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Era la noche de Navidad y como todos los niños Anita esperaba la llegada de

Santa. En su carta le había pedido una bicicleta y que su hermanito, que venía en
camino, naciera bien pues su mamá había tenido algunas complicaciones durante
el embarazo. Anita era una niña tranquila y bien portada, siempre obedecía a sus
padres los cuales estaban orgullosos de ella.
 
Su mamá, la llevo temprano a la cama a dormir. Le decía que debía
esperar a Santa dormida, de lo contrario no llegaría. Anita obediente, y creyendo
en lo que decía su mamá se durmió de inmediato. Pasaron algunas horas y oyó
ruidos abajo y pensó que Santa ya había llegado, pero le daba un poco de miedo
bajar. Cuando se levanto de la cama no estaba segura si era un sueño o
realmente sucedía; tomo una pequeña linterna que tenía en su mesita de noche y
decidió bajar. Al terminar las escaleras se encontró con una viejecito de barba
blanca vestido de rojo. Era Santa.
 
De inmediato lo abrazo. Sin pensarlo, Anita le pidió que la llevara con el a
repartir los regalos. Santa no estaba seguro si era buena idea, porque la travesía
era complicada. Sin embargo, la tomo de los bracitos y subieron por la chimenea
hasta el techo donde estaba el trineo. Viajaron por el mundo toda la noche, sus
acompañantes eran los renos, las estrellas y los sueños de los niños.
 
Pasaron por México, algunas islas del Caribe, Venezuela… Recorrieron
toda Europa y África, donde Anita quedo encantada con los leones y jirafas.
Viajaron por China, Rusia y también Australia. Santa debía comer algo y recargar
su bolsa de regalos, así que fueron al Polo Norte. Allí, Anita compartió con los
duendes quienes la consintieron y le enseñaron como se hacían los juguetes. Le
colocaron un gorrito como las que ellos usaban para trabajar dentro del taller de
regalos.
 
Cuando terminaron de entregar juguetes por todo el mundo. De vuelta a
casa, Anita bajó por la chimenea y corrió a su cuarto, pues ya casi amanecía. Al
despertar, emocionada se levanto de la cama para abrir sus regalos y contarle a
sus padres el maravilloso sueño que había tenido. Antes de salir de la habitación
volteo la mirada hasta el pie de su cama y se dio cuenta que en una esquina
estaba el gorrito que le regalaron los duendes. Anita no podía creer que aquello
vivido fuera cierto, pero su gorrito era la prueba de lo real de su aventura.

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