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¿Universo en expansión o universo estacionario?

La teoría más extendida hoy en día sobre el origen y la evolución del universo la formuló por
primera vez monseñor Georges Lemaître. Basándose en las ecuaciones de la Relatividad
general (1916) de Albert Einstein, Lemaître publicó en 1927 su propuesta de un universo en
expansión desde una configuración inicial donde toda la materia estaba concentrada en una
pequeña región que él llamó el Huevo cósmico. En algún momento esa acumulación de materia
explotó y dio lugar a nuestro cosmos. La hipótesis de Lemaître desbancó a la Teoría del universo
estacionario, sin origen ni final, que era incompatible con los cálculos de Einstein, pero generó
nuevos interrogantes. Entre ellos, uno crucial: si el universo tuvo un inicio, ¿qué hubo antes? 

La propuesta de Lemaître, que en su versión actual es conocida como Modelo cosmológico


estándar, no fue aceptada con facilidad a pesar de las pruebas reunidas para corroborarla. Incluso
en los años cincuenta había físicos partidarios del universo estacionario. En 1949, Fred Hoyle, por
ejemplo, se refirió despectivamente al Modelo estándar  como un big bang (gran petardazo),
término vigente en nuestros días.

Las evidencias del Modelo cosmológico estándar  son muchas y muy sólidas. Una de ellas consiste
en el desplazamiento al rojo de la luz emitida por las estrellas y galaxias remotas, similar a la
disminución de la señal parpadeante de una ambulancia mientras se aleja, que ratifica que hubo
una explosión inicial. Edwin Hubble confirmó este argumento en 1929, aunque hoy sabemos
que Lemaître lo publicó dos años antes en una revista belga con muy poca repercusión al estar
redactado en francés.

Otra prueba de la explosión primigenia es la existencia de una radiación de fondo, residuo de la


temperatura del big bang, según enunciaron George Gamow, Ralph Alpher y Robert Hermann en
1948, y demostraron Arno Penzias y Robert W. Wilson diecisiete años después. La temperatura
actual del universo, que se ha ido enfriando al expandirse, se sitúa en 2.7 Kelvin [equivalente a
−270,4 °C], muy poco por encima del cero absoluto. El hecho de que las mediciones de esa
radiación se correspondan con el Modelo estándar  con un gran nivel de precisión constituye uno
de sus mayores refrendos.

Dentro la Teoría estándar, tal y como la concebimos en la actualidad, el big bang no consistió en
una explosión de materia en un lugar concreto del espacio, sino que fue el propio espacio el que
explotó, y continúa en expansión desde entonces. En este marco, todas las galaxias se están
alejando unas de otras, por lo que no es posible definir un punto como centro donde comenzó
todo, y  tampoco cabe plantearse qué existía antes de la explosión, porque simultáneamente al
espacio comenzó a transcurrir el tiempo. 

Según los datos más aceptados hoy, el big bang  aconteció hace 13 800 millones de años, un
periodo increíblemente grande, mientras que la aparición del Homo sapiens ocurrió hace solo 300
000 años.
Si comprimiéramos la evolución completa del universo en un año natural, el big bang  sucedería a
las 00:00 h del día 1 de enero, y el Homo sapiens se dejaría ver diez minutos antes de la
medianoche del 31 de diciembre. El Sol se creó hace unos 4 600 millones de años, hacia el 1 de
septiembre. Toda nuestra historia transcurre, por tanto, en los últimos segundos de ese lapso
imaginario.
La evolución del universo ha ido atravesando diferentes épocas. Tras una Edad Oscura aparecieron
las primeras estrellas, e inmediatamente las primeras galaxias. Esa primera generación de estrellas
quemó mediante fusión nuclear el hidrógeno que se originó en el big bang y produjo helio.
Cuando las estrellas agotaron su combustible de hidrógeno, comenzaron a quemar helio y luego
carbono, hasta que finalmente algunas de ellas estallaron. Esas explosiones se consideran
esenciales para la génesis de la vida. Las estrellas —«verdaderos alquimistas galácticos», como las
ha calificado Ignacio Ferreras, profesor del Mullard Space Science Laboratory del University
College London— produjeron los elementos pesados imprescindibles para la existencia. En ese
sentido, resulta apasionante imaginar que la mayoría de los átomos de nuestro cuerpo proceden
de la muerte de alguna estrella, o que el hidrógeno proviene direc-tamente del big bang.

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