Está en la página 1de 5

Venerar la paz para consumir la guerra.

A pesar de la interminable lista de textos, noticias conferencias seminarios y cursos que tienen como tema
central la paz y cualquiera de sus verbos asociados (construcción,

Con frecuencia acudimos al argumento, tal vez excusa, de apelar a una institución burocrática ante la que
podemos quejarnos de todas las iniquidades propias de la contemporaneidad. Esa gran institución ha
dado en llamarse “el sistema”. Las injusticias sociales, la explotación laboral, el deterioro causado al medio
ambiente y la guerra de la que depende la producción moderna de bienes y servicios son siempre causa
del sistema, que vemos como un poder superior que domina todo cuanto hacemos pero no podemos
encontrarlo específicamente.

En este texto me centraré en la ineludible necesidad de la guerra para mantener el proceso de producción
postmoderno, refiriéndose a este como “el sistema” es decir lo que Marx dio en llamar capitalismo y que
hoy conserva su nombre aunque haya cambiado algunas de sus propiedades e intensificado los
mecanismos de explotación.

El principal propósito del documento es argumentar la tesis esbozada por Bismark y comentada por
Sennett, de que el régimen fabril hereda su modo de actuar de un régimen militar. A partir de ahí
argumentaré que la militarización de la sociedad no está dada solamente en el acondicionamiento de
ritmos estandarizados de trabajo, sino en la necesidad de combatir para ampliar el mercado, expandir la
demanda de bienes y servicios, colonizar nuevos territorios en busca de recursos y aumentar el
metabolismo social. Este combate es efectivamente físico y además global y buscaría como único triunfo
la muerte primero simbólica, pero después física del contrincante.

El problema central es que al poner el nombre de “sistema” a la fuente de todas las injusticias que nos
resultan inaceptables lo asumimos como algo enorme que no nos concierne en absoluto, pero la realidad
es que el sistema es un proceso de mercado del cual nosotros (en conjunto) somos los beneficiarios
mediante el ejercicio de la labor de consumo.

Dicho de otra forma la guerra se justifica cuando compramos los productos que la hacen necesaria, pero
al parecer no tenemos otra opción. Tal vez la más evidente (aunque no la única) de las guerras modernas
que transcienden los límites territoriales es la que se mantiene para garantizar el suministro de petróleo.
Es decir que cada vez que compramos gasolina o compramos un producto que requiere de este
combustible para su transporte (es decir cualquier producto) nos convertimos en cómplices y
patrocinadores de la guerra. Sin embargo insistimos en venerar y defender la paz, porque nuestro
humanismo se siente ofendido al ver cuerpos mutilados, personas muertas o personas que han perdido a
algún familiar por alguno de los innumerables conflictos armados que mantienen el sistema de
producción, distribución y consumo.

Al parecer no tenemos otra alternativa, parecería que estamos enfrentados a la bélica elección entre
matar o morir, sin embargo habría que hacer el esfuerzo de pensar posibilidades para habitar el mundo
sin consumir la guerra que lo mantiene en crecimiento.
Coincidiendo con el fin del socialismo como alternativa real de futuro, o al menos con la desaparición
del socialismo realmente existente en muchos países, el orden capitalista aparece en el nuevo
milenio como la única forma de sociedad viable y por lo tanto como el horizonte posible para sueños
de realización personal y esperanzas de redención colectivas. (Coronil 2000)

Ante el argumento explicado por Fernando Coronil de entender el capitalismo como única forma de
sociedad viable nos enfrentamos a la aparente imposibilidad de existir sin ser cómplices de la guerra y los
patrones de explotación propios de este régimen de producción, sin embargo la intensificación de la
economía nos pone con frecuencia en el límite en el que estamos constantemente cambiando de bando
y con frecuencia dejamos de ser victimarios para convertirnos en víctimas y es ahí cuando el juego que
antes nos parecía lamentablemente injusto pero inevitable comienza a parecernos simplemente
inaceptable.

Lo cierto es que cada vez son más los explotados que los explotadores, pues la gran burocracia se configura
en círculos cada vez más cerrados a los que el acceso es fuertemente restringido.

Teniendo como punto de partida la tesis del poscolonialismo coincidimos en afirmar que existe lo que se
ha llamado sistema mundo bipolar (Wallerstein) que mantiene la rígida división entre desarrollados y
subdesarrollados o entre centro y periferia según sean las economías predominantes, pero la realidad es
mucho más compleja, pues la intensificación de la explotación produce lo que se ha llamado “colonialismo
interno” lo que produce que aún dentro de los países que habitualmente se llaman ricos existen personas
que al no gozar de una condición privilegiada tienen que trabajar en condiciones precarias, asi mismo
también en los países del Tercer Mundo existen grupos económicos o personas cuya concentración de
riqueza es obscena al compararla con los de los millones de personas que ni siquiera tienen recursos para
satisfacer sus necesidades básicas.

Al articular la tesis de lo postcolonial con las ideas de algunos sociólogos no latinoamericanos


comenzamos a familiarizarnos con algunos puntos en los que coinciden las ciencias sociales: la
precarización de la economía y la inestabilidad como la única constante del capitalismo.

Tal vez la principal diferencia entre el capitalismo que Marx definió bajo el Materialismo Histórico y la
economía contemporánea sea el cambio de énfasis, que ha desplazado la atención de la producción al
consumo, y ha puesto al consumidor como epicentro del todo el proceso productivo. Lo que agrava aún
más la crisis de la modernidad, pues la política y la sociedad están subordinadas al mandato inexorable de
la economía. Las decisiones políticas se toman buscando la conveniencia económica por encima del
bienestar social o la defensa del territorio y la naturaleza; cuando hay conflictos de intereses entre los
grandes empresarios y los ciudadanos de a pie la ley siempre ha de beneficiar a los primeros. Incluso se
usa la fuerza, cuyo uso legítimo esta monopolizado por el modelo de Estado-nación, para imponer
decisiones tomadas aunque sean impopulares.

Al parecer ha triunfado el proceso eurocéntrico que estandariza al mundo bajo una sola cosmogonía. La
intención del siglo XV de convertir al mundo entero al cristianismo o eliminar a quienes se resistieran
persiste, aunque se ha desplazado el cristianismo por el capitalismo, que se esconde bajo la aparente
libertad propia de la democracia. Evidentemente que es polémico equiparar capitalismo con democracia,
cuando se supone que el primero es un régimen de producción y el segundo un modo de gobierno, sim
embargo la política internacional ha dejado varias muestras de que se usa la democracia para maquillar
al capitalismo como deseable e inevitable. (Acá cita Castro Gomez mencionando a Zizek en )
Es ahí donde se han justificado la mayoría de las guerras contemporáneas. La polémica persiste cuando
la libertad propia de la época contemporánea se convierte en libertad de mercado. Somos libres de
consumir y para ello debemos trabajar. La ya famosa metáfora de Weber de la jaula de hierro se traslada
ahora a nuestro interior y nosotros mismos nos forzamos a trabajar tan duro como nos lo permita nuestra
fuerza esperando con ello adquirir un lugar en el mundo, incluso si para ello debemos ser cómplices de la
guerra.

Es decir que en efecto se ha globalizado la necesidad de depender comprar productos aunque no estemos
de acuerdo con sus mecanismos de producción.

La humanidad se mueve en medio de la guerra, mientras el humanismo ofrece la paz como alternativa
para legitimar su ideología como la única verdadera. Esta escisión entre los humanistas y los humanos se
muestra en la forma catastrófica como se afrontan los conflictos bajo una ideología. Es evidente que el
conflicto hace parte inevitable de las relaciones humanas, pero se ha insistido en la necesidad de limitarlo
a márgenes racionales que permitan respetar la vida física del otro.

En ese sentido la idea de guerra se ha presentado constantemente como la brusca ruptura del límite; el
momento en que el conflicto supera los límites preconcebidos e irrumpe en una batalla cuyo ganador
obtiene el derecho de eliminar la vida del contrincante. Sin embargo siempre ha existido una justificación
para la guerra, que aunque poco racional se racionaliza e incluso se justifica sensiblemente, lo que
parecería imposible. En este texto se analizan las circunstancias que han justificado la guerra y la paradoja
de la modernidad que consiste en mantener un culto (quizá históricamente injustificado) a las bondades
de la paz, pero persiste en mantener las estructuras sociales, económicas y políticas que justifican y hacen
uso de la violencia estatal y su manifestación en guerras, ya sean internas o geoestratégicamente globales.

No intento esgrimir un argumento moralista para defender la paz, pero tampoco busco justificar y dar
razón a quienes defienden la guerra como inevitable, cuando el ritmo narrativo me obligue a tomar una
postura me inclinare por el rechazo a la violencia, aunque insisto que intentaré evitar el moralismo hasta
donde me sea posible.

Seguramente como ciudadanos modernos hemos reducido nuestra participación política al simple gesto
del consumo. Es decir que ya no pretendemos hacer parte de una democracia participativa en la que
nuestras ideas, acciones y deseos sean tenidos en cuenta, para ello contamos con la más cómoda
democracia representativa que nos permite cada cierto tiempo acercarnos a la urnas y depositar un voto
para elegir entre la oferta disponible de candidatos, como si escogiéramos productos en los estantes de
un supermercado. Con este gesto hemos renunciado (tal vez sin saberlo o sin que nos importe) a ejercer
la ciudadanía, pero este detalle se hace irrelevante porque a cambio contamos con la posibilidad de
consumir; por medio de este gesto manifestamos al mundo nuestras afecciones inconformidades y
deseos. Si estamos de acuerdo con algo lo compramos, y si lo rechazamos (por el motivo que sea) lo
dejamos en donde está manifestando que el producto o sus fabricantes están haciendo algo mal que
justifica la decisión de no llevarlo a casa o adherirnos a su causa.

Como en todo mercado las ideas se hacen masivas cuando se difunden con rapidez. De ahí que el rechazo
de un consumidor entre muchos no inquiete al fabricante, sino hasta cuando hay imitación o se difunden
las causas que motivan a otros a hacer lo mismo. En términos de mercado son las estadísticas las
encargadas de determinar las tendencias de consumo y tanto la moda como los rumores, las causas
sociales, la falsa misantropía y la historia de una marca determinan tendencias de consumo.

Pero ¿por qué se habla de consumo cuando según el título debería estar hablando de guerra y paz? La
respuesta más simple parece indicar que hay una guerra de consumo y que las estrategias de mercado
mantienen las tácticas de ataque militar, pero intento ir un poco más allá de esto, que ya se ha dicho en
repetidas ocasiones, lo que intento argumentar es que al comprar cualquier producto estamos
manteniendo las estructuras de explotación social, ambiental y económica que durante siglos han
obligado a que un país invada a otro, una persona sea asesinada por pensar diferente o un ejército
desplace a comunidades minoritarias para distribuir los recursos de los que depende su vida entre los
miembros que hacen parte de un Estado que legitima la legalidad y justifica el uso de la fuerza para
mantener lo que la mayoría entiende como orden.

Sin embargo esta misma mayoría estadística defiende (al menos en teoría) la necesidad de que exista paz,
de que los conflictos se resuelvan de manera no violenta para con ello tener la seguridad de poder pasear
por el parque, llevar los niños al colegio y escuchar el canto de los pajaritos en vez de disparos y bombas
que amenazan con la vida.

Quizá sea en extremo cruel afirmar que deseamos la guerra siempre y cuando está se presente lejos de
donde estamos. Cualquier ciudadano llamaría esto como una blasfemia cuando son frecuentes las
peticiones que a través de internet defienden masivamente el fin de los conflictos. Sin embargo los
conflictos persisten mientras sean indispensable y aunque insistamos en firmar peticiones cibernéticas
dirigidas a nadie y a todo el mundo, los conflictos persistirán mientras lo que estos producen se venda.

Aunque nos conmueva la difícil situación de los habitantes del Congo, Siria o Irak, sus habitantes seguirán
enfrentando una guerra que busca controlar la producción del petróleo del que depende nuestro
transporte y la industria plástica que envuelve todo cuanto usamos, así mismo dependemos de la
explotación por grandes industrias que están obligadas a pagar lo más barato posible la estructura de
producción que comprende personas, recursos naturales, tiempos y medios de comunicación para vender
en un mercado global productos ensamblados en varias partes, cuyos recursos se obtienen de un lugar
que parece virtual, pero que se deteriora al mismo ritmo en que se produce lo que consumimos
orgullosamente para presumir nuestro buen gusto.

Es inevitable advertir la incoherencia de criticar el consumo cuando todo lo que hacemos depende de ello,
sin esta actividad no sería posible nuestra vida, vestimenta, alimento, estudio; ni nada de lo que hacemos.
Esta misma contradicción es lo que ha dado origen a esta texto, en este punto es indispensable advertir
que el alcance del mismo no permite solucionarla, ya que para ello dependemos de una acción colectiva
que apenas se alcanza a proponer.

La idea de holocausto se nos presenta como un evento catastrófico, pero pasado y resuelto en la
modernidad. Aparentemente la buena gestión del poder, las iniciativas de una política social y el nuevo
despertar del humanismo ha extinguido este horrible suceso de nuestras vidas que parecen privilegiadas;
pero este privilegio depende de la explotación de otros y se ha construido literalmente sobre los cadáveres
de quienes han padecido innumerables invasiones de territorio o han sido desterrados o asesinados para
repartir los recursos de la tierra que habitaban. Esta repartición está fundamentada en la obtención
estratégica de ganancia y alimenta la ambición que ha demostrado no tener límite.
Sin embargo se había dicho anteriormente que nuestra participación política del mundo está en el acto
de consumir que se presenta como un gesto ético y solidario. Aparentemente al consumir incentivamos
la economía, generamos empleo, incentivamos la creación de empresas y mantenemos el estándar de
desarrollo que redunda en crecimiento medido en los estándares elaborados por las economías
desarrolladas.

No está de más tener presente que son justamente las economías desarrolladas las que toman la iniciativa
de iniciar la guerra cuando es inevitable, sin embargo aparentemente hay una buena gestión pues desde
1945 se presenta el fantasma de una tercera guerra mundial que ha sido evitada gracias a la buena gestión
diplomática de los países poderosos que se reúnen con cierta frecuencia para evaluar estrategias que
permitan mantener la paz. La ironía no puede ser mayor cuando notamos que la razón por la cual no se
desencadena la guerra es porque esta nunca termina y las reuniones de los dirigentes de los países
poderosos se centran en mantener el poder y no en evitar el conflicto como pretenden hacernos creer.

Hay innumerables acontecimientos que dan muestra de esto. La gestión del hambre, la distribución
estratégica de la pobreza, la explotación laboral auspiciada ya no por los gobiernos, sino por las grandes
corporaciones que venden al mundo entero producto elaborados por personas que no tienen otra
alternativa que ofrecer su tiempo y su cuerpo para poder pagar un lugar en el mundo, porque el territorio
que ancestralmente estaba ahí para habitarlo ha sido globalmente colonizado y se le ha puesto un precio.

Lo que intento no es culpabilizarnos los unos a los otros, ni sembrar un clima generalizado de desconfianza
que conlleve al odio entre vecinos que compiten por obtener las mejores condiciones al costo que sea, al
contrario pretendo una reflexión que sensibilice el costo del sistema de producción moderno y resalte las
posibilidades del consumidor para participar en un mundo hecho a su medida, o mejor a la medida de sus
deseos.

A partir de acá me centraré en argumentar una propuesta sensible que consiste en reconocer las
condiciones que han hecho posible la modernidad para identificar en cada una de las comodidades que
disfrutamos las aberraciones que la hacen posible.

También podría gustarte