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"SÓLO UNA"
"Si intentamos aprender en los libros, el noble juego del ajedrez, no tardaremos en
advertir que sólo las aperturas y los finales pueden ser objeto de una exposición
sistemática exhaustiva a la que se sustrae, en cambio, totalmente, la infinita variedad
de las jugadas siguientes a la apertura. Sólo el estudio de partidas celebradas entre
maestros del ajedrez puede cegar esta laguna. Pues bien: las reglas que podemos
señalar para la práctica del tratamiento psicoanalítico están sujetas a idéntica
limitación".1
La cuestión planteada por Freud es simple: como en una caja .negra, a la entrada y a
la salida podemos dar cuenta de los procedimientos que se van produciendo; mientras
que lo que acontece en el medio es muy difícil encontrarle alguna regularidad. Sólo
algunos maestros han dado cuenta de la lógica que sustenta los procesos que allí
tienen lugar -nosotros diríamos: en el consultorio, entre analista y analizante.
Intentaremos servirnos de sus enseñanzas.
Todos saben, muchos lo ignoran, la insistencia que pongo ante quienes me piden
consejo sobre las entrevistas preliminares en el análisis eso tiene una función, para el
analista por supuesto esencial. No hay entrada posible en análisis sin entrevistas
preliminares"2. (Hoja 11 original)
Esta frase es asertiva. Es categórica: "no hay entrada en análisis sin entrevistas
preliminares". Vamos a escribirlo así:
Ea=> Ep
1
Freud. S. “La iniciación del tratamiento” (1913), Obras completas, Tomo II, Editorial Biblioteca Nueva,
1981m pag. 1661.
2
Lacan, J.: Seminario 19, "El saber del psicoanalista", 1971.
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Ernesto S. Sinatra
analítico. Esto pareciera ser una obviedad pero si ustedes conversan con
(Hoja 12 original)
colegas de otras orientaciones, constatarán que no es una verdad que vaya de suyo
que la entrada en análisis esté determinada por las entrevistas preliminares y que
sigan su lógica.
Sin embargo, desde nuestra orientación lacaniana, tenemos este enunciado asertivo
que localiza como condición de la entrada en análisis las entrevistas preliminares.
¿Qué quiere decir esto?
Es decir, que hay algo más que ha de suceder para que la entrada en análisis se
produzca, a partir de las entrevistas preliminares.
En ese algo más está el hueso, la clave, el resorte mismo de la II causa. Vamos a ver
cómo podemos ceñirla hasta localizarla.
Si digo que las entrevistas preliminares son condición de entrada y que algo más tiene
que suceder se puede desprender, lógicamente, que las entrevistas preliminares
aparecen ya como cierto dispositivo que habría de permitir la entrada. Ese dispositivo
habrá de construir las condiciones de analizabilidad. Para Jacques Lacan las
entrevistas preliminares cumplen una función absolutamente precisa: evaluar las
condiciones de posibilidad de una persona de soportar la apuesta analítica. Hay no
sólo el dispositivo, las entrevistas preliminares, sino que ellas están en relación de
subordinación respecto al dispositivo para el cual y al cual ellas habrán de servir: el
análisis.
Respuesta:
Respuesta:
Con las respuestas que ustedes me han brindado tenemos dos de los elementos
centrales para situar los "criterios de analizabilidad": la evaluación clínica y la
localización subjetiva. Faltaría uno más, que es consecuencia de los dos anteriores: la
apertura a lo inconsciente.
Intervención:
Yo había escuchado que no hay una sola entrada en análisis sino que en un análisis
hay varias entradas.
3
Miller, J. A.: Introducción al método psicoanalítico, Eolia Paidós, Buenos Aires, 1997
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E. S.: Esa es una pregunta suscitada a partir del Seminario de Los cuatro conceptos
fundamentales del psicoanálisis en el que hay una manera de conceptualizar al
inconsciente especialmente en relación con la transferencia por fenómenos de
escansión, apertura y cierre, a partir de un valor secuencial y temporal; Lacan piensa
el (Hoja 13 original) in consciente como una bomba pulsátil que se abre y se cierra.
Vamos a trabajar ahora -lo que voy a llamar- un intento de formalización para las
entrevistas preliminares. Partiré para ello del comentario de un enunciado de J.-A.
Miller, en el libro antes mencionado, en el que hace referencia a los estándares en el
dispositivo analítico, es decir, a las reglas normativas de la práctica; y dirá que, desde
la orientación lacaniana, no tenemos pa tterns, no tenemos patrones de conducta;
tenemos principios que debemos formalizar. A lo largo de este curso vamos a poner a
prueba nuestra formalización y verificar esta aseveración a partir de casos clínicos.
¿Cuál es la hipótesis de base? Una hipótesis no sólo tiene una demostración, una
tesis, sino que tiene postulados, y vamos a trabajar con esta estructura geométrica de
la lógica a partir de una hipótesis y cuatro postulados.
Ven que están los mismos términos que he escrito previamente en la pizarra:
Ea=> Ep
Todo esto vamos a probarlo, no vamos a dar por válida ninguna de estas
afirmaciones, incluso más allá de que provengan de (Hoja 14 original) la máxima autoridad
epistémica para nosotros: es decir, vamos a "bombardear" las citas de autoridad, para
probar si resisten -si se corresponden efectivamente con lo que acontece en la
experiencia analítica. Ya que si no hay una eficacia práctica de los conceptos, si no
responden las formalizaciones a la experiencia, si no permiten localizar, de alguna
manera, el campo de la experiencia, no tiene ningún valor para nosotros el despliegue
conceptual. Es decir, que no tiene ningún sentido emplear términos por más floridos
que sean, o por más que tengan una dialéctica bella -o conmovedora por las
resonancias que evoca- si no se corresponden con la experiencia real. No se trata de
estética, sino de la ética de un funcionamiento de los conceptos que permitan
orientarnos en las variaciones de la experiencia psicoanalítica.
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Ernesto S. Sinatra
Ea//Ep
(Ea =>Ep).(Ea//Ep)
Con los cuatro postulados que siguen, vamos a comenzar a localizar hacia dónde
apunto con esta hipótesis.
Primer postulado:
La entrada en análisis constituye un umbral que debe ser franqueado desde las
entrevistas preliminares por el entrevistado.
Segundo postulado:
Tercer postulado:
El corte efectuado -marcado en la pizarra por las dos líneas que indican la
discontinuidad-implica la puesta en juego de una categoría: la de decisión, la que
requiere de un consentimiento (o rechazo respecto 1 saber).
Por lo tanto, no sólo que este procedimiento no es algo mecánico, sino que para
traspasar el umbral hay que estar concernido por algo que hace al saber, al producido
en las entrevistas, a partir de una decisión.
¿Por qué? Porque, ni más ni menos, lleva a constituir la categoría de sujeto en torno
de la responsabilidad y de la elección; dando -de esta manera- lugar al siguiente
postulado, consecuencia directa del anterior:
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Cuarto postulado:
Tal decisión produce al sujeto -ésa es, en rigor, la verdadera localización subjetiva-
coordinado al emplazamiento del saber, el que dará lugar a la efectuación del
inconsciente por la vía del síntoma.
Como sabrán apreciar, lo que este postulado plantea, en principio, es casi todo el
desarrollo de un análisis.
Pero vayamos por partes: tal decisión respecto del saber produce al sujeto, produce
un sujeto; ergo, no hay un sujeto anticipadamente (Hoja 16 original) encarnado en el
entrevistado -por más que sea una persona de 'carne y hueso la que siempre llega a
la cita. Cuando nos referimos `al sujeto, estamos indicando una operación de
suposición que se deberá poner en juego para que haya análisis.
El entrevistado habrá conquistado ese nombre (sujeto), pero para ello deberá perder
algo.
Al dar lugar al inconsciente, el que llegue sabrá que no sólo hay mucho que no sepa
de sí, sino que además sabrá que hay un saber que o era sin que él lo sepa y que ese
saber tiene consecuencias en el cuerpo, en sus. pensamientos y en su relación con
los otros. Curiosamente, este sujeto no es una operación producida por la persona
sino, más bien, a expensas de ella; y que el sujeto -cuando demuestre estar
coordinado al inconsciente, lo hará a partir de los traspiés que ha de dar el que habla
en un análisis.
Hoy voy a intentar demostrar esta hipótesis y sus postulados, a partir de una viñeta
clínica a la que llamaré "Sólo una".
Un hombre joven solicita una entrevista por teléfono de un modo singular. En un tono
cortés y atildado, me pide que lo reciba por un problema muy específico que él
vendría a plantearme. A continuación, impone una condición: sólo aceptaría venir a
verme si yo cumplo con su exigencia. ¿Cuál es?: que sea "sólo una". Él pretende
"sólo una" entrevista.
¿Qué hacer frente a ese pedido?, ¿cómo responder de un modo satisfactorio? Por mi
parte, luego de un momento de vacilación, acepté sus condiciones y lo cité para el día
siguiente.
Debo decir que mi decisión fue una apuesta, más allá de mis propias consideraciones
acerca de lo verdadero y de lo falso; pero no menos de cierta inquietud que se
apoderó de mí al prometer algo que, si todo salía bien, sería imposible cumplir; ya que
para que el dispositivo analítico funcione se necesita, como sabemos, más de una
sesión y más de una entrevista.
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De una pregunta que él venía a hacerme y que yo debía contestar en esa única
entrevista.
A todo esto, desde mi función como practicante, me encontraba -por un lado- con la
dificultad de cómo no responder puntualmente a una demanda y -por otro- inmerso en
la intriga que este hombre iba creando respecto de cuál, era la pregunta que venía a
formularme. Efectivamente, se dan cuenta de que -al menos en este punto- la barra
de la división que conviene a la posición del entrevistado, estaba más bien del lado
del psicoanalista: es decir, del mío.
Esta presentación tan meticulosa que este hombre realizaba, permitía anticipar una
evaluación clínica, perfilando la estructura que -según veo- algunos de ustedes ya
están susurrando: neurosis obsesiva.
Por lo pronto, nuestro entrevistado llegó a mi consulta cargando con ese saber como
un saber muerto que así caracterizaba: "me dijo eso, sí tiene razón. Ese no es mi
problema."
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Por otro lado, él ya me había proporcionado una clave a la que, como analista, era
necesario que recurriera: "no me diga lo que ya sé, porque no me sirve para nada,
porque eso ya me lo dijo el otro"; tal la enunciación de -lo que ahora podemos
interpretar como- su advertencia al analista.
En este ejemplo, con este detalle, se aprecia una cuestión crucial: comprueban
ustedes cómo el valor de verdad verdadero-- de un enunciado puede ser
absolutamente ineficaz, cómo puede pasar -absolutamente- de largo al formularse de
modo interpretativo. Con lo cual, ya estamos sensibilizándonos respecto del valor que
la verdad tiene en el análisis; estamos prestos a comprobar el modo en el que un
analista puede perder la brújula si se encomienda ala verdad como amo absoluto.
"Dígame, ¿por qué mi novia no quiere tener relaciones sexuales conmigo?": esta
pregunta que -como psicoanalista- me era, verdaderamente, dirigida, es una pregunta
que transportaba un verdadero sufrimiento para quien la enunciaba; clara en su
formulación, obvia por su planteo... pero a pesar de todo eso, yo no podía -ni sabía-
cómo contestarla.
Por supuesto, me imaginaba -mientras escribía esta viñeta- algo que podrían ustedes
estar pensando; por ejemplo: ¿no decía Lacan pite no hay que 'responder ala
demanda' sino 'interpretarla'? Sí, ese es el saber referencial de los libros que acude a
nuestra memoria; inclusive, puede ocurrir esta irrupción en el momento preciso que
estén analizando, y -entonces- pensar: "no, no tengo que responder a la demanda".
Planteada así, ¿cuál es el valor de esta frase? ¿Sería ella orientadora de la dirección
de la cura, permitiría organizar la táctica interpretativa por medio de aplicar la teoría al
caso; o -por el contrario- se trataría, más bien, de una exigencia superyoica que
precipitaría a la inhibición, a la parálisis, a la neutralización de la acción analítica?
En los practicantes noveles, en los jóvenes principiantes, es aún (Hoja 20 original) más
frecuente que en el resto de los practicantes el hecho de quedar sometidos a esta
presión, a la exigencia superyoica del Sujetosupuesto-Saber-de-los-textos; a esta
figura de goce del Otro que opera en algunos momentos de vacilación, en los que el
practicante no sabe qué hacer en ese preciso momento: "¿qué debo escuchar?" "¿Es
eso que acaba de decir ese analizante, a lo que se refería Lacan cuando escribía en
el Seminario 20: "Que se diga queda olvidado tras lo que se dice en lo que se
escucha?" O bien, "¿debo anotar?" "No, no hay que anotar sino escuchar a la letra,
leer lo que el analizante ha escrito".
4
A partir de aquí, SSS será apócope de Sujeto-supuesto-Saber.
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"Pero, ¿cómo hago para anotar y escuchar lo que el analizante dice al mismo
tiempo?" Y así siguen manifestándose las imposiciones del superyó epistémico del
SSS encarnado en el pensamiento.
Lacan, si bien podía tener un estilo que -en determinado momento- parecía caer casi
despiadadamente sobre las desviaciones de los pos-freudianos (de hecho, así era),
más allá de su persona, se trataba de una cuestión de estilo. Lacan empleaba una
perspectiva barroca en sus argumentaciones y en sus alocuciones, incluso hacía uso
de la burla como una categoría de la retórica.
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pie juntillas y de memoria, no alcanza. Lo más factible es que cuando uno (Hoja 22 original)
recuerde una cita, por el contrario, ésta aparezca como una exigencia de carácter
superyoico.
Curiosa forma de recuerdo la que estamos planteando: olvidar los textos. Esto sería
recomendable para saber hacer con ellos, sería una fórmula de un pretendido acto
logrado en el dispositivo analítico: olvidar los textos para saber hacer con ellos.
Porque si uno está pensando en "qué diría el Otro respecto de lo que tengo que hacer
ahora", esto anonada. a cualquiera. Si eso, en cambio, está implementado de un
modo preciso en el hacer, ya no es el saber sino es el "saber hacer con eso" lo que
opera. Ello implica la máxima forma de compenetración topológica entre teoría y
práctica: la teoría incorporada en el acto mismo; la práctica es la teoría en su
aplicación en el momento de establecer un corte de sesión o de entrevista, de ubicar
una interpretación o de realizar un acto, el que se reconocerá siempre por sus efectos.
"Olvidar los textos para saber qué hacer con ellos", aquí les resonará, tal vez, una
frase empleada en la última enseñanza de Lacan para dar cuenta del síntoma.
La articulación entre teoría y práctica va a atravesar todo este curso porque, en última
instancia, vamos a demostrar que es el psicoanálisis como síntoma lo que se
pretende obtener por cada practicante. "El psicoanálisis como síntoma" no se debe
leer: los síntomas del psicoanalista; no se trata de promover la angustia del
practicante confrontado, en un momento de su práctica, al recuerdo. angustiante de
las citas -en la manifestación surpeyoica del Otro, a la que antes hicimos referencia;
no es eso lo que se intenta promover. El psicoanálisis como síntoma obtenido por el
analizante al final del recorrido en su propio análisis: de eso se trata, de un saber
hacer allí -en cada dirección de la cura- como practicante del psicoanálisis, un saber
hacer allí con eso (es lo que podemos considerar: el saldo práctico de un análisis).
El psicoanálisis como síntoma también toma el valor de indicar que aquél que llegó a
ese lugar desde la posición de analizante y tomó el relevo de psicoanalista (como
analizado) lleva el psicoanálisis como un resto incurable, fecundo pero incurable:. en
esta orientación es su síntoma el psicoanálisis.
Intervención:
-Aquello que me parece que hace obstáculo, además del texto, a veces son las
indicaciones en el control.
Cuando el supervisor interviene marcando "esto no, tendría que haber dicho esto
otro", el "paciente" -en el que se ha transformado el supervisadollega al encuentro con
su propio paciente en la siguiente sesión y espera que vuelva a ocurrir el momento
para -ahora sí- insertar 1a interpretación y hacer lo que "debería" haber hecho. El
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problema es que, esa ocasión, casi nunca llega. Se pueden comprobar, entonces,
forzamientos increíbles realizados para intentar volver al tema: "¿pero usted no estaba
hablando, acaso, sobre aquello que le hizo a su hermano cuando tenía cuatro años?",
"No, yo no estaba hablando de eso", dirá el entrevistado. Ciertamente el valor que
puede tomar el Otro para uno, es determinante de la relación -también transferencial-
a establecer entre el practicante y el analista control.
Pero quiero agregar que -creo- hay algo ahí que, estructuralmente, no funciona muy
bien en la supervisión (o el control). Tenemos dos palabras para ella y ninguna de las
dos nos "gusta"; no nos gusta control, no nos gusta supervisión.
Intervención:
Él decía que había aceptado acudir esa única vez y que no era solamente la única
sino que era la última.
5
Valga como ejemplo el "síndrome del corset", conversión que estaba delimitada en el cuerpo por lo que
sería el perímetro de tal prenda, desafiando al saber médico de la época.
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Todos sus padecimientos parecían girar en torno de esa novia que había devenido su
síntoma, él sólo hablaba de ella, sólo estaba preocupado por ella, ella era
verdaderamente la causa de su angustia, de su malestar, de su resentimiento, hasta
de las variaciones cotidianas de su humor (ven cómo podemos leer ahora, más
claramente, la formulación -quizás difícil de Lacan- de que una mujer puede ser el
síntoma de un hombre).
Pero en ese momento produjo una nueva interrogación: ella lo humilla y él quiere
saber por qué lo hace; como verán, hay aquí algo nuevo, estamos avanzando en la
entrevista -aunque sea "a paso de tortuga"- respecto de la posición en juego. Ya hay,
presentándose, una interpretación realizada por el entrevistado acerca de su
padecimiento: el Otro -en este caso una mujer, su novia-, lo humilla; además él
supone que ella se satisface en ello, pero él no sabe por qué. En verdad, no está
completamente seguro de su satisfacción. Cuando lo interrogo sobre este punto dice:
"me parece que a ella le gusta humillarme, pero no podría asegurarlo".
Vemos despejarse en este punto que no hay un indicador de certeza respecto de una
pretendida suposición de goce del Otro, descartando con ello un elemento diferencial
para la psicosis. En verdad, es por eso que lo interrogué en ese punto, para descartar
que no se tratara de una convicción delirante (ella gozaría de él, humillándolo), bajo el
signo de la certeza que indicaría perplejidad. En el caso presente, él sabía que ella lo
humillaba y suponía que a ella eso le gustaba, creía que era un gusto de ella, pero de
eso no estaba seguro.
No es para nada lo mismo la suposición de saber que la certeza del goce, y en esta
diferencia transitamos la diferencia estructural clínica entre la neurosis y las psicosis.
Pregunta:
-¿Le preguntó por qué él decía que lo humillaba y a qué llamaba "humillación"?
E.S.: Por empezar es preciso resaltar que hemos avanzado respecto del momento
anterior, allí el entrevistado suelta un término más, el que condensa un preciso valor
de satisfacción: "humilla" . Más allá de que en este punto y en este momento el
entrevistado no sepa qué quiere decir con lo que dice, la localización de un
significante es muy importante, sobre todo cuando indica una condición de
satisfacción.
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Se trata de dar lugar a que la persona que habla evidencie una sensibilidad respecto a
la lengua que él habita -y, muy especial mente, a la lengua que lo habita: es decir, sin
su "intención". Desde el inicio la interrogación tiene una función de evaluación clínica,
pero además se trata de que el entrevistado vaya localizando el valor de significación
que le otorga a sus síntomas. También, mientras transcurren las entrevistas, la
interrogación va haciendo lo suyo respecto de la localización de la transferencia: sitúa
al sujeto en su función de representación, mientras se dirige al analista la suposición
del saber necesaria para dar inicio al análisis. Las buenas orientan la dirección de las
entrevistas.
Pero una advertencia: lo que se desprende del uso de la función interrogativa en las
entrevistas es que no es en nombre del gusto personal del analista por la significación
que él hace uso de ella. La importancia del lenguaje en el análisis fue desarrollada por
Lacan en los años 50 cuando efectuó el pasaje de todo el dispositivo freudiano por la
retórica y la lingüística -especialmente, a partir de Ferdinand de Saussure y de Roman
Jackobson. No es que lo hacía por erudición o por cierta inclinación por -lo que en ese
momento se daba en llamar- el estructuralismo; más allá de un gusto singular de
Lacan, él toma rigurosamente en serio que es el lenguaje el único elemento del que
disponemos para operar en el análisis.
Intervención:
E.S.: El tema del referente es un problema crucial para la lingüística y no menos para
el psicoanálisis. Se trata de no dar por sentado lo que "eso" quiere decir. Uno puede
tener muchas figuraciones de un término que tiene una resonancia afectiva,
semántica tan fuerte como "humillación". Ustedes se dan cuenta de que la
sensibilidad fantasmática de cada cual, puede hacer perder a cualquiera. Ahí tenemos
entonces la función que la interrogación: en principio loca izar, quién habla y quién
escucha. El practicante del psicoanálisis es, en la función analítica, el receptor de la
demanda del Otro, y es instituido en ese lugar-Otro por aquél que nos habla.
Aclarémoslo, si bien desde cierta perspectiva tal poder discrecional del oyente
consiste en la función que permite localizar al sujeto en el dispositivo, desde otra
perspectiva sería aquello de lo que el analista debería privarse, ya que, como ejercicio
de un poder el analista-oyente tendría la clave universal del sentido, y ¿qué más
"natural" que el que escucha, al determinar el valor de significación de lo emitido por
aquél que habla, intervenga desde ese poder para imponer su parecer? Pero el
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término que modula el poder del oyente es el término que le sigue: discrecional, con el
que se limita el poder, reduciéndolo a una función. Lo discreto de la escucha, pero
también la discreción analítica enmarcan la función lenguajera en el dispositivo.
El sentido común, en ese sentido, es nuestro peor consejero. Por eso la interrogación'
permite abrir la obviedad supuesta en. los enunciados formulados, y, al mismo tiempo,
conduce a estar atento ¡a los pequeños detalles que puedan dar indicadores
diagnóstico de localización fantasmática -como vamos a ver, y que están marcados en
este caso.
Pero, decíamos, se "soltó" un término. Voy a escribir algo para ubicar lo que tenemos
hasta ahora:
S1 → S2
He colocado el primer significante ("sólo una") que representa a esta persona, la que
ha devenido sujeto por esta misma función de representación
He colocado un signo (-,) y luego otro significante que se desprendió en ese momento
de la entrevista ("humilla").
"Sólo una ⇒ humilla". En estos dos significantes está representado el sujeto, definido
en tanto la "simple" remisión de un significante hacia otro. "Sólo una" remite a
"humilla", el que -a su vez- se hace representar por "novia". Ustedes comprobaron que
este segundo significante fue soltado luego de un momento en el cual parecía que
nada más podía decirse: "yo vengo aquí para que usted me diga por qué mi novia no
quiere acostarse conmigo... usted tiene que responderme". Ustedes aprecian que la
vertiente casi natural de la respuesta iría, más bien, del lado de: "yo nada tengo para
responderle" y cuya consecuencia -casi inevitable- sería: "entonces, me voy".
Es decir, que en el momento en que surgió este significante -el segundo: "humilla"-,
este S2 indica que se pudo atravesar un impasse. Podemos agregar que en esta
remisión se pasa de interrogarse: "¿por qué ella no quiere coger conmigo?" -vamos a
decirlo como lo decía él- a querer saber: "¿por qué a ella, sólo una, le gustaría
humillarme?"
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Ustedes se dan cuenta de que no hay ningún cálculo previo que me podría haber
informado de cómo responder, y -menos aúngarantizarme que la respuesta, que yo
diera sería la aceptada.
¿Qué hice en este caso? Esperando una situación mas propicia, decidí no intervenir;
es decir, dejar que el material reprimido estuviera más asequible para la conciencia
del sujeto, mientras se localizaban las condiciones de efectuación de la transferencia
-al menos ésa era mi apuesta. ¿Hice bien? ¿Hice mal?, en verdad -comodel deseo se
pregona-, sólo "por sus frutos lo reconoceréis", ése es el valor de aprés-coup que
tiene el acto analítico. Nunca se sabe si una intervención en sí misma es o no es un
acto analítico, solamente se sabe por los efectos producidos a posteriori; y, para eso,
hay que soportar la espera, hay que saber que en la sesión siguiente, en la
subsiguiente o en la otra, tal vez, se sabrá si la intervención realizada tuvo o no,
efecto de discurso, es decir, como se dice vulgarmente si "entró" o no lo hizo.
Ahora, ya que anticipé algo así como un interlocutor imaginario -similar a ese objetor
que tenía Freud en algunos de sus textos alguien podría decir: ¿pero Lacan no
recomendaba, acaso, interpretar para situar la transferencia y no al revés como usted
parecería decir, o sea, esperar la transferencia para interpretar? Freud decía de la
relación entre transferencia e interpretación, que hay que esperar a que se sitúe la
transferencia para interpretar. Lacan viene a decir: la interpretación, sitúa la
transferencia, pero también al revés, en otro momento de sus escritos. Y podríamos
plantear nosotros: ¿necesariamente una afirmación es verdadera y la otra es falsa?
¿Son dos maneras de decir: el huevo o la gallina?
Me parece más bien que se trata de esta última formulación. Porque Lacan llega a
decir, en sus últimas enseñanzas, que la transferencia es la interpretación. Hay una
función dialéctica de la interpretación bajo transferencia. A1 interpretar se sitúa la
transferencia y la transferencia se sitúa mediante la interpretación y el acto analítico.
¿Cómo se localiza al sujeto en las entrevistas? No es dándole alguna silla que uno lo
va a localizar. Es cierto que es preciso interpretar para situar la transferencia; es
verdad, peto no es menos cierto que debe existir un sitio -un espacio transferencial-
para producir la interpretación; por Freud sabemos hasta qué punto una interpretación
lanzada fuera de transferencia es salvaje, silvestre.
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Intervención:
E.S.: Muy bien. El valor de interpretación puede estar situado muchas veces por un
silencio. En otros casos, por una palabra, o por un gesto, por un corte de sesión o de
entrevista; en otros por una frase que sea cita de lo que acaba de decir el analizante
(o el entrevistado). Es decir, que tampoco para esto hay una garantía absoluta -prét á
porter- la que daría el valor de verdad de la intervención. ¿Qué hacer cada vez?
Eso está totalmente determinado por lo que acaezca en ese momento, bajo
transferencia, en el dispositivo analítico, y esto es lo que no se puede reglamentar.
Hay siempre un riesgo que se pone en juego en el cálculo interpretativo, por más
cálculo que se haga. El acto analítico siempre tiene un margen de error inevitable.
Se ubica de este modo un rasgo muy preciso de la obsesión que dificulta, en muchos
casos, las entrevistas preliminares. Hay que poder atravesar estos momentos, en los
cuales se compacta el discurso del entrevistado de tal forma que no hay cómo dar
lugar decir algo, a ubicar una interrogación que pudiera abrir la fijeza d ese discurso,
decir alguna palabra que pudiera cambiar la orientación de la certeza de lo que se
dice.
Pero a continuación surgiría, ahora sí, un acontecimiento imprevisto que fue producto
de un lapsus decisivo: quiere nombrar a s novia, pero en su lugar pronuncia la
primera sílaba del nombre de su padre.
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neutralizándome antes de que yo dijera algo. Es decir, que aunque él mismo había
manifestado sorpresa, se molestó por la división subjetiva producida, carraspeó y
siguió de largo como si nada, comentando la humillación que le causaba su novia con
su negativa, pasó, nuevamente, y sin solución de continuidad, a lanzar una decidida
queja sobre las privaciones que le habría hecho sufrir, desde su niñez, su padre.
Fue entonces que relató un recuerdo que, en verdad, casi no 1 era, pues él había
convivido con ese pensamiento imborrable (aun que aislado de las demás
representaciones): su odio infantil por s padre, para manifestar, a boca de jarro -y sin
inmutarse- un desee que había reiterado desde su niñez: el de que -de una vez por
todas- su padre se muriera.
Intervine en ese punto para señalarle -ahora sí- la sustitución "novia"/ "padre". Frente
a su sorpresa por constatar lo obvio d mi intervención, descubrió una paradoja: su
amada poseía cierto rasgos que él ya sabía cumplirían con el ideal de mujer de su
padre (lo que implicaría que él habría ofrecido la dama de sus pensamientos a su
odiado padre).
Como en otros casos de obsesión: eso siempre está ahí, frente a sus narices: la carta
robada está a su alcance pero no puede servir se de ella. Tenemos, así, un elemento
que permite establecer el valor diferencial de la represión en la histeria y en la
obsesión. Por lo dicho, en verdad en la obsesión no podemos hablar netamente de
represión, su manifestación más próxima es el aislamiento, defensa con la que el
sujeto obsesivo evita confrontarse con la consecuencia de la proximidad de dos
representaciones en su conciencia.
Las dos cadenas disjuntas (padre-novia) se habían cruzado por la chispa del lapsus.
Se recubrían así dos imposibilidades que las entrevistas permitieron localizar: gozar
de su dama, ser- amado por su padre. En este punto sancioné la entrada en análisis.
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Creo que esta viñeta clínica puede colaborar a demostrar hasta qué punto el analista
de la orientación lacaniana no está autorizado a intervenir en el nombre de la verdad
absoluta, ni en el nombre del saber referencial de ninguna teoría (por más 'puramente'
lacaniana que fuera), ni en el nombre del padre (consejo, respuesta asertiva, o
inmovilidad técnica) que le permitiría ocupar el lugar del Otro que sí sabría administrar
lo que hay que hacer cada vez. Ya bastante nuestros entrevistados padecen al Otro
desde el lugar que le adjudican desde sus fantasmas, sin saberlo.
26 de marzo de 2002
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