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MISA CON EL PAPA EN SANTA MARTA

(OR., 39, 26 de septiembre de 2014, p. 13)

El perfume de la pecadora (18 de septiembre de 2014)


El Señor salva «solamente a quien sabe abrir su corazón y se
reconoce pecador». Es la enseñanza que el Papa Francisco dio del pasaje
evangélico de san Lucas (7, 36-50) durante la misa que celebró el jueves 18
de septiembre, por la mañana, en Santa Marta. Se trata del relato de la
pecadora que, durante la comida en la casa de un fariseo, sin ser ni siquiera
invitada, se acerca a Cristo con «un vaso de perfume» y «colocándose
detrás junto a sus pies, llorando», comienza «a bañarlos de lágrimas», luego
los seca «con sus cabellos», los besa y los unge de perfume.
El Pontífice explicó que precisamente «reconocer los pecados,
nuestra miseria, reconocer lo que somos y lo que somos capaces de hacer o
hemos hecho es la puerta que se abre a la caricia de Jesús, al perdón de
Jesús. Al respecto el Papa repitió una expresión muy querida por él: «el
lugar privilegiado para el encuentro con Cristo son los propios pecados».
A un oído poco atento esto «parecería casi una herejía –comentó–
pero lo decía también san Pablo» cuando, en la segunda Lectura a los
Corintios (12, 9), afirmaba gloriarse «solamente de dos cosas: de los
propios pecados y de Cristo Resucitado que lo ha salvado».
El Papa introdujo su reflexión reconstruyendo la escena descrita
en el pasaje evangélico. Aquel «que había invitado a Jesús al almuerzo –
hizo notar– era una persona de un cierto nivel, de cultura, quizás un
universitario. Y «no parece que fuera una mala persona». Hasta que irrumpe
en el banquete una figura femenina, una que no tenía cultura o si la tenía,
aquí no lo demostró». En efecto, «entra y hace eso que quiere hacer: sin
pedir disculpas, sin pedir permiso».
Es entonces cuando la realidad se revela detrás de las buenas
maneras: «Si este fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que
lo está tocando, pues es una pecadora». Este hombre «no era malo», sin
embargo, «no logra entender el gesto de la mujer. No logra entender los
gestos elementales de la gente». En resumen, «estaba alejado de la
realidad». Sólo así, continuó el Papa, se explica «la acusación» imputada a
Jesús: «¡Este es un santón! Nos habla de cosas hermosas, hace un poco de
magia; es un curandero; pero al final no conoce a la gente, porque si supiera
de qué clase es esta, habría dicho algo».
Hay entonces «dos actitudes» muy diferentes entre sí: por una
parte la del «hombre que ve y califica», juzga; y por otro la de la «mujer
que llora y hace cosas que parecen locuras», porque utiliza un perfume que
«es caro, es costoso». En especial el Pontífice se detuvo en el hecho de que
el Evangelio sí utiliza la palabra «unción» para significar que el «perfume
de la mujer unge: tiene la capacidad de ser una unción», al contrario de las
palabras del fariseo que «no llegan al corazón, no llegan a la realidad».
En medio a estas dos figuras tan antitéticas está Jesús, con «su
paciencia, su amor», su «deseo de salvar a todos», que «le lleva a explicar
al fariseo qué significa eso que hace esta mujer» y a reprocharle, si bien
«con humildad y ternura», por no haber tenido «cortesía» con Él.
El Papa evidenció también que el Evangelio no dice «cómo
terminó la historia para este hombre», pero dice claramente «cómo terminó
para la mujer: ‘Tus pecados han quedado perdonados’». Una frase, esta, que
escandaliza a los comensales, quienes comienzan a confabular entre sí
preguntándose: «¿Pero quién es este, que hasta perdona pecados?». En
resumen, «a ella se le dice que sus pecados le son perdonados, a los demás,
Jesús les hace ver sólo los gestos y se los explica, incluso los gestos no
realizados, o sea lo que no han hecho con Él». En consecuencia «la palabra
salvación –‘tu fe te ha salvado’– la dice sólo a la mujer, que es una
pecadora. Y la dice porque ella logró llorar sus pecados, confesar sus
pecados, decir: ‘Soy una pecadora’». Por el contrario, «no la dice a esa
gente», que incluso «no era mala», sino porque estas personas «creían que
no eran pecadoras».
He aquí entonces la enseñanza del Evangelio: «La salvación entra
en el corazón solamente cuando abrimos el corazón en la verdad de
nuestros pecados». Cierto, observó el obispo de Roma, «ninguno de
nosotros irá a hacer el gesto que hizo esta mujer», pero todos nosotros
tenemos la posibilidad de llorar, todos nosotros tenemos la posibilidad de
abrirnos y decir: Señor, ¡sálvame!». También porque, afirmó, «a esa otra
gente, en este pasaje del Evangelio, Jesús no dice nada. Pero en otro pasaje
dirá esa terrible palabra: ‘¡Hipócritas, porque os habéis alejado de la
realidad, de la verdad!’». Y de nuevo, refiriéndose al ejemplo de esa
pecadora, dice: «Pensad bien, serán las prostitutas y los publicanos que os
precederán en el reino de los cielos». Porque ellos –concluyó– «se sienten
pecadores» y «abren su corazón en la confesión de los pecados, en el
encuentro con Jesús, que dio su sangre por todos nosotros».

Miedo de resucitar (19 de septiembre de 2014)


La identidad cristiana sólo se realiza plenamente en nosotros con
la resurrección, que será «como un despertar». Por eso el Papa invitó a
«estar con el Señor», a caminar con Él como discípulos, para que la
resurrección comience ya, aquí y ahora. Pero «sin miedo a la
transformación que tendrá nuestro cuerpo al final de nuestro itinerario
cristiano».
Precisamente en la esencia de la resurrección, el Pontífice centró
su homilía durante la misa celebrada el viernes 19 de septiembre,
aprovechando la sugerencia del pasaje de la primera Carta de san Pablo a
los Corintios (15, 12-20). El Apóstol, explicó enseguida, «debe hacer una
corrección difícil en aquel tiempo: la de la resurrección». En efecto, «los
cristianos creían que sí, que Cristo había resucitado, se había ido, había
terminado su misión, nos ayuda desde el cielo, nos acompaña»; pero «no
era tan clara la consecuencia conexa de que también nosotros
resucitaremos».
En realidad «ellos pensaban de otro modo: sí, los muertos son
justificados, no irán al infierno –muy hermoso–, pero irán un poco al
cosmos, al aire, el alma ante Dios: solamente el alma». Pero «no
comprendían la resurrección». «Hay una resistencia fuerte», observó el
Papa, el mismo «Pedro, que había contemplado a Jesús en su gloria en el
Tabor, la mañana de la resurrección fue corriendo al sepulcro», pensando
que habían robado el cuerpo del Señor. Porque «no entraba en su cabeza
una resurrección real»: su visión «teológica», explicó el Pontífice, «se
detenía en el triunfo». Hasta tal punto que «el día de la ascensión dirán:
Pero dime, Señor, ¿ahora será la liberación, el reino de Israel?».
En esencia, los discípulos no comprendían «la resurrección, ya sea
de Jesús, ya sea de los cristianos». Al final, sólo aceptaron «la de Jesús,
porque lo vieron, pero la de los cristianos no se entendía así».
Por lo demás, sucede lo mismo «cuando Pablo va a Atenas y
comienza a hablar» de la resurrección: «los griegos sabios, filósofos, se
asustan». La cuestión es que «la resurrección de Cristo es un prodigio, una
cosa que quizá asuste; la resurrección de los cristianos, es un escándalo: no
pueden comprenderla». Y «por eso Pablo hace este razonamiento tan claro:
si Cristo ha resucitado, ¿cómo pueden decir algunos de vosotros que no hay
resurrección de los muertos? Si Cristo ha resucitado, también los muertos
resucitarán».
«Hay resistencia a la transformación –observó el Pontífice–,
resistencia a que la obra del Espíritu, que recibimos en el Bautismo, nos
transforme hasta el fin, hasta la resurrección». Y «cuando hablamos de esto,
nuestro lenguaje dice: yo quiero ir al cielo, no quiero ir al infierno». Sin
embargo, «nos detenemos allí». Y «ninguno de nosotros dice: yo resucitaré
como Cristo». «También para nosotros –prosiguió el Pontífice– es difícil
comprender esto». Es más fácil imaginar una especie de «panteísmo
cósmico». Hay una «resistencia a ser transformados, que es la palabra que
usa Pablo: ‘Seremos transformados. Nuestro cuerpo será transformado’».
Pero, precisó, «con la resurrección todos nosotros seremos transformados».
«Este es el futuro que nos espera –reafirmó el Papa–, y esto nos
lleva a poner tanta resistencia a la transformación de nuestro cuerpo», pero
«también resistencia a la identidad cristiana». Y añadió: «Quizá no
tengamos tanto miedo al apocalipsis del maligno, al anticristo que debe
venir antes; quizá no tengamos tanto miedo». Sin embargo, tenemos
«miedo a nuestra resurrección: todos seremos transformados». Y «esa
transformación será el fin de nuestro itinerario cristiano».
«Esta tentación de no creer en la resurrección de los muertos –
explicó el Papa– nació en la primera Iglesia. Pablo debe aclarar lo mismo a
los tesalonicenses, y hablarles de ello una, dos veces». Y «al final, para
consolarlos, para animarlos, dice una de las frases más llenas de esperanza
que hay en el Nuevo Testamento: ‘Al final, seremos como Él’». Esta es
nuestra «identidad cristiana: estar con el Señor». Una afirmación que,
remarcó el Pontífice, no es ciertamente «una novedad». En efecto, «cuando
Juan el Bautista señala a Jesús como el cordero de Dios y los dos discípulos
se van con Él, dice el Evangelio: ‘Y ese día se quedaron con Él’».
«Nosotros resucitaremos para estar con el Señor y la resurrección
comienza aquí, como discípulos, si estamos con el Señor, si caminamos con
el Señor. Este es el camino hacia la resurrección. Y si estamos
acostumbrados a estar con el Señor, este miedo a la transformación de
nuestro cuerpo se aleja». Por eso no hay que «tener miedo a la identidad
cristiana», que «no termina con un triunfo temporal, no termina con una
hermosa misión». Porque «la identidad cristiana se realiza plenamente en la
resurrección».
Por lo tanto, afirmó el Papa, «la identidad cristiana es una senda,
es un camino donde se está con el Señor, como los dos discípulos que
estuvieron con el Señor aquella tarde». Así, «también toda nuestra vida está
llamada a estar con el Señor para quedarse, estar con el Señor, al final,
después de la voz del arcángel, después del sonido de la trompeta». Al
respecto, el Papa quiso recordar por último que el mismo san Pablo, en la
Carta a los Tesalonicenses, «termina este razonamiento con esta frase:
‘Consolémonos con esta verdad’».

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