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La fecundidad de una vida entregada (de Antonella Fraccaro) Iglesia del Salvador, martes 4 abril 2017.

1) El grano de trigo tirado por Dios en nuestros desiertos.


En el centenario de la muerte del hno. Carlos, la Iglesia celebra 100 años de fecundidad según los
criterios evangélicos.
Carlos es una semilla que Dios ha tirado en el desierto. Lo arrojó en el desierto para que lo
hiciera florecer: el desierto del Sahara y los desiertos humanos. Carlos se dio a todo si mismo para
hacer florecer estos desiertos, aún si, como él decía, se necesitarían siglos para que la semilla pudiera
brotar. El escribía en 1908: “Se necesitarán a lo mejor siglos entre los primeros golpe de guataca y la
cosecha… pero, más se trabajará rápidamente y más se harán esfuerzos, más El que da a quién pide y
abre a quién toca bendecirá el trabajo de sus servidores y hará madurar los frutos”.
Carlos dio fruto en vida y después de su muerte: en vida, a través de las relaciones con sus
correspondientes, alrededor de 500 personas; a través de las relaciones con los tuaregs (estudio de su
idioma y cultura, esfuerzo para traer a la luz la riqueza de este “pequeño resto de Israel”). Después de
su muerte, nacieron grupos de laicos, religiosos, religiosas, curas que en todo el mundo, de manera
ordinaria y a veces escondida continúan a vivir el espíritu del hno. Carlos.
Dios no arroja la semilla sólo en la tierra buena, sino también en el desierto, para hacer ver a cada
persona que también sus desiertos pueden en un dado momento florecer, dar buenos frutos. Porque la
verdadera semilla es Jesús, arrojado por el Padre en la existencia de cada hombre y cada mujer.
Carlos es uno entre aquellos testigos que han recogido la semilla de Dios y la han sembrado en la
existencia de los que han encontrado.
El que cree es el sembrador que recoge la semilla recibida por Dios y la siembra en la tierra. Es
protagonista activo y pasivo de la dinámica de la semilla. Pero a este sembrador no le es dado conocer
qué pasa después que la semilla viene arrojada. Decía Jesús: “Así es el Reino de Dios: como un
hombre que tira la semilla en la tierra: duerma o esté despierto, de noche y de día, la semilla brota y
crece. Como, él mismo ni lo sabe”. Jesús compara el Reino de Dios con una semilla…

2) Los diferentes terrenos que acogen la semilla.


En el Evangelio de Marcos (4, 14-20) leemos que el sembrador arroja la semilla que cae en terrenos
diferentes: a lo largo de la carretera, entre las piedras, entre los espinos, en la tierra buena.
El hno. Carlos comenta: “Cuánto eres bueno, Dios mío, que no nos das solamente la palabra de vida,
unos ejemplos que nos muestran el camino, sino que nos haces ver también los obstáculos que
pudieran impedirnos de aprovechar de ellos! Cuánto eres bueno, Tú quien te cansas tanto por nosotros,
que vas y vienes y hablas por días enteros, quien siembras sin cesar el grano del Evangelio, muchas
veces entre almas distraídas, no dispuestas, malagradecidas, hasta hostiles!”
“Predicamos como Jesús el Evangelio a toda criatura, esté o no bien dispuesta; arrojamos la semilla de
nuestras oraciones, de nuestras buenas acciones, y si Dios lo quiere de nuestras palabras, a toda
persona; Dios lo hará germinar en su hora si ellas están abiertas; es Su obra y la de ellas; la nuestra es
sembrar, sembrar cómo Él, en cada ser humano, el Santo Evangelio, hablando o en silencio, como
Dios quiera de nosotros… Y cuando el sembrador divino deja caer en nosotros su semilla, recibámosla
y seamos por ella una buena tierra. Esta semilla cae en nosotros en cada momento; el Sembrador
no la arrojó solamente en los campos de Galilea; a cada minuto, a cada segundo la arroja en
cada persona; cada buena inspiración, deseo, buen pensamiento, buen ejemplo recibido, buen
libro leído, buena palabra escuchada, bella persona vislumbrada, prueba, enfermedad,
consolación, sufrimiento, en suma todo lo que vivimos instante por instante es buen grano
arrojado por el tierno Sembrador para dar fruto en nuestra tierra y producir frutos de vida
eterna: “Todo lo que acontece es por el bien de los que aman a Dios”.

3) El proceso natural de la semilla


Jn 12, 24: “En verdad, en verdad les digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda
solo; pero si muere, da mucho fruto”.
Para comprender de qué manera Carlos ha estado en relación con este versículo del Evangelio y qué
quiere decir que él ha imitado a Jesús hasta ser una semilla arrojada, es útil tener en cuenta que Jesús
conocía bien las leyes de la naturaleza y se servía de ella para hacer entender que la acción de Dios se
expresa a través de dinámicas naturales y humanas.
El grano de trigo tiene una historia y un proceso de vida. La semilla enfrenta una primera muerte,
porque sus condiciones de vida se arrestan, en espera de la germinación, que será posible sólo con
condiciones externas idóneas (tierra, agua, temperatura, oxígeno, luz…). Esta condición permite a la
semilla de conservar sus potencialidades vitales hasta 20 o 30 años. Al ser sembrada la semilla
empieza a germinar muriendo del todo, eso es retomando su actividad vital. De costumbre la planta
germina bajo tierra en los 7 días. Por esta dinámica de la semilla comprendemos que hay una relación
estrecha entre la vida y la muerte. Elena Lasida afirma que: “Cada vida alcanza una muerte y cada
muerte es fuente de vida”; pero hay que tener en cuenta que la vida no se manifiesta en oposición a la
muerte, sino que la atraviesa”.
La semilla tiene dos muertes pero también 2 vidas; la persona también: la vida misma, con su
capacidad de sobrevivir, y la vida eterna, heredada de Jesús, que empieza ya ahora: “En verdad, en
verdad les digo: el que cree, tiene vida eterna” (Jn. 6,47)

4) El Reino de Dios es la semilla de nuestra historia humana


Jesús es la semilla, el Reino esparcido en la existencia de hombres y mujeres. Esta semilla muere en un
momento preciso, en una “hora” – que es también la hora de su glorificación. Existe entonces un
“ahora” de la semilla, que enfrenta una transformación. Jesús es el grano de trigo sembrado en la
existencia de hombres y mujeres y necesita germinar en ellos, en esta “hora”.

Este nuestro tiempo es el tiempo oportuno para nosotros para que el Reino germine en nuestros
desiertos humanos. Vivir el momento presente significa contemplar y acoger lo que acontece en
nuestra vida, ahora. Es el entregarse sereno al hoy que es nuestro, para vivir con confianza y esperanza
lo que Dios nos pide vivir. Morir para vivir es el compromiso de entregar su vida para los
hermanos y hermanas con los que se comparte lo cotidiano y los y las que necesitan ayuda. La
muerte y la vida del grano de trigo son la hora del que cree, el tiempo para actuar según la lógica de
Dios y no según nuestra lógica. Si lo que la persona vive, las relaciones, los acontecimientos que
atraviesan nuestra existencia, la enfermedad, si estas situaciones caen en tierra y no son acogidas con
determinación (aún a veces con un sufrimiento que tiene sabor a muerte) quedan aisladas, sin fruto: “Si
el grano de trigo caído en la tierra no muere, queda solo” repetía a menudo Carlos. Pero si lo que la
vida nos proporciona viene acogido hasta el final y con confianza, si hacemos nuestra la intuición que
Dios nos da, la semilla germina y da fruto. Para eso es necesaria una experiencia de muerte, de pérdida
de sí, para que se haga posible una glorificación. También la relación con Dios puede necesitar de
una transformación: el dios que nos hemos creado con nuestras manos a lo mejor necesita morir en
nosotros para que en nuestra existencia pueda revelarse el verdadero Dios.
Decía el hno. Carlos: “Si no morimos con una mortificación seria que nos haga morir verdaderamente
a cada amor que no sea Dios, nos es imposible tener fruto, es decir dar gloria a Dios, hacer el bien…
pero si morimos con una verdadera mortificación. Nuestro Señor nos promete que daremos mucho
fruto”.
La muerte de la semilla, la muerte a si mismo, dura poco. Siete días se necesitan para que de la semilla
brote el germen. Poco, pero “siete días: el tiempo de Dios. Jesús decía: “Dentro de poco ya no me
verán, y dentro de otro poco me volverán a ver” (Jn 16,16). El hablaba de su muerte, que dura poco, y
de la vida de Resucitado, que dura para siempre.
Carlos, como Jesús, ha sido la semilla que ha aceptado morir para que otros pudieran vivir, ha
aceptado entrar en este proceso de pérdida de si mismo para dar vida. Su historia y su mensaje nos
entregan una auténtica fuerza de vida y una existencia de esperanza: la tenacidad de su búsqueda, su
apasionada solidaridad con los pobres, la exploración de la vida, lugar en el que lo humano se revela y
se cumple, cueste lo que cueste; el absoluto deseo de imitar a Jesús y de amar a los hermanos y las
hermanas hasta dar la vida por ellos y ellas. Escoger de perder la vida significa verla revivir en
otros y otras. La semilla que muere para hacer vivir otros y otras nos lleva a entrar en una lógica
de relación. Esto quiere decir que en el grano que muere nace la relación.
Carlos creyó mucho en las relaciones como lugares de fecundidad. Por eso ha hablado tanto del “grano
de trigo que muere”.

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