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Carta de Calixto García al General Shafter

Desde la llegada de las tropas norteamericanas destinadas al asalto de Santiago de Cuba,


en 1898, el general Calixto García, jefe del Departamento Oriental, cuya cooperación
había solicitado de antemano el mando yanki, colaboró activamente con sus tropas en
las operaciones. De hecho, dirigió el plan y abrió el camino al desembarco de las
fuerzas invasoras.

García y sus hombres conocían pulgada a pulgada el territorio escogido para aquel
duelo y era un verdadero estratega formado en el estudio en años de expatriación y por
las pruebas en las guerras de Cuba. Shafter, el jefe norteamericano, era un improvisado
incapaz de afrontar solo la importante tarea que se le había asignado. Físicamente
impedido por la obesidad, asfixiado por el extenuante calor de julio en Cuba, sentíase
con ánimo de suspender el sitio de Santiago cuando se vio favorecido por la victoria.

Con doloroso asombro supieron Calixto García y sus hombres que en los términos de la
rendición aceptados por los norteamericanos figuraba el no permitir la entrada de las
tropas cubanas en Santiago. Fue entonces que la dignidad cubana se irguió y dio al
representante del naciente imperio norteamericano el bofetón sin manos que es la carta
que a continuación se reproduce.

Al Mayor General Shafter, General en Jefe del 5to.

Cuerpo del Ejército de los Estados Unidos.

Señor:
El día 12 de mayo último, el Gobierno de la República de Cuba me ordenó, como
comandante en jefe que soy del Ejército Cubano en las Provincias Orientales, que
prestara mi cooperación al Ejército americano.

Siguiendo los planes y obedeciendo las órdenes de los jefes, he hecho todo lo posible
para cumplir los deseos de mi Gobierno, habiendo sido, hasta el presente, uno de los
más fieles subordinados de usted y teniendo la honra de ejecutar sus órdenes e
instrucciones hasta donde mis facultades me han permitido hacerlo.

La ciudad de Santiago de Cuba se rindió al fin, al Ejército Americano, y la noticia de


tan importante victoria sólo llegó a mi conocimiento por personas completamente
extrañas a su Estado Mayor, no habiendo sido honrado con una sola palabra, de parte
de Ud. sobre las negociaciones de paz y los términos de la capitulación propuesta por
los españoles.

Los importantes actos de la rendición del Ejército español y de la ciudad por usted,
tuvieron lugar posteriormente, y sólo llegaron a mi conocimiento por rumores públicos.
No fuí tampoco honrado con una sola palabra, de parte de Ud., invitándome a mí y a
los demás oficiales de mi Estado Mayor para que representáramos al Ejército cubano
en ocasión tan solemne. Sé, por último, que Ud. ha dejado constituídas, en Santiago, a
las mismas autoridades españolas contra las cuales he luchado tres años como
enemigos de la independencia de Cuba. Yo debo informar a usted que esas autoridades
no fueron nunca electas por los habitantes residentes en Santiago de Cuba, sino
nombradas por decretos de la Reina de España.

Yo convengo, señor, que el Ejército bajo su mando haya tomado posesión de la ciudad
y ocupado las fortalezas; yo hubiera dado mi ardiente cooperación a toda medida que
Ud. hubiese estimado más conveniente, guardando el orden público, hasta que hubiera
llegado el momento de cumplir el voto solemne del pueblo de los Estados Unidos, para
establecer en Cuba un gobierno libre e independiente; pero cuando se presenta la
ocasión de nombrar las autoridades de Santiago de Cuba, en las circunstancias
especiales creadas por una lucha de treinta años contra la dominación española, no
puedo menos que ver, con el más profundo sentimiento, que esas autoridades no sean
elegidas por el pueblo cubano, sino que son las mismas que tanto la Reina de España
como sus ministros habían nombrado para defender la soberanía española contra los
cubanos.
Circula el rumor que, por lo absurdo, no es digno de
crédito general, de que la orden de impedir a mi Ejército la entrada en Santiago de
Cuba ha obedecido al temor de la venganza y represalias contra los españoles.
Permítame Ud. que proteste contra la más ligera sombra de semejante pensamiento,
porque no somos un pueblo salvaje que desconoce los principios de la guerra
civilizada: formamos un ejército pobre y harapiento, tan pobre y harapiento como lo
fué el ejército de vuestros antepasados en su guerra noble por la independencia de los
Estados Unidos de América; pero, a semejanza de los héroes de Saratoga y de
Yorktown, respetamos demasiado nuestra causa para mancharla con la barbarie y la
cobardía.

En vista de todas las razones aducidas por mí anteriormente, siento profundamente no


poder cumplir por más tiempo las órdenes de mi Gobierno, habiendo hecho, hoy, ante
el General en Jefe del Ejército cubano, mayor general Máximo Gómez, la formal
renuncia de mi cargo como general en jefe de esta sección de nuestro Ejército.

En espera de su resolución, me he retirado, con todas mis fuerzas, a Jiguaní.

Soy respetuosamente de usted, Mayor General,

Calixto García.

Campos de Cuba Libre, 17 de Julio 1898.


* Tomado de Hortensia Pichardo Viñals: Documentos para la historia de Cuba. Tomo
I, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1971, pp. 515-517.

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