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PROGRAMA FORMACIÓN HUMANÍSTICA

CÁTEDRA VALLEJO 2021-II

EL ESPÍRITU UNIVERSITARIO
(César Vallejo)

París, agosto de 1927

Todos estamos de acuerdo en que América vive culturalmente de Europa como prestataria o
depositaria de las formas occidentales en política, en arte, en religión, en idioma. Y aunque no todos
estamos de acuerdo en que tales formas dominarán en el porvenir de América, nadie puede negar, por
ahora, que el nuevo continente sigue cada vez más de cerca y al pie de la letra los pasos del espíritu
europeo. Hemos democratizado ayer con la revolución francesa y sovietizamos o se pretende sovietizar
hoy con la revolución rusa. Me parece ver revivir las primeras tentativas libertarias del siglo pasado, en
las escaramuzas libertarias de los comunistas de ahora. El balance de las ideas democráticas no es
muy halagüeño hasta hoy en América. Tanto peor o, precisamente, por eso mismo, hay quienes
piensan que la revolución del proletariado se impone, como único medio de encauzar nuestros destinos
por donde las doctrinas burguesas no han hecho más que desorientarnos y anarquizarnos. Y,
comunismo integral o moderado, socialismo agrario o anti imperialista (la etiqueta es lo de menos), las
nuevas inquietudes que hoy suceden a los ensayos burgueses iniciados hace un siglo en América,
todas proceden directamente de Moscú, inspirándose, en esencia, en idéntico postulado de
organización económica y de justicia social. A la copia de ayer de la democracia europea, sucede la
copia de hoy de la Tercera Internacional. ¿Logrará esta nueva manera de organización encauzar los
destinos políticos novomundiales? ¿Fracasará el ideal comunista en América, como ha fracasado el
ideal democrático?...

Porque es bueno subrayar con toda la voz, que el sentimiento democrático europeo ha fracasado
totalmente en América. Todos tenemos de ello plena conciencia. Hasta los mismos europeos lo recono-
cen y algunos de ellos llegan a asimilar el caso de América al caso de los pueblos del Extremo Oriente,
donde el descastamiento cultural ha sido completo y donde las formas occidentales, al contacto del
suelo aborigen, se han podrido, traduciéndose en la debacle y la disolución. La democracia europea ha
fracasado, pues, en América. Ella fue después de la acción colonizadora, a finiquitar nuestras formas
indígenas de vida, nuestra historia y tradición, nuestra estructura racial y sus potenciales de renovación
para el futuro y, en cambio, no nos ha dado ningún principio nuevo de la vida, ninguna semilla política
que, por su fuerza y salud nuevas, pudiera reemplazar, ventajosa y más humanamente, a los antiguos
moldes de existencia. El ideal democrático europeo nos ha destruido todo y no nos ha dado más que
una farsa de organización y libertad.

La democracia burguesa ha fracasado en América, en el tono y medida en que fracasa para la vida
una cosa original, al ser repetida o copiada. Todas las instituciones culturales de inspiración
democrática -legislación, arte, economía, etcétera- han desvirtuado en América, no ya por necesidad
de adaptación, sino por ausencia de facultad de adaptación. La doctrina democrática, cuyos frutos en
Europa no es del caso discutir ahora, adquiere en América las señales de una caricatura desastrosa.
En Europa, la universidad, por ejemplo, es dentro del ideal democrático, un factor de orden y
orientación, una disciplina de método y razón. Por mucho que Jaurés quería convertir a la Universidad
en exclusivo foco de debates revolucionarios y centro de todos los liberalismos, el espíritu universitario
ha sido y continúa siendo, sobre todo, un hogar de serenidad espiritual -que no hay que confundir con

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el anquilosamiento- y un austero laboratorio de alta creación. En América, por el contrario, la


Universidad ha descendido de su rol creador a la barricada lugareña y capitulera, con todas sus rutinas,
sus personalismos de charol y sus mesianismos de segunda mano. En Europa la Universidad crea
silenciosamente, dejando el papel divulgador a otros factores sociales. En América la Universidad
tiende a reducirse a la ya famosa extensión universitaria o universidad popular, cuando ella no se
circunscribe a la repetición en familia de la cultura europea. De allí que, mientras que de la universidad
europea sale la ciencia, la filosofía y todos los principios ideales y vivientes que rigen la existencia y el
desarrollo del espíritu humano, de la universidad latino-americana no salen más que divulgadores. La
universidad en América no crea filosofías, ni ideales políticos ni corrientes científicas. Ella vive de las
migajas ideológicas de Europa y todo su papel se reduce a repetirlas al alumnado de dentro o fuera de
los claustros.

Abortado el ideal democrático en América, no es aventurado predecir idéntico destino al ideal


comunista. En América, debido a nuestra incurable inclinación al plagio fácil y en bruto y a nuestra falta
de tacto y poder asimilativos, son igualmente falsos y nocivos el orden burgués como el escarceo
comunista. Hay que desterrar el ideario democrático y cerrar las puertas al ideario comunista.
Aprendamos, en primer lugar, a estudiar y comprender y luego a asimilar. Lo demás vendrá por sí solo.

Un día le expresaba yo a Haya de la Torre, ese gran sembrador de inquietudes continentales:

-Quien quiera trabajar sinceramente por los pueblos de América tendrá que convenir en que el más
grave foco de mixtificación y obscurantismo que existe actualmente en el continente, es el espíritu uni-
versitario. En el se incubó ayer el plagio de la democracia europea y en el se está incubando ahora el
plagio comunista. Hay que empezar por destruirlo de raíz, en todas sus formas y manifestaciones.

A todas estas consideraciones nos lleva la actitud que algunos pueblos del Oriente han empezado a
asumir, oponiendo una fuerte resistencia a la influencia occidental en general. El Japón que, desde ha-
ce más de medio siglo, está en íntimo contacto con Europa, muchas de cuyas formas culturales ha
asimilado maravillosamente, empieza a poner un límite a tales influencias. Pueblo de una gran
vitalidad, el Japón ha demostrado siempre y de varias maneras la fuerza de su personalidad espiritual,
y esta última medida antioccidentalista, que acabamos de señalar, prueba las grandes reservas
peculiares de su raza.

La asombrosa facultad de adaptación de los japoneses les ha permitido, en menos de cincuenta


años, impregnarse de todas las corrientes espirituales del mundo. Su curiosidad e inquietud han
llevado, a veces, hasta el exceso este tráfico de ideas. "El espíritu japonés -sostiene el vizconde de
Motono, en un estudio publicado recientemente en Les Messages d'Orient- se ha nutrido ávidamente
de todas las ideas, costumbres y ciencias extranjeras y lo ha hecho, en ocasiones, con tal ardor, que
los resultados de semejante entusiasmo han sido patentes y patéticos. Hace unos veinte años se
produjo una serie de suicidios en la juventud, a causa de perturbaciones espirituales originadas por la
lectura de los filósofos alemanes".

Pero el Japón empieza ya a controlar su avidez cosmopolita y, singularmente, europeizante. Aro


Naito dice, estudiando la fisonomía de la nueva literatura nipona: "Hay, sin duda, en nuestra poesía de
los últimos cuarenta años, un exceso de occidentalismo. Más hemos empezado ya a volver a nuestras

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tradiciones y a renovarlas. Es tiempo de volver a la simplicidad expresiva, legada por los grandes
padres de nuestra cultura".

El Japón es quizás, entre los países orientales, el de más fuerte -personalidad cultural. Ha sabido
asimilar, sin plagio ni imitación, la cultura europea y, como acabamos de ver, vuelve hoy a afirmar
enérgicamente los rasgos distintivos y peculiares de su espíritu. Los otros pueblos del Oriente tendrán
que luchar de otro modo por los fueros de su espíritu, pasando airosamente por el cedazo occidental o
quebrándolo de un golpe.

[Variedades n.° 1023, Lima, 8 de octubre de 1927]

PREGUNTA PARA FORO

1. Tomando en cuenta el desarrollo tecnológico del siglo XXI, ¿de qué manera la universidad
peruana debe contribuir al desarrollo de la nación?

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