6) La senfora
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b - YonoséGonzato ARANGO
Gonzalo Arango encontré la muerte en un accidente
de trénsito en Gachancipé, a 70 kilbmetros de Bogota,
e125 de septiembre de 1976. La muerte que es bella y
ademas cruel con los poetas, le cay6 en él taxi en que
viajaba con Angelita su mujer rumbo a Villa de Leva.
El golpe fue seco, en la cabeza, donde se alojaba ese
cerebro que le habia dado tanto brilo a la literatura,
con su poesia, sus obras de teatro ‘Nada bajo el celo
raso’ y ‘HK-111’; sus cuentos de ‘Sexo y saxofon’; sus
énicas periodisticas ‘Cali, aparta de mi este caliz,
“Medellin a solas contigo’; sus manifiestos, sus cartasa
los nadaistas, a las burguesas de Cali, a Jorge Zalamea,
a Gabo, a Evtuchenko, a Belisario, a Botero y a las re
ne, donde las chicas de la farandula y las
noche nos abrazaban dejandonos el alma p
‘rouge y en el cuerpo un olor a perfume sexSi uno se enamora de una mdscara estando a su
vez enmascarado, gcudl de los dos tendrd el coraje
de quitarse primero el antifaz?
LAWRENCE DURREL, BALTHAZAR
—Do you speak english?
gates.
—Shall we dance?
=
—Soy gringa —dijo con un borracho acento inglés—, y
me arrastré a la pista de baile.
Era un baile de disfraces. La mujer se ocultaba bajo un
encapuchado, y yo tenia la impresion ridfcula de estar abra-
ado a un verdugo de la inquisici6n.
sella oyo el que comunicaba un hdlito de hielo?
La sefiora Yonosé ¢ 21-
Porque olvidaba decir que yo estaba disfrazado de eS
pectro. ‘
Su voz era ronca de eco de acantilado. Su cara, sus se-
nos, sus piernas... las adivinaba en la loca voluptuosidad de
la danza, esa marea impetuosa que me arrastraba como un
desperdicio en un mar picado. .
Fue dificil iniciar un tema con este ser extrafio. Ademés,
no me interesaba arrojarme en los brazos de la aventura. Esa
mujer, evidentemente, no tenfa la medida de mi cuerpo. Yo
estaba buscando a Sandra, una chica que hablaba como yo el
mismo idioma, el idioma de mi cuerpo. Pero Sandra se habia
perdido en la confusi6n de los disfraces, y yo no podia identi-
ficarla en ese concilio sibarita de veinte brujas que danzal
ysilbaban al son del jazz y la lujuria del movimiento. a
#
~ Bailamos un rock sin hablar, ahogados por el ruido y la
ike
—Do you like Bogot4? —dije aprovechando la pausa del_ Enese momento regres
Ilo, gité como una hélice
bailes. Yo estaba extenuado y me
que subfa hasta el techo, retumbaba y cafa q
onoras. Su grito no puedo
Oey alee st
birlo, pero a partir de entonces sospeché que estaba ‘
rap i
| —1Catatumbo!. jCatatumbo!... jCatatumbo!...
| (Nati podria imitar ese grito salvaje y liberador). 7La encapuchada me buscé y me encontré por fin, pues
tenfa sed y en el bar se calma.
—Te estaba buscando.
—Quieres un whisky?
—Yes, Estoy agotada, estoy borracha.
__ —Me parece bien, a eso vinimos.
—¢Por qué te disfrazaste de muerto?
_ —Es para irme acostumbrando a la idea —dije.
i ete atormenta eso? ||
—Yonosé, me gusta conocerte. Brindo por tu existencig.
Yonosé vacid su vaso de whisky y dijo pascalianamente.
—jCatatumbo!... Para mf la muerte no es problema. El
problema es vivir, No crees? c
—La muerte no es nada. Sélo hay la vida. Fort
—Aqui en Colombia no me gustarfa morir. Esaes la verdad.
—Da lo mismo morir en cualquier parte —dije.
—Los atatides son ordinarios —dijo Yonosé con humor
gris.
i... Ji. Ji.)
—
poder y la fuerza. La juventud beatnik se entusiasmé cop
este asceta y fund6 una especie de imperio espiritual. A my
me basté mirarlo. Tal era su poder de elevarlo a uno sin rq.
zonamientos al coraz6n de su mundo y a su propio coraz6n,
Era como un Cristo loco irresistible
Ms tarde Teo se hizo cémplice de las mentiras de la ciyi-
lizacién que combatfa. Se convirtié en un mito de papel, en
el personaje de moda en las recepciones burguesas. A los
pocos aiios era casi millonario y se volvié accionista de una
fabrica de latas de conserva
Fue en unas vacaciones: el mar azul y el cielo mareado.
Yo me tostaba en la terraza del yate y una amiga que lefa
Squire me dijo: “Tu profeta Teo se casé con una burguesita
de Ohio’.
Teo estaba en la foto con una sonrisa estereotipada par-
tiendo un bizcocho de novia. Tiré la revista al mar. Lloré de
indignacién. No concebfa que un profeta se casara, ni hicie-
Ta como todos los hombres. No podfa imaginarlo compran-
do zanahorias en el mercado o pagando el gas.
“No vale la pena —dijo mi amiga consolandome—, era
un cacharrero”
Cierta vez nos reunimos en un sétano del Greenwich
Village para ofr su conferencia del dominio del espfritu so-
bre el cuerpo. Teo habia prometido atravesar un muro de
cemento armado con el solo poder de la voluntad. Todos
esperdbamos ansiosos el prodigio de la negacién de la ma-
teria. :
El profeta aparecié muy pélido, intangible, con ojos
afiebrados, la cabeza cubierta con un turbante azul corona
do por un diamante. Explicé su teorfa del dominio de lamente y luego quiso demostrarlo, Entré en éxtasis. Se hizo
en torno un silencio mortal, y el profeta se fue hundiendo
en el bloque invulnerable ante los ojos atonitos de sus dis-
cfpulos.
Cuando atravesé el muro sin romperlo, como atraviesa
la luz un cristal, Teo cay6 muerto del otro lado.
Algunas mujeres se desmayaron, hubo gritos de jdbiloy
de histeria. La policfa lleg6 pensando que era un crimen,
pero un grupo de poetas exaltados lo rodearon, sentaron su
cadaver en una silla, al estilo Buda, y se emborracharon toda
la noche en su nombre al son del jazz y recitaciones de la
Cdbala. Los homenajes péstumos que fueron verdaderas
orgias fanebres duraron ‘ocho dias, hasta que el cadaver se
pudrié, y fue enterrado.
Alabrir su testamento, donde se suponta habfa redacta-
do su ‘iltimo mensaje espiritual, sdlo se encontraron dos
i ten zencerré en la alcoba como en otra tumba, y allf atiend Es
sus negocios y a sus necesidades fisicas y religiosas, j aa
un pastor va a rezarle todos los domingos sus ncaa |
testantes, E :
>
Por lo demés, ha hecho instalar en su departamento doce —
extensiones del teléfono: uno en el water, en sus dos mi
de noche, en el beauty-parlor, y a lo largo y ancho el |
room-smoking room-bedroom, para casos en que estén
viosa y la sorprenda en alguna parte de la estancia lalla
da del profeta. Pero él no la llama...
Sus antiguos disc{pulos, algunos de los cuales
gresado al Nadafsmo y al Partido Comunista, est
pendientes de la llamada de ultratumba, pero al fin
ron y se olvidaron del asunto pensando que Teo
latan.plice, se rieron y se escamparon de la luna bajo un quitasol
Luego los olvidamos y ellos también nos olvidaron.
Sélo mds tarde la bruja vino a pedirnos un fésforo. Sa-
qué mi briquet que era una pistolita y la disparé. La bruja
retrocedié asustada.
—Esta noche todo es mentira: las pistolas, el amor. En-
cendié el cigarrillo y me pidié que le prestara el juguete para
“matar” a su amigo. Se lo presté. Funcioné el gatillo y hubo
un poco de terror, luego de risas, luego de besos apasiona-
dos...
Amanecia.
Sobre la ciudad se derramaba una luz verdosa. Las chi-
meneas vomitaron hacia el cielo un hdlito industrial, sucio y
poético, que se diseminaba como un hongo sobre las canas
brumosas de los rascacielos. Dicen que la mafiana es ale-
gre, pero no para los enmascarados. La mafiana es triste
para los que hacen el carnaval. Es el fin de su libertad y el
re doloroso a su otro ser, un ser que no se aoa.
, que se debe detestar, Porque Baio,
2 id Volver
Bicep alee tes erent Vsisy mortal ea la tumba del Hollyween, def
nba del misterio, de los deseos nacientes,
én de la mascara para que la cara diera sy
a la luz, impiidicamente, como se descubre un
a decir con un tono de angustioso abatimiento y
-“Perdén, todo ha sido mentira, ha vuelto la vida
ria volvera la vida de cada dia
ro nadie de nosotros que!
ern y la bruja dejaron de besarse porque ya la luz era
indamente delatora, y al entregarme la pistolita nos
itaron a tomar la tiltima copa en un grill.
Aceptamos.
: Salimos a la calle sin despedirnos de los anfitriones ni
‘de las parejas rezagadas en la penumbra decreciente de las
nparas. Estabamos demasiado borrachos 0 tristes para
10s por Sandra 0 el petrolero.
fo y rabioso barrfa las hojas del barrio burgués,
n lo en nuestra carne tibia. Las lu-—Yonosé ¢quién eres?
—Y don't know, my darling —dijo con languidez
Yo habfa dejado de atormentarme y ya la amaba como
era: sin identidad, pura, provocativa y ex6tica como una ecua-
cién de carne.
—Yonosé, te amo.
—jCatatumbo! jQué barbaridad! {Estas borracho?
—No, solamente estoy enamorado.
Aceleré hasta noventa kilémetros para alcanzar a Ner6n,
que iba por la asfaltada carretera como un relampago.
—jA dénde diablos nos llevar este loco?
_ —Iremos a donde sea —dije fascinado por la velocidad—
, equé importa, si estamos los dos?
# >:
_ —Debo regresar a casa, no muy tarde.
GARRET Gs,—Jtirame que cerrards los ojos
—Lo juro.
“Detuve el auto y cerré los 0j0S bajo la mascara. Yono
descubri6, levant6 mi careta para buscar mis labios y los
contré. Entonces descubri que era hermosa por la vo
dad de su boca que era una primavera de whisky y de pasi
Esto duré un largo minuto y YO pensé que la
debfa parecerse a ese éxtasis sin edad mientras e
se cierra y la tierra desaparece.
Luego me cubrié el rostro y se cubrié.
—Gracias por no mirarme.
Arranqué en silencio. En lalejanfa vimos el auto e
y luego supe que estaba estacionado y atrave
samente en la carretera. > 5
—jHabrén tenido un accidente?—Quitarnos las mascaras? jNunca! —dijo Yonosé agre-
siva.
—No tiene derecho —dijo la bruja—. Esta es una cues-
tidn personal y no un crimen
—Ustedes ven que esto es una cloaca —dijo el inspector
sefialando el sitio— pero aqui se administra la ley, y exijo
para la ley el respeto que se merece.
—No estamos irrespetando nada —dijo Nerén. Alo sumo
hemos cometido una infraccién y de eso se trata.
—Pero ustedes deben descubrirse para hablar ante la ley
porque la espada de la justicia es desnuda. Y sino se quitan
ya mismo esos trapos ordenaré a los agentes que procedan
Por la fuerza.
—Esté bien —dijo Nerén con una célera resignada—,
Nos quitamos las mdscaras, pero usted pagaré caro esta
coacci6n.
Nos miramos unos a otros aterrados, vacilantes, esperando
de los demas el coraje que necesita nuestra cobardia, Por unFirmamos una acusacién trivial y nos metieron a
da sérdida y opaca. Cuando la puerta se cerr6 apt et
de la bruja y dije:
—jSandra, qué desgracia!
_ Apenas unas lagrimas de las mujeres y nadie h
el resto del dia. Por la tarde nos pusieron en li
gresamos a Bogota al anochecer. Sandra iba a mi
En los cuarenta kilémetros de regreso s6lo hice
rada en el camino para vomitar, y para darle un poco di
solina a Ner6n que se habfa varado.
—jOh, Yonosé, déjame ser aunque sea el
guante!Mue_ rte, no
seas mujer
isEstas dormida a dos metros de mf
En lugar de escribir me pongo a mirarte
jNo hay nada que decir!
El silencio de una rosa en la noche da més testimonio de
Dios que la teologfa, y tal vez tenga el secreto que la belleza
de la palabra no puede nombrar.
Entonces me callo y te contemplo porque toda gran sa-
bidurfa es callada, y el éxtasis es superior al conocimiento.
Y alo mejor es verdad que la vida no es sino un cuento na-
rrado por un idiota, como dijo Shakespeare.
Dudo ahora que exista una belleza superior a verte ahi,
como una tentacién, con los ojos cerrados, olvidando el
mundo y olvidada de él, y siendo yo el Gnico ser y tu Gnico
testigo ante la vida y el tiempo.
‘Tu suefio te aleja de mf, pero yo te poseo mas plenamen-
te. No estas en mis brazos, pero tampoco estas en el tiem-
Muerte, no seas mujer 45ie:
- '
ncén de la eternidad donde me retino con.
tan total que nada puede esperarnos,
‘as, ni el recuerdo, ni el nocturno can~
ni la pasién, ni los df p
i despertador de las cinco dela —
3
to del biiho, ni el horrible
mafiana. 7 ( mi
Aunque quise despertarte para sentir la voluptuosidad
de tus besos, de tus uflas que me confunden con una guita-
ra, ese placer insdlito de ver animarse por el ardor de tu
cuerpo toda mi materia espiritual adormecida por el razo-
namiento, elegf tu respiracién inocente que te unfa mas
m{ que las palabras, tus viles palabras que nos. hablan de
paso de la vida y de que todo tiene un comienzo y un fin.
po, yes en ese ri
tigo, en una esencia
Entonces te abandoné para que al menos en tu corto sue-_
fio nunca te separes de mf, y asf poder disfrutar por un no
mento esa imagen imposible y anhelada de amor eterno. _
Te miro y me lleno de piedad porque vas a morir, y no $0}
Dios para impedirlo. ae
Enciendo un cigarrillo y medito si hay justificacion
vivir: estés viva, es la tnica raz6n, y si mi amor tiene
esencia se reduce al deseo de hacerte inmortal, ya |
peraci6n de este deseo.
iQué silencio tan puro!
Te quiero recordar, mientras duermes,
que no ol
mundo. Mas alld de tu suefio est la noche con su:
estrellas, algunos grillos que cantan y el canto tur
biho. A veces me gusta imaginar este biho como
tu santo que baja del cielo a no dejar hundir el inivel
su canto la | preseNada mds que la noche, amor mio, y yo en ella, infi
mente grande para mf, tan espléndida para bendecirlao C
tar yo solo su fastuosa belleza, el viento encima y la
debajo y la oscuridad en todas partes. La relativa luz
estrellas agregando otro enigma a su insondable mi
los soles negros y el canto de la rana en la piedra del
con sus ojazos desmesuradamente abiertos al terror.
De pronto tengo la sensacién angustiosa de que
perdido entre estas presencias fantdsticas, los vastos t
torios del cielo, el negro silencio nocturno, la rara
del grillo, el ganso en su aullido, el solemne reposo d
lo viviente... Y miedo de mi vida algo fugitiva ei
cosas menos importantes que yo, pero mas impe
Entonces todo me parece absurdo, efimero, aco:
sudor del verano, sofocar el silencio y la quietud
que toda la ilusién de mafiana es este instante et
zos a la orilla de la dicha.
Si ahora desaparecieras todo quedartfa vac ¢el poderoso y ardiente amor que te crucificé en la adoles-
cencia.
Te quiero asf, en esta soledad de los dos, unidos por el
deseo y el miedo, presos en esta dulce sensacidn de eterni-
dad, en la que suefias y olvidas, y apenas te queda memoria
para lo que no debe morir.
Y prefiero tu olvido absoluto porque el recuerdo quiere
decir que permites al tiempo abrir tumbas en nuestro amor.
Quédate donde estas, en el puro equilibrio de la noche y
el dia, en la nada de tu suefio feliz que es la otra cara del
cielo, ese cielo invisible a todos, menos a mi.
Ese cielo, en fin, ombligo o taberna para la embriaguez
de los dioses que fueron condenados a la desesperaci6n,
cruz de tu carne donde me purifico, me santifico, me embo-
rracho de amor para alcanzar el exilio de la pobre mente
humana, y donde al perderme me salvo por una rara sensa-
ci6n de locura divina.
No tengo otro argumento para despertarte, amor mio, y
no sé si debo despertarte, amor de tu amor en que eres mia
mas allé de la muerte.
‘Muerte, no seas mujer
sidan eaedelEra un rascacielos de arquitectura kafkiana.
Parecfa disefiado por una legién de dibu-
jantes, cada uno de los cuales trabajaba por separado, y luego
un arquitecto paranoico juntaba y superponia los pedazos
del alto y complicado edificio. Esto tenia que ser asf. Un
dato singular, casi una falla, era el hecho de que nadie salfa.
Sélo se vefa entrar a la gente, siempre entrar. También no-
sotros entramos, sin saber cémo, casi por equivocacién.
Esperamos el ascensor. En ese momento estaba enel piso
22. En la calle era atin de dfa, los rayos del sol se colaban,
pero al llegar a nosotros eran hilos de luz. Posiblemente
gastamos mucho tiempo en llegar hasta el ascensor yeraya
de noche. O siempre era de noche adentro,
—Hay una nota dentro del ascensor.
—Si no estd, nunca daremos con el sitio de la fiesta.
Nunca estuve en un edificio tan alto ycomplicado. a
—Y es seguro que hay cien fiestas en los otros pisos. _
‘Los amantes del ascensor #53,Ofmos unos pasos que se acercaron Esperamos el ag
censor y no dijeron nada. Pero esa presence ia a mis espaldas
me tranquilizaba
—Qué tipos raros —dijo mi amiga—. Miralos
Siempre estas coqueteando con los extrafios —dije
indignado.
—Estos son diferentes —dijo ella
—Si no te gusta la gente, no la mires.
—Lo que te pierdes por celos.
Como era un desaffo, miré, Exactamente all estaban: eran
tres atatides,
— Estan disfrazados? —pregunté temblando.
—Parecen de verdad —dijo ella.
—No nos dijeron que el baile era de disfraces.
Por fin lleg6 el ascensor. Los atatides segufan inmuta-
bles, verticales en su estatica inmovilidad. La puerta se abrié
autométicamente, Yo miré a los atatides para permitirles
entrar, pues consideré que uno de ellos podfa ser una mu-
Jer. Aceptaron mi cortesfa y se instalaron al fondo, en fila,
no sé si de espaldas o de frente a nosotros. Yo los mié,
buscando desesperadamente, buscando un sitio “humano”
de su ser, para que me indicaran a qué piso iban, pero no
encontré sus ojos, ni su boca: eran ellos, simplemente.
Como nosotros tampoco sabfamos adé
nde ir, la espera
fue salts y nadie se decid{a, Por fin, ella me sefalé la
on nde debfa estar escrita la direccién, Al tomarla, uno
atatides estiré algo: una tablao una mano, no sé qué.
54° Gonzalo Arangobs |
me arrebat6 la nota. De paso, ess
y con increfble rapidez
botén y el ascensor se elevé,
ramificaci6n hundi6 un
ara que me dijera si todo iba co-
Miré a mi compafiera pi
‘o un atatid la abraz6 y la hundi¢
rrecto, pero en ese moment!
en su negro vientre.
ue ese joven atatid le estaria di-
Sentf celos porque pensé a
podfa ofr, posiblemente laama-
ciendo cosas en secreto que no
ba alld dentro de una manera incomoda, ataudesca y extrafia,
Si hubiera tenido un revdlver lo habria disparado, pero ella
habria muerto, oculta y extrafiamente poseida. Me alegré de
no tener ese revélver para castigar el infame arrebato de ese...
No hubo a lo alto del edificio ni un grito, ni nada que
pudiera sospechar el frenes{ del amor: ni el miedo ni ladi-
cha. Ella no era feliz, pues no suspiraba. No tenia miedo,
pus
es no gritaba. “gEstaré muerta?’, pensé con horror.
meet oD
SGbitamente la puerta se abrié y yo
des habrian llegado a su destino y nos dej
~ res al fin, Pero no se movieron. Mi amiga a
_ yornitada del vientre de su joven amante. La tomé del brazo
ra con violencia y huimos por los infinitos
s agotados cuando miré para—Estamos perdidos. No podemos seguir, ni regresar.
—Estaremos toda la eternidad en estos pasillos. Haz algo,
no seas cobarde.
—Si al menos hablaran —dije—. Ahora me doy cuenta
de la importancia de ser hombre y no atatid.
—¢Por qué no intentas hablarles? —dijo ella.
—Es indtil —dije.
—éPor qué no me defendiste en el ascensor? —dijo con
reproche.
—{Qué puedo hacer contra un atatid?
Ante nosotros una puerta se abrié y vomité una deslum-
brante y profusa luz de carnaval.
—Es aqui —dije triunfante.
Un bloque gird y nosotros quedamos atrapados. Una voz
solemne, como salida de un parlante, nos guiaba en la ex-
tensi6n iluminada. Era una voz perentoria que habia que
obedecer. Los atatides nos precedieron y lentamente se con-
manera de tapices que
virtieron en sombras alargadas, a
cubrieron la infinita de baile.
la get ‘3 si me ie Lien, asap QU aan,
6 7 ae een—Entonces, ga ti quien te invito?
—Nadie —dije
—{No es curioso? A mi tampoco me invité nadie.
—Entonces, era una invitacién general.
—Es verdad —dijo ella—. Y no tiene importancia. Lo que
cuenta es que ya estamos aquf y no es un suefio. Inclusive,
creo que te amo.
Por fin vino el duefio de casa y nos dio la bienvenida.
—Espero que sean muy felices en la fiesta
—Lo seremos —dijimos.
El nos contemplé asombrado.
—iPero si es admirable! —dijo.
—jQué disfraz tan sensacional!
Miré a mi amiga extrafiado y ella se desconcert6
—No estamos disfrazados —dije
—Pero claro, jest4n disfrazados de muertos!
—