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OFENSAS A LA CASTIDAD

CONCEPTO DE PECADO SEXUAL.


(Del Catecismo de la Iglesia católica).
2351) “La lujuria es un deseo o un goce desordenado del placer venéreo. El placer
sexual es moralmente desordenado cuando es buscado por sí mismo, separado
de las finalidades de procreación y de unión” (Hasta aquí el Catecismo).
 El placer sexual forma una unidad con la acción de la cual procede, la completa y
participa de su carácter moral. Si la actuación sexual es ordenada, el placer que
de ella procede no es censurable. Pero si el placer se absolutiza y la persona se
entrega a él por razón de sí mismo, la actuación sexual se torna ilícita: se obra
reprobablemente. Por eso, para un enjuiciamiento moral hay que determinar si el
placer se busca y se da o no dentro del orden correspondiente. Con igual criterio
se debe juzgar el deseo del placer o concupiscencia sexual que, como deseo
natural, anterior a la deliberación y decisión personal, no tiene aún carácter moral.
Será moralmente bueno o moralmente malo según que la persona, con
deliberación, lo desee en actuación moralmente ordenada o moralmente
desordenada.
Para un juicio moral sobre una actuación sexual concreta hay que tener en cuenta
si coincide o no con los fines naturales de la sexualidad. Si el fin que se propone
un sujeto en una actuación sexual determinada coincide con los fines naturales de
la sexualidad, esa actuación será moralmente buena. Pero si excluye
intencionalmente algunos de sus fines naturales, ya la actuación sexual queda
viciada.
Si en la actuación sexual la persona se propone, por ejemplo, la experiencia del
placer con exclusión del hijo, se trastorna intencionalmente una finalidad
fundamental de esa actuación y queda viciado el acto. Puede también suceder
que la persona se proponga solamente el hijo, por una conveniencia económica,
por ejemplo, pero sin una relación de amor auténtico hacia el otro, a quien en tal
caso utilizaría solamente como instrumento o medio para lograr su fin. Tal
proceder sería injurioso de la dignidad de la persona humana y, por tanto,
moralmente incorrecto (cf HV 13).
Si en la actuación sexual solamente se busca la satisfacción o placer carnal, la
otra persona viene a ser tratada como instrumento de placer, atentando así contra
su dignidad como persona (cf GS 47).
La sexualidad está ordenada al amor personal y personalizante del varón y de la
mujer. Por eso éstos solamente obrarán rectamente en la actuación sexual cuando
no busquen en ella meramente lo genital, como si el otro fuera una cosa, sino que
busque la persona del otro y procure lo sexual solamente en la persona y con la
persona.
Hay que tener en cuenta que en el ámbito de lo sexual la persona del otro no se
toma en serio ni se respeta en una unión fugaz, sino en la unión permanente,
garantizada por un compromiso definitivo e irrevocable. Por eso la relación sexual
solamente puede ser reconocida como relación personal permanente en el
matrimonio.
La responsabilidad de varón y mujer exige que la unión corporal solamente se
realice cuando el uno al otro se ofrecen garantías de convivencia duradera por una
vinculación objetiva. Además, el amor sexual debe tener su coronamiento en el
amor y servicio al hijo. Por tanto, la unión corporal solamente es recta cuando, en
cuanto depende de la voluntad de las personas, queda abierta al hijo (cf HV 11).
El amor y servicio al hijo exigen que por parte de sus padres esté garantizado el
cuidado y porvenir del hijo, garantía que solamente existe cuando el varón y la
mujer están unidos por una firme comunidad permanente, es decir, cuando están
ligados entre sí por el vínculo indisoluble del matrimonio.
El trato sexual solamente satisface las exigencias morales cuando el marco del
matrimonio está ya dado en el momento en que se realiza la unión que puede
llevar a la generación, lo cual es exigido por la responsabilidad respecto del hijo.
La doctrina de la Iglesia  ha sido muy clara en afirmar que la actuación sexual
solamente es lícita dentro del matrimonio (cf Dz 453. 2227. 2231; GS 50; HV 8).
El núcleo de la actuación sexual solamente es lícito cuando la persona le da tal
forma que sirva al amor de los esposos y quede abierto al hijo, cuyo cuidado
también debe estar garantizado. Esto solamente se puede dar en la actividad
sexual matrimonial animada por el amor al cónyuge y al posible hijo.
Hay pecado contra el orden sexual, es decir, contra la castidad, cuando se
trastorna la facultad sexual, esto es, cuando el empleo o aplicación de esa facultad
es contrario a su sentido y finalidad. En cuanto a la culpabilidad subjetiva en las
faltas contra la castidad, hay que tener en cuenta que lo decisivo en la actuación
pecaminosa es la disposición interior que la sirva de base: hay pecados que son
de debilidad y otros que son de intemperancia, aberración o mala voluntad.
Quien por debilidad cae en una acción pecaminosa contra la castidad, siente al
momento el arrepentimiento y aun cierto fastidio por la acción realizada, y se
esfuerza por no volver a caer. En cambio, la intemperancia se manifiesta en el
abandono brutal al placer sexual, sin preocuparse por la situación de pecado.
La citada “Declaración acerca de ciertas cuestiones de ética sexual” afirma que
según la tradición cristiana de la Iglesia, el orden moral de la sexualidad comporta
valores tan elevados para la vida humana, que toda violación directa de ese orden
es objetivamente grave. Pero advierte que en el campo de carácter sexual,
teniendo en cuenta su condición especial y las causas de esa violación, sucede
más fácilmente que no se les dé un consentimiento plenamente libre, lo cual debe
conducir a obrar con cautela en todo juicio sobre el grado de responsabilidad
subjetiva en esas faltas. Al mismo tiempo pone en claro que recomendar esa
prudencia no significa en modo alguno sostener que en materia de sexualidad no
se cometen pecados mortales, como algunos han tratado de afirmar. Hace al
mismo tiempo un llamamiento a los pastores del pueblo de Dios a dar prueba de
paciencia y de bondad y les advierte que no les está permitido hacer vanos los
mandamientos de Dios, ni reducir las responsabilidades (n. 10).
Es doctrina común que no solamente la satisfacción sexual plena, sino también
toda excitación libidinosa directa y voluntariamente buscada fuera del matrimonio
constituye pecado grave. La excitación libre y directamente apetecida forma un
todo indivisible. Los grados menores del placer sexual desordenado son camino
que conduce a la satisfacción completa. Por eso quien acepta consciente y
voluntariamente cualquiera de esos grados, acepta en conjunto su contenido y sus
consecuencias.
Los movimientos sexuales que surgen espontáneamente, no provocados por
acción impúdica alguna, no encierran culpabilidad moral, pues no están sujetos al
libre albedrío, ni son objeto de abuso alguno.
Comúnmente se dice que es deshonesto quien no se porta rectamente en el
campo de lo sexual. Y se llama deshonesta la conducta sexual que contradice el
orden moral. Pero hay que tener en cuenta que la deshonestidad no se refiere
exclusivamente a lo sexual.
Toda actuación de la sexualidad contraria al orden querido por Dios es
objetivamente pecaminosa. Su malicia ha sido de alguna manera reconocida por
todos los pueblos y en todos los tiempos. De manera particular la Revelación
divina hace notar de diversas maneras la malicia de actos contra el orden moral
sexual.
En el Santo Evangelio aparece la fornicación y el adulterio entre lo que contamina
a la persona: “En cambio lo que sale de la boca viene de dentro del corazón, y eso
es lo que contamina al hombre. Porque del corazón salen intenciones malas,
asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias” (Mt 15,
18-19).
Hablando de la fornicación y de “toda impureza”, dice el apóstol San Pablo que
eso ni siquiera se nombre entre los cristianos, ya que está en contradicción con la
vida en Cristo (cf Ef 5,3; 1Cor 6,13.15). El mismo Apóstol exhorta a no tener trato
con cristianos deshonestos (cf 1Cor 5,9-11).
La fornicación, el adulterio, la sodomía, los señala San Pablo entre los pecados
que excluyen del Reino de los Cielos (cf 1Cor 6,9-10; Ga 5,19-21; Ef 5,5).
Para el cristiano, la fornicación, que “profana su cuerpo”, encierra una malicia
particular, ya que ese cuerpo es miembro de Cristo y templo del Espíritu Santo (cf
1Cor 6, 15-20).
Pero es necesario tener en cuenta que no toda violación objetiva del orden sexual
reviste el mismo grado de responsabilidad y, por consiguiente, de culpabilidad
subjetiva. En cada caso la culpa está en relación directa con la deliberación y
libertad de decisión.
  
COMPORTAMIENTOS SEXUALES NEGATIVOS.
Deleite interno y movimientos carnales.
El deleite interno, comúnmente llamado “malos pensamientos”, “malos deseos” o
“malas imaginaciones”, como actitud negativa, se suele presentar bajo estas
formas:
 
a) Complacencia morosa. Es el deleite voluntario por representaciones
imaginarias de actos libidinosos, sin el propósito de realizarlos. Para que
constituya pecado se requiere que se advierta como pecaminosa y que se
consienta en ella deliberadamente. Recibe su especie del objeto imaginado. Por
ejemplo, si la imaginación que produce el deleite se mueve en torno a un
comportamiento sexual con persona del mismo sexo, la complacencia tendrá
carácter de homosexual.
 b) El gozo pecaminoso. Consiste en la deliberada complacencia en una acción
libidinosa realizada por sí mismo o por otros. De ordinario renueva el pecado
sobre el cual versa, con sus circunstancias propias.
 
c) El mal propósito. Es la voluntad deliberada de realizar una acción libidinosa   
si hay oportunidad de realizarla. Constituye pecado aunque por falta de 
oportunidad no se realice la acción externa que ya se ha propuesto interiormente.
Comúnmente se le ha dado el nombre de “deseo eficaz”. El pecado que se comete
por el mal propósito es de la misma especie de la acción que se propone realizar.
 
d) El mal deseo. Es la apetencia deliberada de una acción libidinosa, pero sin
propósito de realizarla. Comúnmente se le conoce con el nombre de “deseo
ineficaz”. Fácilmente puede dar origen a otros desórdenes, y en esto radica
particularmente su pecaminosidad. Cuando se consiente en él por el deleite que
proporciona, ya por sí es pecaminoso, aunque de hecho no origine otros males.
Indudablemente, a la base de estos males está la imaginación, que requiere ser
debidamente controlada y mantenida bajo el orden de la razón, con una higiene
mental adecuada.
Respecto a la higiene y control de la imaginación, el Padre B, Häring en su obra
“Libertad y fidelidad en Cristo”, T. II, cap. X. E, 1, hace estas anotaciones:
 
* Nuestro conocimiento de un modo desordenado con todo tipo de llamadas
sexuales degradantes y la conciencia de la concupiscencia, hacen que la higiene
de la imaginación constituya un aspecto importante de la ética sexual.
 
* En esta tarea, que de hecho no es fácil, la represión es la senda más peligrosa
que se puede emprender, pues en muchos casos lleva a la obsesión y a
complejos de culpabilidad que acaban con las mejores energías.
 
* Una educación sexual positiva, en la que se incluyan palabras sobrias sobre el   
papel de la fantasía, ofrece directrices útiles para cultivar la imaginación al
servicio    de la libertad y fidelidad creadoras.
 
* La imaginación sexual será buena si ayuda en el proceso de crecimiento; si
actúa de manera positiva en la búsqueda de una sexualidad madura y saludable.
 
* La imaginación o fantasía sexual se hace insana cuando se refugia en la
evasión, en la pérdida de tiempo y de energías o lleva a una manera de pensar
que degrada la sexualidad despojándola del debido respeto, o conduce a un culto
idolátrico del sexo.
 
* Tan pronto como la fantasía sexual se convierta en causa de un despertar de
excitaciones insanas o de deseos desordenados, tendrá que ponerse en práctica
el dominio de la voluntad.
 
* El consentimiento voluntario en deseos insanos emponzoña el manantial de
nuestras decisiones interiores y de nuestra conducta.
 
* La imaginación se hace mala no solamente cuando toma parte en la planificación
de una conducta pecaminosa, sino también cuando debilita la resistencia interior
contra el mal.
 
* Sin duda, consentir en imaginaciones desordenadas que se convierten en parte
de la planificación de la mala conducta, es más pecaminoso en cuanto se da en
ello, generalmente, una mayor implicación de la voluntad libre.
 
* La importancia de una sana higiene de la imaginación pone de presente la
necesidad de crear un ambiente sano, saludable para cada uno. Para lograrlo se
hace necesario ser cuidadosos en la elección de los amigos, de las lecturas, de
los esparcimientos y diversiones.
 
Pornografía.
(Del Catecismo de la Iglesia Católica).
2354) La pornografía consiste en dar a conocer actos sexuales, reales o
simulados, puesto que queda fuera de la intimidad de los protagonistas,
exhibiéndolos ante terceras personas de manera deliberada. Ofende la castidad
porque desnaturaliza la finalidad del acto sexual. Atenta gravemente a la dignidad
de quienes se dedican a ella (actores, comerciantes, público), pues cada uno
viene a ser para otro objeto de un placer rudimentario y de una ganancia ilícita.
Introduce a unos y a otros en la ilusión de un mundo ficticio. Es una falta grave.
Las autoridades civiles deben impedir la producción y la distribución de material
pornográfico. (Hasta aquí el Catecismo).
Por su carácter obsceno y por su poder para despertar y activar pasiones
libidinosas, la pornografía constituye una forma de seducción y escándalo, como
también de cooperación al pecado de otros; por eso es moralmente grave.
La producción, venta, distribución y tráfico de libros, periódicos, revistas,
imágenes, tarjetas y otros objetos obscenos, que atentan contra el pudor y las
buenas costumbres, tienen carácter de delito de escándalo público.
 
Fornicación.
(Del Catecismo de la Iglesia Católica).
2353) La fornicación es la unión carnal entre un hombre y una mujer fuera del
matrimonio. Es gravemente contraria a la dignidad de las personas y de la
sexualidad humana, naturalmente ordenada al bien de los esposos, así como a la
generación y educación de los hijos. Además, es un escándalo grave cuando hay
de por medio corrupción de menores. (Hasta aquí el Catecismo).
El término fornicación aparece varias veces en la Palabra divina como nombre
genérico para expresar desórdenes sexuales de diversas naturalezas, y aun para
designar la infidelidad a la Alianza con Dios.
En el lenguaje actual designa propiamente el trato o comercio sexual de un
hombre soltero o viudo con una mujer también soltera o viuda. Su gravedad radica
especialmente en la falta de seguridad de un amor personal duradero, que al
mismo tiempo es violación del plan de Dios en relación con la transmisión de la
vida humana, ya que en la fornicación se da solamente una unión de momento o
una coexistencia que se puede deshacer en cualquier momento y que en el fondo
no representa más que una mutua instrumentalización para el placer.
La doctrina de la Iglesia, apoyada en la Sagrada Escritura, en la Tradición y en la
razón, ha considerado siempre la fornicación como falta objetivamente grave. Así
afirma el Concilio de Lyon: “Respecto a la fornicación que comete soltero con
soltera, no ha de dudarse en modo alguno que es pecado mortal, como quiera que
afirma el Apóstol que tanto fornicarios como adúlteros no heredaran el Reino de
Dios [1Cor 6, 9ss]”   (Dz 453).
 
Prostitución.
(Del Catecismo de la Iglesia Católica).
2355) La prostitución atenta contra la dignidad de la persona que se prostituye,
puesto que queda reducida al placer venéreo que se saca de ella. El que paga
peca gravemente contra sí mismo: quebranta la castidad a la que lo comprometió
su bautismo y mancha su cuerpo, templo del Espíritu Santo (cf 1Co 6, 15-20). La
prostitución constituye una lacra social. Habitualmente afecta a las mujeres, pero
también a los hombres, los niños y los adolescentes (en estos dos últimos casos el
pecado entraña también un escándalo). Es siempre gravemente pecaminoso
dedicarse a la prostitución, pero la miseria, el chantaje, y la presión social pueden
atenuar la imputabilidad de la falta. (Hasta aquí el Catecismo).
Propiamente prostitución es el comercio sexual de una persona que está a
disposición de cualquiera, ordinariamente por dinero. Pagada o gratuita, es
negación total de la verdad sobre el significado y la finalidad de la sexualidad, y
una explotación infame, a veces por parte de terceras personas que la convierten
en negocio, lo cual ha sido llamado “rufianismo” o “trata de blancas”.
 
Concubinato.
(Del Catecismo de la Iglesia Católica).
2390) Hay unión libre cuando el hombre y la mujer se niegan a dar forma jurídica y
pública a una unión que implica la intimidad sexual.  
Esta expresión abarca situaciones distintas: concubinato, rechazo del matrimonio
en cuanto tal, incapacidad de unirse mediante compromisos a largo plazo (cf FC
81). Todas estas situaciones ofenden la dignidad del matrimonio; destruyen la idea
misma de la familia; debilitan el sentido de la fidelidad. Son contrarias a la ley
moral: el acto sexual debe tener lugar exclusivamente en el matrimonio; fuera de
éste constituye siempre un pecado grave y excluye de la comunión sacramental.
(Hasta aquí el Catecismo).
Propiamente se entiende como concubinato la vida marital de dos personas no
casadas entre sí, con relaciones sexuales habituales y cierta semejanza con la vía
matrimonial. Están en situación habitual de pecado, por consiguiente, no están en
condición de recibir digna y fructuosamente los sacramentos, mientras persistan
en su situación desordenada, o perseveren voluntariamente en ocasión próxima
de pecado, o con la posibilidad de dar escándalo.
 
Violación o estupro.
(Del Catecismo de la Iglesia Católica).
2356) La violación es forzar o agredir con violencia la intimidad sexual de una
persona. Atenta contra la justicia y la caridad. La violación lesiona profundamente
el derecho de cada uno al respeto, a la libertad, a la integridad física y moral.
Produce un daño grave que puede marcar a la víctima para toda la vida. Es
siempre un acto intrínsecamente malo. Más grave todavía es la violación cometida
por parte de los padres (cf incesto) o de educadores con los niños que les están
confiados. (Hasta aquí el Catecismo).
Entraña para el violador falta grave contra la castidad, contra la justicia y contra la
caridad. Es total perversión del significado de la cópula sexual, grave falta contra
la libertad y el honor de la persona violada, quien debe resistir en la medida de sus
posibilidades, sin poner en peligro la vida.
Más grave y deplorable es la violación de una persona trastornada mentalmente, o
la cometida contra una persona sometida a la autoridad del violador.
Semejante a la violación o estupro es el rapto o secuestro violento de una persona
con fines libidinosos. En todos estos casos de violación hay obligación de reparar
por los daños ocasionados.
 
Adulterio.
(Del Catecismo de la Iglesia Católica).
2380) Esta palabra designa la infidelidad conyugal. Cuando un hombre y una
mujer, de los cuales al menos uno está casado, establecen una relación sexual,
aunque ocasional, cometen un adulterio. Cristo condena incluso el deseo del
adulterio (cf Mt 5, 27-28). El sexto mandamiento y el Nuevo Testamento prohíben
absolutamente el adulterio (cf Mt 5, 32; 19, 6; Mc 10, 11; 1 Co 6, 9-10). Los
profetas denuncian su gravedad; ven en el adulterio la imagen del pecado de
idolatría (cf Os 2, 7; Jr 5, 7; 13, 27).
2381) El adulterio es una injusticia. El que lo comete falta a sus compromisos.
Lesiona el signo de la Alianza que es el vínculo matrimonial. Quebranta el derecho
del otro cónyuge y atenta contra la institución del matrimonio, violando el contrato
que le da origen. Compromete el bien de la generación humana y de los hijos, que
necesitan la unión estable de los padres. (Hasta aquí el Catecismo).
Si las dos personas que intervienen en el adulterio están unidas a otra por
matrimonio, se comete grave injusticia contra dos matrimonios: se trata de un
doble adulterio.
El adulterio traiciona por completo la verdad del acto sexual. Es falsedad tanto si
se mira desde el punto de vista del sacramento, del amor, como si se mira desde
el punto de vista de la significación de la cópula sexual.
Toda la tradición judeo-cristiana, de modo especial el Nuevo Testamento, condena
el adulterio como uno de los pecados más graves.
En el Antiguo Testamento era castigado con pena de muerte: “Si se sorprende a
un hombre acostado con una mujer casada, morirán los dos: el hombre que se
acostó con la mujer y la mujer misma. Así harán desaparecer de Israel el mal” (Dt
22, 22; cf Jn 8, 1-11).
De diversas maneras aparece en el Nuevo Testamento la gravedad de este mal:
"Tened todos en gran honor el matrimonio, y el lecho conyugal sea inmaculado;
que los fornicarios y adúlteros los juzgará Dios” (Hb 13, 4). San Pablo incluye a los
adúlteros entre quienes no heredarán el Reino de Dios (cf 1Cor 6, 9-10).
La Iglesia siempre ha considerado el adulterio como pecado grave, aun en el caso
de que el otro cónyuge lo consienta (cf GS 49). A la parte inocente, que no ha
consentido en el adulterio, ni ha dado ocasión para él, ni lo ha cometido por su
parte, la Iglesia le permite separarse de su cónyuge adúltero, aunque permanece
firme el vínculo matrimonial. Dice el Concilio de Florencia: “Y aunque por motivo
de fornicación sea lícito hacer separación del lecho, no lo es, sin embargo,
contraer otro matrimonio, como quiera que el vínculo del matrimonio legítimamente
contraído, es perpetuo” (Dz 702).
 
Incesto.
(Del Catecismo de la Iglesia Católica).
2388) Incesto es la relación carnal entre parientes dentro de los grados en que
está prohibido el matrimonio (cf Lv 18, 7-20). S. Pablo condena esta falta
particularmente grave: "Se oye hablar de que hay inmoralidad entre vosotros...
hasta el punto de que uno de vosotros vive con la mujer de su padre... en nombre
del Señor Jesús... sea entregado ese individuo a Satanás para destrucción de la
carne..." (1 Co 5, 1.4-5). El incesto corrompe las relaciones familiares y representa
una regresión a la animalidad.
2389) Se puede equiparar al incesto los abusos sexuales perpetrados por adultos
en niños o adolescentes confiados a su guarda. Entonces esta falta adquiere una
mayor gravedad por atentar escandalosamente contra la integridad física y moral
de los jóvenes que quedarán así marcados para toda la vida, y por ser una
violación de la responsabilidad educativa. (Hasta aquí el Catecismo).
El incesto constituye falta grave contra la castidad y contra la piedad familiar. La
severidad con que la Sagrada Escritura condena el incesto hace ver la gravedad
de este pecado (cf Lv 18, 6-19; 20, 17.19; Dt 27; 20.22-23; Mc 6, 18; 1Co 5, 1-5).
En todas las culturas se encuentra un rechazo al incesto. Es un pecado que no
solamente va contra la significación y finalidad de la sexualidad, sino que también
choca contra el espíritu de la familia.
 
Sacrilegio.
Como pecado contra la castidad, el sacrilegio consiste en el trato sexual de una
persona consagrada al celibato por el Reino de los Cielos, por un libre
compromiso de sí misma. También comete pecado de sacrilegio la persona no
consagrada que tiene trato sexual con la consagrada.
La tradición ha calificado de sacrilegio esta conducta. Constituye pecado contra la
castidad y contra la virtud de religión. Si es entre dos personas ambas
consagradas, el sacrilegio se considera doble.
 
Masturbación.
(Del Catecismo de la Iglesia Católica).
2352) Por masturbación se ha de entender la excitación voluntaria de los órganos
genitales a fin de obtener un placer venéreo. "Tanto el Magisterio de la Iglesia, de
acuerdo con una tradición constante, como el sentido moral de los fieles, han
afirmado sin ninguna duda que la masturbación es un acto intrínseca y
gravemente desordenado". "El uso deliberado de la facultad sexual fuera de las
relaciones conyugales normales contradice a su finalidad, sea cual fuere el motivo
que lo determine". Así, el goce sexual es buscado aquí al margen de "la relación
sexual requerida por el orden moral; aquella relación que realiza el sentido íntegro
de la mutua entrega y de la procreación humana en el contexto de un amor
verdadero" (CDF, decl. "Persona humana" 9).
Para emitir un juicio justo acerca de la responsabilidad moral de los sujetos y para
orientar la acción pastoral, ha de tenerse en cuenta la inmadurez afectiva, la
fuerza de los hábitos contraídos, el estado de angustia u otros factores psíquicos o
sociales que reducen, e incluso anulan la culpabilidad moral. (Hasta aquí el
Catecismo).
Su carácter solitario, egocéntrico, constituye un grave obstáculo para el significado
unitivo, de encuentro y de comunión, que es un aspecto fundamental de la
sexualidad.
El abandono a la experiencia del placer solitario, sin esfuerzo por superar la
tendencia, representa un serio obstáculo para el desenvolvimiento de la persona
como tal. Existe para la misma persona el peligro de que se quede en una
situación narcisista, que utilice el sexo como una droga o como una fuga de la
realidad. Especialmente cuando se trata de adolescentes, es preciso ayudarles
ofreciéndoles comprensión y discernimiento y estimulándolos a un constante
esfuerzo por superar su problema, buscando que no caigan en derrotismos ni
estados de angustia. Los complejos de culpabilidad u obsesiones morales
respecto a este problema no solamente tienden a paralizar las energías, sino que
frecuentemente lo perpetúan o lo acentúan.
El camino para ayudar a superar las dificultades de este campo y a no
desanimarse por las fallas parciales es la enseñanza moral caracterizada por una
visión dinámica que urja la necesidad de crecimiento y maduración. Muchas veces
la masturbación es un signo de estancamiento, e incluso de decadencia. También
puede ser síntoma de un ambiente insano y de relaciones nocivas. A veces puede
presentarse una mezcla de sufrimiento y de egoísmo aun no superado.
La Congregación para la Doctrina de la Fe en su “Declaración acerca de ciertas
cuestiones de ética sexual” afirma que la psicología moderna ofrece datos valiosos
que ayudan a formar un juicio equitativo sobre la responsabilidad moral, que sirve
para orientar la acción pastoral. Afirma también que un desequilibrio psíquico o un
hábito contraído pueden influir sobre la conducta, atenuando el carácter
deliberativo del acto, de tal modo que no siempre haya falta subjetivamente grave,
advirtiendo al mismo tiempo que esto no puede conducir a tomar como regla
general la ausencia de responsabilidad grave.
La misma declaración dice que en el campo concreto de la pastoral se deberá
tener en cuenta, para un juicio adecuado en los casos concretos, el
comportamiento de la persona en su totalidad, considerando, especialmente, si
acude a los medios que recomienda la ascética cristiana.
 
Homosexualismo.
(Del Catecismo de la Iglesia católica).
2357) La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que
experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del
mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su
origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la
Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf Gn 19, 1-29;
Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que "los
actos homosexuales son intrínsecamente desordenados" (CDF, decl. "Persona
humana" 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la
vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No
pueden recibir aprobación en ningún caso.
2358) Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias
homosexuales instintivas. No eligen su condición homosexual; ésta constituye
para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto,
compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación
injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y,
si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que
pueden encontrar a causa de su condición.
2359) Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante
virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces
mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia
sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección
cristiana. (Hasta aquí el Catecismo).
Algunos hacen la diferencia entre homosexualidad como tendencia o atracción
hacia personas del mismo sexo, y homosexualismo como prácticas sexuales con
personas del mismo sexo, lo que se ha denominado también “sodomía”, por
referencia al mal propio de Sodoma, castigado con fuego (cf Gn 19, 1-8; Jd 7). Si
se practica entre varones, se llama “uranismo”; si es entre mujeres, se llama
“lesbianismo” o “safismo”; si se practica con niños, se llama “pederastia”.
Se debe hacer distinción entre personas con una orientación homosexual
exclusiva, con rechazo del otro sexo, y personas con capacidad de desarrollar la
heterosexualidad.
El homosexualismo, como otras desviaciones sexuales, tales como el sadismo, el
masoquismo, el fetichismo, la bestialidad, se presentan a veces como graves
patologías que deben ser tratadas por la ética médica. La actitud cristiana ante
estos problemas debe ser la del samaritano misericordioso.
Es de tener en cuenta que el solo hecho de tener tendencias hacia personas del
mismo sexo, no entra en el ámbito de la moralidad. Mientras no haya una
conducta que surja de una opción elegida no hay lugar para la culpa.
Existe otro tipo de homosexualidad que se da por una inadecuada educación, por
costumbre, por ocasión o por influencia del medio ambiente, que parece ser más
frecuente que la inversión innata. En uno y otro caso la razón de pecado está en la
conducta, es decir, en las actuaciones sexuales procedentes de una opción libre.
La gravedad del homosexualismo como conducta aparece clara en la Sagrada
Escritura: en el Antiguo Testamento era castigada con la pena de muerte (cf Lv
20,13). San Pablo la cataloga entre las pasiones ignominiosas en que cayeron los
gentiles por su culpable ceguera (cf Rm 1, 26-27); y enumera a los sodomitas
entre los que no heredarán el Reino de Dios (cf 1Co 6, 9).
La tradición cristiana siempre ha condenado este mal. La “Declaración acerca de
ciertas cuestiones de ética sexual” hace distinción entre los homosexuales cuya
tendencia es transitoria, o al menos corregible, a la que se llega por una educación
falsa o errada o por falta de una normal educación sexual, por hábitos contraídos,
por malos ejemplos, o por causa análogas, y aquellos homosexuales cuyo mal es
incurable por una especie de “instinto innato” o constitución patológica tenida por
incurable. En cuanto a este último caso dice que estas personas en la acción
pastoral deben ser acogidas y sostenidas en la esperanza de superar sus
dificultades personales y su inadaptación social, al tiempo que su culpabilidad
debe ser juzgada con prudencia, sin llegar hasta una justificación moral de sus
actos, por el solo hecho de considerarlos conforme a su condición.
 
Bestialidad.
Consiste en el contacto sexual de una persona con un animal. Representa un alto
grado de perversión y degradación de la sexualidad humana. De suyo es grave
por razón de la extrema perversión y violación del orden natural. En el Antiguo
Testamento era castigada con la pena de muerte (cf Ex 22, 18; Lv 18, 23). La
tradición cristiana la ha combatido constantemente por razón de su gravedad.
 
TERAPIA DE LAS DESVIACIONES SEXUALES

El Padre B Häring en su obra “Libertad y fidelidad en Cristo” [T. III, cap. II, D, 6]
hace los siguientes planteamientos sobre terapia de las desviaciones sexuales:
En los últimos tiempos la terapia sexual se ha convertido en una nueva disciplina.
Exige una visión global e implica una terapia general encaminada a crear
relaciones más saludables, una aceptación de sí mismo más plena y la aceptación
de los otros como son.
El funcionamiento sexual meramente externo no es una sexualidad sana. La
relación sexual saludable y plenamente humana exige crecer en el amor y respeto,
en la capacidad para amar y ser fiel.
Existen desviaciones sexuales tales como el sadismo, el masoquismo, el
fetichismo y la bestialidad, que afectan y hieren la totalidad de la persona y llevan
a relaciones trastornadas. El sádico encuentra satisfacción sexual en actos de
crueldad sobre otras personas, mientras que el masoquista se excita sexualmente
aceptando que otros le traten con crueldad. El fetichista sexual, que no debe ser
confundido con el fetichista mágico, despierta su excitación sexual con objetos
inanimados, tales como prendas de vestir de otras personas. Estos son casos
graves de patología.
La bestialidad es una aberración que manifiesta que la persona no ha alcanzado
una plena comprensión y realización de su dignidad humana. Como una de las
causas de esta aberración se señala una autocomplacencia y una orientación
sexual completamente desvinculada del crecimiento en el amor humano.
En todas estas situaciones poco podrá ayudar una severa postura de juicio moral.
Se puede pensar que se trata de trastornos psíquicos, a veces debidos a la
influencia de un ambiente depravado. Las víctimas de estos males muchas veces
sufren y están necesitadas de comprensión.
El proceso de curación exigirá apelar a estos pacientes para que usen toda la
libertad de que dispongan para crecer en la madurez por el camino de una
comprensión verdaderamente humana de la sexualidad y de su integración en la
totalidad de su relación con Dios, consigo mismo y con sus semejantes.
Una de las desviaciones sexuales más frecuente es la homosexualidad, llamada
lesbianismo en el caso de las mujeres, nombre que proviene de la Isla de Lesbos,
dado que Safo, poetisa de Lesbos, la practicaba; por esto esta desviación también
es llamada “safismo”. En una cultura en la que el sexo es un artículo más de
consumo, es de esperar que se dé un alto porcentaje de homosexualidad.
Frecuentemente las tendencias homosexuales aparecen combinadas con otras
psicopatologías, o se unen a ellas. En tales situaciones la terapia tiene que
orientarse hacia las causas más profundas. Es posible que determinados casos de
homosexualidad provengan de la herencia, caso en el cual se debe considerar
como irreversible. No obstante, muchos estudiosos se muestran de acuerdo en
afirmar que la mayoría de los problemas de homosexualidad son ocasionados o al
menos agravados por comportamientos descarriados en el entorno familiar o en el
ambiente social próximo.
Si un niño tiene que pasar por la dolorosa experiencia de ver a sus padres como
amenaza recíproca; si, además, se le advierte constantemente acerca del otro
sexo como amenaza o peligro, no será de extrañar que desarrolle una tendencia
homosexual como postura inconsciente de autodefensa.

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