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Por el contrario, los elementos accidentales, son los que pueden estar presentes
por voluntad de las partes en un determinado contrato, pese a que su presencia no
es esencial (art. 1261 CC) no determinante para la validez del mismo. Estos elementos
accidentales con la condición y el término que una vez integrados en el contrato asumen
una importancia extraordinaria, por lo que no son meros accidentes del mismo. En menor
medida, respecto de los contratos gratuitos, asume cierta relevancia (menor desde el punto de
vista práctico) el modo.
Por último, advertir que la enumeración de los requisitos esenciales para la validez de
los contratos del art. 1261 (rúbrica precisa del Cap II, Tit II del Libro IV), aunque exacta para
todo tipo de contratos, no es completa en algunas categorías contractuales: en los
contratos formales o solemnes, constituye un requisito estructural la forma, en sí
misma considerada; en los contratos reales, por su parte, requieren de iure conditio
que de manera inexcusable se haya producido la entrega de la cosa, pues sin ella no
cabe hablar de perfección del contrato.
Los civilistas clásicos traían a colación una tercera serie de componentes estructurales
del contrato: los elementos naturales. Los elementos naturales son ciertas notas
características de algunos contratos que la regulación legal de los mismos considera
implícitas en los correspondientes acuerdos contractuales si las partes no disponen
nada en contrario. Se identificarían con ciertas consecuencias que, en principio, se
derivan (naturalmente) de la propia naturaleza del contrato. Un ejemplo clásico de
“elemento natural” es el carácter gratuito del contrato de depósito (art. 1760 CC): como regla,
y salvo pacto en contra, el depositario no tiene derecho a retribución alguna, por basarse en la
confianza hacia el depositario o en la necesidad del depositante. Llamativamente, sin embargo,
la regla de Derecho mercantil es precisamente la contraria: el carácter retribuido del depósito
salvo pacto en contrario (art. 304.1 Ccom), al estar presidida la actividad mercantil por la
finalidad de lucro. El art. 304.2 Ccom establece la validez de la norma consuetudinaria al
establecer que “si las partes contratantes no hubieren fijado la cuota de a retribución, se
regulará según los usos de la plaza en que el depósito se hubiere constituido”.
La redacción del mismo, anterior a la LO 1/21996 (hasta que fue derogado por la Ley
14/1975, de 2 de mayo, que incluía un tercer número dedicado a la “incapacidad de la mujer
casada”), preceptuaba: “No pueden prestar consentimiento:
1) Los menores no emancipados.
2) Los locos o dementes y los sordomudos que no sepan escribir”.
b) Los locos o dementes y los sordomudos que no sepan escribir: Las personas
descritas se encuentran incursas en causa de incapacitación (art. 200 CC), por la falta
de discernimiento de los primeros y por la imposibilidad de relación o comunicación con
otras personas de los segundos. Por consiguiente, en caso de recaer sobre ellos
sentencia de incapacitación, es obvio que la incapacidad de contratar declarada por el
art. 1263.2º coincidía con la general privación de capacidad de obrar que la
incapacitación supone.
2.2. LA REFORMA DEL ARTÍCULO 1.263 POR LA LEY ORGÁNICA DE PROTECCIÓN DEL
MENOR
La Ley Orgánica 1/1996 de Protección Jurídica del Menor, ha introducido una importante
reforma en el tratamiento dispensado por el Código a la capacidad de contratar. Una de las
reformas más polémicas, por la vía del desajuste gramatical, es la del 1.263.2, que ahora
dispone: “no pueden prestar consentimiento... 2º) Los incapacitados...”. Esta reforma
modifica profundamente lo que hasta ahora se ha explicado sobre incapacidad natural, aunque
cabe seguir defendiendo que la incapacidad natural genera un contrato inválido por falta de
verdadero consentimiento.
Por otra parte, resaltar que, aunque el precepto reformado inhabilite a los
incapacitados, genéricamente, para emitir el consentimiento contractual, la aplicación de las
normas generales sobre incapacitación y el carácter gradual de su alcance (fijado en la
correspondiente sentencia) deben primar sobre el tenor literal del art. 1263.2.º, conforme a la
redacción por la LO 1/1996.
2.3 LA REFORMA DEL ARTÍCULO 1.263 POR LA LEY 26/2015, SOBRE PROTECCIÓN DE
LA INFANCIA Y LA ADOLESCENCIA
La reforma del CC por la Ley 26/2015, de modificación del sistema de protección
a la infancia y a la adolescencia, da nueva redacción a los artículos 1.263 y 1.264. El Art.
1.263 enuncia: “No puede prestar consentimiento:
1. Los menores no emancipados, salvo en aquellos contratos que las
leyes les permitan realizar por si mismos o con asistencia de sus
representantes, y los relativos a bienes y servicios de la vida corriente
propios de su edad de conformidad con los usos sociales.
2.5. EL AUTOCONTRATO
El término autocontrato pretende englobar todos aquellos supuestos en los que una
sola persona asume las posiciones contractuales contrapuestas (que, en principio,
corresponderían a ambas partes contratantes), por contar con poderes
representativos de otra persona, sea natural o jurídica, o bien por tener capacidad
decisoria sobre dos patrimonios separados.
Por ello, el legislador actual mira con menor recelo la figura del autocontrato,
apareciendo algunas disposiciones normativas recientes que expresamente admite la
autocontratación:
• Ley actual de Fundaciones (Ley 50/2002), que bajo la rúbrica de
Autocontratación, dispone que “los patronos podrán contratar con la fundación, ya sea
en nombre propio o de un tercero, previa autorización del Protectorado”. El legislador
da por supuesto que este órgano fiscalizará la inexistencia de conflicto de intereses
entre la fundación y los miembros que componen el Patronato.
• STS 703/2015, entiende que dado el carácter de representación orgánica no
voluntaria, del administrador, son las propias sociedades las que actúan, por lo que no
se aprecia supuesto de autocontratación. Por tanto, no existirá dicha figura en aquellos
negocios jurídicos que se suscriben entre la sociedad y quienes, por integrar el órgano
de representación y relacione de la misma con el exterior, son considerados
representantes orgánicos de la misma, dado que cuando actúan no intervienen como
representantes sometidos a los límites del apoderamiento, a tenor del art. 1714 del
CC.
El art. 1266 regula los requisitos o circunstancias fundamentales que comportan que el
error sea relevante o no con vistas a privar de eficacia al contrato celebrado. De otra parte, la
jurisprudencia es sumamente rigurosa en la acreditación y prueba de esos requisitos, para
evitar alegaciones pueriles o infundadas, basadas en creencias subjetivas de una de las partes:
• El TS argumenta reiteradamente que el error sustancial con trascendencia
anulatoria del negocio tiene un sentido excepcional muy acusado
• Que la trascendencia invalidante del error requiere una prueba plena que, además,
como cuestión de hecho, queda reservada a los Jueces de primera instancia (y, por
tanto, excluida la casación).
3.- Error excusable. Aunque no lo describe el art. 1266 (sólo se refiere a que el
error ha de ser esencial o sustancial), se requiere igualmente que el error sea
excusable. Ello indica que el contratante que incurre en yerro debe acreditar
haber ejercitado una diligencia normal en el conocimiento de los
extremos propios del objeto del contrato y que, pese a ello, no ha
logrado superar la falsa representación mental en que ha incurrido. Por
tanto, se trata de un requisito jurisprudencial que analizando el vicio, además de
en el plano de la voluntad, en el de la responsabilidad y la buena fe y,
especialmente, al tomar en consideración la conducta de quien lo sufre. Por ello,
niega protección a quien, con el empleo de la diligencia que era exigible en las
circunstancias concurrentes, habría conocido lo que al contratar ignoraba. Con
mayor claridad, la jurisprudencia, en vez de recurrir a la idea de la
excusabilidad, prefiere afirmar que el error “no sea imputable a quien lo padece”
o que resulta intrascendente cuando pudo evitarse mediante el empleo de una
regular diligencia.
Por el contrario, la existencia de los deberes de información que imponen
las normas sectoriales a las entidades financieras inciden directamente sobre la
concurrencia del requisito de exigibiidad del error, pues si los clientes
necesitaban información y la entidad estaba obligada a suministrarlo de forma
comprensible y adecuada, el conocimiento equivocado sobre los riesgos
concretos asociados al producto financiero contratado en que consiste el error,
es excusable a los clientes (STS de 2014 y 2016)
3.4. LA INTIMIDACIÓN:
A.- Noción general y requisitos.- La intimidación es otro de los “vicios de la
voluntad” o deficiencia del consentimiento que puede comportar la invalidez del
contrato. Según el art. 1267.2 CC, consiste en “inspirar a uno de los contratantes
el temor racional y fundado de sufrir un mal inminente y grave en su persona y
bienes, o en la persona o bienes de su cónyuge, descendientes o
ascendientes”.
Pese a que en el contrato celebrado bajo violencia física absoluta realmente no hay
consentimiento, mientras que en el caso de la intimidación está viciado, el art. 1.268 CC
dispone la misma consecuencia para ambos vicios de la voluntad:”los contratos
celebrados bajo violencia o intimidación serán anulables”.
Este artículo suele ser criticado por la doctrina, ya que se considera que los contratos
celebrados bajo violencia deberían ser nulos de pleno derecho por inexistencia absoluta de
consentimiento y ser éste un elemento esencial del contrato. Por otra parte, el art. 1268 CC
evidencia que la violencia e intimidación pueden ser causadas tanto por la otra parte
contratante cuanto “por un tercero que no intervenga en el contrato”. La ratio legis de la
norma es clara, para intentar evitar que el violentador o intimidador pueda conseguir la validez
del contrato mediante terceros (matones a sueldo)
3.6. EL DOLO
A- Noción y requisitos.- Actuar dolosamente o con dolo se refiere a cuando, malévola
o maliciosamente, se actúan para captar la voluntad del otro o para incumplir la
obligación contraída (en el último caso sería incumplimiento de obligación)
Refiriéndonos exclusivamente al dolo como vicio del consentimiento, éste consiste en
inducir a otro a celebrar un contrato que finalmente celebra y que, por tanto, incurre en
error. Lo que ocurre es que, como dicho error ha sido provocado por la otra parte, el
ordenamiento jurídico considera al dolo como un supuesto específico de vicio del
consentimiento.
Por tanto, para que el dolo sea causa de anulabilidad del contrato se requiere:
1- El dolo debe ser GRAVE, con intención consciente y deliberada de
engañar a la otra parte. El alabar o exaltar las excelencias de lo ofertado
o dolo bueno (dolus bonus) no se considera como dolo propiamente (p.e
en publicidad y propaganda o por negociaciones particulares, cada uno
sabrá valorar en su justa medida los productos ofertados).
2- El dolo ha de inducir a la otra parte a celebrar el contrato. Debe
ser un dolo DETERMINANTE o causante, que si no hubiese existido la
otra parte no hubiera contratado. La relación de causalidad entre la
conducta engañosa o insidiosa y la voluntad de la celebración del contrato
se encuentran nítidamente recogida en el art. 1269 CC.
Para el art. 1261 CC, uno de los elementos esenciales del contrato lo constituye el
“objeto cierto que sea materia del contrato”. El CC entiende por objeto los bienes y
servicios que, materialmente hablando, son contemplados en el intercambio que subyace en
todo contrato. Esto se ratifica en los artículos en que se desarrolla el art. 1261.2º CC: Los
arts. 1271 a 1273 hablan insistentemente de cosas y servicios, como realidades materiales
sobre las que pueden recaer las obligaciones o las prestaciones de los contratantes. De otra
parte, los requisitos referidos al objeto del contrato (posibilidad, licitud y determinación) se
cohonestan mejor con la perspectiva material que se plantea en el CC (“objeto….que sea
materia del contrato”) que si se hubieran de entender referidos a la prestación propia de cada
uno de los contratantes.
A) Licitud.- Según el art. 1271 CC, tanto las cosas como los servicios objeto del
contrato han de ser lícitos, engloba la posibilidad jurídica:
a. Respecto de las cosas, el CC excluye del ámbito contractual “las cosas
que están fuera del comercio”, es decir, todas aquellas que, por razones de
interés o de orden público, quedan excluidas del tráfico patrimonial (ej. venta de
órganos, venta de apellidos, etc.).
b. En relación a los servicios (art. 1273.3 CC), se excluyen del contrato
“todos los servicios que sean contrarios a las leyes o a las buenas
costumbres” (ejemplo, STS 2012 sobre lobbys -cabildeo-, declara que sólo son
reprobables si influyen, sino que controlan y vician el proceso de decisión por
parte de quien corresponda).
B) Posibilidad.- El art. 1.272 CC dispone que “no podrán ser objeto de contrato
las cosas o servicios imposibles”. Si la licitud engloba la “posibilidad jurídica” de
convertir un bien determinado en objeto de contrato (por ello, el CC admite que pueda
realizarse contratos recayentes sobre cosas futuras -art. 1271,1- excepción hecha de la
herencia futura – art. 1272.2.), la posibilidad o imposibilidad contemplada en el art.
1272 ha de quedar circunscrita a la “posibilidad física” o material de entregar la cosa o
ejecutar el servicio que constituya objeto del contrato (ej: vender la Luna, o
comprometerse a volar sin ayuda de nada).
Sobre el párrafo 2 del art. 1271, “Sobre la herencia futura no se podrá, sin
embargo, celebrar otros contratos que aquellos cuyo objeto sea practicar
entre vivos la división de un caudal y otras disposiciones particionales,
conforme a lo dispuesto en el artículo 1056”.
De ahí que el CC no requiera como requisito sine qua non que el objeto del
contrato quede absolutamente determinado, sino que basta con que el objeto sea
determinable "sin necesidad de nuevo convenio entre los contratantes" (art.
1273 in fine).
5.4. LA CAUSA ILÍCITA DEL ART. 1275: LOS MOTIVOS ILÍCITOS Y LA CAUSA EN
SENTIDO SUBJETIVO
El planteamiento de la objetivización u objetivación de la causa contractual no puede
llevarse a sus últimas consecuencias dentro del CC español, al impedirlo la letra y espíritu del
art. 1275 CC: “los contratos sin causa, o con causa ilícita, no producen efecto alguno.
Es ilícita la causa cuando se opone a la ley o a la moral”. ¿Es lícito vender un riñón pese
a que la causa de la compraventa (intercambio de cosa por precio) es lícita?. La causa no
puede entenderse sólo y exclusivamente como objetiva función socioeconómica del
tipo contractual utilizado por las partes, sino como algo más.
Tanto la doctrina como la jurisprudencia, aun partiendo del carácter objetivo y abstracto
de la causa, acaba defendiendo que los aspectos subjetivos de los contratantes cuando el fin
práctico perseguido por los mismos es contrario a las leyes o a la moral. En definitiva, la
causa es - frente al objeto y al consentimiento – el elemento esencial de mayor
determinación en el marco contractual, llegando a despempeñar un papel de control
de la adecuación de los contratos al sentir colectivo de la comunidad. Por remisión a
las leyes y a la moral del art 1275 in fine hace que pueda declararse nulo un contrato por su
causa ilícita, atendiendo a que la moral es el conjunto de convicciones éticas sobre las
relaciones sociales imperantes en cada momento.
Por tanto, le propósito perseguido por las partes ha de ser confrontado con la función
económica y social en que consiste la causa de cada contrato; si hay coincidencias, el contrato
es reconocido y protegido por el OJ; si no la hay porque el propósito que se persigue es ilícito
tal protección no se otorgará y ese propósito se eleva a la categoría de causa ilícita
determinante de la nulidad de pleno derecho del contrato.
EXAMEN:
Elementos esenciales y accidentales del contrato **
La capacidad contractual El autocontrato **
El error como causa de anulabilidad del contrato La intimidación ***
Violencia e intimidación como vicios del consentimiento
El dolo: concepto y requisitos **
Vicios de la voluntad: dolo
La libre formación del consentimiento y los vicios de la voluntad: el dolo
El objeto del contrato: requisitos ***
La causa del contrato
CAP. 3.- LA FORMA DEL CONTRATO
Hay que recordar que la asunción del principio de libertad de forma se produce en el
ordenamiento de Alcalá (año 1340), por lo que tradicionalmente en nuestro derecho proclama
la intrascendencia de las formas en relación a la validez y eficacia de los contratos (SSTS).
En dicho marco de ideas se encuadran estas dos normas del CC de importancia capital
para el sistema contractual moderno:
▪ El art 1254 .- “El contrato existe desde que una o varias personas
consienten en obligarse... “.
▪ El art 1278.- “Los contratos serán obligatorios cualquiera que sea la
forma en que se hayan celebrado, siempre que en ellos concurren las
condiciones esenciales para su validez”.
Conectando esta última norma con el art. 1261 CC, es obvio que la forma contractual
no puede elevarse a condición de elemento esencial del contrato, pues este último precepto
exige solo el consentimiento, el objeto y la causa. Ahora bien, que la forma no sea requisito
esencial del contrato, en sentido técnico, no significa que los contratos puedan realizarse de
forma interiorizada, sin transmitir a alguna otra persona (o varias) el designio contractual
pretendido, pues es evidente que la relación contractual requiere una cierta exteriorización.
Por ello, el art. 1278 CC habla de “cualquiera que sea la forma en que se hayan
celebrado...” resaltando que, de alguna forma, los contratos requieren estructuralmente que
las partes contratantes exterioricen su consentimiento contractual de alguna manera que
permita identificar la celebración del contrato, aunque sea mediante un simple gesto.
Quizás por ello, la tajante declaración del art. 1278 de absoluta libertad de forma, no
obsta para que en los artículos inmediatamente sucesivos (y otras disposiciones
legales) demuestren un acusado favor respecto de las formas escritas, para evitar en
lo posible las incertidumbres sobre la celebración de la mayor parte de los contratos.
2.2. DOCUMENTOS PÚBLICOS Y DOCUMENTOS PRIVADOS.- La forma escrita puede
darse de dos maneras diversas: mediante documento privado o público. El documento
privado se lleva a cabo por los propios contratantes (asesorados o no por juristas) mediante la
plasmación material escrita del acuerdo contractual. La existencia del documento privado, una
vez reconocido legalmente, acredita entre las partes y sus causahabientes la existencia del
contrato propiamente dicho, con el mismo valor que la escritura pública, como establece el
art. 1225 CC. Sin embargo, aun reconocido legalmente, la dificultad estriba en que el
documento privado carece de eficacia para acreditar su fecha frente a terceros que
pudieran verse perjudicados por la existencia del contrato (art. 1227 CC), lo cual es
lógico, porque en cualquier momento se puede recrear un documento privado, colocándole la
fecha que interese a los contratantes, antedatándolo (para evitar a los acreedores del
transmitente) o postdatándolo (para evitar recargos de carácter fiscal). Por ello el art. 1277
CC establece que, respecto a terceros, la fecha del documento privado sólo contará
desde:
• El día que se hubiese incorporado en un registro público o se entregue a un
funcionario público por razón de su oficio.
• Desde la muerte de cualquiera de los firmantes (el muerto no puede modificar el
documento).
• E.- Los poderes.- El número 5º del art. 1.280 CC reitera la exigencia de documento
público para otorgar “el poder para contraer matrimonio, el general para pleitos
y los especiales que deban presentarse en juicio; el poder para administrar
bienes, y cualquier otro que tenga por objeto un acto redactado o que deba
redactarse en escritura pública, o haya de perjudicar a tercero”.
Los apoderamientos enumerados antes del punto y coma deben configurarse como
supuestos de forma solemne: carácter extraordinario del matrimonio por poder (art.
55) y las exigencias propias de las leyes de enjuiciamiento. Los restantes enunciados
del precepto, sin embargo, requerirán escritura pública por razones de orden técnico
(en otro caso, el apoderamiento podría resultar inoperante, aunque previamente fuera
eficaz) o de oponibilidad frente a terceros; más ello no significa que la escritura pública
debe considerarse como requisito ad solemnitatem.
Por otro lado, subrayar que si bien la facultad de exigir la elevación a público de
los contratos celebrados en documento privado no está sujeta a plazo, tampoco está
amparado su ejercicio de forma ilimitada y con cualquier propósito: No puede
pretenderse elevar a público un contrato para lograr el cumplimiento de obligaciones
una vez que han prescrito las acciones para hacerlas efectivas, porque se otorgaría
eficacia a unas obligaciones que ya no resultan exigibles; Por otra parte, los efectos
reforzados que el OJ reconoce a la forma pública hacen exigible la existencia de un
interés legítimo también cuando se ha dado cumplimiento íntegro al contrato. Por
razones de seguridad jurídica, no queda amparado el ejercicio de la acción cuando
resulte contrario a la realidad fáctica y jurídica o afecte a los derechos adquiridos y
consolidados por terceros con posterioridad al cumplimiento del contrato.
3.2. LA FORMA ESCRITA DEL ARTÍCULO 1280.2.- El párrafo reseñado dispone que
“también deberán hacerse constar por escrito, aunque sea privado, los demás
contratos en que la cuantía de las prestaciones de uno o de los contratantes exceda
de 1.500 pesetas”. En los inicios del CC esa cantidad era importante, en la actualidad es una
cantidad intrascendente. La cuestión que se plantea es que si el CC se pronuncia abiertamente
en favor de la libertad de forma, por qué y para qué exige la forma escrita del art 1280.2 CC
La razón de exigir la forma escrita fue que los legisladores trataron de transmitir a los
ciudadanos, a través de norma complementarias, de la dificultad probatoria de las formas
contractuales no escritas, y dicha cantidad en 1889 era suficientemente significativa para
hacerlos reflexionar.
Pero ello no quiere decir que la inexistencia de forma escrita prive de eficacia a un
contrato cuyas prestaciones superen el montante de 1.500 pesetas. La jurisprudencia ha
relativizado la importancia del precepto frente a pretensiones en semejante sentido,
declarando que “es totalmente desafortunada la invocación del último párrafo del art. 1.280
para negar eficacia al contrato por no constar en forma escrita, pues, con tal invocación, se
pretende desconocer el principio espiritualista introducido en nuestro sistema jurídico por el
Ordenamiento de Alcalá…”.
3.3. EL SIGNIFICADO PROPIO DEL ART. 1279.- Realmente, el alcance del aparentemente
paradójico art. 1280 y la superación de su antagonismo con el art. 1278 debe explicarse en
nuestro sistema por el hecho de que, entre ambos, el art. 1279 CC ofrece la clave del
sistema normativo respecto de la forma de los contratos.
3. El artículo 1279 se limita a otorgar a las partes una facultad que pueden
ejercer o no. Eso sí, una vez verificado el compelimiento por quien tiene la facultad de
hacerlo, el compelido se encuentra obligado. (SSTS)
Queda claro el jugo de los art. 1278, 1279 y 1280: Aún en el caso e que la ley requiera
una forma especial (sea escritura pública, sea forma escrita art. 1280), el contrato es en
principio válido con anterioridad al cumplimiento de tal forma. Por tanto, esta forma no añade
ni quita valor al contrato preexistente, no tiene carácter sustancial respecto del acuerdo
habido, sino que se limita a desempeñar un papel auxiliar en beneficio de ambas o alguna de
las partes del contrato, para que puedan acreditar ante terceros de forma directa o a través de
un Registro publico, la existencia y también la fecha de celebración de un determinado
contrato.
Con ello, se reafirma el principio de libertad de forma de los art. 1278 y 1280, al tiempo
que se potencia la consecución de documento público (o, en su caso, de forma escrita privada)
cuando este interese a cualquiera de las partes interesadas. Se establece la doctrina
jurisprudencial que el incumplimiento de la obligación de elevar a escritura pública el contrato
de según el art. 1280 CC, no es causa directa de resolución contractual al amparo del art,
1124 CC ( STS del 2014 referida a un caso de compraventa de una plaza de garaje en la que el
comprador ejercita la acción de resolución por incumplimiento de la obligación de elevar el
contrato a escritura pública). El TS desestima la pretensión porque, conforme al principio de
autonomía privada, si las partes quieren otorgarle esta exigencia formal un valor determinante
para la propia validez o eficacia del contrato, esta condición esencia debe figurar
inequívocamente en el contenido contractual llevado a cabo, pues de otra forma carece de
relevancia requerida a estos efectos.
En tales supuestos, la ley requiere de forma necesaria escritura pública para atribuir
validez al contrato en cuestión (forma ad substantiam, forma sustancial o solemne), por
lo que es una característica esencial de tales contratos y su falta de forma prescrita conlleva la
declaración de nulidad de los mismos.
En cambio, debe entenderse que, pese a los términos literales del art. 1667 CC, la
constitución de una sociedad a la que se aporten bienes inmuebles o derechos reales
inmobiliarios, no exige la forma ad solemnitatem, dado el carácter consensual del contrato de
sociedad, mantenido inalterable por la jurisprudencia que ha venido afirmando que, cuando no
se otorgue escritura pública, hay que considerar que el art. 12667 está subordinado al art.
1278 CC del mismo cuerpo legal, aunque haya bienes inmuebles, por lo que no puede hablarse
de nulidad del contrato de sociedad, debiendo considerarlo válido y eficaz entre las partes que
lo estipularon.
La expresión contratos formales no pretende indicar que unos contratos tienen forma y
otros no, ya que todos los contratos tienen forma determinada (verbal, por fax, escritura,
estos, documento privado, público, etc). Lo que ocurre es que sólo en algunos contratos, la
forma asume carácter de elemento esencial o estructural del propio contrato a
efectos de determinación de la validez del mismo: sin forma solemne, cuando ésta es
requerida, no se puede decir que el contrato haya sido perfeccionado o celebrado.
Con la categoría de contratos reales se hace referencia a aquellos en los que para
su perfeccionamiento, además del mero consentimiento, se requiere la entrega de
una cosa: Préstamos (en sus dos versiones: mutuo y comodato; vid. Art. 1740 CC),
Depósito (vid. Art- 1758 CC) y Prenda (vid. Art. 1863 CC).
En ellos, según la doctrina clásica, no habría contrato (de préstamo, depósito o prenda)
sin la entrega de la cosa, sino un mero precontrato que permitiría a las partes instar la
ejecución del mismo para llegar al verdadero contrato, previa entrega de la cosa. La moderna
doctrina, critica la existencia de la categoría de los contratos reales, al ser algo extraño al CC.
No obstante, el mandato normativo de los arts. Del CC son difícilmente superables y, conforme
a ellos, la entrega de la cosa es ciertamente requisito constitutivo de los contratos de
préstamo, depósito y prenda.
En términos teóricos son dos las posibilidades: 1. Que el contenido del contrato
privado y el de la escritura pública sean coincidentes, lo cual no genera ninguna
problemática y no puede hablarse de una posible novación del contrato. Algunos autores
expresan que la escritura pública debería expresar literalmente el contenido del documento
privado; pero ello es excesivo, puesto que modificaciones de carácter secundario no deberían
ser interpretadas como divergencias entre ambas. En este caso se habla de escritura de
reconocimiento o recognoscitiva, o contrato de fijación(contempladas en el art. 1224
CC: “Las escrituras de reconocimiento de un acto o contrato nada prueban contra el
documento en que estos hubieren sido consignados, si por exceso o por defecto se
apartasen de él, a menos que conste expresamente la novación del primero”.). Dada
la mera finalidad de constatación del contrato anterior, en relación con estas escrituras, se
habla también, a veces, de contratos de fijación (categoría adoptada por el TS desde
mediados del s. XX) que los caracteriza como contratos cuyo contenido estriba en declarar y
fijar situaciones contractuales preexistentes, al tiempo que excluye posibles incertidumbres
generadas por el contrato anterior. 2. Que el otorgamiento de la escritura pública
determine una modificación o variación del contrato privado preexistente. En este
caso, la elevación de un documento privado preexistente a escritura pública, con contenido
divergente, sugiere la novación del contrato, y por tanto, la prevalencia de aquella (sin que
deba desembocar en la calificación de dicho documento público como escritura constitutiva
como mantienen autores como Nuñez Lagos.
Por último, los documentos privados hechos para alterar lo pactado en la escritura
pública producen efectos entre las partes de acuerdo con el art. 1230 CC, ya que no pone en
riesgo la seguridad jurídica dando valor a lo declarado en documento privado, siempre que se
lleve a cabo `precisamente por quienes lo crearon para dar lugar a un efecto jurídico.
EXAMEN:
El principio de libertad de forma **
La forma complementaria o ad probationem
La forma escrita del artículo 1.280.2