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Revista Cuadernos de Arte Prehistórico, se encuentra indizada en:


REVISTA CUADERNOS DE ARTE PREHISTÓRICO ISSN 0719-7012 – NÚMERO 10 – JULIO/DICIEMBRE 2020

ISSN 0719-7012 / Número 10 / Julio – Diciembre 2020 pp. 34-77

REVISITANDO A CHRISTIAN BÜES Y LOS PETROGLIFOS DE OCOBAMBA,


PROVINCIA DE LA CONVENCIÓN (CUSCO-PERÚ)

REVISITING CHRISTIAN BÜES AND OCOBAMBA PETROGLYPHS,


PROVINCE OF LA CONVENTION (CUSCO-PERU)

D. Raúl Carreño Collatupa


Grupo Ayar - Cusco
raulcarreno@ayar.org.pe

Fecha de Recepción: 25 de marzo de 2020 – Fecha de Revisión: 19 de abril de 2020


Fecha de Aceptación: 23 de mayo de 2020 – Fecha de Publicación: 01 de julio de 2020

Resumen

El artículo describe y analiza una serie de petroglifos pre-inkas del valle subandino de Ocobamba,
reportados por vez primera en 1922 por el investigador alemán Christian Bües. Se trata de grandes
bloques graníticos individuales de variada iconografía grabados en diferentes épocas, muy
posiblemente por cazadores-recolectores, con representaciones semasiográficas de la fauna local
y otras puramente abstractas, cuyos fines y filiaciones no pueden aún ser determinados claramente
por la falta de estudios arqueológicos y de información etnohistórica. Los petroglifos han sufrido
varios atentados (fragmentación, enterramiento, pintado…) por parte de buscadores de tesoros y
encargados de obras viales, así como por disposición de las autoridades locales.

Palabras Claves

Ocobamba – La Convención – Cusco – Arte rupestre – petroglifos – Christian Bües

Abstract

The article describes and analyzes a series of pre-inka petroglyphs from the sub-Andean
Ocobamba valley, firstly reported in 1922 by the German researcher Christian Bües. These are
large individual granitic blocks of varied iconography engraved at different times, most likely by
hunter-gatherers, with semasiographic representations of local fauna and other purely abstract
ones, whose goals and affiliations cannot yet be clearly determined due to lack of archaeological
studies and ethno-historic information. The petroglyphs have suffered several attacks
(fragmentation, burial, painting ...) by treasure hunters and road workers, as well as by local
authorities.

Keywords

Ocobamba – La Convención – Cusco – Rock Art – petroglyphs – Christian Bües

D. RAÚL CARREÑO COLLATUPA


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Revisitando a Christian Bües y los petroglifos de Ocobamba, Provincia de La Convención (Cusco-Perú) pág. 35

Para Citar este Artículo:

Carreño Collatupa, Rául. Revisitando a Christian Bües y los petroglifos de Ocobamba, Provincia de
La Convención (Cusco-Perú). Revista Cuadernos de Arte Prehistórico, num 10 (2020): 34-77.
Licencia Creative Commons Atributtion Nom-Comercial 3.0 Unported
(CC BY-NC 3.0)
Licencia Internacional

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Introducción

En el valle y distrito de Ocobamba, provincia cusqueña de la Convención, existen


numerosos petroglifos grabados en bloques rocosos dispersos en bosques y terrenos de
cultivo. Tienen en común cierta similitud de trazo, con canaletas anchas y profundas y,
con menor frecuencia, algunos elementos icnográficos que también se dan en varios otros
sitios rupestres de la región subandina. Hay algunos que podrían ser incluso consideradas
como litomaquetas. Al igual que en otros sitios rupestres de la vertiente subandina del
Cusco (y de Puno), los petrograbados no están asociados a conjuntos arqueológicos.
Quince petrograbados ocobambinos fueron registrados y muy bien descritos en 1922 por
el ingeniero alemán Christian Bües, pionero -junto a los sacerdotes dominicos Martín Pío
Aza y Vicente de Cenitagoya- de los estudios rupestres en la región subandina
suroriental.

El presente artículo constituye la primera parte de una investigación iniciada


Ocobamba en mayo de 2013 y retomada el 2019 y que será concluida en los próximos
dos años tras finalizar las exploraciones en los demás tramos del valle de Ocobamba y
quebradas adyacentes, y en las cuencas de Versalles y Laco-Yavero. En esta primera
entrega se analizan seis sitios rupestres. En la segunda se abordará el análisis de los
demás petroglifos, profundizando además la cuestión de las eventuales filiaciones y de un
posible “estilo rupestre subandino” que, aun cuando no muestre necesariamente mayor
similitud iconográfica, sí se caracteriza por el tipo de incisión ancha y profunda.

1. El valle de Ocobamba

El distrito de Ocobamba, provincia de La Convención, departamento del Cusco,


fue creado por ley el 02 de Enero de 1857. La capital legal desde 1955 es el poblado del
mismo nombre, a poco más de 150 km de la ciudad del Cusco; sin embargo, desde hace
algunas décadas la capital de facto es el pueblo de Quelcaybamba, situado unos
kilómetros más abajo, donde se ubican las principales sedes institucionales tanto del
gobierno municipal como regional (Figura 1). Sus coordenadas de referencia son
12°52′15″S 72°26′50″O. El distrito está conformado básicamente por las cuencas de
Ocobamba y Versalles, cuenta con una superficie de 840.93 km² y tenía 4327 habitantes
en 2017.

Figura 1
Ubicación de Ocobamba y de la provincia La Convención
(imagen de base Google Earth)

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La cuenca nace a más de 4600 msnm de la conjunción de dos quebradas,


Yanamayo y Quelcanca, esta última alimentada por los nevados Terijuay (5330 m) y
Quilloc-Plateriayoc (5038 m), conformantes de la codillera de Urubamba. El río
Ocobamba, tributario del Yanatili, sigue un trayecto aproximadamente SE-NO que, a la
altura de Quelcaybamba, torna a SSO-NNE; es un típico valle en V, de piso angosto y
pendientes empinadas. En su tramo inferior, la vegetación era densa, del tipo bosque
húmedo subtropical, la que ha ido desapareciendo de manera alarmante por una
irracional deforestación destinada a ganar terreno agrícola, lo cual ha generado intensos
procesos de erosión y varios deslizamientos catastróficos en las últimas décadas (Figura
2).

Figura 2
Paisaje de Pintobamba y viviendas típicas de la zona de petroglifos

2. Breve historia de Ocobamba

No se conoce que en el valle medio y bajo de Ocobamba se hayan hecho


prospecciones arqueológicas. Tampoco hay mucha noticia sobre lo que Ocobamba fue en
la Colonia y menos en la época prehispánica. En la zona de Quelcaybamba, donde se
sitúan los petroglifos estudiados en esta primera etapa, no se han identificado restos
arqueológicos. Es aguas arriba, por encima de los 3500 msnm, cerca del paraje
Garrapata, en Quelcanca, Piscobamba y en dos lugares próximos a las confluencias de
los ríos Tambillo y Tirijuay con el Ocobamba, en San Pablo, Inkaraqhay y Tablahuasi
donde se han reportado vestigios arqueológicos de andenes precarios, cercos y recintos
de paramento rústico y edad indeterminada.

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Los lugareños sólo mencionan “las ruinas de Plateriayoc”, los únicos conjuntos
arqueológicos de la cuenca que han sido objeto de estudios, habiendo dos informes
inéditos del “Proyecto arqueológico Patacancha” del Cusichaca Thrust: el primero, de la
expedición realizada en julio de 1992 por los arqueólogos Rachel Butter y Francisco Solís.
En él se mencionan siete grupos de construcciones precolombinas en la parte alta del
valle de Plateriayoc: Salapunku, Ñucchuyoc Moqo, Inka Machay, Hervabinayoc
(Yerbabuenayoc), Cunca Pata, Pumac Chupan y Cheqta Qaqa. Algunos parecen
importantes, con varias decenas de recintos (Salapunku supera los cien), todos de planta
circular a ovoide y de mampostería rústica1. En el sitio Inka Machay registraron pinturas
rupestres: una figura radiante y otra antropomorfa, junto a una cruz de Calvario con
pedestal y una inscripción debajo; esta última es colonial o republicana; las dos primeras,
preinkas. El segundo informe, de la arqueóloga inglesa Ann Kendall2, describe cinco de
los mismos conjuntos y las excavaciones realizadas en ellos por el arqueólogo David
Andrews.

Aparte de ellos, existe otro artículo de Kendall referido a caminos precolombinos


que da cuenta de Jatun y Juch’uy Plateriayoc y otros asentamientos pre-inkas. Indica que
se encontró cerámica relacionada con el estilo Killke, detectándose 18 sitios
arqueológicos con unos “1000 recintos principalmente circulares y en muchos casos con
un recinto ovalado por grupo […] Los recintos circulares eran de uso doméstico, pero los
ovalados (más anchos y con fachadas delanteras abiertas) parecen haber estado
destinados a actividades diarias o usados como corrales. En el lugar nos planteamos la
interrogante de por qué existió una concentración poblacional permanente tan alta e
inusual en esta área, en un terreno limitado e inadecuado para su sustento”3; esta autora
plantea que una tal concentración de recintos en una zona de pastoreo de camélidos,
pero en la cabecera de un valle tropical, podría explicarse porque se trataba de centros de
distribución de la coca, utilizando llamas como medios de transporte. La teoría es
parcialmente plausible, pero, entre otros, queda la incógnita de los recintos circulares, que
serían de alguna cultura pre-inka, del Intermedio Tardío, o, quizás, anterior. Por alguna
razón (tal vez debido a la gran cantidad de construcciones), alrededor de Plateriayoc se
tejió una leyenda afirmando que era una ciudadela más grande e importante que
Machupicchu, algo que es repetido aun hoy por pobladores de Ocobamba, quienes siguen
pensando que hay por allí una gran ciudad oculta.

Los altoandinos tuvieron, al parecer, incompatibilidades fisiológicas y, sobre todo,


baja inmunidad ante enfermedades tropicales; ello impidió el establecimiento de los inkas
y de otras culturas de sierra y altiplánicas en estos valles de la llamada ceja de selva. A
sus problemas inmunológicos y la dispersión de los pueblos, se sumaba la reputación de
salvajes y caníbales que se habían ganado las tribus amazónicas, que opusieron una
feroz resistencia e hicieron desistir a los inkas en su intento de conquistar esos territorios,
que siempre se mantuvieron como áreas de menor densidad demográfica; esto no impidió
el desarrollo de un intenso intercambio comercial que permitió a los inkas abastecerse de

1 R. Butter y F. Solís, Reconocimiento a Plateriayoc (Informe inédito presentado al Instituto


Nacional de Cultura. Cuzco: The Cusichaca Trust, 1992).
2 A. Kendall, Informe final de la campaña 1994 y los trabajos llevados a cabo en la zona de

Plateriayoc por el proyecto arqueológico Patacancha del Trust de Cusichaca (Informe inédito.
Belbroughton Stourbridge: Cusichaca Trust, 1994).
3 A. Kendall, “Una red de caminos prehispánicos: rutas de comercio en el distrito de Ollantaytambo,

Cuzco, Perú”. En L. Herrera y M. Cardale de Schrimpff (EDS.), Caminos precolombinos. Las vías,
los ingenieros y los viajeros, (Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2000), 234-
235.

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productos netamente tropicales, como maderas de color, condimentos, vainilla, cacao,


tintes vegetales, frutas, plantas medicinales, plumas, huayruros, etc. “La madera
sumamente seca y durable de la palmera chonta (Bactris ciliata) fue uno de los productos
de las llanuras más codiciados por los incas. La rígida madera de este árbol se utilizó para
la fabricación de lanzas, clavas y macanas, así como para mangos de aparejos agrícolas,
anzuelos y tablas para techos”4.

El Antisuyu (que jamás llegó a abarcar la llanura y la várzea amazónica, sino que
estuvo confinada a los contrafuertes orientales andinos) era visto como un espacio
agreste, insalubre, casi inaccesible, por lo que sirvió como refugio de algunas de las
etnias vencidas y expulsadas por los inkas (Chankas, Laris, Poqes…), y también,
paradójicamente, de los últimos inkas (los llamados de Vilcabamba) tras el avance de los
conquistadores hispanos. Estos últimos tampoco mostraron mucho interés por ocuparlo,
pues encontraron “caudalosos ríos, poblaciones nativas belicosas y, en general, tierras
pobres y hambrientas, estériles, en comparación con el territorio organizado y fértil,
controlado por los Incas […] Los Antis […] es un espacio no solo ajeno, sino
profundamente hostil, es más, un territorio no integrado tanto al mundo anterior a los
Incas, como se relata en el Manuscrito de Huarochirí, donde el espacio común se define
en torno al culto a la huaca Pariacaca, como tampoco parte del Tahuantinsuyu en las
páginas de la primera parte de los Comentarios de Garcilaso. No obstante, igualmente
agreste y amenazador aparece el mundo amazónico para los primeros pobladores
europeos como se ha visto en la desastrosa experiencia del menor de los Pizarro”5.

“El Imperio Incaico, altamente organizado, había extendido sólo en forma marginal
su hegemonía en el Antisuyo. La pequeña porción de selva bajo dominio de los Incas era
la constituida por tierra montañosa”6. El Antisuyo ─al que perteneció Ocobamba─ fue
pues la región menos desarrollada del Tahuantinsuyu, como, aparte de la evidencia
arqueológica (ausencia de grandes construcciones), lo corrobora, por ejemplo, Garcilaso
al relatar las visitas que hizo el Inka Huiraqocha a su imperio tras derrotar a los chankas7:
“Acabada la visita de Collasuyu, entró en Antísuyu, donde […] fue recebído con menos
fausto y pompa por ser los pueblos menores que los passados”8.

A pesar de que la corona española comenzó a otorgar titulaciones de tierras en la


actual provincia de La Convención desde 1541, el “colonizaje de la parte baja del valle [se
inició] sólo a partir de 1650. En la medida que los grandes hacendados se establecían en
el valle, y hacia el norte, los naturales (indios Machiguengas) huían tierra adentro a lo
largo del río para escapar a las extenuantes demandas de trabajo de los nuevos
colonizadores. Esto dio como resultado una escasez de mano de obra que fue sólo

4 D. W. Gade, “Comercio y colonización en la zona de contacto entre la sierra y las tierras bajas del
valle del Urubamba en el Perú”. En R. Ávalos de Matos y R. Ravines (eds.), Actas y memorias del
XXXIX Congreso Internacional de Americanistas, Vol: 4. Historia, Etnohistoria y Etnología de la
selva sudamericana (Lima: IEP, 1972), 209.
5 C. Zanelli, “Los antis: la Amazonía como frontera y mundo desconocido en dos fuentes

coloniales”, Summa Humanitatis Vol: 5 num 2 (2011): 34-37.


6
D. W. Gade, “Comercio y colonización… 208.
7 La mayoría de cronistas afirma que fue el Inka Pachakúteq quien venció a los chankas e inició la

fase imperial de los inkas; Rostworowski sugiere que fueron las rencillas familiares y entre panakas
las que indujeron al cronista mestizo a tergiversar esta historia y atribuir a Huiraqocha (a cuya
familia pertenecía) un triunfo que en realidad correspondió a su hijo Pachakúteq.
8 Inka Garcilaso de la Vega, Primera parte de los Comentarios Reales, que tratan del origen de los

Yncas, reyes que fueron del Perv (Lisboa: officina de Pedro Crasbeeck, 1609), 125.

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parcialmente resuelta mediante la importación de esclavos de raza negra”9. “Renunciando


a conquistar y a someter hacia abajo, faltando mano de obra, ya que recordémoslo, los
españoles conquistaron una región muy disminuida demográficamente, los colonos
instalan un gran número de negros en unas plantaciones reconvertidas a la coca y la caña
de azúcar del Acobamba-Apurímac, del Urubamba y de Calca y Lares, plantaciones
establecidas sobre las antiguas chacras inca de productos tropicales”10.

En la lista de corregimientos del obispado del Cuzco de 1614, aparecen “Laris,


Chuquicancha, Cachin y Gualla […] cuatro pueblos y una dotrina en distancia de seis
leguas”11 como parte del corregimiento de Yucay; es de notar que todos son pueblos de
altura. Los informes de los párrocos enviados al obispo del Cusco Manuel Mollinedo en
1689 no mencionan a Ocobamba; no se sabe pues si formaba parte de alguna de las tres
parroquias más cercanas (Ollantaytambo, Quillabamba y Lares). En cualquier caso, las
cabezas de estas doctrinas se hallaban lejos o en el valle del Vilcanota-Urubamba. En el
caso de Lares, cabecera de la cuenca de Yanatili, el pueblo está a más de tres mil metros
y entre los tributarios de la doctrina sólo se alude a dos ingenios de azúcar de la parte
cálida del valle: “el uno que se llama Antarmayo es de don Diego Montalvo12 Osorio […]
Un cuarto de legua de este ingenio, ay otro cañaveral de don Diego Saraura que se llama
Chuquibamba”13. El párroco Gregorio de Avendaño, autor de esta relación de 1689,
señala que de Lares a estos ingenios hay una distancia de “dose leguas de montaña”. En
la actualidad persiste el primer topónimo ligeramente modificado, Altarmayo (o, quizás, la
referencia toponímica de Avendaño no era correcta y el nombre haya sido siempre éste);
es probable que Chuquibamba sea la actual capital del distrito de Yanatili (Quebrada
Honda) o el fundo Montesalvado, ubicado a las indicadas 12 leguas de Lares (alrededor
de 60 km) y a casi 20 kilómetros aguas arriba de la desembocadura del río Ocobamba en
el Yanatili. Por razones de acceso y por haber sido el último refugio de los inkas de
Vilcabamba, los esfuerzos colonizadores de los españoles se concentraron en el valle del
río Urubamba o “río grande de Santa Ana”, hasta Quillabamba y Cocabambilla, y en las
montañas de la cordillera de Vilcabamba, a la izquierda de dicho río. Los territorios
situados sobre la margen derecha del Urubamba no merecieron el mismo nivel de
atención, debido, tal vez, a la falta de asentamientos inkas en esa zona y al predominio de
etnias que siempre resistieron al avance de los cusqueños. Todo el espacio de La
Convención-Lares era llamado Santa Ana, considerándose como una sección meridional
de la “provincia de las Amazonas del Cuzco”, que abarcaba incluso Carabaya, en Puno, y
el Beni en Bolivia. Hasta bien entrado el siglo XVIII se denominaba “Núcleo misionario de
Santa Ana ó Cuzco […] atendido directamente por el virrey y la Audiencia de Lima”14.

9 W. W. Craig, El movimiento campesino en La Convención, Perú. La dinámica de una


organización campesina (Lima: IEP, 1968), 5.
10 F. M. Renard Casevitz et al., Al este de los Andes. Relaciones entre las sociedades amazónicas

y andinas entre los siglos XV y XVII (Lima: Abya Yala-IFEA, 1988), 148.
11 V. Maúrtua, Contestación al alegato de Bolivia. Prueba peruana presentada al Gobierno de la

República Argentina. Obispado del Cuzco (Buenos Aires: Imprenta Europea de M. A Rosas,
1907a), 7.
12 El apellido Montalvo subsiste en Ocobamba; la actual alcaldesa distrital se llama Gladys

Montalvo.
13 H. Villanueva, Cuzco 1689, documentos. Economía y sociedad en el sur andino. Archivos de

Historia andina num 1 (Cusco: CERA Bartolomé de las Casas, 1982), 284.
14 V. Maúrtua, Contestación de la República del Perú á la demanda de la República de Bolivia

presentada a la Comisión Asesora del Gobierno Argentino (Buenos Aires: Compañía Sud
Americana de Billetes de Banco, 1907b), 442.

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Un informe del corregidor del Cuzco fechado el 9 de agosto de 1757 indica que
Yanatili, Ocobamba y Quillabamba constituían “las vías de penetración en los territorios
de infieles del Cuzco”15. Esta es la mención documental más antigua que hallamos sobre
el nombre de este valle. Hacia 1781, tras haber sido adscrito al partido de Calca,
Ocobamba volvió a ser reincorporado al partido de Urubamba como parte del curato de
Ollantaytambo16. En 1790, Pablo José Oricaín17, haciendo el recuento y descripción del
obispado del Cusco menciona a Huanobamba, Ocobamba y Antibamba como haciendas
“que en otro tiempo fueron cañaverales muy cuantiosos y fértiles”, integrando el partido de
Urubamba y Vilcabamba.

Según información de Agustín Baca, Contador principal del Cuzco, la misión de


Cocabambilla -que fue la más importante de esta región-, situada aguas abajo de
Quillabamba, fue establecida en 1799 “bajo la dirección de los regulares misioneros del
Colegio de Moquegua”18. Es probable que desde esa misión se hayan organizado
incursiones exploratorias con fines evangelizadores hacia Ocobamba.

Al parecer fue recién a inicios del período republicano que la colonización de estos
valles se acentuó, posiblemente para continuar con el cultivo de caña de azúcar, algodón,
frutas y, sobre todo, de coca, aunque en mucha menor escala que en el valle de Yanatili.
En cualquier caso, todo indica que Ocobamba constituía un enclave muy marginal hasta
inicios del siglo XX; no hay vestigios de construcciones coloniales ni republicanas
tempranas. Raimondi recorrió todo el valle de Yanatili en 1865 sin visitar ni Ocobamba ni
otras quebradas vecinas; era criterio de este científico el no escoger como puntos de
visita u observación zonas que no tuviesen cierta importancia económica, biológica o
geológica.

En la segunda mitad del siglo XIX los misioneros dominicos incrementaron su labor
evangelizadora en estos valles; más adelante se dio también la presencia de otras
órdenes y sectas. En 1874, el ingeniero alemán Hermann Goering hizo el “Mapa de los
valles de Paucartambo, Lares, Ocobamba y la quebrada del Vilcanota”19.

Las principales etnias del Alto Urubamba (los matsigüenkas y piros) mantuvieron
cierta autonomía hasta bien avanzado el siglo XIX, comerciando con los serranos en
ferias por lo general anuales que tenían lugar en el paraje llamado El Encuentro, en la
confluencia de los ríos Yanatili y Urubamba. Los productos tropicales eran intercambiados
por sal, alcohol, queso, herramientas de metal, espejos y chucherías. A inicios del siglo
XX, estas ferias se habían extinguido tras la masiva llegada de los colonos arribados de la
sierra20, en parte gracias a los incentivos de la Ley de Colonización de Tierras de
Montaña, promulgada el 21 de noviembre de 1898, tendencia que fue frenada por la peor

15 V. Maúrtua, Contestación de… 448.


16 M. J. Aparicio, De Vilcabamba a Camisea. Historiografía de la Provincia de La Convención
(Cusco: UNSAAC, 1999), 147.
17 P. J. de Oricaín, Compendio breve de discursos varios sobre el Obispado del Cuzco y noticias

geográficas comprensivas a este Obispado del Cuzco que claman remedios espirituales (Lima:
Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú, 2004 [1790]), 37.
18 V. Maúrtua, Prueba peruana presentada al Gobierno de la República Argentina. Tomo Segundo.

Organización Audiencial Sud-Americana (Barcelona: Imprenta de Heinrich y Comp., 1906), 254.


19 M. J. Aparicio V., “Cartografía histórica cuzqueña, Mapas del Cuzco existentes en el Archivo

General de Indias”, Revista del Archivo Histórico del Cuzco num 13 (1970): 189.
20 D. W. Gade, “Comercio y colonización… 212.

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epidemia de malaria del siglo XX, desencadenada en agosto de 1932 y que causó de seis
mil a diez mil muertos en la provincia de La Convención, sobre un total de
aproximadamente 25.000 habitantes21. “Los sobrevivientes se apresuraron en abandonar
sus hogares y haciendas y huir al Cuzco. En lo que fueron cultivos primorosos creció
nuevamente la maleza y a la vera del camino, como mudos testimonios, aún puede verse
innumerables tumbas”22.

Una muestra de la escasa presencia humana tras la fuga de los pobladores


originarios es dada por un testimonio de Bowman23, quien constataba en 1911 que en los
valles colonizados de La Convención y Lares “la mano de obra es escasa. Todos los
hacendados tienen que tener agentes que les contratan trabajadores en las ciudades de
la meseta”.

El avance de las carreteras, las campañas antimaláricas, la creciente presencia del


Estado y de los evangelizadores y la crisis agraria que afectó a las haciendas altoandinas
en las décadas de los 40 y 50 del siglo XX, etc., reanimaron la ola inmigratoria hacia los
valles subandinos como Ocobamba, Yanatili y Lacco-Yavero.

3. Estudios previos

La primera y hasta ahora única información documental descriptiva sobre los


petroglifos de Ocobamba fue elaborada por Christian Rudolph August Bües Meislahn
(Achiz-Hannover, 1874-Lima, 1948), ingeniero agrónomo alemán avecindado en
Quillabamba; la exploración fue realizada entre el 2 de agosto y el 30 de septiembre de
192224. El extraordinario y sistemático trabajo de registro y calco de estos petroglifos -más
meritorio si tenemos en cuenta las difíciles condiciones de acceso y comunicación que
primaban en ese entonces- fue aprovechado por autores posteriores, en particular por
Luís E. Valcárcel y Luís A. Pardo. Bües envió su informe a Valcárcel, que los publicaría
(con la sola mención de “Datos del Sr. C. Bües”) bajo el título de “Petroglifos en la
Convención”, el mismo que, junto al trabajo “Arquitectura de Tanpu”, forma parte del
artículo “Estudios arqueológicos”, aparecido en la Revista Universitaria de la UNSAAC Nº
51 de 1926. Allí no se incorporaron los dibujos; Valcárcel25 anota que los mismos “fueron
entregaron a la Subsección de Arqueología del III Congreso Científico Panamericano que
se reunió en Lima del 30 de Diciembre de 1924 al 6 de Enero de 1925”. El de Bües de
1922 en Ocobamba, el del sacerdote Martín Pío Aza de 1921 en Chaco, y el del también
misionero dominico Vicente de Cenitagoya de 1921 en Pusharo, fueron los primeros
registros rupestres efectuados en la región subandina suroriental del Perú.

En 1942, bajo autoría de Bües, se publica el artículo “Contribución a la


petropictografía precolombina del sur del Perú” en el Nº 11 de la Revista del Museo e
Instituto Arqueológico del Cuzco, y que incluye el itinerario de sus expediciones pero no la
descripción de los petroglifos que descubrió, dando, en cambio, indicaciones sobre cómo
hizo los calcos y un croquis de ubicación. En la misma revista está el artículo “Los

21 M. Cueto, (2000) El regreso de las epidemias: Salud y sociedad en el Peru del siglo XX (Lima:
IEP, 2014), 156.
22 C. Bustíos, La malaria y el dengue en la historia de la salud pública peruana: 1821-2011. (Lima:

Universidad Nacional Mayor de san Marcos, 2014), 50.


23 I. Bowman, Los Andes del sur del Perú (Lima: Editorial Universo, 1980), 118.
24 En R. Hostnig, Arte Rupestre del Perú. Inventario nacional (Lima: CONCYTEC, 2003), 118.
25 L. E. Valcárcel, “Estudios arqueológicos”, Revista Universitaria. Órgano de la Universidad del

Cuzco num 51 (1926): 14.

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petroglifos de La Convención”, firmado por el arqueólogo cusqueño Luis A. Pardo, el


mismo que más adelante aparece también como un capítulo de su libro “Historia y
arqueología del Cuzco”, publicado en 1957. Pardo reconoce el aporte de Bües y a las
descripciones de éste agrega una serie de comentarios e interpretaciones no siempre
afortunados. En estos trabajos suscritos por Pardo26 aparecen los conocidos dibujos de
Bües. Dado que en todas las láminas de Pardo aparece una rúbrica “Olazo 42” u “Olazo
43”, tal vez los originales fueron retocados o redibujados por el conocido pintor cusqueño
Francisco Olazo Olivera (1904-1948).

No se sabe con certeza cuál es el texto original escrito por Bües. Es evidente que
el artículo de Valcárcel contiene muchas adiciones alusivas a otros sitios rupestres del
Cusco, del Perú, incluyendo referencias incluso europeas. Lo mismo ocurre con el de
Pardo, con el agravante de que, como ya indicamos, éste autor agrega una serie de
conjeturas que, en algunos casos, lindan con la pura fantasía, algo frecuente entre los
arqueólogos locales de esos tiempos.

Por el contrario, en su texto de 1943 Bües demuestra una serie de virtudes ético-
científicas y una gran honestidad intelectual: confiesa no contar con la bibliografía ni los
conocimientos suficientes como para adentrarse en teorías explicativas sobre el origen y
función de los petroglifos, da a conocer su método de calco con precisiones para no dañar
los grabados, emite acertadas interpretaciones geológicas y arriba a conclusiones muy
destacables, como la de remarcar que todos los petroglifos de La Convención se sitúan
sobre la margen derecha de río Urubamba, que en los petroglifos no hay
representaciones antropomorfas, ni de actividades humanas ni de peces ni de plantas,
tampoco escenas de caza; que algunos petrograbados “parecen ser más bien ‘maquetas’
de campos de riego y de construcciones”, que los ejemplares rupestres subandinos no
tienen conexión con el monolito de Sayhuite, como se planteaba en la controversia que
enfrentaba en ese entonces a un tal sr. Gutiérrez con el dr. H. U. Doering; y acierta al
decir que “como cambia la fauna de la región cambian los dibujos siendo las diversas
especies de ciervos un ejemplo”, etc. Escribe Bües27: “Remitiendo uno u otro de mis
bosquejos de petroglifos a arqueólogos se me ha contestado que debo escribir más sobre
ellos. No soy arqueólogo para entrar en especulaciones o teorías”. Consideramos que el
texto publicado por el profesor Nicanor Cruz Ccorimanya28 -autor de una biografía y
compilación de los trabajos de Bües- podría ser el original, dado que se condice con el
estilo objetivo y conciso que caracteriza a los trabajos del investigador alemán. Lo extraño
es que tanto Valcárcel como Pardo no hayan especificado qué parte del texto es de Bües
y cuáles sus añadiduras.

Un texto del sacerdote Cenitagoya reproducido por Alonso29 hace pensar que tanto
Bües como otros estudiosos dominicos escribieron varios otros informes que se habrían
perdido: "Todos estos escritos comenzaron a imprimirse por orden del Ministerio de
Relaciones Exteriores, pero como la impresión costara unos 200.000 soles, desalentase

26 L. A. Pardo, Historia y arqueología del Cuzco. Tomo II (Callao: Imprenta Colegio Militar Leoncio
Prado, 1957), 607-628.
27 C. Bües, “Contribución a la petropictografía precolombina del sur del Perú”, Revista del Instituto

Arqueológico num 10-11 (1942): 34.


28 N. Cruz, Christian Bües. Vida y obras (Lima: Centro cultural Martín Pío Aza, 2009), 61-68.
29 R. Alonso, Rafael (ed.), La Vida del pueblo Matsiguenga. Aporte etnográfico de los misioneros

dominicos al estudio de la cultura Matsiguenga (1923-1978) (Lima: Centro Cultural José Pío Aza,
Misioneros Dominicos, 2006), 127.

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el Ministerio y únicamente se publicó un primer tomo, y se ignora dónde hayan ido a parar
los originales”.

Tarco30 señala haber realizado un inventario de petroglifos en varios sectores de


La Convención y Calca entre 2006 y 2007; aunque habla de “los petroglifos mostrados en
los planos y listas adjuntas a este artículo”, la versión publicada en el boletín de la APAR
sólo presenta fotografías de las dos insculturas de Lechepata.

Existen algunos otros estudios de los petroglifos de La Convención; el más


destacable es el realizado entre 1996 y 2000 por Gamonal y Pineda en parte de los
distritos de Quillabamba-Santa Ana y Echarati, a lo largo de un tramo del río Urubamba;
estos autores llegaron a estudiar 23 sitios con un total de 49 rocas grabadas, varias de
ellas no registradas previamente, consignando además los antecedentes de registros más
antiguos realizados por misioneros dominicos: “Pío Aza, en Buena Vista (registrado el
12/7/1924), Quebrada Honda (17/11/1928) y Chaco (23/12/1921); Cenitagoya en Pangoa-
Piedra Pintada (1928); y Silverio Fernández en Shihuaniro-Timpia (4/4/1970)”31.

Estos hallazgos antiguos fueron compilados por el también sacerdote dominico


Joaquín Barriales en sus artículos “Petroglifos y restos de una cultura en río Shihuaniro”
(1970) y “Petroglifos en la cuenca del Alto y Bajo Urubamba” (1982). El sacerdote Juan
Carlos Polentini dio cuenta de algunas estaciones rupestres de los valles de Yanatili y
Yavero que identificó o visitó en los años 70 del siglo XX.

4. Los petroglifos de Ocobamba

De todos los petrograbados registrados por Bües en La Convención, 15


corresponden a un tramo del valle de Ocobamba32 (Figura 3), en un sector que se
extiende a lo largo de unos 15 kilómetros entre Utuma y Pintobamba, alrededor del codo
que forma el río a la altura de la capital distrital.

En la primera etapa de este estudio analizamos seis, tres de los cuales no


aparecen en el registro de Bües, con lo que, hasta la fecha, se tendrían 18 petroglifos
identificados en este valle. Por la información de los pobladores, es seguro que hay
muchos más, dispersos en chacras, bosques y matorrales del piso y laderas del valle.

30 R. Tarco, “Los petroglifos de La Convención entre la Verónica y el pongo de Mainique (valles del
río Vilcanota y Ocobamba)”, Boletín APAR Vol: 2, num 5 (2010): 85, 88.
31 H. Gamonal y A. Pineda, Arte rupestre en… 257.
32 Bües habla de doce petroglifos, pero en su registro gráfico hay quince; los tres restantes parecen

corresponden a fragmentos separados de otros más grandes.

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Figura 3
Los quince petroglifos registrados por Christian Bües en el valle de Ocobamba
(Dibujos individuales tomados de Pardo, 1957)

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4.1. Lechepata (Pintobamba Alto)

Hay en este sector dos grandes petroglifos, situados el primero a la vera de una
trocha que va a la quebrada vecina y, el segundo, en una chacra. Se tiene noticia de un
tercero que fue al removido, roto y enterrado intencionalmente por un tractorista hacia el
2012, con la esperanza de hallar un “tapado” o tesoro. Este habría sido uno de los dos
ejemplares “análogos” al petroglifo de andenerías que Bües menciona como existentes en
las cercanías.

El primer petroglifo puede denominarse el “de las andenerías”; fue registrado por
Bües33, quien, con el topónimo de Limonniyoc, lo describe así: “2 por 3 ms. Series de
escalones cada uno de una a una y media pulgadas. Divisiones de 4, 6 y 8 pulgadas. Está
aún medio enterrado. Hay dos más análogos a éste en un radio de 100 metros”. “Parece
que se hubiera tratado de representar sembrados y andenes”34. Lo constituyen por lo
menos diez series paralelas de grabados en escalera separados por cesuras
aproximadamente verticales.

El bloque ha sufrido la pérdida de un pedazo que hizo desparecer una pequeña


parte de las hileras tercera a octava. Al parecer habían más hileras de “andenes” a la
derecha (en el dibujo de Bües hay cuatro cesuras más sin escalones). Es muy probable
que en ellos también hubiese terracitas que desaparecieron por intemperismo; quedan
vestigios muy tenues de ellas en algunos puntos (Figura 4).

Al pie de esta faceta de la roca hay por lo menos otras dos series de escalones
pero en disposición casi perpendicular a las anteriores. Esta parte del bloque rocoso, al
igual que la posterior, estuvo enterrada, como ya lo indicaba Bües y lo ratifica la pátina
blanquecina (característica de cobertura terrosa húmeda), muy diferente del color pardo
gris de la parte expuesta.

También soterrada (o, más probablemente, cubierta por vegetación densa; con
ligeras diferencias, la pátina es del mismo tipo en ambas caras) estuvo la cara posterior,
que presenta la misma configuración de “andenes” con cesuras, pero más erosionados,
resultando menos evidentes que los de la cara principal.

En la parte céntrica de la faceta lateral se notan los restos de un grabado


aproximadamente zigzagueante y, debajo, los de una espiral gruesa. Ambas figuras están
interrumpidas por la pérdida de lajas. La cara lateral opuesta permanece oculta por tierra
y vegetación.

33 N. Cruz, Christian Bües. Vida… 64.


34 L. A. Pardo, Historia y arqueología… 610.

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Figura 4
Petroglifo de “andenerías” en Lechepata (Pintobamba Alto):
cara principal registrada por Bües y caras lateral y posterior también grabadas

El segundo petroglifo (de aproximadamente 2,5 x 2 metros y en medio de una


chacra) es más complejo y puede ser llamado el “de las espirales” (Figura 5). Son
identificables 8 de estas figuras en la cara principal de la roca: 5 dextrógiras y 3 levógiras.
No todas ellas son de trazo continuo, siendo, a veces, un agregado de secciones de arco
o de canaletas encajadas en disposición espiral. La mayoría se prolonga en surcos más o
menos ondulantes de composición intrincada.

El dibujo de Bües muestra además dos surcos serpenteantes en la parte inferior;


de ellos, en la actualidad, el más corto es poco visible por su cubierta de líquenes; el
segundo, más largo, sufre el mismo problema, además de estar más intemperizado. Atrás
y en uno de los costados se tienen “andenerías” similares en concepción a las del otro
petroglifo de Lechepata; las de atrás aparecen dispuestas en por lo menos 5 hileras (a
ambos costados hubo más, en un lado hoy erosionadas y, en el otro, truncas por pérdida
de un pedazo de la roca). Esta cara no fue registrada por Bües, seguramente porque en
ese entonces estaba cubierta, como lo prueba la diferencia de pátina entre ambas
superficies.

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Figura 5
Petroglifo de las espirales de Lechepata (Pintobamba Alto), dibujo de Bües mostrando la
cara principal, “andenes” de la parte posterior y canaletas serpenteantes
en el lomo de la roca

En el “lomo” del bloque rocoso hay una larga canaleta serpenteante que, en su
extremo izquierdo se bifurca, primero hacia una voluta (que configuraría una novena
espiral incipiente) y luego hacia dos proyecciones anulares, una de las cuales parece
conectarse con los “andenes” del envés (Figura 6).

Pardo35 al describirlo va por otros horizontes: “Obsérvese que el motivo ornamental


son las curvas. Las espirales, ambas combinadas, dan por resultado unas figuras que se
asemejan al pato; se observan los contornos de las alas de aquel animal”. La zona, por su
densa vegetación y la falta de estanques, no es propicia para albergar ánades.

35
L. A. Pardo, Historia y arqueología… 624.

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Figura 6
Las 8 espirales de la cara principal del petrograbado de Lechepata

4.2. Pintobamba

No aparece en las descripciones de Bües y Pardo. Situado en medio de una


plantación, este petroglifo es bastante peculiar por contener grabados de dos tipos:
zoomorfos en la parte inferior y una serie de cubetas enmarcadas rectangulares en la
superior, además de una composición escalonada a un costado (Figura 7).

Los zoomorfos son bastante toscos en su factura y resulta difícil determinar a qué
tipo de animales representan, aunque más parecen ciervos; por la cola enhiesta y corta se
descarta que sean zorros. El central es el más grande y mejor definido, conformado por
una línea cóncava que hace de cuerpo, cuello y cola, más cinco rayas a modo de
extremidades, una de ellas ligeramente separada del cuerpo. Detrás hay una figura
vagamente antropomorfa pero que en realidad forma parte de lo que sería un esbozo de
espiral con una sección de trazo muy grueso y poco profundo. El segundo animal, a la
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izquierda, tiene un cuello más largo, cabeza no protuberante y orejas desmesuradas;


presenta los cuartos traseros bien definidos, mientras que los delanteros son menos
perceptibles y parecen algo separados del tronco. En la parte inferior derecha del bloque
se ve una figura que, al parecer, mostraría un tercer animal incompleto, acéfalo y de
cuello grueso, con dos extremidades, delante del cual hay tres surcos cortos y gruesos;
éstos, más lo que sería una espiral que aparece debajo del animal dominante, ponen en
duda la calidad zoomorfa de este ejemplar. A la derecha y abajo hay surcos bastamente
pergeñados o que han sufrido erosión y en los cuales no llega a percibirse composición
definida alguna. Debido a que la mencionada espiral y otras líneas quedan cortadas en el
reborde de lo que sería el segundo escalón, es obvio que la roca fue partida en al menos
tres fragmentos; los faltantes permanecen inubicables.

Lo más llamativo de este espécimen son las cubetas cuadrilongas de vértices


redondeados que se ubican en la parte superior. Son 7 las más grandes, dispuestas en 3
hileras, de un tipo enmarcado bastante raro; encima de la última hilera hay una cavidad
inconclusa, irregular, que debió de convertirse en la octava cubeta de este grupo. Hay
otras 3 menores situadas en la protuberancia lateral, cuyos marcos están muy
erosionados. Al pie de éstas, en una placa saliente, se tiene una configuración
escalonada; a primera vista parecen andenes pero en detalle se nota que también son
cubetas más rústicas y pequeñas dispuestas en escalera.

Figura 7
Petroglifo de Pintobamba con detalle de las cubetas enmarcadas y de los zoomorfos

4.3. Calaverayoq

Este gran bloque está cerca de la casa del propietario de una plantación de
plátanos (Figura 8). Son distinguibles hasta 4 paneles de configuraciones más o menos
diferenciadas. El principal y más grande se caracteriza por unos pocos surcos muy

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gruesos de traza groseramente ondulada e irregular. Hay también cazoletas de diferentes


tamaños, la gran mayoría sin conexión a los canales. No se vislumbra en este panel
ninguna composición precisa.

El segundo panel, a la derecha, muestra una composición intrincada, laberíntica,


de canaletas serpenteantes y unas cuantas tacitas poco definidas. Uno de los surcos
forma una figura cerrada de contorno irregular en cuya parte central dos anfractuosidades
naturales parecen ojos; de esto proviene el topónimo del lugar, pues el conjunto recuerda
en algo a una calavera.

El tercero, al costado sur, presenta segmentos de rayas y relieves dispersos sin


mayor intención figurativa. Sólo en la parte inferior se tienen trazos algo más trabajados:
tramos de surcos ondulados, escaleras muy elementales, círculos o figuras irregulares
enmarcadas o anulares, uno de ellos semejante a anteojos. En uno de los rincones
quedan los restos de lo que pudo ser una figura radiante cuya parte baja ha desaparecido
por fractura.

La parte posterior, de pendiente mucho más suave que la cara principal, alberga
restos de grabados diversos: cubetas, escalones, aros, una especie de triángulo. La parte
central (que indudablemente contenía más grabados) fue despojada de parte de su
cubierta grabada por martilleo; por la pátina se deduce que el ataque no es muy antiguo y
que se enfocó en determinados sectores.

La constitución de la roca (con diaclasas diagonales que separan bloques a


manera de lajas) facilitó el desgajamiento intencional de dicha capa esculpida.

El cuarto panel, al costado norte, presenta una cubeta similar a las de Pintobamba;
parece que había más, pero fueron desprendidas a golpes. En la parte alta hay
configuraciones anulares de surco grueso, una de forma oblonga y otra aproximadamente
acorazonada; hay además una tacita integrada a una espiral discontinua.

El petroglifo, aparte de los atentados que hicieron desaparecer lascas con


grabados en por lo menos dos de sus cuatro paneles, ha perdido un gran pedazo en su
extremo izquierdo; como en otros casos, el bloque fue palanqueado aprovechando las
juntas naturales de la roca; el pedazo faltante no ha podido ser ubicado.

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Figura 8
Petroglifo de Calaverayoq con sus cuatro paneles diferenciados de grabados abstractos

4.4. Balconpata-Vaquería

Es el mayor y más complejo de los petrograbados aquí analizados, con muchas


figuras y una gran variedad iconográfica (Figura 9). Se sitúa en la finca del sr. Cirilo
Zúñiga Cárdenas. Bües da las dimensiones de 4 x 2.6 m. Como ocurre con la mayoría de
bloques grabados del valle afectados por el huaqueo (búsqueda de tesoros
precolombinos), este ha sido seccionado, aprovechando las diaclasas naturales de la
roca. Es indiscutible que el bloque fue roto en sus cuatro lados; los fragmentos de arriba,
de la izquierda y de abajo no han sido encontrados y deben de permanecer enterrados en
las cercanías; en cambio, los dos de la derecha están cerca y visibles; uno de ellas, el del
vértice superior, aparece aún integrada al bloque principal en el dibujo de Bües de 1922;
por tanto, el atentado fue posterior.

De manera indicativa, siguiendo a Bües, se nota que hay hasta cinco espacios o
franjas de iconografía más o menos diferenciada, definidas por la configuración natural de
la roca dividida por diaclasas o discontinuidades.

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Figura 9
Vista general del petroglifo de Balconpata-Vaquería. A la derecha, abajo, el pedazo
que originalmente se ubicaba en el ángulo superior derecho del bloque rocoso,
como lo demuestra el dibujo de Bües

En la primera, y mayor (F1) -gran parte en el fragmento que fue separado por
palanqueo- se distinguen a su vez dos secciones. Hay allí varios animales muy
esquemáticos; se ven al menos dos zorros (identificados por sus largas colas curveadas
hacia abajo) en el ángulo superior izquierdo, cuatro cérvidos (muy probablemente
venados rojos, de orejas grandes, cuyos machos tienen sólo dos cuernos rectos, finos y
muy cortos, sin ramificaciones). Hay otros cinco animales de cuerpos similares que, por
estar desprovistos de cola y cabeza, no pueden ser clasificados ni como zorros ni como
venados. Las figuras que más llaman la atención en esta parte corresponden a monos36,
cuyos cuerpos son muy esquemáticos (trazados con apenas cinco líneas), pero con unas
larguísimas colas verticales, sobre todo el de la izquierda, cuya longitud es unas ocho
veces el alto del cuerpo y que termina en una voluta sinistrógira. El segundo simio tiene
un cuerpo ligeramente más grande pero con cola más corta (dos veces el alto del cuerpo)
rematada por una espiral también sinistrógira de voluta externa cuadrangular e interna
curveada. Casi al borde del bloque hay una tercera figura, mucho más simple, que
también podría ser un mono, pero con solo dos patas y, a diferencia de los dos anteriores,
con una cola ondulada.

36 Aunque el mismo Bües desliza la posibilidad de que se trate de coatíes, por el momento
preferimos la opción de los primates, debido sobre todo a la voluta que remata sus colas

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Cerca del borde izquierdo de este trozo hay un gancho a cuyo pie se perciben
restos muy erosionados de algún grabado que, tal vez, pudo ser el cuerpo de otro
primate. A su costado hay una serie de surcos que no aparecen en el dibujo de Bües y
que podrían corresponder a más animales. Hay dos grabados (Figura 10) que a primera
vista parecen camélidos37; resalta a la izquierda uno de surco muy grueso y profundo (el
más ancho de todo el conjunto) pero cuyo probable cuello se proyecta casi como una
cabeza de ave; a la derecha; por la pátina, el tipo de incisión y el estilo iconográfico (por
completo ajeno al resto del conjunto), resulta obvio que se trata de un grabado muy
posterior a los demás. En el bloque separado hay otro relativamente similar pero de líneas
más onduladas. A pesar de su apariencia zoomorfa, consideramos que se trata más bien
de figuraciones geométricas abstractas, retrabajadas con posterioridad. Encima y debajo,
con líneas mucho más someras, se observan otros dos rectángulos (que tampoco están
en el gráfico de Bües) y líneas subyacentes casi ortogonales que semejan soportes
¿Constituían estos tres elementos una composición específica? Es difícil saberlo, más
teniendo en cuenta la diferencia de magnitud de las líneas que denunciaría, en cambio, un
diacronismo en su ejecución.

Figura 10
Dos grabados aparentemente de camélidos pero que, en realidad, serían figuras
abstractas y/o geométricas, la primera retrabajada muy posteriormente

La segunda franja (F2) puede calificarse como la de los monos (Figura 11): se
cuentan hasta 7 ejemplares relativamente bien definidos y con colas de distintas
longitudes, 6 rematadas por volutas dextrógiras y una levógira; esta última corresponde al
ejemplar más extraño, situado en la parte más baja de esta primera franja: del cuerpo con
cuatro patas y cabeza se proyecta la cola, por decir, “normal”; pero del lomo se proyectan
otros dos rabos similares; el conjunto de tres caudas da la impresión de ser una planta (se
parece mucho a las ramas jóvenes de helechos, antes de extender sus hojas). Pardo38 lo
captó así: “una planta cuyas hojas están expresadas por tres rayas que terminan en una
especie de volutas, las raíces están representadas por cuatro pequeñas rayitas”. La
descripción podría parecer lógica, pero sabido es que los vegetales normalmente no son
elementos que hayan sido representados en el arte rupestre subandino. Las dos colas
supernumerarias sólo podrían explicarse como una excentricidad del artista o porque

37 Bües, sin duda, tuvo esta percepción, dibujando el primero con una cabeza y dos orejas, las
mismas que en realidad no existen; la figura también carece de cola.
38
L. A. Pardo, Historia y arqueología… 612.

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quiso representar un grupo de monos, dos de ellos tapados por el principal, aunque
delante de éste hay una muesca indefinida que, tal vez, estaba destinada a ser el cuerpo
de la cauda situada a la derecha.

Figura 11
Representaciones de monos, el motivo principal del petroglifo de Balconpata;
el de la derecha, con aparentes colas supernumerarias

En el extremo inferior izquierdo de esta franja destaca una serpiente (se observa
inclusive la cabeza triangular); a su izquierda hay una línea parcialmente serpentiforme
que culmina en una figuración escalonada de cuyo segundo escalón se proyecta una
suerte de candelabro de tres brazos (Figura 12).

Este grabado está cortado, deduciéndose que falta un pedazo de roca en ese lado.
Otra figura que destaca es una que, por la forma y disposición de sus cuatro patas y su
cabeza, recuerda a una tortuga pero pensamos que se trata más bien de un batracio.

Es de destacar que el cuerpo ha sido apenas pergeñado y su trazo es menos


profundo que el de las extremidades, al igual que unas rayas paralelas, apenas visibles,
que se proyectan hacia abajo, hasta la diaclasa que limita esta franja.

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Figura 12
Figuras serpentiformes

La tercera franja (F3) destaca por la proliferación de zorros y venados (Figuras 13


y 14). De los 12 animales perceptibles, por la forma de la cola, 3 son zorros, asumiéndose
que los demás corresponden a cérvidos. En el extremo derecho, hay una figura que fue
señalada como una especie de gancho de línea doble, a manera de una hoz; en realidad
es una espiral levógira de configuración algo particular cuyos dos brazos se prolongan
paralelos hasta el borde inferior de la franja. En el extremo opuesto, en un espacio que se
extiende hasta la cuarta franja, se ubica otro mono de larga cola con voluta dextrógira; se
trata de una figura a todas luces inacabada: el espinazo y dos patas están groseramente
delineados; la otra cola, que parece salir de lo que sería la cabeza, se alza paralela a la
anterior y su voluta debió desaparecer con el fragmento de roca faltante; a la izquierda
hay trazas que permiten vislumbrar un esbozo de cuerpo, ratificando el carácter
inconcluso de estos grabados.

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Revisitando a Christian Bües y los petroglifos de Ocobamba, Provincia de La Convención (Cusco-Perú) pág. 57

Figura 13
Representaciones de zorros, el segundo animal más importante
del petroglifo de Balconpata

Figura 14
Cérvidos (muy probablemente representaciones de venados rojos)

La cuarta franja (F4) contiene dos rectángulos (Figura 15): uno completo, bastante
alargado, y otro trunco. Debajo del primero hay lo que podría ser un esbozo de espiral.
Cerca hay otra roca con tres figuras geométricas: arriba, una trapezoidal muy alongada;
abajo, un rectángulo completo y de menor tamaño y, a su lado, otro cortado.
Consideramos que estos rectángulos corresponden a la continuación de la roca grabada
principal, específicamente de las franjas tercera y cuarta, lo cual confirma que el bloque
primigenio fue partido en dos mucho antes de la visita de Bües, sufriendo una tercera
partición ulteriormente. Ambos bloques presentan además en estas franjas una serie de
muescas que permiten barruntar, una vez más, una tarea inconclusa, es decir que hubo
abandono del trabajo de grabado en algún momento y por razones desconocidas.

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Revisitando a Christian Bües y los petroglifos de Ocobamba, Provincia de La Convención (Cusco-Perú) pág. 58

Figura 15
Motivos geométricos de la parte inferior y de uno de los fragmentos separados
del bloque principal

La quinta y última franja (F5, que ha perdido varias lascas o fragmentos de la parte
central, mientras que la sección izquierda se mantiene semienterrada), además de dos
líneas curveadas paralelas y rayas rectas someramente esbozadas, cuenta sólo con una
figura muy bien definida, que podría ser el único antropomorfo del conjunto, aunque, por
la longitud y postura de sus extremidades -todas dobladas en ángulo recto-, pensamos
que más bien se trata de un batracio; esto último es reforzado por la ausencia de una
cabeza prominente y por el hecho evidente de que, aparte las figuras geométricas, todas
corresponden a zoomorfos, lo cual hace pensar que se omitió a propósito lo antropomorfo,
como ya lo había remarcado Bües (Figura 16). Una figura muy similar, junto a llamas o
ciervos, fue registrada por Polentini39 en la que llama “la piedra de Cochachayo, al pie del
cerro Tambokasa”, en un paraje de la cuenca de Lacco-Yavero.

39 J. C. Polentini, Por las Rutas del Paititi (Lima: Editorial Salesiana, 1979), 78.

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Figura 16
Figuras aparentemente antropomorfas pero que en realidad
representarían a anuros

Por las diferencias iconográficas y de tipo de incisión, así como por el ancho y
profundidad de las canaletas, e inclusive por la pátina, resulta evidente que los grabados
son diacrónicos, es decir, de diferentes épocas.

4.5. Pirhua

Se trata de un monolito (que, en cierto modo, podría calificarse como menhir)


encontrado durante la realización de una obra pública; ahora se halla en un jardín del
colegio Pachacutec, en el poblado de Pirhua, muy cerca de Quelcaybamba.

Tiene una forma aproximadamente troncocónica de algo más de 60 cm. de alto y


cuatro caras más o menos definidas de las cuales dos presentan grabados (Figura 17). La
principal muestra una figuración abstracta de surco muy grueso; la segunda plantea
dudas tanto sobre su antigüedad como por su figura; a primera vista parece un
antropomorfo estilizado o, como en Balconpata, otro anuro con las piernas abiertas y los
brazos extendidos y flexionados hacia arriba, el todo rodeado por una suerte de marco
irregular. Sin embargo, en foto nocturna con flash, se percibe más bien una cruz con base
triangular que ha sufrido remarcado, habiéndosele agregado potenzas en los extremos de
los brazos.

La existencia de un ahora apenas visible círculo en medio del triángulo, hace


pensar en la posibilidad de que tal vez una figura antigua fue reformada y remarcada para
obtener una cruz, aprovechando una eventual similitud entre las figuras antigua y
posterior.

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Figura 17
El monolito con grabados abstractos; en la foto inferior derecha se percibe el regrabado
de una figura anterior posiblemente antropomorfa para convertirla en una cruz potenzada

De otro lado, resulta claro que este petrograbado formaba parte de otro mayor que
fue partido, como lo demuestran los planos de rotura que aparecen muy claros en la base,
así como los trazos interrumpidos en el borde de la cara principal. El trozo aquí faltante se
ha perdido. Un profesor del colegio nos indicó que al abrir la carretera principal vio
pedazos de petroglifos que no pudieron ser recuperados.

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5. Acerca de las posibles filiaciones

Casi nada puede decirse sobre la filiación de los petroglifos; ni siquiera si


corresponden a un solo período, pues, como el de Balconpata, es obvio que contienen
grabados de diferentes épocas. Las opciones son muy amplias y resultará muy difícil
determinar alguna vez la real filiación de estas insculturas.

En principio podría pensarse que los petroglifos de Ocobamba fueron obra de los
antepasados de las etnias que, aunque ya ausentes de este valle, aún viven en otros más
menos valles cercanos; pero, al tratarse de expresiones rupestres muy antiguas
(preinkas) está posibilidad se ve diluida (aunque no del todo descartada) tomando en
cuenta las guerras interétnicas y los desplazamientos demográficos ocurridos en los
últimos milenios. Mientras no haya estudios arqueológicos, muy poco puede avanzarse al
respecto. Para ver hasta qué punto es compleja la tarea de determinar a los autores de
los petroglifos, basta echar una mirada al devenir de los grupos étnicos que viven o
vivieron en esta región durante los últimos siglos.

Ocobamba está considerado dentro del ámbito Arawak, representada aquí sobre
todo por los matsigüenkas (o matsiguenkas, antes llamados machiguengas) y, en menor
medida, por los piros o chontaquiros. Es bastante probable que hayan convivido con las
pocas haciendas que existían hasta mediados del siglo XX, cuando comenzó la gran ola
inmigratoria desde las regiones altoandinas. Probablemente los matsigüenkas
ocobambinos (de haber sido ellos los pobladores originarios) hayan migrado hacia
asentamientos situados en lugares más alejados o se hayan mezclado con los colonos.
Lo cierto es que en la actualidad ya no queda en este valle ningún grupo de dicha etnia,
como lo corrobora Ugarte40 al elaborar un cuadro sobre la composición étnica del Alto
Urubamba, donde ninguna comunidad nativa es consignada en el ámbito de la cuenca del
Yanatile-Ocobamba.

La presencia humana en el ámbito amazónico se remonta a por lo menos 4000


años. Curtenius41 plantea que entre 1000 aC y 1000 dC se dieron importantes cambios en
la talla, organización y funciones de varias sociedades indígenas amazónicas, llegando a
establecerse cacicazgos complejos. Tras la Conquista, o antes, se habría dado una
disrupción cultural que alteró la continuidad y la conciencia de identidad de muchos
pueblos; esto explicaría una particularidad de buena parte de la mitología y la cerámica
amazónica: un horizonte temporal no muy lejano en sus leyendas de origen y una
iconografía de tiempos históricos poco o nada emparentada con la de la etapa
precolombina. Queda pues claro, como también lo demuestran las excavaciones
arqueológicas realizadas en el Ucayali, que no hubo una continuidad cultural en la región
altoamazónica y que, como lo propone Lathrap, hubo una serie de desplazamientos
demográficos que implicaron conquistas y expulsiones. El mayor florecimiento cultural de
la ceja de selva se habría dado en los diez primeros siglos de nuestra era, hasta
aproximadamente el año 100042, tiempos en que los Cumancaya dominaron el Ucayali
central y territorios aledaños43.

40 A. Ugarte, “Las etnias amazónicas del departamento del Cusco”, Lex, Revista de la Facultad de
Derecho y Ciencias Políticas-UAP Vol: 11 num 11 (2013): 366.
41 A. Curtenius Roosevelt, “The Rise and Fall of Amazon Chiefdoms”, L'Homme tome 33, num 126

(1993): 259.
42 En PROMANU, El Manu a través de la historia (Lima: Proyecto Pro-Manu, 2003), 50.
43 D. Lathrap, The Upper Amazon (Southampton: Thames and Hudson, 1970), 136.

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Las excavaciones de Donald Lathrap en Yarinacocha, Ucayali (al norte de La


Convención), le permitieron “establecer una secuencia cultural que se iniciaba en 2000
ante Cristo y se remontaba hasta 1300 de nuestra era” (en Hostnig, 2008: 80). Lathrap44
caracteriza en esa zona de Ucayali una serie de culturas amazónicas antiguas, que se
inicia con las dos fases de los Tutishcainyo, la primera de las cuales se desarrolló entre
2000 y 1600 a.C., más o menos coetánea con Kotosh, cultura con la cual este autor
encuentra algunas similitudes.

La cuenca del Urubamba (incluyendo la de Yanatili-Ocobamba) está incorporada


en la franja de florecimiento del Formativo Tardío definida por Shady45. Para la zona de
Camisea, Salcedo y Molina46 encontraron cerámica “con técnicas y diseños similares al
Formativo del valle del Cusco, sobre todo Marcavalle A de Mohr-Chávez […], existiendo
algunas similitudes con Chanapata Clásico y Derivado” además de “evidencias aisladas
de superficie, que parecen corresponder a culturas nativas que habitaron la zona en
épocas tardías”. Estos autores plantean la existencia de lo que llaman cultura Echarate,
que sería anterior a la cultura Marcavalle, considerada, ésta última, como la más antigua
de la zona del valle del Cusco y alrededores, perteneciente al Período Inicial y que se
remonta a por lo menos 1100 a.C. Al no haberse hecho más investigaciones sobre esta
cultura fuera del ámbito de su descubrimiento, no sabemos si su área de influencia abarcó
hasta Ocobamba.

Los mismos autores señalan: “Nadie duda que las poblaciones nativas hayan
tenido un largo desarrollo temporal en el ámbito de la selva baja, como culturas de varzea,
pero su arribo a la selva alta parece ser bastante reciente. Aunque Mohr-Chávez sugirió la
migración de grupos del altiplano hacia el valle del Cusco, nos inclinamos más por seguir
la propuesta de Lathrap […], quien planteó que, debido a la explosión demográfica
causada por el uso de la agricultura de raíces hacia los 5000 años BP (3800 años Cal.
BC), ocurrió una primera oleada migratoria (Proto-Arawak) a través de los ríos Alto
Ucayali y Madre de Dios, con ayuda de canoas, comenzando hacia los 4000 años BP (ca.
2800 años Cal. BC) […] seguida por una segunda oleada migratoria (Arawak), hacia los
1500 años BP (ca. 500 años Cal. AD; en realidad, los fechados calibrados indican 300
años Cal. AD) […] Asimismo, las poblaciones actuales parecen derivar de una tercera
oleada migratoria (Pano)”. Algo similar fue propuesto para la zona de Camisea por Medina
et al.47 (2004: 27). En todo caso, como hasta hoy, debieron de ser pequeñas aldeas
dispersas, con amplias espacios despoblados.

A partir de información de Meggers y Evans, Myers48 plantea para los pueblos


tropicales una clasificación en tres niveles de cultura; el área de La Convención estaría en
la categoría de áreas marginales, con agricultura mótil a ausente, baja concentración
demográfica, control político difuso y uso extensivo de recursos silvestres. En el
piedemonte subandino los asentamientos habrían sido incluso menores, por tratarse en lo
esencial de cazadores-recolectores que desarrollaron una mínima actividad agrícola,

44 D. Lathrap, The Upper Amazon… 89.


45 R. Shady, “Sociedades formativas del nororiente peruano” (1993), en Prehistoria sudamericana.
Nuevas perspectivas, ed. B. Meggers (Washington: Taraxacum, 1993), 353.
46 L. Salcedo C. y N. Molina, “La ocupación temprana en La Convención, selva alta de Cusco”,

Investigaciones sociales Vol: 16 num 28 (2012): 174-175.


47 L. Medina, R. Marín, V. Chamorro, “Investigaciones Arqueológicas en la Zona del Bajo

Urubamba”, Estudios Amazónicos num 1 (2004): 27.


48 T. Myers, “Hacia la reconstrucción de los patrones comunales de asentamiento durante la

prehistoria de la cuenca amazónica”, Amazonía peruana Vol: IV num 7 (1981): 35.

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debido, en buena medida, a la alta susceptibilidad de los suelos a la erosión y a la


devastadora acción de las hormigas y otras plagas y enfermedades que obstaculizaban
un mayor desarrollo agropecuario; de otro lado, la relativa abundancia de caza y pesca y
la feracidad de los terrenos aseguraban un sustento variado y de fácil acceso. Todos
estos factores y la iconografía zoomorfa sustentan, de algún modo, la alternativa de que
los petroglifos fueron obra de estos cazadores y no de sociedades agrícolas, con lo cual
también se descarta en gran parte su eventual uso votivo para ritos hídricos. A esto se
suma la constatación de Denevan49 en el sentido de que “las tribus peruanas de bosque
alto son seminómades que viven en pequeños asentamientos familiares cazando y
recolectando la mayor parte del tiempo”.

Ya vimos que la presencia inka en estos territorios fue bastante restringida. Esto
descartaría una asignación de los petroglifos al horizonte Tardío, como también lo
confirma la iconografía, cuyos motivos son ajenos a las culturas tardías de las zonas
altas. Esto parece algo común a los sitios rupestres subandinos, pues para casos como
Boca Chaquimayo y Pusharo, diversos autores como Hostnig, Aza, Deyermenjian
consideran que se trata de petrograbados de algún pueblo amazónico de la época
preinka50.

Pero ¿cuál pudo ser ese pueblo originario que ocupó estos territorios y esculpió
estos grabados? ¿Antepasados de los matsigüenkas ─que hasta hace unas décadas
tuvieron presencia por allí─ u otros pueblos hoy extinguidos o desplazados? Las fuentes
etnohistóricas y documentos posteriores mencionan a diferentes grupos humanos.

Una propuesta de distribución de dominios étnicos para el siglo XVI51 incluye la


cuenca de Ocobamba dentro del área genérica de lo que llaman “grupos anti”, teniendo a
los chuncho, al este; a los chipona, al noreste; a los manarí, al norte y oeste; a los
pilcozones, al noroeste. La categoría de “anti” resulta difusa y, según la fuente, puede
entenderse como una denominación genérica (lo más probable) de los habitantes de la
vertiente subandina o ceja de selva o selva alta, o como algún grupo específico. Esto no
implica, sin embargo, que estas ocupaciones daten de muchos siglos antes, tomando en
cuenta que los estudios arqueológicos de la alta Amazonía prueban que hubo varias
oleadas migratorias a lo largo del tiempo.

Hacia 1790, Oricaín52 señalaba que a orillas del Yanatile y de los valles vecinos
situados aguas abajo del río Urubamba o Santa Ana habitaban los “Chunchos
Huarocaguas, son idólatras y con idioma distinto al general, usan manta, son muy
inclinados al comercio, nos tratan de amigos” y que comenzaron a ser evangelizados en
1744 por los franciscanos. Un poco más adelante, Oricaín apunta que “por las partes de
Yanatile, habitan los indios Tiles y Leques, también de camisetas, como los anteriores son
idólatras y tienen el idioma dialecto del general, solo tal cual se dedica al comercio,
cultivan sus campos y tienen sus poblaciones con algún orden, son inquietos […] no dejan
de hostilizar a los labradores, pues en años pasados asolaron los caseríos y sementeras
[…]”. Otros testimonios coloniales aluden a los Chontaquiros y Chunchos como habitantes

49 W. Denevan, “La población aborigen de la Amazonía en 1492”, Estudios amazónicos Vol: III num
5 (1980): 19.
50 En R. Hostnig y R. Carreño, “Los petroglifos de Pusharo, Madre de Dios, Perú: consideraciones

arqueológicas y geológicas”, Boletín de Lima num 143 (2006): 130.


51 F. M. Renard Casevitz et al., Al este de los Andes... 76.
52 P. J. de Oricaín, Compendio breve… 73-74.

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del valle de Santa Ana (Quillabamba), lo cual pudo extenderse hasta la cuenca baja de
Yanatili-Ocobamba.

En su largo viaje fluvial de Cusco a Belén do Pará realizado en 1843, al pasar por
el tramo de Chahuares-Echarate-Cocabambilla, Valdez y Palacios53 habla de “tribus de
salvajes pertenecientes a los Antis y Chontaquiros” como habitantes de este tramo del río
Vilcamayo-Urubamba54. La denominación de Antis aparecía ya en el relato de la
expedición de Martín García de Loyola al valle de Santa Ana, realizada en 1572. Al
referirse a la extraña rebelión de Francisco Chichima de 1603 (extraña porque alió a
negros e indios de Vilcabamba), Baltasar de Ocampo menciona a los Pilcoçones e
Yscaiçingas. Otros documentos relacionados con la expedición conquistadora de Martín
Hurtado de Arbieto de 1582 se refieres, además de los pilcozones, a los mañaríes (o
mañeríes) y a los mamorí. Hay, como se ve, una serie de etnias con referencia cronística
pero de las cuales poco se sabe acerca de su dominio territorial y sus culturas como para
establecer líneas de relación que permitan atisbar la autoría de los petroglifos.

La información documental del período colonial no hace alusión a los


matsigüenkas; aunque Varese55 propone que los pilcozones fueron los antiguos
machiguengas, todo parece indicar que eran más bien los campas (denominación que
aparece mucho después), asumiéndose que los verdaderos antecesores de los
matsigüenkas serían los mañaríes, de quienes Ocampo56 decía que eran “yndios amigos
de nuestra Nación española, gente muy bien dispuesta y blanca, amorosos de suyo, así
hombres como mujeres”. Los mañaríes habrían sido, a su vez, una sub-tribu de los
campas, mientras que los chontaquiros son también conocidos como piros (o piras); en
este último caso, ambas denominaciones subsisten, a diferencia de matsigüenkas, cuya
denominación original de mañaríes parece haber desaparecido por completo. ¿Pero
quiénes eran los huarocaguas, tiles o leques que alude Oricaín, o los pilcoçones e
yscaiçingas mencionados por Ocampo? Al no tener más que vagas hipótesis sobre los
flujos migratorios que desembocaron en la reciente composición étnica-territorial de la alta
Amazonía, no es razonable aventurar más conjeturas al respecto, por lo que no se puede
afirmar que los autores de los grabados hayan sido ancestros directos de las etnias que
en la actualidad aún ocupan los espacios del Alto y Bajo Urubamba. Lo único que sí
parece incontrovertible es que fueron gente de diferentes etapas preinkas, casi
seguramente grupos de cazadores-recolectores aún no caracterizados, anteriores a la
etapa de colonización de estas tierras por parte de las tribus de la llanura amazónica,
hecho que Raymond57 sitúa a inicios del período Intermedio, cuando los grupos
altoandinos comenzaron a requerir más y más productos tropicales, en especial la coca.

53 J. M. Valdez y Palacios, Viaje del Cuzco a Belén en Gran Pará (por los ríos Vilcamayo, Ucayali y
Amazonas) (Lima: Biblioteca Nacional del Perú, 1971 [1844]), 98.
54 Se refiere al río Vilcanota, correspondiente al tramo superior del Urubamba, desde el cañón de

Torontoy.
55 S. Varese, La sal de los cerros (Una aproximación al mundo Campa) (Lima: Retablo de papel

ediciones, 1973):115.
56 B. de Ocampo, Descripción y sucesos históricos de la provincia de Vilcabamba”. En V. Maúrtua

(ed.), Prueba peruana presentada al Gobierno de la República Argentina. Tomo Séptimo.


(Barcelona: Imprenta de Heinrich y Comp., (1906 [1611?]), 331.
57 S. Raymond, “A view from the Tropical Forest”, en Peruvian Prehistory, ed. R. W. Keatinge

(Cambridge: Cambridge University Press), 296.

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Una leyenda recogida por Pereira58 señala que un rey o caudillo matsigüenka
llamado Chaingavane o Yabireri ─considerado como un “verdadero precursor de los
viracochas (hombres blancos y civilizados)” y que incluso trató de construir una represa
para facilitar la navegación─ tras ser derrotado y expulsado por sus adversarios, recorrió
con su gente el río Urubamba hasta Tonquini, es decir al pongo de Mainique, acampando
o estableciéndose temporalmente en varios puntos de ese trayecto, dejando en ellos
petroglifos como testimonio de su paso y permanencia. Esto podría abonar en favor de
una autoría matsigüenka, pero no se puede precisar la antigüedad de la leyenda, menos
saber si ésta se remonta a tiempos pre-inkas.

Se descarta igualmente una autoría de la aún indeterminada cultura que hizo las
construcciones circulares de Plateriayoc, sin duda una cultura de pastores. Podría tratarse
de los K’illkes, pero hasta hoy su arquitectura no ha sido definida. Subsiste mucha
discusión acerca de esta cultura cuyo foco estatal se ubicó en el valle que actualmente
ocupa la ciudad del Cusco, por cuanto sólo se conoce su cerámica y ningún otro elemento
cultural; Lumbreras59 llega inclusive a decir que los k’illke no llegaron tener una
arquitectura propia. Y sabemos que, por lo general, los pueblos pastoriles de altura
recurrían a los pictogramas más que a los grabados como expresión rupestre. De
cualquier modo, la iconografía de los petroglifos es ajena a los motivos rupestres
característicos de la puna andina.

En resumen, los petroglifos ocobambinos (y de otros valles subandinos del Cusco)


serían obra de culturas pre-inkas bastante antiguas; lo que no puede afirmarse es que
sean antecesoras de algunas de las etnias aún supervivientes o de otras extinguidas o
desplazadas del ámbito del Alto Urubamba en los últimos siglos.

6. Interpretaciones

La interpretación de estas expresiones semasiográficas da pie a muchas


especulaciones que pueden ir desde maquinaciones fantasiosas hasta propuestas de
mitogramas, éstos últimos difíciles de probar por la falta de asociación con una mitología
vigente en el valle de Ocobamba, dada la desaparición o dilución de sus pueblos
originarios por migración o mezcla. Pardo emitió una serie de conjeturas que, en muchos
casos, y como ya se indicó, resultan infundadas. Así, por ejemplo, muchas líneas
onduladas las interpreta como representaciones de cerros; otras, asociadas a cúpulas,
llegan a ser entendidas como serpientes con sus huevos.

Gamonal y Pineda60, al igual que otros autores, opinan que los petroglifos de la
llamada ceja de selva habrían tenido fines ceremoniales, en especial de culto al agua. La
posición a menudo muy inclinada de los paneles grabados iría en desmedro de tal
planteamiento, pues impide la retención de líquidos; de otro lado, al no ser sociedades
agrarias, poco sentido habrían tenido los rituales hídricos, reservados ante todo al ciclo
agrícola y para invocar lluvias, las mismas que son abundantes en esta región húmeda
(yunga pluvial). Como bien lo precisa Lathrap61 (1970: 73), la cadena montañosa que

58 F. Pereira, “Chaingavane, el Pongo de Mainiqui y los Petroglifos”, Revista del Museo Nacional,
num XIII (1944): 84-85.
59 En G. Paroy, “Killke: entre la Historia y la Arqueología”, Síntesis Social-Revista estudiantil de

investigaciones Histórico-sociales num 1 (2010): 4.


60 H. Gamonal y A. Pineda, Arte rupestre en… 271.
61 D. Lathrap, The Upper Amazon… 73.

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separa las cuencas de Ucayali y Madre de Dios (a la que pertenece Yanatili-Ocobamba)


no era un área favorable para la agricultura de bosque tropical ni para otro temprano tipo
de agricultura.

Estos autores también señalan que “la presencia de figuras zoomorfas en los
petroglifos podrían estar indicando zonas de caza o sitios para ceremonias de
fecundación”. Lo primero resulta consistente; lo segundo, discutible: los cazadores
primitivos no tenían necesidad de recurrir a tales ceremoniales (más propios del mundo
pastoril), menos aún en un ámbito donde abundaban los recursos biológicos y la
población (ergo, la demanda) no era muy grande.

De igual manera se dice que los petrograbados pudieron ser una suerte de
demarcadores territoriales. La aleatoriedad de su distribución, su marcado diacronismo,
su ubicación en puntos no necesariamente propicios como para señalar linderos o
cambios de paisaje o de parcelas, hace difícil aceptar tal hipótesis. De otro lado, no hay
indicios que permitan pensar que los antiguos pobladores del valle (al menos de la parte
tropical), en tanto cazadores-recolectores, hayan podido dedicarse a la agricultura
intensiva; esta situación es aún vigente entre varias tribus de la Amazonía alta que
practican una agricultura muy restringida y, a menudo, trashumante, dependiendo más de
la caza, la pesca y la recolección.

La presencia de camélidos ─que no son animales propios de zonas cálidas─, sólo


podría explicarse por su temporal paso como animales de carga usados por comerciantes
a cargo del intercambio de productos altoandinos por los propios de la yunga. Pero resulta
difícil imaginar que los artistas rupestres hayan representado animales que veían muy
ocasionalmente. En realidad, antes de iniciarse el comercio con la gente altoandina, ya
avanzado el Intermedio Tardío, había muy poca posibilidad de que los pobladores
amazónicos viesen camélidos.

El intercambio comercial a mayor escala pudo darse recién tras las incursiones
(mayormente fracasadas) de los inkas en los valles subandinos, desde el reinado de
Cápac Yupanqui, quinto emperador inka, hacia mediados del siglo XIV. Todo apunta a
que, al hacerse indispensable para el trabajo y los rituales, la demanda de coca se
incrementó en el Intermedio Tardío y, sobre todo, durante el Tardío.

En consecuencia, y viendo que los grabados son bastante más antiguos, los
supuestos camélidos presentes en los grabados de Ocobamba ─y de valles aledaños del
Urubamba en general─ no serían tales, sino, más bien, cérvidos, algo que estaría en
consonancia con la ecología local, con la atribución de los petroglifos al tiempo de los
cazadores-recolectores y con la presencia permanente de estos animales en los bosques
subtropicales, algo que no puede decirse de los camélidos, oriundos de las tierras altas.
Los venados de bosque tropical son personajes comunes en la literatura oral de los
pueblos amazónicos, en la cual los camélidos están completamente ausentes.

Las representaciones de camélidos corresponden a grupos pastoriles o de


comerciantes altoandinos, por lo que se dan en estaciones rupestres ubicadas a mayor
altura o en las vertientes andinas que dan al océano Pacífico o a los llanos o pampas
orientales (donde se representan guanacos más que llamas). Así ocurre, sin duda, con los
pictogramas de Mant’o, magnífico sitio rupestre situado en la parte alta de la cuenca del
Yanatili, en la franja de transición de la zona fría-templada al valle tropical, donde
abundan los camélidos pintados “quizás entre el Horizonte Medio y finales del Horizonte

D. RAÚL CARREÑO COLLATUPA


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Revisitando a Christian Bües y los petroglifos de Ocobamba, Provincia de La Convención (Cusco-Perú) pág. 67

Tardío”62. La única figura de Ocobamba que parece corresponder a un camélido (la de


Balconpata) es, a todas luces, posterior a los demás grabados zoomorfos, lo cual
confirma el diacronismo de los grabados y la reutilización de los bloques rocosos en
distintas épocas.

Los monos sí representan a una fauna que, aunque cada vez más escasa, todavía
se encuentra en los bosques vecinos. Por sus largas colas se deduce que se trata muy
probablemente de maquisapas o monos-araña o de algún otro primate del género Ateles
o, incluso, de monos tal vez extintos, quizás alguna hoy desaparecida variedad del mono
aullador (Alouatta palliata), que también tiene una larga cola prensil. En la actualidad, los
aulladores habitan entre el sur de México y Ecuador; para el Perú sólo ha sido reportado
en los bosques de manglar de los departamentos norteños de Piura y Tumbes.

Que estos monos hayan sido considerados en esos tiempos como deidades o
seres sagrados es algo que tanto puede ser cierto como no. Carla Maranguello, al
estudiar la ornamentación con monos de iglesias coloniales surperuanas, hace un
recuento de la presencia y significación de los simios en diferentes culturas y de la
percepción que de ellos tenían pobladores de la costa y de la sierra; así, por ejemplo,
“para las áridas tierras del Collao y la zona de la costa y la sierra, los monos serían vistos
como animales exóticos de la selva, junto con el resto de los elementos naturales que
pertenecen a otros pisos ecológicos, presentando un valor positivo, ya que alude a la
capacidad de conexión y obtención de recursos, y más allá de las variantes que
manifiestan, aparecen vinculados junto con otros elementos naturales, a la idea de
fertilidad”63. Al parecer los monos no gozaron de la misma consideración en su propio
ámbito selvático, ya que los maquisapas son cazados a gran escala por su carne, de allí
que haya desaparecido en muchos lugares, estando hoy incluidos en la Lista Roja de la
UICN como “especie en peligro”.

La asociación mono-abundancia-fertilidad ha sido también propuesta por otros


autores, pero refiriéndose a culturas del Intermedio Tardío y el Tardío. Se tienen otras
interpretaciones acerca de los simios, empero corresponden a la visión que los costeños y
serranos tenían sobre la feracidad del Antisuyu; se desconoce, en cambio, cuál era el
significado o el simbolismo de los primates para las antiguas culturas amazónicas del
Cusco. Karadimas64 trata de explicar cierto “acercamiento iconográfico” a partir de una
eventual “trama mitológica común” entre pueblos prehispánicos andinos y amazónicos
contemporáneos, incidiendo en la persistencia de mitemas, entre ellos uno referido a
monos asociados con figuras estelares; para Ocobamba no se tiene información que
eventualmente corrobore esta propuesta. Los testimonios actuales afirmando que los
monos representarían la conexión entre el cielo y la tierra no parecen más que una
invención de pseudo-chamanes ansiosos de cautivar y esquilmar a turistas.

62 R. Hostnig, “Mant’o: pinturas rupestres en un lugar de tránsito y transición en los Andes


amazónicos del Cusco”, Sztuka Ameryki Łacińskiej num 3 (2013): 61.
63 C. Maranguello, “Del simio de Dios al exotismo del paraíso. Consideraciones sobre la presencia

del mono en la ornamentación arquitectónica de las iglesias coloniales surperuanas”, Diálogo


Andino num 52 (2017): 33.
64D. Karadimas, “Las Alas del tigre. Acercamiento iconográfico a una mitología común entre los

Andes prehispánicos y la Amazonía contemporánea”, en Memorias de las Conferencias


magistrales del 3er Encuentro Internacional de Arqueología Amazónica, ed. S. Rostain. (Quito:
Ministerio Coordinador de Conocimiento y Talento Humano e IKIAM, 2014), 205-207.

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Bües65 sugiere que hay representaciones de monos y “Coates” (coatíes o nasuas),


llamados misha o mishasho en otras regiones del país; no es una propuesta desacertada,
puesto que las colas de estos animales son también muy largas, tanto como sus propios
cuerpos. Por tanto, algunos de los zoomorfos mencionados en la descripción del petroglifo
de Balconpata bien podrían corresponder a coatíes; la falta de detalles y lo esquemático
de los grabados no permite especificar si son animales del género Nasua (coatíes) o del
género Ateles (monos). Sólo los que tienen cola rematada en espiral o volutas
pronunciadas corresponden, sin duda, a simios; los de cola recta, podrían ser tanto
primates como coatíes. Llama la atención (sin que ello implique relación alguna) que los
monos de Balconpata y el conocido geoglifo del mono en Nazca tengan en común sus
colas terminadas en espiral.

Acerca de los posibles cánidos, por sus largas colas, hay alguna voz que plantea
que se trata de zarigüeyas; por el grosor y posición de sus colas (dobladas hacia abajo)
pensamos que son zorros; las de las zarigüeyas son delgadas y no adquieren mayor
curvatura. No puede tratarse del zorro altiplánico o zorro colorado puneño (Lycalopex
culpaeus andinus), ni del zorro culpeo (Lycalopex culpaeus), ambos de zonas más altas,
sino del llamado -y hoy rarísimo- zorro o perro de monte (Atelocynus microtis) o zorro de
oreja corta, habitante de las regiones amazónicas.

Los animales de cola corta que consideramos cérvidos, no serían tarukas


(Hippocamelus antisensis), que viven a mayor altura, sino, más bien, los llamados
venados colorados (Mazama americana), en alguna de sus subespecies casi
desaparecidas en la zona, pero presentes aún en valles del Bajo Urubamba. Viven por
debajo de los 2000 msnm, tienen orejas bastante largas y los machos poseen dos finos
cuernos muy cortos y no ramificados, una adaptación que les permite precisamente poder
desenvolverse en bosques o áreas de densa vegetación66. Esto explicaría por qué en los
grabados aparecen sin cuernos.

Otras figuras son también sorprendentes y guardan el arcano de su significado: las


posibles litomaquetas en forma de graderías y las cubetas encajadas. Difícilmente podría
decirse que, como en otros lugares más elevados, las primeras representen andenerías.
Por lo que se conoce, no existe tal tipo de terrazas de cultivo en esta parte del valle donde
la agricultura intensiva (o más bien las plantaciones permanentes de café, coca y frutales,
que no requieren terrazas) pudo recién darse en la etapa colonial, aunque sí existen
andenes rústicos en algunos puntos del vecino valle de Yanatili y en la parte alta del valle
de Ocobamba.

Hay quienes creen encontrar similitud entre algunos elementos iconográficos


rupestres (en especial las figuras escalonadas y laberínticas) y ciertos motivos típicos de
la ornamentación textil y facial y del grafismo corporal de los actuales matsigüenkas y
campas (estos últimos asentados en la parte noroccidental del departamento del Cusco y
al sureste del de Junín). No se sabe si tales motivos fueron heredados de sus muy lejanos
ancestros que eventualmente pudieron ser los autores de los petroglifos, por lo que no
puede establecerse una relación de autoría con los antepasados de esta etnia, en caso de
haber sido ellos los habitantes de la zona, pero es poco probable. Como ya se indicó,
hubo una disrupción cultural importante tras la Conquista (y posiblemente antes, por

65 C. Bües, “Contribución a la petropictografía precolombina del sur del Perú”, Revista del Instituto
Arqueológico num 10-11 (1942): 37.
66 http://www.sendaverde.org/mazama-americana-es/

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causa de guerras o epidemias) que afectó también la continuidad iconográfica en textiles


y ceramios.

De otro lado, se conoce que el grafismo facial y corporal en los actuales


matsigüenkas “puede clasificarse en dos grupos: aquellos utilizados como sistema de
defensa, y aquellos empleados como mecanismo de atracción. La defensa está orientada
a procurar el alejamiento de los espíritus de los muertos (kama'garini), porque provocan
las enfermedades y la muerte. La atracción, en cambio, se propone asegurar para el
hombre la simpatía del sexo opuesto, la ayuda de los saanka'rite, espíritus protectores de
la fauna silvestre, así como favorecer la concurrencia de los animales de caza y los
espíritus de las especies (i'nato)”67. El grafismo facial matsigüenka, como lo estudió
Barriales68, se hace con rayas, puntos y franjas que expresan estados o predisposiciones
de ánimo, situación conyugal o mecanismo de protección contra enfermedades, animales,
etc. Cabe destacar que este grafismo corporal (al igual que los elementos
semasiográficos o meramente ornamentales que caracterizan a los ceramios y textiles,
tanto de esta etnia como de los piros y campas, con quienes tienen similitudes) son
esencialmente geométricos, con abundancia de composiciones escalonadas, organizadas
en laberintos que a menudo culminan en cruces como componente central69, algo muy
diferente a lo que se ve en los petroglifos ocobambinos, donde aparecen zoomorfos y
figuras abstractas; esto debilita cualquier suposición sobre una eventual continuidad
simbólica o cultural entre los artistas que hicieron los petroglifos y las etnias que en los
últimos siglos han ocupado el espacio subandino.

Soria70 piensa que estos petroglifos constituyen “las primeras evidencias del
sistema de comunicación ideográfica” en esta región amazónica. Esto es válido pero sólo
hasta cierto punto: el diacronismo de los grabados y la dispersión iconográfica no apuntan
precisamente hacia algo sistemático y es posible que varios ejemplares se hayan hecho
cuando ya se habían desarrollado otros sistemas comunicacionales de tipo
semasiográfico. La por siempre invocada vía shamánica resulta tentadora, empero muy
difícil de probar, por la ausencia de material arqueológico asociado, por la falta de
información etnohistórica y de su religión y sus hábitos, por la incertidumbre acerca de los
pueblos que hicieron los petrograbados. Que se sepa, en los últimos tiempos y alrededor
de estos petroglifos no se realizan ceremonias o rituales de ningún tipo, siendo, por el
contrario materia de atentados. La heterogeneidad iconográfica (tan variada, tan dispersa,
que sólo tiene en común la repetición de figuras de ocurrencia universal como las
espirales y los serpentiformes) impide una correlación entre sitios y posibles fines.
Eventuales asociaciones con la categoría de geografías místicas, según lo planteado por
Eliade71 tampoco pueden ser exploradas por las mismas razones.

67 M. B. Soria, El simbolismo de las imágenes: simbolismo y mnemotecnia en las culturas


amazónicas (Lima: UNMSM-Seminario de Historia Rural Andina, 2009), 57.
68 J. Barriales, Matsigenka (Madrid: Secretariado de Misiones Dominicanas del Perú, 1977), 57.
69 P. Bertrand-Rousseau (1983: 80-81) captó una curiosa leyenda (en la que se habla incluso de un

“inca bueno, Cori Inca”, de quien las tribus habrían aprendido todo) de una especie de Bella
Durmiente rescatada del bosque, vestida con varias faldas de algodón; su belleza atrajo a todos los
pueblos de la región (shipibo, shetebo, conibo, huaria pano, piro), cada uno de los cuales se
apropió de una falda: los shipibo, de la que tenía adornos en cruz; los conibos, la de líneas curvas;
los huaria pano, la de motivos foliados; los piro, la de líneas quebradas.
70 M. B. Soria, El simbolismo de… 39.
71 M. Eliade, Shamanism. Archaic Techniques of Ecstasy (London: Routledge & Kegan Paul, 1964),

182.

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Revisitando a Christian Bües y los petroglifos de Ocobamba, Provincia de La Convención (Cusco-Perú) pág. 70

Hay petroglifos que, por su configuración, podrían estar relacionadas con ritos
votivos, en especial los que tienen concavidades y canaletas con cazoletas, pero sólo las
que están en posición horizontal a sub-horizontal, pero ya indicamos que esta opción no
tiene mucho asidero por la condición de cazadores-recolectores y la casi ausencia de
agricultura en esos valles hasta le llegada de los españoles.

7. Atentados y amenazas

A pesar de la marcada humedad que se da en las partes bajas del valle, los
petroglifos -predominantemente tallados en rocas intrusivas, en especial granitos-, en su
mayoría, se mantienen en un estado que puede calificarse de regular a bueno y las rocas
que los contienen, salvo casos como los de Lechepata, están relativamente poco
meteorizadas. Por dicha humedad, hay una fuerte y natural tendencia al desarrollo de
líquenes y musgo que cubren parte de los grabados, generándose cierta disgregación por
intemperismo.

Casi todos los bloques grabados han perdido pedazos de mayor o menor tamaño,
mayormente por desgajamiento intencional y palanqueo, sin duda por acción de
buscadores de tesoros (huaqueros). Casi todas las partes faltantes han desaparecido o
no están hoy visibles. Es probable que este afán haya sido influido por la ya mencionada
leyenda del caudillo matsigüenka Chaingavane quien, a la par que los petroglifos, dejaba
parte de unas “cajas de mercadería salvadas de los naufragios que sufrió aquél durante la
travesía y que por no poderlas conducir las dejó transformadas en piedras”72; se deduce
que la “mercadería” aludida por Pereira correspondía en realidad a tesoros.

La amenaza real es la antrópica. La indiscriminada deforestación para ampliar la


frontera agropecuaria se traduce en mayor erosión y, a la larga, degenerará en procesos
geodinámicos (derrumbes, flujos, deslizamientos, inundaciones) que podrían afectar a
varios de los petroglifos, arrastrándolos o enterrándolos; si a ello se agrega el incremento
en el uso de maquinaria agrícola pesada, entonces este peligro se hace mayor.

La bonanza económica que vive la provincia de La Convención gracias al canon


gasífero induce a los municipios distritales a gastar a como dé lugar los fondos recibidos,
incurriendo en inversiones a menudo poco justificadas, incluso descabelladas. La apertura
de trochas hacia las fincas, sin mayor estudio ni evaluación de impactos, es parte de ese
afán que ya ha afectado a por lo menos tres petroglifos. Como se indicó, en Lechepata el
tractorista encargado de abrir una trocha volteó y quebró un petrograbado, para luego
enterrarlo con el material removido; actuó no porque el trazo de la carretera así lo exigía
sino porque pensaba encontrar algún “tapado” (tesoro escondido); el ejemplar no ha sido
rescatado. Otro espécimen habría desaparecido en idénticas circunstancias y ya sabemos
de la rotura sufrida por el de Pirhua, también cuando se “mejoraba” la carretera. El
petroglifo con “andenerías” de Lechepata sufrió otro tipo de atentado, también relacionado
a la construcción de carreteras: una parte de él fue raspada para pintar en rojo la
indicación de una progresiva ‘0+66’ (Figura 18).

72
F. Pereira, Chaingavane, el Pongo… 86.

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Revisitando a Christian Bües y los petroglifos de Ocobamba, Provincia de La Convención (Cusco-Perú) pág. 71

Figura 18
Petroglifos dañados por atentados recientes: de Lechepata, pintado con marca
topográfica (arriba); de Calaverayoq (abajo), con grabados parcialmente destruidos
a golpes (flecha amarilla y detalle a la derecha) y bloque palanqueado (flecha naranja)

El hecho de que buena parte de la población sea descendiente de inmigrantes


venidos de otras zonas, podría influir en la indiferencia de los mismos hacia su patrimonio.
Gracias al ya mencionado tractorista, ha cundido la expectativa de encontrar tesoros
debajo de los bloques grabados, a pesar de que tal esperanza es infundada, por cuanto
se trata de elementos preinkas, de un período en el que la metalurgia o el uso y
acumulación del oro aún no se justificaban.

En diciembre del 2013 (pocos meses después de nuestra primera visita realizada
en mayo de ese año) se denunció que varios de los petroglifos habían sido pintados con
pintura blanca y roja (Figuras 19 y 20)73, habiendo también indicios de intento de
remarcado en algunas incisiones. Por la similitud de las pinturas utilizadas y por la
limpieza previa de las caras grabadas que se hizo, no se descarta que esos atentados
haya sido iniciativa de alguna autoridad local, por cuanto todo indica que fue un trabajo
sistemático y premeditado, como lo prueba el hecho de que las agresiones se dieron
sobre ejemplares muy distantes entre sí. Lo preocupante es que alguna de las replicantes
anunciaba que se iba a “rescatar otros petroglifos”, lo cual supondría la intención de
trasladarlos a algún local de Quelcaybamba.

73 https://www.facebook.com/convencianosporelmundo/

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Figura 19
Atentado contra el petrograbado de Balconpata

Figura 20
Petroglifos de Lechepata vandalizados

Las insculturas situadas en medio de chacras afrontan otra variedad de amenaza


adicional: los incendios que los campesinos provocan para despejar el terreno de cultivo
circundante, una práctica negativa lamentablemente muy difundida en la región y que, a la
larga, favorece la disgregación de las rocas.

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8. Conclusiones

Son, hasta cierto punto provisionales, dada la carencia de estudios arqueológicos


para esta zona.

Debido fundamentalmente a su variedad estilística e iconográfica, puede decirse


que los petroglifos de Ocobamba corresponden, muy posiblemente, a diferentes épocas,
anteriores al Intermedio Tardío y al Tardío. Aunque siempre existe la posibilidad de que
sus autores hayan pertenecido a etnias quizá antecesoras de los actuales matsigüenkas
y/o piros, lo más probable es que hayan sido otros grupos humanos desaparecidos o
desplazados antes de la llegada de los españoles.

El predominio de figuraciones abstractas y de representaciones zoomorfas de


animales no domesticados, permite pensar que su origen se remonta especialmente al
tiempo de los cazadores-recolectores.

No es aún posible establecer una clara identificación/interpretación de la


funcionalidad de estas insculturas; tampoco de sus filiaciones.

Aunque se ha planteado que varias de las figuras serían de camélidos, por su


antigüedad (épocas en las que no podía haber aún mayor intercambio comercial entre
grupos humanos de zonas altoandinas y subandinas) y por el clima, lo más probable es
que se trate de representaciones de cérvidos, en especial del llamado “venado rojo”, que
aún existe en esta región.

Como lo afirmaba Bües, es notoria la ausencia de figuras humanas en estos


petroglifos. Los aparentes antropomorfos corresponderían en realidad a anuros (sapos o
ranas).

El análisis geológico muestra que las rocas fueron talladas in situ, en bloques
alóctonos arrastrados por flujos torrenciales (huaycos) mayormente derivados de
procesos glaciares o de desembalses producto de deslizamientos. Esto debilitaría
cualquier propuesta de una eventual función demarcatoria de los petrograbados
ocobambinos.

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D. RAÚL CARREÑO COLLATUPA


REVISTA CUADERNOS DE ARTE PREHISTÓRICO ISSN 0719-7012 – NÚMERO 10 – JULIO/DICIEMBRE 2020

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D. RAÚL CARREÑO COLLATUPA

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