Reflexión: Vivimos en un mundo globalizado, en la realidad de lo que hace
un par de años estaba consignado en los libros. Hablábamos de la
globalización como algo lejano, y sin darnos cuenta la tecnología ha logrado conectar un gran porcentaje de este planeta; adquirimos productos de otras partes del mundo, participamos en programas de intercambio de estudios o trabajo, cerramos negocios con inversionistas extranjeros a través de una pantalla y conocemos lugares sin salir de la comodidad de nuestro hogar.
La globalización llegó, sin tocar la puerta y decidió quedarse entre nosotros,
lo cual ha facilitado enormemente muchas dinámicas de nuestras vidas, en el sector económico, tecnológico e incluso en la salud. Pero algo nos estamos debiendo: El ámbito social. El crecimiento de las economías mundiales supondría una mayor conciencia del bien común, pero las noticias, que día a día vemos, nos dejan en claro que eso no está ocurriendo. La intolerancia y la apatía están acabando tantas vidas como las más terribles enfermedades, basta con revisar nuestras redes sociales para entender tal premisa. Nos estamos señalando, discriminando, excluyendo y matando por nuestra raza, género, ideología política, religión, estrato socioeconómico, e incluso por gustos a nivel cultural [Música, cine, deportes, etc.].
Es ahí donde nuestra labor cobra fuerza, en la cotidianidad, generando
espacios y momentos de reflexión y motivación para construir una mejor sociedad desde las pequeñas acciones, incentivando el respeto por las diferencias, el amor propio, el sentido de pertenencia, no por algo material que nos puede brindar una institución del gobierno, sino por la propia humanidad y resaltando la importancia de la individualidad, por encima de creencias y pensamientos [Que en la mayoría de ocasiones difieren entre todas las personas].
Hemos hecho un gran trabajo a nivel tecnológico, económico y científico, es