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No queda huella de ellos en la tierra, / la justicia y la caridad los desdeña, / no hablemos de ellos, pasa y
mira”. (Infierno, Canto Tercero, Virgilio sobre las “almas tibias”)
El Minotauro, un monstruo mitad hombre, mitad toro, custodia la entrada al séptimo círculo del Infierno.
En un río de sangre ardiente, Dante conoce a las almas que durante su vida levantaron la mano contra otras
personas. Según sus atrocidades, estos malhechores están sumergidos a distintas profundidades en este
raudal sangriento. En la otra orilla del río de sangre, los viajeros encuentran maleza silvestre. Allí anidan las
arpías (demonios con apariencia de aves), que se comen con gusto los arbustos. Cuando Dante troncha una
rama, la planta empieza de inmediato a sangrar y a quejarse del trato. El arbusto le explica a Dante que él se
suicidó en el bosque. Todos los que ejercen violencia contra sí mismos se convierten en ramas en esta parte
del Infierno.
Cerbero, cruel y deforme fiera, / ladraba, igual que un perro, con sus tres fauces / a la gente que ahí
anduviera”. (Infierno, Canto Sexto)
En un precipicio en el que desemboca atronador uno de los ríos del Inframundo, Virgilio arroja una cuerda a
la profundidad del abismo. Después, flotando con esta, viene hacia ellos una figura que causaría espanto a
cualquiera: un dragón con cara de hombre, cuerpo de serpiente y cola de escorpión llamado Gerión, sobre
cuyas espaldas ambos viajeros llegan al octavo círculo del Infierno.
Del señor de aquel reino del dolor / medio pecho del hielo sobresale”. (Infierno, Canto Trigésimo Cuarto,
sobre Lucifer)
Al llegar al séptimo aro, los viajeros ven a los voluptuosos que atraviesan una enorme pared de fuego
mientras recitan ejemplos de castidad. Al igual que en todas las gradas hasta aquí, Dante se detiene a
conversar con algunas de las almas. Más tarde, un ángel guardián les dice que deben atravesar el fuego.
Algo titubeantes, Dante y Virgilio se arriesgan a dar también este paso.
El Paraíso Terrenal
Detrás de la pared de fuego, encuentran el jardín del Paraíso Terrenal. Aquí son testigos de la marcha
triunfal de la Iglesia, una procesión que se sirve de algunas alegorías de los libros bíblicos de Ezequiel y
Revelación: el carro del triunfo de la iglesia es arrastrado por un grifo, precedido por siete luminares,
seguidos por los 24 ancianos del Apocalipsis. Alrededor del carro, bailan las tres virtudes teologales
(caridad, esperanza y fe) y las cuatro virtudes cardinales (prudencia, coraje, justicia y templanza). Detrás del
carro, marchan siete apóstoles. Cuando el carro se detiene junto al Árbol del Conocimiento, Dante reconoce
a su amada Beatriz en una nube suspendida sobre él. Después de lavarse Dante en las aguas del río Leteo,
está purificado y preparado para el siguiente tramo de su viaje: el ascenso al Paraíso.