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El dragón, vocablo que proviene de la palabra griega “dracon” (que significa “serpiente” o “víbora”), como

un monstruoso, gigantesco y fabuloso reptil alado, habita casi todas las leyendas del Viejo y del Nuevo
Mundo y aparece en antiquísimas y diversas culturas que no se encuentran conectadas entre sí. Y desde
la noche de los tiempos una gran cantidad de héroes (Perseo, Marduk, Hércules, Sigfrido, San Jorge,
Beowulf) han luchado contra él y le han dado muerte, pero el dragón sigue negándose a morir, pues
sobrevive como mito y recuerdo folklórico que ocupa la iconografía universal religiosa, cultural y
antropológica del mundo occidental y oriental.

Las descripciones sobre las características del dragón, según el mito de la cultura occidental, son
coincidentes: es una enorme criatura cubierta de escamas, con aspecto de reptil y generalmente con alas
parecidas a las de un murciélago, es decir, con una estructura rígida plegable parecida a dedos con una
membrana entre ellos, como patas palmeadas que se hubieran adaptado para el vuelo. Su sangre es
más venenosa que la de cualquier otro ser vivo y lanza fuego por la boca, quizás debido a un mecanismo
biológico que le permite almacenar metano en un saco en el interior de su cuerpo, el cual se incendiaría
mediante la fricción de dos dientes especializados o generando una chispa eléctrica como lo hacen
muchos seres vivos.

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