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El principio de no maleficencia tiene más peso que el de autonomía. Esto hace que
haya una aversión cultural considerable hacia la posibilidad de redactar un
documento escrito de directrices anticipadas. Según este autor, «articular las
preferencias de uno en un documento podría ser considerado como una expresión
de desconfianza hacia los otros miembros»32.
Rihito Kimura reconoce que vivimos en una era de globalización de los valores, por
eso considera ingenuo que se enfaticen las diferencias de la herencia cultural en las
relaciones humanas, familiares y sociales. Es cierto que los valores culturales y
éticos diferentes deben ser respetados, «pero la justificación de cualquier acto o
conducta contra la dignidad humana y los derechos de la persona por motivo de las
tradiciones culturales no es aceptable»33. Esta visión universalista de Kimura
contrasta con su interpretación de los valores japoneses de la ética biomédica.
Todavía se considera una falta social grave para un ciudadano japonés actuar de
manera individual sin considerar el punto de vista de la familia o de la comunidad.
La actitud de la interdependencia o amae lleva a que uno confíe su cuidado a su
familia y a su médico, asumiendo que ellos le darán el cuidado más beneficioso y
adecuado. Es habitual que se oculte la verdad al paciente sobre su enfermedad y
que se informe sólo a la familia. Esto ha llevado al actual paternalismo de los
médicos y a la indecisión y dependencia de los pacientes. Tsuchida nos recuerda
una característica fundamental de la ética biomédica japonesa: «La vida y la
muerte no son actos completamente privados, sino más bien conciernen a la
comunidad entera de la cual uno es miembro»35.