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La Música actual y su tiempo 1

La Música actual y su tiempo.


Marcelo Zanardo. 2014.

La pérdida de sentido de "progreso" que se atribuye a la post-modernidad (es cuestionable


hablar de progreso en el arte) se observa, a través del arte, en la discontinuidad que presentan la
mayoría de sus obras, lo aforístico, lo particular y contingente como medio de expresión. Las
corrientes actuales proponen la ruptura continua sin establecer elementos que permitan la
comprensión adecuada del objeto que se ofrece como artístico.

Pierre Bourdieu expresa con mucha claridad la problemática que el arte contemporáneo
acarrea a quienes lo abordan dado que:

"... la legibilidad de una obra contemporánea varía en primer lugar según la relación que
los creadores mantienen, en una época dada, en una sociedad dada, con el código de la era
precedente... [Así] la transformación de los instrumentos de producción artística precede
necesariamente la transformación de los instrumentos de percepción artística, y la transformación
de los modos de percepción no puede efectuarse sino lentamente... [produciéndose] un proceso de
interiorización, necesariamente largo y difícil." 1

Por un lado observa un dato fundamental que refiere la obra del artista a su tiempo, hecho
relevante que ubica a la obra artística como auténtica, hecho necesario para que sea reconocida
como tal. Por otro observa la necesidad de adaptar los medios de percepción y decodificación de los
códigos utilizados ya que el la obra supera la codificación que hasta el momento se consideraría
aceptada como válida. La obra va por delante de los medios que tendríamos para poder apreciarla
en su dimensión de obra.

El primer punto, es importante ya que destaca la necesidad de una reunión histórica de las
actitudes e intenciones del autor con su tiempo. Pero, sin lugar a dudas, también es una afirmación
que conlleva de suyo una serie de problemáticas. Es muy difícil, estando dentro del proceso
histórico determinar cual es “esa” característica de actualidad que identifique a una obra con su
tiempo; por otro, como la obra rompe con los códigos establecidos no se sabe si esa ruptura tan solo
es una pose o refleja el cambio de percepción que se opera en el mundo. Aceptando la afirmación de
la obra como auténtica. Será necesario operar en la construcción y la adquisición de las
herramientas que nos permitan comprender (y disfrutar) de una obra de estas características. Es
decir necesitamos de un proceso de aprendizaje que nos habilite a internarnos en el arte actual.

Esta afirmación se vuelve todavía más importante si nos enfrentamos al arte musical en el
que la distancia entre los gustos establecidos por la sociedad, inclusive por aquellos que dicen estar
en el grupo de los ilustrados y el arte musical contemporáneo, es muy grande. Por eso es que
intentaremos allanar el camino enfrentándonos a esos “...instrumentos de producción artística” que
se revelan como nuevos, y como ellos modifican nuestros instrumentos de percepción.

En el desarrollo de la música contemporánea, una sucesión de creaciones que se


pretendieron como finalidad del camino en la creación, son el germen de las prácticas más usadas
en el S. XX. Se debe hacer notar que la reputada racionalidad que la música, desde Schöenberg en

1Bourdieu, Pierre (2002) Elementos de una teoría sociológica de la percepción artística, en Campo de poder, campo intelectual. Ed.
Montressor. Buenos Aires. . Pág. 76-77 y sig.
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adelante, propone (a pesar de que esta idea es discutida), se enfrenta a la disyuntiva que la dialéctica
de esa misma razón, confrontar con su opuesto en la búsqueda de la síntesis, es decir la
irracionalidad, así ésta dialéctica que se desarrolla en la segunda mitad del Siglo XX, con las
llamadas vanguardias, parece ser una búsqueda para salir de las rigidez del discurso intelectual y
"conservador" de la música serial y sus consecuencias.

Esta percepción inicial, a confirmar con el estudio de la obra de vanguardia, presenta


inicialmente una actividad de irracionalidad que coloca al sujeto frente a la sociedad como creador
de objetos tan personales que se convierten en juegos de su imaginación. Carecen de una finalidad
explícita, impidiendo su "valoración" correcta (nótese que siempre se requiere del entendimiento
como fuente de posibilidad de representación y si este no puede categorizar los fenómenos, no se
produce tal conocimiento), varía el ángulo de la percepción estética, desde una axiología común
hacia una eliminación de valores que sean universales (ver Kant y su ética sin fundamentos). Si la
valoración del arte es posible en función de la cosa que muestra, la producción artística, la
referenciación debe poder realizarse en la inmediatez de la obra (ver Heidegger). Podría decirse que
el arte es así Conceptual, nominalismo artístico (las cosas son en tanto se las nombre, neo-kantiano,
sin idioma común no hay comunicación - Habermas -, ni puedo saber que es el lenguaje porque
dependo de él para explicármelo) que construye un mundo propio sin relación con el mundo real (la
simulación se observa en el cinismo, según Innerarity, y en concepto subjetivo de "seducción”,
según Lipovetsky).

El siglo XX está enteramente teñido por las turbulencias sociales que produce el acceso
masivo al consumo, esto ¿genera un cambio en el concepto de arte, especialmente de la música?
¿La desacralización de los contenidos produce un vaciamiento del sentido del hecho artístico? ¿El
desarrollo de la técnica y la eficiencia, desprestigia el juego meramente lúdico y esclarecedor que
aporta la obra de arte?, y visto así ¿existe una ética del arte, de la música? Parece ser que la razón
está al servicio de actividades solamente prácticas que, no puede mancharse con el color de lo inútil
(de ahí el desprestigio que a caído en la post-modernidad). Pero también se puede decir que frente a
la intención de racionalización suprema de la vida existe una tendencia en la que se rescata lo no-
racional como un medio de salvaguarda de lo humano, un mecanismo para defender lo oculto, la
realidad de las cosas, el misterio, lo que no tiene nombre, y el artista pasa ser el demiurgo, sin
proponérselo, de esta forma del conocimiento (habría que hacer referencia a la dialéctica fatal de las
ideas modernas que frente a la razón queda atrapada en el círculo de la metafísica kantiana, la
imposibilidad de anclaje en la verdad, sin la participación subjetiva que "presenta el horizonte de
posibilidades" del conocimiento, el que finalmente se limita a la ciencia, que también no es más que
un planteo de modelos intercambiables). En definitiva la subjetividad no permite a la verdad salir de
su encierro y la meta del Iluminismo se encuentra frenada por el paradigma de la misma propuesta.

El arte es tan solo un "medio" por el cual se obtiene algo que se podría denominar
“movimiento”. Movimiento entendido en el sentido de cambio, transformación, sin referencias
cualitativas. No quiere decir que solo una expresión artística permite éste movimiento, muchas otras
actividades de lo humano aportan un impulso a nuestro derrotero, pero solo la obra de arte es la que
ataca desde el interior para convertirse en vértice de las energías que ella misma produce. Es decir,
no nos deja atrapar nunca el contenido (si es que lo posee) en una definitiva aprehensión, sino que
actuamos frente a ella como si no pudiéramos “asirla”. Un componente de inasibilidad es
fundamental en su estructura. Ese componente, en realidad, lo aportamos nosotros al enfrentarnos
con ella, ya que nuestras “categorías”, para usar un término kantiano, no poseen un espacio para tal
contenido. En las representación que nos hacemos de las cosas esta obra de arte no aporta nada
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conocido, no quiere que nos representemos nada, sino, mas bien pide que des-estructuremos ese
conocimiento. Desde esta perspectiva es que podemos afirmar que el arte es un medio de
conocimiento, solo que habría que definir este término de manera mas precisa ya que no se
relaciona totalmente con el concepto cientificista y performativo de nuestros días. Ese conocimiento
es individual e intransferible, no se enmarca en las formas tradicionales siendo así, inútil para la
ampliación de la ciencia en general.

Un primer aspecto que surge de estas consideraciones esta referido a los fundamentos.
Aquello sobre lo cual es necesario tener una idea clara y definida, para poder desarrollar
consideraciones útiles en la comprensión del tema que nos interesa. Preguntarse por cualquier
expresión del arte, por una obra particular, cualquiera sea, sus contenidos, formas o fundamento es
preguntarse sobre su fundamento. Es decir: así surge la pregunta ¿Qué es el arte? Podemos
preguntarnos en definitiva ¿Qué es la música, dentro de la esfera del arte? ¿Puede considerarse un
arte o tan solo una técnica aplicada a la obtención de un resultado “grato al oído”? Nada de lo que
respondamos parecerá definitivo, ni nos entregará la sensación de reposo que las verdades certeras
ofrecen. Pero es necesario intentar el esclarecimiento y nuestra respuesta hará las veces de gatillo en
las consideraciones posteriores. Así mismo, de esta pregunta primera, y ante lo vasto e
inaprehensible de su contenido, vemos la necesidad de delimitar su campo y observar que solo
existen obras concretas, que son las que en definitiva sirven de puente para la observación del Arte,
separado de las artes puestas en juego para su logro. Se convierte así en uno de los temas a observar.

La música lleva en sus espaldas las intenciones y el pensamiento del tiempo en el que le
tocó desarrollarse. Depende de la comunidad, de la cultura y de la personalidad que la pone en acto,
esta, la música, responderá a diversas calificaciones y clasificaciones. A tener en cuenta es la
necesidad de esclarecer el hecho cultural, como imposible de desligarlo a una comunidad concreta
en la que se desarrolla y pueda construir una serie de signos que la liguen a ella. La música en
nuestra cultura está fuertemente ligada a la Razón, como rectora y ordenadora, dadora de sentido.
En ese aspecto es que puedo afirmar que el modelo supera al contenido, ya que toda construcción
musical debe para nosotros responder a un paradigma previamente elaborado y que justifica la serie
en el tiempo, esos fenómenos que al mostrarse construyen una realidad fuera de la realidad, un
proceso de la imaginación puesta en juego sobre toda realidad física, a la que supera.

Por eso se entiende que el proceso de “desarrollo”, es decir de crecimiento de la música, nos
colocara frente a la disyuntiva de respetar un ordenamiento u otro. Así en la música hasta el siglo
XX, con la conmoción de las supremacías racionales, empieza a desconocer una pseudo –
superioridad del ordenamiento tonal, observando en él una de las tantas posibilidades dadas en el
desarrollo de la imaginación artística. Un modelo suplanta a otro, es decir el pensamiento
finalmente es que triunfa sobre la naturaleza nuevamente. Un ordenamiento racional es el
paradigma humano de comprensión o, como diríamos en nuestro caso musical, una solución al viejo
planteo de la forma.

¿Entonces la forma está en germen en los sonidos o los supera? Esta discusión es tan vieja
como la música misma, interesante sería plantear la discusión que nos llevaría por caminos que no
deseo transitar por el momento. Lo que si me interesa destacar es que el arte presupone un modelo y
ese modelo es fundamentalmente “cultural”, es decir que estas pequeñas reflexiones deben
orientarse a ese aspecto. Introduzcámonos en el tema…
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Es el siglo XX un momento histórico plagado de vicisitudes y hechos que serán estudiados,


seguramente como un momento paradigmático de la historia de la humanidad. Las miserias como
las cumbres del pensamiento humano se muestran en este momento con total crudeza. Es por eso
que necesito tener en cuenta la realidad de las transformaciones del siglo para comprender a la
estética musical moderna y su derrotero. Dentro de las convulsiones que se producen en el mundo y
la destrucciones de los “mundos”, surge lo que Ortega y Gasset denomina “crisis”, es decir un
momento en el que toda seguridad desaparece para comenzar a caminar a tientas, sin convicciones
seguras y sin saber, a ciencia cierta por donde seguir el camino, es decir “dará unos pasos en una
dirección y luego en otra”. Y este hombre “esta criatura se ha quedado sin mundo”, está entregado
nuevamente a la pura “circunstancia”. El cambio se enarbola como una de las seguridades que
parecen dar sentido a las acciones y se erige como una nueva fe. Obviamente el desarrollo siempre
estará ligado al pasado, en definitiva es lo único que me queda, pero el salto creará la sensación de
un salto en firme y no al vacío.

A su vez podría afirmar sin temor a equivocarme que el valor del “cambio”, pensado de
modo absoluto, y que abarca todos los ámbitos de nuestra vida, todos estos "mundos", se registra
con más fuerza en la cultura occidental que en otras culturas. Además esta constatación se nos hace
patente desde hace unos quinientos años aproximadamente. El vértigo vital de la actualidad
(inclusive la saturación de información como una variante de este cambio continuo), es claramente
un valor de nuestra cultura. El pensamiento actual lo observa como un fenómeno a describir, y la
filosofía contemporánea, ya convertida en una reflexión sobre "la post-modernidad", incursiona en
el fenómeno del cambio y la moda (su ahijada), de manera seria y sistemática. A tal punto se
encarna esta realidad que la valoración de cualquier actividad se realiza con categorías de
movimiento. La empresa, por ejemplo, premia al más creativo, es decir al que es que capaz de
innovar dentro de la estructura, permitiendo un movimiento de fuerzas que la liberen del
estancamiento económico (antiguamente el cumplimiento rígido de las normas de trabajo reputaban
al buen empleado). El individuo se valora en función de la diferencia, como así también las diversas
variantes de la cultura, sin importar el sustrato común. La Moda es el emergente más claro de la
necesidad de cambio.

Este valor, el cambio, fue observado como un componente del Ser desde la más remota
antigüedad. Fue Heráclito quién observó que el cambio era la madre de todas las cosas. Aclaremos
que este aserto se observa en el contexto de la discusión que los griegos mantenían sobre las
características del Ser en el Mundo, es decir de la representación de la totalidad de la naturaleza.
Inclusive el cambio como parte de la dialéctica que conforma con lo inmutable, al decir de
Parménides, el juego de los opuestos, llegó a su síntesis en Platón y Aristóteles, marcando estos dos
el pensamiento desde la antigüedad al fin del medioevo. Esta observación del mundo no es la que
surge de la ciencia moderna. Las categorías de clasificación que los historiadores modernos aplican
están teñidas por el proceso científico. La "Verdad" antigua es reemplazada por la "Certeza"
moderna, hija de la matematicidad, y el paradigma que el Iluminismo, como un hijo del
racionalismo, plantea con la idea de ciencia y progreso continuo. Una constatación de esta verdad
(la del cambio) se presenta cuando, midiendo con estos parámetros, se observa en la Edad Media un
freno en la historia, a tal punto que se la califica de "edad oscura", como si nuestra concepción del
mundo fuera la misma que la de esos teólogos medievales que construyeron sobre la base de la
dialéctica de Platón y Aristóteles. Así entonces el Renacimiento genera un impulso que rompe la
inercia y el desarrollo del humanismo permite el cambio y la diferenciación que los individuos,
liberados de las ataduras de la "congregación", aportan con sus múltiples formas de interpretar la
vida.
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Sin dudas que los cambios producidos por la decadencia de las razones antiguas requirieron
de una nueva solución a los mismos problemas creándose la necesidad de establecer parámetros de
medida, ya que la pérdida de sentido de las antiguas visiones requerían de un nuevo soporte para la
afirmación del hombre en el mundo. Le llega el turno a la Razón de ser la rectora del nuevo teatro y
su actividad permitirá la autoafirmación en la reflexión como el sustento de la verdad y la certeza
del conocimiento. Todas las variantes, desde el cogito cartesiano hasta las últimas instancias del
idealismo moderno, intenta una salida a la estanqueidad del pensamiento antiguo, contribuyendo a
la institucionalización del cambio, un hijo de la subjetividad racional.

Y el arte musical, ¿sufre las consecuencias del mismo proceso? Es verdad que el arte
camina a la vanguardia de los procesos de reestructuración de las creencias y es por eso que se dice
que anticipan los fundamentos de la sociedad que viene. Así el valor del cambio está presente en la
música pre-renacentista y se instaura como un modelo de estructuración fundamental. La
modernidad recibe esta herencia y propone unas estructuras que reorganicen los desarrollos sobre
moldes racionales, fundamentalmente con la intención de universalizarlos. Este proceso impediría
una transformación. Pero en el germen del pensamiento musical de occidente se pueden observar
algunos rasgos que fundamentan la necesidad de liberarse de las ataduras formales. Desde las
transformaciones bachianas en una estructura atada a un solo tema, pasando por la bitemática del
clasicismo, hasta el diletantismo romántico, las transformaciones se suceden con la intención de
reafirmar un valor fundamental: cambio. Hoy día parece contradecirse en algo esta idea sostenida y
puesta en práctica por nuestros antecesores: crece la estructuración y la repetición musical cuando
se presentan continuamente obras del llamado repertorio. Es habitual observar el interés por volver
a escuchar música de museo, más que de prestarse para la experiencia de descubrir las nuevas
músicas.

Llegamos aquí al terreno que nos interesa ya que este fenómeno es parte de lo que podemos
reconocer como postmodernidad. La prefiguramos cuando dijimos que hablábamos de una época de
crisis. Lipovetsy la presenta como una era del “vacío”, en donde la exterioridad cubre ese vacío
interior que crece con el desencanto de las ideas directrices modernas: la “razón y el progreso”.
Quien no tiene un sustento en la fe busca saciar su necesidad de vacío en lo exterior. Quienes no son
capaces de crear una base sólida para crear un sustento, recurre a viejas formas probadas que solo
cubren en parte sus necesidades, desfigurando el mundo en el que viven y creando una visión
deformada de la realidad. La música está ligada a lo subjetivo y es por eso que en cada obra el
compositor expresa el sentir concreto de una época. Hoy la estética musical reconoce la incapacidad
existencial de hombre de comprender “su mundo” expresando las ambigüedades que en el se
generan, conmoviendo la base primaria de la percepción musical, descentrando al oyente, por
consiguiente, creándole un problema para la comprensión de lo que percibe. No lo guía en la
escucha sino que lo libera de todo proceso directivo y obliga a crear un mundo nuevo a cada paso,
en cada escucha nueva y en cada obra. Es la concreción estética del cambio. Es por eso que la
vuelta al repertorio puede darle la sensación de encontrarse en tierras conocidas, de dale sentido al
mundo en el que vive. De esa manera la música funciona como un anclaje que permite por un
instante recuperar el paraíso perdido.

Si la música no recorre el camino que le propone su tiempo estaremos ante una


“falsificación”, aunque también es verdad que nuestro tiempo es multifacético.

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