Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Todos los períodos históricos resultan, a primera vista, inasibles en sus comienzos y
sus finales. Si bien es verdad que determinados acontecimientos ponen en evidencia
un cambio en la cosmovisión, es difícil determinar (por no decir imposible) una línea
divisoria. Como vimos con respecto a la noción de Larga Edad Media en teóricos
anteriores, la Edad Moderna se sume también en una serie contradicciones internas
que complejizan su sistematización.
Como ya sabemos, los cambios en las sociedades no se producen abruptamente.
Cuando podemos identificar modificaciones que afectan a ámbitos distintos (arte,
economía, política, educación, etc.) y acaban interactuando unos con otros, entonces
hablamos de cambio de período. Pero ningún cambio general se produce en una sola
fecha, gracias a un solo hecho o en un solo lugar. Empero, en el siglo XIX aparece
un personaje grande y fastidioso: el suizo-alemán Jakob Burckhardt (1818-1897). Historiador
del arte y la civilización, cercano a Nietzche, enamorado de Grecia, Burckhardt implanta
firmemente – fue el primero en hacerlo – la periodización que todavía nos maniata.
Apoyándose en su pasión por los antiguos, entusiasmado por el arte italiano del Quattrocento
(nuestro siglo XV), elabora la teoría de la ruptura. Él es quien inventó el Renacimiento, con R
mayúscula, aislado de la Edad Media (Le Goff, 2004: 46).
Y eso lo realiza con la publicación, en el año 1860, de La cultura del Renacimiento
en Italia. Allí presenta la teoría del renacer de las artes grecorromanas en el siglo XV
italiano, frente al “oscurantismo” de los diez siglos que separan a la Antigüedad del
Renacimiento (V-XV) y que hoy en día seguimos llamando Edad Media.
Si bien es verdad que existe cierto consenso en asumir el inicio de la modernidad a
partir de dos hechos acaecidos en el siglo XV -la caída del Imperio Romano de
Oriente y la llegada de Colón a América, con sus causas y consecuencias (renovación
del sistema político y económico, progresiva relevancia del saber científico,
renovación del sistema religioso, aparición de nuevos actores sociales, etc.) que dan
cuenta del cambio de mentalidad que comienza a gestarse-, también es cierto que los
movimientos internos del período, la pervivencia de la Edad Media y la
permeabilidad de las visiones de mundo entre el teocentrismo y el antropocentrismo,
evidencian una Edad Moderna tan compleja y mutable como su predecesora.
Pero así como la bibliografía coincide en la crítica a los compartimentos estancos del
trabajo de Buckhardt, también identifica la importancia en la historia de Occidente de
la Modernidad, que permite incluso pensar una macroperiodización que la tome
como eje. En este sentido, Dubatti (2009) identifica tres unidades extensas
supranacionales:
- Premodernidad (siglos V d.C. a XV): constitución progresiva de la cultura occidental a partir del
sincretismo del triple legado histórico greco-romano, hebreo-cristiano y germánico (Romero, 1994) y
afianzamiento paulatino de su singularidad en la visión cristiano-medieval. La cultura occidental no
incluye las civilizaciones griega y latina (siglos X a.C. a V d.C.), por sus radicales diferencias con
Occidente; se las considera antecedentes de la cultura occidental, debido a la proyección directa o
indirecta de sus legados sobre ésta.
Si bien esta noción se fundamenta en los principios del racionalismo y la observación como
fuente de autoridad, la ciencia moderna no es concebida como una simple actividad
contemplativa, la ciencia explica (o debe explicar) para facilitar el dominio de la naturaleza.
Tal como lo enuncia rotundamente Bacon: “Ciencia y poder humanos coinciden en una
misma cosa, puesto que la ignorancia de la causa defrauda el efecto” (2003: 72)
Finalmente y en sexto lugar, la progresiva ratificación del apogeo de la burguesía hegemoniza
la visión de mundo según su concepción materialista y pragmática, con el imperativo realista
para las ciencias y las artes. Así, se sustenta en los contratos comerciales la base de la
sociabilidad, promueve la movilidad social, el capitalismo y el mercado.
Del juglar a la Commedia dell'arte, del actor individual y errante a la compañía itinerante. El
pasaje de uno a otro no es de reemplazo (la juglaría sigue existiendo en nuestros días), sino
más bien un desarrollo que va hacia la profesionalización de la actuación, saliendo
paulatinamente de la marginalidad.
Como sosteníamos más arriba, uno de los caracteres distintivos del teatro renacentista estriba
en la construcción de edificios teatrales específicos, a la vez que conserva la tradición del uso
de una arquitectura teatral efímera o la apropiación de espacios no específicamente teatrales,
como los jardines de los palacios o el atrio de la iglesia.
Más allá del ejemplo italiano dado anteriormente, recordemos que Londres tuvo, durante el
período isabelino, teatros permanentes situados a ambos márgenes del Támesis. Eran de
madera y ladrillo con partes techadas de paja, lo que los hacía altamente inflamables. Solían
ser poligonales con tendencia a la forma circular; constaban de un patio en el que el público
seguía la representación de pie y dos o tres pisos de galerías. Esta disposición recordaba la de
las posadas inglesas en las que, a falta de otros locales, los cómicos se habían acostumbrado a
actuar. Es por tal motivo que a la hora de construir un teatro, se partiese de esta arquitectura.
En España surgieron los corrales de comedias, espacios abiertos que vinieron a sustituir como
espacio escénico a las fachadas y claustros de los templos, prohibidos para este uso por el
Concilio de Trento. “Inicialmente , se permitió a las cofradías religiosas (…) arrendar los
corrales y patios para organizar representaciones con las que recaudar fondos para fines
benéficos, dándose el caso de que en muchas poblaciones la cofradías regenteaban
personalmente” (Gómez García, 2007: 216). Como en algunas ciudades los corrales
estuvieron en los interiores de las casas, también se llamaron casas de comedias. Se trataban
de edificios de dos pisos con un gran patio en el medio, al cual ventilaban todas las galerías.
Las gradas estaban colocadas en dicho patio formando un semicírculo bajo los aposentos
(ventanas del primer piso) y un cobertizo cubría a los espectadores de la lluvia. Delante había
un patio descubierto, desde donde podía verse la función de pie. Posteriormente se colocaron
en ese espacio algunas filas de bancos, protegidos de la intemperie por unas lonas que se
extendían cuando hacía mal tiempo. Esta disposición funciona prácticamente sin cambios por
más de un siglo; sólo el interés por separar a las gentes de condición social inferior, llevó a
configurar la cazuela o corredor de mujeres, situada en la parte posterior del corral. La idea
inicial fue aislar durante la representación a la mujer del hombre, con el fin de que no
aprovecharan la situación para realizar otras actividades por fuera de la expectación teatral.
En Francia, por otra parte, las salas se emplazaron mayoritariamente en antiguos locales
destinados al Juego de Pelota, por lo que contaban con una arquitectura rectangular. Como
solamente en París existían doscientas de estas salas, fue fácil dar con los lugares de
representación. Constaban de un patio, en el que solía instalarse de pie el público popular. Al
igual que en Inglaterra, posteriormente se introdujo la costumbre de ceder parte del escenario
al público noble. Si tenemos en cuenta que el escenario era ya de por sí escaso, este hábito
poco beneficiaba el desarrollo del espectáculo.
El desenvolvimiento de estas salas teatrales le permitió al movimiento teatral ampliar sus
posibilidades estableciendo, por ejemplo, multiplicidad de escenas, como en el caso de la
tiring house del teatro isabelino o los tres niveles de galerías del teatro español.
Centrándonos en el teatro cortesano, donde el presupuesto era más holgado, tenemos incluso
experimentaciones más audaces. En 1635 Calderón de la Barca estrenaba en la noche de San
Juan la comedia mitológica El mayor encanto amor, en un estanque con tramoyas instaladas
en un islote central (Parque del Retiro). El Rey y la nobleza palatina asistían al espectáculo en
barcos mientras que el público estaba en los márgenes del estanque (Cancelliere, 2007). El
florentino Cosimo Lotti, escenógrafo de la representación, ideó un gran decorado en el que
intervenía el uso de maquinaria escénica con juegos de verdadera magia escenográfica. Por la
descripción de la comedia hecha por Casiano Pellicer en su Tratado histórico sobre la
comedia, sabemos que Lotti
provocó también una tormenta, con truenos y relámpagos, un terremoto y un arco iris. Se desmorona una
montaña y aparece en su lugar un rico palacio; se ve a Mercurio volando por los aires, y una metamorfosis
tiene lugar ante la misma vista del público. El estanque se llena, por obra y gracia de la magia de Circe, de
diversidad de peces grandes y pequeños, los cuales, jugando entre sí, han de arrojar por boca y narices
gran cantidad de rocíos de aguas odoríferas que, esparcidas por los circunstantes, les cause fragancia y
suavidad al olfato”(Pellicer y Tovar , 1958: 24).
No es de extrañar que fuese un italiano el responsable de la escenografía ya que, como
dijimos anteriormente, Roma continuó ostentando la hegemonía en el arte. Las novedades
introducidas por la perspectiva y el claroscuro atrajeron irremediablemente a los artistas
plásticos de todos los puntos cardinales, así como a los arquitectos y escenógrafos por los
avances tecnológicos. La proyección de los adelantos científicos en el arte como óptica, la
perspectiva, etc, configuraron una nueva escenotecnia teatral. Los grandes maestros estaban
en Italia y con ellos había que estudiar.
Es notable como, si bien en el diseño arquitectónico y escenográfico “ganó” Italia (pues a
pesar de todas las experimentaciones del Barroco y de Rococó terminó primando la caja
italiana, tanto para el teatro popular como para el cortesano), en la constitución dramatúrgica
“ganó” Francia. A partir del siglo XVII, como veremos más adelante, si la particular lectura
que los italianos tuvieron de la tragedia griega dio nacimiento a la ópera, la personal
asimilación que los franceses hicieron de la Poética de Aristóteles dio origen a la tragedia
neoclásica. Asimismo, mientras en Italia surgía la commedia dell´arte como continuadora del
teatro popular, en Francia florecía el teatro cortesano como consecuencia del “buen decir”
impuesto por la Academia. Recordemos que ésta es creada por el cardenal Richelieu en
1634/6 con el objetivo de unificar lingüísticamente al territorio, por lo que puso como
prioridad el canon y el buen uso del lenguaje. El interés por la normativa y la preceptiva
italiana como el Discorso intorno al comporre deiromanzi, delle commedie e delle tragedie
(1554) de Giraldi Cinzio, llevará a la dramaturgia francesa a construirse en base a una
preceptiva de géneros, de la regla de las tres unidades y la estructura en cinco actos que, si
bien tienen su origen en los preceptistas italianos como. Fue en Francia donde la fuerza de los
tratados modernos con respecto al teatro y al actor como L'Art poétique (1674) de Nicolas
Boileau-Despréaux, Lettre au pére Porée (1730) y Discours sur la tragédie (1731) de
Voltaire y Paradoxe sur le comédien (1769) de Denis Diderot, tuvieron en muchos casos
carácter de ley.
La gran novedad que supone la instauración de preceptivas para la regulación de la
producción teatral, decantará en los siglos posteriores en un nuevo concepto de teatro útil; esta
vez, al servicio de los valores burgueses.
Las poéticas del teatro del Renacimiento
Si bien el período fue sumamente floreciente con respecto a las nuevas poéticas teatrales
como la tragicomedia, el auto sacramental, la ópera, la comedia renacentista, las nuevas
formas del teatro cortesano, etc., la complejidad creciente por la aparición de las culturas
nacionales dificulta enormemente una sistematización exhaustiva de los nuevos aportes en
una sola clase. Por lo tanto, en las sucesivas unidades del programa (III, IV y V) nos
centraremos en los aportes ingleses, franceses y españoles a la vez que en esta unidad (II)
estudiaremos dos poéticas italianas: la comedia renacentista y la commedia dell´arte.
Bibliografía
Bacon, Francis (1870) The Works of Francis Bacon, vol. 4 Londres: Longmans.
Bacon, Francis (2003). Novum Organum. Buenos Aires: Losada.
Cancelliere, E. (2007) “Calderón y el teatro de corte” en revista Instituto Cervantes, España,
año III, número 17, noviembre-diciembre 2007.
Casullo, Nicolás (comp.) (2004) El debate Modernidad - Posmodernidad. Buenos Aires:
Retórica.
Debus, Allen (1978) El hombre y la naturaleza en el Renacimiento. México: Fondo de
Cultura Económica
Descartes, René (1982) El discurso del método. Madrid: Alianza
Dubatti Jorge (2009) Concepciones de teatro. Buenos Aires: Colihue
Eandi, María Victoria (2008) "El actor medieval y renacentista" en Historia del actor, Jorge
Dubatti (comp.). Buenos Aires: Colihue
Ferrer, Aldo (2007) “Globalización, desarrollo y densidad nacional”. En Repensar la teoría
del desarrollo en un contexto de globalización. Homenaje a Celso Furtado. Vidal, Gregorio;
Guillén R., Arturo. (comp).
Gómez García, Manuel (2007) Diccionario Akal de Teatro. Madrid: Akal.
Henry, John (2008) “Isaac Newton: ciencia y religión en la unidad de su pensamiento” en
Estud.filos nº38 Agosto de 2008 Universidad de Antioquia pp. 69-101
Houellebecq, Michel (2020) “En un peu pire. Réponses à quelques amis”.
https://www.franceinter.fr/emissions/lettres-d-interieur/lettres-d-interieur-04-mai-2020
Le Goff, Jacques (2004) En busca de la Edad Media. Buenos Aires: Paidós
Mousnier, Roland; Labrousse, Ernest (1981) Historia general de las civilizaciones: El siglo
XVIII. Barcelona: Destino.
Pellicer y Tovar, J., “Avisos Históricos”, en J. E. Hartzenbusch, Comedias de Don Pedro
Calderón de la Barca, t. I, p. 385.
Romero, José Luis (1999) Estudio de la mentalidad burguesa. Buenos Aires: Alianza.
Varley J. F. y Shergold N.D., Representaciones palaciegas 1603-1699. Estudios y
documentos, Londres, 1982.