Supongamos que una persona se dirige hacia sur del país por la carretera
que va hacia el este. Pero en el camino se encuentra con alguien que le
hace ver su error, que va por un camino equivocado, ¿qué esperaríamos
que haga esa persona ahora que tiene una información correcta?
Esperaríamos que dé media vuelta y se disponga a tomar por el camino
que lo llevará al lugar donde desea ir.
Ese es el mensaje que encontramos una y otra vez en el resto del NT: La
salvación es por gracia “por medio de la fe…; no por obras para que
nadie se gloríe” (Ef. 2:8-9; comp. Rom. 3:21-22, 26-31; 4:3-5; por sólo
mencionar algunos).
El amor, por ejemplo, es una virtud más excelente que la fe; eso es lo
que dice Pablo en 1Cor. 13:13. Pero no somos salvos por amar, sino por
creer. El que ama, con un amor verdadero, actúa y hasta se sacrifica si
es necesario por el objeto amado. Pero la salvación es por gracia, no por
obras, no por méritos propios, no por nuestros sacrificios.
Por eso no somos salvos por amar, sino por creer, por depositar nuestra
fe en Cristo, porque la fe no es una obra, sino una mano desnuda que se
extiende humildemente para obtener el beneficio de lo que Otro hizo.