mosas flores. A todas horas se oían risas y cantos en aquel hogar
afortunado. Pandora aprovechaba cualquier ocasión para acari ciar a su esposo y dirigirle tiernas miradas, así que Epimeteo no podía pedirle nada más a la vida. Pandora, en cambio, no logra ba ser feliz del todo, porque, noche y día, oía en su interior una voz que preguntaba sin descanso: -¿Qué habrá en la caja de oro? ¿Que habrá en la caja de oro? La invisible avispa de la curiosidad se había apoderado del al ma de Pandora, y zumbaba en sus oídos con virulencia: -¿Qué habrá en la caja de oro? ¿Que habrá en la caja de oro? Antes de dejarla partir, Zeus le había colgado a Pandora una cadena de oro al cuello. La joven la miraba de continuo, con cierta ansiedad, pues de la cadena colgaba una llavecita dorada que servía para abrir la caja de oro. Más de una vez, Pandora es tuvo a punto de descolgar la llave y abrir la caja, pero siempre acababa por decirse: «No, no puedo hacerlo. Le prometí a Zeus que jamás abriría esa caja». Sin embargo, llegó un día en que Pandora no pudo aguantar más. Su curiosidad era tan fuerte que ni siquiera podía dormir, así que cedió al fin a la tentación y abrió la caja. Al instante, so nó un zumbido atronador, como el de un enjambre de miles de abejas enloquecidas. Pandora comprendió que había cometido un grave error. Y es que Zeus había encerrado en aquella caja to das las desgracias que arruinan la vida de los seres humanos: la fealdad y la mentira, la tristeza y la angustia, el odio furibundo, el trabajo inútil que agota y no sirve de nada, la peste que mata a hombres y bestias ... Pandora no levantó la tapa de la caja más que un poquito, pero fue suficiente para que salieran al mundo todas las desgracias. Empujadas por los vientos, la maldad, la