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Paul Verhaeghe

EL AMOR EN LOS
TIEMPOS DE LA
SOLEDAD
:1res ensayos sobre el deseo
y la pulsión
Traducción de Virginia Gallo

f
pAIDÓs
Buenos Aires
Barcelona
México
,
Traducido del francés cort atención a la versión inglesa.
Título original: L'amour au temps de la solitude.. Trois essais sur le disir et la
pulsion.

PUblicado en francés ~r Éditions DenOÉll, 2000


el 2oo0,Éditións, DenOÉll, París

Cubierta de Gustavo Macri

152.4 Vertlaeghe, Paul


COD El ·amor en los tiempos de la soledad : tres ensayos
sobre el deseo yJa pulslón.· l' ed. 1" relmp.- Buenos
Aires : Palclós, 2005.
224 p. ; 22x14 cm.- (Pslcologla profunda ; 10236)
Traducido por Vlr¡Jnla Gallo
ISBN 950-12-4236-6
1. PSlcologla-Ensayo l. Gallo, Vlr¡Jnla, trad. 1/. TItulo

14 edición, 2001
r reimpresi6n, 2005

Quedan rigurosamente prohibidas, ain la autorizaci6n eacrita de loa titularea del copyright, hll,jo Iaa
...ncionea .atablecidaa en laa leyea, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o
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Impreso en la Argentina - Printed in Argentina

Impreso en Talleres Gráficos D'Aversa,


Vicente López 318, Quilmes, en febrero de 2005
Tirada: 1000 ejemplares

ISBN 950-12-4236-6
J50 J59
V5JJ
e.3
ÍNDICE

Introducción: sexo, muerte y poder .........~ ................ .. 11

\J. La pareja imposible ..... :.....: ................................... . 15


~; El tecno-amante atento ................................•....... 20
r.,: Fantasmas que dan cuerpo ................................. . 22
, Profecías que se autoconfirman: Pigmalión
-,:. .:,: en la alcoba ........................................................... . 29
v ¿Y la biología? ..................................................... .. 32
\C El deseo dividido ................................................ .. ~6
'lJ Instintos animales, pulsiones humanas ............ . 41
La pulsión: parcial y autoerótica ........................ . 43
/"
__( , '
~c;
El amor es .......................................................... .. 48
'S ... total y exclusivo ............................................... . 52
... causa de la falta y del deseo .......................... .. 55
El arte de decir que no ....................................... .. 58
A propósito de los chicos y las chicas .................. . 61
La imaginación al poder .................................... .. 64
Interdicto del incesto y cultura .......................... .. 67
Masturbación y adicción ........ ,............................ . ,71
El amor y la pulsión: el túnel ............................. . 73
Dos formas de amor: "L'amour, c'est donner
ce qu'on n'a pas" ....................... ,.......................... . 78
El amor, es poesía ................................. ,............. .. 84
2. Padres en fuga ........................................................ 87
Freud, Edipo de su tiempo ............. ........... ........... 92

7
Edipo a la deriva .................................................. 97
La solución clásica ................................................ 102
"Primero la comida, luego la moral" .................... 106
Historias clásicas y realidades hist6ricas ........... 114
El núcleo imposible de un campo discursivo ....... 119
Orestes en el siglo XX o "Nada nuevo bajo el sol" 120
"Padres originarios Inc:" ...... .......... .......... ... ... ...... 130
Credo quia absurdum .......................................... 136
"La voluntad de saber" o la erótica del amo ........ 139
El superyó perverso: ¡Gocen! ...................... ~ ....... 142
El sexo ansioso de los héroes ............................... 148

3. La pulsi6n ............... ................................................. 155


Un impulso irresistible ........................................ 155
JekyIl y Hyde ........................................................ 160
Deseo (pulsión): la historia que no termina ........ 163
Pulsión (deseo): lo inmediato ............................... 170
Pulsi6n y trauma .................................................. 175
La manzana prohibida ......................................... 180
Transgresión: el universo sadomasoquista ......... 186
With a little help from my friends... ................... 194
"El sentido de la vida": teleología ........................ 198
Eros versus Tánatos ............................................ ,. 205
El amor en los tiempos de la soledad .................. 209
A modo de conclusión .................................................. 211
Bibliografia ......... .......... ............................................... 213

8
a R.R.
INTRODUCCIÓN

Sexo, muerte y poder

El sexo es la actividad por la cual el hombre más se des-


vive a fin de llegar a ... ¿a qué? Que jamás alcance ese hori- ..
zonte, por otra parte indefinible, no calma sus ardores. ¡Todo
lo contrario!
La visita al Louvre y al British Museum es siempre un
encantamiento. Cuando me paseo a través de las diferentes
salas donde se despliega de una manera tangible la vida de
nuestros antepasados, trato de imaginarme la manera en
que ésta se desarrollaba, cómo percibía su mortalidad el
hombre de Lindow, con qué soñaba esa pareja de egipcios
esculpidos en piedra, tomados de la mano ... ¡y siempre fra-
caso! La vida de nuestros antepasados debía de ser tan
diferente de la nuestra que hoy apenas podemos imaginar-
la. Si El otoño de la Edad Media de Huizinga1 se convirtió en
un clásico entre las obras de la historia, esjustamente porque
establece esta diferencia con tanto resplandor.
Y, sin embargo, el parentesco es indiscutible. El hombre
que nos mira desde las piezas expuestas en las vitrinas
tenía los mismos objetivos que nosotros -sin lo cual, por otra

1 . Huizinga, J., Li\utomne du MoyenAge, traducido del holandés por


J. Bastin, precedido por una entrevista con J aeques Le Goff, París, Petite
Bibliothet¡:ue Payot, 1995 (publicado en 1932 con el título Le Déclin du
MoyenAge).

11
parte, no habría vitrinas-. Uno de mis mejores amigos lo
resume de manera particularmente concisa: se trata siem-
pre de la muerte y del sexo. De una manera o de otra, todas
las producciones culturales tienen una relación con la
muerte y con el sexo. Lo sabemos: el hombre se convirtió en
hombre cuando, por primera vez, cavó una tumba para in-
humar a su semejante. Pero, para mí, en oposición a Tána-
tos, en oposición a la muerte, en ese otro extremo que es el
de la vidªy.geEros, la ~nus de Willendorf es al menos igual
de importante.
. En las salas de museo consagradas a la historia de la
11,',1'·11'
civilización, notamos siempre un tercer tema: el del Pº-~..r.
!r Ahora bien, podemos preguntarnos si debe ser considerado
!I ' como una entidad en sí. Mirándolo bien, ¿la finalidad del
I'11i
poder no es dominar lo indominable, y precisamente ese
,il ' indominable que implican los dos temas precedentes? Tra-
t,.
"

tándose del campo de la muerte, es evidente. Ningún poder


1'1I:1I
más absoluto que el que da acceso a la inmortalidad. En lo
' que concierne al campo de la sexualidad, las relaciones con
!II"

l el poder son menos evidentes y además más dificiles de


admitir. En verdad, la sexualidad no está simplemente li~­
da al poder. Constituye más bien un cruce en el que el poder
y la muerte se encuentran, en tanto medio para sobrepasar
esta úJtima.
Este poder se instaura entre los dos sexos, entre el hom-
bre y la mujer. Y la historia nos indica elocuentemente en
!:~ qué dirección se ejerce, ante todo desde el hombre hacia la
r:!f
mujer, y a menudo con la peor de las brutalidades. Cada
,,:1
forma de sociedad elabora un sistema de reglas que reparte
1;11
el poder y el placer. En los países occidentales, esta dis-
tribución es clara. Los tres "pueblos del Libro" -judíos, cris-
1i tianos y musulmanes- proscribieron todos, a su manera, la
mujer y el erotismo. Que tanto la mujer como el erotismo se
11

liberen finalmente poco a poco de esta proscripción también


tiene sus consecuencias. La primera, mayor, es fuente de
confusión en el hombre. Es fuente de duda, de animosidad y

12

l,
de fuga, y también de una tentativa nostálgica de regresar a
los buenos viejos tiempos.
Aparejadas por el poder, sexualidad y muerte forman un
todo. Pero la visita del museo nos descubre algo más: cual-
quiera sea la razón, parece que este tríptico fue imaginado,
representado, simbolizado desde siempre. U no de los pri-
meros símbolos de la historia es el monumento funerario, y
los graffiti eróticos contemporáneos no difieren mucho de
los que datan de la Edad de Piedra"
Finalmente el hecho de representar, y la necesidad de
hacerlo, es lo que nos emparenta con nuestros predecesores ..
La emoción que se desprende frente a esas estatuillas de
mujeres a menudo embarazadas, sin rostro, de 20.000 años
de antigüedad, es la misma que siento frente a la estatuilla
de Henry Moore en la catedral Saint-Paul. Aun cuando re-
presenta una madre yun hijo que parecen uno, esta estatui-
lla muestra dos figuras completamente distintas y separa-
L
.\
das. Después de esta primera emoción, la reflexión despier-
I ta y nos revela una diferencia. Aunque la madre y el hiJo dan
la impresión de estar casi fundidos uno en el otro, sin embar-
I go percibimos de manera penetrante y c~si m:;ica una zona
de tensión feroz entre los dos. Una separación que no encon-
tramos en las estatuillas ancestrales primitivas en las que
la madre envuelve al niño, lo contiene. La separación madre!
hijo no se manifiesta sino muy tardíamente en la historia.
La primera representación conocida que la tiene en cuenta
data del año 4.500 a.C., y muestra una diosa-oso con un hijo-
oso entre las patas (Belgrado, National Museum). Es ex-
traño.
Todo esto está presente desde la infancia del hombre en
tanto hombre ... y desde entonces también en su propia in-
fancia. Hoy, debido a las circunstancias, estos elementos
cobran una forma inédita: la relación entre el hombre y la
mujer ya no es tan evidente, la función del padre es cuestio-
nada por todas partes, una cantidad de certezas desapare-
cen. Es con respecto a esta forma actual que quise conside-

13
rar algunas cuestiones pasadas. ¿Cómo comprender el
parentesco entre la muerte, el erotismo y el poder? ¿Cuál es
la relación con la representación y la simbolización? ¿Ha
evolucionado con el transcurso del tiempo? ¿Cómo explicar
que sea indefectiblemente la mujer quien es puesta en la
mira en todo esto? ¿De dónde viene esta necesidad de ligar el
placer a la ley? Finalmente, en el fondo, ¿qué es el amor?
Tales son las preguntas que inspiraron este libro.

Este tipo de libro tiene una historia y no se escribe solo.


Resulta de un diálogo y de su más allá. En tal sentido, cierto
número de personas jugaron un papel determinante en la
realización de este trabajo. Pretendo, por consiguiente,
agradecerles.
A Christine y André, por una amistad que se remonta
muy lejos en el tiempo; a Iris, por su coraje; a Frédéric, por
su humor en estos tiempos de áspera soledad; a Piet, por los
kilómetros de conversaciones; aAnn, por sus reflexivas ob-
servaciones, en rojo sobre memos amarillos, que contribu-
yeron a mejorar el estilo tanto como la materia; a Isabelle,
por los trabajos de investigación; a Yannick, por sus críticas.
incisivas; a Sabine y Bart, por los márgenes.acrillillados de
sus comentarios y por sus encuentros.
Ya Rita por haberlo vivido.

PAUL VERHAEGHE
e-mail: Paul.Verhaeghe@rug.ac.be

14

~
1. LA PAREJA IMPOSIBLE

Un hombre para mamá. (Ch. Nostlinger)


La competición papá-mamá. (J. Vriens)
Mamá, por favor, enamorate. (A. Steinwart)
Katie, la hija de su mamá, la hija de su papá.
(R. Irwin)
¡Quédate, papá! (R. Broere)
Dos padres, dos madres. (R. De Nennie)
¿Quién es el padre de Pierre? (B. Peterka)
Mi hermano tiene un nombre distinto al mío.
(W. Gabel)
, Los pensamientos traen la noche. (G. Van der
Reyden)
1bdo está permitido. (E. Polak)
Dorine desesperada. (C. R~fkamp)

Títulos recientes de libros para niños de 9 a 12 años

Primavera de 1969: Peter Easy Rider Fonda (en Busco


mi destino) conduce su moto a través del paisaje esta-
dounidense. Su objetivo es la libertad, el cielo es su límite.
Otoño de 1997: el mismo Peter Fonda encarna a un veterano
de Vietnam de cincuenta años que se ocupa de sus nietos. Su
hijo tras los barrotes, su nuera toxicómana, se las arregla
para alejar a su nieta de la calle (El oro de Ulises).
En el intervalo entre estas dos películas, un mundo ha
desaparecido. Ese completo cambio cultural puede ser apre-
ciado de dos maneras. Puede inspirar un vibrante alegato •
en defensa de un retorno al orden y a la ley, como puede 2.
seducir con eJ, presagio de una sociedad nueva y mejor. Sea
como fuere, más allá de esas interpretaciones morales, una
cosa es clara: la vida de familia sufrió una modificación '~
mayor. Las parejas de entonces casi han desaparecido y,
paradójicamente, los primeros en defender el matrimonio,
actualmente, son los homosexuales (al menos en la mayoría
de los países de Europa Occidental).

15
Lo mínimo que podemos decir es que la idea misma de la
pareja se volvió problemática. 1 Por mucho que se practique
todavía, el romanticismo de la declaración de amor suena
hueco, y el "para toda la vida" de antaño ha sido reemplaza-
do por "por el tiempo que dure". Las nuevas generaciones,
por otra parte, ya prácticamente no hablan en términos de
"mi marido" o de "mi mujer". Actualmente, se prefiere "mi
amigo", "mi amiga". La generación de sus padres represen-
ta con frecuencia, en efecto, la desilusión y las esperanzas
decepcionadas. Un paso más, y nos zambullimos de lleno en
El mundo feliz, en el que una relación amorosa de larga
duración no sólo es percibida como imposible, sino cada vez
más como algo turbio y sospechoso, es decir, como el signo de
un desarreglo psíquico a curar a la brevedad.
Sin embargo, jóvenes y viejos siguen soñando con una
relación amorosa que dure toda la vida. Los fracasos en la
realidad no hacen sino acrecentar esos sú'eños e intensifican
investigaciones sobre nuevas formas de alcanzarlos. En este
sentido, notamos un cambio en cuanto a las prioridades:
mientras antiguamente el acento estaba puesto sobre el
sexo, ahora lo está sobre la seguridad. El amor es un reme-
dio en tiempos de soledad.
Un remedio equivale a una prescripción. Una de las en-
señanzas positivas que podemos sacar de la época colonial

1. Lo "políticamente correcto" exigiría que escriba "él y ella", que


reemplace "hombre" por "ser humano" y repita cada vez que la palabra
"pareja" incluye igualmente a las parejas homosexuales. Ahora bien, tal
estilo desemboca irremediablemente en un racismo invertido ("el hom-
bre es el negro de la tierra") o en una espiral superyoica típicamente
obsesiva. Y uno como otro pasan por alto lo esencial, a saber que, no obs-
tante su sexo, cada pareja es constituida por un polo activo y un polo pasivo.
Desgraciadamente, éstos no son traducibles en términos políticamente
correctos. Dado que el tema es tratado de la primera a la última página
del libro, invito al lector a ser paciente. Mientras tanto, el lector política-
mente correcto será tranquilizado por el hecho de que, en lo que me
concierne, la pareja original no es la pareja hombre-mujer, sino la pareja
madre-hijo.

16
es que el contexto cultural prescribe la forma que toma la
relación entre los sexos. Cada pueblo posee una tradición
propia, anclada en la religión y la historia, y es esta tradi-
ción la que da forma a la pareja. Lo que sigue se deja adivi-
nar fácilmente. Ahora bien, en nuestra cultura, religión y
tradición se dividieron al punto de que la regulación que
ayer ofrecían hoy ha desaparecido. Para nuestros bisabue-
los, el camino a seguir -el matrimonio monógamo "hasta
que la muerte nos separe"- estaba trazado. El cura, el doctor
y el maestro de escuela, todos estaban de acuerdo y nadie se
preguntaba sobre lo bien fundado de este camino prescrito.
y por eso, cada pareja se las arreglaba con los medios de que
disponía.
A partir de los años sesenta, ya no se avanzó por este
"Camino. El Muro se derrumbó: "libertad" pasó a ser la consig-
na. La libertad debía conducir a una nueva relación hom-
bre-mujer, iluminada y modelada por la ciencia. Ésta tomó
én efecto el relevo de las instancias que hasta entonces
habían dado un sentido a la vida, particularmente la re-
ligión y la ideología. El hombre de negro"debió ceder su lugar
al hombre de camisa blanca. Al principio, se esperó mucho
de la ciencia: un hombre nuevo estaba supuestamente en
marcha. Pero las respuestas se hicieron esperar, y lo que sale
actualmente de los laboratorios parece cada vez menos con-
vincente. Resulta que las parejas están a la búsqueda de
alguien o de algo que les explique cómo amarse.
Esta búsqueda lleva a veces a situaciones altamente ca-
ricaturescas, en las que nos asombramos de constatar que,
liberadora e iluminada, la ciencia puede ser, sin embargo,
tan apremiante como la religión de antes. El mecanismo es
conocido: los resultados de la búsqueda se ponen a funcionar
como estándares obligatorios. Basta que una revista publi-
que estadísticas de pretensiones cien tíficas sobre la frecuen-
cia semanal con la que la pareja promedio "lo hace" para que
inmediatamente estallen las querellas conyugales: "Ves, ¡lo
hacemos demasiado!", o: "No lo hacemos demasiado". Otro

17
ejemplo concierne a una famosa revista femenina que pu-
blicólos resultados de una encuesta llevada a cabo entre sus
lectoras. Ésta reveló que su público consagraba en prome-
dio, cada semana, 33 minutos de su tiempo a la sexualidad,
repartidos en 18 minutos de "preludio" y 15 minutos de
coito. Imaginamos fácilmente las querellas conyugales que
pudieron seguir a la publicación de esta encuesta ... sin con-
tar a aquellos o aquellas que cronometraron sus performan-
ces a escondidas.
N o ocurre de otro modo cuando se trata de ciencias se-
rias. Sobre este tema, las investigaciones de Masters y J ohn-
son2 son ejemplares. Sus investigaciones rigurosamente
científicas dieron lugar también a prescripciones y a dis-
posiciones. Sus resultados se volvieron normas a las que la
conducta sexual debía responder. Dicho esto, sus estudios
innovadores e iniciadores de los años sesenta sobre las reac-
ciones sexuales del cuerpo son siempre la referencia. Inclu-
so, aunque el hombre y la mujer tienen reacciones fisiológi-
cas sexuales comparables, descubrieron sin embargo dos
diferencias. Primero; la mujer es potencialmente multior-
gásmica, puede tener varios orgasmos en un encuentro amo-
roso. En cambio, el hombre se vacía en un solo orgasmo
eyaculatorio. Segundo, mientras que la curva del ciclo de las
reacciones sexuales es más bien variada en la mujer, en el
hombre es más o menos uniforme (excitación, eyaculación,
impotencia temporaria). Dicho de otro modo, los hombres
son monótonos y fastidiosos, contrariamente a las mujeres,
que no lo son ... de lo cual las mujeres ya se habían percatado
desde hace mucho tiempo (lO¿Los hombres? Todos iguales").
La prescri pción comienza ahí donde esos descubrimien tos
científicos se ligan a una excrecencia rara del movimiento
liberador de la mujer. En efecto, la reivindicación feminista

2. Masters, W. y Johnson, V., Les Réactions sexuelles, traducido del


inglés por Francine Fréhel, prefacio de Héltme Michel-Wolfromm, París,
Laffont, 1984 (edición estadounidense original, 1966).

18
de la igualdad de los derechos se tradujo a veces por una
exigencia simplemente de igualdad, es decir, de igualdad
del hombre y de la mujer. Ahora bien, cuando la mujer debe
igualar al hombre, esto implica la mayoría de las veces con·
siderar que debe superarlo. También, en muy corto término,
el modelo sexual masculino fue impuesto a la mujer con el
"score" orgásmico como punto nodal.Al mismo tiempo, siem·
pre en nombre de la ciencia, se le impuso igualmente a la
mujer el modelo multiorgásmico, el sueño de todo hombre.
¡Puesto q\le se podía, se debía!, lo posible obliga.
Para rematar, el período del "Flower Power" preconizó
que el hombre y la mujer debían alcanzar el orgasmo prefe·
rentemente al mismo tiempo, lo qtie, para las parejas del
período post-Masters y J ohnson, dio por resultado la escena
siguiente: mientras que el hombre procura perdidamente
retener su orgasmo, la mujer trata, no menos perdidamen-
te, de precipitarlo. Mientras tanto, a pesar de su potencial
multiorgásmico, perdimos de vista que, con respecto al or-
gasmo, la mujer tiene una actitud completamente diferente
a la del hombre. La preocupación del hombre en cuanto a su
falo real contrasta claramente con la poca importancia que
la mujer promedio otorga a esa joya. Osear Wilde lo articuló
de manera elíptica y perfecta cuando, refiriéndose a las eas·
cadas más conocidas de América del Norte, destino obligado
de las lunas de miel de la época, cuenta que las cataratas del
Niágara fueron la segunda gran decepción de la recién casa-
da. Si esta formulación elíptica es tan bella, es porque sugiere
con alegría una verdad que no puede ser más que "dicha a
medias", para emplear una fórmula de Lacan.

Con el fin del milenio, la euforia inicial alrededor de "la"


respuesta científica se apaciguó. Y no obstante reina la in-
certidumbre. El llamado a nuevos valores y a las certezas se
hace oír cada vez más fuerte y nadie duda tampoco de que
esos valores y esas certezas responderán al llamado. Lo que
significa que tenemos mucho interés en apuramos a hacer

19
preguntas, antes que una nueva moral las vuelva super-
fl uas. La primera pregunta es: ¿por qué hace fal ta necesaria-
mente una regulación cultural de un acto del que pensamos
durante mucho tiempo que no era más que algo puramente
biológico? ¿Por qué esta elaboración cultural del acto sexual
es tan indispensable?

EL TECNO-AMANTE ATENTO

De hecho, esta cuestión hizo su en trada con la revol ución


sexual. Entonces advino la convicción de que la sexualidad y
el erotismo son cosas naturales cuyo curso debe dejar de ser
trabado por la cultura y la educación. Si los niños pueden
desarrollarse con toda libertad, descubrirán espontánea-
mente el placer sexual y desarrollarán su sexualidad ad ul ta
con la misma flexibilidad. Mejor, harán del erotismo un
juego que practicarán con virtuosismo, en oposición a las
pequeñas hazañas crispadas de sus padres. No obstante,
esta dimensión lúdica presenta ciertas similitudes con la
sensación de picazón: cuando sentimos una picazón en la
espalda y cuando nuestra pareja quiere rascarnos, él o ella
raramente, o incluso nunca, logra encontrar el punto que
pica más y nada es más difícil de explicar que dónde se sitúa
ese punto. En realidad, uno debería poder rascarse a sí
mismo, pero eso tampoco es posible.
Enfocado desde este ángulo, el sexo tiene la apariencia de
ser una cuestión técnica. Lo que evoca naturalmente la vie-
ja queja -comprendan la acusación- de las feministas: "No
hay mujeres frígidas, sino hombres torpes". Un sexólogo
holandés, Paul Vennix, sacó las siguientes conclusiones, por
otra parte muy divertidas: puesto que la mujer promedio
alcanza el orgasmo por estimulación oral o manual, las dis-
funciones s'exuales del hombre serán, vistas desde una se-
xología femenina, el calambre intrabucal y la rigidez de los
dedos. A través del video, la computadora personal y otras

20

,1

j
tecnologías de la misma índole, el hombre promedio con-
temporáneo recibió una formación de tecno-amante. Inclu-
so los menos dotados -y el temor "dimensional" nunca está
lejos- pueden contar con todo tipo de accesorios compensa-
torios. ¿Qué resulta de esto? Cuando el hombre moderno
trata de poner su formación en práctica -haciendo honor a
los preliminares en otro tiempo tan ponderados-, su petición
redunda en rechazo. Ahora que él puede, ella ya no está
interesada. Esta situación evoca una anécdota contada por
Lucien Israel, quien, en los inicios de su práctica como psi-
coanalista, había debido curar a una paciente frígida. El
análisis progresaba, a tal punto además que la paciente le
contó que había hecho el amor con su pareja y que efectiva-
mente había gozado. Después de lo cual, sacó al analista de
su alegría, agregando: "Y ahora no quiero hacer más el amor
con él". Ella deseaba algo que no quería.
Hay en juego mucho más que la técnica. La reducción al
tecnicismo fue uno de los productos típicamente masculinos
de la sexología liberadora, que reducía la sexualidad a una
necesidad situada entre el ombligo y la rótula: del arousal
(la excitación) al orgasmo.Además, hicimos rápidamente de
eso un modelo de performance, cuyo objetivo principal fue
"marcar tantos". Es también de esta época el mito de las
zonas erógenas: encuentren los puntos apropiados, acarí-
cienlos con habilidad, y el arousal vendrá automáticamente.
Hordas de hombres se pusieron a la búsqueda del famoso
punto G, incluso se crearon verdaderos cursos de perfeccio-
namiento alrededor de técnicas de masajes, de presiones y
no sé qué más; en resumidas cuentas, una especie de va-
riante sobre las clases de gimnasia prenatal. Y la terapia
sexual de Masters y Johnson fue incluso considerada por los
terapeutas mismos como una especie de gimnasia, mejora-
da. Finalmente, fue una mujer, Helen Kaplan, quien com-
pletó ese modelo en dos fases (arousal, orgasmo) con una
tercera: el deseo. De hecho, la palabra "fase" no es apropia-
da, ya que ahí se trata más bien de una condición: sin deseo,

21
esas zonas erógenas no tienen ning11n valor. Más aún, si no
son sustentadas por un deseo, provocan aleo: 1nter faeces et
urinam nascimur (nacemos entre la orina y los excremen-
tos). y cuando el deseo está presente, todo se vuelve ero-
geno.
La reducción de la sexualidad ajuegos de manos lleva en
primera instancia la firma masculina. N o es una casualidad
si las mujeres no son muy "técnicas" y, en consecuencia,
asisten con aplicación a enc1,lentros de "bricolaje doméstico
para mujeres solteras". Un paso más y llegamos a lo que es
el origen de esta tecnicidad y de lo que la condiciona, particu-
larmente lo que el hombre imagina que es el deseo de la
mujer y viceversa. Dicho de otra manera: el fantasma como
lo que da cuerpo al deseo.

FANTASMAS QUE DAN CUERPO

La atención puesta sobre el aspecto técnico yaindica un


elemento típico del fantasma masculino, particularmente
su atención puesta sobre el cuerpo y sobre ciertas partes del
cuerpo femenino. Lo contrario es raro. Se mide fácilmente la
diferencia entre el hombre y la mujer refiriéndose a esta
actividad recreativa con~ida bajo el nombre de strip-tease:
1,lna mujer que hace un strip-tease frente a un público ma~­
culino produce otros efectos que un hombre frente a un públil..
co femenino. Entre el público masculino, una tensión se
hace sentir. En los mejores días, un silencio casi sagrado
invade la sala. En cambio, cuando los Chippendales -nom-
bre que en otros tiempos designaba los muebles bien traba-
jados- aparecen en ~scena, las mujeres mueren de risa a tal
punto, que el espectáculo raya en la burla.
En el rpismo orden de ideas, señalemos también otro
fenómeno curioso, a saber, que el hombre ordinario se deja
engañar y seducir fácilmente por un travesti, ese otro hom-
bre que se hace pasar por una mujer. Si las películas Eljuego

22
j
de las lágrimas (Neil Jordan) y M. Butterfly (David Cronen-
berg) son excepcionales, es en virtud de su guión, y no. del
tipo de seducción que evocan. Al contrario. Losbarrioscalien-
tes de cada metr6poli abrigan un porcentaje considerable de
prostitutas travestís que, invariablemente, embaucan a sus
clientes. Esto remite al pasaje de una novela policial esta-
dounidense (¿se trata de Patricia Comwell o de Walter Mos-
ley?) en la que el hardboiled cop (el policía duro) pone al
tanto al rookie de servicio (el nuevo) sobre las prostitutas'.
¿Cómo reconocer a los travestis? Respuesta: "They're the
ones with perfect tits and perfect legs" (son aquellos con
senos y piernas perfectas). El travesti encarna lo superfe-
menino, o mejor: lo superfemenino desde el fantasma mas-

De manerá análoga, podemos


- afIrmar
. - ._---
culino. Pocas mujeres superan al travesti en "femineidad".
que una
m~res mucho más satisfactoria para la mujer, yeso
.-- relación
sin que deba recurrir a ningún travestismo. El éxito de tales
relaciones no tiene nada que ver con la idea de que una
pareja dél mismo sexo sería técnicamente superior, que sa-
bría encontrar el "buen 1ugar", etcétera. Tal idea sería inge-
nua. El éxito reside primero en el hecho de que en el interior
de dichas relaciones la posibilidad de encuentro de dos fan-
tasmas similares es claramente superior. El hombre traves-
ti, que encarna a la mujer y se hace pasar por ella, lo hace a
partir de lo que él imagina, a través de su fantasma mascu-
lino, que es la mujer ideal, y por lo tanto ideal para otro
hombre. Lo que prima ahí dentro es lo "hiperfemenino",
entiendan por eso: el cuerpo. En cuanto a las mujeres, las
cosas son claramente más complicadas. La mujer que se-
duce a otra mujer no encarna, o apenas, al hombre ideal,
sino más bien algo que está más allá de lo visible, algo que es
del orden de la relación ideal, entiendan por eso: el amor
ideal. De allíla ausencia de la necesidad de travestirse. Esta
diferencia se delinea aún mejor cuando comparamos las
parejas homosexuales, en las que el scoring, o el hecho de
"marcar tantos", ocupa el lugar esencial de la relación, mieri-

23
tras que para las mujeres, el nesting, o la "construcción de
un nido", está en el corazón de la relaci6n. 3
De golpe, hemos encontrado la definición más válida del
hombre y de la mujer: uno es el fantasma del otro. Esto me
recuerda una pequeña historia parisina relativa a un baile
de disfraces. Gracias a su disfraz, una pareja clandestina
puede por fin encontrarse por una noche. Los compañeros
fijan una cita íntima después del baile. 'lbda la noche revolo-
tean uno alrededor del otro y, en el momento en que el reloj
da las doce, se precipitan al lugar de la cita y, finalmente, se
sacan las máscaras. ¿Y qué pasa?: ¡Sorpresa, no era él! ¡Sor-
presa, no era ella!' Cada uno aborda al otro a partir de su
propio fantasma. En última instancia, el otro no es nada
más que la materialización de ese fantasma. También el aco-

3. Un colega y amigo homosexual me dio a conocer su impresión de


"que los heterosexuales comienzan por buscar y encontrar el amor de su
vida y, una década más tarde, se vuelcan decididamente al sexo. Por el
contrario, los homosexuales comienzan por los placeres del sexo y termi-
nan en amor". Después de todo, Platón quizá tenía razón. Cf. las partes
191d y e del Banquete. "Cada uno de nosotros es, pues, una fracción de ser
humano cuyo complemento existe, puesto que ese ser ha sido cortado
como cortamos los lenguados, y por lo tanto se desdobló. Cada uno, desde
luego, busca perpetuamente su complemento. En estas condiciones, aque-
llos de los hombres que son una parte de este compuesto de los dos sexos
que llamábamos entonces andrógino, están enamorados de las mujeres,y
de ahí viene la mayoría de los h0l!lbres adúlteros; de la mistna manera,
las mujeres que aman a los hombres y son adúlteras provienen de esta.
especie; en cuanto a aquellas de las mujeres que son una parte de mujer,
no prestan ninguna atención a los hombres, su inclinación las lleva más
bien hacia las mujeres, y de esta especie vienen las amigas de las .damas.
Los que son una parte de macho y, en tanto son niños, como son pequeñas
tajadas del macho primitivo, aman a los hombres, sienten placer en
acostarse con ellos, en estar entre sus brazos. Son los mejores niños y
jóvenes, porque son los más viriles por naturaleza. Algunos dicen, por
supuesto, qlle son impúdicos. Pero es falso, ya que no actúan así por
impudicia: no, es su audacia, su virilidad, su aire macho lo que los hace
querer a lo que se les parece. Esta es una buena prueba: cuando están
completamente formados, los varones de esta especie son los únicos en
mostrarse hombres, ocupándose de política".

24
plamiento no es otra cosa que el encuentro de dos fantasmas
que, a primera vista, se responden, pero cuya complementa-
riedad sólo raramente es perfecta: "No era él, no era ella... ".
Por otra parte, ¿por qué fantaseamos? El fantasma, es
decir, la representación, la puesta en escena, el rico des-
pliegue de un argumento, es sin ninguna duda una de las
partes más constitutivas del erotismo. A falta de fantasmas,
el erotismo expira, se degrada al nivel de lo animal, en una .
palabra, no es más el erotismo. El fantasma es lo que lo hace
humano. También se trata de precisar que fantasear no se .
reduce únicamente al hecho de soñar despierto, sino que
está en el origen de cada forma de creación artística. Como lo
desarrolla Freud .en su artículo "El creador literario y el
fantaseo", el artista es aquel que llega a dar forma a su
fantasma de manera tal que otros puedan aprovecharlo tam-
bién, y con el objetivo de obtener poder y erotismo. Esto nos
lleva de vuelta a una de las preguntas que habíamos plan-
teado en la introducción: ¿de dónde viene esa todopoderosa
necesidad de la representación?

Es aún demasiado pronto para responder, pero detengá-


monos sobre la diferencia que hay entre estos dos fantas-
mas. ¿Existe un fantasma característicamente masculino?
¿Y un fantasma típicamente femenino? Podemos encontrar
una respuesta a estas preguntas considerando las fantas-
magorías respectivas de hombres y mujeres. Se trata de uno
de los temas más delicados. En efecto, nada queda más pro-
fundamente escondido y callado que los ensueños. Las in-
vestigaciones científicas en tomo a este tema son raras y, en
el caso en que procedamos bajo forma de cuestionario, los
resultados deben habitualmente ponerse en duda, visto que
los dos dominios que inspiran más mentiras son precisa-
mente el sexo y el dinero. Sin embargo, tenemos un terreno
de investigaciones al alcance de la mano, por no decir en la
nariz: es la expresión comercial de nuestras fantasmagorías.

25

l
En lo que respecta al hombre, no debemos buscar dema-
siado lejos: si hay un producto típicamente masculino, ése
es la pornografia. Es un secreto por todos conocido: la fuente
princi pal de los videoclul:)es reside en el alquiler de películas
~, y éstas son esencialmente alquiladas por hombres. La
mujer que aparece en estas películas es más o menos siem-
pre la misma: una secretaria/enfermera ligeramente vesti-
da con pechos generosos (necesariamente de siliconas), que,
en un abrir y cerrar de ojos, seduce a su director/médico.
Ella no sólo es deseable a ultranza, sino que además está de
inmediato disponible sexualmente; Mejor aún, no desea más
que eso, hic et nunc, y preferentemente lo más r4pido y lo
más largo posible. En otros términos, ella es la perfecta pro-
yección del deseo del hombre. La sexualidad masculina es
visual, está centrada en los órganos genitales y tiene como
finalidad el orgasmo. Después de eso, el hombre guarda su
material y se da media vuelta.
En lo que respecta a la mujer, es menos evidente. No se
puede decir que el equivalente de la pornografia masculina
-la pornografia femenina visual- verdaderamente existe.
Llegado el'caso, no es más que un fenómeno marginal salido
de alguna comente feminista. Las historias literarias con-
cebidas "por las mujeres y para las mujeres" que se venden
actualmente con gran cantidad de publicidad son leídas
también; y quizá particularmente, por hombres. Además,
no me sorprendería para nada que, en la mayoría, de los
casoq, esas historias sean escritas por ellos. Ana'is Nin las
escribió para ganarse el pan, y las adaptó a los gustos del
hombre que se las encargaba. No, si queremos encontrar el
equivalente femenino, debemos salir a la búsqueda de algo
profundamente diferente, algo que difiera radicalmente del
semblante masculino. Una vez adoptada esta determi-
nación, encontraremos fácilmente el objeto buscado, porque
se vende en el mismo kiosco de diarios, no lejos de las revis-
tas pornográficas masculinas: se trata de las revistas rosas,
del estilo de Nous deux y otras revistas del corazón, foto-

26
novelas y series Harlequin, que se venden como pan ca-
liente. En todo el mundo, la tirada de este tipo de revistas es
fenomenal, y tiene con qué enfurecer de celos a todo literato
que se respete.
Las historias que se publican allí son tan estereotipadas
como sus equivalentes masculinos, pero los acentos están
puestos sobre otras cosas. Una mujer, en la treintena, para
reponerse de una gran pena de amor, entra como ama de
llaves o niñera de un director de cine (doctor/director), viudo
hace poco. Se dedica concienzudamente a los niños y, a pesar
de una primera antipatía hacia su patrón, se enamora de él.
Pero este último está enamorado de una actriz que sólo lo
usa para ascender en su carrera. Y los malentendidos no
dejan de multiplicarse, hasta que, finalmente, descubren
que se aman, que están hechos el uno para el otro, etcétera.
Apenas visible, el erotismo femenino que aparece en es-
tas historias nunca está centrado en lo genital y no tiene
punto culminante preciso: se sitúa en un intervalo fuera del
tiempo. El hombre que figura en el corazón de la historia es
siempre un hombre especial. No especialmente bello, sino
especial por su posición. Los héroes de esas historias rosas
van pasando evidentemente bajo múltiples formas, pero al-
gunas constantes se desprenden: no están comprometidos
en una relación amorosa, llevan una vida más bien retirada
y deben, por así decirlo, ser conquistados. La mayoría de las
veces, ni siquiera perciben que la heroína de la historia es la
mujer de su vida. No obstante, en cuanto se dieron cuenta de
que la aman, están dispuestos a todo para eternizar ese
amor. Esto traerá dificultades, de las que trataju¡;tamente
el relato. Aunque el sexo desempeñe un papel en la historia,
jamás será un papel de primer orden.
De la misma manera que la mujer lujuriosa es la proyec..
ción perfecta del deseo masculino, un hombre semejante es
la proyección perfecta de 10 que desea la mujer. Tampoco los
fantasmas mutuos son intercambiables. Una mujer no llega
a comprender lo que puede atraer a su marido de la poro.

27
nografia:"¡Essiempre 10 mismo!". Y el hombre no puede
comprender lo que su mujer puede encontrar en esas histo.,.
rias rosas: "¡Es siempre lo mismo!". En resumidas cuentas,
nos quedamos con la impresión de una perversión caracte-
rizada: fetichismo en el hombre y erotomanía en la mujer. El
fetichismo significa que la libido del hombre está excitada
por lo que, a primera vista, no aparece más que como una serie
de accesorios: la lencería, las botas, los tacos altos, para citar
sólo los más comunes, pero subrayando que cada objeto
puede oficiar de fetiche. Mirando con más atención, estos
accesorios dan sobre todo la medida de la angustia que la
mujer, en su "diferencia", suscita, y contra la que el fetiche
funciona como una especie de pararrayos. La erotomanía
remite a un fenómeno en el que la mujer persiste en su amor
por un hombre inaccesible, del que espera -tiene incluso la
certeza- que comparta su enamoramiento. Nada en el mun-
do puede convencerla de lo contrario, lo que empuja con fre-
cuencia a la persona en la mira a recurrir a la policía y a la
justicia.
Bajo este doble enfoque, por lo menos una pregunta se
plantea: ¿podemos todavía considerar ese fetichismo y esa
erotomanía como perversiones? El fetichismo está a tal pun-
. to difundido entre los hombres que podemos casi conside-
rarlo como normal. En cuanto a la erotomanía en la mujer,
conocemos sus aptitudes para proteger una relación.
Pueden, a veces, ir demasiado lejos.

El hombre promedio, evidentemente, no existe. Más allá


del scoring fálico, cada hombre sueña también con una re-
lación afectuosa y duradera. Y los fantasmas eróticos de
muchas mujeres van más lejos de lo que su compañero se
atrevería, a imaginar. Sea como fuere, uno es el fantasma del
otro y los dos se hallan lejos de estar a la altura. El blanco del
hombre es el coito en sí. De ahí, la queja clásica de la mujer:
"Lo único que le interesa es hacer el amor: hablar, la ternu-
ra, todo eso, es algo superfluo para él". Para la mujer, el coito

28
es más bien del orden del medio, un medio para alcanzar
otro objetivo, particularmente instalar o mantener una re-
lación. De ahí, la queja clásica del hombre: desde que la rela-
ción más o menos se estabilizó, el deseo sexual de la mujer
disminuye o se termina. Si, por una u otra razón, la relación
está en peligro, entonces su apetito sexual vuelve a la su-
perficie.
Manifiestamente, no hay relación sexual.

PROFECíAS QUE SE AUTOCONFIRMAN:


PIGMALIÓN:EN LA ALCOBA

El deseo del hombre se expresa principalmente como un


erotismo centrado en "la cosa". En la mujer, esto se da mu-
cho menos: el deseo de ella se expresa de manera mucho más
variada. La diferencia entre los dos tiene como efecto que
ciertas cosas se extenderán como mancha de aceite, creando
así una "profecía autorrealizadora". Imaginamos sin difi-
cultad que el hecho de que el hombre esté siempre listo para
la acción fálica enfría un poco el deseo de la mujer promedio.
¿Quién tiene ganas de comer chocolate cuando le es impues-
to o cuando lo tiene constantemente frente a la nariz?4 En-
sordecido por esa presión sexual siempre presente, el hom-

4. Como defensa del chocolate, uno de los mayores productos exporta-


dos desde nuestra región, reproduzco con placer el top 20 de las razones
por las que "chocolate is better than sex" (bajado de Internet).
1. Con el chocolate, el tamaño no cuenta.
2. El chocolate da satisfacción, incluso cuando se ablandó.
3. "Si me amas, te tragarás esto", ésta es una frase que adquiere todo su
sentido con el chocolate.
4. Se puede tomar el volante sin temor mientras comemos chocolate.
5. Se puede hacer durar el chocolate tanto como se desee.
6. Se puede comer chocolate, incluso delante de su madre.
7. Si usted muerde demasiado fuerte las nueces, el chocolate no se eno-
jará.

29
111"
"

¡:
bre ya no oye el "Sí, yo deseo (también)" de su mujer. El
colmo es que tampoco lo escucha ella, o apenas. "¿Cómo
podría tener yo ganas de sexo?, no me deja ocasión, siempre
está listo para la acción." Evidentemente, lo que mejor se
oye es sU respuesta a su compañero: "No, no tengo ganas,
aquí, ahora". De esto resulta que el hombre irá, en efecto,
cada vez más seguido a buscar en otra parte. Agreguemos
que hoy no tiene que buscar muy lejos para encontrar otra
compañera ... que, ella también, estará en busca de un nue-
vó amante. Por esto, se encontrará ella también en una
posición en la que el erotismo ocupará el primer plano.
Señalemos aquí que, para la mujer, el erotismo no consti-
tuye el objetivo en sí, sino el camino por el que busca acceder
a una relación. En tal constelación el éxito está garantizado.
En efecto, como se" trata de la primera vez, el nuevo com-
pañero no demostrará demasiada urgencia, lo que, para ella,
creará la oportunidad de desear activamente en lugar de ser
siempre deseada. Se desprende de esto que el hombre es-
tará convencido de haber encontrado a una mujer que com-
parte su interés por el sexo, lo cual, en consecuep.cia, afir-

8. Dos personas del mismo sexo pueden comer chocolate sin que las
insulten. "
9. La palabra "compromiso" no asusta al chocolate.
10. Podemos comer chocolate en la oficina sin molestar a nuestros cole-
gas.
11. Podemos pedir chocolate a los extranjeros sin correr el riesgo de que
nos den una cachetada.
12. No tendrán pelos en la boca con el chOColate.
13. Con el chocolate, ninguna necesidad de disimular.
14. Comer chocolate no provoca embarazos.
15. Podemos comer chocolate cualquier día del mes.
16. El buen chocolate se encuentra fácilmente.
17. Podemos comer tantos chocolates diferentes como nos sintamos ca-
paces. ,
18. Nunca somos ni demasiado jóvenes ni demasiado viejos para el cho-
colate.
19. Cuando comemos chocolate, dejamos dormir a nuestros vecinos.
20. Podemos TENER chocolate. "

30
mará su convicción de que su esposa o compañera oficial es
frígida. Mientras tanto, hay muchas probabilidades de que
esta última, por su parte, haya dejado de pasar todas sus
noches en la casa esperando a su pareja, y que frecuente un
restaurante exótico o, a su vez, encuentre una relación, se-
xual, con un hombre que está harto de su esposa/compañera
frígida y que precisamente por eso ...
Finalmente, este argumento tiene mucha comicidad. Si
la realidad no superara al teatro, estaríamos en pleno vode-
vil. Existe, sin embargo, una variante menos graciosa, aque-
lla en la que la mujer engañada se queda amablemente
encerrada en su casa, y muchas veces ayudada incluso por
su pareja carcomida por el remordimiento, termina por des-
cubrir la infidelidad. En este caso, no es excepcional que el
hombre legitime su escapada reprochándole su frigidez, ar-
gumentando que su amante al menos lo desea, ¡y cómo! N o
más excepcional: la esposa/pareja oficial efectivamente se
sentirá responsable y se creerá en falta. Ya que, finalmente,
a pesar de todo, a una "verdadera mujer", ¿no le gusta hacer el
amor a cualquier hora del día y de la noche? Como prueba,
todos los números, o casi todos, de las revistas femeninas
dedican al menos un artículo a la manera en la que "la mujer
moderna" goza al máximo de la sexualidad ("El sexo tántri-
co para una mayor profundidad"); a las delicias elé una pe-
queña infidelidad de vacaciones ("¡Si él supiera!"); a la ca-
lidad del orgasmo a edad avanzada ("Nunca demasiado vie-
ja para experimentar"); a los amoríos en los geriátricos
("Sshh, la enfermera hace su ronda"), etcétera. Al margen
de una comunidad de mujeres a la que, probablemente, no
pertenece, ella debe sentirse muy a menudo chapada a la
antigua y anormal.
Esta especie de emancipación al revés -la mujer debe
igualar al hombre, es decir superarlo en todos los niveles,
por 10 tanto también en la competencia fálico-orgásmica-
lleva a una nueva modalidad de opresión de la mujer: ésta
no se vuelve aceptable sino a condición de arreglarse con

31

~
adornos masculinos, lo que, a fin de cuentas, hace de ella
una caricatura. No hay más que acordarse de la ocurrencia
de ese hombre que dijo que Mrs. Thatcher es el hombre que
él hubiera querido ser. Aparentemente, la femineidad en sí
no tiene derecho a la existencia.
No es entonces sorprendente que la pulsión sea el punto
de tropiezo por excelencia de las relaciones hombre-mujer.
Ésta es una de las razones por las que los lazos de amistad se
construyen más fácilmente entre hombres o entre mujeres
que entre hombres y mujeres. En el último caso, la pulsión
genital acecha y -si bien a veces puede agregar una dimen-
sión corporal a la amistad-, en general tiene más bien como
. efecto arruinar todo. Lo que provoca un efecto secundario
notorio: el hombre con el que la mujer se entiende mejor y
con quien logra una amistad de larga duración es el homo-
sexual. Como, en este caso, el aspecto de la libido no se toma
en cuenta, la mujer no se siente ni amenazada ni forzada a
gustar, y el hombre no está obligado a seducir. Un encuentro
entonces se vuelve posible.

¿Y LA BIOLOGÍA?

El mecanismo recién descrito parece esclarecer un poco


la razón.por la que la relación sexual fracasa: el hombre y la
mujer tienen otros deseos, tienen un fantas~a diferente,
otro love map (mapa del amor) como dice J. Money. 5 Por eso,
el remedio sólo puede consistir en un com promiso psicológi-
co' que el terapeuta debe realizar trabajando con la com-
prensión mutua de los compañeros. Formulado crudamente:
sexo a cambio de ternura y estabilidad, y viceversa. De ello
se trata más o menos. Cada terapeuta, después de algunos
años de e?,periencia, repetirá lo mismo: el hombre quiere

5. Money, J., Gay, Straight, and In-between: the Sexology of Erotic


Orientation, Nueva York, Oxford University Press, 1988.

32

~
más sexo que la mujer, desde el principio. Resulta que para
la mujer eso se vuelve cada vez más una carga y cada vez
menos un placer, con las consecuencias que conocemos. Del
lado femenino, orgasmos simulados (mujeres jóvenes), do-
lores de cabeza (mujeres un poco más grandes), rechazo
(feministas y/o más maduras). Del lado masculino, quejas,
lamentaciones, enojo, bebida y, finalmente, recursos clási-
cos: vuelta a la masturbación (si alguna vez fue abandona-
da), una amante (preferentemente diez años más joven) o
(para los afortunados) amor retribuido. "Cierra los ojos y
piensa en Inglaterra", aconsejaba la reina Victoria a su hija.
Evidentemente, quedan otras soluciones, como, por ejem-
plo, la que practicaba la esposa italiana de Anthony Bur-
gess: "Esto te da tanto placer, ya mí tan poca pena, pues ... ".
Sea como sea, diferencia hay. Y muchos concluirán que la
poligamia está en la naturaleza del hombre más que la mo-
nogamia. Apoyando esta tesis, invocaremos, como de cos-
tumbre, a talo cual raza de monos entre los que algunos
machos privilegiados poseen cada uno una tropa de hem-
bras. Pero lo que hace renquear este tipo de demostraciones
es que a partir de la etología podemos probar cualquier cosa:
basta con seleccionar la raza de monos que confirme la hipó-
tesis que ponemos a prueba. Cuando leo semejantes estu-
dios, nunca logro sacarme de encima la impresión de que un
científico serio intenta legitimar entre líneas su propio com-
portamiento sexual colgándolo del comportamiento de uno
u otro tití. jPobres bichos!
Aquí se trasluce un problema que no tiene en realidad
mucho que ver con la biología o con los genes, sino con una
característica de las relaciones hombre-mujer, a saber, la
\ \ exigencia de exclusividad, sobre la qu,e volveremos más ade-
lante, y que hace prevalecer la in.fluencia de la cultura sobre
la naturaleza. En efecto, la pretendida naturaleza polígama
del ser humano no tiene ninguna posibilidad de llegar a un
resultado si no está sostenida por una cultura que se remon-
ta a milenios, a tiempos inmemoriales en que la mujer de

33
1I

I
1',

más edad se beneficiaba con una posición al menos tan ex-


clusiva como la de la mujer joven. Tradicionalmente, mien-
tras que la mujer mayor obtenía una posición de poder y de
sabiduría, la mujer joven estaba confinada a la cama ... o a
los partos. Cuando la poligamia no se apoya en una tradición
cultural semejante, es fuente de problemas. Para mí, esto
basta para demostrar el ascendente de la cultura sobre la
naturaleza.
No obstante, las ciencias puras y duras no se interesan
en aquellos aspectos d~ la cultura que no son cuantificables.
Es así: hay que contar, calcular, pesar para hacer surgir la
luz. La producción ininterrumpida de espermatozoides
haría que el hombre corra incesantemente detrás de su pene,
mientras que la mujer, que no ovula más que una vez por
mes, tardaría un tiempo infinito en ponerse en marcha. A
partir de este neodarwinismo, numerosos científicos tratan
de convencernos de que nosotros no seríamos más que cie-
gas máquinas de reproducción que no persiguen otro fin que
el de producir descendientes. En última instancia, incluso
ese "nosotros" se vuelve dudoso, porque de acuerdo a la cien-
cia, es evidente que son los genes los que manifiestan esa
"voluntad". Si dejamos de lado el estancamiento teológico-
teleológico -la doctrina que quiere que haya un querer-,
ese tipo de razonamiento desemboca en ejercicios de pen-
samiento bastante divertidos que, finalmente, cuando plan-
teamos ia pregunta más existencial, "¿qué es un ser hu-
mano?", llegan a esta respuesta última: es la manera en la
que se reproducen los genes ..

De esta manera, la sexualidad ha sido relegada discreta-


mente al mismo plano al que la Iglesia católica ya la había
confinado: el de la reproducción de la especie. Pero esta vez
conformada por una moral diferente, contraria incluso, a la
de la Iglesia. Así, si el ser humano no es nada más que un
conjunto de genes que apunta a la reproducción de la espe-
cie, la diferencia hombre-mujer se deja explicar fácilmente.

34
Los hombres sonpor naturaleza proclives a la promiscuidad
-y ese "por naturaleza" debe ser tomado literalmente-,
porque las posibilidades de desparramar sus genes aumen-
tan con la cantidad de mujeres que fecunden. Las mujeres
son naturalmente más proclives a la monogamia; compara-
da con la producción ilimitada de esperma del hombre, su
posibilidad de producir una descendencia es muy restringi-
da. También ellas eligen (a) al hombre mejor ubicado en la
escalajerárquica, (b) a ese que esté dispuesto a participar de
la educación de esta producción genética común. Más clara-
mente, desde el punto de vista neodarwiniano, el hombre
invierte en la cantidad, la mujer en la calidad.

Primera escena de la vida conyugal:


"Sí, ya sé, ¡otra vez te engañé! Y sí, con una mujer másjoven,
pero ¿qué querés? Son los genes, ¿qué puedo hacer?"

Segunda escena de la vida conyugal:


"Sí, ¡me imagino que es difícil asumir que tu hijo no es tuyo!
Pero ¿qué querés? Mi patrón es mucho más inteligente que vos,
¡y mis genes lo entendieron mucho antes que yo! Entonces ¿qué
puedo hacer?"

En estos dos ejemplos, el gran sacerdote del neodarwinis-


mo dará la absolución y les dirá "vayan en paz". Gracias a lo
cual, la guerra puede recomenzar.
Ahora bien, lo que este razonamiento no tiene para nada
en cuenta es que desde hace siglos el ser humano -que aquí
no reduzco a un conjunto de genes- tiende a un planeamien-
to familiar, lo cual quería decir, hasta un período reciente,
controlar los nacimientos. Yla mayoría de los hombres polí-
gamos no tiene ninguna intención de embarazar a sus ami-
gas, ¡todo lo contrario! Hay aquí, pues, algo que falla.

Lo que falla en estos modelos biológicos reduccionistas es


precisamente el reduccionismo: efectivamente, somos un
conjunto de genes, pero al mismo tiempo no somos única-

35
mente un conjunto de genes. Probablemente seamos el úni-
co conjunto de genes dotado de posibilidades -sin duda,
limitadas- de hacer elecciones. Esas elecciones pueden ir en
contra de lo que prescribe el programa biológico inicial, yeso
porque mientras tanto otro software im portante, la cultura,
tomó un rol considerable. Y aun cuando la cultura hubiera
nacido de la naturaleza, en el intervalo la ha superado.
Desde luego, los fundamentalistas neodarwinianos toma-
rán esta tesis como una herejía científica, herejía que des-
cartarán subiendo los hombros. Para luego volvér a sus
·predecesores medievales y sus versiones de la predesti-
nación: todo está fijado por adelantado, el libre albedrío es
impensable, somos seres acéfalos regidos y conducidos por
una mecánica igualmente acéfala.
Incluso restringida, esta posibilidad de hacer elecciones
es amenazante, extremadamente amenazante. En la ma-
yoría de los casos, cada uno la cede gustoso, ya sea a Dios, ya
sea a la ciencia, ya sea a la publicidad. Sin ninguna duda,
somos organismos biológicos a través de los cuales se hace
oír un crimen milenario. Pero no es menos cierto que tene-
mos el poder de decidir qué vamos a hacer con estos genes. Ello
implica que tenemos que asumir la responsabilidad de esta
decisión y de lo que ella conlleva. La cultura es en realidad una
decisión colectiva, en cuyo interior se ofrece y se impone a la
vez una regulación. Ahora bien, todas las generaciones tra-
tan de modificar esta decisión colectiva. A tal punto que, si él o
ella está preparado/a para pagar su precio por ello, cada iÍldi-
viduo puede apartarse de ella si se le antoja. El precio míni-
mo de la libertad sigue siendo siempre el mismo: la soledad.
Yeso es mucho menos gracioso ...

EL DESEO DIVIDIDO

Las explicaciones sociobiológicas y evolucionistas de la


diferencia hombre/mujer pueden parecer aceptables, pero
siguen siendo insuficientes. N o es que estén completamente

36

...
desprovistas de verdad. ¡Lejos de eso! Pero concluir que
explican todo sería por lo menos excesivo. Apenas podemos
sostener que contienen, y ni siquiera, una verdad a medias.
Por otra parte, el error aparece muy claramente cuando
damos vuelta los datos, cuando nos libramos a una demos-
tración, como se la designaba antes, por el absurdo (apa-
gogé). Así, ex absurdo, ¿qué sucede cuando el hombre "nor-
mal", entendámoslo como intensamente libidinoso, encuen-
tra su contrapartida femenina, entendamos una mujer que,
ella también, "sólo piensa en eso"? Apostaría a que el hom-
bre abandonará rápidamente la partida, e incluso, esta vez
de manera no proverbial, huirá con la cola entre las patas.
En muchas ocasiones, pude constatar a través de mis ana-
lizantes que los roles supuestamente determinados bio-
lógicamente son muy fáciles de dar vuelta. El hombre se
queja cuando tiene el sentimiento de que lo usaron, que abu-
saron de él, que lo redujeron a un estado de objeto, de vibra-
dor. En otros términos, reproduce una queja considerada
como típicamente femenina. Este miedo del hombre frente a
la Ínujer es tal que hemos llegado a imaginar un concepto
científicopara el deseo yel goce femeninos, la "ninfomanía",
la que no es, a fin de cuentas, más que la traducción científi-
ca del mito de la vagina dentata. Prosigamos nuestro ímpetu
de demostración por el absurdo volviéndonos hacia la mujer
que no tiene, o tiene poco, apetito sexual. ¿Qué pasa cuando tal
mujer tiene como pareja a un hombre que, él también, prefiere
debatir platónicamente sobre la utilidad del cañaveral para
la depuración ecológica de las aguas residuales? ¡Una de
dos: o lo lleva al cañaveral, o tiene un amante!
Reencontramos aquí lo que ya habíamos avistado antes:
deseamos lo que no queremos. Por esencia, el deseo está divi-
dido. Esta idea es difícil de aceptar: ¿el deseo no está "deci-
dido"? ¿No lo obstaculizan factores externos? Es también de
esta forma como Freud concibió inicialmente las neurosis.
Creyó primero que sus pacientes, con sus deseos contrarres-
tados por interdictos externos, en general familiares o so-

37
ciales, se habían vuelto neuróticos por la sucesión de frus-
traciones sexuales. No es casualidad que uno de sus pri-
meros textos se titulara: Die "kulturelle" Sexualmoral und
die moderne N ervositat ("La moral sexual 'cultural' y la ner-
viosidad moderna", 1908). El mensaje es elocuente: la rup-
tura con la doble moral y los interdictos que derivan de ella,
combinada con cierta modificación interna, llevaría al com-
pleto desarrollo de la sexualidad. Freud debió de darse cuen-
ta rápidamente de que sus pacientes retrocedían frente a
esta eclosión. Peor, que ellos mismos erigían barreras con- I

tra su desarrollo. Le pareció en tonces que el horno ludens (el


libertino de hoy) necesita reglas de conducta, y reglas de
conducta restrictivas, lo que además no le impide quejarse
luego. De ahí la fórmula lacónica de Lacan: "El deseo de la
histérica e,s tener un deseo insatisfecho", lo cual recuerda
que, para él, histeria es sinónimo de normalidad.
Esta división interna del deseo no es de hecho visible a
primera vista dado que el sujeto logra en general transpo-
nerla hacia el exterior. Atribuyo la causa de mi división al
otro, para quejarme luego. ¿De qué mujer-se enamora el
hombre? De aquella que lo trata mal, se burla de él, nunca se
somete del todo ... ¿De qué hombre se enamora la mujer? Del
hombre inaccesible con el que no puede más que soñar, pero
que nunca ... Gracias a nuestra demostración por el absurdo
ya hemos predicho lo que pasa en los casos contrarios: la
división interna estalla con todas sus fuerzas y el sujeto se
atasca.
Este último fenómeno es, sin embargo, extraño: cuando
una persona es deseada, codiciada por otra persona, hay
muchas posibilidades de que huya. Cosa extraña porque,
después de todo, cada uno quiere ser deseado. Lo demues-
tran las quejas más corrientes: "Él no me desea, sólo desea
mi cuerpo", "Ella no me desea, lo simula, sólo quiere mi di-
nero". ¿Por qué, entonces, el hecho de ser deseado provoca la
huida? Mirándolo con más atención, descubrimos la causa:
la huida viene de la sensación de ser reducido a un objeto

38
pasivo del deseo del otro. Por una u otra razón, esta reduc·
ción es amenazante, y vale tanto para el hombre como para
la mujer. Esto significa que, si bien el hombre y la mujer difie-
ren, como hemos visto, en el plano del fantasma, tienen sin
embargo algo fundamental en común: el hecho de que los dos
desean ser deseados, sin soportar, no obstante, sentirse el
objeto pasivo del deseo del otro. Vimos que los roles están en
general distribuidos de la manera siguiente: mientras que el
hombre desea de manera activa, la mujer dispone de mane·
ra pasiva. Aún hoy 'esta distribución puede ser fácilmente
invertida. Como es obvio, queda otro factor para elucidar.
La divergencia del fantasma masculino y femenino no
basta, pues, para explicar las dificultades entre el hombre y
la mujer. Aparentemente, el sujeto resguarda una objeción
en lo más profundo de sí mismo, una objeción que logra
incluso poner completamente patas arriba los argumentos
clásicos. El hombre que tiene "el fuego en el trasero" puede
súbitamente huir, y la "diva indiferente" puede de golpe
metamorfosearse en "bomba sexual" a dos pasos de la ex-
plosión. Deseamos lo que no queremos, codiciamos lo que no
deseamos. Esto vuelve a cuestionar seriamente el tema muy
actual del acoso sexual. La posibilidad de que ello pueda
sucedernos nos enloquece a tal punto que diríamos que no
esperamos otra cosa. El fenómeno, conocido pero no menos
extraño por eso, del sentimiento de culpa sentido por las
víctimas de delitos sexuales, entra en la misma composición.
Esta dinámica de oposición entre lo que queremos y lo que
deseamos no es demasiado tenida en cuenta en el enfoque de
este tipo de delitos. En efecto, esta consideración desmiente
la concepción del hombre de una sola pieza, la idea según la
cual los malos están vestidos de negro y los buenos aureola·
dos de blanco. El credo seudofeminista que designa al hom·
bre como el único culpable es tan estúpido como el reproche
machista según el cual la mujer "un poco lo debe haber
buscado". Por un lado, se trata de captar que el sentimiento
de culpa en una víctima es una respuesta a tal estado de

39
angustia. Por otro lado, se trata de comprender que un sen-
timiento de culpa es más manejable y menos agotador que
un sentimiento de impotencia. Hay que subrayar que entre
soñar despierto (activamente) con algo y deber sufrir eso
mismo (pasivamente), hay un mundo de diferencia. Volve-
remos sobre la relación entre el traumatismo y el fantasma
en el tercer ensayo.
Mientras tanto, estamos por descubrir que la relación
problemática entre el hombre y la mujer está ligada al hecho
de que el deseo está, por así decir, dividido. Esta división
inherente al deseo fue el punto de partida de Freud, quien
hizo varias formulaciones, de las cuales las más conocidas
son la oposición entre el consciente y el inconsciente, y entre
el yo y el ello (las pulsiones), con el superyó en el centro. Sin
embargo, la teoría de Freud comprende sobre todo numero-
·sos comentarios sobre esta división. Uno de ellos concierne
directamente a lo que describimos aquí arriba, la oposición
entre lo que él llama la corriente tierna y la corriente sen-
sual en el ser humano. Señaleinos que estas dos corrientes
valen para todo ser humano, lo que quiere decir que no son
atribuidas una al hombre, la otra a la mujer. En sus Tres
ensayos de teoría sexual, Freud plantea que el bienestar en
el amor depen<1:e de la mayor o menor capacidad del sujeto
para re~olver esta oposición:
El carácter normal de la vida sexual está asegurado por la
conjunción, hacia el objetoyel fin sexual, de dos corrientes: la
de la ternura y la de la sensualidad, comparable a un túnel que
atraviesa una colina en ambas direcciones.
Hilando la metáfora de Freud, parece que estos trabajos
subterráneos raramente se llevan a cabo. Mas aún, ahí
donde lle~an, nos reencontramos a menudo con dos túneles
paralelos, dos relaciones de las que una es tierna y la otra
sensual. " pero los dos túneles no se juntan.
Es una verdad demostrada por la experiencia de la clíni-
ca de la vida cotidiana: la ternura molesta a la sensualidad

40
y viceversa. Y no es una coincidencia que en la mayor parte
de los casos, cuando los niños sorprenden por casualidad el
coito de sus padres, interpretan esta "escena primitiva" como
una agresión. Para el hombre, demasiada ternura peIjudica
la erección y, por su lado, la mujer tierna muy difícilmente
puede esperar bromas atrevidas de parte de su marido. Esta
difícil combinación puede ser entendida como la problemáti-
ca del matrimonio, eternaIflepte tironeado entre el amor y la
pulsión. Nos queda definir, entonces, estos dos términos:
¿qué es la pulsión?, ¿qué es el amor?

INSTINTOS ANIMALES, PULSIONES HUMANAS

Comencemos por lo que Freud designaba como un con-


cepto límite entre lo somático y lo psíquico, a saber: la pul-
sión. Durante mucho tiempo, la moda asimiló la pulsión
sexual al instinto. El sexo fue considerado como un instinto,
una necesidad como otra -comer, beber, dormir, etcétera-,
lo cual lo dispensaba de toda argucia moralizadora. Incluso
la traducción inglesa de Strachey para el término alemán
Trieb fue instinct, lo que producía por otra parte cierto aprie-
to cuando Freud se refería verdaderamente al instinto. Y no
por nada él distinguió el instinto de la pulsión. El estudio
etológico de los mecanismos instintivos de los animales nos
muestra sobre todo el abismo que nos separa del animal.
Entre los ejemplos, el clásico de los clásicos en materia de
etología es el picón. En primavera, el picón macho, cubierto
de su adorno de apareamiento, cava su nido en el lecho del
río. Si otro macho aparece en su punto de mira, nuestro
caballero emprende guerra. En cambio, si una hembra se
cruza en su camino, emprende una danza alrededor de ella,
ostentación que llevará al apareamiento, etcétera.
Este cuadro ich1ico sólo puede ponemos celosos. Sin con-
tar que el picón podría servir de emblema a la causa feme-

41
nina: es, en efecto, el picón macho quien construye el nido y
cuida su cría. Este carácter idílico se disipa un poco cuando
constatamos que el picón macho no se las agarra sólo con sus
competidores machos sino con todo lo que es rojo y tiene la
forma de un torpedo. Y cuando comprobamos luego que no
baila exclusivamente alrededor de las hembras picones sino
alrededor de todo lo que tiene un color plateado y la forma de
una bobina, objeto con el que, por otra parte, trata desespe-
radamente de aparearse. Finalmente, nuestro galán, porenci-
ma de todo elogio, se revela como una grosera máquina de
reproducción. El celo está orgánicamente comandado por
un sistema de signos. Lo que significa que nuestro machito
no "'ve" una linda hembrita, sino que reacciona a todo objeto
plateado con forma de bobina. Cada objeto que tenga esos
atributos hace signo al picón. Y lo mismo ocurre para sus
competidores: no "ve" otros picones machos, sino torpedos
rojos. y es eso lo que desata su comportamiento. El aparea-
miento ocurre, pues, según un programa orgánico heredi-
tario rigurosamente delimitado. Si los signos son alterados
de manera demasiado notable, toda la empresa fracasa. En
cambio, si los signos son lo suficientemente respetados, de-
satan siempre el mismo comportamiento característico.
En el picón, como en todos los otros animales, existe rela-
ción sexual, en el sentido de que están guiados por un com-
portamiento sexual marcado. Si sienten o no placer en el
apareamiento es otra cuestión, cuestión que además sufre
de antropomorfismo, de nuestra incorregible propensión a
percibir la realidad a través de nosotros mismos. La pulsión
humana, en cambio, no es un instinto. Es más bien el
pervertimiento de reacciones que, en el origen, eran instin-
tivas. Así, el reflejo de succión en el bebé se convierte rápida-
mente en otra cosa, a tal punto que -como demuestran la
anorexia y la bulimia- a veces van decididamente en contra
de su función de garantizar la supervivencia. Esos ejemplos
demuestran que el reflejo y el instinto no constituyen la

42

l
esencia del hombre. Ocurre que el sujeto, a fin de garantizar
su subjetividad, sacrifica casi su cuerpo haciéndolo padecer
hambre o explotar. Al respecto, Hoffman's Honger de Léon
De Wintet' nos enseña más que muchas teorías biopsicológi-
cas contemporáneas. Sé que una afirmación semejante deja
al lector con las ganas. Pero el arte no se deja explicar.

LA PULSIÓN: PARCIAL y AUTOERÓTICA

Al menos en la definición que dio Freud, la pulsión es un


concepto montado entre lo psíquico y lo somático. Comprende
cuatro componentes: por un lado, la fuente yel empuje, por
otro lado, el fin y el objeto. Los dos primeros tienen su raíz en
el cuerpo; los otros dos en el psiquismo. Todo eso no parece
muy complicado. La fuente, que se sitúa en el soma, el cuer-
po, vendría a ser una interacción de órganos genitales, genes
y hormonas de los que se desprende el empuje, que nos lo
imaginamos como si fuera una especie de nivel de tensión
energética. El fin sería el coito, y el objeto alguien del sexo
opuesto. El todo estaría regido por reflejos de orden psíquico
que llevl;lrían las huellas de fijaciones y condicionamientos
que sobrevienen en la infancia. Después de la saliva, he aquí
la erección pavloviana. ¿Por qué no?
Pero si esta visión parece verosímil, es incorrecta en la
medida en que no tiene en cuenta las dos características
fundamentales de la pulsión. La primera, y probablemente
la más importante, es que cada pulsión es parcial. La segun-
da, muy cerca de la primera, es su naturaleza autoerótica.

¿Qué queremos decir cuando afirmamos que la pulsión es


parcial? Este rasgo debe ser tomado en el contexto de un
apriorismo implícito y, por lo tanto, no reconocido, entre el
hombre y la mujer. La idea de base de este apriorismo es que

6. De Winter, L., Hoffman's Honger,Amsterdam, De Bezige Bij, 1990.

43
hay "algo" -¿instinto?, ¿pulsión?- que empuja al hombre
hacia la mujer y viceversa, a fin de reproducirse. El estudio
profundizado de ese "algo" nos confronta rápidamente con
una constatación que va en el sentido contrario, a saber, que
ese "algo" que empuja a los hombres ya las mujeres en los bra-
zos unos de otros se compone de algunos elementos sueltos
que no se unen sino más tarde. Esto se muestra primero en el
desarrollo de la sexualidad infantil, donde las diferentes
partes constitutivas--orales, anales, uretrales ...- no están orde-
nadas. Los mismos elementos pueden ser fácilmente ubica-
dos en la sexualidad adulta, cuyas tontas discusiones acerca
de la famosa "primera vez" hacen surgir la sospecha de que
no es instinto de reproducción lo que está en juego aquí.
Ergo, una pulsión es parcial en relación al coito. Concre-
tamente, esto significa que el ser humano conoce la pulsión
oral, anal, voyeurista, etcétera, y no una pulsión "global"
que llevaría a (los órganos genitales de) los hombres hacia
(los órganos genitales de) lag mujeres. Por Qtra parte, este
descubrimiento de Freud llevará a Lacan a otro eslogan
incendiario: "No hay relación sexual".
Un efecto muy concreto de esta particularidad es que la
pulsión no enfoca la totalidad del cuerpo, sino partes, frag-
mentos. La pulsión no tiene ninguna necesidad de un cuer-
po entero, se satisface con algunas partes del cuerpo y la
actividad asociada a ellas -activa y/o pasiva-o Estas partes
del cuerpo son siempre las de la mediación con el mundo
exterior: los órganos genitales, el ano, la boca, el ojo, la oreja,
y las actividades que están asociadas a ellos: sentir, escu-
char, mirar, chupar, penetrar.
La tentación de obnubilarse con el catálogo de las dife-
rentes pulsiones, las sub especies y todas las combinaciones
imaginables es grande. Desgraciadamente, el ''Ve y nom-
bra"7 forma parte de nuestra naturaleza y, en esta vía, algu-

7. En el momento de la gén'esis, Dios ordenó al hombre que diera un


nombre a cada especie animada (Génesis, cap. 2).

44
nas palabras del latín y el griego, por aquí, por allá, suenan
siempre muy científicas. Siguiendo el ejemplo de los catá-
logos de las manías (clepto-, piro-... ) y de las fobias (agora-,
claustro-... ) podríamos establecer el catálogo de las pul-
siones (orales, anales, escópicas ... ) y sus aberraciones. Si,
en el origen, hablábamos de perversiones, hoy decimos "pa-
rafilias" (asimismo, no digan pesticida, sino fitofarmacéuti-
co). Como lo ilustran ciertas perlas que extrajimos, las listas
de las parafilias preparadas porJ. Money afectan profunda-
mente la imaginación: la apotemnofilia (parafilia en la que
el sujeto obtiene la satisfacción erótica por una amputación
hecha sobre su propio cuerpo); la acrotomofilia (lo mismo
pero en el sentido inverso: la amputación es sobre el cuerpo
del compañero); la peodeictofilia (adivinen). AlIado de esto,
El libro de los seres imaginarios de Borges no soporta la
comparación.
Al llevar un sistema hasta su límite, éste revela su defec-
to interno. El establecimiento de un catálogo de las pul-
siones es imposible, simplemente porque cada uno de sarro-
llasus propias variantes. Todo lo que podemos mantener es
la constatación de que la pulsión es parcial; parcial en cuan-
to a una totalidad que, ineluctablemente, queda en falta. Es
cierto que estas pulsiones parciales convergen, no sin difi-
cultad, hacia el llamado "primado genital" durante la madu-
ración, pero el resultado está lejos de ser convincente. Po-
dríamos comparar' esta situación con nuestros sistemas
políticos actuales: el gobierno está regido por un presidente,
pero las fracciones se critican por todos lados y hacen lo que
les place. Clínicamente hablando, esto viene a ser la verdad
establecida por experiencia que dice que, a pesar de su ma-
durez genital, cada uno de nosotros mantiene una preferen-
cia erótica no genital.
Después de este primer dato esencial-la naturaleza par-
cial-, el segundo rasgo distintivo de la pulsión concierne al
objeto. La pulsión no enfoca solamente ciertas partes del
cuerpo y la actividad asociada a ellas. En verdad, primero

45
tiene relación con el propio cuerpo, y sólo más tarde entra en
juego el de otro. Dicho en otras palabras: la pulsión es funda-
." mentalmente autoerótica. Estaríamos tentados de creer que
ese autoerotismo está ligado a cierta edad, para luego ser
abandonadp en el momento en que el otro hace su entrada
en el juego1'Ahora bien, el autoerotismo persiste porque es
inherente a la pulsión, incluso ahí donde la práctica sexual
es aloerótica, es decir volcada hacia un alius, hacia otro.
-Para la pulsión parcial el otro nunca es el fin en sí mismo, no
es más que un medio. Concretamente, esto implica que la
pulsión no tiene ninguna necesidad de la subjetividad de
una persona. Funciona como un círculo, como un bumerán
que pasa por el otro, vuelve y se cierra sobre' sí mismo,
creando por eso una plenitud, una cerca, una suficiencia. El
pequeño niño cuya boca se cierra sobre su pulgar, y se duer-
1 i me colmado, lejos del mundo, es el modelo original. Desgra-
: I
ciadamente, el hombreci to debe darse c:uen ta muy rápido de
que no puede vivir sin ese mundo y, más precisamente, que lo
necesita; aunque más no sea para alcanzar esa autogratifi-
cación una vez más.
El fin de la pulsión parcial no es, pues, el otro, sino la
obtención de cierto goce. Y a título de esto, la dimensión
I¡!I
"1
I
1
subjetiva del otro es de hecho superflua, a veces incluso una
:1 carga. Él o ella es como objeto -e incluso, objeto parcial- un
¡il _ medio para obtener algo.

Por diferentes razones, esta parte teórica horroriza; es


sin ninguna duda la parte más indigesta de los trabajos de
Freud. Podemos digerir, si es necesario, que la vida sexual
; consiste en una pluralidad de pulsiones parciales, tanto en
lo que concierne al fin como al objeto. Pero la idea de que la
pulsión es y sigue siendo autoer6tica, si el otro no es más que
un objeto sin ningún tipo de importancia, perfectamente
intercambiable, un medio sin jamás ser un fin ... esto queda
en el estómago. Tendremos que volver más tarde sobre el
porqué de este rechazo del elemento autoerótico, del que se

46

~
~

desprende lo prohibido, antiguamente omnipresente, de la


masturbación.
Tal descripción de la pulsión nos llevaría a creer que,
finalmente, todos somos perversos. Freud no llega hasta
ahí, pero plantea sin embargo que el niño es un "perverso
polimorfo", con lo cual quiere decir que las eventuales per-
versiones adultas ya están ahí, presentes en estado em-
brionario. Excavando un poco en nuestros recuerdos infan-
tiles, recordaremos seguro haber jugado con entusiasmo al
doctor con otros niños. Y bueno, estos juegos giraban alre-
dedor de las pulsiones parciales. Mirar y mostrar, evidente-
mente, lo uretral, lo anal, lo genital, pero también dominar.,
y hacerse dominar, yeso tanto con niños del mismo sexo
como con niños del sexo opuesto. También, cuando de casua-
lidad en las reuniones de viejos amigos o en las grandes
fiestas familiares, dos compañeros de juego de antaño se
encuentran, se hacen la misma pregunta: "¿Se acuerda él
todavía?" ¡Absolutamente! Un paso más lejos, y descubren
que esos juegos infantiles, y los fantasmas que los acom-
pañaban, influyen claramente en su sexualidad adulta.
La constatación de que diferentes comportamientos se-
xuales marginales están presentes en cada uno de nosotros
en estado embrionario nos permite revertir el problema. Si
partimos del principio de que es la biología la que determina
las relaciones hombre-mujer, la pregunta cae sobre el fu-
turo, es decir, ¿cómo nos volvemos perversos? Dicho de otro
modo: ¿qué hace que alguien se aparte del camino que la
biología trazó? Señalemos al pasar que, según este ra-
zonamiento, la perversión es algo contra natura. En cambio,
si partimos de la idea de que cada uno de nosotros hace su
entrada en la vida con una extraña mezcla de pulsiones
parciales, se tratará por lo tanto de preguntarse cómo fue
que no seguimos siendo perversos. De una manera o de otra,
la mayoría de nosotros pasa, en tanto niños, por un proceso
de normalización, en el interior del cual estos rasgos perver-
sos son elaborados de manera satisfactoria. Lo que hace que

47
podamos de ahora en más afinar nuestra pregunta o volver-
la un poco más operativa: ¿cómo es que estas pulsiones par-
ciales convergen, se unen y se adaptan a la actividad es-
trictamente genital, el coito? ¿Y cómo es que después de haber
convergido, estas pulsiones se dirigen hacia otro como obje-
toamoroso?
Este proceso de normalización es conocido bajo el nombre
de "complejo de Edipo". Ridiculizada por las peores interpre-
taciones caricaturescas, esta noción está hoy tan difundida y .
trillada que dudé un poco en utilizarla. Quiero, no obstante,
definirla de la siguiente manera: el complejo· de Edipo es ese
proceso que cada ser humano debe atravesar a fin de dar el
paso que lleva de dos a tres elementos, a fin de liberarse de la
:1 relación en espejo con el otro y acercarse a un tercero, "otro" otro.

EL AMOR ES ...

Esto nos lleva, después de la pulsión, al otro extremo del


túnel, el del amor. Pensamos con frecuencia que el psi-
coanálisis reduce el amor a lo que describimos de las pul-
siones, para luego reprochar a los freudianos querer man-
'11
1:
'1 char con pis y caca todo sentimiento elevado. No habiendo
;':1'1: dicho nac;la todavía respecto del amor, me creo autorizado a
j::!,'
refrenar un poco a los críticos mordaces apresurados. La
diferencia más marcada entre la pulsión y el amor no se
: sitúa en el plano del objeto, que, en el caso del amor, no
.puede ni siquiera llamarse así. Contrariamente a la pul-
1:" sión, en la que el objeto, como m~dio, es indefinidamente
di!:
'Ii: intercambiable, en el amor todo gravita alrededor de ese
,
otro único e irremplazable. De modo que el yo propio es
l'
renegado ~n beneficio de la persona amada. "El que ama es
humilde", escribe Freud. Vemos que es más que una dife-
rencia; se trata de un verdadero contraste. ¿Cómo conci-
liarlos?

48

ti
Freud trató el amor, Lacan también. N o teniendo el tema
verdaderamente su lugar en un discurso científico, es una
rareza en sí. Para las ciencias humanas, haría falta al menos
el término "relación": "problemas relacionales", o bien "pro-
blemas de comunicación", "disfunciones sexuales", etcétera.
Las ciencias puras y duras no vislumbran la idea del amor
sino como la expresión poética, y por lo tanto más bien blan-
da, de los estados hormonales y genéticos. El interés que le
presta Freud, y que lo vuelve aún más chocante, es que
estudia el amor como algo aislado, apartado e independien-
te de la vida pulsional. El amor es, pues, otra cosa que la
pulsión, pero ¿qué es, exactamente? Definir el amor es irrea-
lizable. Tanto Freud como Lacan hacen una distinción entre
el amor y el enamoramiento. Freud coloca el enamoramien-
to del lado de la hipriosis, del hechizo. Lacan creará un neo-
logismo: "Espejito, espejito, dime quién es ellla más bello/a
del mundo". Nos amamos tanto que nos detestamos en la
imagen del otro, yel mejor afrodisíaco es aquel o aqlJ.ella que
nos declara su pasión.
El enamoramiento es a veces sustituido por el amor, pero
eso no r~suelve el problema de su definición. El amor es de
todas partes y en todos los tiempos, pero el hombre debió
inventar la poesía para poder decir algo sensato sobre él.
Las páginas más pertinentes que conciernen a este fenó-
meno -puede decirse, el más humano- no fueron escritas
por científicos sino por artistas que se sitúan más allá de la
ciencia. ¿Existiría música sin pasión?
Si se mira con más atención, y después de la lectura de
Denis de Rougemont, nos damos cuenta de que este "de·
todas partes y de todos los tiempos" debe ser comprendido
con algún matiz. Nuestra ácepción del amor es, en el fondo,
una invención relativamente reciente, que además no vale
más que para una parte geográfica limitada. Esta acepción
es conocida: es la de la relación hombre-mujer exclusiva, en
la que la exclusividad significa que uno es más o menos todo
para el otro y viceversa. Lo que en la mayor parte de los casos

49
I da origen a los hijos que deberán recibir un lugar en el
interior de esa relación. Nos referimos también a lo que la
sociología definió como "familia nuclear". Nuestra arrogan-
cia occidental ha llegado a tal punto que durante mucho
tiempo pensamos que era la única fórmula que, bajo una
forma u otra, ha existido desde siempre, y siempre persis-
tirá, desde los Picapiedras a los Supersónicos, pasando por
los Cosby y los Simpsons. Desde el punto de vista histórico,
esta relación es sin embargo una invención bastante re-
ciente y por otra parte limitada a algunos grupos demográ-
ficos. En contJ;apartida, evidentemente podríamos decir que
, ,1
antes de esto el matrimonio y la relación amorosa existían.
Sin duda, pero esto no quería decir lo mismo que hoy. Guarde-
mos en la memoria que el matrimonio era, y siempre es, una
11,
situación de carácter económico que consiste en repartir los
1,1 bienes y los derechos de sucesión. Como decía Balzac: "El
matrimonio puede ser considerado política, civil y moral-
mente como una ley, como un contrato, como una institución:
1, la leyes la reproducción de la especie; el contrato es la
j",

i:',:
transmisión de las propiedades; la institución es una ga-
l !I'"
,,11
':1111
rantía cuyas obligaciones interesan a todos los hombres:
',1' tienen un padre y una madre, tendrán hijos". Es por eso que
1"I'i
'1,'1
11 "matrimonio" y"clase pudi~nte" van de la mano. Alos que no
'11'
I'¡
poseen nada no les importa. Esta aceptación originada en la
I primera mitad del siglo XX es en realidad una coproducción
il!:!!!
,1
i occidental vaticano-hollywoodense. Luego, sin duda cono-
ció algunos cambios nada despreciables, pero la base sigue
siendo, no obstante, profundamente económica. La actual
necesidad de "contratos de cohabitación o de vida común"
-nada menos, .en definitiva, que variantes modernas del
matrimonio que es.tablecen, también, la repartición de
bienes- es la mejor demostración de esto. En ese sentido, el
matrimonio entre homosexuales es perfectamente concebi-
ble y defendible.
¿Queremos decir con ello que el amor es también una
invención reciente y que la idea del amor eterno es una

50
Ilusión? Para nada. Psicoanalíticamente hablando, el amor
os, literalmente, el pedestal de la existencia. Sin embargo, la
relación hombre-mujer no es su prototipo. El modelo de base
del amor no es la relación hombre-mujer, sino la relación
madre-hijo, y esa relación es efectivamente inmemorial: de
todas partes y de todos los tiempos. Lo que no excluye para
nada que no esté, desde luego, sometida a una evolución. En
el segundo ensayo, por otro lado, demostraré que el complejo
de Edipo en sí forma_PJlrte de esta evolución que comienza, a
mi entender, en las estatuillas primitivas de mujeres em-
barazadas. El complejo de Edipo, además, también evolucio-
na y su evolución, a su vez, revisa las definiciones de la
madre, del hijo, del padre, del hombre y de la mujer.
Considerado esto, acabamos en realidad de reproducir
uno de los más preciosos descubrimientos de Freud: a saber,
que la primera relación humana da forma a todas las que
seguirán y les servirá de medida. Es lo que llamamos la
transferencia. Esto no implica que las relaciones posterio-
res deban ser necesariamente copias exactas de la primera
relación. Que sean su perfecto opuesto, por ejemplo, no dero-
ga de ninguna manera esta determinación, por el contrario.
Como ya decía Kierkegaard: "La repetición es una esposa
amada de la que nunca nos cansamos"s (para las damas: "un
esposo amado"). Generalmente mal comprendida, esta frase
es algunas veces precisamente aprobada (matrimonio lo-
grado) o criticada (divorcio logrado) a partir de una lectura
errónea. Leyéndola, creemos comprender: "La esposa ama-
da/el esposo amado es una repetición de la que no nos cansa-
mos nunca ...". Pero tanto para Freud como para Kierkegaard,
el acento cae en realidad sobre la repetición: es la repetición

8. De su estudio sobre la repetición, esta cita es sin ninguna duda la


más conocida. Reproduzco el pasaje entero: "La esperanza es lUla encan--
tadora jovencita que se le escurre entre los dedos, el recuerdo es una
mujer vieja y bella pero inútil por el momento, la repetición es una esposa
amada de la que nunca nos cansamos".

51
!:
lo que determina el lugar que ocupará la pareja, y no a la
inversa. N os percatamos de que aquí la repetición no tiene el
mismo valor que el que le atribuimos hoy, es decir, el de ser un
sinónimo de aburrimiento. Para convencerse, basta comparar
el niño que, para su mayor satisfacción, repite el mismo
juego hasta que no da más, con el adulto desganado cons-
tantemente en la búsqueda de otra cosa, de novedades que
lo socorrían, lo saquen de su torpeza y del embrutecimiento
en que lo sumergió la abundancia.

En definitiva, si tenemos que hablar del amor de manera


sensata, debemos ineluctablemente inclinarnos sobre la re-
lación primaria entre la madre y el hijo, concretamente,
:;:,
sobre la forma bajo la cual esta relaci6n aparece y la ex-
presión que toma en la versión del siglo xx, a saber, la familia
I,ill

11,1
nuclear. Por supuesto, si bien conviene tener en cuenta el
',!ill
hecho de que ninguna relación madre-hijo es idéntica, re-
'1
,1
conocemos, no obstante, tres rasgos distintivos. En primer
':,':!:: 1ugar, esta relación amorosa es total y exclusiva. Luego; está
',r ~ I i

II¡'! de entrada condenada a muerte: su herencia es la falta y el


,11
'1. deseo que en ella se origina. Finalmente, está caracterizada
por la presencia de poder.
1¡'j:1

Ili
:1'1
I'¡). ... TOTAL Y EXCLUSIVO
¡!i!
,

,!
Al principio, esta relación es total y exclusiva. Fuera de
este lazo no hay nada: uno significa todo para el otro y vice-
versa. La unidad madre-hijo, para ser moderno, es en efecto
una unidad, que no deja ningún lugar a otra persona o cosa.
La afirmación de que la madre y el hijo forman una unidad
va más lejos de lo que pensamos. Significa por ejemplo que
la madre,y el hijo no existen separadamente, lo que invalida
evidentemente la noción de relación. En lugar de un lazo
entre dos individuos, hay más bien una plenitud, una ausen-
cia de falta, empezando, por otra parte, por una plenitud de

52

I
l
las más materiales, la del período de embarazo. Es notable
que la mayoría de las mujeres describa a s1;1 embarazo como
un período de bienestar inigualado. Goce, dice Lacan, en los
dos sentidos de la palabra. Primero, goce en el sentido común
del término; segundo, goce en su acepción jurídica, el
provecho obtenido del uso de algo que no les pertenece. El
genio de la lengua establece un lazo aparenteme,nte insólito
entre el goce y el usufructo. El hijo es el uso-fruto del cuerpo,
por lo tanto materia de goce.
Esta unidad corporal, y en ese sentido real, de la madre y
el hijo en el embarazo persiste un tiempo más, de manera
imaginaria, durante el período posnatal. Demuestra una
plenitud, un cierre sobre sí mismo que transforma a cada
uno en extraño, en profano. La persona que siente más pro-
fundamente esta exclusión es el padre, que a falta de sen-
tirse padre debe convencerse de serlo. No solamente perdió
a su mujer, -que se convirtió en madre- sino que además
está fuera de circuito en una relación que apenas comprende.
No se convertirá en padre sino en cuanto pueda pretender a
su hijo, y ese momento coincidirá con aquel en el que el hijo
lo reconozca -reconocimiento en los dos sentidos del tér-
mino-.

Durante esta relación se instala algo que más tarde traerá


muchas dificultades: le exigencia de exclusividad. "Mi hijo/
hija, ellla niño/a de mis ojos" y "Mi mamá es la más linda, la
más ... " no son más que débiles expresiones de esta exclusi-
vidad que no podríamos sobrestimar. El otro debe ser todo
para mí, y para mí solo: todo tercero es una amenaza. Esta
exigencia de exclusión de cualquier otro es, en principio,
emitida por el hijo cuando surge un competidor bajo forma
de un hermanito o hermanita. A partir de ahí se emprende la
.lucha por la exclusividad de la atención y del amor ("¡ ¡Mamá,
su naranja es más grande que la mía!!") que está en la base
de los celos, de la envidia, de la rabia posteriores. De ahí
también el estatuto particular de los hijos únicos que crecen

53
,II

solos, sin hermanos ni hermanas, o de los hijos, general-


mente varones, que efectivamente tuvieron una relación
exclusiva con su madre. El peligro de que éstos se convier;-
tan en adultos tiránicos y egoístas, que exigen del otro que
esté a su entera disposición las veínticuatro horas, es real.
En este aspecto, vivimos actualmente una experiencia in-
voluntaria a gran escala, en la que lo que está en juego es
una de las mayores naciones de la tierra, China. A causa de
la política oficial de limitación de los nacimientos, toda una
generación crece sin hermanos ni hermanas, garantizando
así la exclusividad de la atención. Es dificil prever qué re-
sultará exactamente de esto, pero algo resultará, de eso no
~.
hay ninguna duda.
~!I
Dicho esto, al no soportar que el hijo, su hijo, manifieste
"i~Ir un interés por cualquiera que no sea ella misma, la madre
111'
,:,¡¡,
puede también exigir la exclusividad de la atención. El "Mi
maestra es taaan buena ... " no siempre es bien recibido. Y en
t~ el caso en el que la mamá y la suegra rivalizan por el hiJol
~I;l.JI·':
marido, esta rivalidad se desplazará inevitablemente en
dirección al hijo/nieto. Uno quiere ser todo para el otro.
'I!I"1' El corolario más conocido de esta exigencia de exclusi-
I
II II vidad de la infancia es la exigencia de fidelidad sin excepción
li: en la edad adulta. La amenaza que representa una tercera
¡¡Ii persona es tan insoportable como la atención que los padres
t
I~,'

1:1
¡, prestan a otro hijo quien, por este hecho, se transforma
automáticamente en rival.
Los intentos de "matrimonios libres" demostraron sobre
todo la tenacidad de esa exigencia, y dieron pruebas de que,
en este aspecto, la edad mental promedio supera apenas los
cinco años, es decir, el período edípico. Por eso, no concibo la
II!
¡ monogamia como biológicamente determinada, sino como
un efecto producido por el lazo originario dual entre la ma-
dre y el hijo. Lo qu,e, por lo demás, no lo hace menos apre-
miante.

54

~I
... CAUSA DE LA FALTA y DEL DESEO

En su forma original, esta relación envolvente y esta


exclusividad están condenadas a desaparecer. Su herencia
es un sentimiento fundamental de falta y un deseo inextin-
guible. La antigua fábula de Aristófanes, enEl Banquete de
Platón, aunque lo explica de otro modo, describe un deseo
similar. La fábula cuenta que en el origen el hombre era
doble, hermafrodita con dos espaldas, dos tórax, cuatro
manos, cuatro piernas y dos caras en los dos lados opuestos
de la misma cabeza. Según la fábula, en el origen este ser era
tan poderoso y tan presuntuoso que Zeus se vio obligado a
partirlo en dos. Desde entonces, cada uno de nosotros pasa
su vida buscando su otra mitad perdida. 9
La variante psicoanalítica es ampliamente más prosai-
ca: en lugar de un ser doblemente sexuado, partimos de una
unidad madre-hijo todavía no diferenciada que, también, se
ve dividida en dos, suscitando por eso mismo el nacimiento
de un deseo. Aquí se aloja con mucha frecuencia el origen de
un error de interpretación. Nos imaginamos que el hijo que
perdió a su madre la buscará a'través de todas sus parejas y

9. En la fábula de Aristófanes lo que fascina en primer lugar no es lo


"políticamente correcto" auant la lettre. El dato que sorprende es que la
sexualidad genital-radicalmente ausente en la primera parte del relato-
sólo juega un papel secundario. Una vez desdoblada la criatura original
de dos espaldas, cada mitad va a la búsqueda de su otra mitad perdida,
pero no con la intención de aparearse: "Cuando el ser primitivo fue desdo-
blado por ese corte, cada uno, extrañando a su mitad, intentaba encon-
trarla. Abrazándose, enlazándose uno con otro, deseando no fonnar más
que un solo ser, morían de hambre, y de inacción también, porque no
querían hacer nada uno sin el otro" (El Banquete, 191b). Zeus, apiadado,
vuelve a modificarlos, desplazando sus órganos genitales hacia adelante
(en el origen se situaban en la espalda). Hecho esto, las dos partes pueden
aparearse (anterionnente, la reproducción se hacía por fertilización ex-
terna). Ese cambio, y sobre todo la consiguiente posibilidad de aparearse,
sacia el deseo del ser humano por un momento. Lo que le pennite entre-
garse a otras actividades, necesarias para su supervivencia.

55
:I 1I1

1 1

que cada una será siempre evaluada en


comparación con
esa pareja original que satisfacía todo ,deseo. Esto sólo es
verdad en parte. Lo que el hijo pierde no;~s la madre, sino la
unión con la madre, esta relación simbiÓtica preverbal. De
ahí el notable fenómeno de que ni siqiÍiera la madre -el
objeto de amor originario- satisface ya .. ; lo que se deja por
otra parte fácilmente observar en el niño. Cuando, a la noche,
el niño pide algo para beber, expresa una necesidad a través
de un pedido que se dirige a la madre. Si el pedido de una
bebida cubriera completamente la necesidad de beber,
bastaría con concedérselo. Solamente que cualquiera que
tenga un hijo sabe perfectamente que nunca es así. El niño
pide de beber, sin duda, pero ese pedido vehiculiza un deseo
inextinguible, un deseo de otra cosa, de algo más, puesto
que, una vez vaciado su vaso, debe hacer pipí, y luego tiene
hambre, etcétera. Desea que su madre se quede cerca de él,
pero eso tampoco es suficiente: no sólo debe estar ahí, debe'
también estar ahí toda entera, totalmente y nada.más que
para él, de manera irrealizable.
Con la exigencia de la presencia de su madre, el niño
exige otra cosa, alguna cosa que, manifiestamente, nunca
logra pasar completamente por la palabra. Un niño -acaso
podría haber sido de otra manera- fue quien lo expresó de la
más bella forma, diciendo: "Mamá, me gustaría que fueras
un hongo, así yo podría vivir en vos". El hijo des~Jlesta
~Iü.ón,preverbal que fue rota por primera vez por-el
nacimiento -ruptura repetida y, sobre todo, consolidada·
por y en el interior dellenguaje-. La unida.el mªºI:~:hiÍ9-M

1'"

Iji,!::' N o es la transición de un organismo pleno a dos organismos, hombre


111 y mujer, lo que da resplandor a esta fábula, sino el concepto de dos partes
(cualquiera sea su sexo) quese desean de mar,era total al punto de relegar
todas las ótras cosas al rango de accesorio. Haciendo parcial el deseo,
antes total y mortal, lo genital no sube a escena sino en un segundo
estadio. El sexo y la sexualidad genital son la salida secundaria pero, no
obstante, necesaria para una relación primaria global. Éste es el mensaje
de Platón:

56

1I

~l
disuelve para siempre porque el lenguaje se inserta entre
ellos. Es ahí donde se sitúa la pérdida real, o con'más· pre-
cisión: la pérdida de lo Real-de las cosas- por la introduc-
ción de lo Simbólico -de las palabras-.Antes de la existencia
del lenguaje, reina una inmediatez sin mediación: las
necesidades funcionan automáticamente. El animal, al no
estar -contrariamente a nosotros- asido en el lenguaje, no
tiene la posibilidad de reflexión o de retroceso frente a su
realidad. El lenguaje introduce un retroceso y una media-
ción, es decir, una diferencia. Esta diferencia vale en primer
lugar para este otro que efectivamente se convirtió en otro
-la madre-, pero también para sí mismo, porque el lenguaje
abre la posibilidad de reflexionar sobre su identidad. El
"pienso, luego existo" muestra bastante bien la distancia. O
poetizado, el "Yo es otro" de Rimbaud. Comparamos algunas
veces el lenguaje con un puente, pero entonces ese puente
pasaría por encima de un abismo que abriría al mismo
tiempo. Y lo que hay bajo el puente está irremediablemente
.perdido.
Se trata de comprender que a ese nivel el lenguaje es
menos un medio de comunicación que un medio de identifi-
cación. El lenguaje otorga a cada uno una identidad particu-
lar y las reglas que están asociadas a él: eres la madre de, la
hija de, el padre de, el hijo de ... Así, la división real instau-
rada por el nacimiento va a consolidarse simbólicamente en
la estructura edí pica que asigna a cada uno su lugar por la
palabra. Es aquí donde el hombre se vuelve hombre y se
separa para siempre de la naturaleza. Lo que queda de esta
operación de división es nada menos que el deseo. Es este
estado de cosas lo que explica el eterno deslizamiento del
deseo. Deseamos algo del otro, algo vago o concreto, pero
está comprobado que nunca nos satisface: A través de e~e
algo, deseamos de hecho al otro mismo, pero cuando éste se
da, no es eso tampoco ... Entonces, a fin de cuentas, ¿qué
deseamos? Y bueno, deseamos esa unión definitivamente
perdida, el goce que traerá esta plenitud de antes, y es lo que

57
'!
':
1

1;
1

hace vivir al hombre, primero en el interior, luego en el


exterior de esta relación primaria.

ELARTE DE DECIR QUE NO

Todo esto nos lleva al tercer rasgo distintivo de esta pri-


mera relación amorosa: el aspecto del poder. Conviene decir
que esta relación original es una relación de poder absoluto,
en el sentido de que uno es todo para el otro, puesto que uno
y otro colman sus faltas mutuas. Con la disolución de esta
1,
I unidad, el poder absoluto se inclina hacia el poder y el verbo
¡ 'I:;,¡
ser es relegado por el verbo tener. Ahí donde inicialmente los
, ,',1
"1 '

dos eran todo uno para el otro -hacían uno-, la separación


inaugura un nuevo régimen: de ahora en más la relación es
animada por el intercambio de un dar y de un recibir, que,
lógicamente, conlleva la posibilidad de un rechazo de dar .;
de recibir. Basta con evocar al bebé de apenas un año y
medio, que llora la ausencia de su mamá todo un' fin de
semana para finalmente darle la espalda con desprecio en
'cuanto ella regresa a la casa.
Dar y recibir, pedir y rechazar, todo' esto presupone la
idea de que hay "algo" para pedir o para dar, algo que podría
colmar la falta y, por lo tanto, el deseo del otro. Aquí se sitúa
lo que está en la base de toda oferta y de todo intercambio;
también aquí cada uno desarrolla la manera de dar y de
recibir que le es propia, a tal punto, por otra parte, que a
menudo se convierte en un rasgo que caracteriza a la perso-
na en cuestión. ¿Cuál es su manera de dar, cómo reacciona
frente a un regalo? ¿Puede pedir algo, aunque sea pregun-
tar el camino a alguien que pasa? ¿O prefiere arreglárselas
solo? Dicho de otra manera: ¿cómo hace esta persona con la
falta? En'este contexto, la falta debe ser entendida tanto en
su sentido restringido, concreto ("¿Dónde están mis llaves?"),
como en el sentido amplio (Weltzschmerz, melancolía, mo-

58

~II
rriña, blues): algo que el sujeto no tiene o no es pero que
quiere tener o ser.
En esta primera relación amorosa, el dar-recibir-recha-
zar se juega inicialmente en el interior del desarrollo llama-
do pregenital. "Pregenital" remite a las partes del cuerpo
quejuegan un papel en la vida erótica del adulto, sin por ello
pertenecer al registro estrictamente genital, de las cuales
las más conocidas son las zonas orales o anales. Lo pregeni-
tal conoce un desarrollo: el niño aprende a manejar lo oral, a
controlar lo anal y lo uretral, siguiendo el proceso de madu-
ración. La maduración puramente orgánica del cuerpo no
es, sin embargo, más que un aspecto de la cosa. El hecho de
ser sorprendido en una interacción entre el niño y la deman-
da del otro caracteriza justamente el desarrollo pregenital.
Es el otro (la madre, y todos los que siguen) quien pide que su
hijo coma, eructe, duerma, haga sus necesidades, hable,
mire, escuche en el tiempo requerido -requerido en el senti-
do literal, ya que es el otro quien determina el momento-.

Esta interacción por la cual la madre llama constante-


mente al cuerpo del hijo, y más precisamente a las partes del
cuerpo que se sitúan en el límite entre el cuerpo y el mundo
exterior, es, pues, continua. Esto es de una importancia que
no podemos subestimar. En efecto, por y en el interior de
esta interacción, las pulsiones parciales entran erijuego; la
pulsión toma lugar así entre el sujeto y el Otro. Mientras
que antes las pulsiones funcionaban como si fueran autóno-
mas, el Otro ahora entra en juego. Resulta que el amor y la
pulsión en lo sucesivo van a tener lugar conjuntamente du-
rante todo el desarrollo general del niño hacia la edad
adulta.
Cada terapeuta de niños sabe que la interacción entre la
demanda del primer Otro y el sujeto-en-devenir es determi-
nante en el desarrollo. Basta con referirse a las situaciones
en las que la demanda falla, para constatar que en esos

59
W:II

casos no se desarrolla gran cosa. Sabemos por ejemplo que


los pequeños trisómicos se desarrollan más "normalmente"
cuando sus padres aún esperan algo de ellos y actúan en-
consecuencia, que en los casos contrarios en que bajan los
brazos frente a la idea de que el handicap no permite espe-
ranza ni espera. La ausencia de demanda de parte de los
padres que. no esperan gran cosa de su hijo hará probable-
mente que un bebé normal no se desarrolle. A la inversa, los
niños acosados con demandas patológicas cargarán irreme-
diablemente, y para siempre, con esas marcas. La forma
que estas huellas tomarán no es previsible porque el niño no
es una materia pasiva que modelamos a gusto, sino un suje-
to activo e interactivo que dispone de un aporte propio im-
previsible.
El niño responde a la demanda del Otro. Esto implica que
hace elecciones: puede negarse a comer, elegir comer todo,
negarse a hablar, a volverse limpio. "¡No entiendo nada, en
la escuela está seco y apenas entra a casa hay que cambiar-
lo! Es para creer que lo hace a propósito." El genio del len-
guaje nos da la respuesta: al Otro y su demanda, este niño
les mea encima. En la vida amorosa adulta -léase genital-,
ese dar-recibir-rechazar se expresa en un terreno muy sen-
sible, particularmente el del orgasmo: ¿quién produce y da
el orgasmo, a quién? ¿Quién lo rechaza? En este punto, el
coito vira a veces a una "guerra del orgasmo", puesto que
como, después de todo, el hombre es quien tiene y da el falo,
y como es eso 10 que, según él, la mujer desea, quiere hacer
gozar a la mujer. Que algunas de ellas tengan la extrema
condescendencia de simular un orgasmo demuestra la gra-
cia suprema de sus maneras ... y, en el mismo movimiento,
muestra quién tiene realmente el cetro.
En principio es la madre, el alma mater, quien tiene ese
poder, lo que me lleva a retomar, asumiendo la responsabi~
. lidad, ull'adagio conocido: no es "Lo que mujer quiere, Dios
quiere", sino simplemente "Lo que madr.e quiere, Dios quie-
re". Aquí se presenta el momento oportuno de mencionar la

60
angustia "innata" del hombre frente a la mujer, debida al
hecho de que sobre cada mujer pesa la sombra de la madre,
que hace recaer sobre ella el poder, e incluso el poder absolu-
to, de la madre.

Pesadilla de unjoven gendarme: una mujer de edad, que


abre la ventanilla de su auto y pregunta: "Sí, ¿cuál es el
problema, mi niño?".

Es este poder absoluto primero lo que provoca la angus-


tia y todas sus elaboraciones, del sexismo a la misoginia.

A PROPÓSITO DE LOS CHICOS Y LAS CHICAS

Está en la naturaleza de las cosas que este poder absoluto


original tenga una falla: la madre no está siempre presente
y, aun cuando lo está, no es más la que era antes de la
división. No está siempre a la altura, no es lo que el hijo
esperó que ella fuese. Y, volviéndose hacia el padre, debe
comprender que él tampoco responde a sus esperas. El pa-
dre no es ese héroe que tiene respuesta para todo. 'lbdo adulto,
. o casi todos, guarda en 'su memoria el doloroso momento en
el que debió constatar que sus padres no respondían a la
imagen que cuidadosamente se había forjado. En verdad, el
descubrimiento de la falta de la madre recubre la falta y los
defectos que el hij o descubre en sí mismo. Por más esfuerzos
que haga, por mucha voluntad que despliegue, el hijo nunca
colmará perfectamente el deseo de la madre. Igualmente
para la madre: ella tampoco alcanzará nunca esa plenitud
de otro tiempo. De ahí aquello que cada hijo clama al menos
una vez por día, particularmente el "no es mi culpa". Cada
hijo está preocupado por la culpabilidad, el castigo y la insu-
ficiencia. En cada uno de nosotros habita un Dostoievski.
El desmoronamiento del poder absoluto materno y la
falta que resulta de ello desencadenan la búsqueda de algo

61
t
exterior a esta relación dual originaria, algo que pueda col-
mar la falta o alguien que provea una solución, una manera
de evitarla. A este nivel, Freud hace intervenir al padre, al'
portador del falo, al que la madre desea más allá de su hijo.
A partir de este momento, el desanollo del hijo se desdobla:
el niño y la niña toman dos caminos diferentes porque la
anatomía les asigna otra posición con respecto a la falta.
El varoncito situará la respuesta a la falta de la madre en
el padre y su órgano genital, su propio pequeño "hace-pipí"
guarda la promesa de que un día él también se hará "grande
y fuerte", con el riesgo siempre presente de que esta prome-
sa no se cumpla, al menos completamente. La angustia de
no satisfacer la norma establecida por ese padre telTible-
mente grande, produce un doble efecto. Por un lado, la ten-
dencia masculina por excelencia de hacerse valer a cada
momento: la histeria tipo Libro Guinness de los Records.
Por otro lado, el desarrollo de un superyó inicialmente hi per
severo -fácilmente interpretable como la conciencia- y vin-
culado a él, el sentimiento de culpabilidad como reacción a
la angustia por ese padre-gigante original con el que entra-
mos en competencia.

Por consiguiente, cada hombre es falocéntrico y partida-


rio de a utoridad. Yel hombre cree que lo mismo ocurre con la
. mujer.. Sin embargo, la niña se desarrolla completamente
en otra dirección. Lo que la distingue del niño es que el
objeto de amor de este último sigue siendo del mismo género:
una vez convertido en hombre, no hará sino cambiar una
mujer por otra. De ahí ese curioso fenómeno de que al cabo
de cierto tiempo el hombre ocupa para su mujer la posición
que ocupaba antes para su madre. Para la niña, en cambio,
el objeto de amor debe cambiar de sexo. Más concretamente,
debe cambiar su primer amor, la madre, porel padre. Lo que
queda de ese primer amor es la identificación con la madre,
a través de la cual la niña espera ser amada por su padre de
la misma manera que él ama a la madre. De ahí proviene el

62
fenómeno, no menos curioso, de que una vez casadas, y so-
bre todo convertidas en madres, muchas mujeres comien-
zan a parecerse a su propia madre.
El efecto más notable que produce ese deslizamiento de
objeto es que la niña otorgará claramente más importancia
a la relación o al lazo en sí, contrariamente al hombre cuyo
interés se centra en lo "fálico". El interés menor que la niña
da al objeto y ala búsqueda fálica, así como el acento que
pone sobre lo relacional, tienen como consecuencia que ni
siquiera sea necesario que establezca lazos amorosos con
alguien del sexo opuesto. Prueba de ello es que el primer
amor de la niña durante la pubertad es casi siempre otra
niña. En efecto, su objeto de amor original era también de su
mismo sexo.
Así, la envidia del pene que Freud supone en la niña-el
supuesto deseo de tener también un pene real- se revela
más bien un producto de su imaginación masculina, entién-
dase falocéntrica. Hasta ahora no encontré esta envidia del
pene más que ... en los hombres, particularmente en su an-
gustia, siempre presente, de fallar y en su incesante com-
paración,imaginaria con otros portadores de falos. El equi-
valente femenino del falocentrismo masculino es más bien
.el "relaciocentrismo".
La segunda consecuencia reside en una relación funda-
mentalmente diferente frente a la Ley, frente a la autoridad
paterna· óriginal. Si el niño tiene todas las razones para
temer al padre-competidor, no hay nada, o casi nada, de eso
en la niña. Por el ccp1trario, es por él que ella se hace, o al
menos debería hacerse, amar: Por lo tanto, no es llamativo
que la relación de la mujer con la Ley y la autoridad sea más
flexible. Esto despertó en ciertos analistas -retomando a cier-
tos teólogos medievales qu~ se preguntaban si la mujer tenía
un alma- una duda en cuanto al hecho de saber si la mujer
tendría realmente un superyó ... Una consecuencia más
práctica y menos esotérica de esta divergencia edípica es que
los hombres son mucho más permeables a lo que esjerárquico

63
y, por lo tanto, a estructuras de grupo con un mandato cen-
tralizado. En efecto, la Iglesia y la Armada son comunidades
de hombres. Las mujeres, en cambio, tienen una inclinación
mucho menos pronunciada hacia la jerarquía; están orga-
nizadas horizontalmente y por ello su tendencia a formar
grupos es menor.

Si consideramos este desarrollo, vemos rápidamente'


dónde está el sexo débil y quién tiene el poder. Teniendo en
cuenta el hecho de que los términos no son utilizados aquí en
su acepción habitual (véase más adelante "Padres en fuga"),
el patriarcado y el falocentrismo no son sino sucesiones de-
bilitadas de un matriarcado primero todopoderoso. El de-
I!
sarrollo que hemos trazado implica igualmente que, desde
1,

el comienzo, cada uno de nosotros conoció dos tipos de amor:
1,
I
"1
un primer amor, exhaustivo, que fracasó, y un segundo
!, amor, mucho menos satisfactorio, que reemplazó al prime~
'1

ro. El primero, preedípico, es del orden del goce. El segundo,


la versión propiamente llamada edípica, está caracterizado
por la dimensión, menos satisfactoria, del deseo. Una vez
convertidos en adultos, el hombre y la mujer procurarán
evi tar el fracaso inicial y el disgusto narcisista que resultará
,1 de él tratando de satisfacer el deseo de su pareja a fin de
1
encontrar así ese primer estado de goce. A tal efecto, cada
lil uno sigue el camino que lo atrae más; por lo tanto, el hombre
11
eldel falocentrismo y la mujer el del "relaciocentrismo". Y al
ser justamente opuestos los atractivos de los compañeros
respectivos, la repetición del fracaso original está progra-
mada por adelantado. No es sino bajo una forma más remo-
ta, postedípica, que otra cosa, nueva, puede elaborarse.

LA IMAGINACIÓN AL PODER
i
1

La primera relación amorosa debe ser abandonada bajo


su forma original. En otras palabras, cada relación amorosa

64

l
que aspira a la vuelta de esa plenitud está destinada al
fracaso. Ese fracaso se siente de la manera más aguda
después de esa pulsión puntual, momentánea, que es el
orgasmo, residuo de la simbiosis original. Lejos de ser un
descubrimiento freudiano, el "Omne animal post coitum
triste" es mucho más antiguo que el psicoanálisis. En cam-
bio, lo que Freud descubre es su relación con la represen-
tación. El niño, dice Freud, procurará restaurar ese estado
de goce "alucinándolo", es decir representándolo, imaginán-
dolo. Las dos versiones debilitadas que persisten en la vida
adulta son el sueño y la fantasía, que tienen como objetivo
hacer brillar deseos colmados.
No obstante, esos sueños cumplidos tienen algo curioso.
El deseo que el sueño realiza raramente es evidente, e inclu-
so en las ensoñaciones diurnas el deseo realizado no es más
que un pequeño suplemento. Sin embargo, está fuera de duda
que la realización de un deseo reside en el corazón de estos
dos procesos. "-Aaah, qué lindos sueños tuve esta noche.
-¿Cuáles? -Bueno, eso, no me acuerdo." ¿En qué consiste
entonces la real~zación de este deseo? No consiste en la rea-
lización del acto, como sea que pueda ser, sino en la represen-
tación de este acto. Se trata simplemente de una repre-
sentación particular, absolutamente diferente de la distan-
cia que crea la simbolización par la palabra. La sensación de
inmediatez al igual que las imágenes del sueño hacen eco en
esta unión preverbal. Nos perdemos en la imagen, somos la
imagen y gozamos de ella. El par diurno del sueño es la
fantasía, que no por nada llamamos ensoñación diurna,y en
la cual nos entregamos igualmente a la inmediatez de lo
imaginario. Es un pasaje gratis al goce, más allá de la di-
visión del "Pienso, luego existo". Es, como veremos más
adelante, sobre todo un pasaje gratis "ida y vuelta".
Su materialización moderna es evidentemente la pelícu-
la, en la que el espectador puede perderse a gusto. ¿Es tan
audaz como para alojar la raíz del arte -el arte en tanto
representación- en esa aspiración a la unión preverbal? ¿Es

65
una casualidad si una de las más antiguas producciones del
arte representa precisamente esa unidad original, a saber,
las madres embarazadas primitivas, cuyas figurillas de
20.000 años de antigüedad fueron encontradas por toda
Europa central?
El hombre desea, aspira a la unificación con el/la ama-
do/a, unio mystica. La beatitud inmediata que procuran
esas imágenes del sueño hace que deseemos reproducirlas
durante el día, en la verdadera vida de todos)os días. ¡Ay!
Todavía debemos llevar el auto al lavadero ... cortar el
césped... El hombre normal no lo logra, sólo el hombre a-
normal, el hombre. excepcional lo consigue. No obstante, el
relato de sus experiencias nos muestra este eltado tan de-
seado bajo otra luz. Encontramos tales relatos donde de
repente no los esperamos, particularmente en los místicos:
Hadewijch, San Juan de la Cruz, Ruysbroeck, incluso Pas-
cal. Todos hablan, en efecto, de unificación. Y en sus des-
cripciones vuelven a aparecer constantemente los mismos
rasgos.
Primero, una presencia inmediata de algo, designado
como Dios en la mayoría de los casos. Segundo, la posición
pasiva: el místico o la mística no tienen la posibilidad de
introducirse en forma activa. Y tercero, la experiencia es
inefable: no podemos ni decirla ni describirla. Esta expe.,.
riencia ~s una experiencia de extremo dolor y de goce que
-característica 9ue encontramos sistemáticamente- devo-
ra al individuo. El mismo, en tanto individuo, deja de existir.
Encontramos una descripción -o hay que decir a preciación- \'
• 1,

diferente en el dominio de la psiquiatría. Este estado de


unificación con el entorno original, separado de todo retro-
ceso reflexivo, es la psicosis alucinatoria, este ensueño noc-
turno del que el sujeto no puede, o puede apenas, despertar-
se. La diferencia principal con el misticismo es que aquí no
hay beatitud, sino una angustia apenas nombrable.
Esto nos da otra significación de la noción lacaniana,
particularmente complicada, de "goce": a saber, lo- que el

66
psicótico siente en el momento agudo de su psicosis, el mo-
mento en que se transforma en uno con el Otro. Encontra-
mos una ilustración notable en la película Claroscuro, en la
que la psicosis del protagonista estalla en el momento preci-
so en que, finalmente, completa al Otro, es decir cuando el
hijo gana él concurso de piano, colmando con ello la falta del
padre. Scott Hicks nos hace compartir ese sentimiento de
desmoronamiento del sujeto poniendo de manifiesto lo real
de la situación: no escuchamos más música, sino solamente
el ruido sordo que hacen las teclas golpeadas con furia, ve-
mos, prácticamente sentimos, su rostro sudado del hijo. Lue-
go, en un instante, ha desaparecido. Desaparecido en el
sentido de que ya no existe la persona de antes del desen-
cadenamiento de la psicosis.

El precio a pagar para la completud es muy alto, ocasiona


a la propia persona nad¡a menos que su propia desaparición
como sujeto. Goce: usufructo, fruto de y para el Otro.

INTERDICTO DEL INCESTO Y CULTURA

La completa realización del deseo yel retorno a la prime-


ra simbiosis implican la desaparición del sujeto. Tal retorno
es más bien raro porque esta relación amorosa primaria es
normalmente abandonada en la primera infancia. En la
teoría 'freudiana clásica, es el padre quien túme el rol de
autoridad separadora, es de él de quien se espera que se
interponga entre la madre y el hijo. Este tipo de repartición
de roles evoca imágenes arcaicas: la mamá tejiendo cerca
del fuego, el papá con una pipa én la boca leyendo su diario y
el chiquito acostado puntualmente. Antes de burlarse de
esta imagen como la expresión típica de un patriarcado fa-
locrático anticuado, sería interesante olvidar un poco la for-
ma, efectivamente anticuada, para considerar la estructura
que subyace tras ella. La reposición lacaniana asimila en

67
este punto al padre y al lenguaje. La naturaleza: no conoce
padre, no conoce más que hembras y pequeños sin apellido;
la cultura conoce madres con hijos que reciben un apellido,
por el que se expresa una estructura de parentesco. Este
parentesco es siempre patriarcal, lo que no quiere decir que
concierna necesariamente a la familia nuclear occidental.
La estructura de parentesco es patriarcal en tanto consiste
en un reconocimiento simbólico, más allá del lazo natural
entre la madre y el hijo. El acento está puesto completa-
mente sobre esta noción de reconocimiento. Incluso en las
comunidades patriarcales en el sentido estricto del términ<J
la paternidad biológica es siempre insuficiente, el hombI'"e
debe atestiguar, dar pruebas de su paternidad: no es una
coincidencia que encontremos la raíz latina testes en "testi-
monio" y en "testimony". Que este parentesco remita a un
reconocimiento por un padre ("Eres un Dupond") o a un
reconocimiento por un tótem de estructura matriarcal ("Eres
un León") da lo mismo: 10 alguien o algo debe responder a
este reconocimiento. Lo que importa es que, por un apellido,
el hijo es remitido a una estructura tripartita que lo hace
dejar esa relación dual originaria.
Semejante relectura del Edipo dista mucho de la acepción
clásica según la cual el varoncito está enamorado de su
mamá,.pero teme a su papá, y la nena está enamorada de su
papá pero teme ... , etcétera. Esta relectura, a fin de cuentas,
permite trazar la evolución actual de las formas que adop-
tan las comunidades. Volveré a este punto en el segundo
ensayo, en el que la evolución histórica de la función del
padre será tratada de manera explícita.
Establecido en un momento no precisable de la filogéne-
sis (el desarrollo de la especie), el pasaje de la naturaleza a
I

I
I. 10. En efecto, no tiene ningún tipo de importancia que el hijo reciba el
apellido del padre o el apellido de la madre, en tanto se beneficie con un
significante que le permita separarse de un lazo dual e.insertarse en un
grupo más amplio.

68
la cultura se repi te en la ontogénesis (el desarrollo del indivi-
duo). El lazo amoroso "natural" original se pierde porque un
interdicto pesa sobre él, interdicto que encontramos por to-
das partes bajo la forma de prohibición del incesto. Cuales-
quiera sean en efecto las maneras en que las relaciones
hombre-mujer-hijo son reguladas, una cosa en particular
está siempre presente, a saber: ese interdicto que apunta al
lazo simbiótico entre la madre y el hijo.
En realidad, el contenido original del interdicto del inces-
to es, por un lado, que la madre debe soltar, renunciar a su
producto y, por otro lado, que el hijo debe abandonar el lazo
simbiótico. Mientras que el acento puesto actualmente so-
bre el incesto padre-hij a nos hace perder de vista esa signifi-
cación primera del incesto, la presente significación nos
permite delimitar el deseo edípico de manera mucho más
auténtica, al menos más auténtica que las interpretaciones
caricaturescas destinadas a convencernos de que el pequeño
Juan quiere hacer el amor con su mamá y la pequeña Sofía
con su papá. Lo que c~da hijo, varón o nena, desea es esa
unidad pregenital, natural con el primer objeto de amor. Ylo
que cada cultura prohibe es ese repliegue sobre sí mismo con
ese primer Otro.
Sólo en un segundo movimiento el interdicto del incesto
se dirige igualmente al padre, en tanto figura tercera, gol-
peada por el interdicto que cae sobre lo genital. Si el padre
transgrede este interdicto y toma a su hijo como objeto se-
xual, un horrible malentendido nacerá: el hijo no comprende
lo genital y espera esa otra cosa, algo que se parezca a ese
amor primero. "Confusión de lenguas entre el adulto y el
niño", escribe Ferenczi. Esta forma de incesto produce, sin
duda, efectos traumáticos mayores en todas circunstancias,
pero se sitúa no obstante en un segundo nivel. La forma
primaria, original, es "psicotizante", y ni siquiera da lugar
como tal al sujeto.
***
69
r
La avalancha actual de denuncias de incesto pone casi
e~clusivamente el acento sobre ese interdicto del incesto en ,
sí y, de hecho, eclipsa a su par obligatorio, el imperativo de
exogamia. Para la antropología, este imperativo se refiere a
la obligación de buscar una pareja fuera del círculo familiar.·
Pero no es más que el aspecto exterior de un mandamie1\to
que va mucho más lejos: cada ser humano está encargado de
salir y construir algo, de convertirse en alguien por sí mis-
mo. Es lo que explica la necesidad de la liberación de esa -
primera relación, y nada ilustra mejor esa necesidad quelos
casos en que este abandono no se produce, en que la unidad
perfecta, impermeable, cercada, cerrada sobre sí misma per-
siste. En la clínica, estos casos se encarnan en esas personas
que son "todo" para la madre y no llevan ninguna vida pro-
pia. Apenas disponen, e incluso no siempre, de una iden-
tidad propia. Esto evoca a mi entender la imagen de algunos
peces monstruosos de las grandes profundidades: vemos al
macho, X veces más pequeño que la hembra, posarse, para
el apareamiento, sobre el lomo de ella, al punto de soldarse
literalmente y transformarse en una parte accesoria de ella.
Creer que un fenómeno análogo no se limitllría más que a
la relación madre-hijo sería, no obstante, un error. Poten-
cialmente presente en toda relación amorosa, ese peligro
merodea siempre: la supuesta "personalidad fuerte" se tra-
ga a la más débil. "Se lolla ha tragado", como suele decirse.
Aunque la expresión tiene el mérito suplementario de apo-
yarse, de manera inconsciente y, por consiguiente, correcta-
mente, sobre la dimensión primitivamente oral de esta pri-'
mera relación amorosa.
Recurriendo a la metáfora, la exogamia significa que hay
que dejar a la madre patria si queremos partir al descu-
brimiento del mundo, o mejor, si queremos descubrir el
"continente negro".l1 Así hacemos nuestra entrada en el
11. "Continente negro": metáfora con la que Freud designa la psi-
cología de la mujer. Creyendo referirse a lo desconocido, produjo sobre

70
~.

dominio soberano del amor, ya que este descubrimiento del


continente negro significa nada más y nada menos que el
amor y sus elaboraciones forman la base sobre la que se
levanta la totalidad de la cultura, en el sentido más amplio
de la palabra. Concretamente, cada uno de nosotros debe
perder su primer amor a fin de poder luego poner todo en
práctica para reconquistarlo, sin duda en "otra parte".
En ese movimiento, la cultura encuentra su origen. Me-
jor, la cultura es ese movimiento. Sin ninguna duda, el hom-
bre es el ser más voluntario y más pasional que pisó este
planeta. Y la fuente de esta pasión no es ninguna otra cosa
que ese deseo de encontrar" lo", cualquiera sea la forma que
. adopte ese "lo"; de paso, erigimos catedrales, atravesamos el
espacio, componemos música y escribimos poesía.

MASTURBACIÓN Y ADICCIÓN

En este punto, comprendemos mejor el tema tratado su-


perficialmente más arriba, el malestar frente a la mastur-
bación y el autoerotismo, siempre muy actual, a pesar de
todos los esl6gánes liberadores. Con frecuencia, es la broma
lo que nos revela una parte de verdad. "¿Cuál es el6rgano
más enjuego en la masturbaci6n?" Respuesta: "La oreja". El
miedo de ser descubierto y el sentimiento de culpabilidad
que esta bro~a trae a la luz son bastante típicos y persisten
a pesar de la revolución sexual. Esto demuestra sobre todo
que la culpabilidad asociada a la masturbación va mucho
más lejos que los interdictos que, finalmente siempre for-

todo, en realidad, su colonización, que tuvo como efecto la imposición de la


norma del colonizador a los colonizados. Prueba de ello es sobre todo el
hecho de que no logró elaborar el equivalente femenino del complejo de
Edipo. Fue Lacan quien se ocupó del asunto en el seminario Aun. No
obstante, no estoy seguro de que el psicoanálisis lacaniano contemporá-
neo haya continuado su línea de pensamiento.

71
tuitos, por lo tanto cultural y familiarmente determinados,
pesan sobre ella.
Con todo, no podemos subestimar estos interdictos: du-
rante siglos, de la mala vista hasta las malformaciones-
dorsales, de la tuberculosis a la psicastenia y la locura, mu- .
chas enfermedades fueron, alguna u otra vez, atribuidas al --'
onanismo. Fue un tiempo en que, tema inconfesable, la mas-
turbación era el punto de mira esencial de la educación
sexual. Judas sobre la puerta de la alcoba de los internos, las.
manos bien en evidencia sobre los acolchados: "Juego de
manos, juego de villanos ... ". Sin contar las crueldades
mecánicas sofisticadas para proteger de sus inclinaciones a
los "viciosos" empedernidos. Al principio, "la educación" can-
sistía menos en esclarecer la sexualidad y la reproducción
que en prevenir los peligros de la inconfesable masturba-
ción. Ahora bien, esto se encuentra, a mi entender, en la
educación contemporánea. Evidentemente, esta última no
trata más de sexo, pero pone no obstante a los niños en
guardia contra los peligros de la droga y su poder de. atrac-
ción. Señalemos que las dos educaciones tienen más de un
punto en común: promulgadas por una autoridad moral
(religión, gobierno, escuela), se dirigen a los niños y los ponen
en alerta contra una forma de goce. Visiblemente, las dos
educaciones mantienen curiosas relaciones. .
La pregunta formulada se vuelve insistente, "¿Qué puede
motivar un in terdicto tan severo?". U na segunda broma nos
acerca entonces a la respuesta. "¿Cuál es ladiferencia entre
masturbarse y hacer el amor?" "Hacer el amor permite po-
ner la nariz afuera." Profundamente autoerótica, la mas-
turbación supone que no necesitamos al otro, que volvemos
solos a ese estado de plenitud primera. La masturbación
esquiva el imperativo de exogamia, la obligación de diri-
girse hacia el otro, y en este sentido se vuelve incestuosa.
Incestuosa en la significación original de la palabra: goce en
el interior de una relación simbiótica con otro no diferencia-
do. Se trata de la reedición de la bestia de dos espaldas que

72

l
~.

goza sola, presuntuosa y desdeñosa, que considera al otro, y


aún rOOs, a todo lo que le es exterior, desde lo alto de su
augusta indiferencia. Nada más execrable que un carácter
imbuido de sí mismo, suficiente al punto de no notar más a
sus congéneres.
Esto explica la conexión con las drogas y el alcohol, que
vuelven igualmente superfluo al otro y abren la posibilidad
de colgarse del goce sin eslabón intermedio. Nuestro "tran-
vía llamado deseo" toma un atajo. El toxicómano elige una
solución "económica", se exime del ródeo en torno al otro, de
todos los esfuerzos y de todas las dificultades que conlleva.
Astutos publicitarios lo comprendieron perfectamente, una
propaganda reciente lo demuestra. En una primera secuen-
cia, una bella princesa besa a un sapo, y el beso metamorfo-
sea al odioso batracio en príncipe azul. Segunda escena: el
príncipe de tiernos labios besa a la pricesa, y el beso la
transforma ... ¡en botella de cerveza!
Que cada sociedad trate de prohibir la toxicomanía no es,
pues, una simple coincidencia. El uso no controlado, no ritua-
lizado de un recurso extremo pone, en efecto, al sujeto al
margen del grupo y de los esfuerzos que son tan necesarios
para éste. El toxicómano goza, el resto no le importa.

ELAMORYLAPULSIÓN: EL TÚNEL

En conexión con el autoerotismo original y el sentimiento


de unidad que lo acompaña, la masturbación tiene algo in-
cestuoso porque no necesita al otro. No obstante, la pre-
sencia de otro como pareja, en la imaginación o en la reali-
dad, no implica que hayamos dejado el registro incestuoso.
Establecido en el período edípico, el lazo es tal que persiste
irremediablemente en la vida posterior. Su peso se vuelve
sensible cuando el hombre y la mujer convertidos en adultos
buscan una pareja para fundar su "propia" relación. La pa-
labra "propia" exige comillas, puesto que la elección de la

73
pareja será, de una manera o de otra, siempre tributaria de
este amor primero y por consiguiente incestuoso. Jugando
con el equívoco del lenguaje, una broma entre analistas
resume el problema muy oportunamente: "No tenemos nada
que reprocharle al incesto, en tanto queda en familia". Cada
uno de nosotros debe trasládar su incesto fuera del recinto .1

familiar. De ahí el problema, doble pI:oblema.


Bajo forma de créditos o de deudas, la mayor parte de los
individuos tiene cuentas pendientes con sus primeros obje-
tos de amor, madre o padre. Por excelencia, los dos terrenos
en los que estos arreglos de cuentas toman mayor amplitud
son el dominio profesional y el dominio amoroso. La ob-
sesión del fracaso no se debe a cualquier disfunción cere-
bral: fracasamos por o contra alguien, hacemos carrera por
o contra ese padre o esa madre. Así, las primeras palabras
de un estudiante de doctorado, justo después de la defensa
de su tesis y su promoción al grado, designaron a su madre:
"He aquí, ella tiene ¡SU doctor!". En general, esas viejas
cuentas se arreglan !Ilás adelante con la pareja amorosa,
I
con el riesgo de que el peso del pasado aplaste pesadamente
la relación amorosa actual. Al igual que la mujer que to-
davía tiene una cuenta en suspenso con su padre, la arre-
glará despiadadamente con su marido, la mujer que busca
siempre la aprobación de su padre hará lo imposible por
complacer a su pareja.
Para colmo; como la sombra del incesto planea, un inter-
dicto inconsciente reposa sobre el cuerpo de la pareja. En
efecto, nuestra elección de objeto está "marcada" por el pri-
mer amor. Freud lo expresa bastante lacónicamente: si que-
remos gozar en el interior de la pareja amorosa, hay que
vencer la Inzestscheu (la angustia del incesto), sin lo cual
ésta no f\lnciona. Agrega que a menudo sólo se logra en un
segundo matrimonio, una segunda relación. Parece que,
como la pi"imera relación hereda todo el peso negativo del
pasado, la segunda lo sufre menos.

74
***
No disfrutamos el sexo hasta que se está suficientemente
alejado de la madre.

Habremos comprendido que la alianza del amor y de la


pulsión está lejos de ser evidente. Como tuvimos ya la ocasión
de recordar, Freud los comparó a dos túneles que no sejun-
tan. Autoerótica, parcial y solitariamente centrada sobre el
goce, la pulsión forma parte de otro registro diferente que el
del amor que está completa y recíprocamente volcado hacia
el otro y sobre todo hacia su deseo. También, si estos dos
registros son a tal punto diferentes, nos preguntamos cómo
terminan por juntarse. La experiencia nos enseña justa-
mente que eso no es evidente, y que en muchos casos esto
fracasa de manera significativa.
Es ese desenlace característico lo que está puesto en esce-
na en la película Nueve semanas y media -pornografia ad-
mitida porque ha sido estéticamente adornada-, remake
comercial de un precedente tanto má~ rico e incisivo, El
último tango en Par{s. Durante nueve semanas, dos descono-
cidos, insistimos con la palabra. "desconocidos", intentan
juntos la experiencia de todas las pulsiones parciales ima-
ginables. Hacia el final de la película -al cabo de media se-
mana- uno de los dos quiere dar el paso hacia el amor, dar
pues el paso del objeto parcial a una persona y, en ese cami-
no, comienza por declinar su identidad. El efecto no" tarda
nada: el otro empren.de la huida y la relación se disuelve
antes de haber comenzado. La condición esencial-el anoni-
mato, la no subjetividad- desapareció. Encontramos esta
misma función en el rostro del "hombre enmascarado", pero
esto se sitúa ya en una zona erótica menos cultivada.
Este desacuerdo durable entre amor y pulsión es tan
típico que Freud le dedicó dos textos: "Sobre un tipo particu-
lar de elección de objeto en el hombre" y "Sobre la.más gene-
ralizada degradación de la vida amorosa". Estos dos textos
adoptan el punto de vista del hombre; para la mujer, el

, 75
¡jlll "
!I:

desacuerdo se opera de modo diferente. En este sentido en


que eleva su objeto de amor a cimas desconocidas y sobre
todo inaccesibles, encontramos en el hombre la polarización
típica de la celeste madonna y de la puta de baja categoría. -
Se trata aquí de esos esposos hiperconvencionales que res-
petan a su mujer al punto de revelarse con frecuencia como .1
psíquicamente impotentes. El halo de la madre prohibida
cubre a la ainada con este envoltorio respetuoso, volviendo
así imposible todo acercamiento sexual.
Esta impotencia, como ese respeto por otra parte, se derri-
te como nieve bajo el sol desde que, en la imaginación o en la
realidad, tiene un asunto con una prostituta. Las cosas se
dan vuelta porque, en ese caso, la mujer, bajo los rasgos de la '
puta, es rebajada tanto como la madre fue divinizada. Aquí,
hay excitación sexual, además siempre acompañada de un
sentimiento de culpabilidad. Es también en este contexto
donde encontramos ese fantasma típicamente masculino
del redentor, conocido por cada prostituta: un amplio por-
centaje de clientes quiere salvarla de ese lugar de perdición,
,"
'"
,,1
darle el estatuto de objeto amado, en resumen, hacer de ella
1 ..
la mujer-madre, lo que nos lleva de vuelta al respeto ... y el
¡i
círculo se cierra. Mientras tanto, ya se trate de redención o
de humillación, el poder está en los dos casos del lado del
hombr~, lo que, en sí, es igualmente una réplica del argu-
mento madre-hijo original. .

Para la mujer, el desacuerdo es diferente, pero en cierta


medida presenta alguna analogía con el del hombre. Encon-
tramos el mismo desacuerdo entre la madre y la mujer, no
en tanto objetos de amor sino como polos de identificación.
Cuando la mujer se identifica con la madre, esto se hace a
costa del otro rol, en que la pulsión y el goce sexual son
centrales. Y viceversa. Es por eso que muchas mujeres vuel-
ven a ser sexualmente activas después de la partida de sus
hijos del recinto familiar. O ,cuando ellas mismas salen ...
Aquí también, el sentimiento de culpabilidad responde al

76

i
llamado;'Pero será vivido sobre todo en relación a los hijos
respecto de los que se siente en falta en cuanto a su rol de
madre y sobre todo en cuanto a su amor maternal. En el otro
caso, aquel en el que se identifica con la mujer,la dimensión
de interdicto y de culpabilidad estará mucho menos pre-
sente, la pulsión y el goce tomarán más importancia. En este
aspecto, la mujer es mucho más flexible que el hombre, en
quien el superyó es mucho más severo. Esto no quiere decir
que el hombre transgreda menos las reglas, lejos de eso, sino
que su sentimiento de culpabilidad será vivido más en re-
lación a su pareja que con respecto a sus hijos. Y en él la
culpabilidad y el goce estarán más íntimamente ligados.
Por ~us antecedentes edípicos, en los que debía someterse al
padre-patriarca, el hombre vivirá el interdicto y la Ley de
forma más absoluta que la mujer, que se relaciona de un
modo completamente diferente con ese padre y con la Ley.
Esta diferencia debe ser puesta en relación con el hecho
de que, contrariamente al hombre/hijo, que puede quedarse
con su elección inicial, la mujer, en surecorridoedípico, debe
cambiar de objeto de amor. En efecto, la madre es también
para la hija el objeto de amor primero y exclusivo, y no es
sino en un segundo'momento que se opera el deslizamiento
hacia el objeto-padre. Y este deslizamiento a menudo no es,
por otra parte, más que un sustituto: incluso si el padre está
en primer plano, entre bastidores, la figura de la madre
mantiene su importancia primera. Por eso, las relaciones
llamadas lesbianas no son comparables a la homosexua-
lidad en el hombre. Por su ontogénesis, es mucho más fácil
para la mujer tomar una posición homosexual. En efecto,
conoció los dos sexos como objeto de amor y vivió su alter-
nancia. Para el hombre, en cambio, la elección de la homo-
sexualidad es mucho más drástica y por consiguiente menos
reversible. Que la madre sea el primer objeto de amor de la
hija implica que debe cambiarla por el padre, y significa por
consiguiente que el padre ya es para ella, de todas maneras,
una "segunda elección". Finalmente, su pareja será al menos

i 77
[
l
I IH'
li ll I
¡III
'1'

¡i, una "tercera elección" ... para la mujer; el padre, en tanto


,: representante de la Ley, nunca tendrá pues el mismo peso
;¡:;
que para el hombre. Más aún si a los oídos de la hija llegó, no
importa cómo, la manera en que este representante de la

;'1
Leyes sexualmente dependiente de la madre. •
--
:1
La expresión ti po del fracaso del acoplamiento del amor y
~ ¡! de la pulsión se observa cuando el hombre sigue siendo hijo
'Ii
'1
y la mujer, madre. Lo que alimenta la caricatura eminente-
mente identificable de la regresión a un modelo edípico clási-
co según el cual el hombre (hijo) hace literalmente todo lo
que puede por su mujer (madre), la cual, en adelante, here-
da un hijo suplementario. Pero el deseo de ser "todo" para'
ella se acompaña irremediablemente de la eterna duda de
saber si la satisface. Empleo este verbo "satisfacer" con toda
conciencia porque esa duda tiene repercusiones estereoti-
padas sobre el erotismo: en efecto, ese tipo de hombre que-
'11 rrá a toda costa satisfacer a su mujer, porque sólo eso podrá
1I
convencerlo del hecho de que satisface. Por supuesto, se toma
::,1
':'I'¡
a sí mismo como criterio -él mismo y por lo tanto el orgasmo
l'1"1 masculino- de modo que, en los más cortos plazos, obligará
"
"
a su mujer a gozar, lo cual no es exactamente favorable para
,¡!I:¡
la pareja, tanto que nos situamos justamente sobre el te-
rreno en que el hombre y la mujer no están en armonía.

DOS FORMAS DE AMOR:


"L'AMOUR C'EST DONNER CE QU'ON NAPAS"·

Mientras tanto parece que la ontogénesis permite dos


tipos de relación amorosa. La más dolorosa es la relación
dual-imaginaria, cuyo carácter apremiante puede ser des-
cripto de la manera siguiente: exigir al otro que yo, y nadie
más que yo, colme su falta. Lo mismo en la dirección opues-

* En francés en el original holandés.

78

L
ta: exigir al otro que sólo colme mi falta, y nada más que la
mía. El prototipo de esta situación es el niño edípico que
desea ser todo para la madre -jy únicamente él!- reclaman-
do a cambio lo mismo de ella.
Esto se llama el amor en espejo, en el que el otro debe ser
parecido a mí inismo y en el que el defecto no está permitido.
Las caricaturas a las que llevan tales relaciones mues-
tran bien su carácter sofocante: los niños y niñas que se
extenúan por su madre son futuras parej as del ti po"¿En qué
piensas?", "¿Qué pasa?", "¿Estás enojado/a?" que los Monty
Python pusieron en escena magistralmente en un sketch céle-
bre, Cómo irritar a la gente: el hombre invita por primera
vez a su pretendida a unrestaurante y hace tanto lo que él
cree que ella desea que ella termina huyendo. Un extracto:

-¿Todo bien?
-Sí, gracias.
-No tiene frío, ¿no?
-No.
-¿Tampoco tiene demasiado calor?
-No. Está todo bien.
-'¿Seguro?
-Sí.
-¿Lo diría si fuera así?
-Sí, se lo diría.
-¿Prometido?
-Sí, prometido.
-¿No q.iría que está todo bien sólo para darme el gusto?
-No, honestamente, está todo bien.
-Bien. ¿No prefiere ponerse en otra parte?
-No.
-¿Está segura?
-Sí.
-No tiene más que decir una palabra y cambiamos de lugar.
-No, en serio, estoy bien acá.
i -Genial.Ab tontassolutamente genial. Maravilloso. ¿No pre-

~
fiere sentarse allá?
, -No.
f-

79

t
-Es que justo está libre el lugar ahora. Da la impresión de que
le gusta la mesa aquella.
-No. En serio.
-Dígame, ¿no quiere que cambiemos de 1ugar entre nosotros?
-No.
-Porque me da igual. Podemos cambiar de lugar si uste~
quiere.
-No.
-Escuche, le voy a decir algo. Voy a ir a buscar otra silla y me
sentaré allá, así usted podrá ir conmigo o quedarse acá, sin
que eso me afecte. ¿OK?
-¡No!
-¿O tal vez prefiere sentarse acá?
-¡No!
-¿Lo diría?
:11
Ella se levanta y huye ...
! "'1'~

¡:I'I'

I"I!
En este tipo de relaciones eldeseo de uno debe serigual al
$le,seo del otro, toda divergencia es amenazante y debe evi-
1I
1
,1 tarse. La exigencia de exclusividad, aquí, es exorbitante:
I'i l: cada tercero constituye una amenaza potencial y los celos
i~i serán una actitud de base.
¡,;III

!¡Ji Este tipo de relación amorosa parte del presupuesto de


:1
1,1'
que el deseo y la falta podrían ser completamente colmados.
1,
Este presupuesto aparece bajo diversas formas: de la certe-
za paranoica de que tenemos "lo que hace falta", a la eterna
duda neu,r,otica (" ¿Acaso satisfago?"); de los celos que van de
la mano ("El otro tiene lo que hace falta; él sí satisface") a la
depresión ("No significo nada, no satisfago"). En todos los
casos, el postulado de base es el mismo: la convicción de que
debemos coima~ la falta del otro, lo que, ~ustamente, es
estructuralmente imposible.
De hecho, la falta remonta a una pérdida estructural y,
en consecuencia, irreparable. Una vez insertado el lenguaje
entre la madre y el hijo, entre el sujeto y el mundo, la sepa-
ración con el Otro es definitiva e irreversible. También, en
una relación dual, el amor nunca será bastante satisfacto-
rio. Esperamos siempre más, siempre mejor, todavía ... tan-

80
tas expresiones cuantitativas propias del orden de 10 Imagi-
nario. La persecución del máximo de satisfacción sexual
como signo de bienestar psicológico, y por lo tanto de buena
salud, es sin ninguna duda uno de los mayores mitos de la
era contemporánea, por lo menos inspirado en una lectura
demasiado superficial de Freud. Consecuencia: una com-
petición sin fin y sin salida, tanto en el orden del tener como
en el del ser. El hombre nunca hace demasiado para probar
su masculinidad, a partir de la cual se propone saciar el
deseo de su compañera (recordemos el Libro Guinness de los
Records de histeria ya.citado). La mujer nunca es lo sufi-
cientemente mujer como para saciar el deseo de su com-
pañero, de ahí el desfile de Miss Mundo y sus mascaradas,
esa dimensión típica;mente femenina. 12 Ahí donde los hom-
bres competirán al nivel del tener) las mujeres actuarán al
nivel del ser, lo que produce una diferencia de estilo. El
punto cúlmine de esta competencia se da cuando los hom-
bres "compiten" por ser... la más bella mujer, hasta extremos
de ese gender bending, el travestismo, la transexualidad y
la psicosis, variantes además más antiguas que el término
que los designa.
Repitámoslo: el presupuesto es que el deseo puede ser
completamente colmado. En oposición al mito q.el amor per-
fectamente simétrico, dos fórmulas por lo menos desconcer-
tantes de Lacan encuentran su lugar, "la mujer es el sínto-
1,
~ ma del hombre" y "para la mujer, el hombre es un estrago".
Ahora bien, estas dos proposiciones son fácilmente verifica-
bles en la psicopatología de la vida cotidiana, y ambas son
las consecuencias de una relación amorosa imaginaria-dual.

12. El psicoanálisis lo expresa de manera aparentemente curiosa


cuando dice que en semejantes parejas el otro funciona como falo. El
término "falo" es engañoso porque hace pensar inmediatamente en la
biología y la anatomía. En este contexto, el falo funciona como sím-
bolo -significante- de lo que los dos sexos nunca tienen (hombre) o son
(mujer) a fin de satisfacer el deseo del otro. Por eso es que "lo" esperan del
otro, suponiendo que él/ella "lo" tendrá.

, 81
1 ~i

Quien pudiera observar a un hombre en el momento pre-


sente y unos cuantos años antes, constataría que elige siem-
pre el mismo "tipo" de mujer. Esto significa que después de
cierto tiempo de aprendizaje consigue hacer entrar-Atodas
sus compañeras en una misma picota, si bien la que sigue--....
será una nueva colada del mismo molde. De ahí, la segunda
fórmula de Lacan: "Para la mujer, el hombre es un estrago".
Estrago porque ella se hace encorsetar. Adulada o ridiculi-
zada, bajo ese corsé nada cambia: en los dos casos, su particu-
laridad de sujeto es aplastada. No es una coincidencia si una
nueva clase social-la mujer culta y solitaria- se cristalizó
en la huella del movimiento de emancipación. Solitaria
porque, Gontrariamente a las que la precedieron, ella recha-
,1'1
za someterse a ese estrago.
,¡;!
,¡II
Por otra parte, estas dos fórmulas son intercambiables.
"1 '
El hombre es tanto un síntoma para la mujer como la mujer
'j,1
.. ,.1 un estrago para el hombre. La clase de hombres solitarios se
1
1 1'1
:1 1' acrecienta también. Si este cambio es tan simple de efectuar
1

,¡I,1'1
1
1
es porque la forma de base de la relación amorosa imagina-
!III' ria-dual no es la relación hombre-mujer, sino la relación
""1
,'1:11
madre-hijo, cualquiera sea el sexo de este último.
¡l!'lli
1111 El lazo amoroso imaginario-dual se basa en la convicción
11I1
Id"
de que es posible dar-encontrar-recibir"lo". En la práctica,
1
percibimos que eso provoca m uchas penas y preocupaciones
"1:1'
,1:,1
que, con frecuencia, llevan a su vez a la convicción opuesta:
11'I'lil
nada es posible, nada sirve, todo es igual. Con lo cual la
., 1' "
'1 pareja no sale de la relación imaginaria, de ahora en adelan-
te m ucho más llena de rencor y de decepción que de esperan-
za y de espera.

Opuesto a dicha forma de amor se encuentra el amor


triangular. La forma precedente une a dos personas en una
relación -en espejo. Triangular contiene la idea de triángulo,
lo cual nos sugiere una máxima de La Rochefoucauld: "Las
cadenas del matrimonio son tan pesadas que hay que ser al
menos dos ... ya veces tres para cargarlas". En efecto, tres.

82

,
Yo, el otro y la falta en tanto tal, imposible de revocar. Una
persona en final de análisis me dijo algo muy bello al respec-
to: "Para poder dejar a alguien tranquilo, hay que amarlo
mucho". Dejar a alguien tranquilo, no paralizar su deseo y
su falta traduciéndola a imagen de la mía. Permitirle al otro
ser... de otra manera, ofrecer por lo tanto la posibilidad de
construir sobre la base de esta diferencia. Es la forma sim-
bólica triangular del amor, que parte de la falta, y con-
secuentemente se abre a la creación. La falta imposible de
colmar vuelve a priori imposible la relación enespejo. Nun-
ca podemos dar lo que al otro le falta. Lo que no significa que
no podamos dar o recibir.
El amor triangular hace posible UR-encuentl'o, sin forzar-
lo. Abre la vía a cada uno hacia una.opción, de tomarla o de
retirarse. Es posible, ev~ntualmente sí, eventualmente no.
Las voluntades son libres, dice Moliere.
Como el amor precedente, este amor también tiene sus
raíces en la relación madre-hijo, en el intercambio del dar y
del recibir que circula entre ellos. Ese tipo de amor, según mi
amigo y colega Bart Driessens, es el pequeño niño que gara-
batea un dibujo, lo muestra muy orgulloso a su mamá, y
dice: "¡Sol!", a lo que la madre responde: "¡Qué lindo sol!". Es
el papá quien juega al fútbol con su hijo, lo deja ganar y lo
proclama el mejor jugador de la ciudad. Es mi hija de 7 años
quien, al descubrir el 23 de noviembre los regalos de San
Nicolás, que habíamos escondido detrás de unas leñas en el
sótano, se da cuenta inmediatamente de que sus sospechas
estaban fundadas, pero decide sin embargo hacer como si
nada hubiera sucedido y fingir una alegre sorpresa la maña-
na del 6. Lo que no puede darse es recibido tácitamente, y
damos lo que no poseemos. "El amor es dar lo que no tene-
mos." Con conocimiento de causa.
Todos estos intercambios tienen una dimensión de apa-
riencia que no tiene nada que ver con la idea de impostura.
Dar lo que no tenemos presupone que alguien pueda recibir
lo que no hay. Lo sabemos, sonreímos y sentimos placer. No

83
es raro que esta forma de amor haga descubrir por un lado
que podemos querer a alguien del mismo sexo sin llecMa-
riamente ser homosexual, por otro lado que podemos querer
a muchas personas a la vez sin que eso conlleve amenaza """
para las otras relaciones. Estos dos descubrimientos tienen
un punto esencial en común: la ausencia de la coacción dual,
pulsional.

ELAMOR ES POESÍA

Sin duda, las relaciones hombre-mujer están lejos de ser


evidentes. En el fin del milenio, el aspecto biológico-genéti-
111
co es menos determinante que nunca. El amor y la pulsiól).
jamás tienen las mismas necesidades, lo que hace que cada
r ¡!
"
~I sujeto esté escindido entre el deseo y el goce. Es esta división
",¡II
la que vuelve necesarias las regulaciones y las protecciones.
11,,1 Esta necesidad dicta las relaciones hombre-mujer. Lo
~
, 1111I'
que es dictado es siempre creado por la sociedad misma,
",'"
"1 :'",'1,11'1:
1'11'
incluso si, por necesidad, se saca de encima sus diktats
1!::i¡"I!
después de usarlos. Encontramos el diktat en las reglas que
"I¡; caracterizan a la cultura, más precisamente las reglas que
':"11:
,1::\ desarrollan las estructuras elementales del parentesco. Lo
1 ~ ~! ii
que podemos deducir como mínimo del estudio clásico de"
"1
,,1;
!',I:!il
Lévi-Strauss es que sus estructuras pueden ser muy diver-
,'1.,1
(Ii ' sas. En sí, esto provee ya la prueba de que una relación
!!,
hombre-mujer originaria no existe, no más, por ejemplo, de
lo que hubiera existido un lenguaje originario. Ambos pro-
ceden de la misma manera: por la nominación. Llevemos
más lejos la comparación: de la misma manera que no po-
demos justificar una palabra por una supuesta concordan-
cia con la (Osa que designa, tampoco explicaremos la exis-
tencia d'e cierta estructura de parentesco por cualquier con-
cordancia oportuna con la "naturaleza" del hombre. N o hay
modelo originario, cada estructura de parentesco ocupa el
lugar de una relación primera que jamás existió. Por eso,

84

~
¿de dónde talo cual estructura de parentesco saca su autori-
dad? Exactamente de donde la saca el lenguaje: del grupo.
Es lacpnvención del grupo la que determina el lenguaje y su
evolución, y lo hace a pesar de la injerencia de los puritanos
del lenguaje. Es la convención del grupo la que determina la
estructura de parentesco, y lo hace a pesar de la injerencia
de los otros puritanos.
Así como el niño debe aprender la lengua del grupo al que
pertenece, la pareja deberá retomar el tipo de relación vi-
gente en ese grupo. Dependiendo del rigor y del hermetismo
del grupo, la pareja podrá o no matizar ese tipo de relación a
su manera. Como podemos ser creativos con la lengua ma-
terna, podemos también matizarla a nuestra manera. La
comparación puede ser llevada mucho más lejos todavía: la
creación de una relación sexual propia y la creación de un
lenguaje propio tienen lugar en la poesía, como la última
tentativa de dar forma a lo que falta. Esto no significa que
cada parej a debería ponerse a escribir poemas. Se trata más
bien, de hecho, de algo más prosaico, del' orden de la prosa.
En efecto, cada pareja que se conoce hace ya un tiempo
desarrolla un lenguaje propio que comienza por la atribución
de nuevos apodos -¿qué nombre elegimos y damos al
amado{a)?- y que se extiende a un uso particular de ciertas
expresiones que, ininteligibles para el mundo exterior, hacen,
entre cuatro ojos, brillar un mismo pensamiento. Un lenguaje
propio -basado como todo lenguaje sobre convenciones pro-
pias- y, en ese caso, que sólo vale para un grupo de dos; un
lenguaje propio que crea pues un universo propio, incluida
esta relación. Este lenguaje particular evoca una realidad
que se sitúa más allá de la palabra y por eso depende del
orden de la creación. Un indicio característico de este len-
guaje particular es el humor; vía noble para lo que sólo po-
demos decir a medias. Ésta es sin ninguna duda una de las
diferencias entre el amor y el enamoramiento. El enamo-
ramiento se toma en serio, por lo tanto excluye todo humor;
cualesquiera que sean la ligereza y la alegría loca que lo

85
acompañan, el enamoramiento es de verdad más bien som-
brío y desalentador, y ofrece poco margen. El humor, en
cambio, crea espacio porque evoca más allá de lo que dice.
Es decir, espacio para el otro. .~

Así como el niño de be aprender la lengua del grupo al que


pertenece, la pareja deberá retomar el tipo de relación vi-
gente en ese grupo. Tributaria del rigor y del hermetismo
del grupo, y del grado de libertad que el sujeto esté en condi-
ciones de soportar, la pareja podrá o no matizar esa relación
a su manera. N os vemos, pues, confrontados a una nueva
cuestión: la de la autoridad.

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86

~H
2. PADRES EN FUGA

El superyó severo, generalizado y atemporal


es una ficción analítica caduca.
SLOTERDIJK, 1997

¿Hace falta sumergirse en el fondo del mar y salvar


a su padre para convertirse en un verdadero niño?
AUSTER, 1982

Desde hace algunos años, el problema del chantaje y el


acoso en los establecimientos escolares tomó dimensiones
preocupantes. Una investigación científica de gran enver-
gadura sobre este tema -muchos estudiosos indagaron du-
rante muchos meses-llegó a resultados fundados estadísti-
camente y, por lo tanto, científicamente confiables: (1) este
fenómeno aparece más seguido en la escuela que en la casa;
(2) se presenta durante los recreos más que en clase; (3) los
niños afligidos por una malformación visible -obesidad
(¡gordinflón!), estrabismo (mono con anteojos) ...- son más
fácilmente tomados de punto que los otros. Esta bella sim-
plicidad científica me recuerda una inolvidable cita de un
comentario del Times Litúary Supplement a propósito de
L'Encyclopédie de la banalité: "El alce se encuentra frecuen-
temente en muchas partes de Canadá en cantidad."
Pero volvamos al chantaje en las escuelas. A menudo, las
ciencias humanas no son más que una tentativa para dar
forma a lo que ya ha sido formulado mejor en otra parte. Así,
en su admirable autobiografia, Doris Lessing señala al pasar
que los niños siempre acosaron y, agrega, acosarán siempre.
Por lo tanto, la pregunta que se impone no es: "Pero, ¿qué
tienen, pues, nuestros hijos?", sino"¿Cómo explicar que los
adultos y los profesores de hoy ya no sean capaces de ha-

87
cerles frente?". Sin contar que, de Doris Lessinga nuestros
días, esta incapacidad ha tomado proporciones por lo menos
inesperadas. Actualmente, cada vez con mayor frecuencia
los padres o los profesores son objeto de acoso, cualquiera
sea el medio escolar. Nos equivocaríamos mucho, en efecto,
si pensáramos que este fenómeno s~lo se produce en la es-
cuela.Sin duda, sucede con la peor de las brutalidades, y
más bien a cielo abierto, pero la enseñanza secundaria ge-
neral no está a salvo, de hecho allí ocurren las cosas de
manera más sutil, y por lo tanto con más perfidia.
La psiquiatría infantil no dejó de registrar los efectos de
esta evolución. Así, los terapeutas que trabajan en ese sec-
tor se quejan de encontrar cada vez menos síndromes
psiquiátricos, y de enfrentarse cada vez más seguido, en
cambio, con problemas de orden educativo. La psiquiatría
infantil es, en ese sentido, reducida a una práctica de reedu-
cación que termina ineluctablemente en el fracaso. La
cuestión que plantea Doris Lessing ofrece ya una respuesta
a la pregunta por este fracaso: algo falla en el ámbito de la
autoridad. Evidencia en otro tiempo encarnada por varias
figuras, hoy la autoridad desapareció. Además, que la base
de la educación ha desaparecido es un hecho dificilmente
discutible: nos damos cuenta todos los días. Los optimistas
sugieren entonces que maestros y padres deben de ahora en
más afirmar ellos mismos su autoridad, o mejor, que deben
"merecerla". La práctica muestra, sin embargo, que la poca
a utoridad conservada consiste la mayoría de las veces en un
ejercicio de puro poder, y de puro poder tangible en aumen-
to, ejercido de manera muy visible. 1

1. Los Estados Unidos presentan un ejemplo excelente. Luego del


fusilamiento en la Columbine High School, el estado de Colorado decidió
instalar una línea telefónica directa entre cada sala de clase y la estación
de policía más cercana. Ahí donde la autoridad se viene abajo, el poder
armado toma el relevo. En Europa, y principalmente en los países que se
dicen progresistas como los Países Bajos y Escandinavia, cada vez se
levantan más voces a favor de las prisiones para jóvenes.

88
***
En otras palabras: ¿en qué se convirtieron los padres? En
lo que respecta a esta pregunta, el siglo :xx ha sufrido 1m
cambio casi inadvertido. Durante la primera mitad del siglo
reinaban en efecto los patriarcas, bigotudos o barbudos, el
monóculo bajo la ceja tupida, orgullosos y ostentando una
importancia incontestable, señores y amos, al menos en su
familia y, dentro de lo posible, igualmente fuera del círculo
familiar. En verdad, el mérito incumbía apenas a su propia
persona, puesto que la autoridad se imponía como una fun-
ción evidente que los padres no tenían más que ejercer. Lle-
gado el caso, esta función sólo era cuestionada por unos
pocos.
Alrededor de los años cincuenta, esta situación empezó
a tambalear hasta que, en el curso de los años sesenta, toda
forma de autoridad terminó por volverse automáticamente
sospechosa. Ello ocurrió bajo la égida de Freud y Marx,
"maestros pensadores" en nombre de los cuales los padres
fueron descartados, como fuente de frustración y por lo
tanto de neurosis para el primero, como fuente de explo-
tación y de abuso para el segundo. Enjeans y campera, los
estudiantes manifiestan contra la uniformidad de la
Armada y de la fábrica. En el futuro hay que poder estudiar
con toda libertad, sólo vale la educación antiautoritaria. El
feminismo aporta su grano de arena al edificio, y una ola
social se levanta y, sin ni siquiera darse cuenta, trae sus
propios fundamentos. Es la evolución de una gestión top-
down, de la cima hacia la base, a una política bottom-up, de
la base a la cima. Comunicar se convierte en la consigna. El
objetivo está abiertamente declarado: libertad para todos,
yen particular para los reprimidos de antaño: la mujer y el
niño.
Desde que estos cambios se iniciaron, el lazo con el femi-
nismo es claro. Y en ciertos aspectos, también es evidente.
En efecto, ahí donde incluso el último de los últimos de los

89
hombres podía siempre liberar sus frustraciones en el patri- .
arcado, la mujer era la figura más oprimida de todo el edifi-
cio patriarcal. COJfto lo cantó John Lennon, ''Woman is the
Nigger of the World". En 1970, la publicación del famoso
libro de Germaine Greer, La Femme eunuque, consistió sin
ninguna duda en un hito intelectual en el seno d~ la suso-
dicha segunda ola feminista. Así como esta segunda ola, ese
libro es mucho más que meramente feminista, apunta a la
Liberación (con L mayúscula), y se inscribe contra la estru,c-
tura estatal, contra la familia clásica y contra la autoridad.
Por otra parte, Greer lo formula con concisión en la con- '"
clwiión de su primer capítulo: "Los antifeministas temen que
la emancipación de la mujer lleve al fin del matrimonio, de
las buenas costumbres y del Estado. [. .. ] Cuando recojamos
los frutos del trabajo de los sufragistas, constataremos que
los temores de los antifeministas eran justificados".
Desde entonces pasó un cuarto de siglo y podemos apro-
visionar las cosechas. En más de un tema, las palabras de
Greer se revelaron proféticas. Salvo en un punto: ella misma
no parece para nada encantada, lejos de eso. En una entre-
vista en el Sunday Times Magazine (3 de marzo de 1996),
declara que, si las mujeres llegaran al poder, en los más
cortos plazos Gran Bretaña caería de nuevo al nivel de un país
en vías de desarrollo, sin ninguna influencia ni poder. El
resto de la entrevista es del mismo tenor.
La incomprensibilidad de semejante cambio de opinión
llevó a la búsqueda de una explicación ad hominem, segura
y cómoda a fin de anular tal tesis: ¡Es la edad! ¡Las hormo-
nas! O si no la frustración ... Extrañamente, otra figura de
proa del mismo movimiento, Doris Lessing, salió con más o
menos lo mismo, aunque con un poco más de sutileza. Cual-
quiera que haya leído su trilogía sobre Martha Quest QO
dudará un segundo de su compromiso izquierdista y femi:
nista, ni de su talento literario. Y sin embargo en la primera
parte de su reciente autobiografia y en la avalancha de en-

90
trevistas que suscitó, Doris Lessing retrocede algo en re-
lación con sus antiguas tesis y, sobre la marcha, deplora
incluso el impacto que tuvieron en su vida.
Para rematar, Camille Paglia, con su Sexual Personae,
aparece casi instantáneamente como una figura emblemá-
tica. Hazaña si la hay: Camille Paglia mujer y lesbiana
convencida, ~ostiene un ardiente alegato a favor del princi-
pio masculino y critica la femineidad como ningún hombre
se átrevió nunca a hacerlo desde Sexo y carácter de Otto
Weininger. 2
Lejos de ser aisladas, lo que llama la atención en las
declaraciones de esta índole es, sobre todo, la personalidad
de aquellos, o más bien de aquellas, que las expresap. Por lo
demás, las ideas que contienen están, en este fin de siglo,
bastante expandidas. Además, inscritas un poco por todas
partes en la atmósfera de la época, las exigencias de más
orden y de justicia se hacen oír, yendo de la aspiración popu-
lista hasta el fascismo más crudo, pasando por el sueño de
una dictadura ilustrada que hacen algunos intelectuales,
olvidando tanto unos como otros todo lo que la historia nos
enseñó al respecto. Tal viraje, no obstante, se vuelve diverti-
do en el sector psicoterapéutico. Por todos lados tratamos de
reintroducir lo q~e fue expulsado veinte años antes: "¡Más
estructura!" "¡El nombre-del-padre debe ser instalado!". La
psicopatología causada por el exceso de antaño se refleja de
manera inversa por la falta actual.
Planteado de esta manera, el problema parece, pues, un
asunto de equilibrio: sin duda, la autoridad es necesaria,
pero su dosis tiene que ser medida, y los padres deben ser
reeducados a fin de estar en condiciones de encamar este
equilibrio en relación con su prole. Excepto esto, por supues-
to que nadie parece estar en condiciones de instaurar esta

2. Otto Weininger, brillante fIlósofo judío, homosexual, publicó en


1903 este trabajo, en el que acaba con los judíos y las mujeres de la misma
manera; después se suicidó.

91
reeducación: por consiguiente, padres y jóvenes se quedan
con las ganas, a la deriva en un mismo barco, privados de!
timonel después de haberlo tirado por la borda de común
acuerdo, 1uego de un reciente motín ... "Pero, ¿dónde están los
padres de antes?"

FREUD, EDIPO DE SU TIEMPO

Sin ninguna duda, el padre del psicoanálisis es el hombre


que dio al padre una importancia de proporciones descono-
cidas. En sí, no era algo nuevo; antes que él, la religión habfa
hecho lo mismo. N o, la novedad reside en que -jel colmo de
la ironía!- fue unjudfo liberal quien dio un carácter científi-
co a esa posición religiosa tradicional. Llevemos la com-
paración aún más lejos: después de él, los alumnos que ante-
pondrían la posición de la madre fueron de manera inmu-
table excomulgados por la Iglesia ortodoxa analítica. Las
madres y las mujeres ya no eran necesarias.
Es interesante describir la posición que Freud otorga al
padre. Una lectura repetida de sus clínicas y de su conceptua-
lización pone al día, en efecto, un extraño divorcio entre la
teoría y la práctica. En la casi totalidad de los casos, los
padres de sus pacientes se revelan como figuras más bien
débiles; lejos de la persona poderosa y que brilla por su
autoridad. En el mejor de los casos, esos padres son simple-
mente enfermos y frecuentemente deben ser cuidados du-
rante mucho tiempo, por quien luego será el paciente. En el
peor de los casos, son fracasados, un fulano que vive a ex-
pensas de la mujer desposada por su fortuna, un fulano que
transporta su melancolía por todas partes; o bien un fulano,
inútil por su impotencia, que, para distraer al marido de su
amante,.le cede su hija.3 El lector espera encontrar esos

3. Desde luego estos hombres podrían haber sido justamente la ex-


cepción a la regla general del patriarcado de su época (después de todo,

92
estados de hecho en su teoría, encontrar algo que se es-
tablecería en el sentido de: "Padre débil, hijo neurótico".
Para su sorpresa, el lector encuentra sin embargo sistemáti-
camente lo contrario: siempre, el padre freudiano aparece
como un ser amenazante, que inspira temor y terror á sus
hijos. Señalemos al pasar que en realidad el hijo alude al
hijo varón, ya que las hijas apenas son tomadas en cuenta.
Según Freud, la razón por la que los hijos son aterrorizados
es de una simplicidad ... sorprendente: el hijo quiere poseer
sexualmente a su madre, pero en su camino encuentra al
padre que, furioso, lo echa del dormitorio conyugal. Por eso,
esta forma típica que toma la, angustia: es la angustia de
castración. La implicación de la teoría se cae de madura.:
como tiene miedo, el pequeño niño se vuelve bueno y dócil, y
se identifica con su papá. De ahí resulta la forma psicoanalíti-
ca de la conciencia, la formación del superyó; es decir que el
pequeño Hans se convierte en el gran Hans que, más adelan-'
te, repetirá un proceso idéntico con John Junior.
El contraste entre este aspecto teórico yesos casos, por
otra parte muy cuidadosamente descritos por Freud, es a
veces tan grande que no podemosoniitirlo. Su único estudio
que concierne a un niño de sexo masculino, en este caso el
objeto mismo de su investigación, alcanza la cima. En lugar
de una ilustración perfecta de la teoría, deseubrimos' en
verdad exactamente lo opuesto: la,wámenazas de castración
son proferidas por la pladre, qUIen además no deja de re-
prender al padre en pres~ia del hijo que quiere sobre todo
a su padre. cuand0t-!/ la pluma de Freud, surge que la
histeria de angustia Bel pequeño hombrecito ofrece un ele-
mento paralelo con s angustia con-relación al padre, está
claro que el conjunto no cierra. Una de dos: o bien Freud está

¿sus hijos no eran neuróticos?). Ahora bien, si reflexionamos al respecto,


su posición excepCional no lo era quizá tanto e incluso debería ser consid¡>-
rada como el revés del patriarcado. Las formas excesivas del patriarcan"
esconden en realidad la angustia de parte del hombre.

93
ciego ... jO bien hay que corregir seriamente su teoría! Con-
frontado a un caso posterior, él mismo operará esta correc-
ción, y también será sorprendente. Cuando la realidad có-
ti diana se desvía en efecto del esquema que Freud considera
como regular-padre aterrador, amenaza de castración, hijó
enamorado y madre pasiva-, el hijo se serviría, siempre
según Freud, de una realidad de otro orden, particular-
mente una realidad conservada en el inconsciente colectivo
de la humanidad en tanto especie. Esta hiperrealidad pre-
cedería así a la verdadera realidad y, de ahí, detenninaría el
psiquismo del individuo. "
Esta hiperrealidad encontró su lugar en la historia como
el mito freudiano de la horda primitiva, y, en el interior de
este mito, Freud dio carácter definitivo al estatuto del padre.
Mientras tanto, la idea de un mi to y de una hi perrealidad no
implica que, para Freud, se trate sólo de cuentos o de histo-
rietas. No, al contrario, estos hechos se remontarían, según
su estimación, a la última era interglaciar. Y la importancia
que le otorga es por lo menos considerable: establece el fun-
damento del orden social en tanto tal. Antes, una manada
de animales. Después, una horda de humanos organizados.
Todo esto desde luego desdeñando lo que algunos biógrafos
el
de Freud reconocierbn sobre todo como fundamento de la
horda psicoanalítica.
Para quienes lo ignoraban todavía, la historia trata en
pocas palabras de un padre originario: una especie de "lomo
plateado" como los gorilas de las montañas kenyanas que
poseen a todas las hembras y mantienen meticulosamente
.a distancia a los jóvenes machos, por lo tanto a los hijos. En
un momento dado, sexual mente frustrados, esos machos
unen sus esfuerzos para asesinar a ese padre temido y ac-
ceder a las hembras. Después del asesinato -así prosigue el
mito- surge un sentimiento agudo de culpabilidad colecti-
va, la que insta ura por un lado la in terdicción de matar y por
otro lado el interdicto del incesto. El padre originario asesi-
nado está, pues, en la base de la estructura social. Y la cofra-

94
día de jóvenes machos constituye la primera célula social.
Según el razonamiento de Freud, el recuerdo del padre por
un lado y el del asesinato por el otro serían conservados de
una u otra manera en la memoria colectiva, y es este recuer-
do lo que ocasionaría el sentimiento de culpabilidad univer-
sal y el interdicto del incesto, él mismo base, cualesquiera
sean sus formas, de la vida en sociedad. Subrayaremos que
este mito goza del beneficio del mismo estatuto fundador
que el Génesis.

Convengamos que esta historia no es verdaderamente


convincente, incluso para un freudiano experimentado. Nin-
guna figura materna. Ningún estatuto particular para las
mujeres. Sin contar que el sentimiento de culpabilidad que
surge después del asesinato es más o menos tan súbito com~
sorprendente. ¿Y cómo se conservó el recuerdo en la memo-
ria colectiva? Esto está lejos de aclararse. Lo mismo que la
manera en que este recuerdo colectivo habría suplantado
una realidad contraria en los pacientes de Freud. Que el
pilar de la cultura humána se base, por decirlo así, exclusi-
vamente sobre el hombre, tampoco despertó verdadera
aceptación.
Esta versión de la historia, que es la más conocida, ocul ta
una modificación, sin duda mucho más tardía en la carrera
de Freud, pero que emprendió no obstante sobre la base. de
otro contexto, el de su estudio sobre el monoteísmo. La pri-
mera versión sólo concernía al poder paterno sobre los hijos
varones. La segunda versión aborda la relación entre el
patriarcado y el matriarcado, con el hijo en el centro como
común denominador.
Esta vez, la historia se desarrolla en fases sucesivas. En
un primer momento, las hembras rodean al padre origina-
rio. No es para nada cuestión de madres y el lenguaje como
tal aún no se ha desarrollado. Después, en el segundo esta-
dio, y contra todo lo esperado, el asesinato del padre origi-
nArio instaura el matriarcado: dicho de otra manera, las

95
madres toman el poder. Luego de este episodio, aparece un
tercer estadio, que da letra al teórico: Freud determina en
efecto un estadio de transición, regido por una curiosa
mescolanza, tanto matriarcado y diosas madres, como clanes
de hermanos y principio de totemismo. Para concluir, en el
cuarto y último estadio, el padre patriarca originario es al
fin reintroducido. En ese proceso, el padre fue elevado a
alturas divinas. Y son los hijos, sobre todo los más jóvenes,
quienes agenciaron esta reintroducción.
Es este mismo proceso, y el último estadio en particular,
lo que Freud discierne en la génesis de las principales reli-
giones monoteístas, entre las cuales el judaísmo da la pauta
al cristianismo y al islamismo que siguen como variantes
locales. "Hijos" de Moisés, Jesús y Mahoma, los dos, cada
uno a su manera, pusieron a Dios Padre en primer plano.
Moisés promovió a Yahvé contra el politeísmo ambiente.
Jesús acentuó el estatuto de padre divino, separado de la
mujer-madre. Mahoma cerró el círculo con Alá. Al pasar,
señalemos que Freud desdeña el dato, no desprovisto de
importancia, de que en estas religiones y en su historia el
asesinato originario es ya menos explícito. Sin contar, por
otra parte, que concierne más al hijo que al padre. Siempre
a partir de la instauración de ese mito por el hijo, cada padre
concreto obtiene su poder de la creencia colectiva en un
Dios/padre originario.

Un análisis más cercano a esta segunda versión del mito


pone en evidencia nuevos puntos destacables: es el hijo quien
(re)instaura al padre, yeso contra un poder materno vivido
como una amenaza. Se trata manifiestamente menos de un
temor al padre que de una necesidad de ese padre para
contener otro peligro, un peligro que se hizo visible por la
desaparición del padre y que está estrechamente ligado a la
femineidad.
En otras palabras: el padre es el síntoma del hijo.

96
EDIPO A LA DERIVA

En lo que nos concierne, que la historia de Freud remita o


no a una realidad factual-él mismo estaba absolutament'e
convencido de ello- no cambia nada. Como nos enseña Lévi-
Strauss, un mito trata invariablemente de dar una forma
épica a una estructura subyacente. Dicho de otra manera;
una historia colectiva es elaborada para que cuadre una
realidad psíquica anterior y deterinine la 'que seguirá. En
este caso', la tesis de Lévi-Strauss puede ser confirmada,
puesto que ese mito inventado por Freud no es sino la elabo-
ración de algo de lo que encontramos diferentes variantes
en la antropología histórica. Aun en comparación con las
otras variantes de la historia, la que Freud inventa no es en
realidad para nada de las más ricas. Más de una historia
describe en efecto, el cambio de poder de las diosas madres
al patriarcado: así, la tragedia más significativa al respecto
no es Edipo rey, sino La OresUada.
Volveré más tarde sobre esta supuesta evolución con el ob-
jetivo de distinguir entre el relato narrado retrospectivamente
y la necesidad de él, y lo que sabemos a través de la historia. Lo
que retengo por el momento es la íntima relación entre la
autoridad, entendida como la autoridad patriarcal, y la deter-
minación de la identidad psicosexual, a saber: "¿Qué es ser un
hombre?" "¿Qué es ser una mujer?". 0, expresado en un tér-
mino de moda y, por consiguiente, inglés: lagender identity.
La instauración del patriarcado equivale invariable-
mente ala instauración del Hombre, padre originario o Dios
Padre: la diferencia es desdeñable. Desde ese momento, el
factor del poder está ligado a un sexo. Por lo tanto el otro sexo
es automáticamente inferior. No es por casualidad que en la
plegaria masculina cotidiana de la religión monoteísta pa-
triarcal por excelencia, el judaísmo, encontramos frases
como las siguientes: "Alabado sea, Eterno, Nuestro Dios,
Rey del universo, que no me ha hecho mujer". (La mujer.
judía, por su parte, agradece a Dios haberla hecho según Su

97
voluntad.) Evidentemente, una diferenciación muy tajante
de los dos sexos, los secunda. Exagerando apenas, podemos
decir que, en lo que concierne a lagender identity, la diferen-
ciación hombre-mujer actual es un efecto del monoteísmo/
patriarcado. Y podemos también sostener sin dificultad que
siempre se opera en detrimento de la mujer. Las religiones
citadas antes lo profesan públicamente, el patriarcado lo
instaura. Un segundo efecto, que concierne a la necesidad de
la conversión, nos interesa menos en este contexto pero tiene
sin embargo una importancia histórica mayor: todo sistema
establecido sobre la convicción de tener la única verdad ex-
cluye y vuelve inferiores a aquellos que no forman parte de
,,él, materia primera para convertir y colonizar.
/ El efecto de todo esto es demasiado conocido: la identidad
masculina es descrita en términos siempre positivos, la iden-
tidad femenina lo es siempre en términos negativos, el todo
repartido entre polaridades muy extendidas: fuerte para el
hombre, débil para la mujer; inteligente versus estúpido;
valiente versus cobarde. Al mismo tiempo, la mayoría de las
culturas monoteístas patriarcales crearon situaciones que
instauraron y perpetuaron esos rasgos, utilizándolos como
argumentos que en realidad no eran sino los resultantes de
sus propias convicciones.
Ahora la pregunta es: ¿qué pasa desde que ese patriarca-
do empieza a tambalearse? N o podría no tener efectos sobre
esta gender identity y los esquemas de comportamientos
que dictan los roles sociales correspondientes. Que al final
del siglo XX, ese complejo monoteísta patriarcal se ha agrie-
tado, y además de una manera muy particular, ¡es evidente!
Si comparamos este con otros períodos de vacilación en la
historia, señalaremos una diferencia: antes, los principios de
base n~ fueron -o lo fueron apenas- atacados. Como máxi-
mo se produjo una sustitución: un padre originario fue sim-
plemente reemplazado por otro ("El Rey ha muerto, viva el
Rey"); Moisés por Cristo, Cristo por Mahoma, los dos por

98
Marx, etcétera. Pero, la fe en el sistema único en sí se man-
tenía y, en lo que concierne a la relación hombre-mujer,
nunca nada sustancial cambiaba en comparación con el
sistema precedente. Durante la segunda mitad del siglo xx,
en cambio, son los principios mismos los que se ponen a
vacilar: se queman los .yiejos dioses y las historias que les
daban sentido, pero nada convincente toma verdaderamente
su lugar. A tal punto que hoy resulta prácticamente posible
leer el mito de Freud al revés y presumir una especie de
regresión colectiva, un retorno a lo que precedió al complejo
monoteísta patriarcal.

Leer el mito al revés implica, en primer lugar, que el hijo


ya no llega a ver en su padre ni al representante ni al que le
ha sido legada la autoridad paterna de antes. Resul ta que la
figura del padre, en tanto protección contra un peligro sub-
yacente, desaparece, alimentando aún más la angustia de
los hijos, quienes en lo sucesivo deambulan en la búsqueda
de una alternativa. El grado de esta angustia puede medirse
por la agresividad que ella provoca (la agresividad es la
manera más característica de convertir la angustia). Con la
protección desmoronándose, el peligro, hasta entonces es-
condido, asoma. Por el momento, la naturaleza de este peli-
gro no es en verdad nada precisa, la única clave que el mito
de Freud nos brinda es que el peligro tiene algo que ver con
la femineidad.
La desaparición de padre-patriarca implica que los hijos
han perdido su polo cardinal de identificación. Y esta pérdi-
da los condena a aislarse en una posición de hijo, a falta de
un modelo que los dejaría librados a una posición de adulto.
Desde hace tiempo, los preadolescentes de 30 años y los ado-
lescentes de 40 años no son más la excepción: una nueva
categoría psiquiá trica, muy en boga estos últimos diez años,
llamada borderline (estados lími tes) no es otra más que la de
los pacientes adultos que funcionan en un nivel preedípi-
co -el nivel anterior al impacto de la función paterna-o

99
Cada hijo ya no sigue siendo hijo, pero ¿en qué se trans-
forma cuando falta el padre como figura de identificación?
En rebeldía, los hijos toman la otra tangente para con-
vertirse en madres perfectas. De una manera ejemplar, en-
contramos cierta evolución de este fenómeno en el cine. Kra-
mer versus Kramer (1979) cuenta la historia de un marido
típicamente inmaduro abandonado por su mujer, que, por
amor a su hijo, se dedica a él en cuerpo y alma al punto de
convertirse, en efecto, en la madre perfecta y que, al final de
la película, obtiene efectivamente la guarda legal de su hijo.
Quince años más tarde, Papá por siempre repite en todos los
puntos la misma historia, excepto que, esta vez, la solución
va mucho más lejos: Robin Williams debe literalmente meta-
morfosearse en mujer-madre para volverse "adulto". Mien-
tras tanto, Dustin Hoffman ya había sufrido esa metamor-
fosis en Tootsie, pero aquí con el objetivo de conseguir traba-
jo, camino que Dame Edna por otra parte ya había tomado
algunos años antes.
El mensaje es claro, y la ironía de la historia reside en el
cambio total de la situación: antes.la mujer debía copiar al
hombre a fin de "llegar", hoy las cosas van en sentido con-
trario. Con eso, la antigua doble moral toma también una
nueva forma: sí, los hombres deben hacer notar sus rasgos
femeninos. Sí, las mujeres deben gozar de las mismas posibi-
lidades de empleo. Sí, las instancias estatales deben conce-
der ventajas a las minorías en la asignación de puestos va-
cantes, de manera que una mujer negra, depresiva, conta-
giada de HIV, sea automáticamente favorecida en una
América políticamente correcta. Pero allí donde se juega el
todo por el todo, allí donde se ejerce el verdadero poder-en el
inundo de los negocios-, siempre reina el mismo clima y, allí, la
mujer siempre debe tener-permítanme la expresión-huevos.
En cuanto a las chicas, es otra historia: no hace mucho
considerada como natural, la desaparición de la superiori-
dad masculina conlleva lógicamente la desaparición de la
inferioridad femenina, ella también considerada hasta hace

100
poco muy natural. La mayoría de las universidades de Euro-
pa occidental cuentan actualmente con más estudiantes
mujeres que varones, y ~sta tendencia prosigue. También
podemos considerar que las chicas se sacan de encima su
corsé de antaño y salen a la búsqueda de un compañero en
pie de igualdad. Encontramos esto, bajo forma comercia-
lizada, en el software pomo en la televisión donde la mujer
toma prontamente la iniciativa y monta a su compañero con
entusiasmo. Frente a semejante oferta, faltando refugio y
sobrando angustia, un número no despreciable de hijos de
antes emprenden la huida. También, cada vez más mujeres
jóvenes están forzadas a entablar una relación con un com-
pañero mucho más grande, que aparece como un hombre
que se reconcilió con esta angustia y que, por esto, puede
tratar a una mujer de igual a igual. Contrariamente al ado-
lescente eterno que, prefiriendo la seguridad que procura el
grupo, sólo entiende la sexualidad con la condición de que él
lleve las riendas.
Para la mujer, este adolescente se vuelve además terri-
blemente previsible. Algunos años de experiencia bastan a
la mayoría de ellas para captar al hombre con una sola
mirada: ellas saben exactamente qué comportamiento
adoptar para suscitar talo cual reacción. Basta que asome
una sombra de vulnerabilidad, y el hombre se transforma
en salvador sonriente. A tono con una independencia des-
plegada con ostentación, una sospecha de feminismo au-
toafirmativo da como resultado el hombre Cazador. Una
vestimenta adecuada, mirar a los ojos y la sonrisa compra-
dora, todo en él sugiriendo la iniciativa, y he aquí al hombre
que se transforma en el Gran Seductor. Una apasionada
noche y el gruñón caprichoso se suaviza en el adorable
querubín de antes. La única imposibilidad que continúa
para la mujer es la independencia, es decir una posición
propia, separada de la del hombre. ¿Es tan sorprendente
que, al cabo de un tiempo, muchas mujeres renuncien a los
hombres y salgan a la búsqueda de una compañera?

101
Si nos remontamos más lejos, al origen del mito, llega-
mos de hecho al padre real originario. La pérdida de una
autoridad natural tiene como efecto la partida en grupo de
los hijos varones, a la búsqueda de una autoridad real. Si
bien todo un cortejo de padres originarios, cada uno con su
propia horda originaria, se levanta, listo para recibirlos en
una cuna segura, no obstante una gnin decepción les espera
a estos hijos: muy rápido, se revela en efecto que semejantes
padres originarios reales no se preocupan sino de una sola
cosa: su propio goce.
¿Y las madres? Constituyen la categoría abandonada,
cada vez más condenadas a quedarse solas con sus hijos,
entre los que cuentan muy a menudo con su compañero del
momento. Si los hijos varones dan más dificultades, una
nueva coalición parece prepararse con las hijas.

Por lo tanto, para establecer el balance, debemos censar


tanto a las mujeres solas y emancipadas, como a los adoles-
centes treintañeros reagrupados, luego a los hombres solos
y divorciados que al momento de elegir prefieren la soledad
al miedo, y finalmente a las familias monoparentales. La
condición humana en sus nuevas galas.

LA SOLUCIÓN CLÁSICA

La cree ricia en las historias colectivas que fundan la cul-


tura monoteísta patriarcal se desvaneció y ninguna parece
perfilarse en el horizonte. Los deslizamientos de los esque-
mas de comportamientos dictados por los roles sociales que
resultaron de ella angustian y confunden, y suscitan a su
vez el efecto conocido y previsible de un llamado al orden y a
la ley. En efecto, la sol ución clásica es la tentativa de retorno
al orden, y por eso no hay más que un paso hasta el funda-
mentalismo. Podemos percibirlo ya en Freud mismo, cuan-
do, confrontado con el pequeño niño angustiado del que ya

102
hablamos, se las arregla para reinstalar al padre en la
posición que considera más apropiada.
Una sorprendente ironía histórica se inscribe en esta
actitud: en efecto, en la escala social, tal solución lleva ine-
luctablemente a un fascismo falócrata, cuya más reciente
expresión casi logró diezmar al pueblo de Freud. Esto evoca
para mí una secuencia famosa de la película de Bob Fosse
Cabaret: de golpe, la atmósfera de decadencia y de ocaso es
suspendida por la entrada en escena de unjoven de cabelle-
ra dorada, por tanto de raza pura, que, tieso en su uniforme
de SS, entona una canción aún más pura, promesa del adve-
nimiento del Nuevo Orq.en. Por otra parte, la película cuen-
ta la historia de unajoven segura de sí misma que guía por el
buen camino a un muchacho impotente y angustiado. Los
padres originarios imaginarios del fascismo no son nada más
que nuevos esfuerzos para refrenar el supuesto peligro que
representa la mujer. No es una casualidad que los grandes
amos de los regímenes totalitarios sólo soportaran muje-
res-niños como compañeros sexuales. Las biografias de Mao
y de Hitler disipan la mínima duda sobre el tema, y ese fe-
nómeno lo encontramos hoy en el crecimi!lnto continuo de la
pedofilia que puede servir para medir el aumento de la an-
gustia masculina con respecto a la mujer como ser que desea
y goza plenamente.
La solución clásica consiste, entre otras cosas, en una
repartición m uy estrecha de los roles de los dos sexos: el hijo-
guerrero, la virgen inmaculada, la madre que da a luz y el
padre originario omnipresente. Esto fue abundantemente
descri to y estudiado por Klaus Thelewei t en su libro, célebre '"
con razón, Male Fantasies. Este trabajo estudia el adveni-
miento del fascismo a partir de "material secundario"-como
los afiches, las caricaturas, las novelas, los panfletos, etcé-
tera, de este período- que revela con pertinencia esta rep_ar-
ticiól1delºª rºl~s y la angustia para la mujer que la soporta.
Los hombres son representados como los defensores de la
ley y el orden, rebosantes de salud, en el combate por• la

103
patria. La mujeres, por su parte, son la pureza y la virtud
encarnadas, rubias virginales, esperan pasivamente el re-
greso del guerrero y cumplen pacientemente el objetivo de
su existencia: traer al mundo nuevos hijos. No obstante, en
segundo plano, su peligroso alter ego a parece, la mujer fatal
y vampiresa, lugar de perdición y de goce pernicioso, que
amenaza con tragar al hombre que se defiende apoyándose
en sus hermanos de armas. Escrito para descargarse del
peso de un padre fascista y de ese período de la historia, el
libro tiene para Klaus Theleweit el valor de una cura psi-
coanalítica, cura que por lo demás va más lejos que la de
Freud, quien quedó, él mismo, atado al p~dre. Y por Consi-
guiente a la solución clásica.
Puesto que estamos tentados de justificar esta solución
clásica de una reintroducción de un padre originario y del
fundamentalismo que la completa, se hace referencia fre-
cuentemente al progreso que implicaría el complejo mono-
teísta patriarcal. De la descripción que Freud hace del
monoteísmo, se desprende que lo considera superior al poli-
teísmo que lo precede. Encontraremos este mismo razo-
namiento en ciertos estudios antropológicos que entienden
el patriarcado como un progreso sobre el matriarcado que se
supone lo precede en el tiempo. Sin embargo, los dos -mo-
noteísmo y patriarcado- son, históricamente hablando, las
dos caras de una misma moneda.
Esta tesis freudiana fue considerada durante mucho
tiempo como evidente porque corrobora la idea dé que la his-
toria sólo evoluciona en el sentido de una mejora, siempre
más rápida, más alta y mejor. Mientras tanto, esta con-
cepción ingenua del progreso y la idea de que "e~ es evi-
dente" fueron superadas. Lo mismo ocurre para sus con-
trarios~ esa idea de "que antes, en los buenos viejos tiempos,
todo era mejor" ... , ilusión tan tenaz como la del progreso.
Ante todo, esas convicciones dan pruebas del malestar hu-
mano en relación al hic et nunc.

104
De todas maneras, la idea de que el monoteísmo sería un
progreso ya no es évidente. Karen Armstrong publicó un
estudio fascinante, allí parte a la búsqueda del origen de
Dios en unestilo que se relaciona al mismo tiempo con los
estudios históricos a lo Barbara 'fuchmann y con los thri-
llers a lo P. D. James: tres mujeres, pues. Una de las conclu-
siones sorprendentes que se imponen en la lectura de su
obra es que las religiones monoteístas siempre formaron
parte de las religiones más crueles y más intolerantes de
toda la historia del hombre -al menos cuando están en-
carnadas de manera patriarcal-o La convicción de tener
razón sobre cosas que no podemof? probar, combinada con
esta encamación patriarcal, reduce al no creyente a un ser
inferior que no tiene por lo tanto más que una alternativa: la
conversión o la muerte. "Mátenlos a todos, Dios reconocerá a
los suyos."
En consecuencia( no es sorprendente que después del
feminismo y del derrumbamiento del patriarcado se haya
hecho escuchar un llamado a otro tipo de sociedad, más
afectuosa, más suave, más humana, en resumen, más fe-
menina. La combinación de un movimiento ecológico del-
retorno-a-la-(madre)naturaleza con un capítulo de antro-
pología histórica mal entendido dio origen a otro mito, pre-
cisamente el del matriarcado. Muy bien considerado, éste
no es nada más que otra forma de "patriarcado", un patriar-
el
cado en el que las mujeres estarían en poder; aunque
supone que las mujeres ejercerían el poder de manera más
pacífica. En cuanto a la estructura del poder propiamente
dicha, nada, o casi nada, cambia.
Por lo demás, tampoco está dicho que las cosas se desa-
rrollarían tan pacíficamente. Siguiendo la idea de Elias
I

Canetti según la cual~l poder nunca sería más que violencia


diferida, no veo por qué las mujeres serían una excepción;
con más razón la estructura de poder como tal quedaría
inalterada. De todas maneras, esta solución se basa en una
interpretación groseramente errónea de la historia. Jamás

105
existió un matriarcado semejante de tonos pastel, vaga-
mente romántico. Estudios etnológicos de pueblos que vivían
todavía en la edad de piedra en el curso del siglo XX, suma-
dos a investigaciones de antropología .histórica, permiten
en efecto reconstruir fielmente las comunidades originales.
Demuestran en todos los aspectos que la historia es mucho
más compleja que un simple cambio. Lo que no impide, por
otra parte, que este género de estudios nos dé, sin embargo,
algunas claves para la comprensión de las estructuras de
parentesco actuales.

"PRIMERO LA COMIDA, LUEGO LA MORAL"4

Este tipo'de historias se combina con la etnología y la


an tropología. Llevadas por la emanci pación yel feminismo,
muchas muje'res científicas emprendieron este tipo de estu-
dios, esperando descubrir una Atlántida original del ma-
triarcado. Evelyn Reed, por ejemplo, socialista feminista
estadounidense, trabajó durante veinte años en su gran obra,
Woman's Euolutioh, y para su sorpresa debió convenir que
no era así. .
Tales investigaciones parten casi siempre de las dos pre-
guntas siguientes: ¿cuáles son las reglas de vida que carac-
terizan a talo cual pueblo?, ¿cuál es la forma de comunidad
vigente? Modeladas sobre nuestra propia imagen, estas in-
vestigaciones nos llevan siempre, sin saberlo, a tomarnos a
nosotros mismos como criterio normativo. Concretamente,
estas preguntas se reducen por lo general a lo siguiente:
¿cuáles son sus reglas concernientes a la sexualidad y qué
forma toma la familia en el pueblo que estudiamos? En
efecto, para nuestra mirada de occidentales, la sexualidad

4. "Ernst kommtdas Fressen, dann kommt die Moral", Bertolt Brecht,


La ópera de dos centavos, acto 11.

106
es lo más sometido a regulación, yeso precisamente en el
interior de la estructura familiar. ,
Grande fue la sorpresa cuando nos dimos cuenta de que
no ocurría igual e\l todas partes. Además, la sorpresa fue
tanta que al principio nadie se dio cuenta de nada. Hordas
de misioneros y de etnólogos de la primera hora nos dejaron
así descripciones de la "familia" del pueblo X o Y, siempre
asombrados o irritados, por otra parte, por la franca promis-
cuidad de los comportamientos, a menudo agravada por una
ignorancia total (que les atribuyen los investigadores) res-
pecto de la paternidad biológica. No mucho después, con la
antropología (pos)moderna, percibimos la alteridad radical
de esas sociedades.
Est,a alteridad radical se apoya primero so.bre un valor
diferente de la nuestra: en los pueblos primitivos, el primer
objeto a regul~b:PoLQFden de importancia. no es la sexua-
lidad, sino ek:alimenJo~ Todas las reglas originales primor-
diales -llam~sl;a:búes- se refieren al aliq¡ento y determi-
nan al detalle, por ejemplo, quién puede comer qué, en qué
momento y de qué manera. A raíz de los tabúes que con-
ciernen a la alimentación, la segrega(jón es tan complej¡;¡.
que a fin de cuentas es ella la que dibuja la estructura de la
organización social de la tribu. Siempre' según el mismo
principio, los grupos se forman mutatis mutandis: por un
lado las madres y los hijos, por otro los cazadores, en verdad
un mismo clan, pero siempre dividido por reglas alimenti-
cias, aplicadas con rigor.
Apenas podemos conjeturar lo que en otro tiempo pudo
motivar ese tabú original, pero sin duda hay que vincularlo
con la carencia alimenticia y el canibalismo que debió re-
sultar de ella. En efecto, el examen arqueológico de basura
parece indicar que el homo homini lupus ("El hombre es un
lobo para el hombre") de Plauto debía en otros tiempos ser to-
mado literalmente. Sin duda, constantemente preocupado
por su supervivencia, tenía poco tiempo para dedicar al sexo.

107
Dificil, si no imposible, saber si el canibalismo fue o no
una realidad histórica omnipresente. Más allá d.e esta rea-
lidad factual, podemos no obstante imaginar otra que,
además, supere la pura necesidad alimenticia. Los estudios
antropológicos del canibalismo revelan así otro móvil que el
hambre: los indígenas de Nueva Guinea no com~n a sus
enemigos sólo para alimentarse, sino sobre todo con el obje-
tivo de apropiarse de su personalidad. Ala luz de este descu-
brimiento, la angustia respecto de la mujer/madre está in-
mersa entonces bajo una iluminación de las más concretas,
a saber la angustia de ser reintegrado en el Otro. Que haya-
mos primero salido del cuerpo del Otro da en efecto la idea
de un regreso al punto de partida, de un regreso al Otro
perfectamente concebible. ¿Es una casualidad que el tema
angustiante de ser devorado aparezca en numerosos cuen-
tos infantiles, y que más de una cosmogonía mítica cuente
historias que evocan el tema de "comer" o "ser comido"? En
la tragedia griega clásica, es la esfinge quien devora, y es
Edipo quien primero logra escapársele. Otro fenómeno
antropológico conocido entra en esta construcción: todos los
tabúes alimenticios originales prohiben comer su propio
animal totémico, es decir la entidad que reside en el corazón
del grupo y que da su nombre al clan. En efecto, esto no está
autorizado sino en circunstancias extraordinarias yexcep-
cionales, como en ocasión de ciertas ceremonias -volveré a
este fenómeno precursor de la comunión-o Los tabúes ali-
menticios se remontan a un interdicto originario: el inter-
dicto de ser reincorporado.

Las primeras organizaciones sociales, los clanes, se eri-


gen a partir de estos tabúes alimenticios. En sus formas
primitivas, los clanes comprenden dos subgrupos. El pri-
mer subgrupo incluye mujeres y niños, dando por entendido
que los niños, a cierta edad -habitualmente hacia la puber-
tad-, darán obligatoriamente el paso hacia el segundo sub-

108
grupo, el de los hombres. Siempre acompañado de ritos de
iniciación que otorgan un nuevo estatuto al hombre, este
pasaje está sometido especialmente a toda una gama de
nuevas reglas. El hijo, convertido en adulto, en lo sucesivo
no come más con las mujeres ni con los niños pequeños. Las
relaciones mutuas son reguladas con un rigor y una aten-
ción particularmente llamativas, sobre todo en los ritos de
separación y de purificación donde es cuestión de sangre: la
caza y la guerra, la menstruaci6n y el nacimiento. Este se-
gundo subgrupo del clan está también delimitado en el es-
pacio, y le es atribuido un lugar propio: la "choza de los
hombres".· Entre miembros de los dos subgrupos del mismo
clan, las relaciones sexuales estáJ;l prohibidas: los com-
pañeros sexuales deben pertenecer a clanes diferentes.
A su vez, cada clan forma parte de un conjunto de clanes,
también regidos por tabúes y regulaciones que tratan prin-
cipalmente sobre la alimentación bajo sus dos aspectos: co-
mer o ser comido. ·Por ejemplo, un producto alimenticio impu-
ro para tal clan no lo es para otro, de manera que podrán
trocar. Entre las mujeres adultas de un clan y los hombres
adultos de otro clan, las relaciones sexuales están autorizadas.
La línea de parentesco pasa exclusivamente por las
mujeres-madres, una estructura social semejante es llama-
da maÚ·ilineal. En efecto, cada clan está compuesto por dos
subgrupos "maternos": por un lado las mujeres, es decir las
madres, sus hijas adultas y sus nietos; P9r otro lado los
hombres, es decir los hijos varones de esas madres, todos
medio hermanos unos de otros y de sus hermanas adultas
del subgrupo de las mujeres. En el seno del clan, somos
exclusivamente parientes por el lado materno. El padre,
mejor dicho, el compañero sexuál, pertenece a otro clan y no
forma parte del círculo de los íntimos.

Las consecuencias de este sistema van muy lejos, y en-


contramos siempre sus huellas disimuladas, particular~
mente en el hecho de que toda lealtad pasa por vía matri-

109
lineal, a través de la madre. En lo que respecta a los clanes,
eso se traduce en la producción y la repartición de los ali-
mentos, que se reservan al propio clan en la medida de lo
posible. Esta lealtad no vale para el compañero sexual, que
forma parte de otro clan.
Lo que nos choca más es que no haya padres, y que hasta
aquí el sexo complete apenas el bosquejo. ¿Cómo funciona
esto? En el interior del clan reina un tabú sobre las rela-
ciones sexuales: el subgrupo de las mujereslhijas está prohi-
bido para los hombreslhijos, lo que evoca inmediatamente
la idea de un interdicto de incesto original. No obstante, este
interdicto difiere totalmente del que conocemos y con el que
contamos. Ese tabú no tiene absolutamente nada que ver
con un interdicto patérno edípico. Los padres no existen. La
prohibición de las relaciones sexuales entre miembros de un
mismo clan es la consecuencia de los tabúes alimenticios y
de la segregación que resulta, separando a los dos subgru-
pos del mismo clan. Entre los diferentes clanes, las relacio-
nes sexuales están permitidas y no están, o a penas, someti-
das a restricciones -al menos en com paración con los tabúes
alimenticios, y consideradas a la luz de nuestra moral
victoriana occidental-o De ahí las innumerables cantinelas
sobre la promiscuidad sexual de los primitivos durante el
período colonial, promiscuidad que además no por nada
atraía a las colonias. La célebre "posición del misionero" es
el sello con el cual las mujeres de Nueva Caledonia designa-
ban la sexualidad estereotipada de los blancos. Aquí, la
promiscuidad significa en primer lugar que las parejas no se
constituyen por largo tiempo, luego que no existe lealtad con
respecto a un solo compañero sexual, y es sobre todo este
último aspecto el que provocó la indignación de Europa Oc-
cidental. Los salvajes no sólo tenían relaciones sexuales antes
del matrimonio, ¡sino que además el matrimonio no existía!
Está claro que esas primeras formas de vida en común
tenían una estructura radicalmente diferente de la nues-
tra. No sólo no había padres, sino que las madres tampoco

110
existían, no se contaba más que con una colectividad de mujeres
y hombres que formaban ambos parte del mismo clan. De
hecho, los términos de madre, padre, hermano, hermana ni
siquiera valían. Estas apelaciones han surgido de nuestras
estructuras familiares, y a pesar de todas nuestras vanas
tentativas de imponerlas no existen en absoluto en esas
sociedades.
Esta alteridad fundamental se expresa también a través
de una concepción para nosotros impensable: que en una
sociedad semejante el individuo tampoco existía. La pala-
bra "yo" no figuraba entre las lenguas ni las historias pri-
mitivas, era el nombre del clan lo que aparecía en ese lugar.
Se era el clan; el individuo y el grupo se confundían. Fuera
del grupo, no había nada, sino otros grupos. Además, no era
cuestión dejerarquía ni de posesión individual en los grupos
separados: en efecto, para ello hubieran necesitado un "mr'.
Es una de las razones por las cuales hablamos frecuente-
mente de un supuesto comunismo primitivo. No valiendo
más que en relación al clan, la lealtad era estrictamente
matrilinealy por consiguiente excluía todo lazo con un com-
pañero sexual perteneciente a otro clan.
Esta estructura social no tiene, pues, nada que ver con
una especie de matriarcado celeste en el que dominaría una
reina. La organización en clanes matrilineales viene de
una estructura completamente diferente, que no dejó más
que algunas huellas dispersas en nuestro sistema patriar-
cal: ritos de bienvenida con alimentos, alimentos puros e
impuros, tiempo de cuaresma, comida de reconciliación ...
Huellas ya sin ninguna relación con sus orígenes, por lo
tanto integradas en una estructura completamente nueva.
También debemos ahora preguntarnos cómo ocurrió esa
transición.

La antropología describe esa transición como la evolu-


ción del sistema de clan matrilineal a la familia "matri" que
constituye, a su vez, la bisagra hacia el patriarcado. La "fa-

111
milia matri" equivale al antiguo clan matrilineal, con una
sola excepción, pero importante: de ahora en más, el com-
pañero sexual masculino, salido de otro clan, se junta du-
rante la comida con el clan de la mujer. En resumidas cuen-
tas, el Señor se instala ... y nace la pareja. No porque se
comparte la misma cama, sino porque se comparte la misma
comida, superando con ello los tabúes originales particular-
mente severos. En ese mismo movimiento que instaura la
pareja, "la familia matri" da origen al individuo en tanto tal.
Resulta de ello un conflicto de lealtad: como por un lado
las lealtades están ligadas al clan, y por otro lado los com-
pañeros sexuales y de mesa pertenecen a dos clanes dife-
rentes, hay un conflicto. En el antiguo sistema, la lealtad de
la mujer apuntaba a su propio clan, por un lado el grupo de
mujeres y niños, y por el otro el grupo anexo de hermanos e
hijos varones. Señalemos que, en este sistema, el hombre
estaba presionado a comportarse lealmente con los niños
que, biológicamente hablando, no eran suyos. Los primeros
antropólogos, por otra parte, pensaron en un avunculado,
es decir pensaban que eran "los tíos" (en latín: avunculus),
los hermanos de la madre, los que asumían la paternidad. Y
había desde luego qtle entenderlo en plural puesto que ~o
podía tratarse sino de todos los hermanos de la madre, efec-
tivam~nte los únicos hombres adultos del clan.
El nacimiento de la "familia matri", en el seno de la cual
los compañeros sexuales comparten también'el alimento,
rompe los lazos de lealtad del sistema precedente. El hecho
de no hacer caso a la estructura de. clan no sólo lleva ineluc-
tablemente a un conflicto de lealtad,' sino que al mismo
tiempo instituye también la noción de posesión y de pro-
piedad. En adelante, ¿a quién debe fidelidad el hombre? ¿Al
clan de ~u compañera donde está puesto su cubierto? ¿O a su
clan de origen? ¿Qué sucede con el alimento y las posesiones
de las que toma adquisición? Este conflicto va a cristali-
zarse, por razones obvias, en el primogénito masculino, y la

112
,
hija queda en cualquier caso en 'el clan de la madre y, más
precisamente todavía, en su propio subgrupo de mujeres!
hijas. En cambio, el ,hijo, en cierto momento (cuando alcanza
el estatuto de adulto), deberá dar el paso hacia el subgrupo
de los hombres/hij os. En adelante, la pregunta es: ¿pero hacia
qué grupo? ¿El del clan inicial de la madre, como corres-
pondía antes? ¿O hacia el grupo perteneciente al clan inicial
del padre?
Por este hecho, el primogénito se convierte en la manza-
na de la discordia en la transición de estos dos sistemas.
Reconoceremos aquí el fundamento de un uso que nos es
transmitido desde la noche de los tiempos: el sacrificio del
primogénito, en la mayor parte de los casos moderado por el
sacrificio de un animal macho primogénito. Hay que pagar
un precio por el reconocim.iento de la descendencia, y es
pagándolo que la paternidad en tanto tal se instaura. En
esta versión del mito de la tribu originaria, el hijo es matado
para permitir el advenimiento del Imperio del Padre. ¿Dónde
leímos esto antes?
A medida que evolucione, esta práctica del sacrificio del
hijo tomará formas cada vez más prosaicas. Históricamente,
aquí encuentra su origen la primera versión de la práctica
de la dote: viene a determinar un monto que el hombre debe
pagar para los hijos que nacerán de su unión con una mujer.
Más precisamente, paga el clan de la mujer, al grupo que
debe ceder los hijos, Y es también por esto que la dote es
devuelta si la unión es víctima de esterilidad.
Lo que permitió tal evolución es que otros factor,es se
desarrollaron simultáneamente: la posesión determinó
jerarquías y su corolario: el ejercicio del poder. Lo más im-
portante, en el fondo se tiene la conciencia de ser un indi:"
viduo, un "uno" pero un "uno" mitigado, dividido en cuanto a
sus deseos y sus lealtades.

113
HISTORIAS CLÁSICAS Y REALIDADES HISTÓRICAS

Según E. Reed, este pasaje del clan matrilineal al patriar-


cado es un cambio tan radical que sus efectos se reflejan en
algunas grandes historias que intentan dar forma épica a
las realidades históricas siempre intangibles. En este senti-
do aplica la misma tesis que Lévi-Strauss en su estudio de
los mitos. A partir de esta hipótesis, r~e de manera admira-
ble algunas tragedias griegas. Las relee siguiendo la hipóte-
sis de que sus conflictos de lealtad ocuparían un lugar mayor
y darían así la clave del conjunto. Las dos grandes historias
que tomo de su come.ntario son Edipo rey de Sófocles y La
Orestíada de Esquilo, porque una y otra dan una elabo-
ración diferente del mismo problema de la lealtad.
El primer elemento con el que no ¿ontamos es que el tema
capital de la tragedia clásica Edipo reyes el parricidio, más
que el incesto madre-hijo, el crimen por ex~elencia en una
estructura patriarcal. La historia es conociqa, pero los acen-
tos están puestos allí donde no hace falta. Efectivamente
Edipo, primogénito, se sitúa en el cruce de dos lealtades, el
clan materno contra el clan paterno, y se ha vaticinado que
matará al padre. Si bien no es sacrificado, sus padres lo
abandonan con los pies atados, ofrecido a la muerte. Salvado
por casualidad, crece bajo la tutela del rey y la reina de
Corinto, a quienes cree sus padres biológicos. Está tan con-
vencido de esto que, cuando consulta el oráculo de Delfos que
le revela que matará a su padre y desposará a su madre,
huye horrorizado hacia Tebas. En el camino, Edipo se cruza
con un hombre y se pelea con él. La riña acaba con un homi-
cidio. Toda la tragedia reside en que, realizando la primera
fase de la profecía del oráculo, Edi po asesina sin saberlo a su
verdadero padre aunque había huido precisamente para
evitar es.ta catástrofe. Pero Edipo todavía lo ignora y prosi-
gue su camino. Llegado a la ciudad, resuelve el enigma de la
esfinge asesina. La gratitud del pueblo le vale entonces el
trono de Tebas, una posición que le permite por consiguiente

114
desposar a la reina-viuda, en realidad, su propia madre.
Luego, conforme a los oráculos de Delfos, Tebas perece bajo
la conminación de los dioses que están irritados por el ase-
sinato no castigado de Layo, el viejo rey encontrado muerto
al borde de un camino. Edipo parte entonces a la búsqueda
del asesino y descubre así la verdad: mató a su propio padre.
Yocasta, la madre-esposa, al enterarse se suicida. El mis-
mo se arranca los ojos y toma el camino del exilio.
Notemos que la maldición que golpea a la ciudad y el
castigo infligido a los protagonistas están en relación con el
parricidio, aunque Apolo, por intermedio del oráculo, exige
que el parricidio sea castigado. El acento desmesurado pues-
to sobre el incesto data de las interpretaciones posfreu-
dianas.
¿Quiénes Edipo? Es el hijo de la intersección de dos clanes
y, sobre todo, de dos sistemas. Edipo debe elegir. Y, en este
sentido, no es casual si el precepto de Delfos le sugiere:
"Conócete a ti mismo". ¿Quién es? ¿Dónde está su lugar?
¿Edi po es el hijo de Yocasta, su madre? ¿Pertenece por ello al
clan de esta última, en el subgrupo de los hijos/hermanos, y
por lo tanto comparte su poder? ¿O es el hijo de Layo, su
padre, por consiguiente afiliado al otro clan, ese que no habi-
ta bajo el techo materno? Cuando Edipo mata al padre -sin
saberlo, ahí está la tragedia- vuelve a Yocasta, al regazo
materno, al clan de la madre. Pero además el asesinato del
padre tiene como consecuencia que la herencia quede en la
casta materna. En efecto, con la reina fallecida y el hijo en el
exilio, el poder es finalmente transmitido a un hombre del
clan de la madre, Creonte, el hermano de Yocasta.
Leída desde este ángulo, la tragedia de Edipo es la tra ..
ducción épica de un frustrado pasaje de un sistema matri-
lineal a un patriarcado. El deseo de quedar cerca de la ma-
dre, la fidelidad secreta a la madre es el motivo inconsciente
del parricidio.

***
115
· Imagino que el lector ya se permitió algunas reflexiones
sobre ciertas fidelidades disimuladas contemporáneas. Pen-
semos, entre otras, primero en las bromas clásicas sobre las
suegras. Los primeros encuentros de una potencial pareja
sexual y, seguro, las de sus familias respectivas (los clanes)
se hacen inevitablemente durante la cena. Como dijo Lesage:
"El placer de la mesa arregla todo". Es también sabido que,
una vez casado, el hombre entra en la familia de su suegra.
Cambia de clan. Sabemos también que, casada, la mujer
sigue siendo leal a su familia de origen, es decir a su madre.
Se queda en el mismo clan. Cada hijo/esposo es enfrentado
muy rápido a este fenómeno, y a la "elección" implícita que
implica. Las comillas remiten al carácter particularmente
relativo de esta idea de elección. En principio, la dirección
de esta elección está programada: irá en el sentido de la
mujer. En último lugar, tal elección produce sobre todo efec-
tos notables en el momento dificil de la repartición de los
bienes de la herencia, la forma contemporánea de la repar-
tición del alimento. Y todos los notarios pueden dar prueba
de ello: las dificultades concernientes a la repartición de los
bienes surgen prácticamente siempre del lado de la familia
política, del lado de ese otro clan que también quiere hacer
valer sus derechos.

Debemos, pues, leer la tragedia de Edipo primero como


una historia que se sitúa en el pasaje del sistema matrili-
neal hacia el patriarcado. Y esta historia cuenta no sólo el
fracaso de este pasaje, sino también la recaída en un estadio
anterior. Para una transición lograda, debemos más bien
mirar hacia otra tragedia, La Orestíada, que describe en
tres partes un cambio capital en la historia del hombre.
La primera parte, Agamenón, data de antes de la tran-
sición.Ala cabeza de una expedición punitiva contra Troya,
Agamenón debe hacer un sacrificio para poder cruzar el
mar: sacrifica a Ifigenia, su propia hija.Asu regreso, después

116
de la victoria de Troya, es asesinado por su esposa CliteUl-
nestra -la madre de Ifigenia- y su amante. Señalemos ql1~
en esta primera parte todo sucede según las reglas del sÍl:;te-
ma matrilineal. Desde el punto de vista de Clitemnestra, el
asesinato de Agamenón no es un crimen, sino una revancha
justa. En efecto, contrariamente a Ifigenia, Agamenón no
pertenece al clan de ella. U na lógica que vale por otr.a parte
para Agamenón: por mucho que le cueste, el sacrificio de
Ifigenia no tiene nada de delito, puesto que ella no pertenece
a su clan. La lealtad de él, también, está comprometida en
otra parte.
La posición de la hija es clara: Ifigenia pertenece al clal\
de la madre. Las lealtades diferentes no entran en conflicto
sino co;¡aaparición del hijo varón, Orestes, que debe hacer
una elección. Si elige el clan de la madre, infiel a su padre,
ratificará el asesinato de Agamenón. Si toma en cambio el
partido de su padre, entonces su lealtad lo presionará a
ejecutar la ley de la vendetta y matar a su madre. Esta
discordia se encuentra en el corazón de la segunda parte,
Las Coéforas ("Las portadoras de las ofrendas a los muer-
tos"). Orestes decide vengar a su padre, y mata a su madre.
Esto atrae sobre él a las tres Erinias, las diosas vengadoras,
que lo persiguen a fin de vengar el lado matrilineal.
En la tercera parte, Las Euménides ("Las bien inten-
cionadas"), * una sentencia establece la cuestión de la cul pa-
bilidad. En ese momento, Orestes se beneficia del apoyo de
Apolo, el dios masculino por excelencia. Sometido al Areópa-
go que debe elegir entre la culpabilidad o la inocencia, el
asunto suscita una igualdad de votos, y en definitiva es
Atenea, nacida de un solo padre (Zeus), quien debe decidir.
La absolución que pronuncia hace de Orestes el único pro-
tagonista que sobrevive a las tragedias, y además sin que

... Euménides es el sobrenombre adulador que reciben las Erinias,


divinidades violentas, para captar precisamente su benevolencia [N. de
In T.l.

117
sea imputado de culpable. Las diosas vengadoras deben
inclinarse frente al juicio para modificar en adelante sus
intenciones ejerciendo el estatuto d~~évolas Euménides.
En esta decisión las sentenciasaeApolo, el dios masculi-
no, y de Atenea, la diosa nacida de un padre sin la interven-
ción de una mujer, son llamativas. El coro -un conjunto de
mujeres- pide a Apolo que se explique sobre su alegato a
favor de Orestes. Su respuesta (Las Euménides, versos 655-
665) es de una claridad ejemplar y desplaza completamente
la lealtad a favor del padre:

Escucha mi respuesta, yve la rectitud de mi argumento. No


es la madre quien pone en el mundo a ese que llamamos su hijo:
no es más que la nodriza del germen en ella semBfado. El que
pone en el mundo es el hombre que la fecunda; ella, como una
extranjera, cuida al joven retoño, que los dioses no atenten
contra él. Y de esto te daré como prueba que se puede ser padre
sin la ayuda de una madre. Aquí cerca tenemos una garante,
hija de Zeus Olímpico, y que no fue alimentada en la noche del
seno materno: ¿qué diosa podría sin embargo producir un vás-
tago semejante?

¿Se puede ser más claro? El hijo es separado de la madre


y pertenece de ahora en más al padre; los roles de antes son
totalmente invertidos. Lo que provoca igualmente un cam-
bio ert las lealtades, que encontramos en la motivación de
Palas Atenea, obligada a decidir frente a la igualdad de
votos (versos 734 y siguientes). El mismo desarrollo signifi-
cativo prosigue en el último acto de la tragedia, donde se
trata de ablandar a las diosas vengadoras. Típico del epílogo
trágico, el coro de las mujeres entona varias veces la queja
siguiente:

¡Ah! Jóvenes dioses, pisoteáis las leyes antiguas, y me


arrancáis lo que tengo entre manos. ¡Sea! La infortunada que
humillamo~ hará sentir a esta tierra -¡ah!, ¡desgracia!-lo
que pesa su ira. Mi veneno, mi veneno, cruelmente me ven-
gará. Cada gota que salga de mi corazón costará cara a esta

118
ciudad: una lepra aparecerá, mortal para la hoja, mortal para
el niño, que, abatiéndose sobre vuestro suelo -¡venganza!, ¡ven-
ganza!-, infligirá a este país más de una plaga asesina. ¡Pero
gimo! ¿Cómo actuar mejor? No seamos delicados en esta ciudad.
¡Ah! LaS tristes niñas de la Noche, cruelmente humilladas,
sufrieron, desgraciadas, una terrible afrenta.

En el diálogo que sigue, Palas Atenea reconoce la sabi-


duría y la antigüedad de las Ennias, pero no obstante les
impone su decisión. El p~saje al patriarcado es entonces
definitivamente sancionado por la transformación de las
Erinias, o diosas vengadoras, en Euménides benévolas que
velarán por la ciudad desde las entrañas de la tierra. En
pocas palabras: nuestra madre la tierra.

EL NÚCLEO IMPOSIBLE DE UN CAMPO DISCURSIVO

uri mito que se fabricó a sí mismo, reconstrucciones


antropológicas de estructuras de parentesco caducas, o tam-
bién tragedias clásicas: he aquí una muestra de lo que de-
signamos actualmente como un campo discursivo. Este
término comprende un conjunto abierto y deshilvanado de
historias que, cada una a su manera, traducen en palabras
una verdad incomprensible. Este tipo de verdad es más sen-
tido que enunciado, y esta manera de sentir concierne siem-
pre a una circunstancia idéntica: un cambio. Sentimos, en
nuestras articulaciones, el fin de una estación y el comienzo de
otra, pero aquello en lo que el cambio consiste precisamente
sólo podemos presumirlo a partir de sensaciones siempre
parciales.
Así, en un momento dado, nos decidimos por una so-
ciedad patriarcal monoteísta. Los hijos de un grupo mater-
no se convirtieron en los herederos de un padre y en adelan-
te llevarori su nombre, lo que significó ante todo que fueran
separados de la madre. Dicho cambio concernió en primer
lugar al hijo varón; la hija se convirtió ella misma en madre,

119
y se situó por lo tanto a priori en la otra posición. El interdic-
to original recae en consecuencia en la relación madre-hijo,
y se centra pricipalmente en la madre, prohibiéndole recolec-
tar el fruto de sus entrañas. Este interdicto conjura una
angustia original, que data de un período anterior, y le da
otra apariencia en el período siguiente. A continuación se
constituyen los esquemas de comportamiento diametral-
mente opuestos y una identidad sexual que va a autoconfir-
marse. Lo más importante es encuadrado y sostenido por la
creencia en una divinidad paterna.
La estación cambia, las articulaciones lo anuncian. Que-
da por saber si se trata únicamente de un cambio de esta-
ción, y por lo tanto de un movimiento circular con un retorno
previsible a lo mismo. ¿Quién sabe, en efecto, si ese presenti-
miento no anuncia finalmente una cambio radical de clima?

ORESTES EN EL SIGLO XX, O "NADA NUEVO BAJO EL SOL"

Como mínimo, podemos concluir de lo que precede que la


sociedad humana sufrió cambios esenciales. Pero, si nos
conformamos con describirlos únicamente en términos de
desplazamiento del poder entre el hombre y la mujer, des-
. deñamos totalmente el hecho de que la oposición entre am-
bos ya es ella misma el resultado, único en su género, de esta
evolución. En otros términos, no encontraremos nada en el
pasado que se parezca a esta oposición en su forma actual.
Confrontándose con estos cambios que datan de mile-
nios, surge sobre todo la cuestión del cambio en sí en el
ámbi to del psiquismo individual. Fonn ulada de manera dife-
rente, la pregunta apunta a saber si esos cambios en la
escala social corresponden a cambios similares en la escala
individl.lal. Las respuestas nos llevan en dos direcciones
radicalmente diferentes. Por un lado, podemos sostener la
tesis de que el hombre sigue siendo profundamente pareci-
do a sí mismo al punto de que eventuales cambios no son en

120

[,
definitiva más que accesorios y no modifican, pues, en nada,
una supuesta esencia humana. Por otro lado, podemos tam-
bién profundizar la idea diametralmente opuesta de que los
cambios son por completo posibles, que el hombre en tanto
tal cambió completamente.
Enfrentados con esta alternativa e implorándosenos ha-
cer una elección, apostaría a que optaríamos casi automáti':'
camente por la primera solución, la inalterabilidad. Des-
pués, haremos probablemente la diferencia entre esencia y
manifestación, entre potencia y acto, entre hule y morphé, la
materia y la forma. Más claramente, reduciremos los cam-
bios históricos aparentes a características exteriores despro-
vistas de importancia que no modifican nada, o casi nada, la
supuesta esencia interna. Como escribió J. Van den Berg en
su teoría de los cambios: "La continuidad no es nada más que
una homogeneidad obtenidda por una fuerte reducción".5
Tal manera de pensar es más una regla que una excepción,
Freud, por ejemplo, la pone en práctica. En efecto, es un
razonamiento parecido lo que le permite analizar a Leonar-
do da Vinci como si se tratara de un contemporáneo. Esta
idea concuerda perfectamente con la concepción científica
de inspiración darwiniana de la primera mitad de este siglo,
una concepción que podríamos traducir así: "Sí, hay un cam-
bio, pero éste ocurre con tal lentitud -y sobre una escala
t~mporal que difiere en ese punto de la nuestra- que de {acto
vivimos en un estado de invariabilidad". Es precisamente
por esta razón que Freud debe remontarse a tiempos míti-
cos prehistóricos, situados en la era interglaciar, o quizás
aún anteriores, a fin justamente de fundar el complejo de
Edipo y el homicidio originario. Este complejo existe desde
entonces, punto y aparte.
El reflejo de elegir la primera opción, la de la invariabi-
lidad, la del "nada nuevo bajo el sol", es casi automática.

5. Van den Berg, J.-H., Metabletica, ou La Psychologie historique,


París, Buchet, 1962.

121
Desde el punto de vista científico, esta invariabilidad im-
pregna literalmente la .manera de pensar occidental desde
Platón: buscamos las Ideas eternas y las constantes inde-
pendientes del tiempo, del espacio y del individuo. Todos los
árboles son obligatoriamente reducidos ·al prototipo origi-
nario del árbol; que algo exista desde hace milenios basta
para rodearlo de prestigio y de consideración. La idea
presocrática de Heráclito según la cual "Todo cambia, nada
subsiste" es relegada al pasado. También, con la expectativa
de no contar en todo tiempo y lugar más que con exacta-
meñte lo mismo, podemos identificar siempre y por todas
partes el complejo de Edipo y la familia occidental, de la
Edad Media a los papúes. Que debamds aportar algunas
modificaciones y varios ajustes no nos molesta para nada.
En~fecto, nos decimos que, para lo esencial, no hay diferen-
cia. Dicho esto, lo que nos trae esta búsqueda de lo mismo no
es muy dificil de identificar: crea simplemente un mundo
reconocible y previsible que reduce al mínimo el miedo a lo
desconocido.

Mientras tanto, desdeñamos incluso los cambios' que


ocurrieron a corto plazo. N orbert Elias había demostrado
con fuerza, en El proceso de la civilización (1939), que las
conveniencias y las reglas habían cambiado mucho durante
los últimos quinientos años. Pero no obstante fue obligado a
agregar una nueva introducción a la enésima reedición de
1969, en la que "pega en los dedos" de sus colegas sociólogos,
denunciando su ceguera frente a los cambios. La idea de
invariabilidad, insiste, no es sino un efecto de nuestra ma-
nera de pensar, nada más.
Si tomamos la opción inversa, la que concibe que la so-
ciedad y el individuo están sujetos a un proceso de cambio
continuo, podemos entonces preguntarnos qué cambió en
nQsotros, en el plano de la familia, en el plano de la tríada
hijo-madre-padre, y en la huella que dejan estas interroga-
ciones preguntarnos qué cambió en materia de las iden-

122
tidades masculina y femenina. Y, para seguir siendo concre-
tos, preguntarnos qué cambió, digamos,grosso modo, desde
el viraje decisivo del último siglo. Todo esto partiendo de la
idea de que la familia es el corredor a través del cual se ejerce
la influencia mutua de la sociedad y del individuo, un "tráfi-
co" perfecto que tiene como consecuencia que los cambios de
la primera tengan efectos sobre el segundo, y viceversa.
Desde que abandonamos la idea de invariabilidad, vamos
de sorpresa en sorpresa. Y si comparamos la familia actual
con una familia del siglo pasado, nos preguntamos ensegui-
da si se trata de lo mismo. Exagerando un poco, fuera de la
apelación, los dos términos de la comp~ación ya no tienen
de hecho gran cosa en común. En cien años, casi todas las
funciones que formaban en otrO tiempo el corazón de la
familia -en resumen, el tríptico "nacimieI\to, sexualidad,
muerte"- fueron desplazadas hacia el exterior.
Primero: la educación. Antes el niño crecía efectivamente
en la casa, en un entorno social relativamente restringido;
hoy ya no es excepcional que un bebé de seis semanas deje el
hogar. Si nos guiamos por la duración como criterio, la edu-
cación es recibida prácticamente toda en el exterior de la
familia. Además, una gran parte del poco tiempo pasado en
familia es consumido frente al televisor, que, en más de un
aspecto, retomó el rol de educador.
Luego, en la otra extremidad de la vida: los cuidados a los
. enfermos y a las personas mayores. Víctimas del surme-
nage, más o menos todas las pacientes de los Estudios sobre
la histeria (1895) de Freud cayeron a su vez enfermas luego
de los cuidados suministrados a domicilio durante semanas
a su madre o a su padre enfermos. Uno de los efectos de esta
actividad sanitaria era valorizar la diferencia entre las ge-
neraciones: por un lado la nueva generación con buena sa-
lud, por el otro la "salud frágil" de la generación anciana.
Hoy esta actividad de los cuidados y esta diferencia de ge-
neraciones casi han desaparecido. Los mitos de la eterna
juventud y de la ausencia de enfermedad son omnipresentes.

123
La imaginería publicitaria los cultiva: hoY-.!Jpa madre y su
hija tienen más bien la apariencia de dos,h~.rmanas.
Finalmente, entre estas dos extremidades que son el
nacimiento y la muerte: la sexualidad. Mientras que la fa-
milia de otros tiempos tenía como misión insti tuir una pare-
ja sexual durable -durable, recordémoslo, en un clima mo-
ral restrictivo y dominado por una doble moral conocida por
todos-, la familia es actualmente reemplazada por, para
utilizar una expresión moderna, la "monogamia serial". In-
dependientemente del miedo al sida y de la propensión que
de él resulta a buscar un compañero fijo, esta monogamia
hace aparecer el deseo de formar pareja tanto como el fra-
caso de ese deseo.
Un cuarto punto que, en apariencia, no se inscribe en la
serie, concierne a la alimentación. Del punto de vista de la-
antropología cultural, la familia nació de las comida¿:¡ com-
partidas entre el hombre y la mujer. Lógicamente, por lo
tanto podríamos sostener que la familia se acaba cuando
sus miembros no comparten más la comida. Ahora bien, hoy,
esta situación está lejos de ser excepcional. Cada vez con
mayor frecuencia, las comidas se hacen delante del televi-
sor: el cruce donde los diferentes miembros de una familia
se encuentran se sitúa entre el refrigerador, el microondas y
la pequeña pantalla. La distancia recorrida entre Los
Simpsons (1987) -que siguen fonnando una familia- yBea-
vis & Butthead (1993) es inmensa. No es casual que Mike
J udge (el "padre espiritual" de B. & B.) los haya llamado "los
bastardos de la revolución sexual", ya que los conoce muy
bien puesto que frecuentó su escuala. En la misma senda, la
película reciente SouthPark (1997) describe la familia como
una inevitable enfermedad venérea, es decir de transmisión
sexual. El enorme éxito de estos dibujos animados dice mu-
cho más sobre la concepción actual de la familia que cual-
quier estudio sociológico.
Aunque somera, esta enumeración basta para establecer
que la familia actual difiere seriamente de la familia de

124
antaño. Si tomamos en cuenta entonces las estadísticas de
divorcios y padres separados, llegaremos finalmente a pre-
guntarnos si la familia en sí todavía existe. En todos los
casos, las diferencias. son en este aspecto llamativas al pun-
to de que podemos plantearnos con razón la cuestión de
saber si hablamos todavía de lo mismo. Es impensable que
tal cambio no haya tenido efectos sobre el individuo. Por
otra parte -efecto incontestable- nunca fuimos más indi-
viduos que en la actualidad. Encontramos literalmente su
expresión material en la arquitectura: cada uno posee su
propio cuarto, lo cual hace dos generaciones era inconcebi-
ble. Además, este cuarto no es un simple dormitorio: desde
la edad de la escuela primaria, el cuarto está ya preparado
como un estudio privado, preferentemente con un televisor
y una com putadora. Sólo fal ta la conexión a Internet para ya
no tener que salir por ningún motivo.
No obstante, el cambio principal que engloba a todos los
precedentes es mucho más complejo de definir concreta-
mente, aunque sea su trasfondo. Eso tiene que ver con la
función de la autoridad. Ahora bien, es indispensable dis-
tinguir autoridad, paterniclªllY0>or extensión, función del
padre. Autoridad no es sinónjlP--Q,.de"'Poder. Llegaré incluso a
decir que el poder actúa contra la autoridad, ya que no es
más que un elemento operacional en el interior de un proce-
so muy particular, a saber el proceso de la separación.
Para mí, el devenir humano es función de la separación,
una función en las antípodas de la unión. Sobre la base de
una intervención autoritaria, cada sujeto-en-devenir debe
dejar su "grupo" de origen -su madre, su~~ian,s~-familia nu-
clear- a fin de entrar en otro grupo, de realizar alguna cosa
en otra parte. Es lo que, en el primer ensayo, interpreté
como el interdicto del incesto: el imperativo de casarse coil
una persona que no pertenezca a la propia familia nuclear.
Por ello, este imperativo establece la base de la cultura y de
toda producción humana. En una sociedad patriarcal, la
función de la separación se ejerce a través de la figura del

125
padre. Ahora bien, vimos que la combinación "separación!
padres" no es sin embargo una necesidad: en efecto, ya exis-
tían reglas de separación antes de que fuera cuestión de
padre o de paternidad. En el seno de los clanes, la_ªepa-
ración se operaba a partir de tabúes en cuanto al alimento y
más tarde a partir de aquellos que con,cernieron a la sexua-
lidad. Según esas reglas se constituyeron grupos identifica-
bles, entre los cuales los intercambios pudieron ser opera-
dos. El hecho de salir de un grupo equivalía a entrar en otro,
al punto de crear una especie de perpetuum mobile sociocul-
tural.
Vemos, pues, que la separación en tanto tal es esencial,
mientras que su lazo con la paternidad y el patriarcado es
secundario. Desde un punto de vista psicoanalítico, esta
separación tiene además otra apuesta. Esta función no
efectúa sólo un distanciamient6""de cierto grupo o de cierta
figura, sino sobre todo aleja de entrada un cierto goce ligado
a esa unión de origen. Así una limitación colectiva en mate-
ria de repartición del goce es instaurad~, al mismo tiempo
que son establecidas las reglas de intercambio. Esta instau-
ración es realizada por el grupo que consigna su autoridad
bajo forma simbólica, yendo de las historias míticas a los
textos legales.
Al ~volucionar, la función de. la separación se confunde
poco a poco con una figura, la del padre, y apuntará cada vez
más a una figura distinta, la de la madre. Como figura
concreta" erpadre no puede llenar esta función y ejercer lá
autoridad que la acompaña sólo porque- se convierte en el
representante de una estructura simbólica subyacente, el mo-
noteísmo patriarcal sobre el que se basa todo. Desde el pun-
to de vista formal, no hay mucha diferencia entre la familia
nuclear y el clan. En los dos casos, un niño es separado de un
primer grupo familiar para ser insertado en un segundo,
inserción entonces sellada por un nuevo nombre. Por tanto,
formalmente, la función de la separación es idéntica en los

126
dos sistemas de parentesco (clan, familia nuclear). Simul-
táneamente sucede una evolución concerniente al objeto del
goce: del alimento a la sexualidad, todavía hoy los. dos se
entrecruzan. Muy a menudo, las culturas conocidas por el
refinamiento de su cocina lo son igualmente por el refi-
namiento de su erotismo, y viceversa.
La historia demuestra que los grupos instaurados sobre
la base de ese principio se reducen cada vez más, yendo
grosTh modo de la vasta familia patriarcal a la familia nu-
clear más reciente. En ese proceso, el individuo deviene
cada vez más individuo,la egocracia reina. Hoy esta sepa-
ración alcanzó su límite máximo, suscitando así una especie
de efecto bumerán: el sujeto ya no está solamente separado
de un primer grupo y de un primer "gran Otro" en vista de
operarse la transición hacia un segundo grupo. Está sobre
todo profundamente separado de prácticamente,ioda forma
de lazo social. Vivimos la era de la egocracia y de la egología.

Esta evolución proviene de un cambio mayor en materia


de autoridad y de poder. Antes, reglas colectivamente ad-
mitidas y ratificadas frenaban la repartición del goce (ali-
mento, sexualidad). Se remontaban a convenciones igual-
mente colectivas, generalmente arraigadas en una "histo-
ria" más vasta, que integraba la religión, la ideología, las
ciencias. Hoy, cada vez más rechazadas, estas reglas de gru-
po son reemplazadas por acuerdos-regla sería una palabra
demasiado fuerte- estrictamente individuales. Es lo que
llamamos el famoso consentimiento mutuo y con conocimien-
to de causa, informed consent: en materia de goce, todo está
permitido, a condición de que haya consentimiento mutuo.
El único punto que necesita todavía un acuerdo colectivo
concierne a la edad en la que podemos considerar que al-
guien está en condiciones de acord~r ese consentimiento con
conocimiento de causa. Dicho de otro modo: ¿a partir de qué
edad la sexualidad está autorizada, a partir de qué edad la
relación sexual no se considera pedofilia?

127
Dos fenómenos recientes son típicos de esta evolución.
Cuando comparamos un manual de psicopatología reciente
con un manual que data, digamos, de una quincena de años,
constatamos que cierto número de categorías desapare-
o cieron de la versión reciente. No es que no las encontramos
más, lejos de eso, pero la apreciación cambió. El ejemplo
más llamativo es el de la homosexualidad, en otro tiempo
perversa, aberración sospechosa: los homosexuales son ac-
tualmente un grupo de presión política, y por consiguiente
una normalidad. Es lógico creer que una cantidad de otras
categorías seguirán en camino: travestismo, bisexualidad,
transexualidad ... No menos característicos son los cambios
de nombres. "Perversión" -término políticamenteincorrec-
to- es reemplazado por "parafilia". En consecuencia, lo nor-
mal devino "normófilo". Queda por determinar qué norma
deberá ser considerada LA norma.
Tomemos una segunda ilustración, esta vez en las re-
cientes peripecias judiciales aparecidas en torno a las prác-
ticas sexuales de las parejas sadomasoquistas, que, por una
razón o por otra, estallaron frecuentemente a la luz del día y
fueron objeto de acusaciones. Lo que está en juego en s~me­
jantes procesos es claro: ¿en tanto adultos que consienten de
una y otra parte, dos NN pueden establecer sus propias
convenciones en materia de goce sexual? ¿O, por el contra-
rio, deben sujetarse a una norma de grupo? Independiente-
mente de las decisiones jurídicas, es especialmente impor-
tante captar que hace una década semejante problemática
hubiera sido impensable.
De lo positivo -más libertad y poder de decisión para el
individuo- a lo negativo -deterioro de las costumbres ~ pér-
dida de la noción de grupo-, tal evolución puede ser aprecia-
da de diversas maneras. Más allá de bls apreciaciones mo-
rales, por tanto siempre arbitrarias, una cosa es evidente:
las repercusiones de esta evolución sobre la autoridad antes
reconocida por la colectividad y sobre el representante de
esta colectiVidad, llamado el padre, comienzan a hacerse

128
sentir en todos los niveles. La separación aleja también al
sujeto de su padre, quien por ello pierde su posición y por
consiguiente su autoridad. Mejor: ahí donde quiere todavía
ejercer su autoridad, el padre es inmediatamente sos-
pechado de no tener en la cabeza más que su propio goce. No'
se tiene autoridad sino a condición de no hacer uso de su
poder. La inviolabilidad, en otro tiempo omnipresente, se
agrieta por todas partes, el emperador no sólo está desnudo,
es culpable.

De ahí a que, a partir de la segunda mitad del siglo XX,


cada encarnación de autoridad se vuelva automáticamente
sospechosa, no hay más que un paso. En otra época, la au-
toridad correspondía implícitamente a un ideal, y el ejerci-
cio de ese poder era considerado como el medio para rea-
lizarlo. Actualmente, se supone que una persona en el poder,
por definición, no piensa más que en sus propios intereses,
es decir en su propio goce. Políticos, industriales, eclesiásti-
cos, todos en la misma bolsa y ya no se puede contener la
avalancha de acusaciones. Lo mismo pasa con los padres
que, desde el verano de 1996, son todos autores de incestos
en potencia. En otros tiempos, los padres eran convocados a
la escuela porque los hijos habían "hecho" algo, hoy los padres
son convocados porque el padre es incapaz de controlar sus
manos.
El eco dado a estos hechos por los medios ávidos de sensa-
cionalismo crea un clima de angustia y de desconcierto gene-
ral, y da consistencia a ese mito moderno que quiere que los
tiempos hayan cambiado, que antes todo era mucho mejor.
Los buenos viejos tiempos. Olvidamos que la familia clásica
de después de la Revolución Industrial fue sin duda una de
las instituciones socializadoras más crueles de la historia
reciente. Sea como fuere, hay angustia y desconcierto. El
efecto sobre el individuo es previsible: el individuo se pone a
la búsqueda de nuevas certezas. En sí, nada nuevo: es lo que
designé como la solución clásica. La historia da suficientes

129
muestras de ello y, en ese aspecto, se repite más de lo
mismo.
¿Debemos, pues, contar con la misma evolución? No lo
creo. Hay de hecho algo nuevo en el horizonte, otra relación,
o mejor otras relaciones. A mi entender, lá solución clásica
se volvió imposible, porque su fundamento desapareció, par-
ticularmente el complejo patriarcal monoteísta. Lo que no
significa que no haya más tentativas en esta dirección. Al
contrario, nuestra época está llena de ellas. En todas las
circunstancias, la solución clásica volvía a dar una nueva
forma -religiosa o ideológica, las dos se alternaban- a la
misma posición de amo. Pero hoy esta posición de amo, sos-
tenida por la estructura simbólica, desapareció, al punto de
que toda solución que va en ese sentido llega ineluctable-
mente a la instauración de los amos en estado bruto. Es
decir, a los padres originarios.

"PADRES ORIGINARIOS INe."

El entorno psicológico en el interior del cual nuestros


bisabuelos crecieron en su infancia era extremadamente
restringido. Las principales figuras de anclaje eran sus pro-
pios padres, y, eventualmente los abuelos, si todavía esta-
ban vivos. Quedaban los vecinos y algunas figuras de refe-
rencia (el.médico, el burgomaestre, el notario ... ). En él me-
jor de los casos, se agregaban algu~os modelos de identifi-
cación recogidos en los libros leídoet durante las largastar-
des de invierno. j '
Podemos definir la identidad ae alguien que creció en un
universo semejante como una división limitada. Dividida,
porque cada niño en su confrontación con dos, y sólo dos,
figuras'de identificación principales -el padre y la madre-
se encuentra inevitablemente en presencia de deseos dife-
rentes y con frecuencia contradictorios. Limitada, porque la
división no concierne más que a dos figuras. Los mecanis-

130
mas principales sobre los que se basa la constitución de esta
identid~d -particularmente la identificación y la represión-
reflejan esta división. Si los miramos de más cerca, estos dos
mecanismos no son sino la cara y el reverso de un mismo
proceso: la identificación muestra la cara consciente, la
represión muestra el reverso negado.
En tal entorno restringido, esta diVisión sigue siendo
relativamente estable porque, con el niño entre la madre y el
padre, se realiza en el interior de los límites de la escena
edípica. En Freud, el psiquismo es siempre concebido como
desdoblado. Y la noción de base reposa sobre la idea del
conflicto en el interior de una estructura bipolar. La acepción
más conocida de ese desdoblamiento es evidentemente: la
del consciente y el inconsciente. Así un síntoma o, más am-
pliamente, una neurosis son en última instancia un compro-
miso entre dos deseos opuestos, uno de los cuales lleva la
ventaja; deseos opuestos que en la mayor parte de los casos
se remontan a la pareja de los padres. "¿A quién querés más,
a papá o a mamá?" La parte consciente, visible, se consti-
tuyó por una identificación, la parte inconsciente por la
represión. Después de Freud, esta idea de división apare-
cerá en casi cada teoría psicológica, pero formulada de ma-
nera diferente: la verdadera palabra frente al falso yo, los
Padres versus el Hijo, lealtades opuestas, double bind,
etcétera.
El entorno actual es radicalmente diferente. La impor-
tancia de los padres hoy no es más que una fracción de lo que
fue siempre. Desde el principio entran en juego una multi-
tud de figuras de referencia que se suplantan cada vez más
rápidamente: puericultoras, niñeras, maestros, el nuevo
amigo de mamá, la amiga reciente de papá, otros vecinos ...
La televisión produce un raudal incesante de imágenes que
tienen como efecto que la realidad virtual sea más real que
la realidad. Finalmente, esta última no es más que una
decocción diluida de la reali~virtual, y en muchos casos
se convierte en su producto. También se volvió imposible

131
describir la identidad moderna en esos términos freudiano s
de desdoblamiento. Actualmente, el centro de gravedad se
sitúa en el ámbito de la división en ~í. El individuo contem-
poráneo se desarrolla en un entorno mucho menos estable,
rodeado por una verdadera muchedumbre de figuras iden-
tificatorias que todas tienen algo para decir. ¿Cuántas figu-
ras identificatorias pisoteó hoy ya un niño de diez años en
comparación con su predecesor del año 1905? El concepto
lacaniano de alienación, que posiciona al sujeto como con-
tinuamente dividido por una multitud de deseos prove-
nientes de figuras de referencia que en un movimiento con-
tinuo se alternan sin cesar, reemplazó a la identificación
freudiana.
La continuación es previsible, la adivinamos: una búsque-
da frecuentemente desesperada de un sólido punto de an-
claje, de un cabo al que el sujeto pueda arrimarse a fin de
construirse una identidad que reconozca como suya. Cuan-
to más dividido está el sujeto, más irá a la búsqueda de todo
10 que pueda arrimarlo, aunque más no sea un significante
banal como un equipo de fútbol O una marca de ropa.- Los
puntos de anclaje de antes eran siempre de naturaleza dual,
como lo era la identificación: se era hombre o mujer, padre o
madre, hijo o padre, etcétera. Los puntos de anclaj e actuales
estallaron en este movimiento continuo. No se es ni varón ni
nena, sino chico bien, hip-hop, rap o rock, tranqui o rápido,
skater o roUer ... A falta de una figura identificatoria direc-
tora, el peer group, el "grupo de iguales", toma cada vez más
importancia. Finalmente, cada uno de esos grupos es una
fuente de nuevas normas y nuevas convenciones que se
forman casi imperceptiblemente sin apoyarse sobre un solo
individuo, sino sobre todos los miembros: los peers. Una
nueva estructura
, de clan ha llegado.

No todo el mundo forma parte de un peer group seme-


jante. La aspiración a un punto de anclaje sólido hace del
hombre contemporáneo el histérico por excelencia. En ese

132
contexto, la histeria reenvía a esa división frente a una mul-
titud de deseos alienantes -alienantes porque vienen todos
del exterior- que empujan por encontrar un factor unifica-
dor y garante. El histérico de antes estaba en búsqueda de
un gran Otro que lolla tomara a cargo, que lolla remolcara.
El histérico moderno está en búsqueda de algo o de alguien
'en quien pueda creer.
Hoy, "creer" no queda bien. La palabra pertenece a un
pasado lejano, data de antes del advenimiento de la ciencia
y de su auxiliar, el escepticismo. Esto, siempre que nos re-
firamos a la creencia religiosa tradicional, es exacto. No
obstante, cuando extendemos la acepción que cubren las
creencias, nos percatamos de que el hombre posmoderno es
la figura tipo del creyente. El hombre posmoderno necesita
creer para ahuyentar las dudas que lo carcomen en el corazón
mismo de su pensamiento. ¿Elegí el oficio correcto?, ¿el com-
pañero correcto? ¿Me alimento saludablemente? ¿Hago bien
el amor? Y es en el Otro de turno donde son buscadas las
respuestas y su garantía de exactitud, se trate de macro-
biótica, New Age o de los últimos desarrollos del psicoanáli-
sis ("Lacan dice que ... ").
Paradójicamente, esta creencia es disimulada por un ras-
go que es mucho más visible: la histeria es campeona del
cuestionamiento y de la subversión de la autoridad, y sobre
todo de aquella en la que creen los otros. El sujeto histérico
es un modelo de celosía, siempre en primera línea cuando en
su propio nombre, supuesto único y verdadero, se trata de
ponerse en campaña contra otra religión, ideología o perte-
nencia. Ese conflicto toma así decididamente proporciones
violentas cuando dos sistemas de creencia muy parecidos se
encuentran y se enfrentan. En tales situaciones, la realidad
supera con mucha frecuencia a la caricatura. En su película
La vida de Brian, los Monty Python nos dan un ejemplo
delicioso. La historia sucede en vida de Cristo y cuenta,
entre otras cosas, la lucha de la resistencia judía contra el
ocupante romano. En los sótanos del palacio romano, un

133
miembro del Frente Popular de Judea de pronto grita: "¡El
enemigo!", ante lo que su compañero de lucha se inquieta:
"¿Los romanos?". Lo que inspira al primero esta respuesta
contrariada: "No, un cabrón del Frente del Pueblo de Judea".

-A los únicos que odiamos más que a los romanos es a los del
Frente del Pueblo de Judea. Y a los del Frente de la Judea
Popular, y también a los del Frente Popular de Judea.
-Pero el Frente Popular de Judea ... ¡somos nosotros!
-Creta que éramos el Frente del Pueblo, eh, Frente Popular .. ,

En su búsqueda de lo único y de lo verdadero, de la última


garantía, el sujeto histérico va a encontrar un personaje
que, por su singular personalidad, garantiza la Verdad: eso
es con más frecuencia una regla que una excepción. Si el
contenido de esta verdad es de segundo orden, la credibili-
dad se basará completamente en la estructura de esta perso-
nalidad. Ésta es el perfecto contrario de la personalidad
histérica. Continuamente dividido e incesantemente ase-
diado por la duda, el histérico sólo puede estar fascinado por
una figura semejante, que adelanta una certeza sin falla y
que proclama ese saber en un púlpito sin dudar.
En términos psiquiátricos, eso se llama la personalidad
paraneica, que no confundiremos con la psicosis paranoica
declarada. Esta última debe ser más bien considerada como
el fracaso de la personalidad paranoica como tal. N o desarro-
llaremos el tema del origen y del fracaso de la personalidad
paranoica~ Por otra parte, sobre ese tema, la última palabra
todavía no fue dicha - hasta ahora ciertos elementos siguen
siendo inexplicables-o En cambio, todos o casi todos concuer-
dan sobre sus características. La personalidad paranoica es
una persona completa. Sabe y sabe que sabe. Ese saber fun-
ciona como un sistema que se autoconfirma y responde a las
grandes preguntas existenciales. ¿Qué debe ser un hombre?
¿Qué debe ser una mujer? ¿Qué relación los une? ¿Cuál es el
.. lugar de los hijos? En otros términos, su sistema dispondrá

134
siempre de la respuesta correcta en materia de distribución
del gpce. Psiquiátricamente hablando, eso engendra un de-
lirj.ó particular, conocido con el nombre de megalomanía o
delirio de grandeza. Éste se caracteriza por una certeza a
toda prueba y la ausencia radical de duda y de autorrefle-
xión. Santa inocencia hecha hombre, el paranoico atribuirá
indefectible e irrevocablemente todo defecto o incorrec-
ción al otro. Yeso no es todo. No sólo es inocente, sino que
además está convencido de la hostilidad de los otros contra él
-se lo apunta, se lo busca, se traman conspiraciones contra
éL .. se lo persigue-o Aunque no sea más que una propiedad
suya y no la esencia, ese último rasgo es tan notable que
persecución y paranoia se convirtieron en sinónimos. Sin em-
bargo, la esencia reside en la no-división de la personalidad.

La comparación del sujeto histérico y de la personalidad


paranoica muestra cómo uno constituye una respuesta al
problema del otro, y viceversa. El pun to débil de la personali-
dad paranoica es que su estatuto de omnisciente -de porta-
dor de un saber no dividido- es frágil en tanto no es com-
partido. Está por lo tanto obligado a persuadir a los otros,
motivo por el que tantos paranoicos prueban la pluma o se
suben a un púlpito. Necesitan un público, entendiendo por
ello un círculo de incondicionales que, sin reserva, confir-
men y ratifiquen justamente ese estatuto de omnisciencia.
El sujeto histérico dividido aspira a un amo sin falta que se
haga garan te de las respuestas necesarias, pacificando así
su terrible división. Por eso el encuentro con un paranoico se
suelda generalmente con un éxito, aún más si se acompaña
de un encuentro con un grupo que también tiene como efecto
resolver la división del sujeto histérico.
Actualmente, podemos encontrar ejemplos a patadas:
jefe de banda, gurú, bestia política, todos rodeados de sus
propios groupies. Esa relación es transhistórica pero por la
evolución de la sociedad descrita antes encuentra hoy un
suelo nutritivo particularmente fértil.

135
CREDO QUlAABSURDUM

Encontramos ese mismo proceso en la base de colecti-


vidades típicamente masculinas y jerarquizadas, en estruc-
turas como la Iglesia o la Armada. Sus dirigentes ocupan la
posición del ideal del yo, con .el que todos los miembros se
identifican. Esta identificación colectiva borra las divisiones
originarias y, además, tiene como efecto que los miembros
lleguen a parecerse, principalmente desarrollando una mis-
ma manera de hablar, lo cual, en última instancia, equivale
a una misma manera de pensar.
Hubo un tiempo en que la familia era ese grupo primero,
en el que reinaba el padre en posición de ideal del yo. Por la
edificación de un superyó común, una identidad familiar
más o menos reconocible resultaba de la identificación con
el padre. El superyó es lo mismo que el ideal del yo, con la
diferencia de que, en el primero, los interdictos están más
acentuados. El superyó encierra los preceptos que valen
para la sociedad. La función paterna equivalía a represen-
tar esta autoridad social, que se basaba en un sistema de
creencias colectivamente reconocidas.
Esta función esencialmente simbólica era eficiente en el
sentido de que ofrecía al sujeto-en-devenir la posibilidad de
llevar a cabo su división en materia de deseo y de goce, por
identificación con las normas de alguien que ocupaba la
posición del amo. En los momentos representativos del de-
sarrollo -la pubertad y la adolescencia-, esas identifica-
ciones eran luego rotas, el sujeto se sacaba de encima las
reglas del padre y desarrollaba sus propias normas. Es la
evolución corriente de lo que podríamos llamar una histeria
regular de desarrollo: creación de y creencia en un padre
todopoderoso en la infancia, desafío y destrucción de esa
misma figura durante la pubertad, aporte de matices e inte-
gración en la edad adulta.
Parece que esta evolución regular que en otro tiempo era
-literalmente- evidente está desapareciendo. Un examen

136
más profundo del motivo de esta desaparición nos conduce a
la distinción entre la función y la figura real. Ningún padre
está en condiciones de encarnar esta función de garante no
dividido con relación al deseo y al goce, puesto que él tam-
bién está dividido, como mínimo entre su propio padre y su
propia madre. Ala sumo puede tomar esta función sobre él,
porque no es más que un relevo, una membrana semi-
permeable a través de la cual chorrea una convicción colec-
tiva. Luego, esta convicción es garantizada por la colectivi-
dad: es cierto porque todos 10 creemos. La consecuencia de
tal estado de hecho es previsible: desde el momento en que la
colectividad empieza a dudar, nacen la inquietud y la búsque-
da de otra cosa. La histeria de desarrollo se fija en cierto
punto y, por ello, degenera en una forma casi permanente,
cuyos síntomas típicos se observan en la incapacidad de dar·
sentido a la vida, en la imposibilidad de encontrar o de crear
su uno mismo. El sentido es un producto colectivo.
El derrumbamiento de la función de autoridad puede,
pues, ser reducido al derrumbamiento de la convicción colec-
tiva. La evolución que vim<?s en el ámbito de 10 individual se
produce igualmente en el de 10 grupal. Hay que saber que,
durante siglos, las divisiones o desacuerdos colectivos no se
repartieron más' que sobre, a 10 sumo, dos convicciones de
las que una era la cara y la otra el reverso -ascendencia por
otra parte periódicamente recordada y ratificada por el
aplastamiento del más pequeño grupo disidente-. Los cris-
tianos necesitaban a los sarracenos para afirmar su propia
convicción, y 10 mismo se producía en una escala más vasta
en el tiempo de la Reforma yen el comienzo del protestan-
tismo. Semejante oposición binaria ofrece un terreno donde
pueden sentarse una identidad claramente delimitada, y,
por 10 tanto, una estabilidad: se estaba a favor o en contra, era
blanco o negro. Desde el momento en que no se trata más de
dos o tres convicciones, sino de un diluvio de nuevas "ver-
dades", la posibilidad de construir una identidad bien de-

137
limitada se cae, y brutalmente surge la duda: ¿qué elegir,
qué creer?
Así considerada, la autoridad paterna de principios del
siglo XX se desprende de esa convicción religiosa masiva-
mente compartida que -cualesquiera fueran las formas que
tomara a través de las épocas y los lugares- corresponde en
última instancia a un monoteísmo patriarcal. Mediremos el
efecto y la necesidad de tal convicción en lo que, como se creía
antes, iba a liberarnos del yugo religioso, particularmente
las ideologías de fundamento más o menos científico. Basa-
do en el materialismo dialéctico de Marx, el comunismo
ruso barrió al zar y a la Iglesia Ortodoxa de un solo golpe y
volvió iguales a todos los camaradas. N o obstante, un cuarto
de siglo después, éstos tuvieron necesidad del pádrecito
Stalin para suturar el desgarramiento del que el país estaba
preso. Durante nuestro siglo, se repitió constantemente lo
mismo (Hitler, Mao, Khomeini, Saddam .. .): en nombre de
una nueva verdad, una nueva figura suplanta al viejo régi-
men e instaura la misma estructura, generalmente en
vano.
La velocidad a la que las diferentes ideologías se fueron
suplantando, combinada con la manera análoga en la que
todas fracasaron, tuvo como efecto que la creencia en sí y la
creencia en "el" sistema casi desaparecieran. Del Credo quia
absurdum,6 retuvimos únicamente el absurdum, cuyo ex-
ponente es el cinismo posmoderno. Un libro como el de Peter
Sloterdijk -Critique de la raison cynique - era literalmente
impensable hace cien años. En el presente, expresa lo que
todo el mundo siente. Ya no queda un gran Otro que todavía
sea creíble.

6. "Qreo porque es absurdo", aforismo de Tertuliano. Quiere decir: el


contenido de esta creencia no debe ser probado, únicamente debe ser
creída, en los dos sentidos del término [en francés dice erue, término que
puede ser traducido como "creída", o como "cruda" en el sentido de directa
-N. de la T.-l. No existe sentido predeterminado o preestablecido. De
hecho, el sentido es en toda circunstancia una creación ex nihilo.

138
Cada vez más es tan a~;Í que el relevo tan esperado de
la guardia religiosa fracasó. El Siglo de las Luces inspiró la
esperanza siempre creciente de que la ciencia, en su forma
moderna, aportaría respuestas exactas, relegando así la re-
ligión a una era superada. En aquella época, esta esperanza
era fundada: en el lugar de la génesis bíblica aparecieron
Lyell y Darwin, la medicina avanzó con botas de siete leguas
y Julio Verne dio forma a los sueños mecánicos de una so-
ciedad que acababa apenas de descubrir las máquinas y la
industria. Esperamos, pues, de la ciencia que esté prepara-
da para responder a las preguntas seculares que, en otro
tiempo, incumbían a la religión.
La esperanza ha sido muy decepcionada. En realidad, se
produjo lo contrario, puesto que después de la euforia inicial
que inspiraron los nuevos grandes descubrimientos, la cien-
cia se consagró principalmente a "constatar el error", es decir
a aportar la prueba científica de que algo no es exacto, ha-
ciendo así que la montaña de incertidumbres se elevara aún
más. Actualmente, asistir a un congreso de nuestra discipli-
na no aporta nuevos conocimientos, sino nuevas incerti-
dumbres y nuevas dudas. El intelectual de hoy se trans:
formó en un Hamlet que duda continuamente antes de ac-
tuar, que pesa incesantemente los pros y los contras, que
neutraliza finalmente cada elección. Mientras tanto, le pisan
alegremente los pies aquellos a quienes un exceso de cono-
cimiento e inteligencia no le~ molesta.

"LA VOLUNTAD DE SABER", O LA ERÓTICA DEL AMO

Ese lugar abandonado por la religión y rechazado por la


ciencia fue inicialmente ocupado por los sistemas ideológi-
cos citados anteriormente qUE;!, cada uno a su manera, se
valían de la ciencia, pero que, finalmente, se parecían mu-
cho al opio que creían combatir. Que nuestro siglo haya
conocido más de uno de esos sistemas hace visibles algunas

139
CAracterísticas comunes. Por ejemplo, que ninguno de esos
:.,i~tl.:mas puede prescindir de una figura directora, divul-
~...lIlrlo por ello su parentesco con el monoteísmo patriarcal.
r;sas figuras no tienen únicamente en común el hecho de
que ejercen el poder de manera despótica, sino también y
sobre todo que cada una de ellas ejerce ese poder a partir de
un saber supuesto y estipulado por escrito, salido o no de su
propia pluma: El Capital, Mi lucha, pequeño libro rojo o
amarillo. En una palabra, una biblia ... dando por supuesto
que la Biblia sólo es, finalmente, una de esas biblias. Así, la
relación entre el horno hystericus y la personttlidad para-
noica obtiene una nueva confirmación. Cualquiera sea su
contenido, ese tipo de escrito responde a la pregunta a la
cual la ciencia no puede responder, a saber: ¿cómo debe ser
vivida la vida? Provee sobre todo respuestas a preguntas
particularmente precarias: ¿quién o qué determina la au-
toridad?, ¿cómo debemos relacionarnos con el goce?, ¿cuál es
la relación entre los dos sexos? 0, aún más claramente:
¿cuál es la posición de la mujer? En lo que concierne a esta
última pregunta, cualquiera sea el razonamiento que la
justifica, la respuesta es siempre la misma: debajo. En el
interior de un sistema semejante, la mujer debe ser domina-
da, el peligro que ella entraña debe ser refrenado, antes
incluso de que sea designado ese peligro.
El hecho de que ese saber, al mismo tiempo que su ga-
rantía, sea sin cesar buscado, nos enfrenta con lo que reside
muy probablemente en el.origen de toda búsqueda de cono-
cimiento: el querer saber en materia de sexualidad. N o es
una casualidad si Michel Foucault tituló La voluntad de
saber a la primera parte de su historia de la sexualidad. El
hombre pide respuestas al respecto y las primeras investi-
gaciones del niño -los "juegos al doctor"- como sus primeras
teorías'-las teorías sexuales infantiles- se relacionan con
ese dominio. ¿Cuál es la diferencia entre el otro sexo y yo? ¿De
dónde vienen los hijos? ¿Qué lazo une a mi padre y a mi madre?
Esta voluntad de saber se manifestará aún más cuanto las

140
respuestas culturales establecidas hayan perdido su cre-
dibilidad. De ahí esta combinación prácticamente indispen-
sable: una figura que quiera dominar una sociedad deberá,
en tanto amo, producir una teoría, un saber, que provea
respuestas a las preguntas originarias.
El saber está estipulado por escrito, el amo se hace ga-
rante de su rectitud. El acoplamiento del saber y del amo
conlleva un fenómeno inesperado: el saber, y principalmente
su exposición, no procura solamente poder, sino que tam-
bién tiene efectos excesivamente eróticos. Al principio de
Las uvas de la ira, John Steinbeck hace aparecer en escena
a un personaje trágico, un "predicador" que, si bien no predi-
ca más porque duda de su fe, es sabido que después de sus
amonestaciones cualquier cosa bastaba para que sus cre-
yentes se le arrojaran a los brazos. Lo trágico reside en la
división subjetiva de ese personaje que, por un lado, mira
hacia atrás con nostalgia aquello que ya no quiere, pero, por
otro lado, lo sigue deseando.
Más de medio siglo después, y con conocimiento de los
acontecimientos históricos, los discursos de Hitler provocan
una fascinación erótica semejante. Millones de guardias
rojos en éxtasis acompasaron los discursos de Mao e inter-
pretaron regularmente los silencios de Stalin como: "Podría
decirlo, pero prefiere callarse". En toda situación de enseñan-
za, del profesor de universidad al instructor de esquí, encon-
tramos esa relación potencial, que en estos casos es natural-
mente más moderada. Suponer un saber de alguien produce
efectos eróticos. Este efecto toma proporciones inauditas
cuando además ese otro posee el don de la elocuencia: todo
don Juan es un buen hablador.
Considero lo anterior como una ilustración de lo que
planteaba al final del primer ensayo: la relación hombre-
mujer es una relación de palabra. No se realiza únicamente
por la palabra, también se crea. Hay tantas modalidades de
creación como figuras de estilo. Hasta ahora, no menciona-
mos más que dos, la poesía y la prosa. Históricamente ha-

141
blando, aquella con la que estamos confrontados aquí es la
más peligrosa: la modalidad demagógico-retórica. Ésta es la
forma que hoy lleva la ventaja, y además en un lugar que no
es reconocible.

EL SUPERYÓ PERVERSO: ¡GOCEN!

Tradicionalmente, tememos ese peligro de parte de los


grandes sistemas ideológicos y de sus profetas, ya descritos.
Tan pronto como en alguna parte una figura semejante se
levanta y atrae partidarios, la prensa de calidad saca todo
un abanico de comparaciones y de advertencias. Sobre este
punto, creo que en este momento de la historia el riesgo es
más bien mínimo. N o porque el pasado nos haya enseñado
alguna cosa, ni porque estemos advertidos, sino porque tales
figuras se multiplicaron. Si, en otro tiempo, un solo hombre
podía poner toda una nación en campafia, hoy cada nación
está dividida entre varias figuras de las que ninguna puede
tomar más que una parte de la torta. Actualmente omni-
present~, la tendencia a la unificación revela sobre todo el
fraccionamiento que alcanza todos los dominios: de la unión
política europea al club de fútbol local.
En el lugar del gran sistema, garantizado por una sola
figura mítica, vivimos hoy la era de los pequeños padres
originarios, a menudo patéticos, y de su horda originaria,
que los vigila tan ansiosamente como los protege de la hos-
tilidad del mundo exterior.
La fragmentación que resulta de esto nos previene con-
tra el peligro de un sistema totalitario, en el sentido político-
ideológico de la palabra. El futuro nos dirá si ese peligro es
efectivamente apartado. Sea como fuere, esta discusión nos
hace perder de vista otra cosa: un sistema totalitariQ ya
instalado, que poco a poco se ramifica por el mundo entero,
impone en todas partes normas y reglas a la relación hom-
bre-mujer, y él mismo está ligado a algunas reglas, excepto
aquellas de éxito económico. Hablamos del poder de los me-

142
dios, dominado por la publicidad, verdadero relevo de la
guardia hollywoodense. Cada niño de diez años entona a
todo pulmón los eslóganes publicitarios, ajusta los pasos de
baile de tal o cual videoclip, y hasta sueña con imágenes pre-
programadas.
La influencia que ejerce la publicidad puede apenas ser
sobrestimada. Basta con echar una mirada sobre los presu-
puestos publicitarios para tener una idea de las apuestas.
Actualmente, la psicología y su práctica ya no son desarro-
lladas por los laboratorios universitarios, sino concebidas y
mejoradas por decenas de oficinas de marketing que, sin
demasiada preocupación por la ética, estudian la división
del sujeto sobre el terreno a fin de mani pularla lo más eficaz-
mente posible. Mientras tanto, la psicología académica se
devana los sesos por saber si las escenas de violencia en las
películas para niños llevan a la violencia en la realidad.
No es necesario emprender una investigación científica
de gran escala para llegar a la constatación de que práctica-
mente cada spot publicitario juega con la relación hombre-
mujer o con la situación padre-hijo. Sobre las preguntas con
las que tropieza la ciencia, la publicidad muestra, canta, y es
quien más llegó a aportar respuestas. Esto nos enfrenta a
un extraño fenómeno, la cosificación: la palabra crea la cosa.
A fuerza de repetir algo, acaba por existir. Por ello, los de-
seos, relaciones, enseñanzas que ostentan los mensajes pu-
blicitarios modelan cada vez más la realidad. La publicidad
crea una modalidad y la muestra, la canta, la actúa, hace su
demostración con tal insistencia y tal monotonía que termi-
na por imponerla.

Un espíritu ilustrado no conformista podría replicar que


no hay peligro, o al menos que éste no es nuevo. Antes eran la
Iglesia o la ideología quienes regían, ahora es la publicidad.
A nivel formal, la diferencia es ínfima: en ambos casos, algo
nos es impuesto del exterior, lo que constituye una situación
fundamentalmente alienante. La indignación moral que

143
espectadores frustrados expresan frente a un seno o una
nalga en un videoclip o en un afiche publicitario demuestra
sobre todo la censura de sus propios deseos y no tiene nada
de actual. Que los automóviles se vendan gracias a la fo-
tografía de una chica, o los refrescos gracias a jóvenes sur-
fistas forma parte de nuestro mundo. El peligro no reside en
la falta de censura o en el hecho de asociar la sexualidad a
cualquier cosa, puesto que no existe nada que no tenga nin-
gún lazo con el erotismo, yeso no es imputable a la publi-
cidad. Por el contrario, es precisamente esta posibilidad de
asociación la que hace que la publicidad funcione. Lo que
está en el origen de esta posibilidad de asociación ilimitada
es una de las propiedades del deseo humano que ya hemos
tratado, a saber, que el deseo humano jamás puede ser sa-
ciado, a tal punto que se desplaza constantemente.
A pesar de todos los alegatos del tipo "La publicidad crea
nuevas necesidades", "La publicidad aliena al hombre de
sus deseos más profundos", el carácter alienante de los de-
seos que hace nacer no es un argumento válido contra la
publicidad. No, la alienación es constitutiva de la esencia. "El
deseo del hombre es el deseo del Otro", escribe Lacan en su
estilo siempre equívoco. Nuestro deseo pasa siempre por el
deseo de un otro, empezando por el de nuestros padres y
consumándose por el de nuestro último objeto de amor. "De-
bes seguir tu propio deseo," es una tarea imposible. Cada
supuesto "propio" deseo refiere a alguien más, favorable o
desfavorablemente. Sólo en los casos de indiferencia no hay
deseo.
El riesgo inherente a los medios y a la publicidad no
reside en la alienación que conllevan, está más bien en rela-
ción con un aspecto del mensaje de ese nuevo gran "Otro".
En el primer ensayo, remarqué que todos los antiguos siste-
mas -religiosos o ideológicos- estaban provistos de una
reglamentación en materia de deseo y de goce. Cualesquiera
que sean las diferencias en los diversos sistemas, todos
tienen un rasgo en común: contienen una limitación. Es tan

144
llamativo que, en su historia de la sexualidad, alguien como
Michel Foucault lo resaltará como una característica funda-
mental. Mediremos el contraste estridente que ofrece la
regla -ideología sería una expresión demasiado fuerte- pro-
mulgada por cada mensaje publicitario, que podríamos re-
sumir por la orden: ¡gocen!

Tal es el nuevo imperativo del superyó: gocen ahora, con


todas las ganas, lo máximo y todo el tiempo que sea posible.
"Aprovechemos todavía un poco más": éste es el leitmotiv
que se extiende hoy por todas partes. Las religiones
prometían el bienestar y la felicidad en un futuro más allá,
las ideologías lo prometían en un cercano futuro posrevolu-
cionario; el mensaje actual corresponde, literalmente, a ese
eslogan para un aperitivo que nos machacó los oídos: "Quie-
ro eso aquí y ahora." .
En el primer momento, el hedonista moderno no verá
ningún mal, al contrario, ¿qué podríamos objetarle al goce,
sino el hecho de que no esté al alcance de todo el mundo, y en
las mismas proporciones?
En lugar de dejarse llevar por una discusión moraliza-
dora sin interés, se trata más bien de desenmascarar al
mensajero detrás del mensaje mediático. La gran diferencia
con la situación precedente de la relación entre la persona-
lidad paranoica y el grupo histérico es que en el caso de la
publicidad mediática la personificación en una figura de
carne y hueso falla. Lo que no elimina, sin embargo, la
posibilidad de identificar el "Gran Hermano" que debemos
suponer en el origen de los mensajes publicitarios: se trata
de un "Gran Hermano" vicioso que manipula al grupo con
premeditación y cálculo. El vicio reside, entre otras cosas,
en el hecho de que la publicidad da la impresión de querer lo
"mejor" para su público blanco, de querer informar alconsu-
midor, instruirlo incluso sobre las maravillas que puede
obtener, sobre las nuevas posibilidades que se aDren para él.
Mientras que un solo y único propósito la anima: su propio

145
beneficio. Esto nos recuerda al padre perverso que da la
impresión de no preocuparse más que por el goce de sus
hijos, mientras que detrás de esa fachada de un desinterés
total calcula cuidadosamente su propio goce ... en perjuicio
del de sus hijos.

En efecto, ahí está la paradoja: gozamos menos que


nunca.

Ya en la calle a mediados de octubre, los Papá N oelllegan


apenas a suscitar entusiasmo, y durante el período de
compras -por lo tanto de goce- por excelencia, el período
de Navidad y de Año Nuevo, en los supermercados abundan
apagadas figuras que empujan sordamente sus carritos,
mientras que una voz suave y melodiosa, entre un torrente
de notas agudas, intenta convencerlas de comprar todavía
más. El aburrimiento cede apenas al nuevo modelo de
masajeador eléctrico o al intercambio practicado en el atl;lr-
dimiento de las fiestas de fin de año. Mientras, estamos
enfrentados con la regularidad de un reloj a una agresivi-
dad siempre creciente, yeso quiere decir: angustia. El men-
saje no cierra y pide un análisis más profundo.
El imperativo proclamado a viva voz por el padre perver-
so está en las antípodas del de los clanes o del padre edípico
de antaño. El imperativo de este último era: no aquí ni ahora,
sino más tarde y en otra parte, por lo que la dimensión del
deseo se instauraba. Sobre este terreno se hace sentir el
primer efecto de la nueva moral superyoica: el "aquí y aho-
ra" aplasta el deseo por un exceso de objetos. Crea la ilusión
de una especie de materialismo voluntario: cada deseo puede
ser saciado por un objeto que se vende, basta con tomar una
decisió:ry aplicarla. Es el nuevo mi to alienante que se propa-
ga bajo todas las latitudes y que se sustituye al mito, no
menos alienante, que lo precedió. El último era la versión
hollywoodense de la pareja feliz para toda la vida. Por mi

146
parte, llamaré al que reina en la actualidad "la ideología
junkie": compren esto que está bueno, goce garantizado. Es
cada vez más claro para nosotros que está lejos de ser éste el
caso. Dicha ideología lleva, en primer lugar, al aburrimiento
y a la búsqueda de nuevos límites.
Esta búsqueda de un nuevo interdicto demuestra la
necesidad de una restricción en materia de goce. El interdic-
toIimperativo original abría la posibilidad de gozar, aunque
de manera limitada. Eliminar esta restricción, fuente de
frustraciones y de quejas, tenía como objetivo volver ac-
cesible, preferentemente a la mayor cantidad posible de
personas, un goce ilimitado. La sorpresa es grande cuando
vemos que no es así. Lacan resume el efecto inesperado de
este imperativo de goce con la expresión "plus de goce", que
asocia un gozar sin cesar acrecentado (más, aún más) y una
pérdida de goce (no más). El colmo es que no es excepcional
que el homo ludens, en la vía de este goce sin límite, encuen-
tre un afecto todavía más inesperado: la angustia.
Goce y angustia son las dos caras de la misma moneda.
Podemos, por otra parte, plantearnos la cuestión de saber si
la diferencia entre los dos no depende de la manera según la
cual el sujeto interpreta lo que siente. Si la interpretación va
en el sentido de la angustia, el efecto es previsible: fight or
flight, agresión o huida.

Mientras tanto, no hablamos más de aperitivo, sino de la


figura más allá del objeto. En razón de los antecedentes, el
goce, la angustia, así como la agresividad, serán proyectados
sobre la mujer, a la que convendrá dominar, o de la que con-
vendrá huir. La mujer indica aquí otra cosa, un innombrable,
un real más allá de toda forma de goce parcial. Cuando, al
terminar una de esas innumerables peleas conyugales con
Hera, Zeus pregunta a Tiresias quién goza más, este último
responde que la mujer goza diez veces más que el hombre. Es
frente a este goce femenino que el hombre emprende la huida.

147
EL SEXO ANSIOSO DE LOS HÉROES

Tanto la antropología histórica como las grandes histo-


ri as ponen en primer plano un dato muy preciso: la mujer es
, considerada como un peligro que el hombre de be dominar.
El patriarcado monoteísta es la resultante de esta tentativa
de dominio incesante. El éxito de esta tentativa dio origen a
una oposición cada vez más marcada entre el hombre y la
mujer en cuanto a la identidad sexual. La forma específica
(fuerte/débil, etcétera) de esta oposición hizo que cierta cons-
tante en la historia fuera progresivamente arrebatada a la
vista: la angustia con respecto a la mujer. El fracaso actual
del complejo monoteísta patriarcal tiene un doble efecto. En
primer lugar, la angustia, hasta el presente disimulada rea-
parece a más no poder y con cierto número de efectos carac-
terísticos (huida/agresividad). Un segundo efecto positivo, y
que se afirmará cada vez más claramente, es que la repar-
tición clásica hombre/mujer será poco a poco abandonada y'
dará lugar a una identidad sexual mucho más diversificada.
Primero viene la angustia. La pregunta es: ¿por qué?
Parece que la angustia con respecto a la mujer es una de las
características del hombre en el seno de un sistema patriar-
cal, en el que esta angustia está por definición presente y no
varía más que en términos de intensidad. Veremos más
adelante que se remonta a una angustia todavía más anti-
gua que concierne por otra parte a los dos sexos, y cuya
versión masculina no es sino una forma sexualizada propia
del hombre.
La angustia es un afecto de base. Esto significa que no
puede disimular otros afectos y que, inversamente, cual-
quier otro afecto puede provenir de ella. La agresividad y el
odio son los más conocidos, pero la admiración y la vene-
ración proceden también de la angustia. La posición que el
hombre presta a la mujer oscila sin cesar entre estos dos
opuestos, odio y amor, pero en un caso como en el otro la
mujer inspira siempre temor.

148
Una de las manifestaciones de la agresividad más crue-
les y más extrañas en contra de la mujer es la mutilación
genital institucionalizada. En su versión "más liviana", la
parte superior del clítoris es cortada. En los casos de clitori-
dectomía verdadera, se realiza la ablación de la totalidad
del clítoris y de una parte de los labios de la vulva. La infibu-
lación es su versión más intrusiva: en ese caso, la casi tota-
lidad del órgano genital es cortada, y lo que queda de los
labios superiores es además suturado por una costura.
Históricamente, estas prácticas están asociadas a la cultu-
ra musulmana, pero son en realidad mucho más antiguas y
mucho más divulgadas. Y sería erróneo creerla limitada a
las culturas "primitivas". La clitoridectomía fue también
practicada en Europa Occidental yen los Estados Unidos en
la segunda mitad del siglo XX, en un contexto médico.
Es dificil encontrar cifras exactas en cuanto a la frecuen-
cia de este fenómeno. El pasaje del contexto religioso a un
contexto seudocientífico amplifica la extrañeza de esta mu-
tilación y hace nacer la sospecha de que parte de un motivo
común. Ahora bien, hay motivo común: esta mutilación está
dirigida contra el goce de la mujer, o mejor, contra el goce
que, aunque temiéndole, el hombre da a la mujer. Ya pre-
sente en el contexto religioso, ese motivo se perfila clara-
mente en las aplicaciones médicas cuyo objetivo era opo-
nerse a supuestas desviaciones sexuales como la masturba-
ción, la histeria y la ninfomanía. En la primera parte del siglo
XX, la violencia ejercida contra los cimientos corporales del
goce femenino fue reemplazada por un tabú científico. En
nombre de la ciencia freudiana (!), sólo el orgasmo vaginal
fue tolerado. Y el orgasmo clitoriano -siendo malo, no fe-
menino, inmaduro- fue prohibido. En la realidad, eso equi-
valía a prohibir a la mujer gozar activamente.
Semejantes intervenciones no sólo dan la medida de la
angustia del hombre, sino que también abren perspectivas
de esclarecimiento. ¿Qué debe refrenar, contener, reprimir,
dominar y -cuando eso se revela imposible- de qué debe

149
huir? La respuesta se encuentra en su interpretación del
goce femenino. El hombre supone en la mujer una volup-
tuosidad que lo reduce a un puro objeto, un instrumento
inerte que se deja consumir, vaciar. Ese fantasma incons-
ciente se alimenta de un fenómeno que la mujer actual
conoce muy bien: cuando expresa su deseo sexual demasia-
do explícitamente, el Romeo moderno emprende la huida
-tiene jaqueca, está cansado, etcétera-o Paralelamente, ya
fueron registradas las primeras confesiones de hombres que
simulan el orgasmo. Castigada durante años por la censu-
ra, una película japonesa, El imperio de los sentidos, nos
muestra esta angustia en toda su crudeza: una joven mujer
consume a un hombre hasta la médula, hasta el punto que
es reducido a una masa de carne jadeante. La película es
insoportable porque las imágenes intentan mostrar el nec
plus ultra del fantasma masculino y de su corolario: la an-
gustia respecto del goce que el hombre supone en la mujer.
Lo que el hombre teme es la transgresión, el pasar un
límite más allá del cual él deja de existir. La mujer, única-
mente por su ser-mujer, lo invita a ese límite, despierta en
él la necesidad de cruzar esa frontera. Cada mujer abre el
abismo en que el hombre teme caer y desea al mismo tiem-
'po. Camille Paglia formuló esa relación de manera particu-
larmente lúcida en un libro, Sexual Personae que, en 1990,
tuvo el efecto de una bomba en la N orteamérica feminista y
políticamente correcta. Para ella, la mujer-naturaleza y el
hombre-cultura están perpetuamente en conflicto. Un ex-
tracto de su introducción dice: "Para el hombre, el coito
significa el regreso a la madre y su ca pitulación fren te a ella.
En la cama, el hombre libera un combate por su identidad.
La sexualidad consume al hombre para luego liberarlo del
dominio de esta fuerza dentada, de este dragón hembra de
la naturaleza que lo llevó en su seno" . Aunque lo pierde cada
vez, el sexo es un combate que el hombre emprende sin
cesar, empujado por una fuerza interior de la que ignora
todo al punto de transponerla fuera de él, atribuyéndola a la

150
mujer, lugar del combate o de la huida. Y a expensas de la
mujer.
Es sorprendente ver que la mujer no conoce, o apenas,
esta angustia por la transgresión sexualizada. Es probable-
mente una de las razones por las que el psicoanálisis clásico
estimó que las mujeres sufrían menos el sentimiento de
culpabilidad o tenían un superyó menos severo que sus com-
pañeros masculinos. Que esos sentimientos de culpabilidad
se situaban en otra parte, en sus relaciones con sus hijos, lo
ignorábamos incluso en ese momento.

La transgresión del goce que implica el riesgo de sobre-


pasar cierto límite lleva al objeto masculino hacia el punto
de la angustia última: el punto en que él mismo desaparece.
Se trata ahí de la angustia última, la manera en que aparece
en el gabinete de consulta del psicoterapeuta da prueba de
ello. En resumen, dos formas de angustia se hacen oír:
una forma primaria, es decir no elaborada, no mediada; y
una forma secundaria que hace manejable a la primera,
y que llamamos fobia. La fobia une incorrectamente un obje-
to o una situación secundaria a una angustia original. La
psicoterapia consistirá en adelante en desunirlos, lo que
liberará la situación secundaria de la angustia.
El estudio de esta angustia original es difícil, precisa-
mente porque escapa a la palabra; es la fobia secundaria
quien la traduce en palabras y, por eso, la hace manejable.
Cuando el terapeuta insiste, recibe expresiones como: el
miedo de volverse completamente "loco", el miedo de "desa-
parecer", el miedo de "perder el control", el miedo de "caer en
un abismo". No es excepcional que el paciente asocie es-
pontáneamente cierta cantidad de situaciones concretas: el
miedo de ser aspirado por el tren que llega a la estación, el
vértigo frente al abismo que ejerce una atracción horrorosa.
La etapa siguiente lleva a la claustrofobia ya la agorafobia,
que, a pesar de su oposición radical, tienen un elemento
común: sentirse preso en un pequeño espacio no difiere del

) 151
:;entimiento de desaparecer en una extensión in con-
mesurable.
La angustia del hombre por la mujer, por el deseo que le
supone, es ·la angustia de desaparecer en el cuerpo femeni-
no. Su angustia es, pues, una puesta en forma sexualizada
de la angustia mucho más antigua, que concierne tanto al
hombre como a la mujer en sus estatutos de niñ·os. Más allá
de la mujer aparece la figura del alma mater, al mismo
tiempo que una lógica primitiva: "Salimos por ahí, el camino
de regreso sigue, por consiguiente, abierto".
La puesta en fonna sexualizada casi no existe en la mujer,
lo que explica la ausencia en ella de esta angustia de la
transgresión, de la que ya hablamos. En cambio, la mujer
está sujeta a esta angustia global original, que se manifies-
ta prácticamente siempre bajo la misma fonna: el miedo de
"caer", de "desaparecer", de "perder el control". En el niño
pequeño y más adelante en el hombre, esta angustia es
traducida, re formulada sexualmente: el sexo dentado, de-
vorador, la vagina dentata de la mitología de los indios
norteamericanos. Ambos presuponen una misma figura: la
madre insaciable que siente el deseo de un goce sin límite y
se sirve para este fin de su propio producto, de su propio
fruto. El goce del Otro es amenazador.

Las reglas colectivas que en otro tiem po determinaban la


relación hombre-mujer desaparecieron. Pero más allá de
las formas que tomaron con el correr del tiempo y en todos
los lugares, existía una regla (más) fundamental que se
encargaba de repartir y delimitar el goce. También ésta fue
minada, lo cual abrió el camino a la satisfacción absoluta.
Todavía más, un goce total fue casi una obligación, el único
límite era el financiero. En pocas palabras: jel mejor de los
mundos'llegó!
Contra todo lo esperable, las reacciones a esta buena
noticia son desconcertantes. En lugar de un plus de goce,
escuchamos hablar de una relativización de la importancia

152
del sexo, y la desaparición por tanto tiempo esperada de las
normas, por definición restriCtivas, conduce a fenómenos
absolutamente nuevos. Por un lado, esta desaparición lleva
a la elaboración de reglas que no valen más que para una
sola pareja -la llamada del consentimiento mutuo- bajo
forma contractual o no. Por extensión, se constituyen peer
groups, de los que cada uno llama a nuevas identidades
sexuales y que, por su diversidad, hacen que la oposición
hombre-mujer clásica comience a disolverse. Por otra parte,
y al contrario, encontramos la reacción conservadora, au-
mentada de angustia y de agresividad, que toma a la mujer
como causa o como blanco privilegiado. No obstante, la causa
es oída. La reacción principal del occidental clásico es, en
primer lugar, la desbandada.
En sí, esto no traería ningún problema, salvo por un de-
talle: a pesar de esta angustia existencial, cada hombre es
irresistiblemente empujado hacia la mujer y su supuesto
goce, así como 'una mariposa de noche hacia la llama que la
quema. Empujar hace alusión apulsión: éste será nuestro
último tema, al mismo tiempo el más difícil.

153
3. LA PULSIÓN

Luego me sent{ consumida por el éxtasis de la uni-


ficación, como antes, y me hund{a en profundidades
insondables, faltando para siempre las palabras para
esta experiencia.
HADEWIJCH, Visions.

¡El horror, el horror!


JOSEPH CONRAD, El corazón de las tinieblas.
Apocalipsis Now.

UN IMPULSO IRRESISTIBLE

Mario H., 27 años, vive desde hace tres años una relación
amorosa con Sylvie D. Un día descubre que comparte con
otro los favores de su pareja, con uno de sus mejores amigos:
La relación se echa a perder: llantos, amenazas, peleas,
promesas, reconciliación. Mario le cree y duda, espera y da
vueltas al asunto, se extasía y se deprime. Al acecho de
indicios, sin cesar nuevos argumentos alimentan su descon-
fianza: el teléfono que no atiende, reuniones de improviso,
cabellos extraños en la ducha, un nuevo perfume. Mario se
pone a vigilar la casa de Sylvie; a la noche, al volante de su
auto, espía el vecindario, controla los automóviles estacio-
nados, mira si hay luz. Pero la certeza que busca es dudosa.
Los elementos que deberían tranquilizarlo no son tomados
en cuenta. La única certeza que lo convence es la que refuer-
za sus sospechas angustiantes. Éstas son además confirma-
das a la noche cuando ve a su mejor amigo entrar en el
edificio. Lo sigue, entra en el departamento con la llave que
le recuerda los mejores tiempos, sorprende a la pareja en
flagrante delito, y los mata a ambos. Cuando, algunas horas
más tarde, la policía encuentra a Mariojunto a los dos cadá-
veres, él no deja de repetir cuánto ama a Sylvie. En el proce-

155
so, su abogado alegará "el impulso irresistible": Mario fue
obligado por una fuerza a la que no pudo oponerse.
Este impulso o esta coacción irresistible es una noción
extraña. Implica que algo sucede en el interior de nosotros
mismos, a lo que no podemos resistir y que supera tanto la
razón como la voluntad. Un "ataque de locura", un "momen-
to de aberración", algo en mí que actúa contra mí. El ejemplo
dramático del homicidio pasional sólo muestra la extremi-
dad de un mecanismo que opera siempre que la pulsión se
manifiesta. Ese mecanismo es de una simplicidad angus-
tiante: .ahí donde acecha la pulsión, el aparato de(control, el
yo inconsciente, tomará posesión. La psicología moderna
habla de "la angustia de perder el control". La palabra pul-
sión significa que estamos empujados por algo, algo prove-
niente de otra parte, incontrolable e intemporal. El campo
de la pulsión se sitúa del otro lado del consciente y se com-
pone de una extraña pero necesaria mezcla de agresividad y
de Eros.
Esta imbricación con la agresividad hace de la pulsión un
asunto eminentemente masculino. Señalaremos al respec-
to que los autores de actos delictivos de carácter sexual son
casi siempre hombres, cuyas víctimas son las mujeres y los
niños. Freud designaba la libido como masculina, porque
esta energía sexual supuesta se manifiesta siempre de ma-
nera activo-dominadora. En su óptica victoriana, sólo podía
ser masculina. Si nos abstraemos de una ingenua plegaria
emancipatoria-feminista por la igualdad, esta idea se ve
corroborada por las estadísticas criminales. En materia de
delitos sexuales y pasionales, muy raramente la mujer
aparece en el banco de los acusados. Y cuando esto sucede, el
delito es de un orden completamente diferente: es reflexio-
nado, cronometrado, planificado y ejecutado. Dicho de otro
módo: el carácter impulsivo está ausente.
La misma interpretación nos indica la dirección que toma
la pulsión: más del hombre hacia la mujer que lo contrario.
Lo que no significa en absoluto que la mujer sea exclusiva-

156
mente el blanco de los otros y no, o muy poco, de los suyos
propios. Deberemos tener en cuenta esto más adelante, cuan-
do cuestionemos el fin de la pulsión.\ La pulsión refiere en
efecto a un empuje, implica pues un fin, pero un fin un poco
paradójico, en la medida en que el sujeto no está necesaria-
mente encantado con él. Queda por saber quién o qué se
esconde detrás de ese fin.
Las estadísticas criminales demuestran que el autor de
ese tipo de delitos casi siempre es un familiar de la víctima.
El violador de niños, oscuro e imperceptible, buscando a su
víctima en la oscuridad, es una realidad mucho menos fre-
cuente que la violencia sexual que hace estragos en el inte-
rior de la familia o, más ampliamente, en el círculo de los
familiares. Del hombre que exige sexo a su mujer al hombre
que viola a su compañera, no haya menudo más que un
paso. Es el problema de la diVisión y de la grieta -que de
hecho es acentuada- que culmina cuando, en un "ataque de
locura", el tierno esposo pega a su mujer, la insulta, la ata, la
viola de manera sádico-anal, luego se atormenta bajo el
efecto de un sentimiento de culpabilidad, para terminar por
implorar perdón y consuelo de parte de Sll víctima ...
,Trieb, pulsión, impulso: algo empuja, lleva al sujeto hacia
un punto que no quiere alcanzar, un punto en el que pierde
todo control. La asociación con el crimen nos hace perder de
vista que toda manifestación pulsional está cargada de vio-
lencia. Una pulsión no violenta es una contradicción en los
términos. "Hagan el amor, no la guerra" es una combinación
imposible. El fin que persigue la pulsión es en gran parte
desconocido por el sujeto y, en general, lo pace:> que puede
saber ya basta para que no quiera saber más. "No quiero
saber nada de eso." Peor para éL ..

Al principio, todo parece de una simplicidad elemental.


¿El origen? Es Fraud quien establece las bases de la psi~
cología moderna. El objetivo innato del ser humano es evi-
dente: ¡es la búsqueda del placer y del bienestar! Todo hom-

157
bre evita al máximo el displacer y el malestar, cualquiera
sea su forma. Nada que criticarle, esto cae por su peso. ¿No?
La definición que Freud da de ese placer o de ese bienes-
tar ~l mantenimiento de la tensión en el nivel más bajo
posible-- es siempre actual. Traducida en términos más con-
temporáneos, quiere decir: nada de estrés negativo, o en-
tonces lo menos posible. Por consiguiente, ~l displacer equi-
vale a su contrario, a una tensión que se acrecienta porque
no logra desaparecer y que, por ello, genera sufrimiento y
síntomas neuróticos. El dominio en que esta tensión se hace
sentir con mayor acuidad es el de la sexualidad. ¡Pero esta-
mos entonces, desgraciadamente, en el tiempo de la moral
burguesa, estrecha, religiosa-conservadora, en que la inter-
dicción es reina! Los niños aprenden a costa de sí mismos lo
que está permitido, lo que no lo está, y, para colmo, adoptan
tan bien los interdictos que los retoman por su cuenta y se
refrenan ellos mismos. También el tratamiento consiste en
librarlos de los interdictos externos que son la fuente de esta
división interna, lo que debería volver a ponerlos en condi-
ciones de gozar con toda libertad. La psicología nació como
movimiento de liberación. Ironía de la historia, un cuarto de
siglo más tarde, una psicología estadounidense formulará
los mismos principios contra Freud combinándolos con una
terapia conductista pragmática y directa. La asociación de
sentimientos de placer con ciertos comporta:t;nientos refuer-
za esos mismos comportamientos, mientras que los sen-
timientos de displacer los hacen desaparecer. Sea como
fuere, ambas teorías tienen en común que presuponen un
hombre completo que funciona según un principio de placer
unilateral.
¡Si sólo fuera tan simple! Prácticas perfectamente opera-
cionales:y previsibles, la educación, la psicoterapia y la cri-
minología pondrían el bienestar al alcance de todos y el
mundo sería como el paraíso. Lo más importante desde lue-
go se basa en la hipótesis de que tal bienestar es el objetivo

158
que cada uno persigue, que el bienestar, así simplemente,
sería el objetivo de la vida.

Conversación entre dos varones de nueve años en el asiento


trasero del auto, después del entrenamiento de básquet:
-¡Alu está enamorado de Sophie!
-¿Cómo sabés?
-¿Todavla no te diste cuenta? Nunca quiere sentarse alIado
de ella en el auto; en el entrenamiento, huye en cuanto ella se
acerca a él. Yen el club, en la {resta de Año Nuevo, ni siquiera
quiso darle un beso.

Freud debió de darse cuenta bastante rápido de que la


oposición entre el individuo que desea, por un lado, y el inter-
dicto social, por lo tanto externo, por el otro lado, no bastaba
para explicar la omnipresencia de las dificultades sexuales.
"El pudor, la moral, el disgusto no explican nada", escribió
en 1896 a su amigo Fliess, "debe encontrarse en la sexuali-
dad una fuente independiente de displacer".l El placer con-
tiene una fuente de displacer que nos divide en lo más pro-
fundo de nuestro ser. Eso explica que emprendamos la hui-
da frente a algo que actúa en el corazón de nosotros mismos,
algo que nos conduce por un camino que no queremos tomar.

Un fiesta de feria anual es un acontecimiento. Niños y


adultos hacen cola para obtener un lugar sobre esas mon-
tañas rusas de colores brillantes, que los harán temblar
de miedo. Los propietarios de estas máquinas recurren a los

1. S. Freud, Los orígenes del psicoanálisis ("Cartas a Fliess",


"Manuscrito K"). Esta idea de una fuente independiente de displacer en
la sexualidad va absolutamente en contra de su propia teoría, elaborada
por ejemplo en "La moral sexual 'cultural' y la nerviosidad moderna"
(1908). Freud se dedicó durante veinte años a desarrollar ese nudo. Y
cuando lo logró, nadie lo tomó en serio. Veremos que se trata de su última
teoría sobre la pulsi6n, que adelanta un antagonismo interno entre la
pulsi6n de vida y la pulsión de muerte, es decir entre dos tipos de goce
radicalmente diferentes.

159
,
mismos procedimientos que los dentistas ambulantes de
antes: música, o al menos lo que quiere hacerse pasar por
tal, ensordecedora al punto de ahogar los gritos y los aulli-
dos. En el ángulo de la plaza y de la calle principal, el cine
local promociona la última película de terror. Las ejecu-
ciones y los suplicios públicos de otro tiempo atraían, tam-
bién, a mucha gente. Y, según Amnesty Intemational, a
pesar de todas las teorías conductistas, la pena de muerte
no tiene ningún efecto disuasivo.
El goce que procuran esas atracciones es extraño y la
distancia que separa este goce del sufrimiento y de la tortu-
ra es ínfimo. Aumentado por el hecho de que el paseo infer-
nal está limitado en el tiempo, el cliente conserva el control
puesto que al pagar su lugar elige libremente este tipo de
atracción. Estos dos factores hacen que la distancia nece-
saria con ese horror sea mantenida. Imaginemos que el
propietario prolongue indefinidamente el paseo: la situación
. se volvería una pesadilla y nos conduciría por el camino de
Sade, por el de la perversión. Incluso hasta en los casos de
perversión, fueron pactados acuerdos muy precisos bajo for-
ma de contratos, podemos (debemos) llegar hasta ahí. Has-
ta ahí, pero no más lejos.
Y más lejos, ¿qué hay?

JEKYLL Y HYDE

En 1886, un escritor escocés todavía más o menos anóni-


mo se despierta por una pesadilla aullando de miedo. En los
seis días siguientes, Robert Louis Stevenson la transcribe y
la redacta. El libro será un éxito, en seis meses se vendieron
40.000 ejemplares. En inglés y en muchas otras lenguas, el
título' alcanza una dimensión legendaria, al punto que a
partir de entonces cada uno de nosotros abriga en su inte-
rior un amable Jekyll y un abominable Hyde. Hasta hoy, con
Hulk como última variante, los remanentes comerciales de

160
ese tema contin úan inf~stando la pequeña pantalla. ("¿CU:1J
es la diferencia entre tú y Hulk?" "Para Hulk todavía hay
esperanza, él, al menos, todavía puede cambiar.") El libro
dejó, pues, una huella duradera.
Si bien la historia se inscribe en determinada tradición,
introduce un nuevo elemento. Hasta aquí, ese tipo de histo-
rias había repartido siempre la división entre dos figuras; la
variación más conocida de este tema clásico es el cuento La
Bella y la Bestia. El monstruo macho horroroso, amena-
zante, peligroso, imprevisible, es metamorfoseado en su
opuesto por la linda virgen inmaculada. Por un beso de la
princesa, la rana, peor, el sapo -símbolo de lo abyecto- es
-t'Mnsformado en príncipe azul: el caballero que debe matar
al dragón para obtener la mano de la dama. Señalemos al
pasar que esas historias soslayan el carácter eventualmente
reversible de este acto: que la misma virgen vea a su prínci-
pe azul retomar su forma horrorosa.
En la versión de Stevenson, la división se sitúa en el in-
terior de una sola y misma figura. En mi ejemplar, un uni-
versitario británico de 1955 anotó en la introducción: "Tien-
do a pensar que al escribir este libro, Stevenson se encontró
a sí mismo por primera vez". La forma en que continúa el
párrafo deja entender claramente que el autor de esta intro-
ducción sugiere que Stevenson encontró su propio estilo:
"Este verdadero maestro de las palabras desarrolló un esti-
lo inglés que sólo le pertenece a él, algo que reconocemos
enseguida, una escritura de una gran sutileza". Y está efec-
tivamente fuera de duda que Stevenson encontró algo. Que-
da por determinar si ese algo se relaciona únicamente con
su estilo de escritor. La historia puede ser comparada con El
corazón de las tinieblas de Conrad (1902), donde Marlowe
no está sólo a la búsqueda de Kurtz, sino, primero y ante
todo, de la parte desconocida de sí mismo.
Medio siglo más tarde, cuando tenían lugar las últimas
convulsiones de la Segunda Guerra Mundial, el psicólogo Stan-
ley Milgram concibió cierto número de experiencias a fin de

161
examinar la resistencia que el hombre está en condiciones
de oponer a una presión externa. U no de los participantes de
estas experiencias estuvo encargado de administrar descar-
gas eléctricas cada vez más potentes a su colega en cuanto
éste cometía una fal tao El resultado fue espantoso ... En cada
uno de nosotros duerme un verdugo potencial. Y ni siquiera
hay que esperar demasiado para. que se manifieste.

Sin embargo, la cuestión es saber si eso todavía tiene


alguna relación con nuestro asunto. Alcanzamos un más
allá, unjenseits o un beyond que supera la normalidad-es
decir, el campo fálico y genital de la sexualidad- ya partir
del cual otro campo comienza. Aquí, ya no nos encontramos
en el plano de esta división que nos es familiar. Sí, cada uno
de nosotros está dividido entre diferentes deseos, es decir
entre diferentes lealtades hacia diferentes figuras. Sí, el
hombre y la mujer están divididos recíprocamente, pero sin
embargo aquí se trata de otra cosa.
Estas formas conocidas y familiares de división esconden
otra, que se sitúa en un más allá de la palabra, un más allá
de lo que puede ser captado por las palabras. Después de
todo, el universitario inglés quizá tenía razón al calificar a
Stevenson como "maestro de las palabras", dado que la ta-
rea del escritor consiste efectivamente en erigir lo informu-
lable en palabras.
Lo indecible, situado en ese más allá, es a menudo con-
siderado como una herencia biológica, nuestro lado "coco-
drilo" oculto en la parte reptil de nuestro cerebro. Es esa
parte del cerebro la que generaría los comportamientos que
no queremos admitir como propiamente humanos. Para esta
psicología llamada evolucionista, nuestro cerebro tendría
tres partes que corresponden a tres niveles evolutivos: el del
reptil, el del mamífero y, finalmente, en el neocórtex, el del
ser humano. Evolutivamente hablando, las partes más an-
tiguas harían siempre valer sus bajos instintos. En esta

162
óptica mitad hombre, mitad animal, el horno sapiens es un
producto inacabado de la evolución cuyas imperfecciones
serán un día, en un futuro lejano, borradas y reemplazadas
por caracteres mejores. Por ahora, se trata de despabilarse.
Tal explicación da muestras sobre todo de una ignorancia
sin comparación en materia de biología y de etología. Los
comportamientos supuestamente inhumanos, a menudo
calificados como bestiales, no se observanjustamente en los
animales que viven en plena naturaleza, y es precisamente
por eso que son típicamente humanos.~educir la pulsión a
un dato evolutivo-~ico, a un producto inacabado, sería
verdaderamente demasiado fácil.
Si la pulsión no es eso, ¿entonces qué es? Digamos que es
antitética:11a pulsión es una fuente de goce que el sujeto no
desea. El deseo se relaciona con el goce como la bella se
relaciona con la bestia: son diametralmente opuestos. Me-
jor: el deseo es lo familiar; el goce, lo extraño.

DESEO (PULSIÓN): LA HISTORIA QUE NO TERMINA

Para el hombre que desea, no hay nada peor que la rea-


lización inmediata de su deseo. Por otra parte, la palabra
evoca ya en sí la idea de demora. Como lo formulaba Cor-
neille: "Cuanto más crece el deseo, más se difiere el efecto".
Desear viene a ser entonces cultivar la falta y gozarlo, lo
absolutamente opuesto a la satisfacción inmediata de las
necesidades que caracteriza al animal. Esto evoca la histo-
ria del prisionero del campo de concentración que sostiene
su humanidad haciendo una pausa antes de empezar su
miserable ración. Esta misma lógica regula, sin duda bajo
una forma menos dramática, los artículos llamados de lujo.
Cuanto más caro es, más dinero perdemos pero más lo goza-
mos. La fritanga barata nos llena de calorías, la haute cui-
sine nos deja refinadamente hambrientos. La idea de falta
es relativa, puesto que el cliente cotidiano de Taillevent, de

163
Grand Véfour o de Le Duc ... haría cualquier cosa por cam-
biar su almuerzo de negocios por un cono de papas fritas.
Mientras que un reloj pulsera de supermercado da la hora,
la fecha y acumula funciones de cronómetro sofisticado con
"bips" regulables, el costoso reloj Esprit no da más que la
hora, que, para colmo, apenas es legible. La pornografía
barata divulga todo, el erotismo sugiere, traslada, niega. El
enamorado que espera todo un día al\tes de abrir la carta de
su amante honra el mismo principio, sin saberlo. En re-
sumen: el deseo es deseo en segundo grado, posponiendo,
trasladando para más tarde.
Contrariamente a la pulsión, el deseo no quiere ser satis-
fecho, si esta satisfacción tiene como efecto apagarlo. Si el
deseo tiene un objetivo, éste es precisamente el de conservar
ese fin intacto. El deseo sólo apunta a una cosa: su propia
duración. El objetivo del deseo es prolongarse; así pues,
deseo de deseo. El goce que conlleva el hecho de desear es de
otro orden que el que comprende la satisfacción del deseo.
Se trata de dos formas distintas de goce. Y no es raro que
esta última forma sea vivida como decepcionante, mostran-
do así que la primera forma tiene más valor. El pequeño
niño cuyo deseo recorre el torrente de hojas publicitarias
durante las primeras semanas de diciembre, buscando "el"
juguete, dudando, eligiendo, modificando, reviendo, nego-
ciando su opción, no difiere fundamentalmente del adoles-
cente que, también, recorre sus revistas rosas, soñando,
buscando, dudando. Tanto para uno como para otro, elobje-
to buscado no puede responder a la espera. En el pasaje del
deseo a su realización, se pierde algo que no podemos articu-
lar en términos de deseo y que no puede realizarse.
El carácter indispensable del deseo y su aspecto tempo-
ral son claramente revelados por la psicopatología que está
más estrechamente ligada a él: la depresión. La queja de
base puede en efecto ser reducida a las dos variantes de una
única y corta 'declaración del depresivo: "No deseo más", o
"Nadie me desea". El sujeto se siente vacío, insignificante,

164
nulo. Para él, en lo propio como en lo figurado, la vida se
volvió inmóvil. Para el paciente depresivo, la dimensión del
tiempo ha sido desconectada, puesto que éste normalmente
se mide en función del deseo. Faltan X días para las vaca-
ciones. "El próximo viernes, veo ..." Sin este tipo de plazos,
ya nada se mueve, todo se vuelve catatónico.
Esas expresiones, "No deseo más" y "Nadie me desea",
nos llevan a la dimensión capital del deseo, a saber, el otro.
Cuando incluso el objetivo del deseo consiste en su mante-
nimiento, este objetivo debErilecesariamente pasar por el
otro. A veces emitida como un eslogan, la idea de un deseo
propio, independiente del otro, es un absurdo. Un estudian-
te de dieciséis años cuyos resultados escolares alcanzan el
nivel de alerta es convocado para una entrevista con la
psicóloga de su establecimiento. El chico atribuye el descen-
so de sus resultados al divorcio de sus padres, y explica que,
frecuentemente tironeado entre diversas órdenes la mayo-
ría de las veces contradictorias, simplemente sólo tiene ga-
nas de mandar todo al diablo. Argumentación a la que el
terapeuta benévolo responde con calma que no debe estu-
diar por sus padres, sino más bien por sí mismo. Al día
siguiente, el chico decide dejar sus estudios: estudiar por
sus padres, de acuerdo, pero por sí mismo, no vale la pena.
Todo deseo atribuye siempre un rol al otro, por o contra,
pero nunca sin él. Cualquiera sea el objeto o el designio, el
deseo está siempre atravesado por esta misma pregunta
implícita: "¿Qué valgo yo, en tanto sujeto, por su deseo-el
deseo del otro sobre el que está dirigido el mío-?". Sobre esta
pregunta se apoya un fantasma característico que cada uno,
en un momento u otro de la vida, imaginó y que luego de los
comentarios que hizo Lacan al respecto llamaré el fantasma
del "¿Me quiere perder?". Este sueño diurno representa
primero la muerte propia -enfermedad repentina, accidente,
suicidio-, pero sobre todo las reacciones de los otros, de ese
otro al que el fantasma está dirigido, sus sentimientos de
cul pabilidad y su temor de no haber, de ya no haber: .. de no

165
t
haber sabido ... El soñador se ve en el ataúd, asiste a sus
funerales y escucha a los otros-ese otro- deplorar su muerte.
El deseo del hombre es el deseo del otro. Esta fórmula que
ya tuvimos la oportunidad de citar antes es de las más
equívocas. La primera significación -la que va hacia el otro-
es la más conocida. Ahí, el deseo se amplifica con la inac-
cesibilidad del otro. Con una réplica de Alfred de Musset:
"Una mujer es como su sombra; corran detrás de ella, ella
huye de ustedes; húyanle, ella corre detrás de ustedes". o,
dando vuelta las palabras de Corneille: "Cuanto más se
difiere el efecto, más se crece el deseo". Imaginemos a los
padres de Romeo y Julieta alquilando un departamento
para los dos tortolitos, ordenándoles no preocuparse por las
enemistades familiares sino sólo preocuparse por su propio
deseo ... Ahí, ¡estaríamos en plena tragedia! La atracción
que ejerce lo inaccesible dice mucho sobre la actitud ambi-
gua que tenemos hacia la satisfacción que buscamos, sin
embargo, con ardor.
La segunda significación que toma "el otro" en genitivo es
menos evidente. No deseo sólo al otro, deseo también el
deseo del otro, busco su deseo hacia mí así como su reco-
. nocimiento. En el interior de una dialéctica dual, este re-
conocimiento no será nunca suficiente. Puesto que una rela-
ción dual, en espejo, no sufre falta, de manera que este reco-
nocimiento deberá continuamente ser confirmado y ratifi-
cado. Pensemos en esos hombres que en cada comida dicen
constantemente que sería excelente repetir; o en esas mu-
jeres que, después de cadajugueteo declaran indefectible-
mente a su marido que sintieron tanto placer como él.
Señalemos a fin de cuentas que ese tipo de dialéctica no se
reduce a la pareja. Cada relación interhumana conlleva ese
riesgo. Lo mismo vale para el reconocimiento, que bebe en la
misma fuente y se manifiesta en la avidez de hacer carrera
y de "llegar". El último avance decepciona, pues la próxima
semana habrá siempre un 'lbdavía Otro Mayor a quien pedir,
reivindicar, suplicar reconocimiento y aprobación.

166
La primera significación es para toda edad yvale para los
dos sexos. Teniendo su origen en la relación madre-hijo, se
extiende muy rápidamente en todas las relaciones interhu-
manas imaginables. Las quejas que resultan de ella mues-
tran que la segunda significación -el deseo de ser deseado-
es, en cambio, genérico. Del lado de la mujer, escuchamos:
"No es a mí a quien desea, sino a mi cuerpo. No soy más que
un objeto para él". Del lado del hombre, escuchamos: "No me
desea. Siempre debo dar yo el primer paso hacia la cama". El
malentendido vira a la caricatura cuando sabemos que los
dos desean de hecho lo mismo, saJ,¡f& el detalle de que lo
exteriorizan de manera diametralmente opuesta. Ambos
desean ser deseados por el otro, y ambos interpretan el com-
portamiento del o.tro como un rechazo. A menudo, el malen-
tendido persiste hasta en sus búsquedas de una solución:
pensemos en un hombre que toma la resolución de no iniciar
más los jugueteos amorosos y esperar "de ahora en más que
ella tome la iniciativa", o en una mujer que decide no hacer
más el amor "a fin de verificar si su marido la desea, a ella,
no a su cuerpo". Y no sería una casualidad, si los dos forman
parte de la misma pareja, que probasen sus remedios casi en
el mismo momento ...

Mi deseo pasa necesariamente por el del otro. Por con-


siguiente, el campo del deseo se convierte en el campo de la
identificación por excelencia. Me identifico con lo que supon-
go que es el deseo del otro, a fin de hacerme desear por éV
ella. Los efectos que resultan del espejo no son únicamente
abstracciones psicológicas; llegado el caso, podemos obser-
varlas a simple vista. En Las metamorfosis, Ovidio escribe
que habiendo sido pareja toda la vida, Filemón y Baucis se
parecen. Víctor Rugo señala que "[. .. ] cosa rara, el primer
síntoma del amor verdadero en un hombre joven es la timi-
dez, en unajoven, es la audacia. Esto asombra y, sin embar-
go, nada es más simple. Los dos sexos tienden a acercarse y
toman cualidades uno del otro".

167
Estos dos ejemplos muestran identificaciones positivas,
por lo tanto muy reconocibles. Ahora bien, la versión nega-
ti va -un deseo dirigido contra el deseo del otro- no está menos
presente en la clínica de la vida cotidiana y no tiene otro
objetivo que la versión positiva, a saber, recibir atención y
amor. Pero en esta versión, el sujeto tiene además la ilusión
de tener un deseo propio claramente diferente y que va
incluso en contra del deseo del otro.
Una pareja viene a consultarme. Él es juez; ella, médica.
El problema es su hijo de 18 años: estudiante sin duda bri-
llante, pero testarudo como una mula, que no quiere ceder
sobre su proyecto de entrar al Conservatorio para estudiar
piano, contra el parecer de sus padres que prefieren que
curse estudios más "serios". Pianista, no es un oficio. Como
máximo un pasatiempo con el que se puede, llegado el caso,
hacer alarde en las reuniones familiares. Después de tres
entrevistas, surge que el padre también soñaba en su ado-
lescencia con una carrera artística, pero que fue desviado de
ese camino por su propio padre. Ahora, está feliz de ser juez
y no se arrepiente de nada. ¿De verdad?
¿De qué se trata, aquí, finalmente? ¿Qué deseo está en
juego? ¿Se trata de un deseo contra alguien? ¿O es más
bien ... un deseo por alguien? El conflicto entre el padre y el
hijo' aparece bajo un ángulo distinto.
La psicología popular registra y consigna este punto a
través de los medios que le son propios: el refrán y el prover-
bio. Pienso en la expresión: "intercambiar ideas". Muchas
parejas intercambian ideas de la manera siguiente. Du-
rante una discusión el señor defiende la tesis Xy la señora la
tesis Y. Convencidos de tener razón, ambos despliegan sus
argumentos y defienden su opinión. Algunos días después,
el hdmbre aterriza en un grupo que debate sobre lo mismo.
Con igual entusiasmo, el hombre entra en el debate, argu-
menta, razona, etcétera. Al volver a su casa, repasa la dis-
cusión a fin de hacerle el relato a su mujer y, estupefacto, se

168
da cuenta de que acaba de defender, durante toda la tarde,
exactamente la tesis ... de su mujer.
Lejos de ser excepcional, este fenómeno de intercambio
de ideas resulta del hecho de que el deseo funciona de los dos
lados. Puede, por consiguiente, provocar una identificación
en los dos sentidos: me identifico con su deseo (por lo tanto,
dejo caer un deseo, es decir una identificación precedente);
se identifica con mi deseo (y por lo tanto ... , etcétera).
Es regla que cada uno de nosotros esté dividido por dife-
rentes deseos, que se remontan a diferentes figuras impor-
tantes. El proceso comienza muy temprano, con lo que nues-
tros padres quieren de nosotros. Hay que darse cuenta de
que sus deseos sobre nosotros no son necesariamente uni-
formes. La pregunta desgarrante"¿A quién preferís, a papá
o a mamá?" deja huellas para toda la vida. La ausencia
literal de esta pregunta no impedirá por otra parte la di-
visión, que, en el transcurso del desarrollo, se acrecienta con
la cantidad de Otros.
Toda una psicología se funda sobre esta estructura del
deseo que se agota en diferenciar un verdadero de un falso
yo, la parte auténtica y no auténtica de la personalidad, el
deseo esencial y la corteza que lo obstruye, etcétera. Tam-
bién, el objetivo de la psicoterapia liberadora que lo escolta
será separar al sujeto del deseo del otro enseñándole a decir
que no, a elegir él mismo, a defender su propio deseo. En
realidad, ello querrá decir a menudo separarse del deseo de
otro precedente para alienarse al deseo de "otro otro" que
toma el relevo. No sostengo con esto que no sería importante
poder decir que no. Lo que quiero decir es que la estructura
de nuestro psiquismo es tal que mi deseo será siempre tribu~
tario del deseo de otro, y que, por consiguiente, es sobre eso
que debe basarse la elección. ¿Hago mío el deseo del otro, sí
o no? ¿Soporto que otro haga suyo el deseo queme presta y al
que trata d~ responder?

169
***
En una cultura del "Almorzamos y hablamos", nada más
fácil que intercambiar ideas sobre este tema. Podemos lle-
nar días enteros jugando a "Pienso que pensás que pienso",
a regular las cosas por medio de la discusión ... Mientras
tanto, los interlocutores se entienden tácitamente para evi-
tar con cuidado lo que realmente arde bajo ese deseo.

PULSIÓN (DESEO): LO INMEDIATO

Música de Danizetti, obras de arte de fondo, una mujer


joven se desviste lentamente delante de una cámara. El
amateurismo de su desvestirse es conmovedor. Inmóvil, un
hombre de mediana edad fija la escena con la mirada. Cuan-
do la dama deja caer su última prenda en el suelo, el hombre
se levanta brutalmente, "esto" se terminó. Una vez saciada
la pulsión, el sujeto puede retomar el curso de la vida nor-
mal. Hasta la próxima vez.
Este "esto" no es nombrable. Pero el resto de la película
-L'Homme aux fleurs, de Paul Cox- nos hace, sin embargo,
presentir de qué se trata. La pulsión es aquí tan
perfectamente puesta en imágenes que, llegado el caso, no
es el aspecto sensacional barato lo que se muestra, sino más
bien la pulsión, que se halla en la base misma de la película
en tanto medio: el deseo de mirar y de ser mirado. Si bien son
conocidos, el exhibicionismo y el voyeurismo siguen siendo
no obstante fenómenos incomprendidos. Una serie de flash-
back nos lleva a los tiempos de la infancia en que la boca de
la madre revela al mismo tiempo una parte de sensualidad
y una parte de rechazo: el niño que quiere ver y tocar al
mismo tiempo se hace rogar y regañar. Lo reencontramos
adulto, controlando esta vez perfectamente la situación
-paga noblemente a la joven mujer- y persiguiendo la
búsqueda perpetua de lo que ya no hallaba en su madre .
.
170
La oposici6n entre pulsi6n y deseo no responde al lugar
común de la bella y la bestia, de lo "educado" y lo "bestial".
Por el contrario, la oposici6n se sitúa en primer lugar entre
lo que el sujeto (re)conoce como formando parte de él mismo
y todo lo que rechaza y arroja por consiguiente fuera de él.
La puesta en escena separa además cuidadosamente los dos
universos: el sujeto del deseo no se reconoce en el sujeto de la
pulsi6n. Así, éste último está casi "fuera de sí". En la pelícu-
la, la mujer se enamora del hombre. De hecho, se enamora
de la fascinaci6n que ella ejerce y percibe en la mirada del
voyeur. En el fondo, es a sí misma a quien ama a través de
esa mirada. Sea como fuere, ella cede a su deseo, cruza el
interdicto de la palabra y termina por sugerir ofrecerse a él
("¿Quiere que me quede con usted esta noche?"fResul tado:
toda la puesta en escena se derrumba. Al penetrar en la vida
regular del otro -su mundo, lo que deja ver de él, lo que se
puede conocer-, ella debe necesariamente dejarlo. Cuando
ella le pregunta por qué él no pone más Donizetti y da ape-
nas una mirada a su número, él le responde: "Te lo dije".
La instantaneidad de la pulsión se opone a la con tinuidad
del deseo. Ese contraste atañe sólo al aspecto temporal, sino
que va mucho más lejos. El deseo sufre una mediaci6n, en el
sentido en que la representación del objeto deseado es esen-
cial, eso por lo que el deseo está igualmente en la fuente de
cada creación del arte, de cada representación. Ya señalé
que uno de los elementos principales del erotismo no es
tanto el saciarlo -la descarga- como su representación en la
imaginación, la fantasmagoría. Fenómeno inmediato, irre-
presentable, siempre a la búsqueda de un punto de anclaje
psíquico, pero tropezando a cada paso e intentándolo otra
vez, la pulsión es el opuesto del deseo. Reiterando su tenta-
tiva que jamás llega, la pulsión instaura una repetición
sin fin.
Es la razón por la que Freud describe la pulsión como una
entidad a caballo sobre el cuerpo y el psiquismo, haciendo de
ella un fen6meno típicamente humano del que el animal

171
está excluido. Algo -habla de un empuje y una fuente- ema-
na del cuerpo, en realidad, de los bordes del cuerpo. La boca,
el pene/la vagina, la punta de los senos, el ano, pero también
la nariz, el ojo, la oreja y la piel, laS zonas erógenas son, todas,
"puertas" entre el interior y el exterior. Lo que emana del
cuerpo proviene del orden de la energía, que busca una salida
y una descarga vía un objeto y un fin asociado a él. La pulsión
atañe a, o mejor aún eS,ese imposible pasaje entre la fuente
. v el empuje, por un lado, y el fin y el objeto, por el otro.
De allí que la descripción de Freud continúe así: la pul..
sión es la medida del esfuerzo pedido al psiquismo para
establecer su conexión con el cuerpo. El "hombre de las flores"
del filme de Cox busca "la cosa" pero no llega a encontrarla
puesto que ella desaparece en la transición de un medio al
otro, del cuerpo al psiquismo. Colecciona la belleza forjándose
la ilusión de .que una colección de obras de arte puede
responder a lo irrepresentable. Evidentemente, el camino
cQptrario, pulsional, impulsivo, forma también parte de las
posibilidades. "Esto" no funciona, y el fracaso de todas las
tentativas engendra una rabia furiosa que busca una salida.
Las caricias se vuelven golpes, la colección está destrozada.
A menudo reducida a este tipo de estado de hecho, la
explicación de la pulsión es habitualmente aislada de la
parte btológica del ser humano, de la parte "reptil" del cere-
bro. Ahora bien, tal reducción es prueba sobre todo de una
incomprensión total de la etología que, de todas maneras,
deja siempre un resto. Y es precisamente ese resto lo que
define la pulsión. Además, el mensaje latente de esa reduc-
ción es fácilmente refutable. Ese mensaje sugiere lo siguien-
te: todo el mal que ocasiono proviene de la animalidad en mí
(de hecho, yo no estoy, como ser humano, involucrado). La
venenosidad de la serpiente; la voracidad del lobo, la co-
bardía de la hiena, la crueldad del cocodrilo, la obscenidad
del mono ... cuando el hombre recae, "experimenta una re-
gresión", se dice, a lo pulsional, sería el animal en él quien
volvería a la superficie, etcétera.

172
Mi tesis es que, en esos momentos, el hombre está a años
luz de lo natural-biológico. Los animales no conocen algo
como Auschwitz o Sarajevo. Lo que está en juego, aquí, es
ése núcleo biológico que no podría volverse psicología y, vice- .
versa, ese núcleo psicológico que no podría volverse biología.
La pulsión aparece en ese no-man's-land entre los dos, y es
el efecto del imposible cruce de esa frontera. La ira y la
violencia que la acompañan frecuentemente expresan una
impotencia y una falla desconocida del animal. El animal
tiene instintos, y no pulsiones.
N o existen representaciones psíquicas, es decir imágenes
o palabras, que volverían manejables la fuente y el empuje
de la pulsión"Manejables significa: controlables y domina-
bIes por el sujeto. Este dominio es estructuralmente im~
posible porque, a partir del momento en que ocupa un lugar
análogo al de la palabra, que accede a la representación, la
pulsión deja precisamente de ser pulsión para concernir a
otro orden, el de la reflexión, la toma de distancia, la me-
diación. Se cruza una frontera, y lo que fue llevado de un
lado al otro se revela no tanto perdido como verdaderamen te
transformado. .
La manera en que lás pulsiones se exteriorizan ilustra
este aspecto de frontera y de cruce. Al principio, la pulsión
se afirma fuera del lenguaje, como máximo se acompaña de
aullidos y gritos sin significaciones. La frontera es alcanza-
da cuando esos gritos se vuelven invectivas e insultos. Un
paso más, y la línea de demarcación es cruzada. En ese
momento hay intercambio de palabras, hablamos. La subje-
tividad, la reflexión, la toma de distancia se instalan: la
pulsión es transformada. Aquel o aquella que corre el riesgo
de hacerse violar debe tratar de hacer hablar a su agresor.
La frontera puede también ser cruzada en el otro sentido:
la palabra tropieza, el sujeto desaparece y cede su lugar a un
flujo de energía ingobernable que hace volar en pedazos
toda distancia y toda mediación. El sujeto es reducido a un
puro "estar ahf', masivo y fluido al mismo tiempo. La expe-

173
riencia vertiginosa de las montañas rusas libera todos los
fluidos del cuerpo; el éxtasis conlleva la desaparición en una
muchedumbre histérica; el enloquecimiento, e~ ataque de
pánico barre toda subjetividad. Esen la eternidad entre el
principio del orgasmo en el interior del que el "yo" parece
desaparecer para siempre y el último paroxismo donde la
subjetividad vuelve a la superficie con intensidad.
Podemos comprender la angustia del ego con respecto al
goce por su anclaje temporal, es decir por la diferencia entre
deseo y goce. El deseo es medido en el tiempo, es puntuado
con comas, punto y comas, signos de exclamación, signos de
interrogación y pun tos finales. Tales delimitaciones ofrecen
puntos de anclaje y, por lo tanto, seguridades. Sin borde ni
delimitación, el goce siempre incluye el riesgo de tragar
para siempre el "yo" en esta infinitud. Para la expresión
pulsional "ordinaria" -sexual, en el sentido masculino-coi-
tal de la palabra-, el cuerpo se armó con un mecanismo de
defensa, particularmente la instauración de una orientación
y de un término, en este caso el orgasmo genital. Los diques
están delimitados y canalizan la energía. El empuje alcanza
el punto crítico, los canales desbordan, pero el fin está a la
vista. En todos los casos, el ''Vení ... más ... vení" es de lo más
pertinen te. Hasta que efectivamente "viene" o" acaba", el yo
brilla sobre todo por su ausencia. El goce sin peligro es el
goce fálico-orgásmico que se detiene en un punto prescrito
por adelantado. Que el hombre se defina ante todo por la
necesidad de un término de este orden es algo conocido, pero
no todavía absolutamente explicado (cf infra).
¿Qué pasa cuando este término falla? ¿El éxtasis que
lleva al hombre o a la mujer a altitudes cada vez más eleva.
das, la montaña rusa que no se detiene, la masa histérica
desencadenada e insaciable? Cada revolución de masas
acaba en un paroxismo de sangre, alIado del cual el hooli-
ganismo está considerado un juego de niños.

En tanto tal, la pulsión es traumática.

174
PULSIÓNYTRAUMA

Al.final del siglo XIX, Freud debe constatar con regulari-


dad que sus pacientes, mayoritariamente mujeres, fueron
víctimas de abusos sexuales. N o pudiendo publicar que el
agresor forma parte de los parientes inmediatos, que a menu-
do incluso se trata del padre, la literatura científica de en-
tonces abunda en ."tíos" perversos. Las consecuencias de
tales abusos para la víctima son muy complejas porque gol-
pean tanto el cuerpo como el espíritu y tienen una influencia
muy particular sobre la manera en la que esos pacientes se
acercarán a otras personas. Ahora bien, como una actitud
sexual provocadora no es excepcional, esos casos son inicial-
mente descritos como histeria de conversión. Su tratamien-
to es difícil y largo.
Diez años más tarde, Freud revisa su tesis. En efecto, la
omnipresencia de la histeria en la Viena dé la época victo-
riana significó que la población se repartió grosso modo en
dos mitades: una mitad perversa -los violadores- y otra
mitad de histéricas -las violadas-o También Freud replan-
teó su teoría y desplazó sensiblemente el acento: ya no se
trata, o ya no únicamente, de abusos sexuales, sino también
de fantasmas que el paciente elaboró para asimilar los trau-
mas, reales o no. Por consiguiente, las disfunciones psíquicas
deben ante todo ser aprehendidas y estudiadas a partir de
esos fantasmas. En efecto, es a través de ese mundo fantas-
magórico que el o la paciente va a construir su realidad. El
mundo es un teatro en el que cada uno representa su rol y
recibe su parte, y todos participamos valientemente en la
escritura del guión.
La pequeña Clara debe ver al dentista. Desde la autori-
dad que le confieren sus diez años, su hermano mayor la
asustó mucho: la jeringa, el torno, el ruido ... Los dolores
anunciados por su hermano no son palabras en el aire, pero
Clara se comporta valientemente. De vuelta en casa,juega

175
durante varias semanas al mismo juego con sus muñecas: al
dentista. Pero ahora, ella es el.dentista.
Este ejemplo muestra la función del fantasma que con-
siste en reescribir un guión, atribuyéndose un mejor rol que
en la versión precedente, cuidándose de endosar la ventaja
al otro. En principio, es mejor controlar activamente que
sufrir pasivamente. La etapa a atravesar hacia la puesta en
acto de dicho fan tasma en la realidad es ínfima, y ti,ene como
efecto que cada uno de nosotros rige su propio pequeño mun-
do, distribuye "roles", elige "actores". Nuestra realidad tiene
estructura de ficción.
J ane R. tiene 32 años. Cuando tenía 4, sus padres se
divorciaron y cada uno se volvió a casar poco después. Desde
sus 7 años, un tío materno comienzajuegQs sexuales con ella.
Bajo amenaza de violencias, su padrastro le quita su virgi-
nidad alas 12 años. Luego, las violaciones se suceden regular-
mente. La madre no nota nada y trata a su hija como a una
Cenicienta, hasta sus 16 años, cuando una sobredosis de
calmantes robados a su madre le vale una primera admisión
en psiquiatría. Ahí, Jane R. cuenta "todo", y luego de una
estadía de varios meses, antes que vol ver a su casa, se reúne
con la nueva familia de su padre. Algunos meses más tarde,
su hermano abusa de ella, y frente a su madrastra Jane R.
retoma su papel de Cenicienta. Diez años más tarde, después
de largas peregrinaciones en diversos departamentos psi-
quiátricos londinenses por problemas de automutilación,
aterriza finalmente en un proyecto de habitación con acom-
pañamiento. En seis meses se establece una relación sado-
masoquista entre Jane y una de sus "housing officers" que
desemboca en un tratamiento médico de los órganos geni-
tales. Un año más tarde, está embarazada; el padre proba-
blemente sea uno de los psicoterapeutas. Jane es descrita
como un ~aso de "estado límite;' con rasgos paranoicos, do-
tada de una extraordinaria facultad de manipulación. Al
beneficiarse de un capital de confianza a causa de su esta-
tuto de VÍctima, es en adelante rechazada como intrigante.

176
¿Qué trauma, qué pulsión están en juego aquí? La inge-
nua repartición víctima/agresor simplifica la situación,
mucho más compleja. La elaboración de una estrategia de
supervivencia fantasmal provoca cambios inesperados de
los :roles que se insinúan subrepticiamente en la realidad.
Sin duda, la víctima es de nuevo víctima, pero esta vez ella
misma arregló el guión, de manera que la posición aparente-
mente pasiva es mentirosa y esconde otra, activo-organiza-
dora, controlaq,ora y dominante. Un conjunto que, final-
mente, vuelve la posición de víctima aún más trágica.
Semejante guión auto destructor está lejos de ser excep-
cional en las víctimas crónicas de abusos sexuales. Quizá
está considerado como la versión psíquica prolongada de un
fenómeno agudo y puramente psíquico, particularmente la
automutilación. Al parecer del profano, ese síntoma provie-
ne de lo incomprensible y repugna a la razón: "Ya sufrieron
al punto que sus cuerpos cargan con las marcas, y ahora se
lastiman a sí mismos, cortándose, quemándose ... ". En los
más cortos plazos, el terapeuta benévolo se ve confinado,
quiera o no, en el papel de guardián vigilante, y antes de que
nadie se de cuenta se había desarrollado una relación de
poder,. una relación de gato-ratón, en la que no sabemos
verdaderamente quién es el gato y quién el ratón.
La automutilación tiene un estatuto muy particular. Con-
trariamente a la forma histérico-provocadora, en la cual la .
persona amenaza con lastimarse en presencia de un públi-
co' acaparando por eso la atención del Otro ("¿ Quiere perder-
me?"), la auto mutilación traumática es practicada en la es-
tricta intimidad del paciente y de su cuerpo, resguardado de
las miradas. Cuando esos pacientes hablan de ello, dan la
impresión de querer describir un fenómeno para el que no
hay palabras, ni en el momento ni después. Lo único que
pueden decir con seguridad es que la automutilación les
parece ser el único y último recurso. Así, describen un brus-
co aumento de la tensión física que crece hasta transfor-
marse en un torbellino que arrastra, licua y desintegra el yo.

177
El cuerpo parece dislocarse bajo el efecto de una sensación
indescriptible y, en el instante que sigue, la última pequeña
parcela del yo que resistió al destrozo hace cortes salvaje-
mente en su cuerpo hasta sangrar. Desde el momento en
que la herida comienza a sangrar, la tensión desaparece, el
paciente vuelve a la calma y se siente aliviado de estar "de
vuelta". Substraído del mundo exterior como si se tratara de
una inconveniencia o de una incongruencia, todo eso es lue-
go reprobado por un severo sentimiento de culpabilidad y de
vergüenza.
Discerniremos fácilmente la firma de la pulsión en este
cuadro, incluso m se trata de una pulsión literalmente
desplazada, no localizada, que prolifera y se extiende sobre
la totalidad del cuerpo. No teniendo acceso al exutorio de
costumbre, el goce crece sin cesar, presionando al sujeto a
abrir desesperadamente una salida de auxilio. La automu-
tilación es una forma de autoerotismo.
La comparación con la masturbación "normal" muestra
las analogías y las diferencias. La mujer que busca, frotán-
dose contra la punta de una mesa, descargar una tensión
interior creciente por la vía del orgasmo, siente la misma
tensión y el mismo alivio que la paciente traumatizada que
mutila su cuerpo. La diferencia reside en que en los casos de
automutilación, por falta del exutorio corporal vía el geni-
tal, debe disponerse de otra salida. Incomprensible, sin duda,
pero clínicamente observable.
Este fenómeno evoca, por otra parte, otra observación
extraña, salida de la clínica de las neurosis traumáticas: un
soldado expuesto varias horas a los bombardeos nunca de-
sarrollará neurosis traumática si fue herido. Auto o alomu-
tilación, aparentemente, poco importa saber quién hizo co-
rrer sangre, desde el momento en que corre. Aquí, la
distinción'e~tre el yo y el otro se esfuma hasta lo incom pren-
sible y reclama esclarecimientos.

***
178
La descripción de la automutilación y del abuso sexual
tienen un punto en común. En ambos casos, la víctima habla
de algo que viene del exterior y contra lo cual no puede, o
apenas, defenderse. En los casos de violación, la situación es
clara: es la pulsión del otro lo que es traumático. Pero lo que
nos enseña la auto mutilación es que la pulsión propia puede
también ser vivida como extraña, angustiante e incluso
traumática. En realidad, las llamadas neurosis traumáti-
cas son la versión extrema y agrandada de lo que vale para
cada uno. Cada uno de nosotros debe arreglárselas con su
pulsión.
En resumen, la neurosis traumática está programada.
Todo ser humano está traumatizado por la pulsión, todo ser
humano es presa de una vida pulsional que, desde la prime-
ra infancia, reclama un manejo, respuestas, una forma. Re-
cordemos la fiebre de jugar al doctor, la búsqueda de lo inefa-
ble, la voluntad de saber, esa pasión de la primera infancia
que no no se deja hacer sombra por su forma adulta. El
adulto que cree poder responder por una educación sexual
adecuada será muy decepcionado: la biología es poca cosa
comparada con lo que está en juego en ese deseo de saber. El
niño elabora un saber propio a partir de lo que oye y a partir
de lo que siente en su propio cuerpo. Y ese saber lo llamará,
lo conducirá hacia otras experiencias. La relación entre los
dos es siempre la misma: lo previsto y lo factual están eter-
namente en desequilibrio. Ya sea demasiado, ya sea insufi-
ciente, ya sea demasiado temprano, ya sea demasiado tar-
de. Faltando siempre el encuentro, elperpetuum mobile, la
vida, sigue en movimiento.
\La pulsión empuja al sujeto más allá de sus propios
límites. Mientras que la historia se limite al deseo, todo es
rosa, risa y llantos, pero sigue siendo sobre todo y en primer
lugar charla. Ningún peligro. Más allá del deseo por el otro,
el goce atrae y rechaza al mismo tiempo -¿soy capaz de
ofrecerme como objeto pasivo del goce, soy capaz de ser su
autor?-. Pero qué goce está enjuego, el mío o el del otro, ya

179
no está tan claro. Basta que se suponga que una persona se
beneficie de un goce misterioso, peligroso incluso, para que
se vuelva un polo de atracción. O por el contrario: que aleje a
todos aquellos que se le acerquen. Las ganas de un goce
supuestamente del otro es precisamente lo que caracteriza
los celos y el odio. El principal mensaje de propaganda de los
nazis contra los judíos se apoyaba en el hecho, inadmisible,
de que estos últimos disfrutaban a expensas de los arios.
También, la mayor parte de los dibujos satíricos presentan
tipos sucios frotándose las manos con deleite, sus caras os-
tentando un goce repulsivo. Dicho sea de paso: en esa época,
la psicología de propaganda todavía.no se daba cuenta de
que al mismo tiempo, con tales dibujos, hacía claramente
publicidad a los judíos. Mientras tanto, los psicólogos
hicieron progresos. En todas las oc'asiones, el vicioso será
identificado como el portador de un goce particularmente
atractivo, pero peligroso. E incluso en los westerns, es el
"malo", el hombre de negro, quien nos atrae.

El goce supuesto en el otro se ejerce a expensas mías


-¿me presto, si o no?-. Pero, aun cuando esta pregunta es ha-
bitualmente vinculada a la relación entre los sujetos, es en
primer lugar una pregunta interior. El goce de la pulsión,
esa otra dimensión que vive en mi interior, se ejerce a mis
expensas en tanto sujeto: ¿me presto o no? La respuesta a
esta pregunta interior determinará la respuesta que será
dada a la relación exterior, aquella entre dos sujetos.
La primera reacción es previsible: la defensa.

LA MANZANA PROHIBIDA

El deseo tiene algo de extraño: casi siempre deseamos lo


que está prohibido, es inaccesible, malsano. Pero sobre todo
prohibido. En efecto, es un dato de la experiencia que lo que

180
da placer es necesariamente malsano o inmoral. Como dijo
mi hija cuando tenía 5 años: "¡Es sano, y por lo tanto es
bueno!". La plena conciencia del hecho de que el césped de al
lado es siempre más verde porque está precisamente del
otro lado no cambia mucho las cosas, sino que quizá refuerza
aún más la dimensión de lo prohibido haciendo resaltar aún
más "el otro lado". Lo importante no es aquel o aquello que se
encuentra del otro lado, sino el hecho de que se trate precisa-
mente del otro lado. La tradicional mánzana prohibida da
siempre más placer que la manzana permitida ... yal mismo
tiempo, ese plus de goce genera un sentimiento de culpabi-
lidad. Procediendo del mismo modo, la etapa siguiente con-
siste en cultivar esta dimensión, lo cual, entre otras cosas,
dio origen al amor cortés, en el que el trovador canta a todos
los vientos la alabanza de su Dama, pero la mantiene cuida-
dosamente a distancia. El amor cortés presenta de entrada
a la mujer como inaccesible. La cultura japonesa conocjó a
lasgeishas, a las que los samuráis pagaban verdaderas for-
tunas por una sola noche de castidad en su compañía.
Losjaponeses no eran católico~. Banal a más no poder, no
obstante, esta constatación hace que cuestionemos nueva-
mente la muy expandida idea de que el par deseo-interdicto
no sería sino el corolario de la moral católica-protestante
ultra severa de los últimos siglos. Este tipo de explicación
seduce por su simplicidad, aún más cuando el remedio -la
liberación del opresor externo-- es evidente. Con semejante
.idea, el éxito está además garantizado por adelantado. Bas-
ta con esgrimir la palabra libertad para poner a todo el
mundo de acuerdo. Libertad académica, libertad de prensa,
libertad de culto, licencia poética, son argumentos irrefuta-
bles que acaban la discusión y en todos los casos cierran el
pico a los oponentes.
Hasta donde yo sé, Michel Foucault es uno de los pocos
que no cayó en esa trampa. Dedicada a la Grecia antigua, la
segunda parte de su Historia de la sexualidad comienza por
un esbozo de aquello con lo que contamos, particularmente

181
una idealización europea occidental de lo que imaginamos
haber sido, del otro lado, "el prado griego". Ausencia de mo-
nogamia impuesta, valorizacion positiva del coito, glorifi-
cación del amor entre hombre y adolescente. Sigue el asom-
bro cuando sostiene que esta idealización es falsa. Más que
eso, plantea que las raíces de la moral católica se remontan
al pensamiento griego. Después de lo cual Foucault exami.
na esas raíces más allá de los eslóganes y de las fórmulas
preestablecidas, en un estilo y una retórica que segura-
mente ya no se dirigen al lector apresurado de hoy.
Podemos así considerar el estudio de una cultura no
católica como una experiencia científica en la que se estudia
cómo "reaccionará" una hipótesis cuando un elemento que
se supone esencial es omitido. La cultura griega del siglo IV
antes de nuestra era muestra en efecto diferencias notables
con la nuestra. En primer 1ugar, parece que nuestro término
"sexualidad" toda vía no existía. Foucault y Van Ussel demos-
traron que ese término no aparece hasta el final del siglo
XIX Esto es importante, aunque sea para señalar de entra-
da que lo que entendemos por sexualidad no es un dato
invariable, sino un fenómeno históricamente fechado. Tam-
poco habla Foucault de la sexualidad en los griegos, sino del
uso de los placeres, que, en resumen, concierne a tres temas:
la comida, la bebida y el erotismo. En pocas palabras, la
relación de placer que el sujeto adopta hacia el íntimo ex-
tranjero que es en primera instancia su propio cuerpo y, en
segunda instancia, el del otro.
De su estudio, resulta que esa relación es el objeto de un
cuidado moral muy particular. Contrariamente a la moral
católica que se basa en la coacción externa, la cultura griegá
antigua elabora una moral masculina que invita al
ciudadano a lo que Foucault llama "prácticas de sí". El nú-
cleo de esta moral es el cuidado de la sobriedad cuyos temas
capitales son laenkráteia y lasophrosyne. Laenkráteia es la
actitud de dominio de sí, indispensable si se quiere funcio-
nar en tanto sujeto moral. La sophrosyne consiste en una

182
combinación de templanza y sabiduría. Todo esto resulta en
una imagen de la libertad (iY sí!) entendida como la libe-
ración de las servidumbres interiores en vista de alcanzar
una condición de perfecta suficiencia y de total soberanía
sobre sí mismo. A lo que se incorpora además ,una idea de
verdad, en el sentido del conocimiento de sí. Gnothi seautón,
conócete a ti mismo.
Considerándolo desde nuestra perspectiva, esto signifi-
ca que la dimensión del interdicto está presente, sin duda,
pero de una manera muy distinta. Primero, el interdicto
apunta princi palmente a la pulsión, m ucho más que al deseo.
De ello resulta que los griegos antiguos, con excepción del
incesto, prácticamente ningún interdicto pesa sobre ciertas
prácticas sexuales específicas. Su moral no recae sobre el
carácter del placer sino sobre su cantidad, sobre la inten-
sidad con la que es puesto en práctica, y tiene el fin de poner un
freno: un hombre que se entrega de manera desenfrenada al
alimento, a la bebida o al erotismo será considerado un débil.
Un examen más minucioso de este interdicto conduce a una
constatación por lo menos imprevista: los griegos censura-
ban de hecho una actitud semejante porque equivalía a
adoptar una posición pasiva. Incriminaba, pues, al hombre
que se somete pasivamente, ya sea a su propio cuerpo, ya
sea al de otro, ya que era considerado como el mal supremo.
Así podemos comprender la actitud griega como el culto de
la actividad y el dominio.
La moral católica posterior aportará dos cambios impor-
tantes: promulgada por Dios y la Iglesia, bajo pena de casti-
go, la coacción se vuelve externa; al mismo tiempo, aquello
sobre lo cual cae el interdicto sufre una redefinición. En
efecto, los Padres de la Iglesia no exigen únicamente una
moderación hasta la templanza, sino que proscriben además
una cantidad cada vez mayor de prácticas sexuales. ASÍ, el
catolicismo desplaza el acento de la pulsión al deseo. El todo
es gobernado del exterior por un Dios Padre al que se le debe
una obediencia absoluta. Ni siquiera los pensamientos son

183
libres, puesto que pensar, imaginar, representar actividades
reprensibles ya es pecado.
Este desplazamiento es importante porque exterioriza
una relación y una división que, al principio, son internas, y
las somete a una autoridad exterior. Es la Iglesia quien
instala el nombre-del-padre.

Grecia nos enseñó a moderar la pulsión, Roma prohibió


incluso el deseo. El desarrollo hiperbólico de este interdicto
creó la clase media frustrada que, a fines del siglo pasado,
fue a golpear las puertas de Freud. En sus primeras investi-
gaciones sobre la neurosis y la sexualidad, Freud se encuen-
tra con la división del sujeto. Cada uno se revela dividido
entre lo que desea y lo que teme. La explicación se cae por su
propio peso: la neurosis y la doble moral son la consecuencia
ineluctable de reglas sociales mucho más austeras. Ahora
. bien, incluso si el tratamiento psicoterapéutico de esta an-
gustia y la separación de esta moral oprimente tienen algún
efecto, el resultado esperado no es alcanzado. Después de
Roma, espera Atenas.
La neurosis no es completamente reducible a la oposición
entre el deseo del sujeto y los interdictos sociales. Sin duda,
estos interdictos existen, y para decir la verdad, en 1900,
hay más de los necesarios, pero abolirlos no es suficiente. El
error consiste en considerar sus coacciones y sus interdictos
como causas, como el origen de las frustraciones y de las
crispaciones del individuo. No obstante, su tratamiento psi-
coterapéutico demuestra que esas coacciones yesos inter-
dictos son también efectos, que responden a una necesidad
interior de regulación del sujeto mismo. Las respuestas que
se daban entonces -detalle que, digámoslo al pasar, fue co-
rregido 1uego- erraban a su blanco. Ahora bien, el hecho de
que esa necesidad interna de regulación se manifieste en la
actualidad cada vez más parece indicar que la corrección
contemporánea tiende también a errar el tiro. No hay más

184
interdictos, la búsqueda de nuevas prohibiciones está en su
plenitud.
De hecho, la totalidad de la teoría freudiana puede ser leída
como una prolongada tentativa de explicar esa necesidad in-
terna, es decir, la manera como el ser humano intenta arre-
glárselas con sus pulsiones. Así, Freud concibe la neurosis
obsesiva como una defensa' contra un exceso de goce y la
histeria como una defensa con tra un exceso de displacer - de
todas maneras, el lazo con el trauma está presente desde el
principio--. Inicialmente, Freud seguirá los roles sexuales
clásicos entonces en vigencia: el hombre obsesivo huye frente
al dominio activo que sus pulsiones ejercen sobre él; la mujer
histérica huye frente a la pasividad, frente a las asiduidades
pulsionales del otro en su lugar. No obstante, esas posi-
ciones son reversibles, lo cual, avanzada su teoría, llevará a
Freud a relativizar cada vez más su acepción de los términos
"masculino" y "femenino" y a situarlos como dos polos en el
corazón mismo de un solo individuo. Para evitar todo malen-
tendido, debo precisar que no entiendo esos dos polos como
una especie de bisexualidad inherente al ser humano. En
efecto, la actividad y la pasividad, y la posición que el sujeto
elegirá en relación a ellas, son anteriores a toda forma de
identidad sexual. Esta elección se produce en el campo del
deseo y de la pulsión, tanto respecto del otro como respecto
de ese otro que constituye su propio cuerpo. Más allá de
todas esas elaboraciones (narcisismo, proyección, identifi-
cación, rechazo, sublimación), un dato preciso sigue im-
poniéndose: una elaboración, es decir una defensa, es nece-
saria en el más alto grado.
Freud acabará su carrera precisando lo que sustenta la
angustia y, por consiguiente, más exige una elaboración.
Admitirá, no sin nobleza, que ni siquiera un análisis muy
avanzado la remedia. Sobre este punto, el análisis toma
proporciones "interminables". Salvo la forma exterior por la
que se manifiesta, Freud descubre además que ese punto
central que llama una elaboración es idéntico para el hom-

185
bre y la mujer. Eso frente a lo cual cada uno huye es la
posición pasiva respecto del otro; lo que cada uno debe ela-
borar es la angustia que esto genera.
Atenas y Viena fraternizan.

Freud no señala que lo que más suscita la huida es tam-


bién lo que más suscita el deseo. Detrás de la angustia, se
agita un deseo de esta posición pasiva, de esta sumisión a
ese otro, a esa alteridad. Un deseo de disolverse en él.

TRANSGRESIÓN: EL UNIVERSO SADOMASOQUISTA

Derivando de un nombre propio, y cubriendo por eso sig-


nificaciones de las más amplias, el sadismo y el masoquismo
son términos débiles, un poco vacíos de sentido. Las ferias
eróticas ofrecen un arsenal de látigos, esposas y collares,
objetos todos con los que el comprador, una vez en su casa, no
sabe qué hacer. La chispa que allí despertó algo, se apaga
enseguida de vuelta en el hogar.
. Entre losjueguitos de los tiempos perdidos de la infancia,
figura el juego de indios y vaqueros, en el que los pieles rojas
son desde luego los malos y los vaqueros los buenos: actitud
política.de las más incorrectas. La mayoría de las veces,
mientras que las niñas son designadas para el papel de los
indios, los varones prefieren el de los vaqueros, un papel
que, por otra parte, no consienten intercambiar más que
luego de mucha insistencia. Después de una larga cacería
del hombre, llena de emboscadas y de evasiones, la primera /
parte deljuego acaba en el palo totémico al que los vaquero{"
amarran triunfalmente sus capturas., que mientras tanto
tienen efectivamente la piel roja. Buena ocasión para aprove-
char las técnicas de nudos aprendidas en los scouts. Lo que
nos conduce a la segunda parte del juego: la tortura. Ésta
consiste en dar miedo a los prisioneros contándoles lo que

186
les van a hacer. Recuerdo a una vaquera particularmente
inventiva -se negaba obstinadamente a hacer de indio-,
que tuvo la idea de confiar la ejecución del suplicio a un
maestro intermediario: su muñeca preferida. Ubicada so-
bre la cabeza de la víctima atada al poste, la muñeca espe-
raba la orden de hacer pipí sobre la cabeza del piel roja
aterrorizado. Que esta eventualidad formara efectivamente
parte del abanico de posibilidades de esta muñeca de alta
tecnología no hacía sino aumentar el placer.
Hoy esta vaquera es poeta, y no de las menores.
Reconocemos el mismo goce en la variante adulta del
juego: de común: acuerdo, uno de los protagonistas toma la
posición oprimida, humillada, inmovilizada, librada a los
caprichos del otro, el dominador que ordena, insulta, amena-
za con hacer "lo", se atreve un paso en ese camino ... La
víctima grita, ruega, gime, implora ... y goza. Esto tiene to-
das las características de una pesadilla: 'algo atrapa brusca-
mente, nos tira hacia el punto último del horror, el punto en
el que "eso" va a suceder: el monstruo que nos alcanza, la
caída del abismo, el agujero que nos traga ... y, justo antes,
nos despertamos aullando de miedo. Salvados por el gong.
Para Freud, la pesadilla es la única excepción a su
proposición general que plantea el sueño como el cum-
plimiento de un deseo. En esto, Freud se equivoca. En reali-
dad, la pesadilla representa el último deseo, irrealizable
puesto que lleva al punto sin retorno. ¿Queda por saber
quién, o qué, se beneficia con el cumplimiento de este deseo?
Dejemos esta pregunta en suspenso por el momento.
Las tres situaciones ~ljuego de niños, la puesta en esce-
na adulta y la pesadilla- tienen más o menos la misma
estructura: una sumisión pasiva al goce del otro. La diferen-
cia reside en la delimitación. En los dos primeros casos, un
acuerdo determina la delimitación: cada uno, a su turno, en
el papel de indio, cuando la víctima se cansa, podemos to-
davía seguir un poco, un poquito, pero derogar los acuerdos
genera una sanción ("No podés jugar más"). En el caso de la

187
pesadilla, una especie de silla eyectable automática se acti-
va, catapultando de nuevo al sujeto a su realidad cotidiana.
Esta delimitación es de primera necesidad. Por error,
surge el horror en estado puro: la perversión y la psicosis. El
goce no es posible sino gracias a una delimitación seme-
jante, a una función de restricción, cualquiera que sea. Con-
formemente a la composición doble de la pulsión, este límite
puede funcionar en dos planos. En el plano, incomprendido,
del cuerpo: el orgasmo, el despertar automático en la pesa-
dilla y la automutilación. Estas tres formas diferentes de
"válvulas" somáticas tienen en común que vuelva a funcio-
nar el Yo activo, acompañado por un sentimiento de alivio y
de decepción. Un límite puede también ser confirmado en el
nivel psíquico colectivo por el procedimiento del acuerdo.
Así convenimos establecer reglas que tienen una función
limitadora.Asimismo, esta colectividad puede integrar una
última regla que subordine el sistema de las tres reglas a
una duración limitada y en el interior de un espacio res-
tringido. Cada cultura, sobre todo las más austeras y las
más disciplinadas, conocía el carnaval, la fiesta de la carne
en la que "todo" está permitido y en la que, durante un
período" limitado y en un espacio restringido, la locura y el
frenesí son soberanos.

La escena: Tebas, en las puertas del palacio. El aconte-


cimiento: Ágave en éxtasis avanza titubeando por la expla-
nada, entre sus manos ensangrentadas exhibe triunfal-
mente una cabeza mutilada. Canta y da gritos de alegría:
bajola influencia de Baca, sin lanzas ni cuchillos, ella y sus-
hermanas capturaron una bestia salvaje con las manos deY
nudas. Ellas solas la arrinconaron y la desgarraron en peda-
zos, la desgarraron con las uñas y los dientes. Tormenta de
gritos y de aullidos, y ahí viene a mostrar su presa.
La cabeza pertenece a Penteo, su propio hijo.
Extraída de Las Bacantes de Eurípides, la escena figura
entre las más horribles de todas las tragedias. En tanto tal,

188
la historia de Penteo está en el polo opuesto de la de Orestes,
con Edipo a medio camino entre esos dos hijos. Orestes es-
capa de su madre, Edipo fracasa con poco, Penteo pierde por
completo.
La tragedia se remonta a una tradición bañada de miste-
rios, de la que muy difícilmente podemos develar la parte de
verdad. Baco es el dios del vino, de la voluptuosidad. A se-
mejanza de su predecesor egipcio, Osiris, es sobre todo el
dios que muere y renace eternamente. Los ritos que le están
dedicados pertenecen a las mujeres, tanto Bacantes como
Ménades. Sus ritos secretos suceden en los bosques, en las
montañas, y están estrictamente prohibidos a los hombres.
Cantos, danzas, bebidas y, según Robert Graves, también
hongos (para los conocedores: amanita muscaria) sumer-
gen a las mujeres en éxtasis alrededor de una encarnación
viviente de Baco, en general un macho cabrío. En el colmo
del éxtasis, ellas se tiran sobre el animal, lo destrozan con
las manos desnudas y devoran los pedazos palpitantes de
carne cruda. En ese instante, se vuelven entusiastas, lite-
ralmente entusiastas, puesto que, en griego, entusiasmo
significa "ser penetrado por la divinidad". La tradición dice
que todo hombre en las proximidades, sea paseante acciden-
talo espía advertido, sufrirá la misma suerte. Penteo quería
verlas y, con este fin, se había travestido de mujer.
Occidente sólo conservó magros restos, tanto negros como
blancos, de esta tragedia. Variante negra: los aquelarres de
las hechiceras o de las arpías que, se suponía, bailaban alre-
dedor de un fuego, devoraban niños y "negociabán" con el
diablo. Variante blanca: "El cuerpo de Cristo ... ", la comu-
nión como comida espiritual, absorción de Dios, integración
en la gran comunidad de ese otro mortal, Hijo de Dios per-
petuamente resucitado de entre los muertos. Luego, el entu-
siasmo es menor, y el creyente católico apenas se da cuenta
de que participa de una comida totémica. Somos lo que
comemos.

189
Entusiasmo: estar lleno del otro, y en el caso de las Ba-
cantes, estarlo literalmente. El entusiasmo de la plenitud~
el entusiasmo de ser colmado son los perfectos opuestos del
vacío de la depresión, del abandono de los otros. Si, en el
plano del deseo, podemos todavía conformarnos con una
identificación -la asimilación del deseo del otro--, la pulsión
va mucho más lejos. Más lejos hacia atrás. Aquí, se trata
exactamente de una in-corporación: tomar al otro en sí. Nada
que ver con el tímido besito. El sexo oral es un débil residuo
en el que, ocasionalmente, penetra todavía un efecto de
poder. Una encuesta reciente revela que, en el momento de
una felación, muchas mujeres experimentan un sentimien-
to de poder, siempre y cuando ellas mismas hayan tomado la
iniciativa y que no les haya sido impuesta. Entonces, a condi-
ción de una posición activa.
El entusiasmo acompañado por un fenómeno extraño,
extraño en el sentido de "estar lleno del otro": el éxtasis,
li teralmen te, "estar fuera de sí" . No sólo Pen tea desaparece,
Baca y las Ménades desaparecen también. Todos se funden
en una simbjosis inefable que absorbe los egos individuales.
No es casual que las orgías y los ritos orgásmicos sean fenó-
menos grupales. La esencia de una orgía es la desaparición
del individuo en una totalidad más grande, en un grupo que
reemplazó las reglas corrientes por otras reglas. El orgasmo
genital es reemplazado por un entusiasmo extático, un goce
extrañamente com pleto, global, traído por el grupo, que crea
entre los individuos un lazo que barre su singularidad. A
veces podemos observar la misma experiencia en los en-
cuentros de sectas religiosas. Un ex miembro de una secta/
me dio la descripción más sorprendente: la describió como
orgásmica, pero a la milésima potencia, y además vinculado
a lo que llamó "hablarlo en lenguas", el cuerpo poniéndose él
mismo a hablar espontáneamente, aunque en una lengua
incomprensible. Este último fenómeno se produce en el mo-
mento en el que el goce desborda. No es sino después, cuan-

190
do ya dejó la secta, cuando esta experiencia se vuelve angus-
tiante. Por lo demás, el lazo con la religión está ahí desde el
principio: las bacanales eran festividades religiosas, "mis-
terios" en los que lo incomprensible de la vida y de la muerte
era celebrado de manera desenfrenada. .

La tragedia de Eurípides pone en escena el punto de


caída del universo sadomasoquista, el nec plus ultra de la
transgresión, en el que la sexualidad ya no es contenida por
lo fálico-genital, sino que vuelve a la primera relación oral:
literalmente, el amor que devora. El lazo entre la agresi-
vidad y la angustia no se vuelve sino más evidente. Históri-
camente, la psicoterapia estableció muy rápido ese lazo: los
trastornos ocasionados por traumas sexuales se parecen
mucho a las neurosis de guerra, entendidos como los efectos
de violencia sin freno en ausencia casi total de reglas nor-
males. En su estudio reciente, Judith Herman2 trata los
traumas sexuales y los traumas de guerra en forma parale-
la, sin por otra parte asombrarse por esta simetría. La ex-
presión "orgía de violencia" une a ambos. y, aquí también, el
factor de grupo es esencial.
El estudio de las neurosis de guerra es particularmente
interesante porque éstas producen involuntariamente
experiencias de grupo que esclarecen una serie de cuestio-
nes. La guerra de Vietnam es particularmente rica en
enseñanzas sobre este tema. Ceder a la violencia no es po-
siblemás que a partir del grupo, y la violencia no es traumáti-
ca en tanto la cohesión del grupo es firme. La unidad de
combate como colectividad hace posible la transgresión, y
esta última supera, de lejos, la imaginación. Mejor todavía:
el acto se produce precisamente ahí donde la imaginación es
superada. Cuando el grupo se disgrega, sobreviene el
trauma; a menudo éste es el caso de los soldados de Viet-

2. Herman, J., Trauma andRecovery, Nueva York, Basic Books, 1992.

191
nam, en el momento de su regreso siempre individual, y por
lo tanto aislado, de sU tour ofduty. Separados del grupo y de
sus nru-mas, estos individuos se enfrentan a lo que, después,.
se vuelve traumático. La expresión popular dice que son
"perseguidos por imágenes, recuerdos". La expresión no es
justa: los veteranos son precisamente perseguidos por la
imposibilidad de convertirlos en imágenes o en palabras.
Es lo irrepresentable lo que los persigue en lo real. El trau-
matizado no rememora el trauma, lo revive.
Lo que sigue es, si es posible, aún más interesante. A
falta de atención y de cuidados por parte de las instancias
oficiales, es decir del lado del Otro -durante toda una gene-
ración, la guerra de Vietnam fue un tema inabordable-, los
veteranos se reunieron en grupos de ayuda. Pobladas en su
mayoría por negros, esas reuniones les permitieron elabo-
rar sus trabl.mas de manera activa y en grupo. Eso dio origen
a una cultura propia, es decir a una simbolización propia,
una representación característica, a través de las cuales las
vivencias traumáticas fueron elaboradas. Todo el mundo
conoce el resultado: la música rapo
La pulsión se sitúa en la frontera entre cuerpo y espíritu,
entre el afuera del lenguaje y la representación. La pulsión
es lo que no puede, o apenas, decirse, y es después de esta
zona muda que ella opera en la penumbra. El rap es, en el
origen, una tentativa de dominio primitivo y primario vía
una primera etapa hacia la simbolización. Lo primitivo re-
side en la elección de la escansión, la sumisión de partes de
goces no elaborados a la exclamación rítmica, y esto en un
grupo, para el grupo y por el grupo. Así se crea un entusias-
mo extático de manera activa y con una posibilidad de ~­
greso del yo. Este procedimiento saca su operatividad de
esta actividad de escansión puesto que ésta produce el

3. Double, double toil and trouble-Fire, bum, and cauldron bubble.


(Shakespeare, Hamlet, acto n, escena 2.)

192
corte en el aspecto a-temporal, no simbolizado ni repre-
sentado del goce y anuncia el regreso del yo. A mi entender,
la música rap evoca la imagen del niño que no encuentra el
sueño y trata de dominar su miedo a la oscuridad y a la
ventana abierta balanceándose o incluso golpeándose. Evo-
ca igualmente los rituales de encantación que describe la
antropología histórica, los rituales de exorcismo por los que
los chamanel? intentaban comprender el cuerpo inasequible
. a fin de tomarlo, de dominarlo. En L'Efficacité symbolique,
Lévi-Strauss demostró con precisión que esos procedimien-
tos son particularmente eficientes. Aparentemente, Shakes-
peare también tenía conocimiento de ellos puesto que las
hechiceras de Macbetha son artistas rap que no bailan ca-
sualmente alrededor de un caldero. Y quien haya asistido a
una representación de un grupo Kodojaponés habrá sentido
en todas las fibras de su cuerpo la fuerza, la potencia que
contiene el ritmo.
N o viniendo la significación sino en segunda instancia, la
escansión domina. Esta misma escansión está en la base de
todas las músicas de guerra, redobles de tambor, marchas
militares, tam-tams, gritos agudos de las mujeres musul-
manas que excitan a los guerreros. El manejo de la angustia
precede al éxtasis, en el que el sujeto es insensible al dolor
por el hecho de que ya no hay yo que pueda sentir. Este
mismo camino rítmico puede ser tomado en la dirección
opuesta del regreso, del renacimiento del yo. Con el rap, los
grupos de veteranos de Vietnam -que son peer groups, gru-
pos de pares, es decir grupos desprovistos de padres-- descu-
brieron intuitivamente esta manera de elaborar sus trau-
mas. Basta con comparar el rap con una corriente musical
anterior para percibir los cambios: lo que el rap hace por el
goce, el blues lo hizo por el deseo. El deseo es del orden del
individuo, del sentimiento amplificado del yo que canta su
impotencia, su falta, a través de los sonidos prolongados. El
jazz anuncia ya la pulsión y pide más elaboración. En fin, el
rap trata de manejar el exceso de goce.

193
Al margen de esta elaboración colectiva, los miembros
desarrollan una identidad de grupo -no es por casualidad
que ~e llaman "brothers" entre ellos- en el que cada miem-
bro puede luego afinar una identidad propia, un yo propio.
Una identidad de grupo significa sobre todo reglas, y por
consiguiente una seguridad. Cada grupo procura una regu-
lación del goce.

WITH A LITI'LE HELP FROM MY FRIENDS ...

Las corrientes musicales posmodernas son excelentes


indicadores de la profusión actual del goce. La generación
del no rules no sabe qué hacer con esta profusión y recae en
los manejos, las elaboraciones más primitivas, es decir las
más primarias. Así, el piercing no es nada más que automu-
tilación ritualizada y no tiene, además, otra función que la
que atañe a la automutilación "ordinaria". Elpiercing toma
el relevo del tatuaje, el cual por lo menos aún tiene los carac-
teres de la representación inscriptos en el cuerpo. El pierc-
in¡; ya no alcanza ese nivel. Se sitúa más acá de la represen-
tación, es decir en el nivel elemental del beat de la música. El
cuerpo debe imperativamente ser regulado. Quien pone el
pie en un club de música house realmente visita un templo.
Aunque seamos aspirados y diluidos en este espacio, o
aunque dejemos los lugares, sintiéndonos más que nunca
individuos, la experiencia tiene tanta fuerza que excluye
toda posición neutra de observador. Ahí donde, con ironía, la
generación precedente calificaba la danza como expresión.
vertical de un deseo horizontal, hoy se trata de encontrBÍ
otra definición que se aplique al más allá del deseo.
No es por accidente que las generaciones actuales sejun-
tan en función de sus elecciones musicales: punk, hard rock,
house, rap, grunge, hardcore, tecno, drum'n bass ... Habría
que dedicar un estudio a las diferentes maneras según las
cuales los diversos estilos púntúan el goce. En verdad, esos
~

194
grupos son grupos de ayuda,peer groups que crean sus pro-
pias reglas y relaciones diferentes de los otros grupos. Esas
reglas conciernen sobre todo a la manera de relacionarse
con el cuerpo, y en primer lugar con el propio cuerpo. En
efecto, no es sino después de haber adquirido cierta confian-
za y certeza hacia el propio cuerpo que podemos abordar el
del otro. Primera etapa del caos hacia el orden.

Así llegamos a la dimensión de la ley, en el sentido amplio


de la ley ética, la regulación de las relaciones mutuas en el
interior de una colectividad en materia de repartición del
goce. ¿Cómo nace la ley? ¿Qué hay que regular?
El mito quiere que la ley nos haya sido dada. Descendió
hacia nosotros, criaturas imperfectas, de la cima de la mon-
taña ("Señor, no soy digno de recibirte ... "). Ahora bien, la
experiencia demuestra que la leyes una construcción del
grupo, promulgada y controlada por una colectividad que,
en el mismo movimiento, determina las identidades indi-
viduales en sus relaciones recíprocas. Resumida global-
mente, la ley responde a la pregunta siguiente: ¿qué uso
puedo hacer y estoy autorizado a hacer del otro? Debemos
tener en cuenta el hecho de que nuestro propio cuerpo es
igualmente un otro: tenemos un cuerpo, no somos un cuerpo.
No es una coincidencia que el término goce sea originaria-
mente un término jurídico: usufructo.
Si la ley consiste en regular el goce a través del grupo,
queda por determinar cómo se relaciona con el deseo. La
primera idea que nos viene a la mente es que la ley prohibe
el deseo. Sin la ley, mi deseo ya no sería deseo, puesto que
pasaría directamente al acto. Si la miramos más de cerca, la
situación se revela más compleja, e inspira más bien la pre-
gunta de saber si la ley traba el deseo o si, por el contrario, el
deseo se origina en la ley ...

¿Acaso la Leyes el pecado? No. Sin embargo, s6lo tuve


conocimiento del pecado por la Ley. En efecto, no hubiera teni-

195
do la idea de codiciarlo si la Ley no ho.biera dicho: "No lo codi-
ciarás". Pero el pecado encuentra la ocasión y produce en mí
todo tipo de codicias gracias al mandamiento, puesto que sin la
Ley el pecado está muerto.

Lacan cita este párrafo de la Carta de San Pablo a los


romanos para valorizar la complejidad de la relación entre
estos dos términos. 4 Sin interdicto, no hay deseo. Cada uno
sabe que lo que está permitido, al alcance de la mano en todo
momento, no suscita ningún interés. Si todos los días son
lindos, el buen tiempo no tiene ningún valor. Ala inversa,Jo
que es raro y prohibido se vuelve ipso {acto deseable.
Las consecuencias de semejante anudamiento entre ley
y deseo van muy lejos. Qué hacer, por ejemplo con la idea de
"política de tolerancia" cuando, cualquiera sea el tipo de
goce al que esta política se aplique, podemos prever que: (1)
lo tolerado será menos atrayente, precisamente por tolera-
do, y (2) la deseabilidad se desplazará hacia lo que no está
(todavía) autorizado. Temo que no existan soluciones a este .
problema. Semejantes cuestiones exigen respuestas éticas,
por consiguiente arbitrarias. Sea como fuere, es evidente
que una liberalización ingenua trae los gérmenes de su pro-
pio fracaso. Así, no es una coincidencia si la mayor parte de
los peer groups evocados antes desarrollan normas de grupo
que no provienen para nada del orden de la política de tole-
rancia. Señalemos al pasar que eso no vale únicamente para
los straight edgers y los grupos de Alcohólicos Anónimos:
una encuesta reciente atestigua por otra parte que lajoven
generación actual tiene la firme intención de educar a sus
futuros hijos más severamente que lo que lo fue ella misma:
La ley no prohibe el deseo sino, por el contrario, lo origi-
na. El objetivo real de la ley no es el deseo sino su más allá, el
goce. Por lo tanto, la pregunta no es: "¿Qué puedo y qué estoy

4. En su seminario sobre la ética, Lacan reemplaza "el pecado" por


"la Cosa".

196
autorizado a desear?" sino"¿Hasta dónde puedo avanzar en
el goce?". Encontramos esta misma pregunta ya en la Grecia
antigua. Formulada de esta manera, es más bien vaga y no
indica muy bien de qué se trata. Por eso la traducimos así:
"¿Hasta dónde puedo ir antes de desaparecer, antes de per-
derme en tanto 'yo'?". Esta pasividad, tan temida por los
griegos, puede ser comprendida como la desaparición del yo.
La ley instaura el deseo, y por consiguiente el goce, siem-
pre particular, que lo acompaña. Cuando el tobillo debe que-
dar cubierto, cuando el beso es ilícito y prohibido, la trans-
gresión confina en la euforia. Nadie goza menos que aquel o
aquella que vio y vivió todo. Por la instauración de un inter-
dicto, siempre particular, y del goce que le está asociado, la
ley protege contra la transgresión última hacia el goce últi-
mo que ecli psa al sujeto ... o que ecli psa al otro, puesto que en
este caso la distinción se debilita.
La regulación, por tanto la instauración, del deseo puede
ser considerada como la primera y la más importante limi-
tación del goce simbiótico. Más nos ocupamos del deseo, más
quedamos alejados del goce. Entre tanto, gozamos de ma-
nera particular, en función del grupo al que pertenecemos,
en función de la regulación particular de ese grupo.
Como la leyes indisociable de una época y de un lugar,
una regulación de ese tipo será irremediablemente colorea-
da por el discurso que la rodea y al que pertenecemos. No
hace tanto tiempo, la ley estaba todavía colgada de verdades
eternas, leyes divinas o leyes naturales. Habiéndose sucedi-
do una cantidad de discursos durante los últimos siglos, es
claro que hemos atravesado una seria evolución sobre este
punto. El discurso pedagógico religioso define al transgre-
sor como un pecador. Rápida e inel uctablemente erotizadas,
puesto que se trata de transgresión, la confesión y la peni-
tencia eran el remedio. El discurso científico médico del siglo
XIX hizo del pecador un enfermo, un paciente que merecía un
tratamiento, incluso aunque ignorara cuál. La psiquiatría y
la psicología rebautizaron a estos pacientes con el nombre

197
de enfermos mentales, neuróticos o perversos. Señalemos
aquí que el juramento de Hipócrates, que prohibe al tera-
peuta usar a su paciente para su propio placer sexual, indi-
ca claramente que los dos últimos discursos también están
llenos de la misma erotización.
El discurso posmoderno actual aboga por la tolerancia. A
condición de un acuerdo mutuo, todo está permitido; lo anor-
mal se vuelve paranormal, lo normófilo debe tolerar lo pará- .
filo. El lazo con Dios o la naturaleza cae, para establecerse
explícitamente con el grupo. "Normofilia: prácticas sexua-
les eróticas en acuerdo con el estándar prescrito por la au-
toridad religiosa o legal reinante".5 No obstante, la obser-
vación de peer groups muestra que esta tolerancia es una
ilusión: en el seno de esas pequeñas sociedades, las pres-
cripciones son abundantemente desarrolladas e impuestas.
La diferencia principal con el pasado reside en la diversidad
de las prescripciones. Nada más. .

No hay ninguna duda de que esta diversidad estará en la


fuente de muchas discusiones en que cada grupo pretenderá
tener razón y predicará para su parroquia. Pero más allá de
las burradas interminables que se profieren frecuentemente
en esas ocasiones, la pregunta cardinal queda abierta: a
saber, ¿qué es lo que empuja hacia esa transgresión, hacia
ese punto en que el yo deja de existir?

"EL. SENTIDO DE LA VIDA"; TELEOLOGíA

Las preguntas sobre el origen y el fin son siempre pregtfii:


tas imposibles. ¿Cuál es el origen del universo? ¿Cuál es su fina-
lidad? Aplicadas a la antropología y a la biología, estas pre-
guntas dan libre curso a toda suerte de respuestas ideológi-

5. Money, J., Gay, Straight, ,and In·between: The Sexology of Ero tic
'prientation, Nueva York, Oxford University Press, 1988, pág. 214.

198
co-religiosas y a las especulaciones más salvajes. Es el pro-
blema de la teleología, la finalidad supuesta de y en la vida.
Esto nos lleva a un territorio peligroso donde el científico
de hoy apenas se atreve a aventurarse. En tanto avance, su
respuesta será alrededor de la reproducción: el objetivo de la
vida consiste en continuar viviendo y en transmitir el propio
material genético. Por eso las mujeres son irresistiblemente
empujadas hacia el embarazo y los hombres hacia la eyacu-
lación. Lo irresistible reside en que la finalidad opera a
expensas, e incluso en detrimento, del individuo, conside-
rado como una especie de vehículo conducido por un chofer
desconocido.
Señalaremos que, de este modo, la ciencia occidental pro-
longa perfectamente a sus precursores, las religiones occi-
dentales. Ellas también prometían la vida eterna, aunque
bajo otra forma: en tanto los valores morales hayan sido
respetados en la tierra, el paraíso celeste sucede a la vida
terrenal. En última instancia, esos valores vuelven inevita-
blemente a restricciones que ponen trabas al bienestar en la
tierra. El bienestar en cuestión no es sencillamente el bienes-
tar o el bienestar en general, puesto que el bienestar alcan-
zado aquí es reducido al goce.
Este último aspecto muestra un segundo paralelo entre
la ciencia y la religión occidental puesto que, mientras tan-
to, la ciencia también se puso a plantearse este tipo de condi-
ciones: cuanto más malsana es la vida, más corta es y meno-
res serán las posibilidades de vivir eternamente, es decir
menores serán las posibilidades de reproducirse. Y, al igual
que la acepción religiosa, la acepción científica de la salu-
bridad tiene una relación directa con una reducción del goce.
Como lo señaló Frédéric Declercq: "Café sin cafeína, cerveza
sin alcohol, cigarrillos sin nicotina, pastelería sin azúcar",6
a lo que agregaría el sexo por teléfono.

6. Declercq, F., Het re/de bij Lacan . over de pulsie en de finaliteit van
de analytische kuur, Gante, Idesea, 2000.

199
Aparte de eso, esta misma ciencia estará pronto en condi-
ciones de remediar esta pequeña imperfección en la realiza-
ción de la misión elevada de eternizar la vida, a saber ese
hecho, particularmente irritante, de que nuestros hijos no
son las réplicas exactas de nosotros mismos. Hay que darse
cuenta de que los intentos en el campo de la hibernación no
eran de hecho más que esbozos. Luego, lo hacemos mucho
mejor: un poco más de paciencia y la clonación nos ofrecerá
pronto la posibilidad de educarnos a nosotros mismos. De
manera que podremos reírnos de los errores de nuestros
padres. El complejo de Edipo toma un viraje por lo menos
singular: Edipo y Narciso se encuentran en Silicon Valley.
El complejo de Narcisipo tiene futuro.

La ciencia y la religión empezaron ligadas y están im-


pregnadas una de la otra.

Presentado desde este enfoque, el objetivo de la vida se-


gún Freud -alcanzar el nivel de tensión menos elevado-
parece bastante minimalista, incluso negativo. Que haya
considerado ese objetivo como un efecto de lo que llamó "el
principio de placer" es aún más sorprendente. En su prime-
ra teoría, el placer remite a una ausencia total de tensión; y
el displacer a la inversa. Para él, esta finalidad es la con-
secuencia directa del hecho de la pulsión, puesto que el
objetivo pulsional es volver a un estado original. El lema de
la pulsión podría formularse como "Antes era mejor". Y ese
"antes" original equivale a un nivel de tensión cero. Freud
desarrolló esta teoría durante su período de laboratorio,
inspirado por la psicología experimental de su época. La
sexualidad y la reproducción apenas figuran y el bienestar
perfecto es concebido como una especie de nirvana.
El término "nirvana" no aparece aquí fortuitamente. El
nivel cero de tensión es la nada, lo que, en otros términos,
precede a la vida. Adaptada a la filosofía-religión oriental,

200
una finalidad de la vida así concebida presenta, a primera
vista, con qué desorientar a Occidente. El objetivo de la vida
es la muerte, entendida como la muerte indiv!dual definiti-
va, la que libra de la espiral de las reencarnaciones. Y en
Oriente se trata también de pagar un tributo por esta libe-
ración: un tributo moral que viene a ser una reducción de
goce.
Mi intención no es promover sabidurías orientales asi-
miladas a medias, en respuesta a las dificultades occiden-
tales. Los sabios orientales son bienvenidos, pero la hierba
es verde aquí también. Esos sabios sacudieron un poco la
evidencia de nuestra concepción de la "vida eterna" como
designio de la existencia. Démosles las gracias igualmente
por haber pensado un lazo totalmente inesperado entre esa
finalidad de la vida y la muerte.
El estudio de Philippe Aries, El hombre ante la muerte,
destacó admirablemente el hecho de que estamos aterro-
rizados por la muerte. Para nosotros, una "bella" muerte es
una muerte súbita, preferentemente mientras dormimos,
sin dolor ni enfermedad, y por lo tanto completamente ines-
perada. No hace tanto tiempo, sin embargo, una muerte
semejante, que se designaba por la imagen del "ladrón en la
noche", era la más temida. Una buena muerte era una
muerte anunciada, que permitiera despedirse y prepararse
para lo inevitable.
Tampoco nos sorprendemos de no encontrar actualmente
mucho espacio para la idea de una pulsión de muerte. Como
la pulsión concierne a la sexualidad, sólo puede estar dirigi-
da a la vida. Por consiguiente, la combinación de esos dos
términos -pulsión y muerte- es imposible, incluso impen-
sable. Cuando Freud adelantó por primera vez ese concepto,
en-1920, inmediatamente tuvo sus costos. Considerada como
el producto de un viejo muriendo de cáncer, la pulsión de
muerte fue rechazada en sus propias filas .. Reconozcamos,
no obstante, que en efecto su teoría sobre ese punto no el3 del
todo clara, y en realidad sólo está apenas esbozada. Después

201
de él, la pulsión de muerte fue enseguida interpretada como
una especie de instinto o de tendencia agresiva dirigida
contra la propia persona, como sería el caso del suicidio. Esa
idea está muerta y enterrada desde que Konrad Lorenz
demostró, con razón, el ridículo en su estudio etológico de la
agresividad.

-Doctor, ¿viviré más tiempo si no bebo más alcohol, dejo de


fumar y no me alimento más que exclusivamente de frutas y
verduras y no toco más a las mujeres?
-No puedo asegurarle que vivirá más tiempo. En cambio, lo
que le puedo decir con certeza es que sU vida va a parecer muy
larga.

Un científico comienza una investigación sobre el enveje-


cimiento. Se pregunta por qué algunos viven más tiempo que
otros. Entrevista a algunos viejos en ungeriátrico. Un septua-
genario le asegura que debe su edad avanzada a su alimen-
tación exclusivamente macrobiótica; un octogenario agrega sus
maratones. Y un nonagenario declara además no haber mira-
do nunca a las mujeres. En ese instante, nuestro valiente geron-
tólogo ve pasar, tambaleándose sobre sus piernas, el objeto de
estudio soñado: por lo visto, al menos un centenario. Lo aborda
y le pregunta si él también tuvo cuidado con su alimentación.
-En efecto, siempre los mejores platos, mucha carne, paste-
lería fina, las mejores salsas a la crema ...
-y la bebida, ¿la controlaba?
-La bebida, por sobre todo. Un buen plato exige una buena
botella, como mínimo un vino fino. Y mi botella de whisky
cotidiano es siempre de pura malta. ¡El blended no quiero ni
probarlo, verdadero veneno!
-¿ y las mujeres?
-¡Oh! No hablemos de ellas, señor. Antes, era por lo menos
dos veces por día, pero estos últimos tiempos ya no es tan fácil.
-¿ Yapesarde todo alcanzó una edad tan avanzada? ¿Cómo
esposible?
-No exageremos... ¡Edad avanzada! Veintisiete años no es
tanto ...

202
En tanto reímos es que tenemos salud. El hecho de que el
lazo entre una sexualidad excesiva y una muerte prematu-
ra no esté probado no quita nada a la opinión común que se
expresa en tales bromas. Además, no es tanto el contenido
dudoso lo que llama la atención como la convicción que ex-
presan. Ésta pone en evidencia el lazo entre la sexualidad y
la muerte y, por extensión, entre el goce y la muerte.
La sexualidad implica la muerte. No porque cada orgas-
mo se soldaría por la pérdida de una parte de nuestra ener-
gía vital, sino porque somos seres sexuados. Sexuado sig-
nifica: diferenciado biológicamente, hombre o mujer. En un
momento dado de la evolución de la vida, esta diferenciación .
inauguró una nueva forma de vida, aumentando, y mucho,
el potencial creativo para hacer frente a la "supervivencia
del más apto". En efecto, cada generación produce algo nue-
vo, en una creación única. El otro camino, más antiguo, es la
forma de vida no sexuada en la que sin distinción de género
se reproducen organismos, por bipartición celular o para-
sitando otros organismos, que son réplicas perfectas de sí
mismos. No obstante, la nueva forma de vida tiene un precio:
cada individuo único está condenado a la muerte. La sexuali-
dady la muerte figuran sobre la misma página de la creación.
Frente ~ eso, nuestra comprensión falla -lo que basta ya
para provocar la angustia-o Sin embargo, la explicación es
relativamente simple. En principio, los organismos que se
reproducen de manera asexuada (organismos unicelulares,
bacterias, virus -roguemos- y, en poco tiempo, los clonesi
viven eternamente, puesto que su reproducción consiste en
una duplicación. En esos casos, la muerte es puramente
accidental, y no necesaria. Como la muerte es inherente a su
esencia, los organismos que se reproducen de manera se-
xuada deben ineluctable mente morir. 7 La división celular

7. Si reemplazamos anatomía por "reproductividad sexual", la idea


freudiana según la cual "la anatomía es el destino" recibe un nuevo
enfoque. Partiendo de una dualidad originaria e inherente, esta idea

203
que caracteriza esta forma de vida -la meiosis- ocasiona no
sólo la pérdida de la mitad del material genético sino que
también excluye para el individuo la posibilidad de acceder
a la existencia eterna. Lo que la biología actual llama "apop-
tosis" significa simplemente que la "sustancia" que gobier-
na este próceso está programada para auto destruirse al
cabo de cierto tiempo.
Por eso, la pulsión sexual es en primer lugar intrínseca-
mente pulsión de muerte: Eros y Tánatos constituyen el
anverso y el reverso indiferenciados de una banda de
Moebius. 8
Ésta es la última teoría freudiana de la pulsión.

está llena de consecuencias y, por varias razones, es difícilmente com-


prensible. Durante una discusión privada con Joan Copjec (congreso
"Encore", Los Ángeles, marzo de 1999) yo argumentaba que la identidad
sexual es una construcción secundaria, tributaria del Otro (lo que no
quiere decir que el psicoanálisis lacaniano se inscribe en una línea butle-
riana). Ahora bien, esta construcción secundaria se apoya sobre Una
dualidad detenninante que no concierne al cuerpo -que es un efecto de
discurso- sino al organismo -ténnino que Lacan emplea en el Seminario
XI-. Situar esta dualidad original como masculina y femenina ya es
interpretar retroactivamente una división más originaria. Lo esencial no
es la división en sí, sino el hecho'de que algo que la vida trata de recon-
quistar fue perdido. Ahora bien, por el camino que toma, este intento de
reconquista no puede sino fracasar. Es por eso que Lacan habla de una
estructura circular pero no recíproca, que conlleva un encuentro siempre
fallido. El ejemplo más conocido es evidentemente la (no) relación entre el
hombre y la mujer. No obstante, esta última no es sino su última encar-
nación y sufre, por otra parte, el mismo fracaso que las encarnaciones que
la precedieron.
8. Banda de Moebius: tomen una banda de papel de al menos 30
centímetros. Ténganla entre las manos, efectúen una torsión de 18()11 a
una de las extremidades y peguen las dos extremidades. En adelante, la
banda ya no tendrá anverso y reverso diferenciados. Para los amantes del
arte, los grabados al aguafuerte de Escher son una muestra.

204
EROSVERSUSTÁNATOS

En el primer ensayo puse el acento sobre la naturaleza


parcial y autoerótica de la pulsión, que podemos considerar
como sus propiedades operacionales. La oposición freudia-
na entre Eros yTánatos-pulsión de vida, pulsión de muerte-
trata de la finalidad de la pulsión. La pulsión quiere volver
al estado original, a un nivel de tensión igual a cero. El
hombre no esperó a Freud para hacer el acercamiento entre
el orgasmo y la llamada pequeña muerte. Lo que no le im-
pide, sin embargo, aspirarla continuamente. No obstante,
al mismo tiempo, una fuerza contraria está en práctica, otra
pulsión que quiere preservar la vida, quiere aumentar la
tensión. Ésta prefiere evitar la muerte y elige otro goce.

Surgen entonces estas preguntas: ¿quién o qué muere?,


¿hacia quién o hacia qué se regresa? ¿Quién o qué aspira a la
vida?, ¿yeso implica también un retorno?

Las apelaciones de pulsión de "vida" y de "muerte" in-


ducen a error. Eros y Tánatos son preferibles porque nos
obligan a poner más atención a la significación que les pres-
tamos. Eros es del orden de la intromisión, de la fusión, del
ensamblaje, de la integración de elementos dispares en un
conjunto más grande; es como la síntesis de múltiples uni-
dades individuales. Tánatos representa la separación, la
explosión, el estallldo de las unidades, el big-bang que libera
y consume la fuerza y la tensión que fueron acumuladas
precedentemente.
Freud se detiene ahí, y no retoma la idea más adelante.
Un examen más aproximado a ese razonamiento indica, sin
embargo, que las ideas de vida y de muerte son particular-
mente relativas: Tánatos es la muerte de Eros, la puls~ón
tanática destruye la unidad, dispersa y desparrama el con-
junto. Eros es la muerte de Tánatos, puesto que destruye los
elementos individuales fundiéndolos en un todo unificado.

205
Alternándose sin fin, Eros y Tánatos se tienen mutuamente.
. La temporalidad no es lineal, sino circular. Isis y Dioniso-
Baco mueren y renacen a perpetuidad.
N os damos cuenta de que Eros y Tánatos no representan
la oposición de la vida y de la muerte, como creía Freud, sino
más bien la oposición entre dos formas de vida diferentes.
Por un lado, la vida individual, .como existencia singular y
limitada que expira tarde o temprano; por otro lado, la vida
más allá de la vida individual, la que pertenece a un conjun-
to más amplio y que perdura. Así la abeja existe individual-
mente, tiene características, posibilidades y cargas particu-
lares. En verano, muere después de seis semanas, pero el
enjambre perdura, conoce una vida propia, menos efímera
que la del individuo. La entomología todavía está dividida
sobre la cuestión de saber cómo hay que estudiar el apis
mellifera: ¿en tanto "colectividad", es decir en tanto grupo, o
en tanto individuo? Sin duda, el individuo no puede subsis-
tir sin el grupo, pero lo contrario también es completamente
cierto.
Distinguiendo bíos y zoi, la Grecia clásica puso en evi-
dencia dos acepciones diferentes de la palabra "vida". Zo~
-que encontramos por ejemplo en zoología- remite a la vida
indestructible y por consiguiente eterna. Zo~ es la fuente y
el fin de todas las cosas. Bíos -que encontramos, entre otras,
en biologÍa- es la expresión individual y limitada de esa
vida eterna, a la que deberá por otra parte volver, una vez
acabada su existencia. El conjunto es considerado como cir-
cular, como ciclos que se repiten a la manera de las esta-
ciones, del día y de la noche, de decanos astrológicos.
Como principio operante, en el sentido de primum mo-
bile aristotélico, la pareja Eros-Tánatos supera amplia-
mente la relación hombre-mujer, lo cual, a la inversa, no quie- ,
re decir que la pareja humana no esté sometida a aquélla,
lejos de eso.
Eros es el lado sonriente, florecido de la relación: el ero-
tismo por el que alcanzamos la fusión. Ésta va más lejos que

206
el lazo de unión del coito, puesto que apunta a la simbiosis
originaria con la madre, y más allá de la simbiosis con la
vida, perdida con y en el momento de la constitución del yo.
Que sea siempre el hombre quien es empujado hacia la mujer
no es, pues, fruto del azar. Siendo el hombre la parte salida
de la mujer, la parte de la que se separó, no es sorprendente
que sea arrastrado irresistiblemente hacia sus orígenes.
Evidentemente, esta simbiosis sólo se obtiene al precio de la
desaparición del yo. La simbiosis no se alcanza más que a
condición de renunciar al resultado del desgarramiento ori-
ginal. Además, la unidad simbiótica debe ella misma desa-
parecer en el interior de esa otra vida -zoi- que, inefable, se
sitúa más allá de la primera. ¿Debemos asombramos en-
tonces de que el sujeto sea tomado por la angustia y retroceda
frente al goce por el que hace el oficio de carburante?
Es ahí cuando la otra parte, Tánatos, interviene, desinte-
grando a la bestia de dos espaldas, separando al sujeto del
otro, vía la convulsión orgásmica del goce fálico. El orgasmo
hace estallar la fusión que lo precede y el yo regresa a su
biosfera. Después de lo cual uno se siente más que nunca
individuo, pero solo. Un poco triste por momentos. Hasta que
recomenzamos, lo que hacemos sin cesar, mientras vivimos,
reproducción o no, a fin de lograr "lo". Y lo logramos. Al final.

Eros y Tánatos no son dos pulsiones distintas: indican -


más bien las direcciones opuestas por las que camina la
vida. De ahí el fenómeno típico de que cuando una de las
direcciones se afirma con más fuerza, la otra sigue y se
refuerza igualmente. Aquí también, el fenómeno no vale
únicamente para la pareja. Más forma toma la unificación
de Europa, y más se afirman las tendencias nacionalistas,
incluso regionalistas. A la inversa, el fraccionamiento inci-
ta, obliga incluso, a las coaliciones. La disgregación de la
sociedad hace nacer constantemente una cantidad de sub-
grupos y de subculturas. Así la muerte de la institución del
j

matrimonio vuelve a la pareja más importante que nunca.

207
En cuanto a las aplicaciones a muy gran escala -de la
geopolítica a la cosmología-, las dejo con gusto para los
lectores más competentes que yo. No obstante, en lo que
concierne a la relación sexual, puedo tirar una línea y dar
una indicación. La línea corre entre el hombre y la mujer. La
dirección va del hombre a la mujer, o, inversamente, parte
de ésta. Eros es el nombre de la primera dirección, Tánatos
es la segunda orientación. Cada dirección conoce un sexo
propio y un afecto propio: la mujer, el goce y la angustia
pertenecen a Eros; el hombre, el goce fálico y la tristeza
provienen de Tánatos. El afecto indica el punto de ruptura a
partir del cual el goce trae demasiada pérdida: la angustia
se relaciona con la. desaparición del yo como condición de
goce; la tristeza a la separación de la simbiosis que trae el
goce fálico. En ese contexto, la oposición hombre-mujer es
particularmente relativa, y debe más bien ser comprendida
como la oposición activo-pasivo: cada sujeto -ya sea hombre
o mujer- tiene la oportunidad de tomar esta posición res-
pecto del otro.
Al hacer el goce de Eros automáticamente daño al de
Tánatos, la sexualidad, a pesar del placer que procura, lleva
en sí misma los gérmenes de la insatisfacción. Freud tenía
el presentimiento de ello cuando escribió en 1896 que la
sexualidad contiene en sí misma una fuente de displacer.
Además, las dos direcciones están claramente ligadas al
sexo. Eros y el goce se sitúan del lado de la mujer, Tánatos y
el goce fálico del lado del hombre. El hombre y la mujer
tienen la posibilidad de encontrarse, aspirar incluso a ha-
cerlo. En efecto, el orgasmo femenino es también fálico -sin
ni siquiera contar con que la mujer es multiorgásmica-.
Pero ella puede prescindir más fácilmente de él. Para la
mujer, el orgasmo no es imprescindible; más bien a menudo
es vivido como una molestia para ese otro goce: l!,simbiosis
que restaura el lazo original. Ese goce, el hombre n lo conoce
demasiado bien. Lo busca sin cesar, pero lo evita p r el corto-
circuito de su goce fálico, puesto que este otro goce lo

208
transforma en objeto, en complemento de un conjunto más
amplio.

La frigidez y la eyaculación precoz son rechazos de la otra


dirección.

Es este factor genético el que distribuye los roles, no obs-


tante el patriarcado y el movimiento de liberación de la
mujer. La mujer se sitúa del lado de la simbiosis, del alma
matero No tiene que obrar para esa posición. Está ahí y sólo
tiene que esperar. Al principio el hombre formaba parte de
ella. Como no es otra cosa más que su producto, tarde o
temprano el hombre vuelve sobre ,ella. Deseoso, al mismo
tiempo que agresivo, está irresistiblemente empujado hacia
su regazo. Cada hombre tiene tres mujeres en su vida, es-
cribe Freud: la mujer que lo trae, la mujer que lo recibe y la
mujer que lo destruye. Las tres son madre: la propia madre,
la madre de sus hijos y nuestra Tierra madre que lo retoma.

EL AMOR EN LOS TIEMPOS DE LA SOLEDAD

Factor límite entre lo somático y lo psíquico, la pulsión


está sin cesar en búsqueda de una representación psíquica,
una imagen, un soporte al cual atarse. Sin eso, la pulsión da
vueltas en círculo en el interior de ese no man's land entre
cuerpo y psiquismo. Movimiento giratorio que muda en en-
loquecimiento esperando la explosión, la pulsión es la medi-
da del trabajo pedido al psiquismo.
Este anclaje a una representación, una imagen o una
palabra constituye el salto, irrealizable, de la pulsión al
deseo. Irrealizable porque ellos son radicalmente diferentes,
una metamorfosis debe producirse en el momento de ese
salto de la pulsión al deseo. Así, ese proceso constituye casi
un triple salto. A la llegada, el otro espera en calidad de
sujeto, mientras que la pulsión no tiene necesidad más que

209
de una parte del otro, algo parcial, algo que ocupa el lugar de
otra cosa, desaparecida para siempre.
Esta forma de transgresión provoca un goce destructivo.
Pocos son aquellos que llegan hasta allí, porque la angustia
es demasiado intensa. Sobre esto, la psiquiatría que se ocupa
de casos severos es de las más instructivas, al menos para
aquel que quiere instruirse: numerosos pacientes súbita-
mente admitidos a causa de un ataque de locura que se
parece al desencadenamiento de una psicosis revelan pre-
cisamente haber superado ese límite. La mayoría no avanza
tan lejos sino que se detiene en el punto en que el goce sigue
bajo el control del sujeto. Deteniéndose el trayecto siempre
en ese mismo punto, el goce se vuelve necesariamente re-
petitivo, monótono, mortal para la pasión: se convierte en
una especie de ritual, casi comparable a una encantación
cuyo objetivo sería conjurar un afuera exterior.
Sin embargo, a veces se abre otro camino. La forma que
toman el deseo y el goce en la pareja es, por una lado, deter-
minada por el grupo y, por otro lado, por los dos sujetos
concernidos. La relación es, por una parte, pensada y pres-
crita por el grupo, pero si el nudo está bien firme de este
lado, depende de la pareja desatarlo del otro.Alos amantes
cabe, pues, pensar y adornar a su gusto la parte de la que
disponen. Tratándose de pulsión y de deseo, el resultado
será siempre singular, nunca generalizable. En lugar de una
reducción a una categoría (el hombre y la mujer) y de la
repetición que sigue, es sobre la diferencia donde aquí están
puestos todos los acentos. Como Lacan dice en el seminario
sobre la angustia, sólo el amor puede aparejar pulsión y
deseo: "Sólo el amor permite al goce condescender al deseo".
Lo que significa que una relación sexual entre un hombre y
una mujer equivale a la sublimación de la imposible rela-
ción sex~al entre El Hombre y La Mujer.

210
A MODO DE CONCLUSIÓN

"Era un ejercicio filosófico: su apuesta era saber en qué


medida el trabajo de pensar su propia historia puede liberar
al pensamiento de lo que piensa silenciosamente y permitirle
pensar de otra manera."

M. FOUCAULT,
Historia de la sexualidad, tomo 2:
El uso de los placeres.

211
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219
r
ué puede deci;nos del amor hoy ·en . ~ia el

IJ I .psicoanálisis? Jamás, según paréce, Ih,emos


pedido tanto a la persona con quien vivimos.
y jamás hemos hecho demandas tan oscuras,
tan dificiles de formular. La pareja ha devenido el lugar
donde se aloja un malestar profundo que tiene diversas
expresiones.
Con argumentaciones provocativas y haciendo gala de
un fino humor, Paul Verhaeghe revisita en El amor en los
tiempos de la soledad el pensamiento de Freud y de
Lacan, para descifrar el nuevo destino del deseo y la .
pulsión. Destino que tiene múltiples manifestaciones
en la vida cotidiana, y que el autor rescata recogiendo
testimonios de la vida real y de la ficción, en un
recorrido que abarca desde la tragedia'griega ·hasta
los Simpsons.
¿Cómo hacerse cargo hoy de la angustia Que se aloja
en el corazón de las pulsiones? ¿Qué remedio aportar a
la decadencia de los modelos familiares y, en particular,
a la de la figura paterna? ¿Cómo redefinir el contenido
de un amor que jamás pareció tan necesario y, al mismo
tiempo, tan problemático?

Paul Verhaeghe, psicoanalista, es prpfesor de


Psicoanálisis en la Universidad de Gante, Bélgica, y
miembro de la Escuela Europea de Psicoanálisis.
Ha publicado en español ¿l!xiste la mujer? De la histérica
de Freud a lo femenino en Lacan (Paidós, 1999).

Paidós
PSicología
Profunda
236 ·

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