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CURSO:
PLENITUD HUMANA E INTEGRACION EN DIOS
Profesor: Lic. Luis Martínez Servellón
Email: luisbmar704@gmail.com

TEMA 4: PSICOLOGÍA Y ESPIRITUALIDAD II

La espiritualidad abarca la totalidad de la persona, es decir, valora a la persona


íntegramente. Es “vivir según el espíritu”. ¿Por qué? Porque vivir según el espíritu
equivale a “vivir la vida con espíritu”. El espíritu no es algo que está fuera de la
materia, fuera del cuerpo, fuera del mundo. El espíritu está dentro. Habita en la
materia, en el cuerpo, en la realidad histórica, porque está allí dándole vida.

Cómo vimos, el término bíblico “espíritu” evoca el aire (ruah) que respiramos
para vivir. El espíritu posibilita que las personas tengan vida y sean lo que son. Las
llena de fuerza, las mueve, las impulsa, las lanza al crecimiento y la creatividad.

El espíritu de una persona es lo más hondo de su propio ser, sus motivaciones


últimas, su ideal, su pasión, la mística por la que vive y lucha… Es lo que da sentido
a su vida. Desde esta perspectiva, una persona es “espiritual” cuando vive
realmente con un “buen espíritu”, es decir, cuando tiene buen corazón, buenas
intenciones, ideales nobles; y “no es espiritual” o tiene mal espíritu, cuando carece
de ánimo, vive sin ideales, cuando se encierra en sí misma o vive una vida
superficial. Es importante aclarar que la persona es estructuralmente espiritual,
siempre seremos espirituales, sin embargo, esta dimensión puede “atrofiarse”,
podemos perder lo propio del espíritu humano.

Distinguimos entre “espíritu” con minúscula y “Espíritu” con mayúscula. El


primero es la fuerza vital que brota desde abajo, desde la tierra, desde el ser
humano. El Espíritu con mayúscula es el mismo Dios que actúa desde arriba
transformándolo todo: personas y realidad histórica. «De pronto, vino desde arriba
un viento fuerte… y quedaron todos llenos del Espíritu Santo» (Hch 2,2-4). Del
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encuentro de ambos espíritus, “el de arriba” y “el de abajo”, nace la Espiritualidad


Cristiana, que es el más profundo vivir según el Espíritu Santo, dejarse guiar por Él
desde las propia estructura humana.

Espiritualidad es entonces caminar según el Espíritu, que es “soplo de Dios”.


Por eso la espiritualidad es energía, dinamismo, libertad, amor, fidelidad,
donación, vida, alegría… (Rom 8, 10). El espíritu no se opone al cuerpo sino a la
muerte. Por lo tanto, «la gran oposición no es entre espíritu y materia, o entre alma
y cuerpo, sino entre vida y muerte» (Boff).

1. Espiritualidad, patrimonio de todos los seres humanos

La espiritualidad no es solo de los religiosos, religiosas, sacerdotes, ni siquiera


de los cristianos. Todo ser humano está llamado a vivir la vida con espiritualidad,
sea cristiano o no cristiano, creyente o no creyente. La espiritualidad humana es la
base de toda espiritualidad religiosa.

«El espíritu es la dimensión de más profunda calidad que tiene el ser humano,
sin la cual no sería persona humana” (P. Casaldáliga). Espiritualidad es entonces la
expresión de vivir la vida con una ética: autenticidad, rectitud, respeto, pasión por
la justicia, espíritu de servicio, bondad, madurez, libertad… Espiritualidad es un
talante, un “estilo” que empapa toda la vida de una persona. Espiritualidad viene
a ser también, como un clima, una forma de pensar y actuar en nuestras relaciones
con los demás, con el mundo, con nosotros mismos, y con Dios.

2. Conocimiento propio
No es pequeña lástima que no nos conozcamos…

Con una mirada podemos voltear y ver las más tristes y vergonzosas imágenes
de muerte alrededor de todo el mundo. Basta con ver las guerras en los últimos
años, los abusos sexuales a menores y a mujeres indefensas, la miseria con que
miles de personas viven en nuestro planeta, las injusticias cometidas a miles de
personas por parte de gobiernos corruptos.

Escuchar los gemidos de dolor del pueblo de Dios es un compromiso que


tenemos como seres humanos, como cristianos.
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Pero… como escuchar, como saber de las necesidades de los demás sino
sabemos las nuestras, como mostrarnos solidarios sino conocemos con
profundidad, hasta dónde mis huesos pueden vibrar con los de mi prójimo.

A las personas nos falta conocimiento de nosotros mismos, nos falta sabernos
profundos y misteriosos, nos falta un reconocimiento de nuestra hermosura.

Todos los seres humanos por lo menos una vez en el transcurso de nuestra vida,
nos hemos preguntado ¿Quién soy yo?, y la mayoría de las veces, después de
reflexionar largo tiempo, nos vamos dando cuenta que este conocernos a nosotros
mismos nunca termina, sino que nos conocemos en la medida que nuestra
conciencia está abierta al crecimiento y cuando crecemos nos acercamos a nuestro
ser, a nuestro yo.

Este crecimiento de nuestro ser se va haciendo en la medida que nosotros


estemos en contacto con nuestra realidad personal, de los otros, de la naturaleza
y de Dios en nuestra vida.

En nuestra sociedad actual le damos importancia al hecho de ser auténtico. Ya


es un lugar común lo de las máscaras con que ocultamos el rostro de nuestro yo
“real”, o lo de los papeles con que disfrazamos nuestra verdadera personalidad.
Se sobreentiende que, en algún lugar, dentro de ti se oculta el verdadero “yo”. Y
se supone que éste es una realidad estática y ya formada.

La frase de Santa Teresa de Jesús “no es pequeña lástima que no nos


conozcamos a nosotros…” habla de un conocimiento de mi persona y de los que
me rodean, crecemos en un cara a cara, en un construir mi persona en sociedad,
pero es necesario conocer lo qué soy, cómo soy, por qué vivo, cómo vivo, para
responder a los signos de los tiempos. Conociéndome, con profundidad, respondo
libre, completo y generosamente por la vida. Opto construir y no destruir el Reino
que se me ha regalado.

A través de la experiencia de Santa Teresa y San Juan de la Cruz, se nos brinda


la oportunidad de crecimiento y clarificación en la búsqueda de Dios, visto como
nuestro fin y centro de vida. Es abrir todas nuestras capacidades para conocer lo
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hermoso de mi persona, lo grande y original que Dios me ha hecho en medio de


este mundo, es decir, es descubrir a Dios como centro de mi vida y sostén de toda
persona que sufre y gime por El.

a. La experiencia de los santos y su valoración positiva de la persona humana

Teresa de Jesús, a partir del símil del castillo interior (la persona), dice: «basta
decir su Majestad que es hecha a su imagen para que apenas podamos entender
la gran dignidad y hermosura del ánima» (1M 1,1). Hermosura que no se pierde,
aunque la persona viva en el pecado (Cfr. 1M 2,3) y se sienta indigna de Dios: «y
como estaba espantada de ver tanta majestad en cosa tan baja como mi alma,
entendí: no es baja, hija, pues está hecha a mi imagen» (R 54 ó CC 41,2). San Juan
de la Cruz piensa de la misma manera: «grande contento es para el alma entender
que nunca Dios falta del alma, aunque esté en pecado mortal, ¡cuánto menos de
la que está en gracia!» (CB 1,8), y, además, «Dios en cualquier alma, aunque sea en
la del mayor pecador del mundo, mora y asiste sustancialmente» (2S 5,3), pues el
alma en cualquier situación en que esté: «en sí es una hermosísima y acabada
imagen de Dios» (1S 9,1).

La creatura humana lleva en sí la notable pero desafiante tarea de la libertad, la


cual le ha sido otorgada como un don para autoconstruirse. Según el relato del
Génesis, hombre y mujer desobedecieron a Dios y a consecuencia de aquél primer
pecado, la creatura humana toma decisiones equivocadas en su vida, destruyendo
su propio ser y afectando especialmente sus facultades, en particular la racional:
«porque, aunque es verdad que el alma desordenada, en cuanto al ser natural está
tan perfecta como Dios la crió, pero, en cuanto al ser de la razón está fea…» (1S
9,3); según esto las potencias del alma (memoria, entendimiento, voluntad), que
en un inicio estaban orientadas exclusivamente a Dios, ahora se vuelven incluso en
contra de Dios y del hombre mismo. Es por eso que tanto Juan como Teresa nos
proponen un itinerario de integración del ser humano en Dios.

b. Las virtudes

Juan de la Cruz dará especial énfasis a las virtudes teologales, convirtiéndose


éstas en medio de sanación. Especial interés tendrá también en su doctrina el
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esfuerzo ascético basado en la negación voluntaria de las apetencias desordenadas


por puro amor a Cristo (Cfr. 1S 14,2). También en Teresa su enseñanza va orientada
por el camino de reconstrucción de la persona del orante, proponiendo para ello
el “trato de amistad” con el Señor y la práctica de las virtudes (Cfr. V 8,5; CV 4,4;
3M 2,6; 7M 4,9), pues «yo no desearía otra oración, sino la que me hiciese crecer
en las virtudes» (Cta 136,5) .

Para ambos maestros espirituales, la persona sólo alcanzará su plenitud cuando


ésta se abra plenamente a Dios, pues la meta a la que todos están llamados por
vocación divina es la unión íntima del alma con Dios (Cfr. 2S 5,3; 7M 1,5-6). Juan
de la Cruz hace esta sentida exhortación: “¡Oh almas criadas para estas grandezas
y para ellas llamadas!, ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis” (CB 39,7), y Teresa de
Jesús recuerda que: “con ser de natural (el alma) tan rica y poder tener su
conversación no menos que con Dios…” (1M 1,6).

Así pues, la antropología en nuestra tradición carmelitana es de altura. Según


ello, la dignidad de la persona debe atravesar todo el proceso formativo; gran
parte de éste será educar a los formandos -en el sentido amplio- y capacitarlos,
para que a su vez se conviertan ellos en maestros de humanismo en el pueblo de
Dios, y se viva así de acuerdo al plan de salvación que Dios nos ofrece (GS 11-17).

c. El conocimiento propio en el camino espiritual

Santa Teresa nos habla de su importancia: «mientras vivimos, aun por humildad,
es bien conocer nuestra miserable naturaleza» (V 13,1). Sin embargo, el
conocimiento propio no debe de ninguna manera llevar a la persona a tener su
alma estrujada (Cfr. 1M 2,8), pues sería un conocimiento «ratero y cobarde» (1M
2,11; V 13,2-3), nunca se saldría del cieno de miserias (Cfr.1M 2,10). Por eso debe
partir del conocimiento de Dios: «jamás nos acabamos de conocer, si no
procuramos conocer a Dios; y, mirando su grandeza, acudamos a nuestra bajeza y,
mirando su limpieza, veremos nuestra suciedad; considerando su humildad,
veremos cuán lejos estamos de ser humildes» (1M 2,9).

El conocimiento propio será un ejercicio perpetuo en el orante; es a su vez el


camino «llano y seguro» (1M 2,9; Cfr. 5M 3,1; CV 39,5). Habituarse a él puede
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ayudar más que abundantes días de oración: «tengo por mayor merced del Señor
un día de propio y humilde conocimiento, aunque nos haya costado muchas
aflicciones y trabajos, que muchos de oración» (F 5,16). Es, en suma, «el pan con
que todos los manjares se han de comer» (V 13,15). Por eso Teresa invita a que
cada persona se valore, y reconozca los dones que tiene y que Dios le ha dado:
«Nos cure de unas humildades que hay... que le parece humildad no entender que
el Señor les va dando dones» (V 10,4). En San Juan de la Cruz, también
encontramos esta impronta: «el ejercicio del conocimiento de sí, que es lo primero
que tiene de hacer el alma para ir al conocimiento de Dios…» (CB 4,1).

En los inicios de la vida orante, la persona tiene muchas penas que nacen «del
conocimiento de sus miserias propias» (S pról. 5). Por ello se hace necesario que
vengan las noches pasivas a remover todas las raíces del hombre viejo: «y éste es
el primero y principal provecho que causa esta seca y oscura noche de
contemplación: el conocimiento de sí y de su miseria» (1N 12,2). Es así que a
medida que crece la vida orante, irá creciendo también el conocimiento propio y
se irá tomando conciencia progresiva de la hermosura y dignidad del alma: «y al
principio que se hace esto (desposorio), que es la primera vez, comunica Dios al
alma grandes cosas de sí, hermoseándola de grandeza y majestad, y arreándola de
dones y virtudes, y vistiéndola de conocimiento y honra de Dios» (CB 14,2).

3. ¿A dónde te escondiste amado?

Como fundamento de este camino espiritual debemos, primero, conocer


nuestra realidad personal para “salir de si” a la búsqueda de Dios. Nuestra realidad
personal está enmarcada por muchas situaciones que clarifican nuestra búsqueda
o nos proporciona oscuridad, porque no sabemos quiénes somos. Esta es la
primera claridad que debemos tener en nuestro camino, porque si buscamos y no
sabemos qué, ciertamente nos podemos perder. Esta necesidad del hombre de
querer saber quién es, es una realidad existencial que hace posible crecer y
madurar en su historia. Podemos preguntarnos qué tanto estamos acostumbrados
a cuestionarnos lo que soy y por qué soy así o asa.
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Teresa de Jesús, en el inicio de su Libro del castillo Interior (moradas) se plantea


esa pregunta de ¿quién soy? Ella, que ya ha tenido un buen tiempo de exploración
personal y de conocimiento propio, nos propone como fundamento de nuestro
camino de búsqueda de Dios, la importancia del autoconocimiento.

La experiencia de autoconocimiento de Teresa va a lo esencial del ser humano,


al centro de la vida del hombre, que es Dios. Ella descubre que la búsqueda del
hombre no se basa sólo en el conocimiento de sí mismo, sino también en descubrir
a Dios quien da vida, la dignidad y la hermosura de la persona. Porque «jamás nos
acabamos de conocer, si no procuramos conocer a Dios» (1M 2, 9) Ahí está la
profundidad del misterio del hombre, saberse creado por Dios y vivir en Dios por
participación, o sea descubrir la vida que lleva dentro, una vida ofrecida
gratuitamente por Dios, quien le da la dignidad de su ser. Esta es la verdadera
búsqueda: encontrar en el centro de nuestro ser a la vida misma que es Dios.

a. Andar en verdad

Para Teresa es importante que consideremos nuestra persona valiosa, llena de


dignidad y hermosura, porque somos creados a imagen y semejanza de Dios. Esta
es nuestra realidad, este es nuestro origen.

El conocimiento tiene que ver con la humildad, que para Teresa es andar en
verdad: aceptar y asumir la propia situación de la persona, así como es, delante de
Dios y de los hombres.

La verdad tiene que ver con lo que vivimos, actuamos y somos ante los demás.
Conocerse es abarcar toda la propia realidad, la verdad total. Conocerse es
reconocer con humildad quien soy. Es reconocer mis habilidades y mis miserias.

No sólo el conocer implica darnos cuenta de nuestras debilidades y fragilidades,


sino que, hay que darnos cuenta de que estamos habitados por Dios quien nos da
la dignidad y hermosura de nuestro ser y de la necesidad del conocernos para
reconocer a Dios en nosotros y recuperar esa dignidad como personas. Dice
Teresa: «No hallo yo cosa con qué comparar la gran hermosura de un alma y la
gran capacidad; y verdaderamente apenas deben llegar nuestros entendimientos,
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por agudos que fuesen, a comprenderla, así como no pueden llegar a considerar a
Dios, pues él mismo nos dice que nos crió a imagen y semejanza (Gen 1,26)».

Por ello, «es cosa tan importante el conocernos.... es muy bueno y muy rebueno
tratar de entrar primero adonde se trata de esto, que volar a los demás, porque
éste es el camino....»

A la luz de Teresa, queremos ofrecerte pautas que confirman tu ser y hacer en


un aquí y ahora.

¿Qué soy?

Soy un ser humano que vive, que ríe, que llora, que siente, que ama, que sufre
y que está en continuo crecimiento.

¿Quién soy?

Soy un ser único e irrepetible, soy un ser sexuado. Estay hecho a imagen y
semejanza de Dios, con todas las inquietudes para ser extraordinarios en la vida.

¿Cómo soy?

Yo soy como creo que soy, o soy diferente a lo que creía que era… Yo me
conozco, yo me acepto como soy; a las personas no las voy a hacer cambiar, las
voy a aceptar como son.

Estoy conformado por factores que influyen tanto interna como externamente:

b. La “interioridad” y “exterioridad”

La “interioridad” implica que la persona es consciente de la vitalidad de sus


sentidos y emociones, de su mente y de su voluntad, y no le producen extrañeza
ni miedo las actividades de su cuerpo y de sus emociones. Esta persona acepta su
condición cambiante, no ambiciona llegar a ser cualquier otra persona, porque ella
es ella misma; es realista acerca de sus propias limitaciones, y por eso no pierde el
tiempo en soñar en lo que querría ser ni emplea el resto de su vida en tratar de
convencerse de lo que es.
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La “exterioridad” implica que la persona está abierta no sólo así misma y a su


persona, sino a un entorno. La persona humana está en profundo y significativo
contacto con el mundo exterior a ella. No sólo se escucha a sí misma, sino que
escucha las voces de su mundo. La amplitud de su propia experiencia individual se
ve infinitamente multiplicada gracias a una sensitiva empatía con otros. Sufre con
los que sufren y se alegra con los que están alegres. La “exterioridad” tiene su
máxima expresión en la capacidad de “dar amor libremente”.

La persona es capaz de salir de sí y comprometerse con una causa, y de hacerlo


libremente. El ser humano debe ser libre, salir de sí, hacía los demás y hacia el
propio Dios.

Si el conocimiento personal es una necesidad, es porque necesitamos valorar la


vida, pues existe el deseo de vivir, es el motivo más poderoso de la acción.
Necesitamos satisfacer las necesidades físicas, como beber, alimentarnos, etc... Del
amor. El amor es una experiencia que se convierte en aprendizaje y que condiciona
bien o mal a las relaciones con los demás. De aceptación y reconocimiento.
Necesitamos sentirnos reconocidos y aceptados por otras personas. Esta
necesidad es universal, y lo que cambia son las formas en que cada persona trata
de manejar esta necesidad: algunos compran automóviles muy vistosos, otros
buscan cada vez ser más ricos, otros se vuelven extravagantes, etc.... pero (¿cuál
es tu forma de obtener aceptación y reconocimiento?) todos necesitamos darnos
cuenta de que somos capaces, competentes, útiles sin la necesidad de sentir la
valía o aceptación de los demás. Necesitamos de libertad y espacio, para dirigir la
vida de acuerdo a sus propios planes. De intimidad en donde se reafirma mi
existencia. Necesitamos tener retos, encontrar lo importante y tomar riesgos.
Necesitamos tener un contacto con la naturaleza y con el propio cuerpo.

Ante la necesidad del conocimiento de sí es importante tomar una decisión de


ser diferente, de presentarnos ante la vida de una manera más plena que garantice
una búsqueda sincera para con Dios y los demás. El conocimiento de sí garantiza
el darnos cuenta de cómo estoy yo y cómo estoy ante los demás. Reconocer
nuestra realidad es aceptar lo que tengo como dones recibidos y las posibilidades
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que poseo y de aquello que tengo que crecer, sin experimentar angustia,
desesperación sino posibilidad de transformar mi vida en la búsqueda de todo
hombre de alcanzar la felicidad en Dios.

Por ello te invito a decir SOLO POR HOY, deseo conocer lo importante,
hermoso y maravilloso que soy.

Para la reflexión y oración

El conocimiento propio propuesto por Teresa de Jesús, parte de una simple


pregunta: «¿No es pequeña lástima y confusión que por nuestra culpa no
entendamos a nosotros mismos, ni sepamos quién somos?, ¿No sería gran
ignorancia que preguntasen a uno quién es y no se conociese ni supiese quién fue
su padre ni su madre ni de qué tierra? Pues si esto sería gran bestialidad, sin
comparación es mayor la que hay en nosotros cuando no procuramos saber qué
cosa somos…» (1 Moradas1, 2)

Si no conocemos lo más básico de nosotros, ¡estamos perdidos en el mundo!


Te proponemos busques e indagues en el repertorio de tu historia las respuestas
a las preguntas que te proponemos, que busques como le has respondido a la vida
en momentos tan importantes y tan tristes en tú vida. Queremos que busques y
encuentres los grandes tesoros que encierra tu persona.

1. ¿Qué es lo que más valoras de tu historia?


2. ¿Qué aspectos de tu vida te han gustado más?
3. ¿En qué aspectos no te han gustado?
4. ¿Recuerda y narra el momento más feliz de tu vida?
5. ¿Recuerda y narra el momento más difícil o triste de tu vida?
6. ¿Qué sentimientos te despiertan y como descubres a Dios?

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