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EL EJERCICIO DE LA LIBERTAD FRENTE AL RESPETO A LOS DEMAS EN LAS

RELACIONES INTERPERSONALES.

A lo largo de nuestra vida nos relacionamos con varias personas : familiares,


amigos, compañeros y docentes, así como personas ajenas a nuestro núcleo
familiar o a nuestros grupos sociales, puesto que por naturaleza somos seres
sociales, necesitamos de los demás, ya sea para aprender, vincularnos
sentimentalmente o solo para convivir.

La experiencia interpersonal enriquece nuestras habilidades para la vida, es


decir, nos permite conocer modos de actuar distintos a los que estamos
acostumbrados, para ello desarrollamos estrategias que nos ayudan en la
resolución de problemas y que con el contacto de otras ideas se habrá el
panorama de nuestra vida. Reconocer la importancia de nuestras relaciones
interpersonales nos permite encontrar un gran repertorio de experiencias que
enriquecen nuestro desarrollo emocional.

Nuestra primera referencia de relaciones interpersonales la encontramos en


nuestra familia, pues los adultos a cargo de nuestra educación nos muestran
cómo se relacionan entre ellos y esto va moldeando nuestra percepción acerca
del otro. Las palabras que los adultos acostumbran usar para dirigirse a alguien
más, las referencias personales, juicios de valor, creencias acerca de los roles
sociales y de género, todo esto lo tomamos sin mayor cuestionamiento, como
una verdad única, pero cuando interactuamos fuera de este entorno vemos
otras costumbres, formas de pensar y comportarse, entonces vamos
integrando a nuestra conducta lo que aprendemos y que puede funcionar mejor
para relacionarnos con personas afines a nosotros; por ejemplo, al convivir con
amigos cercanos, podemos integrar algunas actitudes que nos agradan de
ellos para sentirnos parte de su grupo.

De nuevo, los adultos a cargo de nuestra formación son quienes sirven de


modelo para acercarnos a otros, pues nuestra primera relación amorosa ocurre
en nuestro hogar y con quienes viven en él. Nuestra formación dependerá de
la experiencia de quienes nos rodean, ya que la manera en que nos tratan en
nuestra infancia es u reflejo de cómo fueron tratados, esto es una cadena
generacional que muchas veces no es del todo sana y, aunque es difícil
romper, podemos cambiar si lo consideramos necesario solo con hacernos
conscientes de que si queremos que sea y comenzamos a relacionarnos de
otra manera con las personas que queremos. Esta última acción es parte del
ejercicio de nuestra libertad, es decir, podemos darnos cuenta, que ciertas
acciones no son sanas en nuestra vida y por lo tanto cambiarlas, sobre todo si
nuestro actuar puede dañar a los demás. Antes de tomar decisiones que
afecten a otros, es importante considerar que todas las personas son dignas de
respeto y que es fundamental considerar su bienestar en cualquier acción que
emprendamos. Cada uno de nosotros debe ser considerado como un fin en sí
mismo, ya que no es válido actuar solo por conveniencia propia y utilizar a
otros como medios para alcanzar un propósito. Reconocer que los demás son
personas que sienten y que merecen el mejor trato, nos facilita una sana
convivencia.

Todas las personas nos relacionamos con los demás, desde los roles que
aprendemos en nuestro sistema familiar; por ejemplo, el rol de madre, el cual
expresa actitudes como la ternura, el cuidado o cariño, entre otras funciones,
así que integramos estas características a nuestra personalidad y cuando
elijamos ejercer ese rol, lo hacemos de acuerdo con lo que aprendimos. El rol
del padre, además de ser padre de un binomio junto a la madre, también tiene
la función de autoridad, permitiendo que dentro de la dinámica familiar haya
orden y protección hacia sus integrantes, esto sucede sobre una base de amor,
igual que ocurre con la madre. Es importante apuntar que la madre y el padre
no solo son personas que biológicamente ostentan dichos roles, son también
aquellos que llevan a cabo las funciones que los definen como tales. Así,
muchas personas reconocen como padre o madre, aunque biológicamente no
lo sean, a quienes estuvieron directamente involucrados en su formación como
personas, como algún tutor o pariente cercano.

Lo que aprendemos en nuestras primeras relaciones interpersonales es aquello


que socialmente se espera de nosotros, que sabemos que contribuirá con el
orden social y con las exigencias del medio en el que nos desarrollamos. De
acuerdo con nuestro rol sexual, las exigencias serán muy específicas y
parecerán ineludibles, a menos que elijamos otras opciones, las cuales podrían
ser o no compatibles con lo que aprendimos; por ejemplo, a los niños se les
permite jugar rudo y enojarse, pero se les prohíbe llorar (¨los hombres no
lloran¨). Ser tiernos o jugar con muñecas, mientras que a las niñas no se les
deja ejercer roles que requieran fuerza física o deportes y practicas ¨para
hombres¨ tampoco se les permite decir que están enojadas (¨las niñas que se
enojan se ven feas¨) las niñas juegan con muñecas y a la casita. Esta es la
causa por la que no sabemos respetar a los demás, sobre todo en cuanto a la
diferencia de géneros, ya que crecemos creyendo que debemos asumir roles
sin considerar que solo son el resultado de nuestra educación.
En la actualidad, niños y niñas tienen oportunidades que antes no existían en
cuanto a realizar actividades sin distinción de género, gracias a la apertura que
se ha gestado en las últimas décadas, no precisamente estableciendo el poder
de un género sobre el otro sino en la posibilidad de reconocer una parte
masculina en las mujeres( por ejemplo, cuando una mujer es la proveedora del
hogar o tiene un puesto de mando en una empresa) y una femenina en los
hombres ( como cuando un varón cuida con amor y ternura a su hijo o
desempeña las labores del hogar). Este puede ser el principio de relaciones de
pareja más sanas y duraderas basadas en el respeto mutuo. Esta última
manera de ver a otras personas nos permite una vida sin conflictos, por lo cual
cuidar de nosotros mismos y de los demás será mucho más sencillo que
cuando nos miramos como seres opuestos absolutos y codependientes.

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