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Los benchmarks están muy ligados a los KPI, pues es habitual lanzar los primeros tomando
los segundos como parámetros de rendimiento. De hecho, en algunas ocasiones podrían
llegar a confundirse, pues la evolución de KPI se suele presentar en formato dashboard o
cuadro de mando, donde se muestra su evolución histórica y, en algunas ocasiones, la
esperada.
Sin embargo, es importante diferenciarlos bien, principalmente por las razones de negocio
que promueven la puesta en marcha de cada uno de ellos. Mientras los benchmarks se
lanzan para conocer el posicionamiento de la compañía, servicio o proceso sobre otros, el
KPI se establece para medir la evolución del proceso en sí, con el objetivo de conocer su
tendencia y comparación con lo esperado, no con terceros.
Por ello, los benchmarks suelen tomar información de fuentes externas, mientras los KPI
suelen medir solo variables internas de la compañía o departamento. Esta particularidad
complica la obtención de un benchmark, ya que se hace necesario disponer de
una herramienta capaz de conectarse a bases de datos de terceros, extraer datos en
distintos formatos y a través de otros protocolos, normalizarlos, adaptar formatos y
visualizarlos de forma que resulten aprovechables para su análisis.