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Crisis del siglo III

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La crisis del siglo III, también conocida como anarquía del siglo III, anarquía
militar o crisis imperial, hace referencia a un período histórico del Imperio
romano, de casi cincuenta años de duración, comprendido entre la muerte del
emperador Alejandro Severo, en el año 235, y el ascenso de Diocleciano al
trono del Imperio, en el año 284. Este fue un período de profunda crisis,
durante el cual se produjeron fuertes presiones de los pueblos exteriores al
Imperio y una aguda crisis política, económica y social en el interior del Imperio.
Tanto en Italia como en las provincias surgieron poderes efímeros sin
fundamento legal, mientras que la vida económica se vio marcada por la
incertidumbre de la producción, la dificultad de los transportes y la ruina de la
moneda, entre otras.
De este período se han diferenciado dos subperíodos:

 Anarquía militar (235-268), en la que se produjo


una ausencia casi constante de una autoridad
regular central duradera y durante la cual los
soldados de los ejércitos fronterizos, de
los limes imperiales, designaron y eliminaron
emperadores a su voluntad. El descontrol fue tal
que varias provincias de occidente y oriente se
escindieron para formar el Imperio galo y
el Imperio de Palmira respectivamente, en un
intento de hacer frente con sus propios medios a
los peligros exteriores que amenazaban el Imperio.
 Emperadores ilirios (268-284). Tras los años
anteriores de anarquía militar, en que la seguridad
y la unidad del imperio se había visto gravemente
comprometida, diferentes emperadores de origen
ilírico y danubiano lograron reunificar el Imperio y
sentar las bases para restablecer la situación.
Con el nombramiento de Diocleciano y el establecimiento primero de
la Diarquía y después de la Tetrarquía, se dio por superada la crisis del siglo III.

Índice

 1Historia
 2Impacto económico
 3Impacto social
 4Véase también
 5Bibliografía

Historia[editar]
Los problemas empezaron en el año 235, cuando el emperador Alejandro
Severo fue asesinado por sus soldados a la edad de 27 años después de que
las legiones romanas fueran derrotadas en la campaña contra la Persia
sasánida. Mientras un general tras otro peleaban por el control del imperio tras
la muerte de Alejandro Severo, las fronteras fueron descuidadas y sujetas a
frecuentes incursiones por parte de godos, vándalos y alamanes por el norte,
así como de los sasánidas en el este.
Finalmente, en el año 258, los ataques fueron internos, cuando el imperio se
dividió en tres estados separados que competían entre sí. Las provincias
romanas de Galia, Britania e Hispania, por inspiración de sus guarniciones
militares, se separaron para formar el efímero Imperio galo, y dos años más
tarde, en el año 260, las provincias orientales de Siria, Palestina y Egipto se
independizaron tomando el nombre de Imperio de Palmira, con respaldo
sasánida, dejando en el centro al Imperio romano propiamente dicho que
estaba basado en Italia, los Balcanes, Asia Menor y las provincias leales del
norte de África.

Fraccionamiento del Imperio romano el año 271.

Una invasión por una gran hueste de godos fue derrotada en la batalla de
Naissus en 268. Esta victoria fue significativa como punto de inflexión de la
crisis, cuando una serie de enérgicos y duros emperadores-soldados tomaron
el poder. Las victorias del emperador Claudio II el Gótico durante los dos años
siguientes hicieron retroceder a los alamanes y recuperaron Hispania
del Imperio galo. Cuando Claudio murió en el año 270 de la peste, el
prestigioso general Aureliano, que había comandado la caballería en la batalla
de Naissus, le sucedió como emperador y continuó la restauración del Imperio.
Aureliano condujo al imperio durante el peor periodo de la crisis, ocurrido
durante su reinado (270-275) derrotando, sucesivamente,
a vándalos, visigodos, palmirenos (véase Zenobia), persas y después a lo que
quedaba del Imperio galo. Al final del año 274 el Imperio romano fue
reunificado del todo, y las tropas fronterizas volvieron a sus puestos. Más de un
siglo transcurriría antes de que Roma perdiera otra vez el control sobre las
amenazas externas.
Sin embargo, docenas de ciudades antiguamente prósperas, especialmente en
el oeste del imperio, resultaron arruinadas tras las guerras, sus poblaciones se
dispersaron, y debido al colapso del sistema económico la mayoría no pudieron
ser reconstruidas. Las otras principales ciudades, incluyendo la propia Roma,
se encontraron rodeadas de gruesos muros defensivos que no habían
necesitado durante muchos siglos.
Finalmente, aunque Aureliano había desempeñado un papel significativo en la
restauración de las fronteras del imperio y su protección contra amenazas
externas, persistían los problemas fundamentales que habían causado la crisis
inicialmente. En particular, el derecho de sucesión nunca había sido definido
claramente en el Imperio romano y se había permitido legalmente una gran
flexibilidad para que los emperadores pudieran adoptar personas adultas que
heredarían supuestamente su poder, lo que condujo a continuas guerras civiles
al proponer distintas facciones sus candidatos favoritos a emperador. Otro
problema era el tamaño inmenso del imperio, que dificultaba el que un solo
gobernante autocrático afrontara con efectividad múltiples amenazas
simultáneas si es que carecía de una burocracia ágil y eficaz en cada provincia.
Todos estos problemas continuos fueron afrontados radicalmente por el
emperador Diocleciano a inicios del siglo IV, fueron las reformas de Diocleciano
las que permitieron al imperio sobrevivir durante más de cien años en el oeste
(aunque sin recobrar su antiguo esplendor), y más de mil en el este.

Impacto económico[editar]
Internamente el Imperio sufrió una hiperinflación causada por años
de devaluación de la moneda. Esto había comenzado anteriormente, bajo
los emperadores Severos, quienes aumentaron el tamaño del ejército en un
25 % y duplicaron la paga básica de los soldados. Al acceder al poder, los
emperadores con reinados cortos necesitaban obtener dinero rápidamente para
pagar el "bono de accesión" del ejército (prácticamente una recompensa para
los soldados que habían apoyado al nuevo emperador), mientras que otros
directamente pagaban sobornos a los cuerpos de tropa para que mantuvieran
fidelidad al nuevo régimen.
Desde el asesinato de Sejano bajo el reinado de Tiberio el año 31 d. C. se
había pagado sumas de dinero (el llamado donativium) a los miembros de
la Guardia Pretoriana como "recompensa" a su lealtad, pero este sistema había
degenerado en una abierta corrupción de estas tropas. Habiendo llegado al
extremo de que cuando los pretorianos imperiales mataron al
emperador Pertinax el año 193 d. C. prácticamente vendieron el cargo imperial
al procónsul Didio Juliano a cambio de 6250 denarios de plata para cada
miembro de la Guardia Pretoriana. Tal costumbre de pagar sobornos a cambio
de lealtad se generalizó pronto a las legiones del ejército regular romano.
El Estado romano dependía fuertemente de los impuestos, pero estos eran
difíciles de cobrar en un imperio tan vasto y de hecho su recaudación era un
proceso lento y complejo. Por tanto la forma más fácil en que un emperador
podía recaudar dinero era simplemente reducir la cantidad de plata o de oro en
las monedas y acuñar éstas con metales más baratos. Tal política era
sumamente arriesgada, pues al igual que en todas las sociedades de su
tiempo, la moneda romana dependía de su valor intrínseco como metal
precioso y por ello debía guardar una proporción mínima de plata u oro para
que conservara poder adquisitivo (lo cual explica que en dicha época las
monedas de bronce y de cobre se reservaran para las piezas de menor poder
de compra). En el caso de la moneda de oro, el áureo acuñado ya en tiempos
de Augusto, la proporción había sido la siguiente: 1 libra de oro = 40 áureos de
oro = 1000 denarios = 4000 sestercios.
No obstante, el año 215 el emperador Caracalla cambió la proporción
ordenando que de cada libra de oro se extrajeran 50 monedas, lo cual
implicaba reducir en 20 % la proporción de oro y por consiguiente devaluar la
moneda, en tanto el valor facial se mantenía sin alteración. Paralelamente
Caracalla instauró una nueva moneda, el antoniniano, que oficialmente
equivalía a dos denarios, pero cuyo auténtico contenido de plata era igual a
solo 1.5 denarios.
La alteración de la moneda tuvo el efecto previsible de causar
una inflación desbocada: la población empezó a atesorar los denarios que aún
no habían sido devaluados, mientras que formalmente el antoniniano, pese a
ser de menor valor, mantenía un valor facial de dos denarios. Pronto el
descrédito de la moneda se hizo evidente y treinta años después de la muerte
de Caracalla el antoniniano estaba acuñado solo con bronce, obtenido a veces
solo tras fundir antiguos sestercios.

Áureo de Septimio Severo, acuñado en 193 en honor de la XIV Gemina Martia Victrix, que lo
proclamó emperador.

Algunos impuestos ya empezaban a recolectarse en especie, si era posible,


desde fines del siglo II y a partir del reinado de Caracalla los valores eran con
frecuencia contados solo nominalmente en oro y plata: los metales preciosos
se habían convertido lentamente en moneda imaginaria, útil solo para ser
mencionados como equivalencia debido a su escasez física. Mientras tanto
los sestercios de latón se hacían más comunes.
Los valores nominales del dinero continuaron figurando en las monedas de oro
y plata, pero la moneda de plata, el denario, usado durante más de trescientos
años del Imperio, desapareció en la práctica debido a que los emperadores
procedieron a reducir agresivamente el valor de plata en las monedas, las
cuales cada vez más estaban compuestas de cobre o bronce y perdían por ello
su antiguo poder adquisitivo.
Paulatinamente, a lo largo del siglo III los sucesores de Caracalla continuaron
dicha política, reduciendo la composición del denario hasta un 50 % de plata,
pero manteniendo el valor facial y peso de este, trayendo su inevitable pérdida
de valor y una consiguiente inflación. La moneda romana tenía un poder
adquisitivo sumamente bajo al iniciarse el siglo IV y el comercio se llevaba a
cabo principalmente a través del trueque. Todos los aspectos del estilo de vida
romano se vieron afectados por esta situación, pues no solo se perjudicaba el
comercio y la pequeña industria, sino también a la agricultura, principal
actividad económica del Imperio.

Denarios romanos. Arriba, de izquierda a derecha: c. 157 a. C. República romana, c.


73 d. C. Vespasiano, c. 161 Marco Aurelio, c. 194 Septimio Severo;
Debajo: de izquierda a derecha: c. 199 Caracalla, c. 200 Julia Domna, c. 219 Heliogábalo, c.
236 Maximino

Antoninianos romanos. Fila superior, de izquierda a derecha: Heliogábalo (plata 218-


222), Decio (plata, 249-251), Galieno (253-268 acuñado en Asia Menor)
Fila inferior: Galieno (cobre 253-268), Aureliano (cobre y plata 270-275), Imitaciones bárbaras (en
cobre)

Durante el reinado del emperador Aureliano en 274 el denario romano


prácticamente no contenía plata, y resultó inútil el esfuerzo económico de
Aureliano en revertir la situación. Al inicio del reinado
de Diocleciano el denario casi había colapsado en su valor y este emperador
suspendió definitivamente su uso, instituyendo en su lugar el argenteus.
Diocleciano ejecutó una profunda reforma monetaria desde el año 301 para
sanear la moneda romana, poniendo fin transitorio a la crisis financiera.
Uno de los efectos más profundos y duraderos de la crisis del siglo tercero fue
la disrupción de la extensa red comercial interna del Imperio romano. Desde
la Pax Romana, la economía del Imperio romano había dependido en gran
parte del comercio entre los puertos mediterráneos y sobre el extenso sistema
de carreteras romanas. Los mercaderes podían viajar de un extremo a otro
del Imperio en pocas semanas en relativa seguridad, llevando productos
agrícolas producidos en las provincias y artículos manufacturados producidos
en las grandes ciudades del Este, e intercambiarlos por monedas de plata y oro
realmente valiosas. Grandes haciendas producían cosechas para
la exportación, y usaban los beneficios resultantes para importar comida y
productos manufacturados, y esto creó una gran interdependencia económica
entre los habitantes del Imperio al existir provincias especializadas en la
producción de ciertos bienes por factores climáticos, demográficos, culturales,
etc. El historiador Henry Moss describe la situación que existía antes de la
crisis:
Sobre estas carreteras circulaba un tráfico que aumentaba continuamente, no sólo de tropas y
funcionarios, sino de comerciantes, mercancías e incluso turistas. Se desarrolló rápidamente un
intercambio de artículos entre las distintas provincias,que pronto alcanzó una escala sin precedente
histórico y que no se repitió hasta hace pocos siglos. Metales de las minas de las altiplanicies de
Europa occidental, pieles, lanas y ganado de los distritos pastoriles de Britania, Hispania y las costas
del mar Negro, vino y aceite de Provenza y Aquitania, madera, brea y cera del sur de Rusia y el
norte de Anatolia, frutos secos de Siria, mármol de las costas del Egeo, y –lo más importante– grano
de los distritos donde se cultivaba trigo en el norte de África, Egipto y el valle del Danubio para las
necesidades de las grandes ciudades; todas estas mercancías, bajo la influencia de un sistema
altamente organizado de transporte y comercialización, se movían libremente de un extremo a otro
del Imperio.
Mizar

Sin embargo, con la crisis del siglo tercero esta vasta red comercial se
derrumbó pues dependía de una moneda transportable y con valor intrínseco
real. La ausencia de esta moneda confiable y el incremento desmesurado de
los precios hacía cada vez menos rentable el comercio, ya sea dentro de los
límites del Imperio o el de exportación e importación. La depresión del comercio
perjudicó a su vez a la industria, que ahora carecía de mercados donde colocar
sus productos y que por consiguiente empezó a extinguirse; inclusive
la agricultura y la ganadería sufrieron grave retroceso pues la mayor parte de
su producción se destinaba al comercio interprovincial del Imperio. Si bien
la minería seguía siendo una actividad económica importante, tenía como
cliente casi exclusivo al propio Estado romano y se sustentaba solamente en
el trabajo forzoso de los esclavos, por lo cual su efecto multiplicador sobre el
resto de la economía romana era casi nulo.
A esto se une que la economía romana estaba basada, desde los días
de Augusto, en aprovechar los recursos de las regiones recién conquistadas
para sustentar la burocracia y la corte imperial, Al cesar la expansión territorial
tras las conquistas de Adriano y Trajano, el Imperio romano no disponía de
nuevos territorios cuyas riquezas pudieran sostener los gastos
gubernamentales cada vez más crecidos, que pronto causaron un serio déficit.
El desasosiego difundido por la inflación y el empobrecimiento generalizado
hizo que los viajes de los comerciantes no fueran tan seguros como en el
pasado al aumentar el número de salteadores y reducirse la seguridad dada
por las legiones en muchas provincias, en tanto las tropas estaban más
ocupadas en servir como soportes políticos de los diversos candidatos al trono.
La crisis financiera hizo el intercambio más difícil todavía, en tanto la
depreciación de la moneda causó que los productores y comerciantes
recibieran un dinero devaluado por sus productos y que a su vez los
compradores requirieran mayores cantidades de ese mismo dinero
devaluado para formar una masa de metal precioso con la cual comprar otros
productos, lo cual hacía más difícil el transporte de dinero. Las transacciones
comerciales entre las provincias del Imperio se redujeron muchísimo y esto
llevó a cambios profundos que, de muchas maneras, presagiaban el carácter
de la próxima Edad Media.
Los grandes terratenientes, incapaces de exportar con éxito sus cosechas a
grandes distancias, comenzaron a producir bienes para la subsistencia y el
intercambio puramente local. En vez de importar bienes manufacturados (cada
vez más caros y que ya no podían pagar), los terratenientes empezaron a
producir muchos productos localmente, con frecuencia en sus propias
haciendas, dando comienzo así a la economía de autarquía que se
generalizaría en los siglos siguientes, alcanzando su forma final en
el feudalismo, donde el metal precioso era cada vez más escaso y por lo tanto
la moneda empezaba a desaparecer, mientras que el comercio se practicaba
solo en ámbitos locales muy reducidos.

Impacto social[editar]
La población libre de las ciudades, mientras tanto, empezó a desplazarse a
zonas rurales en búsqueda de comida y protección debido a que el aumento de
precios hacía cada vez más difícil obtener alimentos en las urbes para quienes
no fuesen comerciantes, burócratas o soldados. Desesperados por la
necesidad de sobrevivir, muchos de estos plebeyos de las ciudades, así como
muchos pequeños agricultores, se vieron forzados a renunciar a derechos
básicos de ciudadanía para recibir protección de los
grandes aristócratas convertidos en terratenientes. Los primeros se convirtieron
en colonos. Sus puestos se hicieron hereditarios, por lo que quedaron atados a
la tierra. Esto formaría la base de la sociedad medieval feudal.
Incluso las propias ciudades empezaron a cambiar de carácter. Las grandes
urbes abiertas de la antigüedad dieron paso lentamente a las ciudades
amuralladas más pequeñas, tan comunes en la Edad Media, por temor a los
ataques externos y ante la falta de tropas imperiales que estuvieran dispuestas
a guarnecerlas. Inclusive los antiguos comerciantes urbanos empezaron a
arruinarse si su ciudad no era sede de alguna gran autoridad imperial, en tanto
ésta era casi la única fuerza militar y económica capaz de asegurar la
pervivencia del comercio. También numerosos aristócratas romanos
abandonaban las ciudades de provincias para refugiarse en sus grandes
propiedades rurales donde se hacían económicamente autosuficientes y
podían mantener una autoridad efectiva sobre masas de campesinos, creando
el embrión de los señores feudales de siglos posteriores.
Estos cambios no estuvieron restringidos al siglo tercero, sino que ocurrieron
lentamente sobre períodos muy largos, y se vieron puntualizados por reveses
temporales. Sin embargo, a pesar de las extensas reformas de emperadores
posteriores, la red comercial romana nunca se recuperó por completo, y la vida
urbana entró en una larga fase de decadencia incluso en la misma
capital, Roma (en el siglo V solo Bizancio conservaba el dinamismo de la típica
gran urbe romana). La disminución del comercio entre las provincias las
condujo a una «insularidad» creciente entre cada región del Imperio. Los
grandes terratenientes, cuya autosuficiencia se había incrementado, prestaban
menos obediencia a la autoridad central de Roma y eran abiertamente hostiles
hacia sus recaudadores de impuestos, representantes de un Estado que en
verdad no tenía fuerza para proteger a dichos terratenientes ni para imponer su
propia autoridad en las provincias.
La medida de riqueza en este periodo empezó a tener que ver menos con
la autoridad civil basada en las urbes y más con el control de grandes
haciendas agrícolas. La población común perdió poder político y económico
con respecto a la aristocracia, y la antigua clase media disminuyó hasta casi
extinguirse en la mayoría de las urbes, en tanto el comercio y la industria que
las sostenía no pudo sostenerse por más tiempo (excepto en Bizancio). La
crisis del siglo tercero marcó así el comienzo de un largo proceso evolutivo que
transformaría el mundo antiguo en el mundo medieval.

Véase también[editar]
 Emperadores romanos durante la crisis del siglo III
 Usurpadores romanos

Bibliografía[editar]
 Brown, Peter (1991). El Mundo de la antigüedad
tardía : (de Marco Aurelio a Mahoma). Madrid:
Taurus. p. 272. ISBN 978-84-306-1292-5.
 Jones, A. H. M. (1986). A history of the Later
Roman Empire. A Social, Economic and
Administrative Survey. The Josh Hopkins
University Press. ISBN 978-0801832857.
 Lot, Ferdinand, End of the Ancient World and the
Beginnings of the Middle Ages (Harper Torchbooks
Printing, New York, 1961. First English printing by
Alfred A. Knopf, Inc., 1931).
 Moss, H. St. L. B. The Birth of the Middle
Ages (Clarendon Press, 1935, reprint Oxford
University Press, January, 2000) ISBN 0-19-
500260-1.
 Watson, Alaric. Aurelian and the Third
Century (Taylor & Francis, 2004) ISBN 0-415-
30187-4.
 White, John F. Restorer of the World: The Roman
Emperor Aurelian (Spellmount, 2004) ISBN 1-
86227-250-6.

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