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SIGNIFICADO DE LA HISTORIA

Eric C. Rust
C.B.P., 1969

I. ¿QUE CONSTITUYE HISTORIA?.........................................................................................................1


II. ENTENDIMIENTO HISTORICO - SU ESTRUCTURA........................................................................2
III. METAHISTORIA: ENTENDIENDO LA HISTORIA COMO UNA TOTALIDAD..............................6
IV. SPENGLER Y LA DECLINACION DEL MUNDO OCCIDENTAL.....................................................8
V. DETERMINISMO ECONOMICO Y LA ESPERANZA MARXISTA.................................................10
VI. AUGUSTO COMTE: EL PROFETA DEL SECULARISMO...............................................................14
VII. TOYNBEE Y EL SINCRETISMO RELIGIOSO – LA HISTORIA PROGRESA HACIA UNA
META ESPIRITUAL..............................................................................................................................16
VIII. TEILHARD Y EL PUNTO OMEGA.....................................................................................................18
IX. CRISTO – EL CENTRO Y LA META DE LA HISTORIA..................................................................19
1. La revelación divina en la encarnación...............................................................................................19
2. La participación divina en la historia..................................................................................................21
3. Enajenamiento humano y redención...................................................................................................22

I. ¿QUE CONSTITUYE HISTORIA?


Un estudio de la historia requiere, antes que nada, una definición pertinente y
especializada. La historia está íntimamente relacionada con nuestra experiencia del tiempo,
con el inevitable movimiento del presente al pasado, con la memoria con que el individuo y
la raza humana abarcan ese pasado, y con el desafío que el futuro implica con sus
posibilidades y alternativas que aún no han sido llevadas a cabo. En la época actual, con el
advenimiento de las ideas evolucionarias relacionadas con las ciencias naturales, desde la
cosmología hasta la biología y antropología, nos estamos dando cuenta que la naturaleza
también posee características históricas y está ligada al proceso del tiempo. La historia
evolucionaria indica que hay aspectos en el pasado de la naturaleza que no se repetirán
jamás en nuestro planeta. Categorías estáticas e ideas como la de la inmovilidad de las
especies han sido descartadas y sustituidas por otras que nos dan una apreciación más
dinámica de la naturaleza. Esta también consiste de un proceso; se mueve en relación al
tiempo. Es por eso que en el libro History of the World, por H. G. Wells, puede comenzar
con la historia evolucionaria del progreso de la naturaleza en el cosmos y luego limitar la
discusión al movimiento evolucionario del globo terrestre. Sin embargo la historia en sí es
un estudio de la raza humana. Su interés primordial es el hombre.

A la vez, es importante mencionar que la historia se interesa en el hombre como un ser


social y en su relación a sus prójimos y a su medio. El individuo es indispensable en la
historia pues la historia humana es el resultado de las decisiones del hombre. Sin embargo,
la historia no es una biografía, es decir, la vida de un individuo. El hombre es importante
desde el punto de vista histórico solamente cuando sus decisiones y vida afectan los grupos
que a él se relacionan. Por lo tanto, la historia se concentra en el pasado de grupos sociales
humanos y en sus relaciones mutuas y con individuos importantes que en formas
específicas han tenido influencia sobre la vida de esos grupos. La historia se preocupa de
los valores aceptados por esos grupos, y de los propósitos que ellos han diseñado. Esos
valores incluyen más que imperativos morales y convicciones religiosas; también incluyen
preocupaciones materiales y económicas. La vida histórica del hombre está conectada
íntimamente con su relación al fondo espiritual de su universo, sus dioses, su sentido de
obligación moral y su entendimiento de responsabilidad a sus prójimos, y su lealtad a su
grupo. El hombre es influenciado también por las fuerzas naturales y materiales que son
activas en sí mismas y en su medio, en sus apetitos físicos, sus deseos naturales, y sus
necesidades materiales.

Por lo tanto el hombre histórico está ligado a sus prójimos, a su ambiente natural y al
estado espiritual de su mundo. Su vida cultural y sus valores son el resultado de la acción
recíproca de esas relaciones. La historia se interesa ampliamente en tales expresiones
culturales de la vida de grupos humanos. Un aspecto importante de los estudios históricos
es la relación íntima de las estructuras de cualquier sociedad con sus valores culturales. Hay
una conflagración constante entre los grupos de la sociedad y sus valores culturales. La
confrontación y cambio son inevitables. Muestran que la raza humana está compuesta de
grupos en tensión, en conflicto y en cooperación. Por lo común las causas de las tensiones
se hallan en los ideales por los que esos grupos históricos viven, las preocupaciones que
dominan sus vidas, y las ideas que forman las bases de sus culturas.

Es indispensable recordar que a la vez que la historia no se ocupa de biografía individual


sino con el individuo en su envolvimiento social e histórico, tampoco se ocupa de hechos
aislados. Acontecimientos del pasado son históricos e importantes para ser estudiados
solamente porque están relacionados a otros acontecimientos. En efecto, hechos históricos
pueden ser grupos de hechos, más que acontecimientos particulares como guerras y
acciones de gobiernos, que han llegado a ser importantes históricamente por su conexión
mutua.

Ningún objeto de estudio histórico puede ser comprendido sin tomar en cuenta toda
relación con el ambiente histórico que pudo haber sido medio de influencia en él.

II. ENTENDIMIENTO HISTORICO - SU ESTRUCTURA


La cuestión de la estructura del conocimiento histórico es cardinal porque la historia trata
del pasado. ¿Cómo podemos obtener conocimiento genuino de lo que no es para nosotros
contemporáneo? Todo lo que tenemos a nuestro alcance son datos que han sido
preservados. Al investigar acontecimientos pasados, tendremos a nuestro alcance informes
oficiales, descripciones de testigos de tales acontecimientos y artículos de esa era, lo que
aún queda de literatura y arquitectura y formas de arte. También es posible que contemos
con esfuerzos literarios tales como crónicas e historias. A la vez nosotros hemos tratado de
escribir la historia del período referido y de describir los hechos peculiares que nos
conciernen. Todos esos materiales deben ser examinados en nuestro esfuerzo para entender
lo que pasó y su significado.

Tomemos nota de lo dicho anteriormente. Hay dos maneras de obtener conocimiento


histórico. La primera, usada por las ciencias naturales, tiene que ver solamente con aspectos
externos de conducta histórica, lo que puede ser clasificado a través de observación
sensible. La segunda tiene en cuenta el aspecto interno de conducta humana, que incluye
pensamientos, intenciones, ideas y motivos -que sostienen la actividad histórica.

Historiadores que aceptan una filosofía naturalista utilizan el primer método. En el siglo
XIX este método llevó a la búsqueda de leyes dirigiendo la conducta histórica como si la
historia fuese, tal como la naturaleza, sujeta a regularidad. Actualmente se ha reconocido
que debido a la variedad de los datos históricos, tratar de usar ese método es como desear
tocar un espejismo. Hay ciertas leyes que gobiernan las ciencias naturales; éstas no se
pueden aplicar a los estudios históricos. No es posible encontrar con facilidad regularidades
universales que se relacionen a datos históricos. En ciertas ocasiones encontramos leyes
cuyos resultados se aplican en una forma limitada y que aún así poseen excepciones a la
regla. Tales leyes pueden adaptarse a un período cultural o pueden ser generalizaciones no
aplicables en todos los casos pero poseen valor suficiente para hacerlas útiles en la
interpretación histórica o en predicción profética. Un ejemplo de esta generalización es que
naciones o civilizaciones que siembran vientos frecuentemente cosechan tempestades.

Por lo tanto, historiadores modernos con tendencias naturalistas consideran a la historia


como una ciencia aplicada colocándola en la misma categoría que ingeniería. De la misma
forma que las leyes de física y química se aplican a la ingeniería, igualmente en historia
aplicamos las leyes de las ciencias psicológica y social para explicar fenómenos históricos.
El problema enfrentado en la actualidad es que las leyes científicas no se consideran ya más
como algo final sino como algo que describe las regularidades de fenómenos naturales. Por
esto, los historiadores de este tipo se consideran positivistas, buscando y describiendo las
regularidades de la historia que la psicología y sociología describen claramente. Además,
hay otra dificultad. La historia posee, en contraste con la naturaleza, elementos imposibles
de ser vaticinados. La libertad y decisiones del hombre rompen las regularidades. El
hombre no es un fenómeno determinista. En la historia ocurren eventos inusitados y la
conducta histórica frecuentemente se enfrenta con descripciones extraordinarias. Para
entender la historia debemos observar, en el hombre, las fuentes de actividad histórica en
los pensamientos e intenciones gobernando tal conducta.

Por esta razón examinamos el segundo método. Cerca de dos siglos alrededor, Juan
Bautista Vico (1668-1744), el filósofo italiano, indicó que la diferencia entre el hombre y
los procesos naturales se ve en la timidez humana, en su capacidad de examinar sus
motivos íntimos y en su libre albedrío. En una época cuando las ciencias naturales eran
analizadas de una forma completamente determinista en relación al proceso natural, sujetas
a leyes que nunca podrían romperse, Vico propuso que la historia fuese considerada como
la «nueva ciencia». En la historia, el historiador tendría que preocuparse con los aspectos
nuevos y sin repetición que surgen del espíritu humano, pensamiento meditativo, libertad
moral, y visión espiritual, de su capacidad para decidir libremente y para cambiar el orden de
hechos establecidos. El énfasis de Vico ha sido expresado con fervor a través de los dos siglos
pasados. Jorge Federico Hegel (1770-1831) consideró a la historia como un proceso racional donde cada
movimiento histórico se debía explicar como un proceso lógico dentro de la historia. Como observaremos
más adelante, él pensó que la historia y la naturaleza eran similares – formas por medio de las cuales el
espíritu universal o la razón absoluta cumplía sus deseos. También él propuso que la historia es la expresión
de la lógica de ese absoluto y que los desarrollos históricos deben expresar cierta astucia de razón. La
historia es completamente racional, una marcha progresiva de ideas lógicas. Personajes históricos son
simplementepeonesdeajedrez,elementosquecalificanelprogreso del espíritu racional. En la filosofía de Hegel,
la clave de la historia se halla al nivel de ideas racionales y su dialéctica. Después de Hegel,
pensadores como B. Croce (1866-1952) y R. G. Collingwood (1889-1943) han recalcado
también ese aspecto racional. Croce enseñó que el pasado posee carácter real sólo cuando
vuelve a vivir en alguna mente activa y pensadora. Por lo tanto para entender historia es
necesario proyectarse en eventos pasados, tanto como los datos nos permiten, y meditar de
nuevo en los pensamientos que movieron a los actores humanos en tales eventos.
Collingwood adoptó una posición similar a la de Croce. Para Collingwood la historia no era
solamente una descripción del pasado; concebía que era necesario ponerse detrás de hechos
pasados y analizar otra vez los pensamientos de aquellos que participaron en ellos.

El énfasis en ideas no es suficiente. Sentimientos y motivos no son siempre racionales.


La naturaleza psicológica del hombre es más complicada que lo que sistemas lógicos creen.
Es por eso que Wilhelm Dilthey (1833-1911) piensa que es necesario que nos proyectemos
en el pasado de tal forma que tratemos de vivirlo otra vez en nuestra vida en cada aspecto.
El distingue de esta manera entre conocimiento histórico que aplica a entender el aspecto
interno de la historia y el conocimiento científico que permanece en la superficie y se puede
observar. Se puede ver con claridad que este método de conocimiento histórico requiere
más que lo propuesto por historiadores con filosofías positivistas y naturalistas.

Aceptando el método de Dilthey y adoptando su caracterización del método como


«entendimiento», debemos examinar lo que implica. Primeramente se debe tener una idea
aproximada de los datos a nuestro alcance y la estructura real del evento histórico debe ser
vista en forma clara. Aun aquí han de permanecer interpretaciones y criterios de
importancia. El segundo paso nos debe llevar a entender de alguna forma el modo de vida,
las relaciones sociales y valores culturales de la gente de esa época. Para esto podemos usar
literatura de la época, artefactos, crónicas sociales, registros judiciales, escrituras religiosas,
y maneras de actuar de la gente que han sido preservados. En el tercer paso se necesita
utilizar un entendimiento astuto de la naturaleza humana y mucha imaginación si es que
deseamos proyectarnos y vivir de nuevo el pasado con todas sus características – tensiones
humanas internas, amores y odios. El último ingrediente necesario para ser un gran
historiador es discernimiento intuitivo por medio del cual pueda emprender un diseño de la
totalidad histórica que se está investigando. Tal discernimiento permitirá hacer esa totalidad
clara y significativa a la luz de lo que sabemos de la situación actual y del hombre. Este
discernimiento se extiende sobre la imaginación ordinaria y posee la calidad de una
revelación que procede más allá de nosotros.

Un método como el descrito no inquiere solamente cómo han ocurrido los hechos en el
pasado. También, a través de él, el historiador desea saber por qué han ocurrido para
comprenderlos de la misma manera que en el presente deseamos entender la conducta de
hombres contemporáneos. Por ejemplo, no es suficiente saber que César cruzó el río
Bubicón y cuáles fueron los resultados de su expedición. Debemos penetrar en sus
pensamientos y entender sus motivos. Una simple descripción de la guerra civil en los
Estados Unidos no es suficiente. Las intenciones íntimas, y los pensamientos y sentimientos
de Abraham Lincoln, Roberto E. Lee, Ulises S. Grant y otros héroes nos permiten revivir la
historia. Además, de tal entendimiento podemos cosechar discernimiento para el presente y
ayuda para la formación del futuro histórico.

Es evidente que esta forma de conocimiento histórico tiene ciertos aspectos de


relativismo. El elemento subjetivo de interpretación imaginativa y de juicio intuitivo señala
que la historia está siendo examinada desde nuestro punto de vista. Como ya hemos visto,
esto siempre será así en la historia. Todo conocimiento histórico es personal y no puede ser
completamente objetivo. Si preguntamos cómo debemos medir la verdad de una
interpretación de un evento histórico, tendremos que recurrir a la calidad y coherencia de la
explicación presentada. Es decir que al medir consideramos cómo cierto evento se entiende
mejor y cómo el entendimiento que tenemos de él acuerda con el entendimiento de otros
eventos relacionados a él.

Este método se llama histórico-crítico y se relaciona íntimamente con la manera en que


en tiempos modernos se estudia la Biblia. Reconociendo nuestra Biblia como una colección
de documentos históricos escritos durante un período de más de un milenio de historia
hebrea y cristiana, hombres eruditos han tratado de conocer el valor histórico de esos
documentos para penetrar lo más cerca posible a los eventos originales y para entender con
más claridad la mente y sentimientos de aquellos personajes en el drama de revelación
divina. Debemos reconocer que el material bíblico se presenta siempre desde el punto de
vista de la fe. Sin embargo, tal fe está sujeta a desarrollo en sus énfasis y por lo tanto los
hechos históricos se verán con diferentes matices a medida que pasa el tiempo. El relato
posterior (Exodo 14:22) del cruce de los hebreos del «mar de Junkos» 1 hace hincapié en la
actividad divina e indica cómo las aguas se separaron como paredes entre las cuales los
israelitas marcharon hacia la libertad. El relato anterior (Exodo 14:21) muestra a Dios
causando un viento que mueve las aguas bajas y así abre un camino de escape. El relato
posterior enfatiza la actividad divina. En el Nuevo Testamento podemos observar cómo la
descripción del Señor Jesús es ampliada con detalles cuando la iglesia primitiva avanza en
su misión universal. Para observar estos detalles sólo nos es suficiente leer los Evangelios
según Juan y Marcos para apreciar esto. Cuando el método histórico-crítico es usado por
estudiantes eruditos de la Biblia que son devotos al libro, es posible lograr una mejor
comprensión de la Biblia.

1
Nota del traductor: En el original hebreo se le llama «mar de Junkos», mas en la traducción del
griego del Antiguo Testamento y en el Nuevo Testamento (Hechos 7:36, Hebreos 11:29) se le
llama mar Rojo.
Un aspecto particular del uso de este método es nuestro deseo de entender la psicología y
cosmología de los hebreos descritas en el Antiguo Testamento a la luz de civilizaciones
contemporáneas y de los documentos bíblicos. Esto nos permite entender qué pensaban los
hebreos de la tierra, el cielo, y los astros celestes y cómo se entendían ellos mismos y sus
procesos mentales. Un uso imaginativo de tal conocimiento da mejor y nueva luz a la
interpretación de pasajes bíblicos como Génesis capítulos 1-11, Salmo 104, y otros pasajes
que tratan del alma, el corazón, y el espíritu del hombre.

III. METAHISTORIA: ENTENDIENDO LA HISTORIA COMO UNA


TOTALIDAD
Hay gran diferencia si es que deseamos entender un aspecto particular de historia o la
historia en su totalidad. Si buscamos el significado a la historia en su totalidad nos
encontramos en medio de una investigación llamada «metahistoria». «Metahistoria» coloca
a toda la historia en un designio vasto y la arregla en una totalidad que posee significado.
Esta actividad desea llegar así a una filosofía constructiva de historia. Corno toda filosofía,
da por sentado que lo que uno cree tiene gran importancia en el proceso histórico. Todo
pensamiento tiene que empezar con datos que han sido elegidos de acuerdo con lo que el
pensador cree que es más importante en su experiencia. Antes de ejercitar su razonamiento
lógico y su pensamiento reflectivo, el pensador posee una perspectiva filosófica a la cual es
leal, una hipótesis de fe ligando su criterio con su experiencia previa. Todo conocimiento,
en este sentido de la palabra, es conocimiento personal. Está orientado por nuestro punto de
vista y prejuicio de lo que creemos es lo más significativo en nuestra experiencia del
universo. Esta hipótesis de fe se aplica a cada fase de conocimiento y por supuesto a
nuestro entendimiento de la historia universal.

El hombre posee tres puntos de contacto en su experiencia histórica. Se relaciona primero


con la naturaleza y por lo tanto su historia posee magnitudes materiales y económicas.
Apetitos naturales tales como las fuerzas de sangre, raza, y sexo, y las influencias del
ambiente natural influyen su vida histórica. En segundo lugar el hombre se relaciona con su
prójimo como un ser social. En este aspecto valores morales son importantes y el impacto
de temores y esperanzas humanos constituye un elemento importante en la historia. La
tercera afinidad del hombre es su relación a un ser superior, a una presencia trascendente.
El hombre como ser religioso posee relaciones con este ser superior y se da cuenta de que
hay un poder más alto que él y sus prójimos que actúa en su vida histórica.

Estas tres afinidades son las bases de puntos de vista filosóficos usados para entender la
vida histórica. Primeramente, el hombre puede creer que las fuerzas o factores dominantes
en la historia son naturales – sangre, sexo, y otros apetitos del instinto humano o evolución
o necesidades económicas. En general, esa interpretación de historia se denomina
«naturalista». El modelo o analogía usado para entender la historia se toma, en este punto
de vista, de la naturaleza. Otra forma en la cual los historiadores filosóficos interpretan la
historia es desde el punto de vista humano. Para éstos el hombre produce historia con su
pensamiento reflectivo, su habilidad científica, su pericia tecnológica, y su capacidad de
organización social. En este caso el modelo interpretativo es el hombre mismo y
generalmente tal punto de vista se denomina «humanismo». La tercera forma en que la
historia se puede interpretar es a través de una posición religiosa. Se considera que el
elemento divino es de alguna forma la fuerza dominante en la historia. En esta
interpretación el entendimiento cristiano de la experiencia religiosa ha sido el más
importante, y el entendimiento cristiano de Dios ha sido el modelo para interpretar la
historia. Pensadores que han empezado con este modelo se han desviado con frecuencia de
la posición cristiana de que el universo y la historia manifiestan la presencia de un Dios
personal cuyo poder creativo y voluntad personal sostienen al proceso cósmico. Después de
apartarse estos filósofos han llegado a proponer puntos de vista más idealistas y abstractos.
Hegel pensó que la historia era un proceso sucesivo de dialéctica y reemplazó la deidad
personal con un espíritu racional absoluto.

Vamos a examinar en las páginas siguientes pensadores que aceptaron esos tres puntos
de vista. En la categoría naturalista se incluyen a Oswaldo Spengler (1880-1936) y Carlos
Marx (1818- 1883) ; en la humanista, pensadores como Augusto Comte (1798-1857) ; en la
religiosa, historiadores como Arnoldo Toynbee (1889-). Consideremos brevemente a un
pensador cristiano contemporáneo –Teilhard de Chardin (1881-1955). En nuestra
exposición final trataremos de otros teólogos importantes – Pablo Tillich (1886-1965),
Reinhold Neibuhr (1892-1971), y muchos otros.

Antes de explicar con detalles es necesario examinar el tema del tiempo histórico. Al
buscar modelos para expresar el tiempo histórico, los pensadores han adoptado dos formas
geométricas básicas – el círculo y la línea recta. Los griegos apreciaron la esfera de
experiencia sensitiva y consecuentemente la naturaleza y la historia para ellos se hallaban
en un estado indeciso, formándose. La realidad se encontraba al nivel racional y era una
esfera ideal trascendiendo el orden sensitivo aunque se manifestaba en distintas formas. Por
lo tanto la historia no progresaba y no tenía significado esencial. Se repetía en una sucesión
en la que nada se cumplía pero en la cual, después de cada ciclo, la vida histórica del
hombre se repetía. El modelo usado por los griegos para entender el tiempo histórico se
basaba en la sucesión cíclica de la naturaleza con sus cuatro estaciones, moviéndose desde
la renovación de la primavera a la decadencia del invierno. La historia era para ellos una
rueda de fortuna, y todo lo que el estudio de historia llevaba a cabo era mostrarle al hombre
que estudiaba dónde, en tal proceso cíclico, se encontraba su propia generación histórica.
Para salirse de tal proceso de repetición el hombre debería de ocuparse en la contemplación
racional. Debería pensar en las formas racionales ideales y así volver con su razón inmortal
a la razón universal que mantenía funcionando al universo. Esta razón era la única realidad.
Platón la definía como la esfera de ideas enfocada en la idea sublime de lo bueno.
Aristóteles indicaba que esa razón era el «Movedor Inmutable», un dios que atraía en su
curso cíclico progresivo toda la esfera de hombres y objetos mientras que él permanecía
inmutable por los eventos humanos y procesos naturales que él movía.

Los proponentes de la tradición hebreo-cristiana interpretaron los hechos históricos desde


otro punto de vista. Observaron al universo como una realidad creada por Dios. Cristo se
hizo hombre y participó en la historia del universo. Esta tradición considera a la historia
como algo significante para Dios. Es un medio por el cual él propuso cumplir sus
propósitos. Los profetas hebreos creían que la historia era la escena de actividad divina y
que progresaba hacia una consumación. Los hebreos fueron los primeros historiadores que
no sólo escribieron sobre el pasado sino que también lo interpretaron teniendo un sentido de
dirección. Ellos interpretaron el pasado como un movimiento, desde la creación del hombre
y su alejamiento pecaminoso de Dios, hasta el cumplimiento final cuando la soberanía
divina sobre su creación sería establecida y su Mesías reinaría sobre su pueblo restituido.
Los historiadores cristianos han interpretado el cumplimiento parcial de este fin de la
historia en la vida, muerte y resurrección de Jesús de Nazareth. En el Señor encarnado y
resucitado ellos han descubierto claramente el significado y dirección del proceso histórico.
Para ellos la historia progresa hacia un fin glorioso que se ha observado parcialmente en la
vida, muerte, y resurrección de su Señor. En la consumación de la historia el Cristo
entregará el reino al Padre y Dios será todo en todos. El objeto del futuro del hombre es
Dios quien está activo en el presente y dirige el proceso histórico en juicio y misericordia.
Por lo tanto, el modelo hebreo-cristiano para interpretar el tiempo histórico es una línea
recta. Algunos pensadores cristianos han combinado a menudo el modelo de la línea recta
con el modelo del círculo. El círculo representa el movimiento del juicio divino en culturas
y civilizaciones mientras que la línea recta representa el movimiento progresivo de historia
hacia la consumación divina.

Los pensadores que ya hemos clasificado usan también los modelos de tiempo histórico.
Filósofos que aceptan el punto de vista naturalista usan el modelo cíclico, aunque Marx
prefirió el linear. Los humanistas prefieren el concepto de desarrollo linear, al igual que
pensadores cristianos. Sin embargo, comenzando con San Agustín, los filósofos cristianos
han usado la combinación del modelo linear con el cíclico.

IV. SPENGLER Y LA DECLINACION DEL MUNDO OCCIDENTAL


El pensador alemán Spengler (1880-1936) adoptó una filosofía de historia naturalista y
fatalista debido a que en la época en que él vivió, experimentó la desolación de la primera
guerra mundial. En general demostró un conocimiento amplio de historia universal pero a
veces la pervirtió para encajarla en su punto de vista preconcebido. El enumeró la serie de
culturas en el curso del proceso histórico y las analizó desde su punto de vista peculiar.
Como un naturalista convencido, él sostuvo que toda la historia es el resultado de fuerzas
instintivas inherentes en el proceso natural. Los apetitos naturales del hombre que son
compartidos con la naturaleza determinan la historia. Los instintos de sangre, raza y sexo,
las fuerzas que pertenecían a lo que Freud clasificó como la líbido, fueron considerados por
Spengler como los que determinan la historia.

Naturalmente tal hipótesis de fe lo llevó a adoptar al organismo como un modelo básico


de interpretación de la historia. Cada cultura histórica fue identificada por él con un
organismo. Por lo tanto él describió la historia como el crecimiento y disminución de
muchas formas orgánicas. Cada cultura era distinta y no tenía relación con otras culturas.
Este estado de separación de los organismos culturales implica que Spengler pervirtió la
historia al separar las culturas históricas y al ignorar las influencias evidentes que tenían las
unas sobre las otras. El sostenía que cada cultura, como un organismo, experimenta su
propio ciclo de vida – nacimiento, madurez, vejez, y muerte y es reemplazada por otras. De
acuerdo a esta interpretación, el modelo orgánico acepta un punto de vista cíclico del
tiempo histórico.

Con tal perspectiva no hay lugar para el pensamiento reflectivo y el libre albedrío.
Profetas, filósofos, hombres de ciencia y videntes religiosos tienen escasa o ninguna
influencia sobre la historia. El movimiento del proceso histórico es moldeado por los
esfuerzos de hombres que se identifican con las fuerzas naturales inherentes en su cultura.
Ellos permiten que esas energías naturales les influyan para determinar cursos de acción y
para cumplirlos en acontecimientos creadores de la historia. Para Spengler pensadores y
hombres de ciencia son exangües y solamente ordenan y clasifican lo que ha ocurrido. La
historia es moldeada por «hombres de destino», aquellos que expresan en sus acciones
instintiva e inconscientemente las fuerzas vitales de su propio organismo cultural. Lo que es
de suprema importancia es el sentimiento instintivo a través del cual las energías biológicas
de una cultura, la sangre y la raza se expresan, y no los ideales, ideas y la razón humana.
Hombres que anhelan mejorar al mundo – sacerdotes y filósofos – estudian la vida con gran
intensidad pero no tienen una jota de influencia. Nadie les presta atención, según Spengler.

Puesto que cada cultura es considerada como un organismo, experimenta un ciclo fijo de
vida desde su comienzo hasta su extinción. Empieza en un barbarismo primitivo y progresa
hacia una estructura política y económica siendo acompañada por las fases culturales de
artes y ciencias. Al alcanzar madurez, estas estructuras y valores culturales se osifican y se
hacen formales. El aspecto creador de la cultura retrocede y solamente los huesos secos de
la civilización quedan como residuo al llegar la senectud. El proceso continúa con un
período de decadencia y descomposición en el cual se observan la vulgaridad y un espíritu
netamente comercial. Es importante ver la diferencia que Spengler otorga a la cultura al ser
comparada con civilización. Cultura es una entidad dinámica y creadora que produce
valores y estructuras y que al envejecer se separa de la estructura fosilizada de la
civilización. Cada cultura posee su Zeitgeist o espíritu cultural que se manifiesta en sus
valores y expresiones culturales. De esta manera cada cultura posee sus cualidades
características y organización. Este Zeitgeist es la energía interna de fuerzas naturales que
permiten dar a luz a la cultura.

En la interpretación de historia ofrecida por Spengler observamos que el proceso


histórico no posee unidad; hay una variedad de organismos culturales que maduran y
fenecen. No hay un propósito perenne o significado total. Además, la falta de unidad se
acrecienta debido a que Spengler separa completamente las culturas y elimina influencias
mutuas. Esta separación no coincide con la evidencia actual de la historia. Los casos
siguientes ilustran claramente las influencias culturales mutuas: la influencia de Babilonia
sobre el antiguo Oriente incluyendo a los hebreos; el intercambio entre Grecia y Roma; la
síntesis de valores culturales obtenida por la civilización de Alejandro Magno quien tomó
formas de Grecia y las asimiló con las de Babilonia y Persia; el impacto de la cultura
medieval occidental sobre el Occidente moderno; y el intercambio del Occidente con la
cultura indostánica de India. Además, la unificación rápida y el achicamiento del mundo
debido al progreso técnico, nos recuerdan que ahora más que nunca las diversas culturas
contemporáneas poseen influencia y dirigen al mundo hacia una posible futura cultura
universal.
La posición naturalista adoptada por Spengler presenta todavía más serias dificultades. El
factor humano es ignorado. En su sistema los pensamientos, ideas, libertad y decisiones del
hombre no son considerados. La historia es el resultado del Zeitgeist que es peculiar a la
cultura y que expresa las energías internas de la naturaleza, sangre, raza, sexo, etcétera. La
necesidad biológica y el determinismo natural conducen el progreso de la historia y el
hombre histórico es solamente una expresión individual de ellos llevado por la corriente de
la cultura en la cual el destino natural lo ha colocado. Aquel hombre que se identifica con la
corriente inconscientemente o por medio de sus instintos es bienaventurado y como
resultado llega a ser un «hombre de destino». Este análisis es falso de acuerdo a las
evidencias históricas. Los profetas y videntes religiosos, los filósofos y pensadores han
moldeado la historia y han dirigido en muchas oportunidades a aquellos que Spengler llama
«hombres de destino». Sólo basta pensar en personalidades como San Agustín y San
Francisco de Asís, Lutero y Calvino, Newton y Darwin, Einstein y Franklin, Jefferson y
Paine, y muchos otros que con sus ideas y creencias formaron e influyeron sus culturas. Si
es cierto que Cromwell fue un hombre de destino, ¿qué hubiera hecho sin las ideas que
Calvino formuló? Si Jorge Washington fue un hombre de destino, ¿qué efecto hubieran
tenido sus esfuerzos sin la ayuda de Jefferson y Franklin? Y así podríamos agregar otros
ejemplos. El Renacimiento y la Reforma, la revolución estadounidense y la guerra civil
inglesa demuestran que la posición de Spengler es falsa. Y si algo más moderno se
requiere, podemos citar el caso de Carlos Marx y la revolución rusa.

Es importante mencionar una nota positiva en el punto de vista Spengleriano. Ciertos


aspectos de su filosofía de historia se pueden observar en el proceso histórico.
Mencionamos tres: el énfasis del movimiento de las ruedas de las culturas, su modelo en el
cual culturas maduran y luego decaen, y su insistencia que al final del proceso histórico
valores creadores han sido reemplazados por vulgaridad y un espíritu netamente comercial.
A la vez, grandes teólogos como Agustín y grandes historiadores como Toynbee han
observado esas realidades históricas. Mas ellos las han interpretado como el proceso de
juicio en la historia en que la decadencia de una cultura implica la actividad del Dios que
Spengler prefirió ignorar.

V. DETERMINISMO ECONOMICO Y LA ESPERANZA MARXISTA


Una figura profética hizo su entrada en la arena de la humanidad a mediados del siglo
pasado. Este era un judío alemán que estudió en Inglaterra y que debido a sus limitaciones
pecuniarias usó la biblioteca del Museo Británico como sede de instrucción. Su influencia
se ha hecho sentir en el siglo XX de tal manera que la mitad de la población mundial está
subyugada bajo formas de gobierno basadas en sus ideas y la otra parte siente
profundamente el impacto que esas ideas han dado a movimientos revolucionarios y
agresivos. La filosofía de historia marxista forma una parte básica de las ideas económicas
y sociales que el comunismo moderno defiende.

Notemos las influencias que moldearon la vida y el pensamiento de Carlos Marx; esto es
necesario si deseamos entender su filosofía. Como judío él no pudo desarraigarse de su
herencia. Los ataques proféticos en contra de la injusticia, la noción de juicio en la historia,
el uso del modelo linear para interpretar la historia dirigido hacia el cumplimiento glorioso
de la edad mesiánica – todos estos aspectos de influencia hebrea dejaron una marca
indeleble en su pensamiento. Como veremos, él también interpretó la historia como un
movimiento linear culminando en un futuro glorioso y dedicó su vida a proclamar ideas en
contra de la injusticia y desigualdad que el capitalismo de laissez faire había esparcido en el
mundo.

Lamentablemente Marx abandonó su herencia judía al no creer en un poder divino


trascendente. En este aspecto se observa sobre él la influencia de Feuerbach quien, siendo
un Hegeliano izquierdista, empezó como un humanista y terminó su vida como un
materialista. Feuerbach creía que la religión era ilusoria. El hombre en sus frustraciones ha
proyectado su ser ideal sobre el fondo del universo y ha creado una deidad imaginaria quien
puede ser y hacer lo que el hombre no es ni puede hacer. De tal manera, al adorar a Dios, el
hombre adora en realidad su ego ideal. Por medio de la religión el hombre desea escapar de
sus frustraciones presentes. Estos conceptos de Feuerbach guiaron a Marx a declarar que la
religión es «el opio del pueblo». Este punto de vista fue ampliado con motivo de la actitud
de indiferencia demostrada por la Iglesia Luterana de Alemania y la Iglesia Anglicana hacia
problemas sociales. Estas iglesias se preocuparon, durante la época en que Marx las
observó, en ofrecer una esperanza para el más allá de la muerte en lugar de enfrentar las
necesidades sociales del pueblo causadas por la revolución industrial. En su crítica de
religión en general Marx no tuvo noción de que había grupos de cristianos como los
quákeros, los de la secta de Clapham, y los socialistas cristianos guiados por F. D. Maurice,
quienes poseían un interés genuino en reformar la sociedad y en rectificar la injusticia
social y privación económica. Su perspectiva lo guió a menoscabar la religión como un
factor importante en el remedio de injusticia social. El la definió como una ilusión, y al
final de su vida llegó a defender un ateísmo materialista.

Marx estableció su perspectiva materialista debido a su entendimiento de lo que es


espiritual; él lo considero ilusorio. A la vez notamos la influencia de pensadores como
Feuerbach sobre su punto de vista. Otra influencia importante sobre su pensamiento fue la
de Hegel. De Hegel Marx copió el modelo de interpretación de la historia. Como ya hemos
observado, Hegel fue un gran defensor del idealismo y del espíritu absoluto. La historia es
un proceso racional en el cual el espíritu absoluto cumple sus propósitos. La historia
progresa en una forma racional por medio de polos opuestos (tesis y antítesis) que son
reconciliados en la síntesis. Por lo tanto toda idea manifestada en la historia provee otra
opuesta. El resultado que hace progresar a la historia es la síntesis de esas dos ideas,
expresada en la historia con una forma nueva. Esa dialéctica de tesis-antítesis-síntesis fue
utilizada por Marx quien la bajó del pedestal de la razón y le dio una base puramente
material. Para él la historia se mueve por medio de la continua contienda y disputa en la
cual los ricos y pobres pelean como parte de fuerzas económicas opuestas. Esta oposición
produce una nueva síntesis de grupos económicos que erigen fuerzas opuestas para que el
proceso histórico continúe en forma dialéctica. Para Marx la historia es un proceso de
materialismo dialéctico concebido en términos de apetitos económicos y bienes materiales.
La estructura de la historia está formada exclusivamente de valores materiales.

Notemos a continuación la interpretación que Marx dio de la historia universal. Fiel a su


herencia judía, él imaginó un crecimiento linear comenzando en un paraíso primitivo y
culminando en una utopía comunista. El proceso histórico comenzó dentro del movimiento
de evolución natural en una edad primitiva de oro, algo como un paraíso comunista
rudimentario en el que los hombres compartían los frutos de la caza y de otras tareas que
habían aprendido. Este paraíso se fragmentó cuando ciertos hombres empezaron a
especializarse en las tareas en que tenían más pericia dejando que otros en su grupo
llenaran sus otras necesidades. Por ejemplo: los cazadores cazaban, los cocineros
preparaban la comida, los curtidores preparaban la ropa, los fabricantes de armas
moldeaban las lanzas y las piedras de hondas, y así sucesivamente. Después de un tiempo la
demanda de estas especializaciones llegó a tal punto que la sociedad se dividió entre ricos y
pobres. De esta manera fue iniciada la sociedad capitalista primitiva. En esta interpretación
de historia el relato hebreo del jardín del Edén y la expulsión del hombre al desierto son
reemplazados por el mito de un paraíso comunista y la expulsión al desierto de la contienda
y disputa capitalista. La oposición entre los que tienen y los que no tienen posesiones
reemplaza al pecado y a la separación de Dios. La dialéctica de determinismo económico
comienza a desarrollarse. Fuerzas opuestas se elevan en sucesión. Las síntesis se
transforman en nuevas tesis y erigen fuerzas económicas opuestas. Patricios y plebeyos,
barones y siervos, mercaderes y jornaleros, capitalistas y trabajadores – el progreso de
la historia continúa en forma inevitable a medida que la dialéctica materialista se despliega.
La guerra entre el reino de Dios y el reino del mal ya no existe. Tener y no compartir se
considera como pecado. La lucha se concentra entre el capitalista avaro y el trabajador
oprimido. A manera que la dialéctica de la historia progresa, las crisis son más frecuentes,
los pobres se rebelan con más vigor en contra de los ricos. Finalmente, por medio de una
revolución sangrienta, la utopía comunista es introducida cuando los ricos son vencidos. La
palabra «crisis» viene del griego e implica juicio, y la utopía es la época mesiánica reducida
puramente al nivel económico.

Marx contempló el proceso total como algo inevitable. Su punto de vista de la historia
fue el del determinismo económico. El libre albedrío del hombre no fue considerado y
valores ideales tales como la justicia poseyeron para él orígenes económicos. El grito de
justicia era clamado por los pobres deseando derribar a los ricos. La importancia de la
justicia es económica. Llama a compartir las riquezas materiales del mundo. La religión es
la forma por la cual los ricos mantienen en sujeción a los pobres y en la cual los pobres
buscan un escape de su esclavitud económica. Al ofrecer al hombre una recompensa
cuando muere, la religión distrae la atención de sus problemas económicos. Es un narcótico
para el pueblo, una droga que promete compensación en el cielo por las deficiencias de la
tierra. Adormece las susceptibilidades humanas e impide al hombre meditar en su miserable
suerte. Por lo tanto todos los valores espirituales y morales se basan en las necesidades
económicas del hombre. El hombre está limitado por las fuerzas económicas de su sociedad
y su libertad se ejerce cuando él se coloca a la disposición de esas fuerzas que sólo moldean
la historia.

Cuando joven, Marx era más humanista; pero, al formar su sistema, el determinismo
prevaleció. La historia se compone de fuerzas materiales y el hombre es su esclavo. La
marcha progresiva hacia la revolución es algo inevitable aunque él concibió que los
esfuerzos revolucionarios de los trabajadores podían acelerar la llegada del triunfo. De esa
manera él mantuvo una preocupación humanista y nunca descartó la libertad del espíritu
humano. Es importante notar que pensadores como Garaudy y Ernesto Bloch, siguiendo las
ideas del Marx joven, han deseado restablecer una forma de humanismo marxista y de
expresar cierta cualidad de trascendencia en el espíritu humano. La libertad humana se
reafirma continuamente en la historia y los valores humanos no pueden ser destruidos.
Mucho de esto se pone de evidencia en el comunismo proveniente de Checoslovaquia,
Rumania, y Yugoeslavia; en los esfuerzos de pensadores rusos que desean expresar de
alguna forma las más profundas cualidades del espíritu humano; y en el diálogo en el cual
cristianos y marxistas están participando.

La manera en que Marx criticó a la religión tiene cierta justificación. Muchas veces la
iglesia ha estado tan preocupada con el cielo que se ha olvidado de la injusticia social de la
tierra. Se puede notar a través de la historia que el hombre ha usado a la religión como un
mecanismo que le permite olvidarse de dificultades del presente. También la religión ha
sido un instrumento para mantener feliz con su suerte a la gente que vive oprimida.
Recordemos que la forma musical que se llama «espiritual» entre los negros tuvo su origen
en una situación histórica donde la religión era el único medio de escape del esclavo. Los
negros cantaban que al llegar al cielo podrían calzarse y caminar libremente pues en su
existencia dolorosa no lo podían hacer sobre la tierra. También es evidente que sacerdotes y
predicadores han sido callados por los ricos y usados para llamar la atención a las
bendiciones del cielo en vez de los problemas sociales. Las injusticias del mundo han sido
cubiertas con frecuencia con el énfasis en la salvación personal.

Sin embargo, Marx no observó otros aspectos históricos en los cuales líderes religiosos
han peleado en contra de la opresión, la tiranía, y la injusticia en el nombre de Cristo
llevando a cabo esfuerzos de reforma social. Podemos mencionar a Francisco de Asís y sus
discípulos; los anabautistas del siglo XVI; Owen Winstanley y los «Diggers» de Inglaterra
en la época de Cromwell; Isabel Fry y la reforma de condiciones en las prisiones;
Wilberforce de Inglaterra, Woolman de los Estados Unidos y Guillermo Knibb de Jamaica
en sus esfuerzos por abolir la esclavitud; F. D. Maurice y Carlos Kingsley y los socialistas
cristianos de Inglaterra en el siglo pasado; la manera en que las iglesias evangélicas libres
ayudaron en la organización de sindicatos de trabajadores; la influencia del Concilio
Mundial de Iglesias en nuestros días al clamar por paz y al emitir juicio sobre las
ambiciones imperialistas. Es notable que el corriente diálogo entre marxistas y cristianos se
lleva a cabo debido a que ciertos marxistas-humanistas se han dado cuenta que la fe
cristiana posee antídotos activos para curar los males de este mundo y para efectuar justicia
social.

El énfasis marxista dando gran importancia a los factores económicos en la historia es


válido con ciertas aclaraciones. Es importante reconocer que aunque nuestros ideales
espirituales y creencias religiosas no están determinados por fuerzas económicas, muchas
veces están restringidos por ellas. La visión de un artista no está determinada por el medio
por el cual la expresa – óleo, acuarela, aguafuerte, mármol, arcilla, etcétera. Sin embargo,
está limitada en su expresión por el medio usado. La actualización de la visión en una
forma de arte concreta depende mucho del medio elegido. De la misma manera, nuestros
ideales e instituciones religiosas han sido influenciados o restringidos por las estructuras
económicas y sociales en el medio de las cuales han surgido. El énfasis bautista en la
autonomía de la congregación local, por ejemplo, demuestra el individualismo económico
de la época en que aquél originó. Los bautistas y asimismo los congregacionalistas
provinieron de grupos en los cuales se ejercía un tenaz individualismo económico. Los
modelos usados por teólogos para explicar la reconciliación efectuada por la muerte de
Cristo demuestran a veces las fuerzas económicas de la época cuando fueron propuestos. El
gobierno eclesiástico de la Iglesia Católica Romana representa una reliquia del feudalismo
medieval. Podríamos agregar muchos otros ejemplos. Sin embargo, estas restricciones no le
niegan al hombre su libre albedrío ni tampoco anulan sus valores espirituales, sus
imperativos morales, sus intuiciones religiosas, y sus convicciones acerca de la realidad de
la Presencia Trascendente.

Marx no pudo explicar la razón por la cual una dialéctica económica puede erigir de
pronto una sociedad sin clases. Los mismos motivos que quebraron la armonía del paraíso
comunista primitivo existen en el presente. La única solución posible es una forma de
totalitarismo en el cual el hombre halla igualdad económica sin libertad. Esto estaría de
acuerdo con el determinismo marxista, pero no explica la detención del proceso. En este
aspecto Marx tomó inconscientemente de su herencia judía el énfasis escatológico. Pero si
es que no hay un Dios que dirige el proceso y cumple su propósito, la esperanza marxista
no puede ser ratificada. En el diálogo actual, la nueva preocupación con la trascendencia
humana tal vez guíe a una nueva preocupación acerca de una presencia divina trascendente
y a la vez inmanente. En ciertas ocasiones Marx y Engels concibieron la posibilidad de que
un espíritu inmanente estaba guiando el proceso histórico.

VI. AUGUSTO COMTE: EL PROFETA DEL SECULARISMO


Si es cierto que Marx fue el profeta del comunismo en el siglo pasado, otro pensador fue
el profeta del secularismo. Augusto Comte (1798-1857) fue tan profundamente
impresionado por el éxito de las ciencias naturales de su época (¡cuánto más estaría
impresionado si viviera hoy en día!) que propuso una interpretación de historia que tenía
como objeto una sociedad dominada por el método científico. Las fuerzas económicas de
Marx son reemplazadas con el orden científico de Comte. Aún así el determinismo marxista
da lugar en el sistema de Comte a un énfasis humanista genuino, una preocupación con la
libertad creadora del hombre, especialmente en el nivel científico. Al igual que Marx,
Comte usa el modelo linear para interpretar el proceso histórico. El concibe a la historia
progresando hacia la meta del humanismo científico. De la misma forma que en el sistema
marxista, nos encontramos con un movimiento escatológico sin ningún punto trascendente
de referencia para darle por último significado. Si la historia no tiene base en un principio
que existe trascendentemente y que a la vez es inmanente en el proceso, como el cristiano
entiende a Dios, es muy difícil explicar la razón por qué el proceso no continúa. Realmente,
sin una presencia inmanente que dirige el proceso, se hace difícil entender cómo puede
tener dirección.

Comte buscó un escape de este dilema debido a su orientación humanista. El hombre


dirige el proceso, no cualquiera, mas el hombre de ciencias. En la historia, de acuerdo a
Comte, hay tres fases que se sobreextienden algo entre sí pero que se pueden diferenciar
claramente. La primera fase del desarrollo histórico se llama la niñez e incluye los aspectos
religiosos y teológicos. En esta fase el hombre ejercita su imaginación para responder a las
preguntas más esenciales de la vida. El hombre se ha preocupado por averiguar acerca del
origen y el objeto del universo. Para hallar respuestas ha habido quienes formularon mitos
acerca de la creación y consumación del universo y evocaron imágenes religiosas de una
presencia o presencias trascendentes que sostienen al universo. Ceremonias relacionadas
con esos mitos fueron creadas y el hombre ha adorado a Dios o dioses como la primera y
última causa de su universo. En la segunda fase la imaginación ha sido desplazada por el
pensamiento reflectivo y los mitos y símbolos del individuo religioso fueron reemplazados
por los conceptos y categorías de la metafísica. A esta fase se le llama juventud histórica.
Aun aquí el hombre tiene cuestiones acerca de causas primeras y finales, y acerca del
origen y objeto de su universo. Pero ahora las responde con términos filosóficos abstractos.

Las dos primeras fases, que se sobreextienden la una sobre la otra, dan lugar a la tercera
–la edad del positivismo científico. Esta es la fase de hombradía. El método de las ciencias
naturales domina este período de la historia – ¡y aún lo hace ciento cincuenta años después
de Comte! El hombre no formula más mitos ni especula sobre seres que no están al alcance
de su experiencia sensoria. Ahora se concentra en el mundo que puede observar con sus
sentidos. Por lo tanto ya no pregunta más acerca de causas primeras y finales que tal
observación no puede contestar. Al contrario, se preocupa de elementos de su mundo que
pueden ser probados por experimentos científicos y de los que su mundo le puede dar una
contestación directa. En las fases previas el hombre, por medio de su imaginación y
pensamiento especulador, deseó penetrar en el aposento de lo que no se puede observar a
través de la ciencia y de la experiencia sensoria. En la tercera fase el misterio es puesto de
lado. Magia y religión deben dar lugar a controles y predicciones científicos. El hombre no
puede ya tratar de controlar su mundo por medio de manipuleo oculto o persuasión
religiosa de algún poder misterioso e invisible apartado de la esfera de experiencia sensoria.
La religión y la filosofía deben ser reemplazadas.

La era de la ciencia ha arribado y la ciencia se debe aplicar al hombre en investigaciones


psicológicas y sociológicas; Comte fue el creador de la sociología moderna. Deseó erigir
una jerarquía de ciencias a través de las que todo aspecto de existencia puede ser predicho y
controlado. ¡Gloria al hombre en las alturas pues él es el creador del universo! El hombre
moldea la historia. El unifica a las ciencias hasta encontrar una ley científica omnisciente
que le da la clave para dirigir el proceso. A la vez el individuo debe reconocer las
limitaciones de su conocimiento y no preguntar lo que él no puede contestar legítimamente.
El hombre ha madurado. En la era futura se despojará de sus ropajes religiosos y
metafísicos y buscará cómo controlar su propio destino.

Comte llamó a su sistema científico, «positivismo». La inferencia del término es que el


hombre moderno debe enfrentar al mundo en forma descriptiva y no especulativa. La
ciencia describe las regularidades de la vida en todos los niveles pero no debe explicarla en
términos de causas primeras y finales, en términos de orígenes y objetivos trascendentales
que no se pueden observar por medio de los sentidos. Aunque Comte se gozó en la madurez
del hombre y considero que la religión no podía ser ya más aceptable, él trató de expresar
cierto aspecto religioso. Al final de su vida deseó fundar una religión de la humanidad, en
la que desarrolló una forma humanista de adoración similar a los ritos católicos. También
declaró que el liderazgo y sacerdocio espiritual debe ser guiado por hombres de ciencias y
deseó hacer la adoración del hombre el punto cardinal de la sociedad científica que se
erigiría.

En varias formas Comte fue el profeta del secularismo moderno. Hoy en día se habla
mucho acerca del hombre que ha llegado a la madurez. Las perspectivas teológicas del
alemán Bonhoeffer (1906-1945) muestran la influencia de las ideas de Comte. El
movimiento contemporáneo del cristiano secular, que rechaza su forma religiosa, demuestra
una situación que Comte había contemplado. Sin embargo, él que rechazó la religión como
la niñez del hombre sintió la necesidad de iniciar una nueva religión en la era de la madurez
del hombre, la era del hombre científico. Esto también es algo profético. Mucho de lo que
Comte profetizó acerca del progreso de la ciencia es parte de nuestra era.

La ciencia, en su propio nivel, trata de asuntos que antes le pertenecían sólo a la religión.
A la vez, el instinto religioso del hombre todavía existe aunque los éxitos científicos lo
hayan desplazado. Tal vez un restablecimiento de nuestra religión cristiana será posible en
el futuro tomando formas mucho más semejantes a las formas del mundo en que vivimos.

VII. TOYNBEE Y EL SINCRETISMO RELIGIOSO – LA HISTORIA


PROGRESA HACIA UNA META ESPIRITUAL
Las palabras de este título expresan el punto de vista esencial de Arnoldo J. Toynbee
(1889-), el gran metahistoriador contemporáneo. Su conocimiento enciclopédico de la
historia ha sido firmemente combinado con convicciones y discernimiento religiosos.
Algunos de sus colegas lo acusan de que en ciertas ocasiones él ha colocado a la historia en
ciertos de sus moldes preconcebidos y así ha deformado al pasado. Sin embargo, su obra,
Study of History, en doce volúmenes, es un monumento a una vida dedicada a estudios
históricos y a la búsqueda de una unidad que pueda abarcar todo el significado del proceso
histórico. En este estudio amplio de historia universal, Toynbee trata a veintiuna
civilizaciones o culturas de las cuales existen datos históricos. Todas estas civilizaciones
fueron o son esfuerzos humanos para construir estructuras perennes de vida común, y sólo
siete han permanecido. De estas siete, la civilización occidental es la dominante.

En su estudio de estas civilizaciones, Toynbee adopta el modelo cíclico de interpretación


histórica. Pero en contraste a Spengler, él observa que en su relación mutua las
civilizaciones contribuyen al avance de la historia. Por lo tanto él combina el modelo
cíclico con el linear. Su analogía favorita de la historia es la de un carruaje ligero que
avanza hacia la meta sobre las ruedas giratorias de las civilizaciones. La meta del
movimiento total se halla en la experiencia religiosa del hombre. Toynbee ha declarado que
la religión «es el asunto importante de la raza humana». Por lo tanto él halla la clave del
significado de la historia en la conciencia religiosa. Para llegar a tal conclusión ha
concentrado su interés en los mitos que son evidentes universalmente en esa conciencia. En
las estructuras míticas Toynbee halla un tema de batalla que recurre entre dos
personalidades sobrehumanas – el Señor y la serpiente en el jardín del Edén, etcétera. Este
tema se ilustra especialmente en el taoísmo chino con sus dos principios de Yin y de Yang
que ilustran la transición de la paz a la guerra. De esta manera él interpreta en la historia un
modelo de desafío y reacción en el cual el poder creador de Dios continúa a través de la
transición dinámica de paz a guerra en sociedades históricas.

La analogía que Toynbee utiliza es circular. El movimiento cultural procede del


nacimiento, a través de la madurez a la decadencia. La clave no es lo que Spengler llamó
crecimiento orgánico; es la reacción creadora de la humanidad al desafío de su medio en la
naturaleza y en otros grupos culturales. En la primera fase, la reacción del hombre al
desafío es algo creador. En esta reacción Toynbee pareciera optar por una chispa divina en
el hombre, como si Dios estuviera presente en el proceso. Evidentemente, él interpreta que
hay una dimensión providencial por la que el hombre eleva su civilización con ayuda
divina. Después de haber llegado a controlar su ambiente y al llegar al dominio de su
destino, el hombre es tentado repentinamente a deificar lo pasajero y a ignorar lo que posee
carácter eterno. Algo inherentemente defectuoso en la naturaleza humana toma control y su
civilización se precipita cuesta abajo a la disolución. El hombre se enfrenta por su propia
elección con un proceso de juicio divino y la ruina de civilizaciones es la manifestación
histórica que la paga del pecado es la muerte.

Toynbee hace notar que la decadencia no se debe a una fuerza externa. Por lo contrario,
el hombre civilizado en la cima de su cultura posee el control de su ambiente. Pero es
irónico observar que este control acrecienta a la vez que su civilización comienza a decaer.
En su avance una civilización se encuentra con fuerzas hostiles externas, cosa que no
ocurre en su decadencia. La clave de la tragedia es división y discordia en medio de la
sociedad civilizada. Discordia interna tiende a disminuir la capacidad de la gente a decidir
por su cuenta. Si fuerzas hostiles intervienen lo hacen cuando la discordia interna ha
debilitado las energías de la civilización. En esta ocasión el Dios que ha obrado el poder
creador en la cultura floreciente se transforma en el Dios que obra justicia y que abandona
la cultura para que las fuerzas destructoras la terminen. Se ve, por lo tanto, que Toynbee da
un lugar preponderante al elemento de juicio divino en la historia.

Sin embargo, sobre las ruedas giratorias de las culturas el reino de Dios avanza hacia la
consumación. El camino está siendo preparado para una fe universal. La religión se eleva
hacia nuevas alturas y la salvación se transforma en una posibilidad real para los hombres.
Toynbee posee una perspectiva limitada de la consumación social de la historia. Las ruedas
giratorias de civilización permiten que el hombre tenga a su alcance más gracia e
iluminación. La historia tiene como meta a una religión cuya salvación está más al alcance
del hombre. Los esfuerzos creadores de las estructuras de la civilización no han hecho un
impacto duradero.

En sus obras iniciales Toynbee interpretó al cristianismo como la religión final,


mareando la cúspide de la experiencia religiosa del hombre. En obras posteriores sus ideas
han sido modificadas. Su visión incluye una religión verdaderamente universal y un reino
verdaderamente espiritual que será establecido bajo la dirección divina. El hombre
armonizará con Dios y su búsqueda religiosa llegará a una culminación mística y universal.
En este clímax se han de hallar elementos de todas las grandes religiones. El cristianismo,
islamismo, budismo, e hinduismo cooperarán para hallar el destino histórico final del
hombre.
Al analizar la interpretación histórica de Toynbee se puede observar, si uno deja de lado
sus especulaciones religiosas, que el historiador considera que la religión es la clave de la
historia. Ea su interpretación del desarrollo y decadencia de civilizaciones en términos de
juicio divino él sigue la interpretación de San Agustín. En este aspecto su contribución al
entendimiento cristiano de la historia es valiosa. El ciclo naturalístico del destino ha sido
reemplazado con actividad divina. Aún así, no se ve en su interpretación la nota histórica de
la encarnación de Cristo. Este asunto se considera a continuación.

VIII. TEILHARD Y EL PUNTO OMEGA


Otro pensador contemporáneo poseyendo una profesión cristiana profunda y una visión
excelente del proceso universal fue el teólogo y antropólogo jesuita, Teilhard de Chardin
(1881-1955). Persuadido por sus esfuerzos científicos, Teilhard fue un evolucionista
convencido y usó a la evolución como el modelo clave para entender el proceso natural y el
movimiento de la historia. Aquí solamente hacemos un breve comentario de su teoría de
evolución natural. Después del desarrollo creador de la tierra, el antropólogo observa el
desarrollo alrededor de la tierra de la «bioesfera», o la piel de vida, y la «nooesfera», o la
piel de la mente. En su manera característica, él describe el proceso creador por el cual
estas fases se llevan a cabo. El describe la fase inicial, que es la materia, como
organizándose en forma compleja hasta alcanzar el estado de saturación. En este estado la
materia se pliega y la dimensión interna de energía se hace más activa. En seguida la vida
biológica con sus aspectos internos y externos dirige el proceso. La «bioesfera» también
alcanza una compleja organización mientras que el .proceso de interioridad se concentra en
el cerebro con la unificación del sistema nervioso. A continuación en el área desde la
garganta de Odulvai en Tanzania hasta la isla de Java se lleva a cabo la sobresaturación; el
proceso cerebral alcanza el punto de ebullición, y el hombre aparece. Teilhard llama
«hominización» al desarrollo del hombre e indica que desde este punto el proceso de la
evolución está consciente de sí mismo. El hombre tiene una parte importante en guiar el
proceso en forma recta. El debe reconocer la meta del proceso y ayudar a obtenerla debido
a que él es parte del proceso.

La historia y los procesos naturales forman un movimiento unido en los conceptos de


Teilhard. La historia posee un sentido de dirección hacia la meta que él llama Punto
Omega. Es importante ver que el hombre se desarrolla con capacidad de controlar a la
naturaleza con su ciencia y también de relacionarse a sus prójimos con amor. El piensa que
la evolución continúa en la historia al nivel de la mente o personalidad.. Habrá aún otra fase
en el futuro cuando el individuo avance hacia la personalidad real en medio de algo grande,
lo sobrepersonal. Las tensiones en la estructura social están influenciando al hombre hacia
lo sobrepersonal. Algunas de esas presiones son el crecimiento inusitado de la población
mundial, los avances tecnológicos en el área de comunicaciones, y las nuevas ciencias
sociales con la repercusión que tienen en la vida del hombre. Si el individuo adopta el
camino del amor él puede vencer y usar bien esas tensiones. Teilhard toma en cuenta que
hay otra posibilidad – el retrocedimiento del hombre hacia el totalitarismo. Sin embargo, la
trayectoria del proceso le hace pensar que se dirige hacia el Punto Omega que debe ser
amoroso y amable y que aunque se concibe como una meta futura, debe ser también una
realidad presente y debe elevarse sobre el proceso histórico. Teilhard cree que el Punto
Omega debe sobrepujar al proceso histórico. Si estuviera dentro del proceso corre el peligro
de ser destruido cuando la Segunda Ley de Termodinámica cumple su función en el
universo físico. Teilhard identifica al Punto Omega con Dios y al así hacerlo nos guía a su
interpretación cristiana del movimiento histórico.

El Punto Omega ya se ha hecho carne en el proceso en Jesucristo. Por medio de su


presencia el poder del amor de Dios se ha hecho notar en la historia. El hombre ha sido
guiado por ese amor hacia el Punto Omega. El proceso de «Cristoficación» se está llevando
a cabo. Cristo incorpora al hombre en su propia humanidad representativa y la encarnación
continúa en el tiempo histórico en su cuerpo místico, la iglesia. Por lo tanto, la iglesia es un
microcosmo del macrocosmo, una muestra de lo que será lo sobrepersonal. Al estar unido a
Cristo y a sus prójimos por medio del amor, el hombre se transforma en algo superior a una
persona, no algo inferior. De esta manera la meta sobrepersonal de la historia no significa la
pérdida de personalidad sino el descubrimiento del ser personal verdadero en la comunión
de amor donde el individualismo aislada es abandonado. A medida que Cristo guía al
hombre hacia esa meta, la historia pasará por nuevas crisis. Por último el punto de
saturación ha de llegar y una interioridad radical proyectará a la estructura social compleja
sobre el nuevo estado de ser. Entonces la estructura física del universo asumirá forma
transfigurada, libre de la ley de la entropía, y la humanidad se unirá a Cristo de manera que
él será el todo en todos. El objetivo del proceso es por lo tanto la Parousia, el advenimiento
del Cristo, quien incorporará a todos los hombres en sí mismo en amor, como él en la
historia unió una vida humana histórica en su propio ser personal.

Teilhard en sus conceptos nos dirige a temas como la centralidad de la encarnación, la


importancia de la iglesia y el significado de la esperanza cristiana (escatología) en el
entendimiento cristiano de la historia. El es demasiado optimista acerca del hombre y no
toma en cuenta seriamente la beligerancia que el hombre manifiesta hacia sus prójimos. El
ignora también la magnitud demoníaca en la sociedad histórica y menciona livianamente el
aspecto del juicio divino en la historia. Pero a pesar de su optimismo, él nos desafía a
preocuparnos por asuntos de este mundo y nos recuerda que el propósito de Dios se llevará
a cabo en la historia. El propósito divino se preocupa de las estructuras sociales del hombre
y de la vida común al igual ‘que de la redención individual. De este último tema nos
ocupamos en seguida.

IX. CRISTO – EL CENTRO Y LA META DE LA HISTORIA


Toynbee declara que la sensibilidad religiosa del hombre es la clave del significado de la
historia. Teilhard halla la clave en la encarnación del Cristo y la fe cristiana. Deseamos
comenzar con esta suposición e interpretar la historia «desde su punto medio», como lo
expresa Paul Tillich. Es importante recordar que nuestra fe cristiana está íntimamente
relacionada con la historia. De la misma manera que las creencias de los hebreos fueron
comunicadas, el cristianismo se transmite a través de la historia y provee igualmente,
significado para la historia. La fe cristiana afirma que el propósito de Dios se cumple en la
historia y que se nos ha revelado a través de la historia. La fe del pueblo hebreo incluyó una
confesión histórica de los hechos portentosos de Dios en la historia comenzando con
Moisés y la liberación de Egipto en el «mar de Junkos». La fe de la comunidad cristiana
incluye la narración de la fe en Jesucristo, el hijo de Dios quien nació, vivió, sufrió, murió y
resucitó en la historia por nosotros y nuestra salvación. Jesucristo es el punto de partida de
la fe, el centro de revelación divina.

1. La revelación divina en la encarnación


La actualidad histórica de Jesucristo, su vida, muerte y resurrección, se verifica en los
Evangelios sinópticos, el Evangelio según Juan, los Hechos de los Apóstoles, y otros libros
del Nuevo Testamento. La historia describe a un hombre histórico. El vivió como nosotros
y sufrió una muerte terrible, mucho más terrible que la mayoría de los hombres sufren. La
historia declara sus obras de amor y misericordia, sus enseñanzas y sus curaciones. Por
supuesto esta descripción fue hecha por discípulos y apóstoles quienes declararon que él
fue más que un mero hombre.

Es muy difícil en estudios bíblicos entender completamente los motivos de aquellos


testigos que han descrito los hechos históricos. La búsqueda del «Jesús histórico», si ese
título infiere un entendimiento acerca de Jesús, aparte de la profesión de fe de su iglesia, ha
sido una tarea análoga al desear tocar un espejismo. Tenemos que enfrentarnos como
siempre con la interpretación. Hechos históricos por sí no pueden separarse fácilmente de
su interpretación. Aún así, al leer los Evangelios cuidadosamente se puede observar
claramente que los contemporáneos de Jesús y sus discípulos, a pesar de estar sumamente
impresionados con el carácter de su humanidad, no entendieron su verdadera importancia.
El demostró ser un maestro enviado de Dios. Pedro le reconoció como Mesías pero con un
tono de incertidumbre y fue reprendido por Jesús quien hizo hincapié en sus sufrimientos y
muerte. Por último fue su resurrección que les trajo a estos discípulos azorados, inciertos y
desesperanzados un nuevo y más profundo entendimiento de la naturaleza de Jesús. El fue
proclamado como poderoso Hijo de Dios debido a su resurrección de los muertos. Tomás,
dudando y a la vez con esperanza clamó: «mi Señor y mi Dios».

Lo que ocurrió en la resurrección constituye un problema perenne para historiadores. Su


autenticidad histórica ha sido dudada. Sin embargo, no se puede explicar la existencia de la
iglesia, sus himnos y ritual, sus credos, y especialmente el testimonio vigoroso y poderoso
de los primeros discípulos aparte de la resurrección. El hecho de que los testimonios de los
Evangelios no concuerdan en algunos detalles confirma, en lugar de negar, la realidad
histórica de la resurrección. Es evidente que las crónicas de esta experiencia inusitada no
fueron fraguadas.

La resurrección, siendo la cúspide de la vida y muerte, trajo a colación una revelación


que evocó una profesión de fe. El Señor viviente y resucitado comisionó a sus discípulos,
quienes salieron a estremecer al mundo y a la vez a escribir historia en su nombre. Ellos
declararon, de la misma manera que los cristianos lo hacen en la actualidad, que la vida de
Jesús no fue ordinaria; fue una vida ligada íntima y personalmente a la vida de Dios. Este
fue un hombre y más que un hombre. Hubo en él tal deidad que indicó que en lo profundo
de su experiencia humana, su vida estaba unida de una forma peculiar con el Dios vivo.
Además, él estuvo tan entregado a Dios que su vida terrenal fue transparente a la presencia
divina. De una forma única el hombre se enfrentó con Dios. Su amor fue el amor de Dios.
Su preocupación por el hombre fue la de Dios. Su poder redentor, libertando a los hombres
de la esclavitud y quitando el sentimiento de alienación, fue el poder de Dios. El
significado y propósito que él brindó al hombre fueron los que Dios deseaba para ellos. El
reveló a Dios al hombre y permitió que el hombre se viera tal como es y como puede llegar
a ser. El mostró que Dios está ligado íntimamente con la historia. El manifestó la naturaleza
del hombre histórico. El ofreció la redención de la esclavitud y abrió los ojos de los
hombres al futuro que Dios tiene para sus hijos.

2. La participación divina en la historia


Las profecías de sus compatriotas tuvieron influencia sobre Jesús. En su vida histórica
convergieron las revelaciones de los profetas hebreos. En sus enseñanzas y personalidad, al
igual que en las de los profetas, se nos expresa a un Dios preocupado por la historia
humana, en juicio y en misericordia. La historia constituye el escenario en el cual Dios
moldea a un pueblo para sí y en el cual desea compartir su vida con sus criaturas. El núcleo
de la revelación divina en nuestro Señor muestra a un Dios personal que es en esencia
amor. El testimonio bíblico afirma que Dios es amor y que su relación con sus criaturas es
personal.

Los profetas hebreos afirmaron con certeza que la historia es el escenario del juicio de
Dios sobre el hombre en rebelión. Si los hombres y las civilizaciones ignoran el propósito
amoroso y las demandas de Dios, si es que sus vidas son guiadas aparte de los planes
divinos, tarde o temprano han de pagar las consecuencias. La ira de Dios es la otra cara de
su amor. El es un Dios justo mas también es un salvador. En su juicio él abandona al
hombre en sus pecados pero aún así lo ama. Cuando sus demandas no reciben atención, los
hombres deben ser disciplinados aunque continúen siendo sus hijos. Por medio del juicio él
obra la redención.

El juicio divino se observa en la estructura de la historia. El hombre rebelde permite que


ciertas fuerzas sociales y económicas se desaten y que se transformen por último en algo
tan demoníaco que caen sobre él en juicio. El hombre deifica su propio ser, sus avances
científicos, sus ambiciones imperialistas y su posición racial; él erige ídolos que
reemplazan al Dios vivo. Luego, él se halla envuelto en disputas, desacuerdos,
imperialismos rivalizantes, tensiones raciales, competencia económica y guerra. En un
sentido real Dios abandona al hombre al pecado de su corazón. Este aspecto fue expresado
en el naturalismo de Spengler y en el análisis histórico de Toynbee. La deificación de lo
pasajero y lo efímero trae como consecuencia en las ruedas giratorias de la civilización el
desastre final. Nuestro Señor enseñó tales cosas en su ministerio terrenal.

Aún así la última palabra de Dios es amor. Este amor se observa magistralmente en la
cruz. Como un padre terrenal aplica la disciplina a su hijo y sufre al hacerlo, asimismo el
Dios de la historia se identifica con sus criaturas aun al juzgarlas. Alrededor de la cruz
convergieron todas las fuerzas que constituyen la historia – sociales, raciales, imperialistas
y religiosas. Allí se pueden ver el imperialismo romano, el nacionalisrno judío, los poderes
gobernantes, la gente sujeta y rebelde, el fanatismo religioso, los hombres justos en su
propia estimación, todo esto representando el microcosmo del macrocosmo de la historia.
Sin embargo también podemos observar en la cruz a Dios trayendo el juicio de toda la
historia a un punto focal en la vida de Jesús y elevándolo en su propia vida en forma
redentora. En nuestras aflicciones él fue afligido. Vemos a Dios en una forma paradójica
compartiendo en nuestro juicio y soportándolo en amor en forma triunfal por medio de la
victoria de la resurrección.

De esta manera nos enfrentamos a un Dios sufriente que actúa por detrás y por adentro de
la historia, y quien por medio de su sufrimiento puede reconciliar al hombre. Su poder es el
poder del constreñimiento, y su amor liberta al hombre y soporta su alienación. En su poder
y amor este Dios abandona a los hombres a las fuerzas que ellos inician en la historia y
sufre con ellos en el juicio. En su poder y amor este Dios soporta el sufrimiento para que el
hombre pueda ser libertado y llegue a ser su hijo. La omnipotencia de Dios es el poder de
un amor persuasivo y redentor. Es un amor que en su restricción rodea al hombre con su
presencia persuasiva. Está de acuerdo con nuestra libertad pues espera que respondamos
aún cuando nos proporciona dirección para demandas morales y juicio como límites de
nuestra actividad.

Por lo tanto la cruz y la resurrección proporcionan el modelo de la historia. Esto quiere


decir que toda la historia posee significado para Dios. Nuestras acciones hacia nuestros
prójimos le tocan como si fueran hechas a él. Cualquier cosa efectuada por el hombre que
posea significado eterno en el transcurso de la historia Dios lo recibe en su propio plan y lo
hace parte del cumplimiento de sus propósitos. A medida que ese propósito se lleva a cabo,
en distintos lugares y circunstancias, aunque sea en forma incompleta, el amor de Dios
encuentra satisfacción.

3. Enajenamiento humano y redención


En la vida encarnada de Jesús podemos observar al hombre tal cual Dios deseó que fuera.
En la cruz el hombre histórico ha sido condenado y se muestra tal cual es. El es una criatura
rebelada en contra de Dios, clavando al Hijo de Dios a una cruz vergonzosa; es un hombre
desviado del camino verdadero. En la resurrección, el hombre se ve tal como puede llegar a
ser, una criatura librada de la esclavitud de su pecado y vida demoníaca, reconciliada a
Dios y redimida de su alienación. Por lo tanto la revelación histórica en Jesús recobra el
discernimiento de los modelos dinámicos hallados en los tres primeros capítulos de
Génesis. Vemos al hombre creado a la semejanza de Dios y a la vez alienado consigo
mismo, vagando por el desierto de la historia humana y esperando la palabra reconciliadora
de Dios quien le ofrece perdón y misericordia.

En su distanciamiento, el hombre, desde el comienzo de su vida histórica, se ha colocado


a sí mismo y a sus estructuras sociales en el lugar del Dios vivo. En lugar de relacionarse a
la Presencia invisible y trascendente, se ha relacionado con lo visible y lo palpable. El se ha
deificado a sí mismo, a sus gobernantes, a su poder nacional, a sus estructuras económicas
y a su pericia tecnológica. Principalmente, el pecado es alienación de Dios, y el pecado
histórico es el egoísmo individual y colectivo, la «omnipotencia divina» del hombre.

Pero el juicio histórico se demuestra en el hecho de que ese pecado crece y se transforma
en algo demoníaco. Cuando nos deificamos y deificamos a nuestra vida, nuestras
estructuras sociales, nuestros avances científicos, nuestros modelos económicos,
descubrimos que hemos sido transformados en esclavos encadenados. En lugar de subyugar
estas fuerzas, ellas nos han esclavizado. Así nuestras relaciones históricas se han pervertido
debido a discordias y rivalidades. El hombre histórico, desviado de su verdadera senda, se
halla bajo el dominio de fuerzas que no puede controlar. Procura enfrentarlas con su poder
limitado y descubre que ellas cambian de forma pero sus problemas permanecen. La
historia se transforma en, un desierto.

A pesar de todo la historia es también el escenario de la redención. El amor de Dios que


fue demostrado en la historia en una manera crucial y suprema en la encarnación, aún posee
energía. Cuando el hombre histórico responde al amor divino demostrado en el Cristo, es
liberado de su esclavitud y reconciliado de su alienación. Esta alienación lo ha separado no
sólo de Dios sino también de sus prójimos pues el hombre es un ser completo cuando
ejercita relaciones sociales. El puede ahora vivir en relaciones de amor. En la redención
Cristo se identifica con el hombre histórico. El hombre toma el modelo de muerte y
resurrección al entregarse por medio de la fe a Dios. El es resucitado para vivir en una
nueva relación con sus prójimos debido a su reconciliación con Dios.

El centro de la nueva vida del hombre histórico redimido es la comunión de la iglesia, el


pueblo de Dios en la historia, la extensión de la encarnación de Cristo. Nos transformamos
en el cuerpo de Cristo, la extensión de su presencia redentora en la historia, la comunidad
de su Espíritu. A la vez, no nos podemos separar de] mundo secular pues como seres
históricos estamos íntimamente relacionados a él. La redención es vida eterna aquí, ahora,
la vida del estado divino en este estado histórico. Por lo tanto vivir en Cristo, haber sido
librados por él, significa vivir en una nueva relación con nuestros prójimos. La redención
nunca puede ser individual, tiene que ser social. Cristo no sólo cambia a los individuos;
también los cambia en sus relaciones sociales.

De acuerdo a la interpretación de Teilhard, vivimos en un mundo incompleto. Debemos


cooperar con Dios para cumplir su propósito por medio de nuestra ciencia, nuestros
esfuerzos políticos, y nuestras estructuras económicas. Ese propósito está íntimamente
relacionado con nuestra vida histórica, nuestra vida compartida con otros. Nuestro Señor se
preocupó por el bienestar físico y espiritual del hombre. No puede haber redención
individual sin la acompañante preocupación social. La esperanza cristiana en Cristo es
histórica y universal. Toda la historia se dirige hacia la meta cuando todas las cosas
convergerán en él. Nuestros valores culturales y avances creativos a todo nivel, nuestra vida
común y redes de relaciones tienen significado para Dios y serán redimidas al final con
todas las criaturas a quienes él ha libertado para cooperar con él y a quienes él les ha
proporcionado algo de su propio poder creador. Vivimos en tensión entre lo que es y lo que
será. Estamos seguros que Dios es nuestro futuro debido a que él ha resucitado a su Cristo
de los muertos. Por lo tanto más allá de este estado físico esperamos ver a un universo
transformado y a una humanidad transfigurada en las que el Cristo juntará todas las cosas
en sí mismo. La imaginación reemplaza la actualidad histórica y sólo podemos emplear
modelos como los de la segunda venida de Cristo (Parousia). En este aspecto tal vez la
perspectiva de Teilhard nos puede ayudar. Lo que es de suma importancia es saber que la
historia en el presente posee un lugar importante en los planes de Dios.

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