte más abierta del playón de la pla-
za, para competir ahora uno vs uno. Este momento replicaba a
grandes rasgos las dinámicas de las batallas clasificatorias, aun-
que todo impregnado de una mayor intensidad. Las emociones
de artistas, público, organizadores y jurados alcanzaban su pico de
estimulación durante la jornada. Esta era, por lo tanto, la etapa
más esperada y deseada, ya que acceder a estas batallas significaba
mayor reconocimiento de la práctica de hacer freestyle y visibilidad
ante otros. Eran momentos donde se alcanzaba el climax de estos
encuentros, ya que el ganador de esa etapa se coronaría ante todos
en la plaza y recibiría premios y puntos para la tabla de puntajes de
Sinescritura. Allí culminaba el ciclo de cada encuentro, y se cons-
truía, cada vez, un espacio donde se establecían relaciones sociales
entre jóvenes que compartían los mismos gustos musicales.
Los jóvenes que acababan de competir se saludaban nueva-
mente y se retiraban del círculo de competición hacia el espacio del
público o hacia otros lugares de la plaza. Aquí el saludo significaba
el cierre de la batalla entre jóvenes que estuvieron compitiendo y
realizando y/o recibiendo agresiones verbales. Esta acción reflejaba
el acuerdo tácito de la competencia que indicaba que «lo que pasa-
ba en la batalla se quedaba en la batalla». Para los competidores, la
«energía ofensiva de las batallas» pertenecía únicamente a ese mo-
mento, quedaba circunscripta en el marco de la competencia. Un
competidor frecuente de Sinescritura señalaba que cada compe-
tidor debía saber manejar e interpretar esa energía para que «no
318
le pegue mal», ya que si esto ocurría podía afectar las relaciones
entre los jóvenes.
Estos acuerdos tácitos y las estrategias para manejar la ener-
gía ofensiva eran puestos en práctica por los competidores y los
organizadores, quienes buscaban cuidar la plaza y al evento in-
tentando conservar el ambiente amigable que decía identificar
en los primeros años de Sinescritura. Se establecía una distancia
entonces con quienes consideraban a la competencia como una
práctica agresiva, por los insultos y los elevados tonos de voz de
los participantes, y quienes leían allí una forma de hacer amistad y
crear un espacio de camaradería y cuidado. Un joven competidor
indicaba cómo la gente de afuera se acercaba a preguntarle cómo
no reaccionaba físicamente con algunas rimas. Él entendía que
«uno al estar adentro se acostumbra a esas cosas». Los competi-
dores se entrenaban en el arte de separar las agresiones en la batalla
de las relaciones fuera de ella. Como señalaba una joven que era
jurada ocasional: «Sinescritura es una competencia, pero fuera de
la competencia no había competencia».
La rivalidad espectacularizada en cada batalla era una forma
de encontrarse entre iguales, una rivalidad que acercaba mucho más
de lo que distanciaba. Cada tarde de competencia, lejos de hacer ri-
vales, hacía amigos. Y una vez finalizadas todas las fases del evento,
aquellos que habían participado comenzaban a dispersarse de la
plaza en diferentes rumbos, habiendo atravesado, una vez más, una
experiencia de encuentro entre quienes se consideraban pares.
319
libre en la que sus participantes buscaban alcanzar determinados
estados de climax.
Indagar de manera descriptiva aspectos de la experiencia en
una batalla de rap y freestyle y de una fiesta masiva de música
electrónica, fue una forma de acercarnos y acercar entre sí dos en-
cuentros musicales que, a priori, podrían entenderse como dis-
tantes. Esa tarea narrativa y comparativa permitió esbozar algunas
interpretaciones. Cada escena en particular se componía de acuer-
do con estéticas propias, estilos que les permitían a sus habitúes
diferenciarse de otros, producirse como un grupo, desplegar una
visibilidad en tanto tal y celebrarse a sí mismo, en tiempos y espa-
cios dedicados para ello.
Como mostramos, cada celebración tenía sus particulares
modos de organización. Las fiestas masivas de electrónica eran
gestionadas por empresarios en espacios mercantilizados con gran
capacidad para reunir a miles de personas y contaban con un mer-
cado que posibilitaba la inversión de grandes cantidades de dinero
y permitía un margen aún mayor de rentabilidad. Estos eventos
también contemplaban la contratación de una larga lista de em-
pleados que realizaban tareas administrativas, de limpieza y acon-
dicionamiento del lugar, seguridad, entre otras.
Esto no ocurría en la competencia Sinescritura, que no con-
templaba intercambios mercantilizados y se desarrollaba en una
plaza céntrica pública, organizada de manera autogestiva por un
grupo de jóvenes de manera independiente y sin fines de lucro.
Tampoco contaba con participación de agentes estatales, adultos
ni de personas que no se consideraran a sí mismas como aficiona-
das al rap y al freestyle. Sin embargo, la gestión de estos eventos les
permitía a sus organizadores cultivar otro tipo de capitales, socia-
les y relacionales, y abonar un status dentro del ambiente.
Por otro lado, tomando grandes rasgos, los eventos podían
ubicarse en polos opuestos de un rudimentario esquema plantea-
do como mercantilizado/no mercantilizado. Sin embargo, al pen-
sar esos eventos en el contexto amplio del cual formaban parte, es
320
posible discutir esa polarización. Ambas escenas contaban con cir-
cuitos de los dos tipos, con eventos donde mediaba el intercambio
económico y otros que se hacían, según sus participantes, por amor.
En un sentido similar a las competencias como Sinescritura, las fies-
tas electrónicas que se hacían en residencias particulares también
permanecían por fuera del circuito mercantilizado. Estos eventos
servían como escenarios donde los artistas comenzaban sus trayec-
torias y se iniciaban en esas artes musicales de manera autodidacta.
Entre pares, DJs y freestylers realizaban ad honorem sus primeras
presentaciones, aprendían y ensayaban sus técnicas, debutaban
ante públicos. Así, de la misma forma en la que las fiestas en ca-
sas eran arenas donde los artistas comenzaban sus trayectorias en
la escena electrónica, las competencias públicas en las plazas eran la
plataforma inicial desde las cual se lanzaban los artistas del freestyle
hacia las competencias mercantilizadas y profesionalizadas de esce-
nario como las organizadas por RedBull, FMS, u otros eventos de
escenario. Mercantilizados o no-mercantilizados estos eventos for-
maban parte de un continnum, un abanico sin solución de conti-
nuidad dentro de cada escena que permitía entender ese esquema
de oposiciones como una falsa dicotomía.
En este sentido, resulta de suma utilidad recuperar el con-
cepto «liminoide» propuesto por Turner (2012), el cual busca
nombrar a aquellos acontecimientos de las sociedades modernas,
especialmente involucrados en el ocio, el juego, el entretenimien-
to, pero también atravesados por las dimensiones del mercado.
Los eventos musicales son ejemplos claves de este tipo de fenóme-
no, que permiten desarmar los compartimientos estancos con los
que se lee la mercantilización o no de la creatividad cultural. Algo
que Turner remarca para los fenómenos «liminoides» es su con-
dición de aparecer como «opción». Las personas con que forma-
ron parte de nuestras investigaciones afirmaban sin dudas elegir
esos eventos y no otros. Decían no estar allí por obligación, man-
dato o contrato, sino por gusto. Así, como fenómenos «liminoi-
des» estos encuentros cristalizaban para sus públicos la división
321
entre trabajo y ocio ampliamente extendida en la modernidad
(Turner, 2012), de las actividades que se hacían «por dinero» o
«por amor». Esto no ocurría de la misma manera para gestores,
productores y artistas que transformaban gustos en una fuente de
trabajo, volviendo más borrosos los límites entre una cosa y otra.
Particulares, peculiares, estos eventos borraban la fronte-
ra entre la mercantilización y la no mercantilización y permitían
experimentación dentro de unos marcos relativamente estructu-
rados. En ambos encuentros, se gestionaban técnicas muy especí-
ficas para colocar a sus participantes —artistas y público— en un
orden de las cosas distinto al cotidiano, les permitía hacerse con
otros a través de la música y alcanzar estados corporales y emo-
cionales de gran intensidad y disfrute, especialmente distanciados
del tiempo previsto para las actividades consideradas obligatorias
como asistir a la escuela secundaria, a la universidad o trabajar.
Las celebraciones indagadas buscaban producir, de distintas
formas, estados emocionales sublimes y una experiencia particular
de ocio y entretenimiento. La búsqueda de un momento de éxta-
sis, de intensidad emocional, de movilización visceral motorizaba
tanto a aquellos bailarines que buscaban llegar al climax de una
fiesta para sentirse parte de una conexión con sus compañeros de
danza, como a aquellos espectadores que aguardaban ansiosos la
rima que diera el golpe más fuerte y que genere la confrontación
más álgida entre los competidores.
A esos momentos de climax eran posible llegar atravesando
etapas o fases, más o menos explicitadas en un contexto y el otro,
que respetaban una secuencia que empezaba cultivando las ansieda-
des, alimentando las expectativas, aglutinando a las personas en un
lugar. Luego, se predisponían sus cuerpos para la propuesta emoti-
va de cada evento, movilizando técnicas para alcanzar el momento
de mayor energía de la velada. Allí, donde se producía la energía más
intensa, se podía sentir el corazón de estas celebraciones musicales.
Aunque los artistas fueran las estrellas destacadas del encuen-
tro, la experiencia buscada radicaba en la circulación de potencias
322
entre artistas y público. En estos eventos, la energía circulaba de
maneras que no eran unidireccionales. Así, aunque guiados por
los DJs, los bailarines encontraban y producían la energía buscada
en la pista. En las batallas, la energía propulsada por el público ha-
cia el centro de la escena, alentaba a los artistas a esbozar las rimas
más jugosas y esperadas. La energía circulaba con distintas inten-
sidades en cada momento de celebración, en vaivén desde la pista
al escenario, desde el círculo central de la plaza hacia el amontona-
miento de los espectadores, entre el público y entre los artistas, en
todas direcciones.
Articuladas por el pulso profundo marcado por los graves
monótonos de la música en los altoparlantes o por los latidos ace-
lerados producidos por un ingenioso juego de palabras, la energía
de cada evento hacía formas particulares de habitar la ciudad. Es-
tas experiencias tenían, sin duda alguna, gran relevancia para la
formación de grupos de afectos, amores, camaradería y relaciones
sociales de distinto tipo. Al perseguir la unión de sus participantes
en un todo más amplio mediante el baile o a través de la puesta en
acto de rivalidades espectacularizadas, unos jóvenes se hacían y se
encontraban como semejantes.
Tanto en su versión mercantilizada como autogestiva, las
celebraciones de baile y las de confrontación hacían a sus parti-
cipantes transitar una, al menos momentánea, transformación.
Durante el tiempo de la fiesta, las masivas convertían a su público
en bailarines y bailarinas, quienes se unían o conectaban a través de
movimientos de bailes guiados principalmente por los estímulos
musicales que gestionaban los DJs. En las batallas de freestyle, la
confrontación y el enfrentamiento que, entre competidores, oca-
sionaba la fricción y el conflicto, a la vez les permitía unirse con sus
públicos. Al mismo tiempo, el público se fusionaba como tal cada
vez que celebraban efusivamente y al unísono las buenas rimas.
Mientras que participar de una fiesta electrónica fácilmente
permitía leer la conexión, empatía y unión que sus habitúes decían
experimentar, la producción de eso mismo en las competencias
323
resultaba más difícil de descifrar. Las batallas solían ser leídas, des-
de afuera, como espacios de agresividad verbal, donde el conflicto
era el factor central. Sin embargo, la observación participante en
las mismas permitió aprender que esas disputas, enfrentamientos
e insultos eran parte integrante de la forma en que esos jóvenes
producían sociabilidades y construían sus subjetividades. Formas
de juntarse, encontrarse y también unirse. La confrontación con
otros era una forma más de interacción, de realizar intercambios
de saberes y opiniones, forjar relaciones de amistad, compañeris-
mo y reconocimiento. En una circunstancia donde se compartía
el gusto por el rap y el freestyle, las batallas eran el evento que
convocaba a cientos de jóvenes y que lograba constituir un estado
de comunión entre los y las presentes, que la mayoría de las veces
traspasaba incluso los límites de la plaza.
Encontrarnos etnográficamente con y en estos eventos per-
mite ahora volver sobre el vínculo entre la música y la celebración,
dimensiones que -en estos casos etnográficos- se muestran indi-
sociables. Nuestras investigaciones habilitan a decir que el valor
de la música a la hora de celebrar tiene tal magnitud que resulta-
ría hasta forzado abordarla como una mera secuencia de sonidos
concatenados funcionando a modo de utilería. La música no es
simplemente el arte de combinar notas con un ritmo, un tempo,
una armonía y una melodía, y nuestras pesquisas nos impidieron
seguir pensándola sólo en su dimensión auditiva. Nos aventaron,
en cambio, a entenderla en su dimensión performativa: más acá y
más allá del sonido, prestando atención a su aptitud para movili-
zar a las personas y su relevancia para hacer(las) con otras y otros
(en) lo social.
En el baile extático o en el grito arengador pronunciado al
unísono, estos jóvenes (se) celebraban al tiempo en que reelabo-
raban particulares formas de estar y de habitar la ciudad. Tam-
bién perseguían, cada fin de semana, la posibilidad de encontrar-
se con otros en un mismo hacer. Allí la música era, en sí misma,
una celebración.
324
Bibliografía
Becker, Howard, Los mundos del arte. Sociología del trabajo artís-
tico, Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires, 2008.
Hennion, Antoine, La pasión musical, Paidós, Barcelona, 2002.
Peterson, Richard y Bennett, Andy, Music Scenes. Local, Translocal
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Reynolds, Simon, Energy Flash. Un viaje a través de la música rave
y la cultura de baile, Contraediciones, S.L, Barcelona, 2014
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Rodríguez, Rocío, «Gracias por la musiquita» Una etnografía en-
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de Córdoba, 2018, inédita.
Turner, Victor, «Liminal ao liminoide: em brincadeira, fluxo e
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Vittorelli, Lucia Belén, Rimas en el momento: análisis etnográfico
de la competencia de freestyle Sinescritura. Tesis de Licencia-
tura, Universidad Nacional de Córdoba, 2019, inédita.
325
EPÍLOGO
327
colectivas, llenas de agitación y exacerbación festiva en cumplea-
ños infantiles, que presenta Cecilia Castro; conmemoraciones que
recrean valores y jerarquías socioculturales salteñas, expuestas por
Laura; bulliciosas y frecuentadas ferias sexpoeróticas, registradas
por Sandra, Celeste y Gabriela; procesos carnavalescos en la po-
pulosa Villa Libertador, cuyas historias sociopolíticas nos acerca
Lautaro; virajes locales de la categoría osos, en fiestas que transfor-
maron masculinidades, de las que da cuenta Agustín; una mística
asociada a la comunión de energías que signaba eventos, espacios,
vínculos y prácticas festivas en torno del cannabis – sus ciclos de
cultivo y activismo– tal como los trama Cecilia Díaz; glamorosos
certámenes de reinas, en cuyas elecciones se consagraban las prota-
gonistas de un mundo artístico drag queen, que viene de la mano
de Daniela; fiestas de quince, hacedoras de oportunidades sociales
y memorias, en procesos celebratorios que reconfiguran relaciones
familiares, recordadas por Mariela; y la inauguración del Museo
Superior de Bellas Artes Evita - Palacio Ferreyra en Córdoba, don-
de Lucía describe cómo el estado provincial gobernó un proceso
celebratorio, construyéndose, en esas actuaciones, como provee-
dor de cultura para todos.
Ha dicho Richard Schechner que Victor Turner “no era un
sintetizador. Siempre urgía a mirar el ‘diminuto particular’, a pres-
tar atención a los detalles de la performance cultural y la expresión
individual” (Schechner, 2000:221). Cada capítulo enfoca dimi-
nutos particulares; toma en serio las celebraciones, invocando sus
poderes; acredita en su eficacia mágica, reconociendo sus trucos.
En –y a través– de actos celebratorios, (nos) conocemos y damos
a conocer situaciones sociales, rituales, puestas en escena, perfor-
mances estatales, actuaciones movilizantes, y técnicas para colocar
en estados de efervescencia a quienes participan y se involucran
etnográficamente en tales instancias festivas.
Quiero invocar a Edith Lucy Brocklesby Davis, compa-
ñera de peregrinajes de Victor Turner por Inglaterra, África y
Estados Unidos. Y convocar el concepto de communitas que la
328
antropóloga retoma de la obra de su marido. En una entrevista,
Edith Turner cuenta de la ardua tarea de describir en palabras ese
algo efímero, esos momentos extraordinarios, de estar unidos.
Propone que no tienen forzosamente que ir de la mano del ritual:
la communitas estaría más relacionada con momentos de alegría
socialmente compartida (Mentore, 2009). En su Antropología de
la alegría colectiva (Turner, 2012), nos recuerda que la communi-
tas aparece intempestivamente y que estaría en el placer de com-
partir experiencias comunes en un grupo y en el sentir gozoso de
cuando la vida en común adquiere pleno significado (2012:1-2).
Ojalá algunas oraciones felices de este libro –como las de la Intro-
ducción, de Gustavo Blázquez– remitan a tales júbilos.
Queremos, ya lo saben, celebrar a Victor Turner. Sumar
nuestros trayectos a lo que él concibiera como el compromiso de
un peregrino. El compromiso es, en su entera corporeidad, con
un exigente e inspirador viaje, inclusive más solemne, en el plano
simbólico, que los propios símbolos visuales y auditivos que rigen
liturgias y ceremonias de las religiones estructuradas por un calen-
dario. Turner afirma que el peregrino, a las religiones, las observa;
pero en la peregrinación, participa (2008 [1974]:193). Tentamos
hacer lo mismo con las celebraciones. Y seguiremos intentando.-
Bibliografía
329
SOBRE LOS/AS AUTORES/AS
Gustavo BLÁZQUEZ
Doctor en Antropología Social por la Universidad Federal de Rio
de Janeiro. Actualmente es investigador de Conicet, con lugar de
trabajo en el Instituto de Humanidades (IdH), profesor titular
en la Facultad de Filosofía y Humanidades (CIFFyH) de la Uni-
versidad Nacional de Córdoba (UNC) a cargo de la cátedra de
Teoría Antropológica III e Investigador Formado del Centro de
Investigaciones de la misma facultad, donde dirige el Programa
Subjetividades y sujeciones contemporáneas. Sus pesquisas recientes
se preocupan por una Antropología de la vida nocturna, con espe-
cial énfasis en las formas de sociabilidad y la producción social de
la sexualidad. Organizó diversas muestras y festivales artísticos en
Córdoba y dirige la Especialización en Estudios de Performance
de la Facultad de Artes (UNC). En 2018 recibió el Premio Nacio-
nal, categoría ensayo antropológico por su libro Bailaló! Género,
Raza y Erotismo en el Cuarteto Cordobés.
331
FFyH como parte del Programa Subjetividades y Sujeciones Con-
temporáneas (SECyT, UNC). Desarrolla investigaciones etnográ-
ficas en torno a prácticas de gobierno, antropología de las gestio-
nes y Estudios de la Performance. También, explora intersecciones
entre prácticas artísticas y etnográficas, y dimensiones políticas de
prácticas artísticas.
Laura NAVALLO
Licenciada y doctora en Antropología. Se desempeña como profe-
sora e investigadora de la Universidad Nacional de Salta y de Co-
nicet. Sus investigaciones se orientan a analizar las maneras en que
determinadas prácticas artístico-culturales se convirtieron en obje-
to de políticas públicas y gestión gubernamental ya sea por medio
de instituciones estatales o civiles. Actualmente, también indaga
las vinculaciones entre políticas, prácticas culturales y turismo.
332
y subjetividades contemporáneas en Córdoba” (Radicado en
CIFFyH/UNC). Las áreas temáticas de trabajo abarcan la pre-
gunta por la construcción de géneros y sexualidades e incluye la
indagación en la producción de subjetividades y sociabilidades
nocturnas en mundos artísticos y prácticas festivas.
Sandra RUIZ
Licenciada en Psicología (UNC) y magister en Antropología
Social (UNC). Sus áreas de trabajo son género, sexualidades,
performances, y subjetividades. Froma parte del Programa de
Investigación Subjetividades y Sujeciones Contemporáneas,
CIFFyH, UNC.
333
Gabriela ROBLEDO ACHÁVAL
Abogada y magister en Antropología Social. Sus áreas de trabajo
son género, teoría queer, sexualidades, y performances. Es investi-
gadora del Programa de Investigación Subjetividades y Sujeciones
Contemporáneas, CIFFyH, UNC.
Mariela CHERVIN
Profesora en Historia y doctora en Ciencias Antropológicas de la
Facultad de Filosofía y Humanidades (UNC). Para su tesis de doc-
torado, investigó sobre el carácter procesual, performático y per-
formativo de las fiestas de 15 años en la Córdoba contemporánea.
Actualmente, se desempeña como docente en una escuela de nivel
medio, en la Facultad de Arte y Diseño (UPC), y en la Especializa-
ción en Estudios de Performance de la Facultad de Artes (UNC).
Cecilia CASTRO
Licenciada en Comunicación Social (FCC-UNC), doctora y ma-
gíster en Antropología por la FFyH-UNC. Becaria postdoctoral
de CONICET, con lugar de trabajo en el Instituto de Humanida-
des IDH UNC. Integra el equipo docente del seminario “Género
y sexualidades: abordajes teóricos etnográficos” (FFyH- UNC) y
de la materia Antropología Sociocultural (FCC-UNC). Se desem-
peña como profesora adscripta en Teorías Antropológicas III. Sus
trabajos se centran en la producción de subjetividades infantiles y
juveniles en espacios de divertimento urbanos contemporáneos.
334
de la cultura. Además se desempeña como profesor adscripto de la
cátedra Antropología Cultural en la Facultad de Lenguas (UNC).
335
de música electrónica en la ciudad de Córdoba. Actualmente se
encuentra trabajando en el marco de una Beca Doctoral otorgada
por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas,
en una investigación sobre la producción de un mundo de trabajos
asociado al desarrollo de combates, ferias y encuentros de (re)crea-
ción medieval en la ciudad de Córdoba.
336
Se terminó de imprimir
en noviembre de 2020
Córdoba | Argentina