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Este nuestro tiempo es el tiempo oportuno para nosotros para que el Reino germine en nuestros
desiertos humanos. Vivir el momento presente significa contemplar y acoger lo que acontece en
nuestra vida, ahora. Es el entregarse sereno al hoy que es nuestro, para vivir con confianza y esperanza
lo que Dios nos pide vivir. Morir para vivir es el compromiso de entregar su vida para los
hermanos y hermanas con los que se comparte lo cotidiano y los y las que necesitan ayuda. La
muerte y la vida del grano de trigo son la hora del que cree, el tiempo para actuar según la lógica de
Dios y no según nuestra lógica. Si lo que la persona vive, las relaciones, los acontecimientos que
atraviesan nuestra existencia, la enfermedad, si estas situaciones caen en tierra y no son acogidas con
determinación (aún a veces con un sufrimiento que tiene sabor a muerte) quedan aisladas, sin fruto: “Si
el grano de trigo caído en la tierra no muere, queda solo” repetía a menudo Carlos. Pero si lo que la
vida nos proporciona viene acogido hasta el final y con confianza, si hacemos nuestra la intuición que
Dios nos da, la semilla germina y da fruto. Para eso es necesaria una experiencia de muerte, de pérdida
de sí, para que se haga posible una glorificación. También la relación con Dios puede necesitar de
una transformación: el dios que nos hemos creado con nuestras manos a lo mejor necesita morir en
nosotros para que en nuestra existencia pueda revelarse el verdadero Dios.
Decía el hno. Carlos: “Si no morimos con una mortificación seria que nos haga morir verdaderamente
a cada amor que no sea Dios, nos es imposible tener fruto, es decir dar gloria a Dios, hacer el bien…
pero si morimos con una verdadera mortificación. Nuestro Señor nos promete que daremos mucho
fruto”.
La muerte de la semilla, la muerte a si mismo, dura poco. Siete días se necesitan para que de la semilla
brote el germen. Poco, pero “siete días: el tiempo de Dios. Jesús decía: “Dentro de poco ya no me
verán, y dentro de otro poco me volverán a ver” (Jn 16,16). El hablaba de su muerte, que dura poco, y
de la vida de Resucitado, que dura para siempre.
Carlos, como Jesús, ha sido la semilla que ha aceptado morir para que otros pudieran vivir, ha
aceptado entrar en este proceso de pérdida de si mismo para dar vida. Su historia y su mensaje nos
entregan una auténtica fuerza de vida y una existencia de esperanza: la tenacidad de su búsqueda, su
apasionada solidaridad con los pobres, la exploración de la vida, lugar en el que lo humano se revela y
se cumple, cueste lo que cueste; el absoluto deseo de imitar a Jesús y de amar a los hermanos y las
hermanas hasta dar la vida por ellos y ellas. Escoger de perder la vida significa verla revivir en
otros y otras. La semilla que muere para hacer vivir otros y otras nos lleva a entrar en una lógica
de relación. Esto quiere decir que en el grano que muere nace la relación.
Carlos creyó mucho en las relaciones como lugares de fecundidad. Por eso ha hablado tanto del “grano
de trigo que muere”.