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La contabilidad de la aldea de Potemkin

Luis Garicano
25 NOV 2012

Cuenta la leyenda que cuando la emperatriz Catalina la Grande visitó Crimea, su amante
y valido, el príncipe Grigori Potemkin, creó aldeas ficticias, de las que solo existían las
fachadas, para dar a la emperatriz la impresión de que su nueva posesión era próspera y
hermosa. La gestión de la crisis ha estado caracterizada por una contabilidad de
Potemkin, destinada a maquillar la realidad de esta crisis más que a representarla
fielmente.

La mayor preocupación del Gobierno, y de la prensa, es si gasto A o gasto B cuenta


para el déficit. Esto es absurdo. Cierto, hay un procedimiento de déficit excesivo contra
España, y tenemos obligaciones legales. Pero el aparentar cumplir con este
procedimiento no puede ser la motivación para tomar decisiones económicas que no
ayudan a España a salir adelante. Desgraciadamente, se han hecho multitud de cosas
que al maquillar la realidad van contra la lógica económica.

1. El rescate del sistema financiero se ha hecho desde el principio (desde 2009) de la


forma menos transparente posible, de forma que no contara: con deuda avalada,
esquemas de protección de activos y dinero del BCE contra colateral del sistema
financiero garantizado por el Banco de España. Por ejemplo, en el caso de Bankia, antes
de que el contribuyente español hubiera tenido consciencia alguna de que el problema
era suyo, ya era demasiado tarde, porque la suma de las garantías totales dadas por el
Estado, el Fondo de Garantía de Depósitos y el Banco de España cubrían ya la inmensa
mayoría del pasivo. Las garantías se han dado alegremente, como si las instituciones se
enfrentaran a problemas de liquidez, cuando en realidad eran instituciones insolventes.
De la misma manera que las instituciones financieras alargaban el crédito al promotor
para evitar reconocer la realidad, el Estado les daba cuerda para evitar lo mismo.

La mayor preocupación del Gobierno, y de la prensa, es si gasto A o gasto B cuenta


para el déficit. Esto es absurdo

2. El déficit tarifario, que alcanzará, según el consejero delegado de Iberdrola, los


30.000 millones de euros a finales de este año, tampoco cuenta. El mercado liberalizado
generaba altos precios, y nadie quería darles el susto a los contribuyentes. Así que en
vez de cambiar el sistema, o de reconocer los más altos precios, se les reconoció a las
eléctricas a partir del año 2000, un derecho a cobrar el déficit tarifario, la diferencia
entre lo que se suponía que valía la energía de acuerdo con el mercado y lo que los
consumidores pagaban, y se les permitió emitir títulos (¿ya sabe lo que sigue, no?)
avalados por el Estado (20.000 millones: 13.000 de ellos emitidos y 7.000 pendientes) y
contra los futuros ingresos que se cobrarían de los consumidores de energía. De nuevo
la deuda implícita no cuenta, y todos felices: los gestores de las eléctricas dan beneficios
sin flujo de caja, los políticos no les dan sustos a los consumidores y el déficit se sigue
acumulando. No en vano, en la gráfica ilustración de César Molinas, de cada 100 euros
que se dan en el planeta de subsidio a la energía renovable, 15 los da España. Este
déficit oculto es el peor de los mundos, porque los consumidores no son conscientes del
coste en que están de verdad incurriendo, o sea, que no tienen incentivos para ahorrar.
La consecuencia: los costes del sistema liberalizado han subido en 11.000 millones,
pero los ingresos en 5.000 desde 2004.

3. La Sareb es otro ejemplo de esta obsesión con que las cosas no cuenten. De nuevo se
minimiza lo que se pide a la UE con el objetivo de limitar la deuda aparente. Se pide
demasiado poco, y así se permite a los promotores salir limpitos de su deuda (hacer la
dación en pago sí que es legal para un promotor), pero no a los ciudadanos
sobreendeudados. Además, se usa pura deuda avalada para financiarlo y se apalanca de
forma extrema a la Sareb (mucha deuda emitida, poco capital) para que la mayoría del
capital sea privado. De esta forma parece que el riesgo es privado, pero en realidad el
riesgo es todo del amable contribuyente español. Eso sí, no cuenta porque el Estado
español solo ha puesto... ¡los avales!

4. Las cuentas de la Seguridad Social: hay un problema estructural serio en las cuentas
de la Seguridad Social, que requiere ser reconocido y resuelto. En este momento, hay
dos contribuyentes trabajando por cada pensión —el límite de lo sostenible—. El déficit
de la Seguridad Social será de 10.000 millones este año. Además, el futuro demográfico
de España es complicado. Pero la sostenibilidad se maquilla con dos instrumentos: el
Estado contribuye a la Seguridad Social de los parados (pasa dinero de una cuenta a
otra), y además emplea 7.500 millones de los fondos de reserva para cubrir agujeros. Y
de nuevo, no es solo maquillaje, sino que el maquillaje sirve para tomar malas
decisiones sobre actualización de las pensiones que incrementan la insostenibilidad del
sistema y para posponer enfrentarse a una realidad estructural difícil.

5. Grecia. La deuda que tiene Grecia con los acreedores públicos, en última instancia los
ciudadanos de los países europeos, no la va a poder pagar, y hay que hacer, como muy
bien reconoce el FMI, una quita. Pues bien, los países acreedores, incluida España, le
van a dar una nueva ronda de refinanciación para evitar declarar el fallido,
contrariamente a la voluntad del Fondo. De nuevo, el dinero ya se ha perdido; el que no
lo reconozcamos contablemente no cambia la realidad económica de la insolvencia de
Grecia. Lo que cambia materialmente es que negarse a reconocer la realidad le cuesta
mucho dinero a España, y mucho sufrimiento a los ciudadanos griegos que siguen
trabajando bajo una enorme losa de deuda que saben perfectamente que no podrán
levantar.

Hay muchas decisiones que pueden tener sentido contable, pero si no tienen sentido en
la realidad económica de la empresa, no se deben tomar. Este principio se aplica a los
Estados. Dejemos de preocuparnos por lo que cuenta y no cuenta, y tratemos de tomar
las decisiones que servirán para asegurar el bienestar para todos a medio y largo plazo.

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