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Dictadura a la carta

La imagen de un koala de peluche siendo abrazado por un niño inspiraría menos


ternura que ver a Vox defendiendo los derechos humanos del pueblo cubano. Espinosa
de los Monteros se vistió de Gandhi y reclamó un “corredor humanitario”. ¡Ahhh! ¡Que
se aparten las oenegés! ¿Qué credibilidad se le puede dar al humanitarismo de la clase
política cuando el sufrimiento es mercantilizado sobre un tablero de Risk? Entiéndase
por mercantilizado esa ecuación que incorpora interés geoestratégico y sustrato
ideológico como moduladores de la intensidad con la que se reclaman los derechos
humanos aquí sí y allá no. El interés político-mediático no es el mismo si en lugar de
Cuba hablamos de Marruecos, China, Egipto, Arabia Saudí, Bielorrusia, y así hasta
repasar las entre 30 y 50 dictaduras que existen en el mundo (según criterio y/o
interés del hacedor de listas). Aunque todas ellas sean dictaduras, con mayor o menor
apertura, y el sufrimiento de la población pudiera ser equiparable, su sufrimiento no
vale lo mismo. La sacrificada ex ministra de Exteriores, Arancha González Laya, víctima
de la Gran Purga de Sánchez, ha sido, bien mirado, víctima de una dictadura. Su cabeza
ha sido una ofrenda al dictador Mohammed VI de Marruecos, caballero del Collar de la
Orden de Isabel la Católica, por Real aprecio del decrépito emérito. África, más allá de
la estratégica Marruecos, no interesa más que para explotación de recursos naturales y
safaris por un pico. Sus habitantes pueden morir por enfermedades parasitarias
mientras los ensayos clínicos se dilatan in aeternum. Ahí no hay prisa. Al fin y al cabo, y
parafraseando a Albert Pla, un negrito muerto es un negrito menos. La izquierda es
tibia en declarar como dictadura a Cuba, dice la derecha. Sin embargo, tanto para la
derecha como para la izquierda, Cuba sería una democracia si en lugar de estar a 7.152
kilómetros, se encontrara al otro lado del Estrecho. Solo hay que ver el poderoso
efecto que tiene la amenaza de dejar abierto el pestillo de los espigones fronterizos
para azuzar la crisis migratoria. Imagino a Mohammed VI con su bata de seda dando la
orden desde su lujoso palacio de París. Dictadura telemática con sabor a Moët &
Chandon. Mi mente hace un fundido a negro, y reaparece para dar luz a Fray Espinosa
de los Desamparados, quien se lanza con aplomo al mar desde una lancha dedicada a
rescatar migrantes. Decido poner freno al delirio y vuelvo a la trágica realidad de los
datos: más de 1.100 personas han muerto intentando cruzar el Mediterráneo en el
primer semestre de 2021. Una dictadura perfecta con la complicidad del solitario mar.
Dictadura de cayuco y cayuco sin bandera, ahogamiento al que eliminan el grito. La
responsabilidad siempre del otro, y mientras tanto el otro muere. La vida del negro.
Elegía malthusiana.

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