UNIDAD 7. La justificación de las leyes y los Derechos
Humanos
¿por qué son importantes las leyes?, porque
establecen nuestros derechos y nuestras obligaciones. Un derecho es la facultad que tiene una persona de hacer o exigir aquello que la ley le otorga o reconoce, y solamente cuando este derecho está reconocido por la ley se puede exigir su satisfacción, pues la ley al mismo tiempo está obligando a alguien a satisfacerlo. Lo interesante del asunto es que las leyes siempre han sido escritas por los que tienen el poder. En la democracia, al contrario de lo que ocurría en las antiguas tiranías, en las monarquías absolutas o en otras formas autoritarias de gobierno, el pueblo –o conjunto de todos los ciudadanos- es el soberano: esto significa que sólo a él le corresponde por derecho el poder. Por consiguiente, en una democracia el pueblo se gobierna a sí mismo, se da a sí mismo la ley a la que quiere que se sujete la actuación de todos los ciudadanos. Ahora bien, ya hemos visto que aunque en los Estados democráticos actuales seguimos afirmando que la soberanía –el poder político del país- reside en el pueblo, ya no son los ciudadanos quienes ejercen el poder de forma directa, sino que lo delegan: los ciudadanos elegimos mediante el sistema de votación o sistema electoral a nuestros representantes y gobernantes. Éstos tienen el deber de elaborar las leyes, discutirlas públicamente en los foros establecidos al efecto, rechazarlas, enmendarlas o aprobarlas y, una vez aprobadas, aplicarlas y poner a disposición de los jueces a todo el que no las cumpla. En cualquier caso, en una democracia, es la propia voluntad de los ciudadanos (a la que llamamos “voluntad general”) la que legisla y gobierna sobre los mismos. Ello les permite ser "súbditos" y "ciudadanos" al mismo tiempo, estar obligados a obedecer sin dejar de ser libres por ello. Los Estados no-democráticos tienen súbditos pero no ciudadanos en el sentido pleno de la palabra, porque sus miembros se ven sometidos a una voluntad ajena que no es la suya propia, ya que no participan activamente –aunque sea de forma indirecta- en la elaboración de las leyes y en el gobierno. Por otra parte, es obvio que no todos los ciudadanos piensan lo mismo respecto de las mismas cosas. A menudo, albergan creencias o puntos de vista contrapuestos, irreconciliables o antagónicos. Esto supone un problema desde el momento en que todos los ciudadanos deben estar sujetos a las mismas leyes y deben acatar las decisiones de un único gobierno. La forma democrática de abordar este problema es someter la voluntad de todos a la voluntad de la mayoría, puesto que la voluntad de la mayoría constituye el indicador más fiable de la voluntad general; y puesto que, en una democracia, la voluntad general debe ser el origen y la fuente de las leyes, de ahí se sigue que las leyes aprobadas por mayoría -según el procedimiento legal establecido- deben ser de obligado cumplimiento para todos los ciudadanos, por más que no sean del agrado de todos ellos. Pero el mero hecho de que haya sido aprobada por mayoría, ¿hace que una ley sea legítima?
2. ¿QUÉ justifica las leyes?
UNIDAD 7. La justificación de las leyes y los Derechos Humanos Hay quienes, desde una perspectiva convencionalista, dicen que nada justifica las leyes de un país más que el hecho de que han sido dictadas por la autoridad competente y que están escritas y vigentes en ese país y en un momento histórico, y que por tanto, no hay más ley que la ley positiva y toda ley es una convención, acuerdo o pacto conveniente, igualmente válido. Un ejemplo de quienes han sostenido esta postura son los sofistas que aparecen en la democracia ateniense de los ss. V-IV a.C. Por el contrario, otros, desde una perspectiva naturalista, afirman que entre todas las leyes positivas que pueden darse en el mundo y la historia, las únicas leyes válidas, es decir, las únicas leyes que están justificadas, son aquellas que no contradicen los principios éticos universales, dicho de otra forma, para los humanos hay una ley moral natural, anterior a cualquier ley positiva porque está fundada en su naturaleza racional. Sócrates, contemporáneo de los sofistas, y Locke, en el s. XVII, defendieron esta postura. Volvamos al asunto de la legitimidad de las leyes en un Estado democrático. En principio nos cuesta mucho menos distinguir entre algo legal y legítimo en países que tienen formas de gobierno autoritarias. Por ejemplo, en las zonas de Afganistán donde han gobernado los talibanes, la discriminación de la mujer ha sido legal, es decir, conforme a las leyes; sin embargo, no nos parece legítimo o justo. ¿Acaso en nuestros Estado democráticos, en los que la ley es expresión de la voluntad de la mayoría, podemos encontrarnos con leyes que legalicen algo que no sea justo? Y ¿cómo podríamos reconocerlas? Recordemos que la CE dice que los valores superiores de nuestro ordenamiento jurídico son la libertad, la justicia y la igualdad (Art. 1), y que las normas relativas a nuestros derechos fundamentales y libertades se interpretarán de acuerdo con la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH) y demás declaraciones de la ONU (Art. 10). Por tanto, nuestras leyes serán legítimas, no porque las haya aprobado la mayoría, sino porque estén de acuerdo con la DUDH. Y aquí, una vez más podemos hacernos otra pregunta: ¿por qué los derechos humanos y los valores éticos que implican son el criterio de legitimidad o validez de nuestras leyes? ¿Qué son los derechos humanos? Pues una vez más, podemos adoptar una perspectiva naturalista o convencionalista: • Para los convencionalistas o iuspositivistas, no hay más derechos que los reconocidos en las leyes positivas, es decir, las leyes escritas recogidas en los ordenamientos jurídicos de los países. Si tenemos derechos humanos es porque hemos acordado recogerlos en nuestras leyes como fundamentales. • Para los naturalistas, los seres humanos tienen una serie de derechos aún antes de que sean reconocidos por cualquier ley positiva por el simple hecho de ser seres humanos y merecer el respeto a su dignidad, y por ello han de ser recogidos en las leyes como derechos fundamentales. Si bien los derechos humanos constituyen el fundamento de nuestras leyes (el criterio de su validez), hemos de reconocer que la propia justificación de estos derechos está aún en cuestión. De hecho, durante la elaboración de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 se produjeron debates acerca de estas cuestiones, optándose finalmente por no mencionar el tema: en lo que se estaba de acuerdo era en la necesidad de proteger los derechos de las personas, y entonces no era imprescindible justificar la fundamentación de esta protección, sino sencillamente proclamarla.
UNIDAD 7. La justificación de las leyes y los Derechos
Humanos 3. Los Derechos Humanos, sus características y su historia Los derechos humanos se caracterizan por ser: • universales, porque todos los tenemos por el simple hecho de ser personas, independientemente de nuestras características personales; todos los Estados tienen el deber de promover y proteger todos los derechos humanos • imprescriptibles, lo que quiere decir que no pueden quitárnoslos nunca porque jamás dejan de tener validez • inalienables e irrenunciables, lo que significa que nadie puede ser despojado de ellos ni renunciar a ellos. • interdependientes, interrelacionados e indivisibles, lo que significa que el hecho de garantizar un derecho humano contribuye a garantizar los demás; de igual forma, la negación de uno de ellos suele afectar de manera negativa a los demás. En la historia podemos ver un progreso hacia la igualdad en los derechos de los seres humanos, si bien no es hasta la abolición de la sociedad estamental (finales del s.XVIII) cuando aparece el concepto de derecho humano con las características que acabamos de ver. Así encontramos tal concepto en La Declaración de los Derechos del Pueblo de Virginia, de 1776, y en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1789. Estos textos recogen una serie de derechos, civiles y políticos, que protegen las libertades individuales y políticas frente al absolutismo del Estado: son los derechos llamados de primera generación. En el s. XIX, con el desarrollo del capitalismo industrial generador de nuevas desigualdades sociales, y como resultado de las reivindicaciones y luchas obreras, a los códigos posteriores se van añadiendo derechos económicos, sociales y culturales, los llamados derechos de segunda generación, que exigen la intervención del Estado para garantizar un acceso igualitario a los derechos de primera generación. Quedarán recogidos en constituciones como la mejicana (1917), la rusa (1918) o la alemana (1919). Desde la segunda mitad del s. XX, en el marco de la creciente globalización, se empiezan a reivindicar y promover los derechos llamados de tercera generación o derechos solidarios y de los pueblos. Estos derechos pretenden incentivar el progreso y elevar el nivel de vida de los pueblos más desfavorecidos, lo cual requiere un marco de cooperación internacional a nivel mundial. Los principales son los que hacen referencia a la autodeterminación política y la independencia económica, a la identidad nacional y cultural, a la paz y colaboración internacional y regional, a la justicia internacional, al uso de los avances científico- tecnológicos para la solución de los problemas demográficos, alimentarios, educativos y ecológicos, a la preservación del medio ambiente y del patrimonio común de la humanidad, a los derechos de las generaciones futuras, etc. Desde finales del s.XX hasta hoy, en el marco de un nuevo capitalismo del conocimiento, está surgiendo una nueva o cuarta generación de derechos, para algunos especialistas relacionados en general con las nuevas tecnologías, y para otros más en concreto con nuestros derechos digitales, como el derecho a la intimidad en la red, el derecho universal de acceso a la tecnología, la libertad de expresión en la red, la no discriminación digital (brecha digital), etc. Después del horror de la 2aGM (1939-1945), la ONU proclamó en París la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH), el 10 de diciembre de 1948. En ella quedaban recogidos los derechos de primera y segunda generación, mientras que los de tercera generación han sido incluidos en documentos posteriores emitidos por dicho organismo.