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Sobre la lectura

Estanislao Zuleta
(1982)
Sobre la lectura

Estanislao Zuleta (1982)

Voy a hablarles de la lectura. Me referiré a un texto escrito hace unos años. Espero
que lo comentemos en detalle para que logremos acercarnos al problema de la
lectura. Comencemos con un comentario sobre Nietzsche. Nietzsche tiene muchos
textos sobre este tema, pero por ahora les recomiendo sólo dos: el prólogo a la
Genealogía de la moral y el capítulo de la primera parte de Zaratustra que se llama
“Del leer y el escribir”; hay otros muy buenos en el Ecce Homo y en las
Consideraciones intempestivas, particularmente en la que lleva por título,
Schopenhauer educador. En ella se habla de lo que significó Schopenhauer para
Nietzsche en su juventud y en qué sentido fue para él un educador. Además les
recomiendo que se lean Sobre el porvenir de nuestros institutos de enseñanza, pues
en él, Nietzsche, hace una crítica de la Universidad como pocas veces se ha hecho,
incluso hoy. Vamos a leer el texto sobre la lectura; lo comentaremos y contestaré las
objeciones, críticas o insatisfacciones que ustedes me manifiesten.

Acaso ningún escritor haya hecho tan conscientemente como Nietzsche de su estilo,
un arte de provocar la buena lectura, una más abierta invitación a descifrar y
obligación de interpretar, una más brillante capacidad de arrastrar por el ritmo de la
frase y, al mismo tiempo de frenar por el asombro del contenido. Hay que considerar
el humorismo con el que esta escritura descarta como de pasada lo más firme y
antiguamente establecido y se detiene corrosiva e implacable en el detalle
desapercibido: hay que aprender a escuchar la factura musical de este pensamiento,
la manera alusiva y enigmática de anunciar un tema que sólo encontrará más adelante
toda amplitud y la necesidad de sus conexiones. Este estilo es la otra cara, el reverso
de un nítido concepto de la lectura, de un concepto que a medida que se hace más
exigente y más quisquilloso libera la escritura de toda preocupación efectista,
periodística, de toda aspiración al gran público y de esta manera abre al fin el espacio
en que pueden consignarse las palabras del Zaratustra y elaborarse la extraordinaria
serie de obras que lo continúan, comentan y confirman. Al final del prólogo de la
Genealogía de la moral Nietzsche dice que requiere un lector que se separe por
completo de lo que se comprende ahora por el hombre moderno. El hombre moderno
es el hombre que está de afán, que quiere rápidamente asimilar; “por el contrario, mi
obra requiere de lectores que tengan carácter de vacas, que sean capaces de rumiar,
de estar tranquilos”. Nietzsche dice que “existe la ilusión de haber leído, cuando
todavía no se ha interpretado el texto. Y esa ilusión existe por el estilo mísero en que
escribe.

Pero él va más lejos, el texto que viene más a la mano es el Zaratustra y se encuentra
en el primer discurso del Zaratustra. Dice Nietzsche que va a contar la manera como
el espíritu se convierte en primer lugar en camello, el camello se convierte en león y
éste se convierte finalmente en niño.
Estanislao Zuleta, Sobre la lectura 2/17
Nietzsche dice que primero el espíritu se convierte en camello, es el espíritu que
admira, que tiene grandes ideales, grandes maestros. Por ejemplo, en el caso de
Nietzsche, Schopenhauer, y una inmensa capacidad de trabajo y dedicación; el
camello es el espíritu sufrido, el espíritu que busca una comunidad con cualquier
cosa. –Es un aspecto que se refiere al pensamiento, todo el Zaratustra es una teoría
del pensamiento–. Si no se logra leer así, no se entiende nada; pero el espíritu no es
sólo eso, admiración, dedicación, fervor, y trabajo; el espíritu es también crítica,
oposición y entonces dice que el espíritu se convierte en león; Como león se hace
solitario casi siempre y en el desierto se enfrenta con el dragón lleno de múltiples
escamas y todas esas escamas rezan una misma frase: tú debes. Entonces el espíritu
se opone al deber, es el espíritu rebelde, el que toma el tú debes como una imposición
interna contra la cual se rebela, que mata todas las formas de imposición y de
jerarquía, pero que todavía se mantiene en la negación. Y dice Nietzsche que el león
se convierte finalmente en niño y explica así: el niño es inocencia y olvido, un nuevo
comienzo, y una rueda que gira, una santa afirmación. Eso ya no es rebelión contra
algo; la rebelión contra algo sigue estando determinada por aquello contra lo cual
uno se rebela, de la manera en que por ejemplo el blasfemo sigue siendo religioso,
porque para pegarle una puñalada a una hostia hay que ser tan religioso como para
tragársela; es inocencia y olvido; olvido en Nietzsche es una fórmula muy fuerte,
una potencia positiva. Nuestra capacidad de olvidar es nuestra superación del
resentimiento. Ahora, el pensamiento funciona con las tres categorías: capacidad de
admiración: idealización, trabajo o labor; la capacidad de oposición: critica, rebelión,
y otra: la capacidad de creación: sin oponernos a nada, de juego, de inocencia, de
rueda que gira. El espíritu es las tres cosas; sólo si esas tres cosas se combinan
funciona el pensamiento filosófico; cuando cualquiera de las tres se enuncia sola es
una determinada frustración, una filosofía sombría, un dogmatismo o una
idealización de cualquier tipo, o una filosofía rebelde que no es más que rebelión, o
es también una filosofía que no tiene ni apoyo en aquello a lo que busca integrarse,
ni en aquello contra lo que lucha sino que se predica sólo como juego y que como
juego sólo es anarquismo vacío.

En un libro más tardío. La voluntad de dominio, Nietzsche retoma estas ideas y las
da como historia de su vida; ese mismo juego de oposiciones contiene una filosofía
que nos impone un trabajo: interpretar; si no, no entendemos nada. Nietzsche dice
comentando algunos artículos sobre su obra: “Creo que la incomprensión que tienen
hacia mí, es en el fondo alejada de la lengua que yo hablo; todavía no pueden llegar
a mis textos ya que cuando uno no oye nada, puede tener la ilusión de que allí no se
dice nada, entonces, hace falta un tiempo para que me oigan. En todo caso los que
me elogian están más lejos de mí, incluso que los que me critican”.

Es al primer discurso del Zaratrusta al que Nietzsche se refiere cuando dice que la
lectura requiere la interpretación en el sentido fuerte. Es precisamente por eso que
su estilo logró imponer la necesidad de interpretar. El Zaratustra es por eso un libro
curioso; casi no existe hoy entre nosotros un libro alemán más famoso que el
Zaratustra. Es difícil encontrar en Colombia un zapatero que no se haya leído el
Estanislao Zuleta, Sobre la lectura 3/17
Zaratustra; se vende en las librerías de segunda al lado de las obras completas de
Vargas Vila y sin embargo probablemente no haya un libro más difícil que el
Zaratustra; es como si se vendiera al lado de Vargas Vila La fenomenología del
espíritu. Tiene pues una situación muy particular, ya que se puede recibir como
poesía, o se puede hacer una lectura religiosa; en realidad es un libro muy exigente
con el lector; hay que cogerlo casi que párrafo por párrafo y someterlo a una
interpretación: eso es lo que exige del lector.

Nietzsche es particularmente explícito sobre este punto al final del prefacio a la


Genealogía de la moral (1887) y al final del prefacio a Aurora: “No escribir de otra
cosa más que de aquello que podría desesperar a los hombres que se apresuran”. No
se trata, sin embargo aquí, como podrían hacer pensar éste y muchos otros textos del
“Afán del hombre moderno” que requiere informarse lo más rápidamente posible y
al que debiérase oponer una lectura lenta, cuidadosa, y “rumiante”. Al poner el
acento sobre la “interpretación” Nietzsche rechaza toda concepción naturalista o
instrumentalista de la lectura: leer no es recibir, consumir, adquirir, leer es trabajar.
Lo que tenemos ante nosotros no es un mensaje en el que un autor nos informa por
medio de palabras –ya que poseemos con él un código común, el idioma– sus
experiencias, sentimientos, pensamientos o conocimientos sobre el mundo; y
nosotros provistos de ese código común procuramos averiguar lo que ese autor nos
quiso decir.

Que leer es trabajar, quiere decir ante todo que no hay un tal código común al que
hayan sido “traducidas” las significaciones que luego vamos a descifrar. El texto
produce su propio código por las relaciones que establece entre sus signos; genera,
por decirlo así, un lenguaje interior en relación de afinidad, contradicción y
diferencia con otros “lenguajes”, el trabajo consiste pues en determinar el valor que
el texto asigna a cada uno de sus términos, valor que puede estar en contradicción
con el que posee el mismo término en otros textos. Para tomar un ejemplo muy
sencillo, en contradicción con el valor que tiene en el texto de la ideología
dominante. Platón en el Teeteto incluye en el concepto de “Esclavos” a los reyes, los
jueces y en general a todos los que no pueden respetar el tiempo propio que requiere
el desarrollo del pensamiento porque están obligados a decidir o concluir en un plazo
determinado y ese plazo prefijado los excluye de la relación con la verdad, la cual
tiene sus propios ciclos, sus caminos y sus rodeos, sus ritmos y sus tiempos que
ninguna instancia y ningún poder pueden determinar de antemano. Así Nietzsche
llama “Voluntad de dominio” a una fuerza unificadora perfectamente impersonal
que confiere una nueva ordenación y una nueva interpretación a los elementos que
estaban hasta entonces determinados por otra dominación. Esta noción es por lo tanto
no sólo ajena a la significación que le asigna la ideología dominante, sino
directamente opuesta, puesto que en ésta se entiende como deseo de dominar,
superar, de oprimir a otros dentro de los valores y jerarquías existentes y por lo tanto
de someterse a esos valores y jerarquías.1 Traemos esto a cuento, sólo para indicar

1
Ver Genealogía de la moral II, 12
Estanislao Zuleta, Sobre la lectura 4/17
que toda lectura “objetiva”, “neutral” o “inocente” es en realidad una interpretación:
la dislocación de las relaciones internas de un texto para someterlo a la interpretación
de la ideología dominante.

Quiero subrayar aquí un punto: no hay un tal código común. Cuando uno aborda el
texto, cualquier que sea, desde que se trate de una escritura en el sentido propio del
término, es decir, en el sentido de una creación, no de una habladuría, como dice
Heidegger (por que las habladurías también se pueden escribir, eso es lo que hacen
todos los días los periodistas, escribir habladurías) cuando se trata, de una escritura
en el sentido fuerte del término entonces no hay ningún código común previo, pues
el texto produce su propio código, le asigna su valor; ese es un punto importantísimo
en la teoría de la lectura; voy a tratar de acercarme un poco más a las lecturas de
ustedes; como desgraciadamente ustedes tienen una idea del marxismo según la cual
hay que estudiar marxismo y sólo marxismo, entonces como a Marx; bueno, por lo
menos sí es un gran escritor. Cuando nosotros abrimos El Capital, no tenemos con
Marx un código común; por ejemplo: Marx comienza a hablarnos de la mercancía:
“La riqueza de las sociedades donde impera el régimen capitalista de producción se
nos aparece como un inmenso arsenal de mercancías”... pero precisamente el
concepto de mercancía y el concepto de riqueza que están en la primera frase de El
Capital no nos es común. Nosotros lo entendemos sin necesidad de buscarlo en el
diccionario, nadie ignora qué es una mercancía, nosotros creemos y lo entendemos
también por una vía empírica porque podemos dar ejemplos. ¡Ah! si, la mercancía...
lo que está exhibido en las vitrinas de los almacenes. Pero Marx nos va a mostrar
que nosotros no sabemos qué es la mercancía, ni tampoco qué es riqueza. Marx nos
dice en el primer apartado de la Crítica del programa de Gotha, que dicho programa
comenzaba tan tranquilamente con la tesis de que toda la riqueza procede del trabajo
y Marx dice, no, la riqueza no procede del trabajo, procede igualmente de la
naturaleza; Marx complica inmediatamente la cosa mercancía; son las relaciones
sociales de producción las que llevan en sí el poder sobre el trabajo.

La riqueza se presenta (se presenta pero no es) como una gran acumulación de
mercancías, incluso, “se presenta”, en una formulación permanente de Marx. Luego
dice Marx: la manera como las cosas se presentan no es la manera como son; y si las
cosas fueran como se presentan la ciencia entera sobraría. Por lo tanto, el texto
produce su código, no tenemos un código común, tenemos que extraer el código del
texto mismo de Marx, Código quiere decir un término al que el receptor y el emisor
asignan un mismo sentido. Sin un término al que se le asigne un mismo sentido no
hay mensaje y por eso, por ejemplo, un hablante de una lengua como el chino u otra
lengua desconocida, no constituye para nosotros un mensaje porque no tenemos
código común. El problema de la lectura es que nunca hay un código común cuando
se trata de una buena escritura.

Tenemos que descifrar el código de la manera como esa escritura lo revele. La


literatura como la filosofía imponen un código que hay que definir y el texto lo

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define; cada término se define por las relaciones necesarias que tiene con los otros
términos.

Si nosotros no llegamos a definir qué significa para Kafka el alimento, entonces


nunca podremos entender La metamorfosis, “Las investigaciones de un perro”, “El
artista del hambre”, nunca los podremos leer; cuando nosotros vemos que alimento
significa para Kafka motivos para vivir y que la falta de apetito significa falta de
motivos para vivir y para luchar, entonces se nos va esclareciendo la cosa. Pero, al
comienzo no tenemos un código común, ese es el problema de toda lectura seria, y
ahora, ustedes pueden coger cualquier texto que sea verdaderamente una escritura,
si no le logran dar una determinada asignación a cada una de las manifestaciones del
autor, sino que le dan la que rige en la ideología dominante, no cogen nada. Por
ejemplo, no cogen nada del Quijote si entienden por locura una oposición a la razón,
no cogen ni una palabra, porque precisamente la maniobra de Cervantes es poner en
boca de Don Quijote los pensamientos más razonables, su mensaje más íntimo y
fundamental, su mensaje histórico, y no es por equivocación que a veces delira y a
veces dice los pensamientos más cuerdos. Ustedes encuentran en el Quijote los
textos más alarmantemente locos; en boca de Don Quijote también encuentran la
parodia más maligna y los textos más razonables:

“Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos...”. Ahí está Don
Quijote hablando de la locura. En cierto sentido es la locura en el sentido de la
inadaptación, es la sabiduría en el sentido de la inadaptación. El Quijote es el hombre
tardío, el hombre que ha fracasado en todo durante la vida, que no ha sido más que
un fracaso y que no resigna a la vida cotidiana y prefiere salir y salir quiere decir
muchas cosas: nacer, enloquecerse, desadaptarse, aventurarse, entonces Cervantes
construye todo el comienzo del Quijote, con la imagen del hombre cotidiano, por
parejas de oposición, una cosa verdaderamente extraordinaria, una estructura
musical, todo está en parejas de oposición: “Y tenía en su casa un ama que no pasaba
de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y se pasaba las noches de
claro en claro y los días de turbio en turbio leyendo libros de caballería” –todo cae
en oposiciones– “hasta que cayó en la más extravagante idea que hubiese dado loco
alguno y fue que parecióle convenible y necesario, así como para el aumento de su
honra como para el servicio de su república hacerse caballero andante” y culmina
ahí, eso es música. Pero el Quijote es eso, un hombre que se iba a morir allí, en una
haciendita, con un caballito, con un perrito, con una sobrina y una ama; ya tiene 50
años y no ha pasado nada, y Cervantes tiene 50 años y está en la cárcel y no ha
pasado nada, y ha fracasado en todo y de pronto sale y ese salir es un nacimiento y
sale Cervantes y sale Don Quijote, esa maravilla, el hombre con 50 años de fracasos
se niega a que su vida termine en una muerte solitaria, en una vida cotidiana apagada
y prefiere la locura a la cotidianidad, pero eso no lo dice Cervantes, eso lo tenemos
que construir los lectores al ir construyendo el código.

La más notable obra de nuestra literatura –porque en toda nuestra literatura no hay
nada comparable– en el bachillerato nos la prohíben, es decir, nos la recomiendan;
Estanislao Zuleta, Sobre la lectura 6/17
es lo mismo que prohibir, porque recomendar a uno como un deber lo que es una
carcajada contra la adaptación, es lo mismo que prohibírselo. Después de eso uno no
se atreve ni a leerlo, le cuentan que el gerundio está muy bien usado, le hablan de
sintaxis, de gramática, del arte de los que saben cómo se debería escribir pero que
escriben muy mal: una cosa que a Cervantes no le interesaba, pues lo que hacía era
escribir soberanamente, con las más ocultas fibras de su ser. Cuando nosotros
llegamos a abrir los ojos ante el Quijote, con asombro, nos damos cuenta que tanto
Sancho como el Quijote pueden estar de acuerdo porque ambos son irrealistas, el
uno construye una realidad, el otro se atiene a la inmediatez, lo real pasa por encima
de uno y por debajo del otro y en conjunto los dos son una crítica de la realidad, a
nombre de la inmediatez del deseo y a nombre de la trascendencia del anhelo. La
realidad es la que queda muerta, no ellos.

Y sin embargo, Cervantes no nos puede dar eso inmediatamente; el más grande de
nuestros autores, un hombre de la altura de Shakespeare, nos da un texto que si
nosotros no somos capaces de descifrar, de interpretar, no lo entendemos. No somos
capaces ni siquiera de leerlo, o lo leemos por “fuerza de voluntad”, que es peor; pero
de lo que se trata es de coger el entusiasmo, coger el ritmo, coger el estilo de
Cervantes, o mejor dicho los estilos de Cervantes. Cervantes sabe hacerlo todo, el
estilo metonímico de Sancho, apoyado en refranes para darse aire de que no es él el
que lo dice y poner la ponzoña por debajo; el estilo lírico de Don Quijote: “Ya no
hay hombre que saliendo de este valle entre en aquella montaña y de allá pise una
desierta y desolada playa de mar"; esa combinación de estilos que nos da el Quijote
se nos escapa porque no sabemos leerlo; ese es el problema que yo les planteo, pues
el problema no es que tengamos nada que leer porque traduzcan mal, sino que no
sabemos leer nosotros. Claro, ya en el bachillerato nos prohíben El Quijote, ¿por qué
nos lo prohíben?; desde la primaria, antes del bachillerato, se introduce una serie de
oposiciones en las que ingresamos desde el primer año: el tiempo de clase donde se
aprende, aburridor, y el recreo donde se disfruta sin aprender. El Quijote no cabe en
esos dos tiempos, porque el Quijote es una fiesta y al mismo tiempo el más alto
conocimiento.

Si nosotros tomamos El Capital como un deber, si no somos capaces de tomarlo


como una fiesta del conocimiento, tampoco lo podemos conocer; en ese sentido
también nos está prohibido el Zaratustra, que es un verdadero libro, la filosofía más
rigurosa, más completa de la Alemania del siglo XIX, dicha en forma de verdadera
fiesta. Nietzsche quiere romper el saber del lado del deber, y del lado de la diversión,
el olvido de sí, el embrutecimiento. Nietzsche quiere romper eso, entonces hace la
filosofía más rigurosa que se pueda hacer, en tono de fiesta, eso es el Zaratustra –es
el sentido fundamental del Zaratustra.

Pero si queremos saber qué significa interpretar, partamos de una base: interpretar
es producir el código que el texto impone y no creer que tenemos de antemano con
el texto un código común, ni buscarlo en un maestro. ¡Ah! es que todavía no tengo
elementos, dicen los estudiantes; el estudiante se puede caracterizar como la
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personificación de una demanda pasiva. “Explíqueme”, “deme elementos”, “¿cuáles
son los prerrequisitos para esta materia?”, “¿cómo estamos en la escalera?”,
“¿cuántos años hay que hacer para empezar a leer El Quijote? No hay que hacer
ningún curso.

Hay que aprender a pensar. Lo que se les olvida de El Capital, a todos los marxistas
es el prólogo. Esta obra no requiere conocimientos previos, sólo la capacidad de
saber pensar por sí mismos. No podemos leer a Marx con la disculpa de que
“realmente me faltan elementos, sería mejor haber conocido a Hegel, entonces
vamos con Hegel pero Hegel está discutiendo a Kant, entonces me faltan elementos
y vamos con Kant, pero Kant está discutiendo a Hume, entonces me faltan elementos
y vamos con Hume, pero Hume está discutiendo a Descartes y vamos...” y entonces
comience con Tales de Mileto y cuando tenga 80 años llegará a Sócrates, si le va
bien. Lo que le falta no son elementos, lo que le falta es interpretación, posición
activa, discusión con el texto. Pero el estudiante tiene una posición pasiva, deme
elementos, métodos, es decir cabestro, pero ¿cuál es el método? El método es pensar,
es interpretar, criticar. Se puede empezar un estudio de filosofía perfectamente con
El Ser y el Tiempo de Heidegger, los prerequisitos están en el texto mismo. Pero la
educación es un sistema de prohibición del pensamiento”, transmisión del
conocimiento como un deber, el conocimiento como algo dado, petrificado. ¿Qué le
falta para leer el Quijote? Le falta aprender a leer. ¡Qué elementos ni qué apoyos, ni
qué críticos, ni qué muletas, ni qué cabestro! Le falta aprender a leer, eso es lo que
pasa y por eso no siente la maravilla del tono, del estilo, no siente la música secreta,
la finura de la parodia, la terrible ponzoña de Cervantes. Don Quijote cree en los
libros de caballería, es una locura, ¿por qué una locura? Porque no son una ideología
dominante y por eso los pone Cervantes; en cambio si fueran una ideología
dominante no serían una locura. Por ejemplo, el cura le dice a Don Quijote: “Y vos
alma de cántaro. Don Quijote o Don Tonto, o como os llaméis, quién ha venido a
contaros que hay gigantes, malandrines y encantadores, ni los hubo nunca en el
mundo y por qué no vais a preocuparte por tu. Y mujer y tus hijos en vez de ir
disparatando por el mundo?”. Y Don Quijote le dice: “¡Ah! pero la biblia que no
puede faltar en nada a la verdad, nos enseña que los hubo, contándonos la historia
de aquel gigantazo de Goliat”. En otras palabras don Quijote le dice al cura que el
problema consiste en que mientras él –Don Quijote– cree en los libros de caballería,
el cura cree en la Biblia. El cura cree que lo de Don Quijote es loco porque lo siguen
pocos y lo suyo es cuerdo porque lo siguen muchos.

Esa finura y esa ponzoña de Cervantes, su agudeza de pensamiento, su critica


fundamental de la ideología, eso no se coge de buenas a primeras si no se interpreta
el texto; sólo así se comprende que es una verdadera fiesta del pensamiento y del
lenguaje, que párrafo por párrafo es una música que se derrama una y otra vez. Sin
embargo, a nosotros nos la prohíben. Todos nos dicen que es una vergüenza que no
lo hayamos leído, entonces nos callamos, pero con vergüenza, claro, porque eso sí
lo aprendemos, la capacidad de avergonzarnos, o lo leemos por fuerza de voluntad,
pero de todas maneras nos está prohibido.
Estanislao Zuleta, Sobre la lectura 8/17
Estamos instalados en un lenguaje complejo y hay que aprender a leer; la primera
fórmula es ésta: el código que producimos como lectores. Hay algunos autores que
nos desafían desde la primera frase: Kafka, Musil, nos desafían a que produzcamos
su código, que no es común.

Cuando uno abre La Metamorfosis y lee: “Al despertar Gregorio Samsa una mañana,
tras un sueño intranquilo, encontróse en su cama convertido en un monstruoso
insecto. Hallábase echado sobre el duro caparazón de su espalda, y, al alzar un poco
la cabeza, vio la figura convexa de su vientre obscuro, surcado por curvadas
callosidades, cuya prominencia apenas si podía aguantar la colcha que estaba
visiblemente a punto de escurrirse hasta el suelo. Innumerables patas,
lamentablemente escuálidas en comparación con el grosor ordinario de sus piernas,
ofrecían a sus ojos el espectáculo de una agitación sin consistencia”. Ahí hay que
interpretar o cerrar el libro, ahí sí no se llama nadie a engaño. Hay que tener en cuenta
esto: “No hay obras fáciles”. Es una frase de Valery: no hay autores fáciles, lo que
hay son lectores fáciles, Hay autores que son más francos, como Kafka, que de una
vez le muestra a uno que si no interpreta lo mejor es devolverse. Hay , otros que son
camuflados como Dostoyevski; uno puede leer Crimen y castigo sin darse cuenta de
que no ha entendido nada, sino que un señor mató a dos viejas y finalmente lo
metieron a la cárcel; y en las páginas rojas de los periódicos aparecen cosas de esas
todos los días, eso no quiere decir nada, eso no tiene que ver nada con Crimen y
castigo.

No hay textos fáciles; no busquen facilidad por ninguna parte, no busquen la


escalera, primero Marta Harneker, después Althusser; eso es lo peor; no hay autores
fáciles, lo que hay son lectores fáciles, que leen con facilidad porque no saben que
no están entendiendo, por eso les parece más sencillo Descartes que Hegel. Toda
lectura es ardua y es un trabajo de interpretación: fundación de un código a partir del
texto, no de la ideología dominante preasignada a los términos.

Pregunta: ¿Pero yo me imagino que eso no se va a descubrir en un párrafo sino en el


desarrollo mismo del texto?

Respuesta: Sí, en el desarrollo mismo del texto, pero hay que preguntárselo y no
poner esta disyuntiva básicamente estudiantil: entiendo o no entiendo. Esa
disyuntiva estudiantil quiere decir, “¿con esto podría presentar examen o no
podría?”. Hay que dejarse afectar, perturbar, trastornar por un texto del que uno
todavía no puede dar cuenta, pero que ya lo conmueve. Hay que ser capaz de habitar
largamente en él, antes de poder hablar de él; como hacemos con todo, con la Novena
sinfonía, con la obra de Cezanne, ser capaz de habitar mucho tiempo en ella, aunque
todavía no seamos capaces de decir algo o sacarle al profesor – porque siempre hay
para los estudiantes un profesor, ese es el problema– la pregunta, “¿y esto qué quiere
decir?”. Ese profesor puede ser uno mismo, puede ser imaginario o real, pero siempre
hay una demanda de cuentas a alguien, en vez de pedirle cuentas al texto, de debatirse
con el texto, de establecer un código.
Estanislao Zuleta, Sobre la lectura 9/17
Pero no vaya a creerse que el trabajo a que aquí nos referimos consiste en restablecer
el pensamiento auténtico del autor, lo que en realidad quiso decir. El así llamado
autor no es ningún propietario del sentido de su Textos.

Si cogemos el ejemplo del Quijote, el verdadero problema no es el preguntarse qué


quería decir Cervantes; el problema es qué dice el texto y el texto siempre dice las
cosas que se escapan al autor, a la intención del autor. El autor no es una última
instancia. Lo que Cervantes quiso decir no es la clave del Quijote. No hay ningún
propietario del sentido llamado autor; la dificultad de escribir, la gravedad de
escribir, es que escribir es un desalojo. Por eso, es más fácil hablar; cuando uno habla
tiende a prever el efecto que sus palabras producen en el otro, a justificarlo, a insinuar
por medio de gestos, a esperar una corroboración, aunque no sea más que un Shhh,
una seña de que le está cogiendo el sentido que uno quiere; cuando uno escribe, en
cambio, no hay señal alguna, porque el sujeto no lo determina ya y eso hace que la
escritura sea un desalojo del sujeto. La escritura no tiene receptor controlable, porque
su receptor, el lector, es virtual, aunque se trate de una carta, porque se puede leer
una carta de buen genio, de mal genio, dentro de dos años, en otra situación, en otra
relación; la palabra en acto es un intento de controlar al que oye; la escritura ya no
se puede permitir eso, tiene que producir sus referencias y no la controla nadie; no
es propiedad de nadie el sentido de lo escrito. “Este sentido es un efecto incontrolable
de la economía interna del texto y de sus relaciones con otros textos; el autor puede
ignorarlo por completo, puede verse asombrado por él y de hecho se le escapa
siempre en algún grado: Escritura es aventura, el “sentido” es múltiple, irreductible
a un querer decir, irrecuperable, inapropiable. “Lo anterior es suficiente para disipar
la ilusión humanista, pedagógica, opresoramente generosa de una escritura que
regale a un “Lector Ocioso” (Nietzsche) un saber que no posee y que va a adquirir”.

Estas observaciones pueden servir de introducción a un tema central en la teoría de


la lectura, tema en el que dejaremos, otra vez para comenzar, la palabra a Nietzsche,
estudiando dos proposiciones aparentemente contradictorias y formuladas con todo
el radicalismo deseable en Ecce Homo:

a. “En última instancia nadie puede escuchar en las cosas, incluidos los libros,
más de lo que ya sabe. Se carece de oídos para escuchar aquello a que no se tiene
acceso desde la vivencia. Imaginémonos el caso extremo de un libro que no hable
más que de vivencias que, en su totalidad, se encuentran más allá de la posibilidad
de una experiencia frecuente o, también, poco frecuente, de que sea el primer
lenguaje para expresar una serie nueva de experiencias. En este caso sencillamente,
no se oye nada, lo cual produce la ilusión acústica de creer que donde no se oye nada,
no hay tampoco nada”.

b. “Cuando me represento la imagen de un lector perfecto siempre resulta un


monstruo de valor y curiosidad, y además, una cosa dúctil, astuta, cauta, un
aventurero y un descubridor nato. Por fin: mejor que lo he dicho en Zaratustra no
Estanislao Zuleta, Sobre la lectura
10/17
sabría yo decir para quién únicamente hablo en el fondo; ¿a quién únicamente quiere
él contar su enigma?”.

“A vosotros los audaces, buscadores, y a quien quisiera que alguna vez se haya
lanzado con astutas velas a mares terribles. A vosotros los ebrios de enigmas que
gozáis con la luz del crepúsculo, cuyas almas son atraídas con flautas a todos los
abismos laberínticos; allí donde podéis adivinar, odiáis el deducir...”.

¿Cómo mantener asidos los dos extremos de esta cadena en la que se nos propone
que no se lee sino lo que ya se sabe y que para leer es preciso ser un aventurero y un
descubridor nato?

La primera cita parece amargamente pesimista, la segunda es terriblemente exigente;


considerémoslas de cerca. En el primer caso Nietzsche especifica el 'ya se sabe' como
aquello a lo cual se tiene acceso desde la vivencia. Declara muda, inaudible,
invisible, toda palabra en la que no podemos leer algo que ya sabíamos; ilegible todo
lenguaje que no sea el lenguaje de nuestro problema, si nuestros conflictos y nuestras
perspectivas no han llegado a configurarse como una pregunta y una sospecha de la
que ese lenguaje es expresión, desarrollo y respuesta, nada podemos oír en él.
Recordemos aquí la extraordinaria tensión que se produce al final de la segunda parte
del Zaratustra, en el capítulo titulado “La más silenciosa de todas las horas”,
principalmente en el pasaje en que Zaratustra está lleno de terror. “Entonces algo
volvió a hablarme sin voz: lo sabes, Zaratustra, pero no lo dices”.2

Y en efecto Nietzsche despliega en estas páginas de transición entre la segunda y la


tercera parte, todas las sutilezas de su arte para indicar que la mayor dificultad
consiste en decir lo que ya se sabe, en reconocer lo que secretamente se conoce; que
es un abismo aterrador porque se conoce, porque si no se conociera sería una palabra
vacía; pero si se reconoce nos hace pedazos. Aquí encontramos el vínculo entre lo
“Que ya se sabe”, y la exigencia de valor, de audacia y de arriesgarse a ser
descubridor. El lector que Nietzsche reclama no es solamente cuidadoso, “rumiante”,
capaz de interpretar. Es aquel que es capaz de permitir que el texto lo afecte en su
ser mismo, hable de aquello que pugna por hacerse reconocer aún a riesgo de
transformarle, que teme morir y nacer en su lectura; pero que se deja encantar por el
gusto de esa aventura y de ese peligro. Pero ¿cómo puede el lector permitir que el
texto lo afecte en su ser? y además, ¿cuál ser? Es evidente que esas exigencias nos
conducen hacia la lectura, pero no sabemos nada aún de ese “Dejarse afectar” y
ninguna apelación al “coraje” o al valor, es suficiente aquí.

Así como, téngase buena o mala vista, hay que mirar desde alguna parte, así mismo
hay que leer desde alguna parte, desde alguna perspectiva. Y ahora, ¿qué puede ser
una perspectiva para leer? Esa perspectiva tiene que ser una pregunta aún no

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(p. 213).
Estanislao Zuleta, Sobre la lectura
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contestada, que trabaja en nosotros y sobre la cual nosotros trabajamos con una
escritura (sólo se debe escribir para escritores y sólo el que escribe realmente lee).
Una pregunta abierta es una búsqueda en marcha que tiene un efecto específico sobre
la lectura; ¿cuál? Algunos amigos me han dicho que esa frase es muy fuerte; yo la
respaldo; sólo se debe escribir para escritores y sólo el que escribe, realmente lee.
En este caso mi inspiración consciente más próxima, es también Nietzsche: “Un
siglo más de lectores y el espíritu mismo olerá mal” dice Nietzsche. Qué cantidad de
lectores: Se lee desde un trabajo, desde una pregunta abierta, desde una cuestión no
resuelta; ese trabajo se plasma en una escritura; entonces, todo lo que se lee alude a
lo que uno busca, se convierte en lenguaje de nuestro ser. No se lee por información,
ni por diversión; eso no es lectura en el sentido que queremos darle en este texto a la
lectura.

Siempre se lee porque uno tiene una cuestión qué resolver y aspira a que el texto
diga algo sobre la cuestión; lo más importante en toda teoría de la lectura es salir de
la idea de la lectura como Consumo esa idea rige por ejemplo en la crítica literaria,
claro que no en la freudiana, o en la de Barthes o la de Bajtin. Le recomiendo a todo
el que pueda conseguirlo que se lea un libro de Bajtin sobre Dostoyevski, titulado
La poética de Dostoyevski; lo escribió en el 29; lo prohibió el camarada Stalin y
acaba de ser publicado en Rusia y traducido al francés. Es lo más grande que hay
hoy en la crítica literaria; mientras tanto Bajtin se pasó 40 años en una pequeña aldea
siberiana como profesor de Gramática Rusa.

Es una obra sencillamente gigantesca; el análisis del siglo de Dostoyevski; sobre


nadie tenemos una cosa tan incompleta, tan global. Es un tipo de lectura que no se
pone a hablar de lo que pueden querer decir las obras de Dostoyevski, sino que se
escribe sobre el estilo de Dostoyevski; eso es lo verdaderamente sorprendente. Creo
que con Bajtin la estilística, como rama efectivamente independiente de
conocimiento, queda fundada.

Observación preliminar. Poseemos una magnífica, una redentora capacidad de


olvidar todo lo que no podemos convertir en un instrumento de nuestro trabajo. Y
como ese trabajo es en realidad un proceso que sigue vías múltiples, senderos
tortuosos y a menudo toma por atajos inesperados, solemos recoger materiales en los
lugares más inesperados, casi en todas partes; cualquiera que tenga una experiencia
de lectura (y con mayor razón si es “adicto”), ya que algunos psicoanalistas, Fenichel
por ejemplo, hablan de adición a la lectura en sus estudios sobre drogadictos,
cualquiera que acostumbre a tomar al azar en un rato de ocio, el primer libro que
tenga a la mano, habrá notado sin duda, con cierto asombro, cuan frecuentemente
encuentra allí, donde quería olvidarse un rato, que el libro le habla del problema que
en ese momento le estaba trabajando.

No hay sin embargo aquí nada de extraño, ni es necesario negar el azar de la


escogencia apelando por ejemplo a una premeditación inconsciente: la selección
Estanislao Zuleta, Sobre la lectura
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había sido hecha por el problema durante la lectura misma, el problema buscaba sus
conceptos, sus conexiones y recibía y capturaba todo lo que le pudiera llenar sus
lagunas, las discontinuidades entre los puntos que parecían esclarecidos, y desechaba
todo lo demás; o mejor dicho, como no lo capturaba no podía verlo puesto que era
el problema mismo el que leía, aquel del que queríamos descansar un poco y que sin
embargo seguía trabajando oscuramente como un topo.

Hay que tomar por lo tanto en su sentido más fuerte la tesis de que es necesario leer
a la luz de un problema. Como se ve, a medida que escribo estas líneas, el concepto
de “problema” ha venido a sustituir subrepticiamente el concepto de “preguntas
abiertas” como si se tratara de la misma cosa, o como si fuera algo más explícito,
cuando en realidad en el lenguaje corriente es el término más vago que existe. Sin
embargo aquí además de substituirse comienza ya a definirse: un problema es una
esperanza y una sospecha. La sospecha de que existe una unidad, una articulación
necesaria allí donde hay algunos elementos dispersos, que creemos entender
parcialmente, que se nos escapan, pero insisten como una herida abierta; la esperanza
de que si logramos establecer esa articulación necesariamente quedará explicado
algo que no lo estaba; quedará removido algo que impedía el proceso de nuestro
pensamiento y funcionaba por lo tanto como un nudo en nuestra vida; quedará roto
un lazo de aquellos que nos atan, obligándonos a emplear toda nuestra energía,
nuestra agresividad y nuestra libido en lo que Freud llamaba “una guerra civil” sin
esperanzas. El trabajo de la sospecha consiste en entregar o someter todos los
elementos a una elaboración, a una crítica, que permita superar el poder de las
fuerzas que los mantienen dispersos y yuxtapuestos o falsamente conectados. Porque
se trata siempre de una fuerza: represión, ideología dominante, racionalización, etc.”.

Leer a la luz de un problema es, pues, leer en un campo de batalla, en el campo


abierto por una escritura, por una investigación.

El que quiere descifrar en su vida realmente, efectivamente, un problema, por


ejemplo, el que quiere descifrar en su vida el enigma del matrimonio, las dificultades
de la compaginación, de convivencia de la pareja, de amor y amistad, de dependencia
y amor, de hostilidad y dependencia, entonces puede leer con provecho Ana
Karenina; el que no está en eso, no la lea; no la lea, puede que la termine, pero lo
que se llama leer, pensar a Tolstoi, no. Ahora, si nosotros queremos evitar todos los
problemas y en abstracto aprender, nos volvemos unos estudiantes, porque los
estudiantes, como se sabe, “leen”.

Así pues, eso era lo que quería decir la fórmula, que hay que leer desde alguna parte,
así como hay que mirar desde alguna parte. “Por lo demás no cabe duda de que esta
batalla no se libra principalmente en el escenario de la conciencia. Basta leer El
hombre de los lobos o La organización genital infantil de Freud, para saber que ya
los cuentos de hadas y las explicaciones sobre el nacimiento y la diferencia de los

Estanislao Zuleta, Sobre la lectura


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sexos son leídos, es decir, interpretados, criticados, capturados y desechados a partir
del drama que Freud no vacila en calificar de Investigación Originaria”.

Recomiendo a todo el que quiera tener una teoría del conocimiento más o menos
fundada, la lectura de La organización genital infantil; probablemente no poseemos
hoy una teoría del conocimiento que pueda ser considerada superior a esa;
especialmente el capítulo que se llama Teorías sexuales infantiles. Ahí Freud nos
dice que el niño es un investigador, esa es su esencia; pero describiéndonos al niño
como investigador, nos da las condiciones de todo investigador niño o no y de toda
investigación.

Pero, inconscientemente o no, la lectura es siempre el sometimiento de un texto que


por sus condiciones de producción y por sus efectos escapa a la propiedad de
cualquier “autor”; es una elaboración, parte de un proceso, que en ningún caso puede
ser pensado como consumo; puede ser lenguaje en que se reconoce una indagación
o puede ser neutralizado por una traducción a la ideología dominante, pero no puede
ser la apropiación de un saber. Y ese es el punto al que hay que llegar para romper
la concepción y la práctica de la lectura en la ideología burguesa.

También aquí el capital tiene su propia concepción que corresponde natural y


humildemente al sentido común, el más peligroso de los sentidos.

a. Ante todo la lectura no puede ser sino una de las dos cosas en las que el capital
divide el ámbito de las actividades humanas: producción o consumo. Cuando es
consumo, gasto, diversión, “recreación”, se presenta como el disfrute de un valor de
uso y el ejercicio de un “derecho” (la burguesía esgrime como su consigna más
querida el derecho, los derechos, la igualdad de derechos; con lo cual oculta siempre,
como demostró una y otra vez Marx, el problema mucho más interesante, de las
posibilidades reales y de los procesos objetivos que determinan las posibilidades y
las imposibilidades).

a. Como producción, la lectura es: trabajo, deber, empleo útil del tiempo.
Actividad por medio de la cual uno se vuelve propietario de un saber, de una cantidad
de conocimientos, o en términos más modernos y más descarnados, de una cantidad
de información, y, en términos algo pasados de moda, “adquiere una cultura”. Este
es el período del ahorro, de la capitalización; aquí es necesario abrir la caja de
ahorros, la “memoria”, y sus sucursales: archivadores, notas y ficheros.

b. En el primer momento se trata, como demostró Marx, de todo “consumo


final”, de la reproducción de las clases, aquí de la reproducción ideológica, de la
inculcación de los “valores”, las opiniones y las cegueras, que necesita para
funcionar”.

En la segunda forma de lectura se procede por una división del trabajo mucho más
precisa, puesto que la lectura, ahorro-deber, no es ya el consumo final sino la
Estanislao Zuleta, Sobre la lectura
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formación de los funcionarios de la repetición, de la reproducción ideológica, aun
cuando se trate de una reproducción ampliada y su capital fructifique; es decir, no
sólo transmiten los conocimientos adquiridos sino que los desarrollan; producen
dentro de la misma rama, o tecnológicamente hablando `crean'. Pero sea que se trate
como ahorro o como gasto, la lectura queda siempre como recepción.

Ahora bien, si la lectura no es recepción, es necesariamente interpretación.


Volvemos pues a la interpretación. Psicoanalítica, lingüística, marxista, la
interpretación no es la simple aplicación de un saber, de un conjunto de
conocimientos a un texto de tal manera que permita encontrar detrás de su conexión
aparente, la ley interna de su producción. Ante todo porque ningún saber así es una
posesión de un sujeto neutral, sino la sistematización progresiva de una lucha contra
una fuerza específica de dominación; contra la explotación de clase y sus efectos
sobre la conciencia, contra la opresión, contra las ilusiones teológicas, teleológicas
subjetivistas, sedimentadas en la gramática y en la conciencia ingenua del lenguaje.

El texto citado en realidad es una alusión a Nietzsche.

Nietzsche dice: No nos liberamos de Dios mientras mantengamos nuestra fe ingenua


en el lenguaje, porque el lenguaje, la gramática impone un sujeto y distingue al sujeto
de las actividades que realiza; esto es teológico; la estructura del lenguaje nos impone
un sujeto allí donde el sentido de la frase lo destruye, por ejemplo, en la frase: el
viento sopla. ¿Quién sopla? El viento. Qué sopla ni qué sopla, el viento es aire en
movimiento, ahí no hay nadie que sople; pero la estructura del lenguaje nos impone
siempre la denominación de la cosa como un sujeto que actúa y un objeto que padece.
El sujeto impone. Eso lo había visto muy bien Nietzsche; en Más allá del bien y del
mal lo plantea. El lenguaje nos impone una estructura teológica, por todas partes está
inventando un sujeto de la acción y algo que padece la acción; por eso dice Nietzsche
que no nos liberaremos de Dios mientras permanezcamos presos de la gramática.

Pregunta: ¿Dios entonces es la contaminación ideológica del lenguaje, la imposición


subrepticia?

Respuesta: Sí, por eso cuando pronunciamos una palabra tenemos que vivir alerta de
su contaminación ideológica. Las palabras no son indicadores neutrales de un
referente, sino calificativos aunque uno no lo quiera; en una determinada formación
social, si uno dice mujer, con eso quiere ya decirlo todo: un ser que es mitad florero
y mitad sirvienta, pero en otra formación social podría querer decir otra cosa, por
ejemplo, compañera; pero siempre la palabra tiene una adherencia, la palabra es
siempre más calificativa de lo que uno cree.

Nadie ha llegado a saber marxismo si no lo ha llegado a leer en una lucha contra la


explotación, ni psicoanálisis si no lo ha leído (sufrido) desde un debate con sus
problemas inconscientes; y el desarrollo de la lingüística y su meditación actual, por

Estanislao Zuleta, Sobre la lectura


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Derrida, muestra que nadie llegará a ser lingüista, sin una lucha con la teología
implícita en nuestro lenguaje y en las formas clásicas de pensarlo.

Unos psicoanalistas hablan del problema del tiempo propio del lenguaje: me refiero
principalmente a Lacan y naturalmente a algunos de sus discípulos. El problema se
puede describir así: cualquier formulación en el lenguaje, espera su sentido de lo que
la complementa; lo que quiere decir que cualquier recepción del lenguaje es
necesariamente una interpretación retrospectiva de cada uno de sus términos a la luz
del conjunto de la frase o del texto.

Es decir, que no es una suma de informes progresivos, sino una reinterpretación por
el conjunto de los momentos del discurso. Hay pues una espera para la interpretación
retrospectiva, que es el arte de escuchar, o si ustedes quieren, también el arte de leer
pero ya en el lenguaje como tal, ya en el escuchar más simple, hay una espera, es un
ejercicio interesante el de darse cuenta de que las palabras más corrientes son
terriblemente indefinibles; si a uno le dicen qué quiere decir una palabra uno se pone
a pensar seriamente en eso, se da rápidamente cuenta de que su significado depende
de los contextos en que esté dicha, es decir, que si a nosotros nos preguntan por
ejemplo qué quiere decir un verbo bien corriente, el verbo hacer: ¿qué es hacer?
hacer es casi todo, se puede dejar por hacer y también deshacer un tejido. ¡No hagas
eso!, se le dice al niño. ¿Y qué está haciendo él? Está deshaciendo algo, entonces
hacer es deshacer.

En una palabra, el término más corriente deriva su sentido del contexto.

El que crea encontrar el sentido de una fórmula de El Capital allí donde está y no
tenga la idea del viaje de regreso, no lo encuentra. Por ejemplo, una fórmula como
ésta: Se va a conocer el capital por medio del estudio de la mercancía, porque en las
sociedades donde domina el modo de producción capitalista, la riqueza se presenta
como una gran acumulación de mercancías. ¿Qué quiere decir “se presenta”? Sólo
avanzando en la lectura, llegamos a descubrir que esa tendencia a presentarse es
esencial a la cosa, pero en la frase misma no sabemos qué es lo que quiere decir,
pues Marx después demuestra que riqueza no es lo mismo que valor, que valor no es
lo mismo que valor de uso, que todos los recursos naturales también son riquezas
aunque no sean valores, porque no son producto del trabajo, y luego nos ilustra más
y nos dice que tienden a devenir mercancías precisamente por estar bajo un régimen
de producción de mercancías, así pues sólo poco a poco la frase nos resulta inteligible
retrospectivamente, pero inicialmente no da la razón de sí.

Ante la lectura, si se hace una lectura seria, se tiene que asumir una posición similar
a la forma de escuchar que propuso Freud.

Es necesario aprender una disciplina difícil; esa disciplina la puedo determinar así:
la suspensión del juicio. El lector de El Capital tiene que tomar ese libro –o cualquier
otro libro serio– como una pregunta. Si lo enfrenta como una respuesta anula toda
Estanislao Zuleta, Sobre la lectura
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posibilidad de lectura seria, es decir, transformadora. Con ese “método” se pueden
dogmatizar hasta los libros más revolucionarios.

Uno de los problemas de la lectura es la lectura posesiva, cosa que a los estudiantes
les cae supremamente bien, porque les enseña el modelo de la escalerita. La
escalerita quiere decir: ir de escalón en escalón, de lo simple a lo complejo, y lo
simple es el profesor. ¿Cuál simple? ¿Dónde hay algo simple? ¡Ah! pero la
pedagogía dice: primero los elementos esenciales y después veremos...”.

Ese es el modelo desgraciadísimo y que nos produce el efecto de una lectura


obsesiva. El obsesivo quiere orden; cada cosa en su lugar dice el ama de casa
obsesiva, la neurosis colectiva del ama de casa lo manda así: el aseo. el orden, los
pañales, cada cosa en su lugar y un lugar para cada cosa. Y así quiere uno leer
también: primero tengamos esto claro para poder seguir, porque cómo vamos a
seguir si no tenemos eso claro. Esto es falso, pues precisamente los problemas se
esclarecen después; es necesario seguir, plantear los problemas, volver, en síntesis,
trabajar. ¡Qué cuentos de detenernos!

¡No! La lectura es riesgo. La exigencia de rigor muchas veces puede ser una
racionalización, el temor al riesgo hace que la lectura sea prácticamente imposible y
genera una lectura hostil a la escritura cuando lo que debe predicarse es exactamente
lo contrario; que sólo se puede leer desde una escritura y que sólo el que escribe
realmente lee. Porque no puede encontrar nada el que no está buscando y si por azar
se lo encuentra, ¿cómo podría reconocerlo si no está buscando nada, y el que está
buscando es el que está en el terreno de una batalla entre lo consciente y lo
inconsciente, lo reprimido y lo informulable, lo racionalizado o idealizado y lo que
efectivamente es válido? Si no está buscando nada, nada puede encontrar. Establecer
el territorio de una búsqueda es precisamente escribir, en el sentido fuerte, no en el
sentido de transcribir habladurías. Pero escribir en el sentido fuerte es tener siempre
un problema, una incógnita abierta, que guía el pensamiento, guía la lectura; desde
una escritura se puede leer, a no ser que uno tenga la tristeza de leer para presentar
un examen, entonces le ha pasado lo peor que le puede pasar a uno en el mundo, ser
estudiante y leer para presentar un examen y como no lo incorpora a su ser, lo olvida.
Esa es la única ventaja que tienen los estudiantes: que olvidan, afortunadamente; qué
tal que no tuvieran esa potencia vivificadora y limpiadora, qué tal que nos
acordáramos de todo lo que nos enseñaron en el bachillerato.

Medellín, junio 8 de 1982.

Estanislao Zuleta, Sobre la lectura


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