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Realidad social latinoamericana y derecho

Cátedra Dr. Galderisi


Unidad II

• Los prolegómenos de la revolución independentista latinoamericana


Lic. Flavio C. A. Colina.

Entre los finales del siglo XVIII y los comienzos del XIX, se suceden distintos
acontecimientos históricos que influyeron decisivamente en el escenario político, socio –
económico e intelectual latinoamericano. Ocurridos en el propio continente americano y
también, en el europeo, esos hechos demostraron la viabilidad de un camino que ciertos
sectores de la sociedad latinoamericana habían comenzado a percibir y a reclamar como
necesario para ellos mismos.

La independencia de los Estados Unidos de Norteamérica.


Las trece colonias inglesas de América del Norte, aunque social y económicamente
diferentes entre sí, compartían una visión política común que se fundada en el
reconocimiento de su propia condición como súbditos británicos, a pesar de la poca
presencia de la Corona, en el parlamentarismo y en el contractualismo definido por John
Locke. Esa concepción política se expresó en la estructura gubernamental que adoptó cada
una de ellas. Poseían un gobernador, designado por el monarca, que estaba a cargo de las
funciones ejecutivas; y un parlamento bicameral, formado por los propietarios locales, que
se ocupaba de ejercer el control sobre los asuntos locales y las cuestiones financieras e
impositivas.
En 1763, y tras derrotar a Francia en la Guerra de los Siete Años, la corona británica
se vio empujada a modificar su política para con los territorios americanos. La necesidad de
sostenerlos militarmente, ante la relevancia cobrada durante el conflicto, de atender a las
dificultades financieras en el tesoro tras la sucesión de guerras, y el crecimiento de la
actividad industrial y de la población en la isla, obligaron a un cambio en las relaciones
entre Londres y las colonias de Norteamérica.
Se dispusieron entonces, distintas medidas para afrontar esas dificultades. Se
impusieron nuevos impuestos a los colonos, se limitaron sus anteriores libertades para
comerciar con otros países y se los obligó a sostener los destacamentos militares
desplazados a América para la seguridad y la defensa del territorio ante cualquier posible
ataque.
Esas nuevas imposiciones fueron rechazadas por la población, dando lugar a una
creciente actividad de los comités coloniales. Estas asambleas habían sido conformadas
durante la última guerra con Francia, para coordinar las acciones militares a emprender

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entre las distintas colonias. Pero, ante el nuevo escenario, se convirtieron en foros de
encuentro de la población colonial y de discusión en torno a la política británica y a su
actitud en desmedro de los derechos individuales. Asumiendo su condición de ciudadanos
británicos, los comités le exigían a la corona que no les negara la facultad a ser consultados
acerca de las nuevas condiciones económicas, impositivas y comerciales.
Ese clima de descontento alcanzó su extremo cuando las autoridades londinenses le
concedieron a la Compañía de las Indias Orientales el derecho a importar té desde la India
a las colonias norteamericanas. La abundantes producción había determinado la necesidad
de, para evitar una caída del precio en Europa, ubicar los excedentes en el mercado
colonial. Esta medida le otorgaba grandes beneficios a la empresa y limitaba la actividad
comercial de los pobladores norteamericanos.
Ante esta nueva imposición, en 1773 se produjo una violenta reacción de los
colonos en el puerto de Boston. Disfrazados de indios pieles rojas, un grupo asaltó unos
barcos británicos que habían arribado con la carga de té desde Oriente, y lanzó la
mercadería al mar. Ese hecho, conocido como la Fiesta del té de Boston (Boston tea
party), fue el inicio de la crisis final entre las colonias y el gobierno británico.
Debido a los sucesos en Boston, las autoridades londinenses dispusieron el cierre
del puerto y el envio de una fuerza armada a la ciudad, la confiscación de propiedades,
aunque estaba en contra del derecho inglés, y la imposición de nuevas leyes restrictivas de
las libertades coloniales.
Las nuevas medidas gubernamentales y el choque entre colonos y soldados
británicos en la llamada matanza de Boston, determinaron que en 1774 se convocara al
Primer Congreso Constituyente en la ciudad de Filadelfia. En esa asamblea, las colonias
le exigen al rey Jorge III que respete sus libertades fundamentales y que les permita tener
representación en el Parlamento londinense donde se decidía, sin ellas, acerca de la
situación de Norteamérica.
Pero, en ese escenario, la alternativa bélica era ya, una posibilidad mucho más
factible que las de un arreglo político pacífico. En 1775, el conflicto estallaría cuando las
tropas coloniales ataquen a las inglesas y bloqueen Boston. En respuesta a ello, Jorge III
declaró a las colonias en rebelión y envió nuevos ejércitos para lograr su sometimiento.
Mientras tanto, en el Segundo Congreso Constituyente se organiza un cuerpo
armado colonial, poniéndolo bajo el comando de George Washington, y se define la
orientación del proceso revolucionario. Los sectores más moderados entre los colonos,
aquellos que no pretendían llevar la protesta hasta la independencia, quedan relegados
frente a los grupos más radicales del movimiento, quienes tendrán el control de la nueva
asamblea.
El Tercer Congreso Constituyente, reunido en 1776, estableció por unanimidad la
vía independentista como la única válida ante la actitud del rey. El 4 de julio de 1776, los
representantes de las trece colonias firman la declaración de independencia. El documento,
redactado por una comisión de intelectuales ilustrados entre los que se contaban Thomas

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Jefferson, John Adams y Benjamin Franklin, esgrimía distintos argumentos en contra de
las autoridades británicas para justificar la decisión de romper los lazos coloniales. En él, se
reconocía que, ante la existencia de un gobierno que desconocía las libertades y los
derechos fundamentales, la población colonial tenía el derecho a repudiarlo y a constituirse
bajo una nueva forma de gobierno que se comprometiera con la plena vigencia de aquellos.
La guerra contra Gran Bretaña continuó hasta 1781. En ese conflicto, los colonos
contaron con la ayuda monetaria y militar de Francia y de España, quienes encontraban en
esa forma, la manera de combatir a su enemigo europeo. En 1783, representantes británicos
y estadounidenses firmaron el Tratado de Versalles por el que, se reconocía la
independencia de las trece colonias de América del Norte.
Lograda la independencia, el nuevo estado debió entonces, procurarse una
organización política acorde a los ideales que le habían dado origen. Propósito éste que, tras
varias discusiones, se lograría en 1787 cuando se sancione una constitución republicana,
presidencialista y federal.

La Revolución Francesa y Napoleón.


En 1789, el mundo político occidental se ve sacudido por los acontecimientos que se
suceden en territorio francés. En el marco de una monarquía absolutista en decadencia, con
graves dificultades económicas y financieras, con un creciente descontento social y con una
efervescencia ideológica a partir de la Ilustración, se produjo un movimiento revolucionario
que trascendió los límites políticos y geográficos.
La Revolución Francesa fue un largo proceso político, socio – económico e
intelectual que pretendió reformar las condiciones existentes en el país bajo la monarquía
borbónica a la luz de los postulados ilustrados. Esto, y las circunstancias históricas por las
que transitó, determinaron la sucesión de distintos gobiernos y corrientes ideológicas.
Cuando en 1789, el rey Luis XVI convoca a los Estados Generales, la asamblea
que reunía a los representantes de la población francesa, da inició al movimiento
revolucionario. La llamada se proponía legitimar un nuevo aumento impositivo sobre la
Burguesía y el campesinado, pero, el interés de ciertos grupos por reestructurar el conjunto
del sistema político institucional francés y la debilidad monárquica determinaron el giro de
la reunión.
Los Estados Generales se convirtieron en una Asamblea Constituyente que,
inspirada en la Ilustración y en el ejemplo inglés, pretendió organizar una monarquía
constitucional. Entre 1789 y 1792, los sectores moderados de la Revolución le pusieron fin
al modelo absolutista, proclamando la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano que reconocía los principios de libertad e igualdad para todos los individuos, y
estableciendo una constitución que se sostenía sobre las nociones de división de poderes y
de soberanía popular de voto censatario.
Los cambios introducidos por la Asamblea Constituyente, y profundizados a través
de la legislación de la nueva Asamblea Legislativa constituida, provocaron la alarma de

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otros países europeos que decidieron intervenir militarmente para ponerle fin al
experimento revolucionario y así, evitar el contagio entre su población.
La derrota en la guerra externa y el intento del rey de huir hacia Austria
contribuyeron para que los sectores políticos más extremistas se hicieran con el gobierno
entre 1793 y 1794. En primer lugar los girondinos, denominados así por ser
mayoritariamente originarios de la provincia de la Gironda, a través de la Convención
Nacional y luego, los jacobinos, como eran conocidos por su domicilio en el antiguo
convento de Saint Jacques en París, a través del Comité de Salud Pública, impusieron la
forma republicana de gobierno. Incluso, éstos últimos, merced al apoyo que poseían entre
los sans cullottes1, establecieron el sufragio universal masculino y reconocieron el rol del
estado en la protección de ciertos derechos, como el trabajo, la instrucción y la asistencia.
La escalada de terror impuesta por la izquierda revolucionaria en el interior de
Francia y las victorias militares que aseguraban los propios límites, permitieron la reacción
de los sectores más moderados de la burguesía. El Golpe de Termidor2 le puso fin a la fase
más extremista e inició una nueva época de moderación en el proceso revolucionario que se
extendió hasta 1799.
Manteniendo la forma republicana, el nuevo gobierno a cargo de un poder ejecutivo
colegiado, el Directorio, anuló las medidas de sus antecesores de izquierda y reestableció
el sufragio censatario.
La corrupción de los miembros del Directorio y las nuevas dificultades militares
frente a los enemigos externos posibilitaron un nuevo golpe de estado. El Golpe de
Brumario reemplazó al gobierno por un Consulado de tres miembros, entre quienes se
destacaba Napoleón.
Napoleón Bonaparte se había convertido en un referente político a finales del siglo
XVIII merced a su gloria militar. Sus éxitos militares le habían posibilitado el acceso al
poder a través del Consulado. Desde ese lugar, y mediante una hábil política interior,
Napoleón fue ganando poder hasta devenir en 1804 como emperador de Francia.
Procurando reestablecer un clima de paz interior, dispuso distintas medidas en consonancia
con los principios de libertad, igualdad y fraternidad que habían impulsado al movimiento
revolucionario. Pero esto, acompañado por un proceso de concentración y centralización
del poder político.
El proyecto napoleónico se orientaba además, hacia el mapa europeo. Era su
objetivo la conformación de un imperio continental bajo su autoridad y la de Francia. Eso
determinó una agresiva política expansionista y una hábil política diplomática para sus
vecinos y el consecuente choque con Gran Bretaña, enemiga de cualquier posible foco de
poder europeo que le pudiera poner en entredicho su rol internacional.
1
Los sans cullottes eran el grupo de obreros, artesanos y pequeños comerciantes de París que rechazaban a la
monarquía, a la aristocracia y a la burguesía por igual. Republicanos, pretendían la intervención estatal para
mitigar las diferencias entre los sectores más ricos y los más pobres.
2
Bajo el gobierno del Comité de Salud Pública se emprendió una transformación completa de las costumbres
francesas. Entre esos cambios se decidió reemplazar el calendario tradicional por uno revolucionario que
comenzaba a medir los años desde la instauración de la república y cuyos meses eran todos iguales y poseían
nombres referidos a los cambios climáticos.
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El fallido intento de Napoleón de derrotar la flota inglesa en Trafalgar en 1805,
mediante la coalición de fuerzas francesas y españolas, lo obligó a buscar un mecanismo
diferente. Así, en 1806, proclama el Bloqueo Continental. Esta medida, de neto corte
comercial, disponía el cierre de todos los puertos del imperio napoleónico y de sus aliados
al tráfico con Gran Bretaña. El objetivo era provocar una crisis en la naciente industria
británica que, tras perder sus colonias en América del Norte, requería de los mercados
europeos para ubicar su producción y hacerse de ciertas materias primas.
En respuesta a él, Gran Bretaña dispuso el Bloqueo Marítimo. Este también se
dirigía al comercio pero de Francia y de sus aliados europeos, pues establecía que cualquier
embarcación que saliera de un puerto bajo influjo napoleónico podría ser incautada por las
autoridades británicas.
El Bloqueo Continental requería, para ser plenamente efectivo, que no existieran
fisuras por las que se pudiera filtrar el comercio británico. Esto motivó a Napoleón a decidir
la intervención sobre Portugal. Aliado a Gran Bretaña desde el siglo XVII, cuando recibió
su colaboración para independizarse de España, el reino lusitano desconoció las
disposiciones napoleónicas y mantuvo sus puertos abiertos. La ocupación de Portugal por
las tropas napoleónicas a fines de 1807 logró el cierre de esa brecha.
A pesar de ello, la larga guerra que se iniciaría en España y que desgastó
considerablemente al ejército francés, las dificultades económicas agravadas por los
bloqueos y finalmente, la campaña a Rusia en 1812 para ampliar el imperio hasta los
confines europeos, provocarían la caída de Napoleón y devolverían al poder a los monarcas
absolutistas. Aunque, los ideales revolucionarios de 1789 ya habían echado a correr por los
pasillos políticos de Occidente.

España a comienzos del siglo XIX.


España era, a comienzos del siglo XIX, una potencia de segundo orden. Aunque
mantenía bajo su autoridad extensos territorios en América, en África y en Asia, su
presencia en Europa había quedado eclipsada frente a Gran Bretaña y Francia.
A finales del siglo XVIII había asumido como rey Carlos IV, perteneciente a la
familia Borbón. Pero, el gobierno efectivo lo llevaba adelante el generalísimo Manuel
Godoy, favorito del rey y de su esposa María Luisa de Parma. El ministro era quien se
encargaba de todas las decisiones políticas del estado, aunque las ajustaba a sus propias
ambiciones personales.
Frente a la Revolución Francesa, el gobierno de Madrid rechazó los sucesos y
procuró cerrar la frontera para impedir la llegada de cualquier material bibliográfico que
pudiera actuar como agente de contagio en su territorio continental o en sus colonias
ultramarinas. Pero, ante la llegada de Napoleón, se establecieron contactos diplomáticos e
incluso, una alianza estratégica.
Por eso, cuando en 1807, Napoleón solicitó pasar por territorio español para ocupar
Portugal y así, cerrar el Bloqueo Continental, la administración de Manuel Godoy lo

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autorizó. Con la promesa napoleónica de recibir algunos territorios lusitanos del sur y allí,
ser coronado rey, el ministro de Carlos IV aceptó el ingreso de las tropas francesas e
incluso, le declaró la guerra a Portugal.
Pero Napoleón desconfiaba de la monarquía borbónica española. Dudaba de su
alianza y de la capacidad de sus gobernantes de mantenerla frente a la presión popular. Fue
por ello que, tras dominar Portugal, decidió desplegar las tropas por el territorio peninsular.
Esta acción comenzó a despertar el temor de la población española a que la corona
intentara, para salvarse, imitar a su par lusitana y emigrara hacia algún territorio colonial.
En marzo de 1808 se produce un movimiento popular en contra de Manuel Godoy y de
Carlos IV. El Motín de Aranjuez obligó al ministro a renunciar y al monarca a abdicar en
su hijo Fernando. El príncipe de Asturias, devenido ahora en el rey Fernando VII, contaba
con el favor popular por ser conocida su oposición al favorito de sus padres.
Sin embargo, una vez que el clima político pareció tranquilizarse, Carlos IV exigió
la restitución del trono. Fernando VII se negó y se inició entonces, una pelea entre ambos
por el gobierno de España. Esto se producía mientras las tropas francesas seguían
establecidas y desplegadas por el país.
Ante ese conflicto entre padre e hijo, Napoleón decidió mediar y ponerle fin a la
incertidumbre que le resultaba el gobierno español para su imperio. Convocó a ambos a la
ciudad francesa de Bayona para darle una solución al choque. En lo que fuera conocido por
los españoles como Farsa de Bayona, Napoleón consiguió que Fernando VII abdicara al
trono español. Carlos IV recibía entonces, el gobierno para abdicarlo en la persona de
Napoleón, quien designó a su hermano José Bonaparte como nuevo monarca de España.
Mientras Carlos IV y Fernando VII debieron aceptar el destierro dorado que les
proponía Napoleón a uno en Italia uno y al otro en Francia, la población española se
encontró con que tenía un nuevo rey debido a las argucias del emperador y a las
incapacidades de sus propios dirigentes. Para la concepción popular, Fernando VII el
Deseado, como sería conocido a partir de ese momento, había sido engañado por las
estratagemas napoleónicas y se encontraba preso en algún lugar de Francia. A pesar de lo
erróneo de esa idea, ella tuvo la capital importancia de ser el motor de la rebelión española
contra la invasión napoleónica.

El movimiento juntista.
Conocida la noticia acerca de la caída de Fernando VII y de la asunción de José I
Bonaparte, el pueblo español se levantó contra los invasores franceses. La lucha se
proponía reestablecer en su trono al gobernante legítimo y anhelado por la comunidad. Para
ello, se planteó el conflicto desde una vertiente militar pero también desde una política.
La vuelta de Fernando VII exigía la derrota de las tropas francesas de ocupación.
Esto exigió emprender acciones militares convencionales pero, como el tenor de la lucha
era popular y de liberación, se realizaron también operaciones guerrilleras. Esa lucha,
prolongada y desgastante, significó una grave sangría para el ejército francés pero además,

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fue aprovechada por Gran Bretaña para debilitar a Napoleón contribuyendo con los
luchadores peninsulares.
Enlazado con la lucha militar se emprendió también un conflicto político. El nuevo
gobierno constituido por decisión de Napoleón resultaba ilegítimo para la comunidad
española y latinoamericana y por lo tanto, en virtud de la teoría política pactista, no merecía
ninguna clase de obediencia. Antes bien, debía conformarse una nueva estructura
gubernativa desde la comunidad para preservar el poder de Fernando VII hasta tanto éste
regresara.
El primer grito político se dio en la pequeña ciudad de Móstoles al sur de Madrid,
cuando su alcalde convocó mediante un bando público a la reunión de toda la comunidad
para rechazar el reinado ilegítimo de José I y para organizar el gobierno en nombre del
monarca ausente. A partir de allí, se sucedieron los levantamientos políticos en todas las
ciudades y pequeñas aldeas de España. En ellas se conformaban juntas gubernativas,
representantes de la comunidad, que actuaban en nombre del rey Fernando VII.
El movimiento juntista se extendió a lo largo de todo el territorio español y exigió
una coordinación política. Las distintas juntas gubernativas eligieron entonces,
representantes para ser enviados a Sevilla, donde se reuniría la Junta Central como máxima
autoridad en nombre del rey ausente para España y América.
La Junta Central iniciaría sus sesiones en 1808 y actuaría en representación de
Fernando VII. En ella se coordinaron las acciones militares convencionales contra las
tropas francesas. Frente a América, y aunque en su seno había delegados de algunas
comunidades del continente, continuó la política colonialista impuesta por los Borbones y
designó a distintas autoridades.
A comienzos de 1810, el ejército napoleónico logró conquistar Sevilla y la Junta
Central se disolvió. Algunos de sus miembros, protegidos por barcos ingleses, pudieron
huir cerca de la costa de Cádiz, donde formaron el Consejo de Regencia como nueva
autoridad española.
Cuando la noticia de la disolución de la Junta Central arribó a América, las distintas
comunidades se hicieron eco del movimiento juntista iniciado en 1808. Les correspondía a
ellas preservar el poder del rey ausente a través de la formación de juntas gubernativas.
Pero también, se comenzaron a escuchar voces que, influidas por las nuevas ideas y por los
sucesos recientes, reclamaron mayores libertades, igualdad y respeto por sus derechos
individuales.

Bibliografía consultada
Crouzet, Maurice (Dir.), Historia general de las civilizaciones, Barcelona, Destino, 1984.

Fernández, Antonio, Historia Universal. Edad Contemporánea, Barcelona, Vicens Vives,


1996.

7
Gaggero, Horacio y otros, Historia de América en los siglos XIX y XX, Buenos Aires,
Aique, 2004.

Halperín Donghi, Tulio, Historia Contemporánea de América Latina, Buenos Aires,


Alianza, 2005.

Kinder, H. y Hilgelmann, N., Atlas histórico mundial, Madrid, Istmo, 1977.

Ravina, Aurora (Dir.), Historia de América Latina, Buenos Aires, Colegio Nacional de
Buenos Aires y Página 12, 2002 – 2003.

Renouvin, Pierre (Dir.), Historia de las relaciones internacionales, Madrid, Aguilar, 1960.

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