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¿ESTA SUPERADO EL PSICOANALISIS?

El psicoanálisis, hoy en día puesto en tela de juicio por los avances en el conocimiento del cerebro, defiende
una visión del psiquismo humano que no puede reducirse al simple funcionamiento de sus neuronas. El
psicoanálisis, exigente método de exploración de si mismo, cuyos resultados clínicos son indiscutibles,
aparece como un humanismo saludable frente a las alineaciones de una sociedad moderna que privilegia los
resultados técnicos y la resolución química de los sufrimientos del alma.

El psicoanálisis, inventado por Sigmund Freud en 1896, es una disciplina que comprende un método
terapéutico, un sistema de pensamiento y un movimiento político que le permite transmitir su saber y
formar a profesionales.

A pesar de fundarse en la exploración del inconsciente, no debe confundirse con la psiquiatría, rama de la
medicina que trata las enfermedades mentales, ni con las diferentes escuelas de psicoterapia que utilizan
otras formas de tratamiento de los estados mentales, ni con la psicología que estudia el conjunto de los
discursos relativos a las relaciones entre el alma y el cuerpo. Aunque es diferente de todas estas disciplinas,
el psicoanálisis no ha cesado de alimentarlas y transformarlas a lo largo de una historia conflictiva.

El psicoanálisis nació en Viena, en el centro del Imperio Autrohúngaro, en los medios de los judíos de las
Luces, y se ha implantado en unos cuarenta países situados, menos Japón, en el área llamada de la
civilización “occidental”. El movimiento se formó gracias a dos premisas: por un lado, la constitución de un
saber psiquiátrico, es decir, una visión de la locura capaz de conceptuar la noción de enfermedad mental en
detrimento de la idea de posesión demoniaca, y por otro, la existencia de un estado de derecho que
garantizase la libertad de asociación y redujese cualquier influencia sobre las conciencias.

Una cierta concepción de la libertad humana

Las condiciones de existencia del psicoanálisis parecen responder a una concepción de la libertad humana
que contradicen la teoría freudiana del inconsciente. En efecto, ésta muestra que la libertad del hombre está
tan sometida a determinaciones que se le escapan, que no es dueño de su intimidad. Ahora bien, para que un
sujeto pueda someterse a la experiencia de esta “herida narcista” que le demuestra que no es libre, es
necesario que, la sociedad en la que se encuentra reconozca conscientemente el inconsciente. De la misma
forma, el ejercicio de la libertad del psicoanálisis está relacionado con la constitución de la noción del sujeto
en la historia de la filosofía occidental.

Tras cien años de existencia y de resultados clínicos incontestables, el psicoanálisis es hoy en día objeto de
violentas críticas, allá donde está mejor implantado, por parte de los adeptos del hombre-máquina que
pretenden que todos los problemas psíquicos derivan del cerebro y que pueden erradicarse con tratamientos
químicos, considerados más eficaces por alcanzar las causas de las heridas del alma llamadas “cerebrales”.

Desde las primeras publicaciones de Freud, se tachó el psicoanálisis de “pansexualismo”, de atentar contra
la dignidad de las familias y reducir las pasiones humanas a “aspectos genitales”. Se pensaba que podía
llegar a la descomposición de la sociedad. Resumiendo, proyectaban en el psicoanálisis los miedos y las
angustias de una época caracterizada por la liberación de las costumbres, la emancipación de la mujer y el
declive de la autoridad patriarcal.
El reino del hombre-máquina

Hoy en día vivimos en un mundo en el que cada cual busca el bienestar individual. Más vale no saber nada
de su ser íntimo que sentirse perseguido por los fantasmas de la memoria. A pesar de las apariencias, el
modelo dominante de la economía liberal no amplía las libertades subjetivas sino que las restringe.
Transforma al sujeto en una individualidad biológica de la que exige resultados y productividad. La
contrapartida es que suprime cualquier reflexión sobre sí mismo. El hombre moderno de la economía liberal
debe ser un hombre llano y sin conflictos. Como un ordenador, no debe mostrar flaquezas.
Al no poder seguir este modelo, tiene dos opciones: deprimirse de tanto callar su angustia, o convertirse en
víctima al buscar las causas de su desgracia en la agresividad venida del exterior.

En el primer caso, se parece a un animal amaestrado, convencido de que su malestar proviene de una
“enfermedad” de sus genes, sus neuronas, y en el segundo se sitúa bajo una influencia imaginaria, la de los
espíritus, los astros, o los complots, los ricos, los malvados, los corrompidos, etc. Por lo tanto acusa a los
demás (o al otro en general) de ser la causa de sus sufrimientos. Intenta entonces encontrar consuelo para su
yo herido narcísicamente en múltiples terapias, consideradas más eficaces que el psicoanálisis en la medida
en que evitan la exploración del inconsciente.

Así pues, se entiende por qué el ataque contra el psicoanálisis no es el mismo que antaño. El divorcio ya no
es un escándalo y cada cual reclama su parte de libertad sexual sin acusar a Freud de ser responsable de un
reblandecimiento de las costumbres. Consecuencia de ello es que su doctrina parece pasada de moda e
inútil.

La defensa del sujeto

Sin poner en duda la utilidad de las sustancias químicas ni subestimar el bienestar que aportan, es necesario
reafirmar que no pueden curar al hombre de su malestar psíquico. La muerte, las pasiones, la sexualidad, la
locura, el inconsciente, la relación con los demás construyen la subjetividad de cada uno, y ninguna ciencia
digna de ese nombre podrá jamás acabar con todo esto. Por otra parte, aunque los malos tratos existan en
todas partes, aunque la miseria y el desempleo sean plagas inadmisibles, aunque la explotación, los abusos y
las desigualdades persistan y tengan que combatirse a través de leyes, ningún sujeto debe ser considerado
con una víctima en sí.

Dicho de otra forma, para que un ser humano llegue a ser un sujeto digno de este nombre, lo primero es no
asimilarlo a un ordenador sin pensamiento, ni afecto, o a un animal psicoquímico reducido a unos
comportamientos.

La hostilidad actual hacia la doctrina freudiana es una prueba tanto de su éxito como de la pérdida de cierta
concepción de la libertad humana en las sociedades occidentales. El desarrollo de una multiplicidad de
métodos terapéuticos, que tienden a uniformizar el tratamiento del psiquismo bajo la etiqueta de una
denominación de pacotilla (el “psy” *), indican esa pérdida así como el declive de la noción de sujeto frente
a la de individualidad.

Así como el siglo XIX fue el de la psiquiatría y el manicomio, y el XX el del psicoanálisis y la sustitución
del manicomio por sustancias químicas, el próximo será el de las psicoterapias de todo tipo –desde las más
serias a las más peligrosas (como las sectas, por ejemplo)-, que se encargarán de las desgracias del
psiquismo, contra las que nada pueden las sustancias químicas, en una sociedad cada vez más alienante y
depresiva.

Para renovar su originalidad y afirmar su identidad, fuera de los dogmas de escuelas y de las jergas, el
psicoanálisis deberá reafirmar sus valores esenciales y universales. Si quiere seguir siendo una vanguardia
de la civilización contra la barbarie –es decir, un verdadero humanismo- tendrá que restaurar la idea de que
el hombre puede hablar libremente y que su destino no se limita a su ser biológico. Así podrá ocupar su
lugar en el futuro, junto a otras ciencias, para luchar contra las pretensiones oscurantistas que quieren
reducir el pensamiento a una neurona o confundir el deseo con una secreción química.

Elisabeth Roudinesco
Historiadora,
Directora de Investigaciones
en la Universidad París VII

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