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El santo de los infelices.

Adyerin Rueda.

Cuando mataron a Mario Chucho traía puesto su vestido verde limón. Brillante, casi enceguecedor.
Caminaba deprisa por las calles del barrio derechito y sonriente, saludando a medio mundo.
Su mamá llorando gritaba “¡me mataron a mi Mario Chucho!”, mientras le limpiaba con un trapo
las manchas de sangre al vestido verde limón.

Mario Chucho, que para todos también era Marita, había sido siempre el mismo: bailador, risueño,
optimista y gran amigo. Nadie notaba diferencia entre lo que era y lo que debía ser. Eso ya no
existía, ya no había preguntas sobre si era hombre o mujer: era Marita y quizá Mario Chucho pero
no más.

Nadie batallaba, nadie juzgaba porque simplemente eso ya no era posible. Era uno como ninguno.
Los ojos ya no se sorprendían, la boca ya no dudaba: Mario Chucho, la Marita, era eso: Mario
Chucho; la Marita.

Muy inteligente para los números pero con vocación de bailarín por eso daba clases y organizaba
todos los eventos. Bueno para cortar el cabello; a su mamá y a sus hermanas las dejaba
espectaculares con un par de tijeras y un par de sombras: "No hace falta otra cosa, lo demás ya es
presunción y dinero de sobra", decía con sus marcados ademanes.

Mario Chucho nunca se preguntó quién era o qué debía hacer. Era natural y así iba y venía por la
vida como el agua del río que sigue su cauce. No tenía un modelo a seguir, no idolatraba ni
empoderaba a otros con su causa. Él cantaba sus propias canciones, bailaba su propio ritmo y
hacía su propia ropa. Parecía que el tiempo le sobraba y que nunca pasaba por él.

No anduvo en malos pasos ni con dudosas compañías; tenía muchos amigos y le gustaba la fiesta
pero ya desde muy temprano se arreglaba para la oficina y regresaba a tiempo para preparar
comida, hacer ejercicio y poner coreografías. Mario Chucho era feliz y no hay pecado más caro que
ese.

Lo colgaron en lo más alto del edificio donde vivía. Ahí estaba amoratado y con cinco puñaladas.
Su mamá le quitó el vestido verde limón pero no quiso que lo bajaran.
A Mario Chucho lo mataron tres muchachas, casadas y profesionistas. Seguidoras de su vida, más
que conocidas: compañeras de relajo. No se les ha encontrado

Dejaron el cuerpo difunto expuesto una semana hasta que el olor era insoportable. Para todos fue
un recordatorio de que la felicidad es un arma de doble filo y el vivir sin pensar en el que dirán es
muy peligroso.

Su mamá puso el vestido verde limón, todavía medio teñido de rojo, en un maniquí de hombre
mismo al que colocó la foto de Mario Chucho, y que dejó en la entrada de su jardín.

Desde entonces le rezamos todos los días, le llevamos flores, velas y regalos. Santa Marita, Santo
Mario Chucho, cuídanos de que alguien nos vea sonreír.

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