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Melancolía y Andrés Caicedo

Mauricio Morales Morales1

“—Cuando a uno le va muy bien con su pareja y está muy bien de salud y la vida le sonríe
a uno y el trabajo es fantástico, uno no debe escribir nada, lo que debe es vivir de eso, que
tan pocas veces se da en la vida. Uno escribe cuando su mujer se ha ido con otro, cuando
ha perdido al póker y cuando le han dicho que tiene cáncer de pulmón.

—Entonces para concluir lo que tal vez debimos haber preguntado al principio:
¿Para qué? ¿En tu caso, para qué?
—Para nada, pero ¿Para qué la vida? La vida no tiene un sentido, no tiene una
explicación, uno no hace cosas para nada. ¿Para qué hace usted entrevistas de televisión?
Para realizarse un poquito, para pasar el tiempo, para vivir, para sentirse vivo. Yo igual,
para sentirme vivo, para no quedarme solo conmigo mismo que me da un poco de miedo,
prefiero estar ahí encima con la gente delante, gritándoles lo que opino.”

Joaquín Sabina en entrevista con Ricardo Rocha. 1985

“El problema del sufrimiento es infinitamente más importante que el del silogismo.
Una lágrima tiene siempre raíces más profundas que una sonrisa.
Nunca he llorado, pues mis lágrimas se han transformado en pensamientos.
¿Y esos pensamientos no son acaso tan amargos como las lágrimas?”

E. M. Cioran. 1934

A 40 años de la muerte de Luis Andrés Caicedo Sosa, hoy es sin duda un referente de la
literatura Colombiana de la mitad del siglo, su figura se ha rememorado para difundir la
genialidad de su obra y el valor que le otorgó su suicidio en 1977. Amante y crítico de cine,
de la literatura de H. P. Lovecraft y Edgar Allan Poe, de la “rumba eterna”, novelista,
guionista y crítico de cine y teatro, Caicedo se ha convertido en un referente fresco y

1
Estudiante de sociología en la UAM Azcapotzalco y de filosofía e historia de las ideas en la UACM
Cuahutepec
renovador de la literatura latinoamericana que va más allá del “macondismo”2 y del grupo
de escritores mexicanos denominados como “la onda”3 pues en su literatura hay fantasía y
realidad, pero la realidad de nuestro autor es más bien nostálgica, decadente y obscura. Sin
duda el suicidio fue el hecho que ayudó a su difusión, pero en él está implícito un elemento
que es casi un axioma pues parece tan evidente que no se cuestiona su fundamento, hablo
del objeto de la melancolía, que como escribió Marek Bienczyk4, es “ese mecanismo del
recuerdo que multiplica las imágenes de carencia y de pérdida”, y es sin embargo un
elemento que está siempre presente en el proceso de creación literaria. Pues bien, este texto
pretende analizar el objeto de la melancolía como el trasfondo de la creación literaria en las
obras del joven caleño, Andrés Caicedo.
La melancolía es una constante en la historia de la literatura; desde las escrituras
como los desgarradores versos del libro de Job, en la época clásica con los trágicos como
Eurípides, en el romanticismo alemán y los simbolistas del s. XIX como Baudelaire o
Gérard de Nerval, en la filosofía de Emil Cioran, Kierkegaard o Walter Benjamin; en la
literatura inglesa del s.XX como Virginia Woolf, o todos los escritores malditos como
Kafka o Bukowski, etc. Se trata de una melancolía que en última instancia retrata el peor
rostro de una realidad, o bien, anhela el rostro de una realidad que alguna vez fue deseable
en algún momento histórico que rememora el pasado y desde los ojos de algún ser, incluso
de la realidad de la condición humana, o más aún, Caicedo añade otro elemento, la
condición latinoamericana.
En las letras de Caicedo podemos leer al menos dos alcances del retrato de su obra;
en textos póstumos como Mi cuerpo es una celda5 retrata en un auto análisis su realidad
interior desde la infancia; pelea, discute, ignora a su padre. Sus altibajos sentimentales van
a sus amigos y también a su pareja, Patricia Restrepo. No hay exclusividad de su dislocado
temperamento. Caicedo siempre tuvo dificultad para asimilarse a la familia. En este texto
autobiográfico hay varias cartas que le destina a su padre:

2
Hernández Ríos, Melissa, Fragmentos de un retrato, “La ciudad narrada en la literatura humana
colombiana”, Manizales, Colombia, Facultad de Ingeniería y arquitectura, E.A.U, 2015, p.48
3
Rodriguez Ruíz, Jaime Alejandro. Novela colombiana. Raymond Williams: Postmodernidades.
Para R. Williams, Caicedo aborda la crisis generacional colombiana de los sesenta asumiendo un tono
“sobrio” mientras que en “la onda” se aprecia un tono “humorístico”; La onda se concentra
despreocupadamente en los aspectos positivos, Caicedo se centra en los aspectos negativos.
4
Bienczyk, Marek, Melancolía, De los que la dicha perdieron y no la hallarán más, Barcelona, Acantilado,
2014, p. 13.
5
Caicedo, Andrés. Mi cuerpo es una celda. Bogotá. Norma, 2008.
“Yo siempre fui para ti un accidente raro. Jamás olvidaré tu manera de
presentarme a tus amigos: “Éste está metido en el arte y esas pendejadas”

Si buscamos los indicios del categórico rechazo a la vida, la familia sería un buen
principio, pero la melancolía de Caicedo se profundiza en su relación con su entorno, su
Ciudad, Cali, y a medida que madura en su proceso creativo, también se profundiza la
relación consigo mismo; ¿Encontraríamos aquí el origen de la melancolía? Parece que el
mismo Caicedo nos responde en un párrafo de un cuento temprano, Infección:

“¿Es que sabes una cosa? Yo me siento que no pertenezco a este ambiente, a esta falsedad,
a esta hipocresía. Y ¿Qué hago? No he nacido en esta clase social, por eso es que te digo
que no es fácil salirme de ella. Mi familia está integrada en esta clase social que yo
combato, ¿Qué hago? Sí, yo he tragado, he cagado este ambiente durante quince años, y,
por Dios, ahora casi no puedo salirme de él. ¿Dices que por qué vivo yo todo angustiado y
pesimista? ¿Te parece poco estar toda la vida rodeado de amistades, pero no encontrar
siquiera una que se parezca a mí? No sé qué voy a poder hacer. Pero a pesar de todo, la
gloria está al final del camino, si no importa”

Cuando analizamos este texto que forma parte de “Calicalabozo”, una compilación
de cuentos breves, así como de la totalidad de su obra, podemos leer que hay una relación
más que estrecha entre el Caleño y su espacialidad, Cali. Tanto en el gran monólogo de
Infección como en su novela cumbre ¡Que viva la música!, que fue la única que vio
publicada en vida, nos damos cuenta que todo lo que era el caleño se podía explicar sólo a
través de Cali, era también “una ciudad invivible pero insustituible”. Podríamos relacionar
las causas de su melancolía con las de su suicidio6 desde que leemos en el mismo párrafo
“la gloria está al final del camino” podría pensarse que hay algo más que tendría que ver
con su trayectoria social, es decir, su vida misma, ¿A qué se refería con “el camino”?, muy

6
Podríamos decir que si las causas del suicidio de Caicedo se desarrollaron a partir de su estrecha relación
con Cali, al igual que su melancolía, hablaríamos en una interpretación Durkheimniana de un suicidio causado
por un lado, de los altos grados de integración de Caicedo en su entorno, pero por otro lado él mismo nos
habla de una ausencia de identificación personal con su gente, es decir existe un alta integración en Cali pero
una baja integración en su sociedad. La falta de integración, según Durkheim, “produce un sentimiento de
vacío y falta de significado en los individuos”, hablaríamos entonces de un suicidio de tipo “egoísta”.
probablemente se refiera a la vida, ¿Pero necesariamente a “su” vida? O dicho de otra
forma, ¿La gloria es la muerte?
Esto es anacrónico, y no podría entenderse sin entender primero el proceso de escritura,
pues la literatura es el elemento transversal que encerrará todo.
¿Cuáles son las condiciones en las que se produce la obra? El hombre no era ajeno
al contexto político de su Cali, el hombre comienza a escribir a finales de los sesenta justo
cuando la incertidumbre política y las revoluciones culturales envolvían el mundo, y el caso
de Latinoamérica no fue menos incierto. Romero Rey y Luis Ospina, quienes catalogaron
las obras póstumas de Caicedo, señalan tres etapas fundamentales de la su vida literaria7;
sus cuentos de adolescencia entre 1966 y 1968; su prolífica producción en 1969; y su labor
como crítico de arte y cine, dramaturgo, novelista, etc. desde 1970 hasta 1977. En el texto
más sobresaliente de la primera etapa, Infección, escrito con apenas 15 años, está retratado
un Cali “Que espera pero que no le abre las puertas a los desesperados”. Hay un rechazo de
los personajes a la hipocresía, a la monotonía de la ciudad, a toda la vida citadina, un
rechazo a la Cali que rechaza a los propios caleños.
A medida que progresa, en sus procesos de producción permanece la relación entre
el personaje y su entorno pero se estrecha la relación con su interior. En Angelitos
empantanados, los personajes son jóvenes (angelitos) pequeñoburgueses que se enfrentan
con las vicisitudes de la adolescencia; la traición, el amor, el fracaso, en medio de una
ciudad que encierra horrores. Los “angelitos” no encuentran otro refugio que la soledad, el
aislamiento, terminan marginados, hundidos en la sima más profunda de sí mismos.
El argumento es más complejo de lo que parece; los personajes se encuentran
consigo mismos, con la vida decadente, pero el sufrimiento no se explica así mismo, sino
porque la realidad social les arrebata todos los sueños, las esperanzas. Según Freud8, éste es
el principio de la melancolía; los personajes podrían señalar el objeto material de su
pérdida, pero lo que no podrían señalar es qué perdieron de ellos mismos, de manera que su
duelo que está enraizado a la incertidumbre sólo puede culminar con la única razón
absoluta; la muerte. En Noche sin fortuna, la novela en la que trabajaba cuando le puso fin
a sus días, escribía:

7
Romero Rey, S. Andrés Caicedo o la muerte sin sosiego, Bogotá, Norma, 2007, p. 44.
8
Bienczyk, Marek, Melancolía, De los que la dicha perdieron… p. 18
Freud expresa en el artículo “Duelo y melancolía” que la melancolía realiza el trabajo de un duelo que no se
ha hecho consiente. Lo que significa que el melancólico no sepa cuál es su pérdida. Y en el momento que
descubre la causa real, según Kierkegaard, la melancolía desaparece.
“Y experimenté entonces una atormentadora angustia, una angustia sin fin a la que
aún no le encuentro nombre, cada vez que hablo, cada vez que hablo, sabía, esa noche,
una vez más, que todo lo que dijera serviría sólo para perderme”

Sin embargo la melancolía no sólo está implícita en el enfrentamiento del hombre


con la pérdida inconsciente, según Walter Benjamin9 la pérdida crea en el hombre una
nostalgia de recordar los hechos de una forma que nunca fueron, pero que quisiéramos que
hubiesen sido y crece en el hombre el deseo de retornar a lo perdido. A su vez, esta
nostalgia desarrolla una recepción crítica del entorno, de la historia,. Y en este punto del
proceso es donde podríamos explicar el grado de inmersión de Andrés Caicedo en su
entorno a través de la melancolía; “Precisamente porque están obsesionados con la muerte,
son los melancólicos los que mejor saben cómo leer el mundo. El mundo se abre ante el
escrutinio del melancólico como ante nadie más. Cuanto más inertes las cosas, más potente
e ingenioso puede ser el espíritu que las contempla.”10
No es casualidad que la melancolía constante de Caicedo esté ligada a su proceso
creativo, e implícitamente, su idea de la muerte, esta sí, como forma de liberación. Caicedo
consolidó la madurez literaria entre el lapso de sus intentos suicidas. “Se imagina que ahora
puede cerrar los ojos y esperar el instante de su muerte. Pero los días de su vida tienen
marcado otro límite. Pasa el tiempo y lo que quizá pensó, redondearía su muerte, terminaría
por salvarlo, a punto de la inconciencia.”11 El director de “cofradía de coyotes” nos narra en
su semblanza el primer intento suicida. “Caicedo explicaría en sus escritos posteriores un
aterrador sonido, una melodía desafinada lo trae de vuelta a la gente, a la ciudad, a sus
libros, al mundo”:
“Me despertó el mismo ruido de mi sangre goteando sobre el piso de madera…”

La muerte para Caicedo era no sólo algo inevitable sino necesario. En El tiempo de la
ciénaga escribió:

9
Fajman Lerner, Mauricio, “El mesianismo en el pensamiento de Walter Benjamin” en Ciencias Sociales,
2003
10
Sonntag, Susan. Bajo el signo de Saturno, México, Lasser Press Mexicana, 1981
11
Eduardo Villegas Guevara, “La tercera es la vencida”, en Tema y Variaciones de Literatura, núm. 40,
UAM Azcapotzalco, semestre 1, 2013, pp. 34-46.
“La muerte debe ser la primera consecuencia de la felicidad, de la realización.
Necesito mi muerte, pero soy demasiado infeliz para morir. Necesito la muerte,
necesito la nada”
Sus editores póstumos, Romero Rey y Luis Ospina, escribieron en el prólogo de Destinitos
Fatales12:
“Desde las primeras horas de la mañana hasta las últimas de la noche, Andrés
parecía no pensar en otra cosa que en forjar su propia obra, inventar su propio
universo, darle vuelta a sus propios caprichos y tratar de acumular la mayor
cantidad de escritos, películas vistas y obsesiones, para llegar bien armado a la
hora de la muerte.”

Villegas Guevara narra que en aquéllos días, Caicedo no se despegaba de su máquina de


escribir, él mismo confiesa su dedicación de escribir al menos cuatro o cinco horas diarias,
límite que siempre rebasaba, estos años fueron los que consolidaron el gran volumen de su
obra y en los que se cargó de melancolía. Todo lo escribía sobre hojas de papel carbón para
dejar constancia de su legado, al final ese era su objetivo. En una carta a Carlos Mayolo
fechada con el 13 de enero de 1972 escribía:

“…Yo nunca voy a ser escritor ni cineasta famoso, lo único que yo quiero es dejar un
testimonio, primero a mí de mí, luego a dos o tres personas que me hayan conocido y
quieran divertirse con las historias que yo cuento (…) Escribir aunque mal, aunque lo que
escriba no sirva de nada, que si sirve para salir de este infierno (jaja) por el que voy
bajando, que sea la razón verdadera por la que he existido”.

Es decir, por un lado la melancolía fue un objeto que Caicedo tuvo a bien aprovechar para
explicarse a sí mismo y a la ciudad de Cali a través de la literatura, mientras que su suicidio
fue el acto que lo llevó a la trascendencia, lo que le dio sentido a su legado. Al igual que
Emil Ciorán, cuando nos narra en el prefacio de En las cimas de la desesperación, que de
no haber escrito aquél libro, habría puesto fin a sus días desde hace muchos años. Andrés
no hubiera dejado ningún legado de no haber querido ponerle fin a sus días. Pues él mismo
sabía que “los adultos a los 25 años apestan”, vivir más de eso es un exceso y Andrés quiso

12
L. Ospina y S. Romero Rey, “Invitación a la noche”, en Andrés Caicedo, Destinitos fatales
(1984). Bogotá, Oveja Negra, 1988, pp. 9-25. La cita en p. 10.
mantenerse fresco y revindicar el derecho de decidir qué hacer por sobre lo único que
tenemos que es la vida misma, pues como dice Albert Camus en El mito de Sísifo:

“No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio. Responder a la


cuestión fundamental de la filosofía es juzgar si la vida vale o no vale la pena ser
vivida.”

Antes de ser internado en un hospital psiquiátrico, Caicedo habría intentado detener


su minutero por segunda vez. Hasta que por fin lo consumó el 4 de marzo de 1977, justo
cuando acababa de recibir el primer ejemplar ejemplar de ¡Que viva la música!, ingirió 60
pastillas de Valium 60 y quedó recostado sobre su máquina de escribir mientras trabajaba
en Noche sin fortuna.
Alguna conclusión que podría ofrecer es que una valoración que tiene
connotaciones negativas, podemos encontrarlas positivas; replanteemos y revindiquemos el
valor que tiene la melancolía y el suicidio en el ser humano. Más que buscar una cura en la
literatura, aprovechemos este medio para trascender de la existencia física al plano de lo
metafísico, a los recuerdos y las emociones. Como escribió Bienczyk 13, “no busquemos
alivio, ni terapia ni transformaciones que nos saquen de los dominios de la melancolía a la
fuerza de una u otra fe. Prefiramos la melancolía cuando permanece aquí abajo y nos ofrece
una representación alegórica del mundo; cuando no logra encontrar lo que ha perdido,
cuando no se dispersa en el flujo de una personalidad que nos obliga a ser nosotros mismos
y a ocuparnos de nuestra propia forma y de nuestros propios deseos”. Y como decía María
del Carmen Huerta, la antiheroína de ¡Que viva la música!: “Si dejas obra, muere tranquilo,
confiando en unos pocos buenos amigos.”

13
Bienczyk, Marek, Melancolía, De los que la dicha perdieron… p. 151
Bibliografía:
Bienczyk, Marek, Melancolía, De los que la dicha perdieron y no la hallarán más,
Barcelona, Acantilado, 2014

Caicedo, Andrés, Mi cuerpo es una celda, Bogotá, Norma, 2008


__. ¡Que viva la música!, Bogotá, Plaza & Janes, 1985
__. Angelitos Empantanados, Bogotá, Norma, 1995.
__. Noche sin fortuna, Bogotá, Norma, 2009

Eduardo Villegas Guevara, “La tercera es la vencida”, en Tema y Variaciones de


Literatura, núm. 40, UAM Azcapotzalco, semestre 1, 2013.

Figueroa Carle, Jose Gabriel, “Que enloquezcan mis personajes, yo no”, en Catedral
tomada, Vol. 3, núm. 5, Universidad de Puerto rico, Recinto de Piedras, 2015
Frajman Lerner, Mauricio, “El mesianismo en el pensamiento de Walter Benjamin” en
Ciencias Sociales, 2003

Hernández Ríos, Melissa, Fragmentos de un retrato, “La ciudad narrada en la literatura


humana colombiana”, Manizales, Colombia, Facultad de Ingeniería y arquitectura, E.A.U,
2015.

L. Ospina y S. Romero Rey, “Invitación a la noche”, en Andrés Caicedo, Destinitos fatales


(1984). Bogotá, Oveja Negra, 1988.

Romero Rey, S. Andrés Caicedo o la muerte sin sosiego, Bogotá, Norma, 2007.
Sonntag, Susan. Bajo el signo de Saturno, México, Lasser Press Mexicana, 1981

Van der Huck, Felipe, “Andrés Caicedo: Suicidio y consagración” en Sociedad y


Economía, núm. 6, Universidad del Valle, Cali, Colombia, abril, 2004.

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